Fue una mañana de febrero templada pero
húmeda, espesa de nubes y ruidosa como siempre. Yo estaba en la fila de
discapacidad en el banco, ya que me tocaba cobrar mi pensión nacional, la que
me asignó el estado por perder un dedo en una máquina especial de carpintería.
Ahí trabajé desde que terminé el secundario. Tengo 30 años, una hija y varias
deudas. Me separé de mi mujer porque no pude perdonarle lo que me hizo. Una
tarde llegué de un viaje mucho más temprano de lo previsto. ¡La encontré
peteando a mi hermano en la cocina de nuestra casa, muy arrodilladita, en tetas
y con los ojos irradiando una felicidad que, por momentos quería borrársela de
un cuchillazo! Lo peor era que mi hija estaba durmiendo en su cuarto,
ignorándolo todo!
Desde entonces, hace dos años que vivo en lo
de mis padres, a quienes ayudo con la despensa que siempre fue el gran orgullo
de la familia. “Despensa Lo De Tito”.
Aquella mañana de verano, adelante mío había
una morocha de no más de 22 o 23 años. No era fácil concentrarse en otra cosa
que en su pecho desnudo cuando le daba de mamar a su hijo. Yo tenía la certeza
de que encima estaba embarazada. Además había dos nenes con ella que se la
pasaron fastidiando a la gente de la fila, corriendo y gritando. Les juro que,
en el tumulto de los pequeños avances de la procesión, no pude controlar la
erección de mi pija necesitada de cariño cuando se la apoyé de lleno en el
culo! Era el mejor lugar del universo para apoyar la erección de mi verga. Le
pedí disculpas, y ella se dio vuelta para mirarme con una carita de sumisa que
me derritió, y me dijo sin irritarse: ¡Tranquilo, que siempre me apoyan en el
banco, o en el colectivo! ¡Pero no es
culpa tuya!
Ahí vislumbré que el bebé dejaba involuntariamente
que la leche se le derrame del pezón, ensuciándole la remerita ancha que traía,
y mi pija parecía reaccionar aún con más vigorosidad. El bebé estaba
satisfecho, y ella aún no se tapaba. Parecía querer que el viento le endurezca
aún más esos pezones como almendras lechosas.
Le pregunté el nombre como para entablar algo
de charla, y mientras retaba a los guachos me dijo que se llamaba Carina. Supe
que los revoltosos eran sus sobrinos, que el bebé se llamaba Dylan, y que
estaba embarazada de 5 meses. El supuesto padre estaba preso, según ella
injustamente, y ahora cobraba una asignación universal.
¡No sabés lo jodido que es estar sola con los
pibes, sin un hombre al lado! ¡Además estoy podrida de los abogados! ¡Pero sé
que mi marido es inocente! ¡Lo peor de todo, no está bueno andar sin coger! ¡Al
menos yo no lo aguanto más!, dijo, como si pusiera todos sus pensamientos en
una licuadora, solo para que la escuche yo, cosa que no hacía falta. Tenía una
voz disfónica, serena y llena de trasnoche encima. De un ojo no veía muy bien,
pero tenía una sonrisa de pícara tremenda.
Cuando le dije que se tape porque la gente la
miraba mucho, dijo como sin interés: ¡Y qué me importa? ¡Son tetas, y todos
tomamos la teta! ¿O vos tuviste una mami que no te dio la teta??
Tenía el pelo hecho una piltrafa, y no sé por
qué, pero me calentó verle un par de piojitos en el medio de la cabeza. Su
perfume barato no disimulaba su poco contacto con el agua, y el pantalón medio
que se le caía. Como era petisita, en un momento se agachó para levantar su
celular, y sin querer se chocó la carita con mi carpa endiablada. Ahora ella me
pedía disculpas por el roce, y yo transpiraba como un idiota.
La cola avanzaba, y ya faltaba poco para que
ingresemos al banco.
¡Che, pero tu ex no es ninguna boluda! ¡A lo
mejor necesitaba una pija, y como vos no estabas, bueno, manoteó al primero que
encontró! ¿Vos, la atendías bien?!, dijo una vez que yo me desahogué con mi
historia, la que ella escuchó fascinada. Le dije que nuestros encuentros
sexuales eran muy intensos, aunque no muy frecuentes.
¡Y ahora vivís solo? ¿Y, hace cuánto que no
cogés? ¡Con mi macho cogemos en la cárcel cuando podemos! ¡Pero yo ya no me
quedo más caliente por ahí! ¡Si tengo ganas busco a alguien para garchar y
listo! ¡La última vez fue la semana pasada, con el pollerudo de mi hermano
mayor! ¿Yo se lo dije a mi marido! ¡Esa vez casi me viola el hijo de puta! ¡A
ningún tipo le gusta que su hembra le diga en la cara que es un cornudo!, me
confiaba poniéndome más al palo, y sin dejarme responder ninguna de sus
observaciones.
¡La verdad, vos estás para darte masa! ¡Pero
bueno, no sé qué onda! ¿Vos… tenés alguna amiguita que te saque la calentura? ¿O
te pajeás viendo pornos?!, se me burló con una risita suspicaz adivinando mi
sequía sexual.
Ya estábamos adentro del banco cuando supe
que, además de su asignación cobraba una pensión por su bebé que nació con un
leve retraso mental. Gracias a ello cobramos en la misma ventanilla. Mejor
dicho, yo cobré, pero ella no. Se puso tan mal que no supo detener sus lágrimas
de angustia. Necesitaba la plata, porque no tenía ni para comer.
Cuando termino de recibir lo mío, mis
documentos y el recibo, me apresuro para seguirla y ofrecerle llevarla a su
casa. Carina había salido tan rápido que hasta se chocó a un oficial, y casi se
resbala cuando cruzó la puerta.
¡Vos estás en pedo? ¡Ahí no entrás ni loco! ¡Si
querés llevame a lo de mi hermana, así le dejo a los guachos y como algo ahí!,
dijo cuando los pibes seguían en la suya, sin hacer caso a los llamados de su
tía. Pero no le quedó otra alternativa que subir a mi auto. No podía volverse
siquiera en colectivo.
Al rato ella volvía a darle la teta a su bebé
en el asiento del acompañante, mientras yo manejaba, y los pibes se peleaban
atrás.
Para mi tranquilidad, llegamos bastante rápido
a una casita humilde, donde todos se bajaron, y mis ojos se detuvieron en ese
culo terrible, el que le apoyé tozudamente en la fila, y que ahora dejaba
asomar el elástico de una bombacha blanca. Me preparé para suponer que jamás lo
volvería a ver. Arranqué el auto para irme, pero ella de repente vuelve sobre
sus pasos a la ventanilla baja de mi lado, y me dice lamiéndose un dedo: ¡Che,
y vos? ¡No tenés ganas de que te la mame? ¡Te juro que me trago toda la
lechita! ¡A todos los tipos les calienta un buen pete! ¡Y si querés te doy un
poco de la que tengo en las gomas!
Mi cerebro parecía agrandarse de emoción en
mis huesos, mi poronga le hubiese gritado que sí si tuviese cuerdas vocales, y
mis huevos celebraban una fiesta de producción seminal bajo mi slip. No pude
decirle que no, y menos cuando puso sus dos tetas desnudas sobre la ventanilla
abierta, de las que caían gotas de leche. Al bebé ya se lo había llevado a
dormir, y los guachos ya jugaban a la pelota en patas con otros pibes.
Cuando entro a la casa, descubro que una piba
más grande veía la tele y tomaba mates.
¡Nati, andá con el Dylan, y cambiale el
pañal!, le dijo Carina. La tal Nati se levantó con cara de ojete, me saludó con
un pico y desapareció tras un portazo. No podía creer que estuviese desnuda de
la cintura para abajo!
Carina, algo más relajada se me sentó en la
falda, ya sin su remera ancha.
¡Querés teta pendejo? ¡Tenés hambre de teta? ¡Porque
yo sí quiero toda esta pija en el culo y la concha! ¡Quiero lechita!, me decía
pegándome en la verga una vez que la liberó del encierro de mi ropa y apretando
sus tetas contra mi cara. El olor de su piel me pervertía. Su barriga y ese
ombligo al borde de rajarse me daban ganas de hacerle otro guacho. No es que
estuviera tan gorda, pero como es de contextura pequeña, parecía que iba a
parir en cualquier instante.
¡Tocame pibito, sentí cómo se mueve mi bebé, y
chupame las tetas!, decía ella frotando su culazo contra mi pija, habiéndose
quitado el pantalón. La bombacha que tenía estaba llena de agujeritos, con olor
a pis y toda mojada. Gemía como una quinceañera, me mordía los labios, me pedía
que le apriete las tetas como a las vaquitas, textuales palabras suyas, y me
pajeaba haciéndome notar hasta sus uñas en el tronco. Hasta que se sentó en el
suelo y se la mandó a la boca como a una salchicha para chuparla y gemir aún
más inquieta. Entonces, en el justo estado de trance entre su lengua y los
juguitos de mi pija, me levanté para ponerla en cuatro sobre el suelo con las
manos en el sillón repleto de ropa limpia recién doblada. Le saqué la bombacha
y me puse detrás suyo para fundir mi músculo viril y ensalivado en su concha
peluda, aunque no tan abierta como me imaginé que podía tenerla. La bombeé
rápido, seguro, enfatizando cada ensarte con un jadeo y pegoteándome los dedos
con la leche que le chorreaba de las tetas, ya que yo se las ordeñaba.
¡Así guacho, garchame bien, rompeme toda,
haceme otro pibe, cogeme que soy una mierdita, una putita sucia!, decía Carina
entre gemidos y toses, ya que se ahogaba por el humo del cigarrillo que
encendió su hermana tras aparecer para poner agua a calentar en una pava.
Ninguno la oyó regresar.
Enseguida nos levantamos medios mareados del
piso, me senté en el sillón y la dejé que me cabalgue como una trola
cualquiera, aferrando sus manos al respaldo del sucio sillón para saltar sobre
mi pito cada vez menos consciente y totalmente fuera de sí. Tanto fue así que,
en un arresto de lucidez me dijo: ¡Quiero que me rompas el culo pendejo!
Pero mi semen ya comenzaba a entrelazarse con
los jugos de su conchita en un orgasmo furioso, incapaz de describirse más que
con gotas de sudor.
La guacha se arrodilló para limpiarme la pija
con su boquita, y se extrañó tanto como yo al notar que se me paraba con una
suficiencia y una rapidez que, se tentó por tenerla en el culo. Entonces,
apenas la hermana se fue al baño diciendo, sin preocuparse por que la
escuchemos: ¡Cómo te gusta coger pendeja! ¡Sos re puta loquita!, Carina apoyó
las manos en la mesa, y empezó a tirar la colita para atrás, a menearla,
pegarse en ella y abrirse los cachetes con los dedos. Fui al acecho para
nalguearla con todo, mientras le decía que es una villera, y después de
pajearme entre sus glúteos, apenas sentí la brisita de un pedito en mi glande
se la calcé como un campeón. Le entró sin mucha dificultad, aunque se despachó
con un grito aterrador, que de a poco fue cambiando sus matices por gemidos. La
taladraba sin medir mi fuerza, sabiendo que estaba preñada y que su leche
materna enchastraba todo el mantel. Le pedía que me muerda los dedos y le
tironeaba el pelo para que chille desconsolada. Le preguntaba si le gusta que
los milicos la revisen en la cárcel cuando iba a visitar a su macho, si se
cogió a alguno, si se pajea mientras amamanta a su crío, y si sentía toda mi
pija abriéndole el orto. Se la saqué del culo ni bien mi leche salió como un
flechazo para colmarla completa, para darle los últimos pijazos a su conchita
divina.
Costó recuperar el aliento, pero tenía que
apurarme, pues, seguro en breve los sobrinos de Carina vendrían a comer.
Natalia fue testigo de cómo le hice el culo a su hermana mientras cocinaba algo
con tuco. Por momentos me pareció que la envidiaba, porque mientras revolvía unos
fideos, se acariciaba sus nalgas, ahora cubiertas por un vestido corto gris.
Le di mil pesos a Carina, y le dije que el mes
próximo la esperaba en la cola del banco. Me sonrió, me dio un último sorbo de
su leche mientras se ponía la bombacha y me acompañó a la puerta. Fin
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