Me había peleado con mi madre, porque ya me
tenía podrida con hacer de la casa una constante nube de humo expansivo,
gracias a que no puede vivir sin el tabaco. Le dije cosas horribles. Se me fue
la mano, y presa de mi impotencia por no poder resolver las cosas, en cuanto el
mediodía se desperezaba perfumando a la cocina con su clásico estofado, preferí
irme de un portazo. No saludé a mi madre, y no probé bocado.
Caminé unas 20 cuadras hasta la casa de mi
primo Matías, un pendejo que siempre tiene lo que necesito en momentos de ira
incontenible. Sexo, fasos, birra, algunos guachos con los que me divierto y,
una exagerada pero efectiva forma de ponerse de mi lado, sea el tema que fuere.
A él le debo casi todos mis vicios, pero yo le saqué la virginidad la tarde que
me cansé de que me mire las tetas de reojo, o de que se haga el vivo para
tocarme el culo, y de que sus primeras erecciones se desmoronen en la calentura
de mis 21 años.
Hace 5 años que cogemos, que él me ofrece a
sus amigos y que yo me entrego gustosa para obtener buenas flores. Pero ese
mediodía él no me esperaba. Estaba solo, y salió en calzoncillo luego de mi
tercer timbrazo. Ni bien me acomodé en un sillón apareció el Facha, su mejor
amigo. Estaba casi tan duro como Matías. Solo que más perdido y estúpido. Los
dos empezaron a contarme que andaban de gira desde el jueves, y pese a ser
domingo no se veían tan demacrados como otras veces.
Al rato bebíamos una cerveza comiendo unas
papas rancias, hablando del reci al que fueron de una banda rollinga y de unas
guachas a las que no pudieron convencer para coger. Luego el Mati trajo una
piedra para moler y armar fasos. Yo me ofrecí a hacerlo mientras el Facha
insistía con que debíamos clavarnos un ácido. Como no le llevamos el apunte, el
pibe se lo mandó todo, y entonces arrancó la ronda del primer fasito.
Recién reparé en lo crota que estaba cuando
Mati se mostró sorprendido por mi aspecto, y me lo dijo. Le expliqué lo de mi
madre, que en el apuro salí con lo puesto. Era un top viejito, una camisita
rosa sin algunos botones, un jean agujereado en las rodillas y unas zapatillas
hechas moco. Además estaba despeinada, y sumado a lo achinado de mis ojos
cuando la hierba hacía su arte en mi mente, me veía irreconocible.
Pronto el Facha se quedó en bóxer, y ambos
comenzaron un show de insinuaciones para que yo me los coja. Yo estaba
caliente, pero quería fumar y solo eso. De igual forma me re manosearon y yo
los pajeé encima de sus calzones hasta hacerlos acabar. Pero, en cuanto escuché
la puerta del auto de los tíos los alerté y, decidí que lo mejor era irme a dar
unas vueltas por ahí. No fue fácil sacármelos de encima. Estaban re alzados y
no se conformaban con mi visita al día siguiente, la que tuve que prometerles a
como dé lugar.
Sin embargo, pronto sentí el sol ardiendo en
mis hombros, mis pies felices desandando las calles insomnes de la siesta en la
ciudad, y mi cerebro enroscado en sus propios pensamientos. Me compré un agua
mineral en un kiosko, unos chicles y un encendedor más adelante. Le di unas
pitadas a un faso grande que me hice para el camino y seguí pateando. Pasé por
lo de una amiga pero no estaba. Entré a un local de ropa deportiva, pero salí
cuando me di cuenta que estaba muy faseada, y que me reía de cualquier cosa. ¿A
la vendedora debí parecerle una tarada importante! Además, me sentía
perseguida. Me compré un helado, y gracias a que no me dieron cucharita, terminé
de mancharme la camisa.
Cuando llegué a la plaza, supongo que a eso de
las 8, porque no tenía reloj ni celular, me derrumbé en uno de los bancos y me
entretuve a mirar a niños, viejos y adultos que pasaban. Prendí el fasito y, al
darle unas pitadas sentí unas ganas inmensas de fifar. Creo que me toqué la
concha delante de una nena que pasó en su bici con rueditas y todo. Enseguida,
el morbo de que me haya visto con la mano adentro del jean me encendió aún más.
Por eso seguí fumando y, en algún momento, en el afán de querer tocarme las
tetas le arranqué los dos botones que le quedaban a la camisita.
Así estaba yo. Desparramada en el banco,
fumando y apretándome las gomas cuando dos oficiales me devolvieron a la
realidad.
¡Señorita, ¿Usted sabe que está prohibido
fumar esa porquería en la vía pública?!, dijo el más gordo y barbudo de los
dos.
¡Levántese y apague eso! ¡Dígame su nombre y
edad!, dijo el otro que parecía más viejo. Les conté que me llamo Romina, que
tengo 28 y, les pedí disculpas, sin poder controlar mi risa boba por el tremendo
viaje de las flores. En eso el gordo me quitó el faso y me levantó las manos.
¡Tenemos que revisarla señorita! ¡Así que
quieta y calladita la boca! ¡Usted no andará vendiendo esta mierda! ¿Cierto?,
dijo el viejo, y los dos empezaron a buscar en mis bolsillos, a tantearme y
tocarme más de lo debido.
Yo no aguanté y le toqué la pija al gordo, que
enseguida jadeó suave y murmuró: ¿Así que encima de andar media loquita estás
caliente mamita?
Intercambiaron miradas de deseo y complicidad,
y pronto el gordo me metió dos dedos en la boca para que se los lama y chupe,
al tiempo que me daba cachetaditas dulces con su otra mano. El viejo seguía hurgando
y oliendo mi ropa, manoseándome el culo descaradamente. Yo estaba casi en el
medio de los dos, por lo que sentía cómo me apoyaban sus pijas en el cuerpo
mientras intentaba recuperar algo de equilibrio. ¡No podía parar de reírme!
Cuando el gordo se atrevió a besarme en la
nuca sentí que mi clítoris se hinchaba de placer. Supongo que eso me hizo gemir
cada vez más desinhibida.
¿Sos media putita vos pendeja?, averiguó el
gordo.
¡No mi amor… pero me encanta coger… y que me
chupen bien las tetas!, se me escapó mientras repiqueteaban las manos del viejo
en mi culo. Enseguida los dos me mordían las tetas sobre el topcito, hasta que
la caballerosidad del gordo me lo bajó un poquito para que sus lenguas laman
mis pezones, mientras mi boca les lamía y mordía los dedos a los dos, que
suspiraban embelesados. Hasta que uno me tironeó fuerte del pelo cuando mi
descontrol hizo que sin querer le muerda un dedo con furia al viejo. Me gané
flor de cachetazo. Pero nada parecía devolverme a lo cotidiano.
¡Che negro, son más de las diez! ¿Por qué
mejor no la llevamos al móvil y vemos qué hacemos con la guacha?!, dijo el
gordo con autoridad mientras ponía mis brazos atrás de mi espalda y me hacía
caminar medio a las patadas.
En el patrullero no estuvimos ni 5 minutos, ya
que la comisaría no estaba lejos.
Ya en la oficina el viejo se sentó en su silla
y me tomó los datos personales. El gordo me sentó de un solo empujón en el
suelo y me quitó la camisita. Dijo que si no cumplía con lo que me pidieran me
harían una causa por sexo en la vía pública y por tenencia de sustancias
prohibidas. Mis sesos eran triturados por el desenfreno y la realidad, y no
podía razonar de tanta mariguana en mi sangre. El gordo cerró la puerta con
pasador y sacó la pija afuera del pantalón.
¿Sabés petear guachona?!, dijo agravando la
voz, y entonces comprendí todo cuanto pude. No sé por qué, pero me puse a
gatear un poquito y, yo solita me pegué a su pubis para empezar a mamarle esa
pija escuálida y larga, pero con un sabor que no me permitía parar de olerla,
babearla y fregarla en mi cara. El viejo, entretanto escribía y respondía
algunos llamados.
Hasta que la envidia lo trajo hacia mí, y
pronto su pija también fue cautiva de mi boca repleta de saliva y lametones
intranquilos.
El viejo tenía la pija más corta, pero gordita
y con una cabecita que ya aparecía afuera del cuero, roja y húmeda. Los dos
temblaban cuando el calor de mis dientes los poseía. No podía oírlos, pero me
encantaba que me cojan la boca, sabiéndome vulnerable en cuatro patas ante
ellos.
Pronto, cuando sus huevos eran rescoldo junto
a mi lengua, y mis manos le pajeaban esas vergas al borde de reventar, la voz
del gordo sonó como un trueno.
¡Sacate todo y quedate en bombachita putona de
mierda!
Lo hice sin más, rápido y nerviosa. En cuanto
terminé los dos me enrojecieron el culo con unas nalgadas que seguramente podían
oírse por todo el predio del destacamento. ¡Cuando el viejo me apuntó con el
chumbo casi me desmayo!
¡A vos habría que matarte mugrientita! ¡No
podés andar con ese olor a pis nena!, me gritó en el oído, y me revoleó sobre
la mesa donde antes escribía, encima de unos papeles, unas tazas vacías, la
compu, celulares y lapiceras. El gordo se reía a carcajadas. Quedé boca arriba,
dolorida, incómoda y con la cabeza colgando. Esto último fue alimento para el
gordo que no dudó en ponerme la verga en la boca y obligarme a mamarlo,
sintiendo cómo se me iban hasta las ideas por la nariz. No podía mentirme.
Estaba gozando con aquellos episodios.
Mientras el gordo gimoteaba cada vez que me
oía suplicar entre eructos y arcadas, el viejo me colaba sus rudos dedos en la
vagina. Me olía desesperado y lamía mi bombacha. Incluso, algunas veces me la
tironeaba con sus dientes. Cuando interpretó que entre tanta mamada dije que me
meaba de calentura, me advirtió que si no le hacía pis en la cara como una
nenita me volaba la tapa de los sesos.
¡Che gordo, la guacha tiene el mismo olor a
puta que mi hijastra! ¡Y hasta te podría decir que la conchita se le parece!,
dijo el viejo entre olidas profundas y chupones a mis piernas.
¡No seas hijo de puta Gómez! ¡Por más que ese
camioncito tenga 18, se te va a poner jodido con tu jermu!, reparó el gordo
pegándome con su pija en la boca abierta. Luego el viejo me sacó la bombacha
sin ningún cuidado. La hizo un bollito y me la metió toda adentro de la vagina
para entonces unir su boca a ella y besarla, lamerla, olerla, morderla y frotar
sus bigotes. Pero en cuanto el gordo comenzó a sacudirse con su pene vomitando
todo su semen en mi boquita, no pude controlarme más, y le hice pichí en la
cara al viejo, que jadeaba con una felicidad que no parecía caberle en el
pecho. Por eso era comprensible que se me subiera encima tras arrancarme la
bombacha de los adentros de mi hueco, me acomode la cabeza sobre un cenicero
enorme y funda su pija en mi sexo para bombear unas 10 o 15 veces, mientras su
rostro cubierto de mi pipí rozaba el mío y mis gomas. Apenas su leche inundaba
mi calentura interior, lo sentí como un alivio. Me imaginé preñada de ese viejo
decrépito y me dio asco. Pero yo seguía igual de caliente.
En cuanto el gordo cortó un llamado de su
celu, me levantó de los pelos de la mesa. Allí los dos comenzaron a pegarme
piñas, sopapos, cachetadas, patadas en las piernas, a quemarme con cigarrillo,
a azotarme con un cinto por la espalda y a insultarme. No se detuvieron
siquiera cuando caí abatida al suelo. Sentí el gusto de mi sangre cuando lamí mis
labios, y me ardía un corte en la teta derecha, además de las quemaduras en mis
hombros y brazos.
¡A esta chiquita hay que hacerle la cola por
fumanchina, y porque te meó la cara negro!, dijo exultante el gordo. El viejo
me juntó en sus brazos y me sentó en una silla destartalada. El gordo me ató
las muñecas al respaldo, y en cuestión de segundos mi boca volvía a mamarlos en
calma, pero tan trolita como antes. Solo que los peteaba con la cabeza hacia
abajo, y tenía terminantemente prohibido dejar de hacerlo.
Hasta que el gordo prefirió invitar a su amigo
a chuparme las tetas, y los dos decían que me iban a curar con su saliva. El
viejo me pajeaba suavecito, y hasta en un momento de locura, supongo que
aturdido por mis gemidos, me puso el frío fierro de su pistola reglamentaria en
la concha. La adrenalina que sentí por causas del susto, creo que devinieron en
un orgasmo que me paralizó. ¡De haber podido pedírselo, le habría gritado que
me dispare!
El gordo me desató y me sacó la silla sin
mucho esfuerzo. Ya derrotada en el suelo me dispuse a petearlos otra vez,
sentada con mis manos rodeando mis rodillas y sudando vergüenza por mis
acciones, aunque me estuviese ligando el mejor polvo de mi vida. Me pareció una
mamada eterna, la que el gordo interrumpió cuando me llevó contra la pared, me
pajeó y me chupó el culo con unas ganas que, no pude agradecerle más que
acabándome una y otra vez en sus dedos. Pero el viejo lo desplazó para ponerme
la bombacha híper mojada, me sentó en la silla nuevamente y me pidió que se la
mame, mientras el otro decía: ¡Che nena, ¿No querés hacerte pis para nosotros? ¿O
caquita? ¡Dale, hacete caca y pichí con la bombacha puesta guachona!
¡Los cuarentones eran más degenerados de lo
que yo creía! Por lo pronto me dediqué a lamerles bien las vergas y a
escupirlas como lo ordenaban. De igual manera no quería parar de chupar. Me
sentía tan en celo que hubiera hecho cualquier locura para complacerlos. Además
me encantaba escucharlos decirme semejantes guarradas mientras me quemaban con
pucho o me pellizcaban.
¿A ver cómo se mea la bebé? ¡Dale nenita, tomá
la mamadera, tragala toda, y hacete caquita para nosotros bebota, queremos verte
toda sucia, perrita! ¿A ver cómo se hace pis la drogada, y cacona en la
bombachita? ¡Mirá que tu mami no va a venir a cambiarte los pañales!
Todo aquello, y otras provocaciones hacían que
mis sienes se contraigan en una nube más espesa que mi situación, y en medio de
mi peteada comencé a notar que me meaba lenta e inexorablemente. Ellos
festejaron los hilos de pis que brotaban de mis piernas moreteadas, y en cuanto
las envestidas del viejo a mi garganta eran más y más asquerosas, impacientes y
dolientes, especialmente para mi cuero cabelludo cuando se sostenía de mi pelo,
sentí que era el momento. Primero sonaron unos pedos en cuanto hice un poco de
fuerza con mi vientre. Pero no tardé en cagarme entera, antojada de pija y sin
nada de moral por atesorar.
El júbilo de los milicos fue aún mayor. Los
dos me besaron en la boca. Al gordo se le escapó un tierno: ¡Gracias bebita, te
amo, te measte y cagaste toda, como yo quería!
El viejo me puso de pie, me sacó la bombacha
y, tras frotarla en mi cola, mi concha y en mis tetas me tiró al suelo boca
abajo. Enseguida se montó a mi cuerpo, en una caída brusca y encalló su pija en
mi concha para cogerme sin prejuicios, arrastrando mi humanidad un poco por el
piso helado y escupiendo mi cara en cuanto giraba para no lastimarme la nariz.
Mientras recibía su machismo militar en mi
vulva, mi mano pajeaba a su amigo que no paraba de pedirme que me tire pedos. ¡Como
si fuera tan fácil dominar a mis intestinos! El viejo se apartó de mí
prometiendo mearme el culo luego de abrirme los cachetes porque para él era una
cerda inmunda y cochina. ¡El imbécil la tenía tan empalmada que solo pudo
mearme la espalda, ya que su pene era un obelisco de venas apuntando al techo! El
gordo se le burló hiriendo su orgullo, por lo que creo que regresó a mis
caderas, aunque esta vez para metérmela en el culo, en una sola empujada y a
fondo.
Grité como una loca porque me dolió. Creo que
hasta lo mandé a la concha de su madre. Entonces, el gordo me puso su pija en
la boca para menguar mis chillidos. Tuvo que sentarse en el suelo, por lo que
sus manos articulaban mi cabeza para que mi pete sea a su antojo.
¡Ahora cagame la chota nena, dale que después
te la doy toda en la boquita mami!, decía el viejo entre que se agitaba, se
movía pausado y me apretaba las nalgas, pero siempre con su pito endureciéndose
en las paredes de mi colita. Esa grata tortura duró hasta que el gordo me
levantó de un brazo, como si mi cuerpo fuese un retazo de diario, y cuando al
fin estuve de pie el viejo gruñó: ¡Hay que hacerla mierda a esta guachita!
Cada uno tomó posición de mí, y luego la pija
del gordo se escurrió en mi vulva, al tiempo que la del viejo se hundía en mi
culo afiebrado y tan lubricado que no hizo falta ni una gota de aceite. De ese
modo, mientras caminábamos por el lugar apenas iluminado, me cogían con sincera
pasión, y por momentos buscaban atemorizarme cuando me quemaban las puntas del
cabello con un cigarrillo. Me pedían más pis y caca mientras me lamían cada
rincón, se reían de mis ojos llorosos y de mi tos inmanejable por el humo. ¡Casi
no me quedaba resto de voz ni para gemir!
Cuando los puteaba por algún pellizco violento
en mis pezones, el gordo me tapaba la boca con un repasador que olía a
lavandina, me pegaba en la cola y decía: ¡Aguantátela pendeja, eso te pasa por
putita!
Realmente no sé cómo hacía para seguir
caminando con las dos pijas bien calzadas en mis canales. En cuanto dimos con
la ventana de la oficina, el gordo retiró su dureza de mi conchita y el viejo
abrió la cortina para mostrarle mis tetas machucadas a otro milico que vigilaba
las afueras de la comisaría. El otro le hizo un gesto, y el viejo, que no
abandonaba mi colita le gritó: ¡Vos buscate tus putas pelado, o tus travestis! ¡Mirá
que acá a la vuelta hay un par!, y los dos rieron con ironía.
El gordo cerró las cortinas, y el viejo me
hizo upa para trotar por todo el cuarto, sin sacarme la pija del culo. De
hecho, me cogía bien duro, me mecía y me decía que era una pendeja culo cagado,
una fumanchina meona y drogadicta, y que seguro me encanta garchar con tipos
maduros. Además me escupía la cara, me apretaba la nariz diciendo que quería
que le llene las manos de mocos, me estiraba los pezones y me atragantaba con
sus dedos arrugados cuando me los hacía chupar y morder.
El otro me hacía fumar un faso que sacó del
escritorio, que solo lograba que tosiera peor que antes por lo berreta y feo
que estaba, y me colaba los dedos en la concha a lo bruto para que grite
buscando piedad.
Pero esos tipos eran incansables. No sé cómo
pasó que el viejo me tumbó boca abajo en la mesa, y mientras intentaba
asfixiarme con el trapo me daba verga por el culo, olvidando que yo también soy
de carne y huesos. Hasta que su estrepitosa acabada estalló en mis intestinos,
y se propagó a mis orgasmos más verdaderos, los que se me traspapelaron en lágrimas
de pura calentura. Me dejó llorando en la mesa el muy cretino, y su amigo se
compadeció lamiendo las lágrimas de mi cara diciendo: ¡Ya está bebé, tranqui;
que Gómez ya te dio toda la leche putona!
Me levantó y me condujo a la pared donde me
ató los brazos en una barra de hierro horizontal, en la que tal vez colgaban
ropa, y el viejo me puso la bombacha para luego tomarme un par de fotos. El
gordo me meó los pies a la vez que me explicaba que, si me portaba bien con
ellos, hasta me darían algo de cenar.
Pronto su pija erecta cruzó los bordes de mi
bombacha roñosa y me penetró la concha con fiereza, mientras mordía y
succionaba mis tetas, decía que era una peterita sucia y me pedía que le mee la
pija. Hasta que el viejo apareció con un balde de agua. Nunca lo vi salir.
¡Negro, ¿Y si le damos un bañito a la
pendeja?!, dijo con cinismo el viejo, y el gordo se me apartó para que su amigo
vacíe toda esa agua fría en mi cabeza. Me estremecí y se me crispó hasta el
apellido. Ellos parecían aún más alegres.
El gordo abrió una caja de pizza y me dio tres
porciones, las que me lastré con un hambre de niño huérfano mientras el viejo
me sacaba la bombacha.
El gordo quiso escucharme eructar, y como no
me salía su amigo disparó un tiro que impactó en el techo. Seguro que fue por
el susto que, instantáneamente me hice pis.
El gordo acercó el faso paraguayo a mis labios
y me hizo fumar para calmarme. Me tranquilicé cuando se agachó para chuparme la
concha, y a pesar que me hizo acabar unas tres veces, quería una pija en lugar
de esa lengua escurridiza. Hasta que el viejo me puso el calzón nuevamente, y
los dos salieron luego de un llamado telefónico.
¡Acá nos vas a esperar turrita, y nada de
gritar, entendiste perra?!, fue lo último que jetoneó el gordo.
Pasaron como tres horas, en las que mi mente
solo repasaba los infortunios de mi extraño día. A cada minuto me sentía más
alzada. Pero no podía tocarme siquiera, porque permanecía atada, con frío,
descalza, en bolas y sedienta. Todavía me goteaba el pelo por el baldazo de
agua helada.
En ese tiempo solo podía entretenerme oyendo
los sordos gritos de los borrachos, de milicos, de silbatos y bocinas de la
calle, y todo tipo de disturbios que suelen adornar a la madrugada. Cuando
entraron el gordo me dio un vaso de agua y me trajo más faso. Mis neuronas
mezclaban calentura y cansancio, cuando el viejo puso una silla bajo mi cola,
me sentó de golpe y sentí el tirón en mis brazos casi adormecidos, todavía
atados en el caño.
Entonces, los dos me pidieron que los pajee
con los pies. A los dos se les caía la baba cuando sus pijas tomaron contacto
con mis talones, y para el agotamiento de mis pobres pies, aquellos pijazos,
frotadas y escupidas eran como masajes cargados de cariño. Entretanto me
decían: ¡Hacete pichí otra vez bebé, dale, hacela mierda a esa bombachita,
meate y cagate toda putita!
Sentía calambres en el cuello, un hormigueo en
los brazos extendidos y un dolor de cabeza intenso. Pero también muchas ganas
de obedecerles. Así que hice todas las fuerzas que pude para cagarme y mearme
toda. Eso me daba un placer indescriptible. Me había meado varias veces de
calentura. Pero nunca me había cagado.
En cuanto vieron caer un trozo de mi caca, los
dos me ajusticiaron a mamarles las pijas, primero de a una, y sin retrasar el
momento me metieron las dos a la vez. El gordo comenzó primero a deshacerse en
gemidos y ademanes, mientras su leche me empachaba la garganta. Con el viejo
tuve más trabajo. Pero en cuanto me escupí las tetas para pajearlo con ellas,
me dio unos fuertes vergazos en la boca y, entonces hasta le saqué la lengua
cuando su semen maquilló desde mi rostro a mi pelo en un espasmo ferviente.
El gordo miró la hora en su reloj y dijo que
era muy tarde. El viejo me desató, y el gordo, así como estaba me puso el top,
la camisa, el jean con mucho esfuerzo y llamó a un taxi por teléfono.
¡Es hora de volver a casa negrita sucia! ¿No
te parece?, dijo el gordo después del bocinazo del tachero. Creo que los dos me
llevaron al auto, aunque con los ojos vendados. El viejo dijo que podía
quitarme la venda, solo cuando me asegure de estar en mi domicilio.
No puedo recordar ni cómo abrí la puerta de
casa, ni si le pagué al tachero, ni si hablé de algo con él. Solo que me sentía
molida, sin fuerzas, con mucha sed y más sucia que nunca. Todo me daba vueltas
cuando al fin bebí agua en la cocina, y salté empalideciendo aún más mi
deshilachada figura cuando uno de los perros ladró en el patio. Me senté en el
sillón con la idea de ducharme. Pero me quedé dormida sin el mínimo esfuerzo.
A eso de las 9 de la mañana, los fuertes rayos
del sol ardían en mis ojos. Tanto que ni siquiera la vergüenza que sentí al ser
descubierta por mi madre podría alterarme más. Me despertó a los cachetazos
queriendo averiguar dónde había estado, y por qué estaba con el pelo engrudado,
fría, pálida, con olor a pis y caca, con un aliento de muerte y con la nariz
lastimada.
No sé cómo hizo, pero me sacó casi toda la
ropa, y cuando estuve en top y bombacha me llevó a los empujones a la cama,
cagada y meada como estaba.
La oí alejarse hablando para sí. Yo no
entendía por qué, pero cuando me trajo un vaso de jugo como a la media hora,
ante sus ojos me hice pis en la cama. Mi madre, furiosa y descolorida me dio
otras cachetadas, me desnudó entera y me puso un pañal. En realidad, ya no sé
si soñaba, o si aquello sucedía realmente. Pero sí fue cierto que mi madre me
gritó cosas que no puedo recordar, y que intentó hacerme reaccionar para que le
diga algo. La pobre no tuvo el mínimo éxito.
Sé que dormí hasta el anochecer, soñando con
los milicos, con el Facha aspirando merca, con mi primo lamiendo mis tetas,
después con la nena que andaba en bici, y luego, me levanté desconcertada a
ducharme, lista para planificar mi día laboral en la imprenta. ¿Qué pensaría mi
jefe de mí si me viera en ese estado? Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Barbaro!!! Muy fuerte. Muy cochinos los policias. Pero ella lo disfruto. Buen relato Ambar querida.
ResponderEliminarHola! síii, ella en el fondo esperaba tales tratos, al parecer! ¡Muchas gracias por comentar!
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