No lo podía creer! Pensé que mis métodos y mi
forma de educar a Soledad habían dado buenos resultados. Hasta ayer no tenía
absolutamente nada que reprocharle, exigirle, reclamarle o lamentar de su
conducta, sus calificaciones escolares y su sed de liderazgo como capitana en
su equipo de vóley, sus buenas relaciones con sus amigos y sus pocas ganas de
dramatizar con los amores adolescentes. Nunca hizo falta levantarle la voz para
nada. Es ordenada, limpia, correcta en su lenguaje y sus modos, muy delicada y espontánea.
Justamente, como premio a sus esfuerzos, y
teniendo en cuenta que hace una semana cumplió los 18, con mi marido tuvimos la
idea de comprarle un auto. Era un Peugeot 306 usado pero en excelentes
condiciones.
Ayer por la tarde ultimé detalles con la
agencia, firmé papeles y pedí permiso para salir más temprano del trabajo. Hace
10 años que tengo a cargo una afamada imprenta en Caballito, y gracias a la
confianza que se ganaron mis empleados, a veces me doy el lujo de ausentarme
alguna tarde.
Esperé el llamado de mi marido y entonces fui
hasta Barracas, que es donde vivimos. Mi marido dejaría el coche de Soledad en
la puerta de casa y luego iría a un café por una reunión de negocios. Yo debía
sorprender a nuestra hija con semejante regalo, y no lograba controlar la
ansiedad por ver la alegría en sus ojos celestes.
Entré algo extrañada, pues, la puerta de calle
estaba sin llave. Me quité los zapatos, puse música bajito, la llamé, aunque
sin insistir porque, en ocasiones solía recostarse un ratito a la salida del
gimnasio, y me preparé un té. Me lo tomé medio a las apuradas, y decidí que
algo tan importante no tenía que esperar más. Subí las escaleras rumbo a su
habitación y, me sorprendió ver su cama vacía. Estaba su bolsito personal, su
billetera y su celular en una silla. La puerta del baño permanecía abierta.
Tampoco había rastros de ella en la sala de lectura, ni en el balcón donde a
veces se sentaba a pensar.
Entonces bajé con los nervios de punta. No
quise llamar a ninguna de sus amigas hasta no revisar la casa por completo.
Pensé que podía estar en mi cuarto con los auriculares puestos, tal vez agotada
por la rutina, y me tranquilicé un poco.
Pero, apenas estuve a unos pasos de la puerta
entreabierta, se me paralizó hasta el último músculo del cuerpo. Tragué saliva
y sentí que algo imposible de definir me arrancaba la garganta. Oía besos,
gemiditos, movimientos de roces y fricciones invisibles a mis ojos, ya que la
luz estaba apagada. Quería creer que mi hija estaba excitadísima, pero que
fuese un muchachito tan sediento como ella el que la incitaba a gozar de esa
manera. Sin embargo, cuando decidí entrar al cuarto, vi que era una mujer que
le doblaba la edad la que lamía su sexo, le acariciaba el abdomen y los senos.
Mi niña tenía los pezones duros y crespitos, el pelo mojado, la bombacha por
las rodillas, las piernas en un constante temblor, las manos en el pelo de
Mónica y los ojos cerrados.
Sí, yo conocía a Mónica, tanto como Soledad.
Ella cuidaba de mi hija cuando era pequeña. Es nuestra vecina de toda la vida,
y a pesar de ello jamás supe de su condición sexual. Ahora algunas piezas
empezaban a reorganizarse en mi mente mientras seguía impertérrita, muda y
desorientada, viendo cómo Soledad succionaba los dedos de Mónica, y ella se los
deslizaba por las tetas.
Mónica no tenía hijos, y siempre se quejaba
del poco tacto de los hombres a la hora de seducir a una mujer. Nunca se vestía
muy femenina que digamos, a pesar de que tiene una cintura preciosa y una cola
que derrite todo a su paso. Siempre sale sola a tomar un café o al shopping.
Algunas veces Soledad la acompañaba, y entonces mi cabeza generó posibles
situaciones entre ellas. Las imaginaba besándose en el cine, entrelazando sus
manos cuando iban en el tren a lo de sus abuelos, a Mónica mirarla con deseo
mientras Soledad se arreglaba para salir con amigas, o a mi hija aprendiendo a
masturbarse bajo los consejos de su afable mentora. Pero la realidad era mucho
más cruda que en mi imaginación.
Mónica olía la bombachita roja de mi niña
luego de sacársela con la boca, una de sus manos le abría los labios vaginales
para que un dedo irrespetuoso se escurra en su hueco prohibido, y con la otra
se apretaba las tetas, tan desnudas como el asombro de mis oídos al escucharla
romper el silencio.
¡No te asustes Sandrita, que recién tuvo un
polvito sensacional! ¡Tiene una conchita deliciosa tu nena!
Quise mandarla a la mierda y reventarla a
trompadas. Pero la voz de Soledad la defendió de cualquier acto violento que
pudiera aplicar sobre ella.
¡Mami, yo estoy bien! ¡No te pongas mal! ¡Me
encanta que me toque, que me coma la concha y las tetas, que me chupe toda!
¡Pero, vos, viniste más temprano!, dijo ahogando sus palabras, porque la lengua
de Mónica se nutría de los jugos que renacían de la fiebre de su clítoris. Soledad
le presionaba la cabeza y se movía como para pegar más y más su pubis a su
boca, y los chupones de mi vecina la hacían gemir de emoción.
Mónica le lamió los pies, le mordió los
talones, le hizo cosquillas detrás de las rodillas, le metió un dedo en la
entrada de la vagina para lamerlo y, justo cuando me pareció escuchar el
timbre, se dio a la tarea de saborear sus pezones. Se los sorbía, los estiraba,
los juntaba entre sus labios y no paraba de friccionarle la conchita.
Sole jadeaba con algunas lagrimitas en los
ojos y le pegaba en el culo a Mónica, que ya no tenía su jean desgastado. Por
momentos quería que la tierra se abra y me trague. No sabía cómo dejar de
observarlas. No podía reprender a Soledad, ni echar a la mierda a Mónica. Pensé
en mi marido y en su reunión de negocios. Tuve ganas de que no vuelva hasta que
todo culmine entre ellas. Pero también de que las vea y les caiga con todo el
rigor de un macho enojado de verdad. Nada resistía explicaciones ni análisis en
mis estructuras derrumbadas ante mí.
¡Sacame la bombacha Sol! ¡Dale chiquita, y
pajeame un ratito, querés?!, dijo Mónica poniéndose como en cuatro patas sobre
el cuerpito de Sole, que seguía cara al cielo. De esa forma sus bocas se
reunían con sus respectivos sexos para compartirse una inacabable sensación de
placer.
La bombacha de Mónica cayó espesa de tantos
flujos al suelo, y su lengua se internaba más y más adentro de la vagina de mi
pequeña. Esa lengüita la estaba cogiendo como la pija que siempre soñé que
alguna vez le arrancaría un orgasmo tras otro en su luna de miel. La boquita de
Soledad también lamía, besaba, chupaba y jugueteaba en la conchita sedienta de
mi vecina, y se desesperaba por llenarse de su aroma.
¡No sabés cómo chupa la concha tu nena Sandri!
¡Seguí pendeja, comeme toda, meteme los deditos, dale, que me volvés loca!,
susurraba Mónica entre jadeos y espasmos de lujuria, al tiempo que Sole le
estrujaba las nalgas sin abandonar el fragor de sus suspiros y su boca
laboriosa.
¡Vos también me calentás mucho! ¡Mordeme la
chuchi, dale perra, sacame todo el juguito!, decía mi hija envuelta en un río
de sudor que ardía en las sábanas.
Cuando Mónica se levantó y abrió el cajón de
la mesa de luz de Soledad, no sé por qué una sensación de estremecimiento se
apoderó de mis sentidos. Sacó de adentro una hermosa bombachita blanca con un
pito erguido, de no más de 15 o 16 centímetros. Se la puso sin perder tiempo,
le dio sus tetas a mi hija para que se las succione como una bebé acalorada,
desnudita y solloza, la besó en la boca y, lentamente fue acomodándose encima
de su cuerpo para primero frotar la puntita de ese chiche en el clítoris
incandescente de Soledad, que retorcía los deditos de los pies como no creyendo
en lo que estaba viviendo. Hubo unos movimientos sutiles, después unos besos
intensos, y luego unos quejidos de Soledad acompañados por un quiebre de
cintura de Mónica, al que le siguieron varios. Supe que ese pito de mentirita,
pero flexible y penetrante comenzaba a entrar y salir de la vulva de Soledad.
El impacto de las tetas de Mónica contra las suyas podían iluminar todo el
cuarto con los chispazos que desprendían tales frotadas, y mi nena gemía feliz,
cada vez más entregada a su amante.
Supuse que el entrechoque de sus pubis le
ofrendaba a Mónica una excitación inmanejable, ya que Soledad le mordía los
pezones, le rasguñaba la espalda dejándole serias cicatrices, ya que tenía las
uñas largas, le apretaba las piernas con las suyas como respuesta a los
ensartes de su pija de plástico y la lamía enceguecida, casi sin reparar dónde.
Pero mi nena tampoco controlaba sus gritos, ni las groserías que pronunciaba su
aliento fresco, como de hierba empapada por el rocío.
¡Cogeme guacha, haceme tuya, sentime y comeme
las tetas, abrime toda con esa poronga rica, tocame toda y no pares putita!
De repente tuve ganas de meterme una mano por
debajo de la falda y masturbarme con la misma despreocupación que ellas me
inspiraban. Sin embargo la moral, mis temores y prejuicios, mi rol de madre
aterrada por el panorama que, ahora ya no me parecía tan terrible, no me lo
permitieron.
Justo en ese ir y venir de pensamientos sucios
en mis venas, Mónica se levantó luego de que ambas quedaron unos minutos
pegoteadas y enredadas como babosas, a punto de caerse de la cama. Las dos
tiritaban, gemían bajando las revoluciones, pero se besaban con una obsesión
que, podría incendiar toda la casa con solo acercarles un pedazo de papel.
Mónica, sin sacarse la bombacha le hizo lamer
el juguetito a mi nena, y recién entonces me miró con cierta desconfianza.
¡Y bueno Sandri, resignate negrita! ¡A tu nena
le gusta la conchita como el helado de chocolate! ¿Qué querés que le haga?!,
dijo la descarada, con una sonrisa de circunstancia y la lengua de Sol
limpiando el pene de fantasía, saboreándose como si fuese un manjar exótico.
Soledad no podía dirigirme la mirada. Solo lo
hizo ni bien Mónica se vistió, recordando que esperaba a no sé quién en su casa
y se le había hecho tardísimo. Mónica cruzó la puerta de la habitación, luego
de morderle los labios a mi nena, le sonrió por última vez, y bajó apurada las
escaleras para volver a su casa. supongo que en el fragor del momento recordé
que la puerta de calle permanecía sin llave, y se lo dije para que pudiera
salir sin problemas.
Allí contemplé a mi hija desnuda, con huellas
y marcas de besos en la piel, con olor a sexo, con destellos de saliva y los
ojitos luminosos como nunca.
¡No me vas a retar por esto ma? ¡Yo quería
hablar con vos de Moni, pero no me animé! ¡Yo quería explicártelo todo!
¡Perdóoon!
No podía retarla. Ni pensé en castigos o
reprimendas. Solo pude articular en medio de un bostezo descontracturante: ¡Mirá
sol, ponete una bombacha, algo encima y vamos a comer una pizza! ¿Querés? ¡Ya
llega tu padre… y si te gustan las chicas, eso no cambia nada para nosotros mi
vida! ¡No te aflijas!
Ella sonrió, guardó el juguetito en una bolsa
para entonces devolverlo al cajón, y salió de la cama dispuesta a vestirse con
lo primero que encontrara luego de una ducha rápida.
Cuando estuvimos en el living recordé que el
auto estaba esperando en la puerta, y preferí que le demos la sorpresa con mi
marido, los dos juntos. Esa noche hubo felicidad, algarabía, abrazos de sincera
emoción y agradecimiento, alguna charla para advertirle de los cuidados de la
gente en la calle, pizzas, algunas cervezas y muchos brindis. Mi marido la
trataba como a una princesa, y mi hija sabía cómo enorgullecernos cada vez que
nos hablaba.
Pero yo sabía su secreto, y esa noche no pude
con las ataduras de mi mente. Apenas estuve en ropa interior en la cama con mi
marido se lo comenté todo, con detalles y por menores. Me gustó que se lo
tomara con naturalidad.
Yo permanecía caliente por todo lo que había
visto, y esa noche, en cuanto le toqué la pija comenzamos a fantasear con ella
y con la vecinita. Hacía mucho tiempo que no cogíamos así de rico, con una
pasión que se nos desbordaban hasta los gemidos. Yo pensaba en la boca de
Soledad comiéndole la conchita a esa perra, y él en el culo de Mónica siendo
azotado por las manos de nuestra nena. Esa madrugada me dio tanta leche, y se
le había parado tanto que hubo lugar para dos polvos más. El guacho acababa
cada vez que le decía que Sole tiene una conchita perfecta, que gime como una
diosa del sexo y que le excita mucho que le pellizquen la cola. Mi marido nunca
habló con Soledad de nuestro secreto, en especial porque yo se lo pedí para que
no invada su espacio personal. Por lo tanto, deberá esperar a que ella misma se
sincere con él.
Saber que a mi nena le gusta la conchita nos
encendió todos los morbos que jamás podíamos imaginarnos que existían. ¡¿cómo
podría prohibírselo?! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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