La verdad, ese sábado no tenía mucho entusiasmo. Nada personal, ni particular. Era uno de esos sábados repetitivos, con mucha gente en el local de ropa unisex que administro, y con una amenaza de tormentas eléctricas en el cielo, imposibles de ignorar. Como no solo me ocupo de las cajas registradoras, al menos me entretenía reponiendo promociones, atendiendo a los indecisos, charlando con algunos clientes conocidos y miroteando de vez en cuando mi Whatsapp, con la ilusión que pinte algo con mis amigas para la noche.
Todo hasta que apareció Luis. Ya lo había atendido un par de veces. Un lunes por la tarde vino a buscar un vestido bastante sugerente, supuestamente para su novia. Digo supuestamente, porque a los días apareció a comprar un conjunto de bombachita y corpiño para su esposa. Cuando le pregunté si se había casado tan pronto, haciendo alusión a su error tan evidente, lo vi ponerse nervioso y arrugar un poco el seño, mientras me decía que tal vez yo me había confundido de cliente. Dos cosas. Yo tengo muy buena memoria. Y, además, nunca podría haberme olvidado de semejante morocho, no tan atractivo por su cara, pero dueño de unos brazos fuertes, un torso esbelto y flor de espalda. Por ahí fue mi necesidad sexual que zumbaba en mis oídos, o la desfachatez que siempre me caracterizó. Es que, mientras le mostraba los distintos modelos de conjuntos de ropa interior, y se los ponía sobre el mostrador, le dije sin avergonzarme: ¡Mirá, yo siempre me acuerdo muy bien de mis clientes! ¡Así que, no sé si a todas les dirás lo mismo! ¡Lo único, acordate bien, si esa chica es tu novia, o tu esposa! ¡Digo, por las dudas, para que no tengas problemas!
Después que se lo dije, no supe dónde meterme. Pero por suerte, él era un tímido importante. O tal vez se quedó sin reacción con mis consideraciones, y prefirió no decir nada por la cantidad de gente que nos rodeaba.
¡Mirá, yo te aconsejo ésta! ¡Es una tela muy suave, tiene lindos detalles, y esos dijes en la parte de la cola, si tu chica es coqueta, le va a encantar! ¡Es una de las bombachitas que más se llevan, especialmente las chicas entre 20 y 30! ¿Cuántos años tiene ella? ¡Aaah, y de corpiños, bueno, esta bombacha combina con todos los que te dejé ahí!, le decía, sin darme cuenta que todo lo que separaba mi mano de la suya, era esa delicada bombachita. Los dos, de repente nos miramos a los ojos, acariciando esa tela pulcra, y entonces sentí unas ganas terribles de comerle la boca. Tenía unos labios carnosos tan tentadores que, era imposible no mirarle la boca. Pero no me la iba a jugar, ni pretendía hacer una escena romántica en medio de todo el personal, y el público.
Lo mejor de todo, es que Luis no se había percatado que yo lo había visto mirarme a través de la vidriera, mientras paseaba, se hacía el distraído con su iphone en la mano, o pedía un cafecito en el puestito de al lado del negocio. Su cara de baboso no podía ser menos inocente. ¡Jamás me imaginé que ese hombre alguna vez podría entrar a la tienda! Por eso, la primera vez que lo vi buscando algo entre las perchas donde se exhibían los vestidos, casi me da un ataque de arrepentimiento, y le digo a otra de las chicas que lo atienda.
Finalmente, se llevó un conjunto de ropita interior bastante sugerente. Más para una putita recién salidita del boliche que para su novia, o esposa. Pero, aquel sábado aburrido, ventoso y normal, apareció tras de mí, con su sonrisa de suficiencia, mientras yo le mostraba un bodi a Daniela, una de mis clientes más leales.
¡Hola señorita Julieta! ¡Si le parece, cuando se desocupe, le pregunto algo!, me dijo, modulando el tono de su voz para que suene como el aliento de una brisa. Encima me rozó un hombro con una de sus manos. Claro, el tema es que, yo tenía puesto un blazer con un corpiño de encajes debajo, además de un leggin para que se marque bien la tanguita que llevaba puesta, con las tiritas de la misma sobresaliendo un poquito por arriba de mi cintura. Digamos que, la política de mi local, es que las empleadas y yo usemos la ropa que vendemos, para que los clientes nos compren con más ganas.
¡Hola Luis! ¡Dale, ya termino con Dani, y estoy con vos!, le dije, adelantándome a la amabilidad de cualquiera de las otras chicas que quisiera atenderlo por mí. Es más, recuerdo que le pedí a Luciana, la más mona de mis empleadas que le cobre a Daniela una vez que elija su bodi, y me fui atrás de Luis, como una perrita alzada. En el fondo, me sentía así por él, a pesar que sabía que no era sincero. De igual forma, no quería nada estable con él, ni con nadie.
¡Acá estoy Luis! ¡Decime qué andás buscando! ¿Algo nuevo para tu novia? ¿O ya se pelearon?, le largué, sabiendo que mi comportamiento entrometido no era ético. Estaba expuesta a que me putee, me delire, o que de buenas a primera se vaya del local, acusándome de histérica, de come hombres o lo que sea.
¡No, no, esta vez, vengo a buscar algo para mí! ¡Quería, una remera suelta, que pueda usar para salir a correr, o caminar, o hacer deportes en mi casa! ¿Tendrás?, me dijo, clavándome sus ojos negros en las tetas, que, no es por nada, pero estaban a punto de reventar el corpiño que traía. Para colmo, la erección de mis pezones empezaba anotarse gravemente.
¡Sí, claro, tengo! ¡Seguime por acá, y te muestro lo último que llegó!, le dije, señalándole un pasillo repleto de buzos, remeras, camisetas y pantalones deportivos para hombres. Él me siguió, demasiado pegado a mis pasos. Tanto que podía sentir su respiración cerca de mi pelo. En ese pasillo no había nadie. Por eso el eco de mis zapatos de plataforma hacían más impaciente al momento que, tal vez solo podría suceder en mi mente. El perfume de ese moreno apenas más alto que yo no me dejaba pensar con claridad. Para colmo, en un instante de mi distracción, siento algo sobre mi culo, y me detuve en seco. Supongo que mi mano no actuó por su propia voluntad porque me quedé sin reacción, fundamentalmente al oírlo decirme, sin inmutarse: ¡Disculpe señorita! ¡No piense que quise, bueno, tocarle las nalgas, ni nada de eso! ¡Es que, perdón, sin querer me pisé un cordón, y casi me caigo! ¡Es algo que me pasa siempre! ¡Nunca aprendí a sujetarme bien los cordones! ¡Qué vergüenza!
Aún así, el zarpado no retiraba su mano de mi nalga derecha. Por el contrario. La deslizó algunos centímetros, y creo que si no le ponía cara de mala, porque ni siquiera me salió hablarle, hubiese llegado al centro de mi culo sin inconvenientes. Pero entonces recobré la compostura.
¡Qué bonito! ¿Y tu chica, o tu novia, sabe que no te sabés atar los cordones, y que gracias a eso, les tocás el culo a las chicas? ¡Me parece que voy a tener una charla muuuy seria con esa chica!, le expresé, sin saber cómo proseguir, pero segura de enfrentarlo al menos.
¡Disculpe, nuevamente! ¡Y, yo creo que mi novia sabe lo que tiene que saber de mí!, dijo, como restándole importancia a su acto deshonesto. Entonces, retiró su mano, y siguió caminando tras de mí, deteniéndose de vez en cuando para ver alguna indumentaria. Hasta que descubrí que, cada vez que él se detenía, yo lo hacía también, y me daba vueltas para mirarlo, preguntándole si estaba todo bien. En mi tercer giro hacia su persona, el muy descarado me dijo: ¡Qué pena que no pueda palpar la suavidad de esas montañas hermosas!, con un brillo letal en sus ojos. Recuerdo que chasqueé la lengua, tosí involuntariamente, y le puse cara de mala.
¿Sabía que así, cuando pone carita de enojada, se vuelve más sexy? ¡Supongo que su novio la hace enojar seguido!, se atrevió a deslizar, mientras yo bajaba unas remeras con logos estampados.
¡Eso no te importa, me parece! ¡Mirá, éstas, están buenísimas, y no son tan saladas en cuanto al precio! ¡Hay otros modelos, y colores!, le explicaba estirando dos remeras en tonos claros. Él las miraba con atención, casi sin expresar emociones.
¿Y, esas, que están allá arriba? ¡Parecen copadas!, me dijo, señalándome unas camisetas que colgaban de unas perchas altísimas.
¡Sí, están buenas, pero, creo que son más caras!, le decía, preparando una especie de taburete para subirme y llegar a las perchas, con todo el recato de no tirar otras remeras. Pensé en pedirle que se suba y las alcance. Pero, enseguida ya estaba parada sobre el banquito, y el muy turrito no desaprovechó la oportunidad de volver a tocarme el culo.
¡Perdón señorita, no lo puedo resistir! ¡La verdad, que todo lo que te ponés, te queda precioso!, me alagó, haciendo algunos círculos con sus dedos en mis nalgas.
¡Sacá la mano de ahí desubicado!, le grité, y él, sin inmutarse me chistó para que baje la voz, mientras me pellizcaba un muslo, diciéndome: ¡Tranquila nena, que somos grandes! ¡Se te re notan las ganas de tener una buena pija adentro! ¡No entiendo por qué te resistís!
Cuando al fin mis pies tocaron el suelo, le di las 4 camisetas que bajé, y volví tras de mis pasos, con la idea de salir de aquel pasillo en el que me había acorralado, luego de decirle: ¡Ahí tenés, y conmigo no te hagas el galán, ni el guacho pistola! ¡Estás muy equivocado nene! ¡Además, sos un mentiroso!
¡Mirá Luis, yo creo que, vas a necesitar un probador para ver qué onda con las camisetas! ¡Además, los pantalones, si andás buscando alguno, están del otro lado!, le dije de repente, separándome de s cuerpo vibrante, salvaje y extasiado, antes de hacer un papelón frente a los clientes. Luis me siguió rápidamente, mientras yo sentía como que caminaba sobre nubes de algodones, con la bombacha que se me prendía fuego y el corazón redoblando sus latidos con desespero. La verdad es que era difícil ingeniárselas para lo que finalmente sucedió. Al tiempo, Luis estaba parado frente a un maniquí que mostraba una ropa interior sexy, mientras yo averiguaba si había algún probador desocupado. Incluso, abrí uno en el que una chica se estaba probando una musculosa, y verla en corpiño llegó a excitarme un poco más. ¡Y eso que yo no me fijaba en las mujeres! Pero entonces, encontré uno que no era tan espacioso, y le indiqué mediante señas a Luis que podía disponer de él.
¡Avisame si necesitás algo!, le dije ni bien se acercó a la puerta. Luis entró, y en esos segundos que me parecieron siglos, no pude hacer otra cosa que quedarme a esperarlo. Lo que fue un acierto al fin y al cabo. Justo cuando pensaba en sumarme a las chicas para ayudarlas con las ventas y la gente que se acumulaba, Luis abrió la puerta del probador, y me chistó para que mire cómo le quedaba la camiseta. Además, sugirió que la prenda tenía un agujerito en el abdomen, más o menos a la altura del ombligo. Entonces, ni bien me planté en el umbral, el guacho cerró la puerta luego de arrastrarme hacia adentro, y empezó a manosearme teta, culo y concha por encima de la ropa, con todo el descaro que fue capaz.
¡ahora sí guacha, no vas a zafar de mí!, me dijo con su voz grave, apenas más audible que el sonido de nuestros cuerpos apretujándose en el cuartucho.
¿Qué pasa papi? ¡Tu novia no te entrega nada? ¡Parece que no, porque esta cosita está re dura!, le decía manoteándole el pedazo de pija que le abultaba el jogging, mientras él intentaba bajárselo, y yo con mi otra mano no se lo permitía. Una de sus manos desprendió mi corpiño, y su boca se aferró al primero de mis pezones para comenzar a sorberlo, chuparlo, babearlo y jadear sobre su superficie.
¡Estas tetas tienen la culpa que se me pare el pito, señorita! ¡Y este culo!, me decía, nalgueándome la cola y buscando recorrer la línea que separa mis nalgas con uno de sus dedos. No supe al fin si fue mi decisión, o si la opulencia de su pija empalada hasta la médula me llevó a semejante locura. Pero enseguida estuve arrodillada, oliendo el bóxer de ese desconocido, lamiéndole la puntita de la chota sobre la tela, jugueteando con el filo de mis uñas sobre su tronco grueso y escuchándolo gimotear como un niñito temeroso.
¿Estás esperando que abra la boca y te la chupe? ¿Querés que te tome la lechita guacho? ¡Pero, me parece que, por ahora no va a poder ser!, le decía, incorporándome del suelo, prácticamente con las tetas desnudas. Él empezó a amasármelas, a chuponearme el cuello y a conducir mi mano hasta la dureza de su carne. Así, poco a poco fui bajándole el bóxer, y su boca fue descendiendo por mi abdomen. Su lengua jugó con mi ombligo, y al tiempo que me lo rebalsaba de saliva, una de sus manos me sobaba la concha, acertando con la forma y los movimientos que más me excitaban.
¡Dale mami, agachate un poquito, y dale un besito a mi verga, que ya tengo la lechita calentita para vos!, me dijo el desgraciado. Supe que no tenía opción. En especial desde que se metió mis dos pezones en la boca y empezó a mordisquearlos con una sutileza que lograba una electricidad inconmensurable en mi clítoris. Sus dedos se enredaban en mi pelo, su pija totalmente desnuda golpeaba y se deslizaba contra mi pantalón, y su otra mano se tatuaba en mi culo para pegarme más a él. Así que, luego que cualquiera de sus dedos se introdujo en la avenida que divide mis nalgas, me agaché dispuesta a fregarme esa poronga fornida contra las tetas. Apenas la coloqué entre ellas, empecé a frotarme con fuerza, a escupirle el glande, a tocarle el cuero caliente con la lengua, a formar un anillito con mis labios sobre su cabecita para sorber y luego dejarlo con las ganas, y a olerle los huevos. Él me salpicaba las gomas con sus líquidos mezclados con los hilitos de mi saliva, y su pubis me presagiaba que su primer lechazo estaba al caer. De hecho, cuando menos me lo imaginé, empezó a retorcerse, a manotear cualquier porción de mi cuerpo para no perder el equilibrio, y a decirme obscenidades poco claras, mientras un aluvión de semen comenzó a liberarse de esa pija como un cilindro magnífico. Probé su semen cuando le lamí los huevos, ya que su estampida fue lo suficientemente abundante como para embarazar a todas las empleadas de la tienda. Una buena parte me bañó las tetas. Otra me coloreó la calza, y un montoncito me encremó las manos. Por eso, ni bien estuve de pie ante sus ojos alucinados, empecé a lamerme los dedos, uno a uno, como si fuesen de golosina, mientras él me acariciaba las tetas pegoteadas.
¿Qué pasó papi? ¿Te viniste enseguida? ¿No te pudiste aguantar ni un poquito? ¿Tanto te calientan mis tetas? ¡Yo que tu novia, vería la forma de estar con otro tipo, que no acabe al toque! ¿Vos sos el típico que descarga todo y se queda dormido? ¿Le chupás la conchita a tu novia vos? ¡Aaaah, perdón, quise decir, a tu esposa! ¿Cómo era? ¿Estabas casado, soltero, o qué?, le decía, mientras volvíamos a chuponearnos. Esta vez, Luis me tironeaba los elásticos de mi tanga, los que sobresalían seductores por arriba de mi calza. Si lo hubiese pensado un segundo, tal vez ni siquiera habría entrado con ese embustero al probador. Pero, las fantasías y ratones que desfilaban por mi cabeza se hacían oír con tanto alboroto que, no pude privarme de seguir embarrándome la reputación. Justo cuando él se agachó para levantarse los calzones y el pantalón, yo aproveché para sacarme el leggin y la tanga. Ni bien estuvo de pie, pareció quedarse tan inmóvil como el espejo que nos reflejaba en la pared.
¡Eeepaaa, señorita, es que, digo, hay gente! ¡Al final, tenía razón! ¡Vos la querés toda adentro mami!, tartamudeaba mientras yo volvía a ponerme el pantalón, sin la tanga. De hecho, se quedó aún más impresionado cuando se la di en su propia mano, y lo obligué a llevársela a la nariz. Apenas lo hizo, y se dignó a olerla precipitadamente, le puse una mano en el pecho como para estamparlo contra la pared, y le dije: ¡Vos no te movés de acá guacho! ¡Ahora te traigo unos shores, para que te los pruebes! ¡Y calladito la boca!
Me arreglé el corpiño y el blazer, le manoteé el pedazo que volvía a recobrar su dureza bajo su pantalón, y salí del probador, agitada, sudada y sintiendo la tirantez del semen que se secaba en la piel de mis pechos. Enseguida me mezclé con Natalia y Mariana, para preguntarles si necesitaban algo.
¡Pasa que este Luis es un pesado chicas! ¡No se decide! ¡Es de esos típicos metros sexuales inconformistas! ¡Ahora tengo que buscarle unas bermudas!, les explicaba en voz baja, intentando no delatarme.
¿Ah sí? ¿Y por casualidad, vos no te lo curtiste ahí adentro? ¡Digo, porque esos chupones en el cuello no los tenías cuando llegaste al local!, dijo Natalia, riéndose con ganas pero sin ruido.
¡Mmmm, dale Juli, no te hagas la misteriosa! ¡Sos re picarona nena! ¡Yo le decía a la Nati, que si se daba la oportunidad, te lo ibas a terminar chapando! ¡Pero de ahí a curtírtelo acá mismo? ¡Bueno, hasta ahí no te creía capaz gordi!, suscribió Mariana, pegando su cabeza a la mía para que solo Nati y yo podamos escucharla. Inmediatamente empecé a paranoiquearme. Me sentía sucia, observada por las personas que venían a comprar, señalada por los adolescentes y llena de hormiguitas en la panza.
¡no sean tontas chiquis! ¡Nada que ver! ¡Bueno, digamos que, más o menos! ¡Pero ahora no les puedo contar! ¡De hecho, tengo que buscarle las bermudas que me pidió!, les decía lo más a prisa que pude, mientras una chica me preguntaba si tenía musculosas blancas, sin ningún dibujo. Recuerdo que Nati me mandó a cobrarle a una abuela que se llevaba una parva de calzoncillos para nene, y que después asesoré a una señora acerca de unos camisones para dormir. Entonces, Nati me dijo que ella continuaba con la señora, y que me apure con Luis. ¡Encima la tonta me pellizcó el culo, y me sonrió mordiéndose los labios mientras yo me tropezaba buscando algunos pantalones cortos!
¡Apurate chiquita, y después nos contás todo, con lujo de detalles!, me dijo Mariana cuando pasé por su lado. Entonces, con tres bermudas en las manos, entré al probador. Luis se estaba masturbando, oliendo mi bombacha como si estuviese descubriendo por primera vez a qué huele una mujer, absolutamente concentrado. A tal punto que se asustó cuando yo entré como una ráfaga.
¡Acá te traje los pantalones Luis!, dije dirigiendo mi voz hacia afuera del probador, con la sola intención de disimular para los demás. Pero ni bien cerré la puerta, le arranqué mi tanga de las manos, colgué las bermudas en el gancho que había al lado del espejo, y le acaricié la pija, ofreciéndole mi cuello para que vuelva a chuponeármelo. ¡Quería conservar las marcas de sus labios para siempre! Él no tardó en cargar contra mi cuello, en manosearme el culo y liberar mis tetas del corpiño manchado para succionarme los pezones con esos labios generosos.
¡Te queda re lindo ese lunar putita!, susurró en un momento, haciendo alusión al lunar que tengo en el labio superior, mientras sorbía mis pezones, estirándolos hasta el máximo de sus posibilidades para luego soltarlos de golpe. Ahí nos matamos tranzando durante unos segundos, con unos besos de lengua que podían escucharse con toda seguridad en los probadores contiguos. Pero a ninguno de los dos nos importaba.
¿Qué me querés hacer puerquito? ¿Te calentaste mucho oliendo mi bombachita? ¿Tu novia no se moja la conchita como yo? ¿Eeee? ¡Mirá cómo se te puso la verga papi!, le decía, mientras sus manos me tironeaban el pantalón hacia arriba, para que se me entierre en el culo. Noté que sus jadeos se tornaban cada vez más peligrosos, al tiempo que me colocaba contra la pared del espejo, y su bulto empezaba a restregarse contra mis nalgas. Entonces, no había mucho más que esperar. De un solo movimiento, tan ágil como necesario, sus manos me bajaron el pantalón, y el grosor de su pija se hizo lugar entre mis piernas. Empezó a lamerme y morderme la nuca, a tirarme del pelo y a amasarme las tetas, mientras su glande buscaba la entrada de mi concha, que a esa altura era un mar de flujos desesperados. Sentí que me rozó el agujero del orto, y estuve a punto de pedirle que me culee fuerte, con todo y sin parar. Pero entonces, como si hubiésemos cogido toda la vida, su pija se internó en lo profundo de mi vagina, con la ayuda de la apertura de mis piernas temblorosas, y su cuerpo empezó a golpear, bombearme con todo, a entrechocarse con mis caderas, y a fundir su carne con una fuerza sobrehumana.
¡Dale Hija, probate ese corpiño que nos tenemos que ir!, escuché que le decía una señora a su hija, que había entrado en el probador de al lado.
¡Así guacha, gemí, así la nena te escucha, y se toca las tetitas!, me decía Luis, mientras me lamía el lóbulo de una oreja, arremetiendo con todo en la profundidad de mi conchita. yo le chupaba los dedos y me escupía las tetas como me pedía.
¿Te gusta mi concha papi? ¡Asíii, cogeme toda, abrime bien la concha nene, enseñame cómo te cogés a tu novia! ¿A ella la hacés gritar como a una putita? ¡Dame pija, asíii, Apretame las tetas, dale guacho!, le decía para estimularlo, al tiempo que el grosor de su pija parecía advertirme que le faltaba cada vez menos para soltarme su lechita toda adentro. Entonces, en un impulso que no creí que pudiera lograr, me deshice del gobierno de sus brazos y me arrodillé para admirar su pedazo de verga con mis manos, mis tetas y mi cara. Me la refregué por todos lados, embriagándome con los olores de mi sexo y su sudor clandestino. Le hice una pajita rápida, solo para ponerlo loquito, y me di varios pijazos en la boca abierta, mientras dejaba escapar algunos chorritos de saliva. También la acomodé un ratito entre mis tetas, y la apretujé como para que sienta la calentura de mi sexo. Pero, mi morocho provisto de una buena tenacidad en esos momentos, me levantó como si mi cuerpo fuese de papel, y volvió a colocarme frente a la pared, de modo que mi cola permanezca a su servicio.
¿Y Anto? ¿Qué pasa con ese corpiño? ¡A dame verte nena!, le decía la señora a la pendeja. Supimos que no llegaba a los 15 años por su voz, apenas habló.
¡Es re groncho esto ma! ¡YO quiero que me compres el otro, que tiene una tanga re bonita!, dijo la nena, evidentemente disgustada por lo que su madre quería comprarle.
¡Vos, ni en pedo vas a usar tanguitas! ¡Ya lo hablamos! ¡Eso es para las trolas, que se la pasan de cama en cama! ¿Vos sos así?, le dijo la señora. La nena rezongó algo que no entendí, mientras Natalia me preguntaba el precio de las pantuflas de peluche que llegaron aquella mañana. A esa altura Luis me nalgueaba el culo con prepotencia, me balbuceaba cosas que no comprendía, y me insistía con que le apriete la verga.
¡así putona, Apretame la verga mami, que ahora, te la voy a enterrar toda en el culo! ¿Sabés? ¿Te la bancás guachita?, me decía, mientras su pene engordaba más y más en mi mano, que le subía y bajaba el cuero para que su presemen me salpique la piel y la moral. Pero de repente, después que le grité a las chicas que los nuevos precios estaban anotados en la libreta azul, Luis me dio un mordisco intenso en la espalda, y acto seguido, aprovechando que tenía las piernas separadas, introdujo un dedo en mi culo. Eso me hizo gemir. Pero él acalló mis próximas palabras cuando me hizo chupar el dedo que retiró de mi culo. Me preguntó si me gustaba mi sabor. Sin embargo, no llegué a responderle, porque, en menos de lo que supuse, su glande colisionaba una y otra vez con la abertura de mi esfínter.
¿La querés ahora guacha? ¿Querés que te haga la colita? ¿Querés pija mami?, me preguntaba, apretándome las nalgas, sobándome las tetas y saboreando el pánico de mi rostro que se reflejaba en el espejo. Yo solo le gritaba: ¡Síiii, síii, culeame perro, dame pito en la cola!, y eso a él lo hacía sentir el macho de América. Supongo que el sonido de mi voz pidiendo piedad, fue lo que lo llevó a clavármela de una, sin preámbulos ni zozobras. Sentí la puntita de esa verga al palo resquebrajar la puerta de mi culo, y luego deslizarse unos centímetros. Pensé que la columna vertebral se me podría partir en mil pedazos cuando avanzó un poco más, mientras me arrancaba el pelo, me hacía chuparle los dedos y mi propia tanga, la que en algún momento recogió del suelo, y me decía que era una calentona ,que por eso merecía la cogida que me estaba regalando.
¡Despacito hijo de puta, pero no me la saques, cogeme despacito perro, que no es una concha! ¡Rompeme el culo, asíiii, dale hijo de putaaaa!, le grité consumida en mi propio incendio criminal. Ahora su pija estaba totalmente instalada en lo más profundo de mi orto. Sentía el golpeteo de sus huevos hinchados contra mi vagina, al tiempo que él empezaba a moverse, bombeándome cada vez más rápido, obligando a mis rodillas a rozarse contra la pared de madera que reviste el probador. Sentí un par de mordidas en mis hombros, algunas retorcidas en los pezones, y una de sus manos buscando algo entre mis piernas. Hasta que al fin uno de sus dedos habilidosos encontró el orificio de mi conchita, y en tan solo unos segundos comenzó a friccionar mi clítoris. Eso me llevó a largar un terrible chorro de flujos. Supongo que él pensó que me había meado, porque enseguida empezó a ridiculizarme, diciendo: ¡Qué pendeja chancha que sos, te re mojaste, como seguro te mojás en la camita todavía! ¿Querés que te compre pañales, una vez que te largue la lechita adentro de la cola bebé?
No tenía caso que le responda. Solo le pedía que no se detenga, que siga penetrándome el culo, y que me haga gemir. Él se tomaba mis pedidos con suma seriedad. Al tiempo que escuchábamos a dos chicas en el probador de al lado, la pija de Luis parecía poseída adentro de mi culo. Mis tetas se incineraban contra la pared, otros dedos me revolvían la concha, y el ritmo frenético de sus ensartes me llevaban a respirar de mi propia saliva. Pronto sus envestidas comenzaron a hacer vibrar las paredes, gracias a que mi cuerpo revotaba en los techos de la necesidad que nos envalentonaba, mis gemidos ya no tenían cómo controlarse, y los flujos que emanaban de mi vagina caían al suelo como trozos de olas marinas. Por eso, supongo que de repente, sin siquiera consultármelo, Luis me puso la tanga luego de arrancarme su verga del culo, me dio unos chirlos que debieron escucharse por todo el local, y volvió a atenazarme para darme pija por la concha, sin dejar de pellizcarme la cola, de morderme la nuca y hacer que mis tetas se froten contra el espejo. En un momento, alzó mis piernas del suelo. Por lo que, mientras su pija seguía perforando mi conchita, sus manos sujetaban mis piernas para que el alcance de sus penetradas me hagan gritar de calentura, emoción y abstinencia contenida. Entonces, en el exacto momento que él empezó a decirme: ¡Ahí te va perraaaa, te la largo todaaa, asíiii, tomá la lechita nenaaa, toda por la conchita putitaaaaa!, una de las chicas me golpeó la puerta.
¡Juli, mi amor, bajá un poquito! ¡La gente te escucha mi cielo!, dijo su voz, aparentando una calma que claramente no tenía. Luis dejó fluir su copioso lechazo en el interior de mi concha, y también le ordenó a sus manos liberar el peso de mis piernas. Ni bien retiró su pija de mis adentros, me pidió que me arrodille, y la ubicó con toda la furia entre mis tetas, donde siguió derramando su semen, empapándome hasta el abdomen. Entonces, empezó a vestirse, mientras me pedía que me ponga el pantalón.
¡Quiero que sigas atendiendo así putita, con toda mi leche chorreándote de la conchita! ¡Y con las tetas sucias de mi leche! ¡SI querés, mañana te vuelvo a visitar! ¡Por ahí, nos podemos hacer un trío con la gordita de la caja! ¡Tiene flor de carita de petera, como usted señorita!, me decía, arreglándose la ropa con prisa, agitado y todavía con los movimientos desarticulados.
¡Sos un flor de turro vos!, le dije, un segundo antes de salir del probador. Pero él me agarró del elástico del pantalón, me lo bajó un poquito y me mordió la nalga derecha, como un claro indicio de que íbamos a tener un nuevo encuentro.
Recuerdo que le cobré una bermuda, dos camisetas y un bóxer negro, mientras le hacía ojitos a Mariela, la chica que habitualmente atiende la caja.
¡Adiós señorita, muchas gracias por la atención! ¡Aaah, y no se olvide de hablar con su compañera!, me dijo a viva voz, antes de cruzar la puerta de calle y perderse de vista. Obviamente que Mariela me preguntó qué había querido decir ese tarado, en textuales palabras suyas. Yo me hice la boluda, y corrí a contarles todo a Nati y a Mariana, que ya me miraban con ganas de saberlo todo. Esa tarde, a cada paso que daba me acordaba de Luis, por las gotas de semen que al final terminaron empapándome hasta el pantalón. Además, tenía el culo lleno de cosquillas, como si ya estuviese extrañando el grosor de esa pija inmaculada. Mariana me aseguró que escuchó clarito que yo le pedía la leche, que le decía todo el tiempo: ¡Dame todo papi, haceme la colita nene, más adentro! Natalia me confió que le faltó muy poco para meterse una mano adentro del vestido y tocarse la concha cuando pasó y escuchó los ruiditos de mi boca. Seguro fue mientras le chupaba la verga.
¡Bueno gordi, pero, hubo una nena que, yo creo que se fue con la bombacha mojada de tanto escucharte! ¡Estuvo justo en el probador de al lado!, me dijo Maru, algo escandalizada. Aún así , la mañana siguiente no hubo ni noticias de ese morocho. Al menos, las tres quedamos de acuerdo que, si se presentaba la oportunidad, no íbamos a descansar hasta enfiestarnos con él, a como dé lugar. ¡A ellas también les calentaba mi macho! Fin
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