No es algo de lo que me arrepienta. Creo
firmemente en que las oportunidades que la vida nos pone en frente deben ser
bien recibidas por todos los mortales de la tierra. Me llamo Franco, tengo 26
años, soy no vidente y, hace tres años que tengo novia. Pero no voy a hablar de
ella, por más que sea una parte importante de esta historia.
Voy a contarles mi paso fugaz por una hembra
sedienta de sexo, dispuesta a todo, con encantos a los que nadie podría
resistirse.
Fue en Corrientes, y la conocí medio de
casualidad. Es extraño conocer a alguien de tu misma provincia a kilómetros de
distancia, ya que los dos somos mendocinos.
Era un encuentro de actividades de todo tipo
para discapacitados, que tenía como principal objetivo la integración entre
nosotros y con la sociedad. Yo fui sin acompañante, pero Exequiel, uno de los
ciegos con el que yo casi no tenía trato, fue con ella como su tutora. Él decía
que era su guardiana personal.
Se llamaba Suyai, era delgada, bajita, de pelo
largo y, por supuesto vidente. Supe por ella que es morocha, que sus ojos eran
marrones, que no se maquillaba mucho y, adiviné por mí mismo que no tenía
demasiado busto. Sin embargo era propietaria de una cola espectacular. Pero eso
pasó más adelante.
Debo decir que su perfume me excitaba a la par
de su voz tierna, aguda pero con matices de pura sensualidad. Empezamos a
charlar casi sin querer. Exequiel era uno de los más pequeños de nuestra
delegación. Todavía iba a séptimo grado, y al parecer ella se aburría bastante
con él. Por eso no le costó unirse a un grupito de chicas con las que salía a
tomar algo, o a comer hamburguesas. En una de esas salidas yo tuve el honor de
ser su invitado. Al pibe lo dejó en la habitación del hotel para que descanse.
Ella parecía asombrarse de cómo me desenvolvía
con la comida, los aderezos y la sal para las papas. No podía creer que fumara,
que tomara cerveza, que hablara de mujeres, de tecnología, de sexo aunque de
formas graciosas y de algunos programas de la tele. Tal vez para ella los
ciegos eran bichos raros, aburridos y estructurados.
Ya en el camino de regreso al hotel, hubo un
momento en el que nos quedamos a solas. Allí me tomó de la mano, puso su cabeza
en mi hombro y me dijo que yo le gustaba, que no conocía a un hombre tan
divertido, agradable y comprensivo como yo. No se molestó cuando le aclaré que
estaba de novio. Incluso dijo que no era celosa, y que hablaría con ella para
ponerse de acuerdo en compartirme. Naturalmente lo tomé con gracia, y le seguí
el juego.
¡Un día con cada una! ¡Por ahí, los martes y
jueves, dormís en mi cama! ¡Y los demás días, hacés el amor con tu chica, como
para no avivarla!, me dijo divertida, con elegancia al hablar en forma de
susurros. Me dio un beso mojado en la cara con los labios abiertos, me dejó
encender su cigarrillo y prefirió que nos apuremos. Me hizo reír nuevamente cuando
bromeó que tenía que cambiarle los pañales a Exequiel, y nos despedimos.
Toda esa semana tuvimos distintos encuentros
en los que solo hablábamos un poco. A veces en el hotel, otras en el colegio
donde se daban las charlas y exposiciones, y algunas de camino al almuerzo en
uno de los comedores del instituto. Ella no tenía novio y vivía sola con sus 22
años independientes y vanidosos. Al menos yo le aliviaba el malhumor de tener
que cuidar al nene, que al parecer no hacía nada sin su supervisión.
Pero en el micro, ya en el viaje de vuelta a Mendoza,
nos sentamos juntos apenas el pibito se durmió. Ahí fue cuando me besó, me tocó
la pija sobre la ropa y me dijo que no iba a olvidarse nunca de todo esto.
Me pegó en la mano a modo de juego cuando le
toqué las tetas. Pero luego la tomó para ubicarla por encima del corpiño y
debajo de su remerita.
Gimió, y yo me volví loco. Le pedí que gima en
mi oído, como si estuviese excitada, y ella entonces cumplía acariciando mi
pene que se endurecía pidiendo emerger y acunarse en su fuente prohibida. Cuando
logré liberar una de sus tetas del corpiño y le di un chuponcito, dijo que nos
estábamos yendo a la mierda, y que si alguien nos veía tendríamos problemas
serios. Pero eso no impidió que nos comamos la boca como dos criaturitas en
celo, enamorados y calientes.
Ella me decía: ¡Me estoy mojando toda nene! ¡No
puedo más! ¡Quiero cogerte acá mismo! ¡Encima, a vos se te pone cada vez más
dura cochino! ¡Y no hace falta que finja que estoy excitadita!
Y sus palabras se hamacaban en sus jadeos,
suspiros y chupones aún cuando sus manos no paraban de abarcar la erección de
mi verga en llamas.
Pronto ella volvió con Exequiel, y en menos de
lo que creí estábamos en la terminal de Mendoza. No hubo mucho sigilo que
digamos. A la misma vez que mi novia me abrazaba contenta por mi vuelta, Suyai
me daba un papel con su celu y su dirección en braille.
¡Cuando puedas llamame, y te venís a mi casa a
tomar unos mates! ¡Bah, digo, sin compromiso!, dijo mientras se alejaba. Claro
que eso me valió una pelea fuerte con mi novia, a quien tuve que mentirle. Le
expliqué que esa tilinga, como ella la denominó, necesita clases de
lectoescritura braille porque tiene un hermanito ciego, y que me ofrecí para
ayudarle. Como enseguida vio a Exequiel prendido de su mano, no tuvo elementos
para rebatirme la excusa. Además, teóricamente me pagaban esas clases. De igual
forma no me creyó, y estuvimos diez días sin hablarnos.
Como era de suponer, no iba a soportar mucho
tiempo sin llamar a esa inescrupulosa mujer que me rondaba como una brisa
fragante. La llamé, y ese mismo día fui a su casa. Tomamos unos mates con
galletitas, me pidió que me quede a comer y, de repente se me acercó para
abrazarme. No tenía remera puesta ni corpiño.
Me comió la boca buscando palpar mi pito
encendido hacía rato, y yo la tiré sobre la mesa con la determinación de
chuparle las tetas. Lo hice, mientras humedecía mis dedos en su boca, le besaba
la pancita, le frotaba la concha sobre el pantalón, y, cuando se lo quise bajar
decidido a penetrarla sin prejuicios, me detuvo diciéndome que estaba
indispuesta.
¡Eeeee, qué pasó con esa carita? ¡Igual te
puedo sacar toda esa lechita con la boca bebé!, me dijo cuando evidentemente no
pude ocultar mi desilusión.
Ahí nomás me sentó en la silla, me bajó el
pantalón y el calzoncillo, me olió y lamió la pija, se la metió en la boca y
comenzó a mamarla con un desenfreno que desconocía. No fui capaz siquiera de
avisarle que me faltaba poco, y en breve su boca era un pozo seminal que
emanaba saliva y jadeos insolentes. Se la tragó toda la chanchona!
Luego de eso comimos hablando de todo un poco.
Ella parecía llena de regocijo. En medio de la comida se me sentó encima para
frotar su conchita en mis piernas, con su lengua desparramando sensaciones en
mi cuello, y sus tetas siempre desnudas. Esta vez ni me importó su periodo
menstrual. Le arranqué pantalón y bombacha, froté mi pija erecta nuevamente en
su pubis, y ella solita se la metió en la concha para así triturarme los huesos
por poco con el frenesí de la cabalgada que me pegó. Cogía rico, gemía como una
salvaje y decía todo el tiempo que quería pija todos los días.
Yo le pegaba en el culo, le escupía las lolas,
le mordía los pezones, arqueaba mi cuerpo para que mi pene se le entierre más y
más adentro, y le juraba que mi novia nunca me había hecho gozar así.
¡Pobrecito, tiene una novia que no sabe coger!
¡Pero acá está tu putita bebé, para sacarte la lechita cuando quieras!, dijo
con astucia, entre gemidos y el rigor de sus dientess en mi cuello.
Acabé como un conejo en cuanto comenzó a
morderme los labios, diciendo sin parar de moverse: ¡Acabame asquerosooo, dame
lechitaaa!
Aturdidos y temblorosos fuimos a su pieza.
Allí ya nada sería con tanta ternura. Ella me tiró en la cama y me chupó la
pija. Se me subió otra vez para unir nuestros sexos, esta vez dándome la
espalda para que su culo tremendo sea como agua fresca para mis manos. Después
yo me le subí arriba y le martillé sin descaro esa conchita jugosa, caliente
como pocas, ávida de pija y sin un pelito. Le pasé la chota por la cara y por
las tetas, me la mamó acostadita y entonces, se puso en cuatro sobre la cama. Mi
valentía la sometía con todas mis fuerzas apenas mi glande se anidó en su
vagina, y le di duro para estremecerme con sus alaridos. Tenía que morder la
almohada para no alertar a sus vecinos.
¡Cogeme toda hijo de puta! ¡Dame toda esa
verga, así papi, haaay, haceme tu puta pendeeejoooo!, decía presa de mi
instinto animal, y me chupaba los dedos cada vez que se los sacaba de la
conchita.
No sé cómo fue que llegamos a toparnos con el
ropero, pero allí la arrinconé y le di más verga por la concha, ahora con mis
dedos estimulando su culito.
¡Ni creas que te voy a dar mi cola Franquito!,
dijo riendo cuando me fregaba las tetas por la pija, de nuevo agachadita con la
cabeza contra el mueble. Ahí me hizo otro pete con el que casi le hago un hijo
por la boca. Pero esta vez no se le dio, pues, de inmediato terminamos en el
piso, ella sentada sobre mi pecho. Entonces, mientras yo le colaba deditos en
el chochito con mi pija rozando sus nalgas me preguntó qué era lo que más
deseaba hacerle, o que ella me hiciera. No obtuvo una rápida respuesta, ya que
no podía pensar de tantas sensaciones encontradas. me turbaba y me calentaba al
mismo tiempo revolcarme con Suyai, pensando en mi novia! Por lo que ella me
acomodó de costado, se recostó pegadita a mí y colocó mi pija en su deliciosa
semilla para que me la coja como en cucharita. Ella levantaba la pierna derecha
y me clavaba las uñas por donde quiso mientras yo le daba bomba prometiéndole
que esa cola iba a ser mía.
Ahí empezamos a jugar de manos, como si se
tratara de una lucha de reconciliación. Ella se zarpaba porque me pegaba fuerte.
Nos corrimos por toda la casa, y ella se descostillaba de risa cada vez que me
chocaba con algo. Claro que no permitía que tuviese un accidente grave.
Cuando la atrapé en la cocina la tiré boca
abajo en la mesa, le abrí las piernas, le di terribles chirlos en la cola y le
mandé la pija por la concha para seguir cogiéndola como el olor de su piel me
lo imploraba. Entonces, en un solo ataque de calentura le abrí el culo, le eché
una tremenda escupida, le revolví la conchita con los dedos al tiempo que le
apuntaba el agujerito con mi poronga y, antes de que dijera cualquier cosa se
la metí de lleno.
Le dolió, pero no tanto como si lo hubiese
tenido virgen, como ella aseguraba que lo tenía. Nos movíamos con la sed en la
sangre, ella gritaba apretujándose las tetas contra la mesa y me la pedía más
adentro.
Hasta que dijo: ¡Pará guacho! ¡Llevame
despacito hasta la silla que tenés a la izquierda!
Lo hice, y entonces ahora ella saltaba sobre
mi mitad, comiéndose mi pija con ese culo magnífico.
El día ya era noche cerrada con grillos,
mosquitos y un silencio como de cementerio. Ahí podría terminar si mi novia se
habría enterado de la mitad de los hechos. Pero mi verga seguía sedienta,
durísima y con ilusiones de enlecharle hasta el nombre.
Volvimos a la pieza donde cogimos un ratito
más en su cama. Allí, mientras su conchita soltaba y atrapaba mi pija le pedí
que me meara todo. Dijo que le fascina hacer eso, pero que no tenía ganas de
hacer pichí.
De todos modos mis testículos ya no soportaban
tanta producción en vano, y le llenaron la conchita de leche en solo un segundo
de gloria infinita.
Ella después me hizo pajearla y, como mis
dedos salían pegoteados de su interior, Suyai los lamía y volvía a pedirme
paja.
Al rato compartíamos un cigarrillo, ella con
algunas palabras que no se atrevía a pronunciar, y yo hecho un dandi con
semejante degeneradita.
Hubo otra noche de sexo entre nosotros, y
entonces vinieron sus confusiones, sus evasivas y esa especie de indiferencia
que ciertas mujeres crean como defensa cuando solo quieren coger pero temen
quedar como unas desubicadas, unas trolas o psicóticas. Me dijo que sentía pena
por mi novia, que no estuvo bien lo que le hicimos, que no podíamos ser amigos,
que a ella no le va el sexo sin amor, y un montón de chiquilinadas más. Le
corregí con algo de impaciencia que los dos quisimos hacerlo, y yo jamás habría
estado con ella sin su dirección y su celular.
De igual forma, a los días me reconcilié con
mi novia, y como Suyai estaba cada vez más difícil, inaccesible y caprichosa,
preferí que todo quede en una aventura y nada más. A lo mejor, quién te dice
que mañana se despierte mojada de tanto soñar con mi poronga y la quiera de
nuevo en el orto! Fin
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