Darío y yo nos casamos a los 21, enamorados y
con un montón de sueños. Ambos necesitábamos irnos de nuestras respectivas
casas para estar tranquilos y solos. En lo de mi suegra ni siquiera se nos
permitía una expresión de cariño en público. Mi casa era muy pequeña y todos
estaban por todos lados. Darío decía que pagar un telo para tener sexo era para
los amantes infieles o para las putas. O sea que, recién cogimos en nuestra
luna de miel, en las sierras cordobesas, y allí quedé embarazada.
Hoy tengo 37, 3 hijos, 2 perros y un gato, una
motito y un marido que siempre está para mí. Es un padre excelente y admirable.
Trabaja todo el día en su local de electrodomésticos, y todos los fines de
semana salimos a pasear con los chicos para sacarlos un poco de la rutina del
colegio. Los ayuda con los deberes, siempre les trae algún postrecito, mira
alguna peli con ellos, los hace reír a menudo porque es muy payaso, y hasta me
ayuda a planchar los guardapolvos.
Conmigo es un dulce. También me trae
golosinas, flores, algún adornito artesanal o perfumes. Pero, sexualmente hace
mucho que no tenemos una buena noche, o al menos en la que yo me sienta plena,
satisfecha o realizada. En pocas palabras, no me sentía bien cogida por mi
hombre. Nunca tuve una buena amiga con quien hablarlo, pero mi hermana decía
que seguro yo no lo provocaba, o no me ponía ropita sexy para él, o que estaba
demasiado chapada a la antigua con mi pensamiento de que el hombre es quien
debe tomar la iniciativa.
Mi comadre me sembraba dudas acerca de
Liliana, su secretaria en el negocio a quien conozco de toda la vida en el
barrio. Ella era soltera y no tenía hijos, por lo que su figura no había
sufrido grandes desarreglos, y sus 40 años eran los de una pendex radiante que
se llevaba el mundo por delante. Aún así yo confiaba en él.
Una siesta pasó lo que hasta hoy considero que
fue mi más preciado error, mi pasaje derechito al infierno, mi pecado más
repudiable. Pero no me arrepiento de nada. La primera vez me tomó por sorpresa.
Sí, hubo otras veces, todas en mi propia casa. Martín, el hermano menor de mi
marido se me apareció en el lavadero mientras yo separaba la ropa por colores para
lavar. Yo estaba agachada. Lo que le motivó a tocarme el culo y decir con audacia:
¿Cómo anda mi cuñadita preferida?
Mi corazón brincaba del susto, y él se
desarmaba de risa. Presa del imprevisto lo insulté y le dije que Darío no
volvía hasta la noche. Dijo que necesitaba unas herramientas, unos cables y una
aspiradora para autos. Después me reprendió por dejar la puerta de calle sin
llave. Le dije que todo eso lo iba a encontrar en el galpón de Darío, y cuando
apagué el secarropas se me desprendió el botón de la blusita vieja que uso para
limpiar, y no traía corpiño.
Martín observó la situación y me devoró las
tetas casi al aire con la mirada. Se puso un dedo en la boca y exclamó: ¡Huy
cuñadita, así que cuando te quedás solita andás medio en bolas? ¡Ya noté que
debajo de la pollera no hay bombacha! ¿O me equivoco?
Un calor abrazador subió de repente hasta mis
sienes, y no pude responderle. Tenía razón, y para colmo ese día andaba más que
caliente.
Me preguntó por los chicos, y apenas terminé
de decirle que estaban en la escuela se me acercó para apretujarme contra la
pared. Me quitó la blusa y empezó a masajearme los pechos. Ponía mis pezones
entre sus dedos y los rozaba con la punta de su lengua, hasta que al fin se
dignó a chuparlos con una ferocidad que solo le conocí a Darío en los primeros
meses de casados. Además Martín no estaba nada mal. Es un pendejón de 29, con
ojos verdes medio saltones, morocho, elegante a pesar de su oficio de mecánico,
alto, no muy musculoso pero apasionado.
Cuando sentí el roce de su bulto en mi pierna
noté que me mojaba como nunca, y me urgieron unas terribles ganas de saber cómo
era su pene, aunque mis pensamientos se debatían entre el bien y el mal. Pero
él no me dejó verlo. Tan solo apoyé las manos en la pileta llena de broches, y
él me levantó la falda. Fue todo tan rápido que apenas tuve fuerzas para
pedirle que pare, por más que deseara todo lo contrario, y él se percató de
ello. Cuando sentí la punta de su pene golpear mis nalgas se lo pedí.
¡Cogeme pendejo!, se me escapó cuando me
besaba la nuca, amasaba mis tetas y franeleaba su pecho ya sin su remera en mi
espalda. Tocó mi vulva con sus dedos, los lamió gimiendo y se aferró a mis
hombros para ubicar de modo perfecto su pija erecta en la entrada de mi vagina.
Se movía al ritmo de mis pulsaciones. Me excitaba el choque de su pubis en mi
culo y el desliz de su dureza en mi sexo. Cada vez que medio se le salía volvía
a meterla, y en ese acto rozaba mi clítoris hinchado. Eso me hacía gemir como
una monjita inexperta. Ninguno de los dos decía nada, hasta que me anunció que
le faltaba poco.
¡Acabame adentro nene si te la bancás!, le
dije hecha una furia, y él irritó mis oídos con un gemido abierto por el que se
le cayeron unos hilos de baba. Su lechita caliente recorría mis paredes
vaginales, mis huesos temblaban, mi sudor envolvía mi inocultable culpa, y él
se subía los pantalones sin dejarme mirarle la verga. Sentirla fue maravilloso!
Cuando lo vi preocupado le aclaré que ni loca
me iba a quedar embarazada, ya que hace dos años me había ligado las trompas.
Su rostro se descontracturó, pero su voz yacía inmóvil.
De repente vi la hora en el reloj de pared, y salí
corriendo a ponerme algo más decente, porque debía ir a buscar a los niños al
colegio. Cuando regresé Martín me saludaba desde la ventanilla de su auto. Me
sentí sucia todo el día, y algo con sabor a orgullo parecía rejuvenecer mis
libertades. Quería tenerlo adentro mío de nuevo. Pero no debía ser yo quien lo
buscara. ¿O sí?
Esa noche Darío tuvo ganas de hacer el amor,
pero solo estuvo unos 3 minutos sobre mí, con mis senos en su boca y una de sus
manos apretando mis nalgas. Eyaculó sin fuerzas, como por compromiso. Al rato
me levanté y fui hasta el lavadero donde aún estaba mi pollera con restos del
semen de Martín, y me masturbé como una golfa oliéndola.
No fue incómodo para mí compartir unos mates,
o algunas cenas con Darío y Martín. Creo que hasta incluso me gustaba.
Mi cuñado y yo no hablamos de ese encuentro.
Sin embargo, a los dos meses él llegó al mediodía, justo cuando los chicos
comían antes de alistarse para ir al colegio. Darío lo había mandado a reparar
unos enchufes. Solo que cuando fui a la pieza de los nenes a buscar las
mochilas, sus pasos me siguieron. No tuve forma de evitarlo o resistirme. Me
empujó con ansias sobre la cama de Rodrigo, su ahijado de 9 años, me agarró la
mano para que le palpe el bulto hinchado mientras me desabrochaba la camisita y
levantaba mi corpiño para lamer mis pezones, y pronto chuparlos gimiendo.
¡Cómo me pajeo pensando en vos cuñadita! ¡Estás
re fuerte yegua!, pronunció, y de repente se bajó el pantalón. Me pidió que
cierre los ojos, y en cuanto lo hice puso su pene venoso en mi mano clamando
por que se lo apriete y lo pajee. No duró demasiado tamaña erección, porque en
segundos su semen chorreaba como un río furioso sobre mis tetas y la sábana. No
había tiempo para nada. Salí confundida con las mochilas, y los nenes me
esperaban para que los lleve. Tampoco pudimos hacer nada a mi vuelta porque
Darío llegó temprano.
Cuando Martín terminó se fue a pescar con unos
amigos, sin recibirme un vaso de agua siquiera. Darío durmió su siesta,
mientras yo andaba loquita por la casa, lavando y planchando, totalmente húmeda
y todavía con su olor a verga en la mano.
Un viernes se apareció mientras horneaba una
pastafrola, por lo que, gracias al calor, y como los chicos no estaban porque
Darío los había llevado al parque, me vio en shortsito y con las gomas al aire.
Otra vez la puerta principal sin llave. Esa vez me sentó en la mesa y me bajó
el short de un tirón. Me manoseó las tetas con una mano, a la vez que con la
otra trataba de abrirme las piernas.
¡Dale flaca, no me la hagas difícil! ¡Quiero
chuparte la concha!, dijo con los ojos libidinosos. Sin embargo, yo decidí
bajarme de la mesa y desprenderle el vaquero. Froté desde mi nariz al mentón
por la tela de su bóxer negro húmedo por la calentura de su dura pija, la que
tomé entre mis manos, lamí suavecito y besé con ternura. Me arrodillé y de un
bocado me la empecé a tragar, sin esperar a que me entrara entera. Creo que
medía unos 19 centímetros. Pero él tomó mi cabeza con sus grandes manos y
durante unos segundos me cogió la boca con envestidas cortitas. Gemía como un
chiquillo, y en cuanto estuvo a punto de explotar me pidió que me ponga de pie
junto a la heladera. Pensé que me la iba a ensartar en la argolla sin reparos,
pero solo pudo eyacular en mi bombacha apenas su pija sintió el contacto de mi
calor vaginal. Ni siquiera llegó a meterla! Otra vez su silueta desaparecía
ante mis ojos, y el celo de mis entrañas me conducía a masturbarme como una
cerda, sentada en el suelo de la cocina, lamiendo la leche que dejó en mi
bombacha, mientras la pasta frola se quemaba un poco en el horno.
Otro mediodía tocó el timbre dispuesto a
cortar el pasto del jardín. Darío y yo le ofrecíamos a él todos los trabajos de
mantenimiento del hogar cuando no manejaba el taxi. Le abrí, le di un vaso de
gaseosa y seguí poniendo la mesa para luego llamar a los chicos. Antes de que
lo hiciera él me hizo apoyar los codos en la mesa, me subió la pollera y sin correrme
la bombacha frotó su hinchada poronga entre mis nalgas, y de pronto, en un solo
envión me la introdujo en la vagina. Me cogió re rico, haciendo sonar los vasos
y cubiertos de la mesa, pellizcando mis pezones, lamiendo mis orejas y diciendo
cosas como: ¡Así mamita, sentila toda adentro, movete putita, dejame sacarte la
calentura, y que tus hijos te vean bien puta, así Mariano empieza a pajearse!
Mariano es el más grande de mis hijos con 12
años. Después viene Rodrigo, y luego Valeria de 6. Eso me hacía sentir una
retorcida, morbosa y depravada, pero me calentaba. Cuando su leche me inundó a
granel, creo que mi orgasmo múltiple me hizo gemir muy fuerte. De hecho Valeria
vino corriendo del patio preguntando si pasó algo. Por suerte ambos nos
habíamos arreglado la ropa. Luego los chicos almorzaban mientras Martín cortaba
el pasto y, su mamita se tocaba en el baño cada vez más alzada.
Cierta siesta llegó con la voluntad de cambiar
cables viejos, poner focos, inspeccionar los disyuntores y revisar la heladera.
Pero se había cortado la luz por la mañana. Darío dormía la siesta y yo lavaba
ropa a mano en la bacha cuando me chistó desde la ventana del lavadero con la
pija afuera del pantalón, tan tiesa como un ladrillo. Paseó su lengua por sus
labios y entró como un viento gruñón decidido a subirme la falda para fregar su
rostro afeitado en mi culo. Me bajó la bombacha con los dientes hasta las
rodillas, me hizo tocarle la pija con las manos enjabonadas y me dio unas
nalgadas sonoras que me hacían crepitar la garganta. Apoyó su nariz en mi zanja
y me olió con fiereza. Después deslizó su pija hinchada hacia lo largo de mi
canal y, tras darme un par de bombazos elegantes, certeros y deliciosos en la
vagina se separó de mis caderas para agarrar una bombachita sucia de Valeria
del montón de ropa apiñada en un fuentón.
¿Cuando eras chiquita usabas estas
bombachitas? ¿Y tenías este olorcito cuñadita? ¿Te pajeás con los calzones de
tus hijos?!, dijo excitado, listo para clavarme su lanza nuevamente en la
concha. Lo que insinuó no me hizo gracia, pues, estaba encantada con serle
infiel a Darío, pero que meta a los nenes en el jueguito no me cabía en la
cabeza. Aunque cuando me hizo oler la bombacha verde de Vale y su pija rozó 2 o
3 veces mi ano, no aguanté más y se lo pedí casi con lágrimas en la voz.
¡Culeame nene, rompeme el culo, dejame toda la
leche en la colita y mandate a mudar!
Martín no tuvo drama en lubricarme el culo con
mis flujos, en pajearse para inundarme con su presemen y en comenzar un
trabajoso perforar, de un lado al otro, de arriba hacia abajo, con un dedo
primero, luego 2 y finalmente con su glande. Cuando su músculo era devorado por
mi culo estrecho aunque sensible y deseoso, su mete y saca me hizo olvidar que
había gritado aterrada en el momento que ingresó triunfal, con todo y de un solo
golpe. Rogaba que mi marido no me haya escuchado. Me dejé sodomizar con las
piernas lo más abiertas que pudiera, con los codos sobre el lavarropas
inutilizado, descalza, con la blusa sin ninguno de los botones por la
brutalidad con la que me la quitó, con el corpiño ahorcando mi cuello un poco,
la vagina goteando jugos de todos los orgasmos que él fue capaz de robarme con
su pija inquieta, y con su mano que seguía presionando la bombachita de Vale en
mi nariz.
Cuando terminó de derramar la última gota de semen
en lo más hondo de mi culo que pudo, se vistió apurado y saludó a Darío que
cruzaba el patio camino a su galpón. Menos mal que estaba medio dormido, y no
me vio arrodillada casi en pelotas, cuando justo se me ocurrió saborear un poco
su pene impregnado de mi culo!
Al rato los 3 tomábamos unos mates como si tal
cosa, mientras Darío hablaba de despedir a su secretaria, porque al parecer
faltó plata de la caja fuerte del negocio. Martín conservaba todavía el bulto
hinchado bajo su bermuda, y a mí me latía el clítoris de deseo en perfecta
armonía con mi culo.
Sin embargo, alguna vez tenía que suceder.
Estuvimos casi un año fabricando huecos para chuparnos, lamernos, dejar
nuestros jugos en la piel del otro, cogernos con desmesura y fantaseando con
que alguna vez Darío nos descubriera, o alguno de los nenes.
El fin de semana previo a la entrega de
diplomas de Mariano, en medio de un diciembre agobiante y espeso, Darío viajó a
Uruguay para comprar insumos, y de paso visitar a unos primos. El sábado Martín
amasó conmigo unos tallarines, y aunque parezca mentira no hubo ni una pizca de
sexo entre nosotros. Comimos con los chicos, serví helado para todos, llenaron
un balde con bombitas de agua y rajaron al patio a refrescarse. Martín dijo que
vería un partido en la tele, y yo entonces me fui a tender las camas. Tenía
planeado leer algo durante la siesta, o tal vez dormir un poco. Pero justo
cuando cerraba las cortinas para que no entre tanta claridad, siento unas manos
en el culo, y seguido un bulto compacto fregarse en él. Ya estaba en bombacha,
presta para descansar. Por lo que a Martín no le fue difícil tumbarme boca
arriba sobre la cama, poseer mis tetas con sus labios audaces, lamer mis
pezones mientras rozaba mi entrepierna y luego comerse mis pies con besos rodantes,
cálidos y fogosos. Le pedí que se detenga ni bien comprobé que la puerta había
quedado abierta, y los chicos iban y venían por la casa. Me tranquilizó
diciendo que estaban en el patio meta mojarse, y entonces liberó su pija
colorada para que mi boca la lama, chupe, muerda, la acune y se la trague con
un deleite tan especial como renovador. Lamí sus huevos, arañé sus nalgas, le
escupí el calzoncillo y lo pajeé al tiempo que él escurría dos dedos bajo mi
bombacha para tocar mi clítoris, lo que se le complicaba al estar parado. Acabó
en mi boca luego de 3 envestidas a mi garganta fértil y atorada de saliva, y en
medio de la erupción de mi boca invadida salpicó también la almohada.
Me saqué la bombacha, me senté de piernas
cruzadas en la cama para pajearme mientras él estiraba mi calzón entre sus
dedos y me miraba. cuando mis gemidos se intensificaban me levanté como
despedida de un columpio invisible. Me colgué de sus hombros frotándome en su
cuerpo y logré tirarlo en mi colchón, donde después de mamarle el pito unos
minutos que parecían asfixiarme, supe que era mi momento. Me subí a sus piernas
temblorosas y coloqué su miembro en mi concha húmeda para darle saltitos,
cabalgarlo emputecida, moverme de atrás hacia adelante, dejarme penetrar hasta
el límite de mi vagina y sentir esa espada lechera en el clítoris como una
interminable descarga eléctrica.
No podía callar mis gemidos ni el cese de mis
jugos ardientes. Los pezones me dolían de tan erectos, cuando él buscaba
meterse cada vez más adentro mío, y su verga era mi trozo de paraíso.
Estábamos en lo mejor de la cogida cuando oigo
junto a la ventana el llantito de Valeria acompañado de unos insultos entre los
varones que se peleaban. No podía comprender las palabras. Martín no me soltaba
los brazos cuando ambos oímos: ¡Maaaa, vení que la Vale se hizo pis!
Era la voz de Mariano la que alarmó mis
sentidos, y seguido de eso se oyó a Rodrigo golpear la ventana con otro grito.
¡No pares guacha, seguí cogiendo así que te la
doy toda, y que la Vale se cambie solita la ropa delante de los hermanitos!,
decía él engrosando mi espacio con su pija, arremetiendo rabioso en mis
entrañas, y yo me calentaba como una puta.
Pronto, sin poder razonar en el instante,
mientras yo gemía histérica y él me azotaba el culo con las manos, vi que
Mariano estaba parado en la puerta con sus ojazos abiertos como el cielo afuera
del dormitorio. La leche de Martín se perdía en mis adentros para mezclarse con
mis flujos irresponsables cuando yo intenté gritarle que se vaya. Acabé digamos
que viendo la expresión de desconcierto en el rostro de mi hijo, y cuando me
atreví a mirar un poco más, descubrí que atrás de él estaba mi niña toda meada,
sollozando y sin poder hablar, producto de las amenazas de Mariano.
Me levanté desnuda y chorreando de todo. Cerré
la puerta, me vestí rapidísimo para salir y explicarles lo inexplicable
mientras discutía en voz baja con mi cuñado.
Todo se había descubierto, y mi marido por
supuesto que le creería a Mariano si se lo contara. En ese momento mi cerebro
interrogaba a mis acciones y mi consciencia me acusaba casi tanto como las
actitudes de mi hijo.
Valeria me contó mientras la cambiaba que los
chicos no le daban bombitas, que Mariano le pegó, que Rodrigo le hizo
cosquillas y, que como no la dejó ir al baño se meó, y que los dos se le reían.
Ella no se dio cuenta de lo mío con Martín. El muy descarado parecía disfrutar
con mi agonía, con la incertidumbre que alteraba mi universo al borde del
abismo.
Esa noche se quedó a dormir tras convenir que
yo lo haría en mi pieza y él en el sillón para evitarnos más disgustos. Afuera
se había desatado un fuerte aguacero, y los truenos sonaban casi tan furiosos
como el viento que retorcía carteles, árboles y tinglados. Después de cenar
vimos una peli los 5 en el living, y cuando los varones se pusieron a jugar a
la play, Vale y yo nos fuimos a la cama. Ella quiso dormir conmigo porque tenía
miedo de quedarse sola en su cuarto.
Cerca de las 4 de la madrugada Martín entra en
silencio a mi pieza. No lo oí siquiera girar el picaporte de la puerta. Lo supe
apenas me destapa y pone en mi mano derecha su pedazo de pija durísima para que
lo pajee, y enseguida me lo meta en la boca. Vale y yo estábamos en bombacha, y
eso pareció motivarlo, al punto que luego de un par de esfuerzos por llegar a
mi garganta, y de que mi lengua le recubra los huevos de saliva, largó un
abundante chorro de leche en mi cara. Valeria ni se despertó para nuestra
fortuna, pero la sola idea de que lo hubiese hecho nos excitó por igual. Con
más razón cuando yo le corrí un poquito la bombachita para que él le mire la
colita.
Esa fue la última vez hasta hoy que mi boca y
mi cuerpo supieron de su sabor, su olor a macho empalado, su rudeza y sus
manoseos desgarradores. Nos prometimos parar por un tiempo, y que la calentura
se nos acumule para encendernos en algún telo cuando tuviéramos la oportunidad.
Además, empecé a tener miedo de sus fetiches, y no quería por nada del mundo
que se distraiga con la presencia de mis hijos.
Darío nunca lo supo, porque Mariano no tuvo el
valor de delatarme. Además, como nunca otra vez presenció nada, supongo que
hasta lo olvidó. Al fin y al cabo no podía sentirme tan sucia y culpable
después de ver un álbum de fotos de mi marido, en el que había fotos de su
secretaria en bolas, y otras de él con ella en distintas posturas sexuales en
lo que parecía el depósito del negocio. Aquel álbum llegó a mis manos porque
uno de sus amigos lo trajo en persona, y pensaba encontrarlo. Me pareció
sospechoso que me dijera que se lo dé directamente a él, y ni se me pase por la
cabeza abrirlo, porque era confidencial. Entre nosotros no había secretos,
hasta ahora.
Así vivimos entonces, todos haciéndonos los
boludos. También la mujer de Martín, que se acuesta con su dentista. Por
supuesto que él no lo sabe. Fin
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Me encantan estos relatos!!!
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