La intrusa

Así me llamó Solange desde que llegué a su casa. Según ella, solo aparecí en su vida para destruir la armonía, la tranquilidad y las libertades que tenía con su madre. Yo me reía de sus acusaciones, de sus berrinches adolescentes y caprichitos. Para mí era una nenita malcriada, con demasiadas atenciones y acostumbrada a ser la única para su mamita. Pero, desafortunadamente para ella, o al menos así lo sintió durante un buen tiempo, mi padre se enamoró de su madre, y ambos decidieron convivir. Por eso, una tarde de abril plagada de hojas secas y árboles entristeciendo, mi padre habló conmigo, ni bien llegué de mi entrenamiento de básquet.
¡Estefi, ya lo decidí! ¡Respecto de lo que te conté! ¿Te acordás? ¡Bueno, Ana y yo lo pensamos mejor, y creo que, necesitamos vivir juntos! ¡lo hablamos bien, y como ella tiene su casa propia, pensamos en, bueno, en que nosotros nos mudemos a su casa! ¡a mí me soluciona la vida porque, el alquiler de este caserón se me está yendo de las manos! ¡además, hace un año que vamos y venimos! ¡te imaginarás que así es muy difícil sostener una relación! ¿vos, qué pensás?!, me largó apenas se terminó el primer mate que le cebé. Me tomó por sorpresa. Pero yo no era quién para estropear sus planes. Nunca había visto a mi padre tan feliz desde que conoció a esa mujer en el banco. Los dos trabajaban en la misma sucursal. Según me confió una noche, Ana fue la única que le dio el pésame cuando mi madre murió, además de acompañarlo sin ninguna otra intención que la de animarlo. Yo tenía 12 años. Había sido un accidente terrible.
Necesité algunos años de terapia para soportar semejante revés del destino.
Hoy tengo 20 años, muchas actividades fuera de la facu, varios amigos, y una relación excelente con mi padre, a quien admiro más que a nadie en el mundo.
Los dos recordamos a mamá, pero no con pesar, ni melancolía o pena. A ella no le habría complacido vernos flaquear ni en los peores momentos. Por otra parte, mi padre jamás me juzgó por tener gustos distintos en cuanto a mi sexualidad. Tuve tres novias, y él las conoció a todas.
Definitivamente, en junio mi padre y yo vivíamos en la pequeña casa de Ana y su hija Solange. Ana es una mujer híper divertida, dulce, trabajadora y de buen gusto. Cocina unas pastas increíbles. El sabor de sus tartas de verdura me recordaba mucho a las de mi madre. Además, siempre le conquistaba el corazón a mi viejo con unos postres alucinantes.
Como la casa de Ana no era lejos de donde mi padre alquilaba, no me costó ordenar mis tareas, y no perdí el vínculo con mis amigos. Pero tuve que resignar la privacidad de tener una pieza solo para mí. Ahora la compartía con Solange, la nena prodigio que casi no necesitaba estudiar para aprobar sus exámenes.
Ella me miró como a un bicho raro desde que llegué. Me sentí incómoda cuando la escuché discutir con su madre, pero no me puse mal porque la entendí. Era normal que no quisiera compartir su pieza con una desconocida. Digamos que el primer mes casi ni nos hablábamos. Cada vez que yo intentaba saber algo de ella, preguntarle alguna cosa, o simplemente reanudar una charla de ida y vuelta, ella me evitaba escondiéndose en algún libro, con la tablet, con su celular, o pidiéndome disculpas por no prestarme atención. Era arrogante, sonreía poco y nada, vivía impecable de los pies a la cabeza, y se hacía la chetita cuando hablaba con alguna compañerita por whatsapp o video llamada. Sin embargo, yo no la forzaba a nada. de hecho, con el correr de los días, empezó a gustarme su estilo, su indiferencia hacia mí, sus evasivas y murmullos.
¡Hola Intrusa! ¡Dice mi mamá que ya está la comida!, me anunció un mediodía apenas abrió la puerta de la pieza y me vio leyendo unos apuntes.
¡No tarada, mirá, mejor después te llamo, porque acaba de entrar la colada! ¡Besis Pame!, la oí aclararle otra tarde a su interlocutora cuando entré al living con un montoncito de ropa limpia para doblarla y guardarla. Ella estaba desparramada en el sillón tomando un licuado. Una parte de mí quiso estrellarle el celular en el piso. Pero la otra, mi lado salvaje y sexual ardía de ganas por volcarle el licuado en las tetas para arrancarle la remera y devorárselas.
Era consciente que Solange tenía 16 años, y que podría ir presa si tan solo le tocaba la cola. Había soñado un par de veces con ella. Que le comía la boca, le pegaba por mirarme con asco y después la consolaba en medio de un abrazo repleto de manoseos, que entraba al baño cuando yo me duchaba, o que me pedía perdón por tratarme así, y luego mecía sus tetas desnudas cerquita de mi cara. Pero apenas la realidad nos enfrentaba, seguía recibiendo su mala onda, su frialdad y su poca voluntad para al menos llevarnos bien ante la mirada de nuestros padres. Ellos no parecían advertir la distancia que había entre nosotras. Últimamente yo había optado por acostarme una vez que Solange dormía como un angelito. De esa forma ni siquiera mi presencia la obligaba a darme las buenas noches. Varias veces me acerqué a su cama para contemplar su sueño confortable y bien arropado. Nunca la veía en ropa interior, o con ropa liviana, y eso empezaba a confundirme.
Recién en agosto tuve que contárselo a mi mejor amigo, porque el remordimiento no me dejaba respirar con normalidad.
¡Boludo, te juro que no lo soporté, y me hice una paja pensando en ella! ¡Y para colmo, encontré una bombachita debajo de su cama! ¡Parezco una depravada  Diego, pero, no lo pude evitar!, le dije, adorando la cara de morboso que ponía al escucharme. Desde luego, él me pidió que no me descoque, que no me mande ninguna con la pendeja. Tendría serios problemas con mi padre, y pondría en riesgo su relación con Ana, entre otras cosas. Pero a la noche siguiente volví a masturbarme, frotándome aquel trofeo impregnado con sus aromas en las tetas. Supongo que ni se había dado cuenta que le faltaba esa bombacha, porque yo jamás se la devolví. La intimidad de esa nena olía como a jazmines. Pero no me animé a lamer el centro de la tela donde había reposado su vulva, la que se me antojaba deliciosa en mis fantasías.
Una tarde entré a la pieza con la idea de buscar una ropa de entrecasa y meterme a la ducha. La señorita se estaba pintando las uñas, cosa que adoraba hacer todos los viernes. Se ve que aparte de arrugar la nariz por el olor del esmalte, se me escapó algún susurro de repudio. Nunca me gustó ese ritual.
¿Qué pasa Estefi? ¿te da asco ver a una chica pintarse las uñas?!, se atrevió a decir medio por lo bajo. Nunca había pronunciado mi nombre.
¡No, nada que ver! ¡Seguí con lo tuyo!, le dije sin pensarlo. Luego agregué, para comprobar si ahora tenía ganas de entablar algún diálogo conmigo: ¡Vos, por casualidad, te vas a bañar ahora?
¡No, yo me baño todas las siestas! bañate vos, que lo necesitás! ¡Digo, supongo que, venís de jugar no?!, me respondió mientras se soltaba la melena rubia con la mano que todavía no se había pintado. Sus ojos verdes resguardaban algo de misterio. No sonó bien lo que dijo. Tal vez el tono de su voz, o la cara de culo con la que acompañó la frase.
¡Yo también me baño todos los días!, le dije, sin darme cuenta que me estaba quedando en culote ante su mirada distraída, o al menos eso quise pensar.
¡Sí sí! ¡Entiendo! ¡Pasa que, vos hacés deporte, y esas cosas más varoniles! ¡Supongo que transpirás mucho!, dijo, ahora empleando toda la insolencia que encontró. Me quedé mirándola, con su enterito repleto de colores, sus pestañas arqueadas, sus labios pintados de rojo, y su arsenal de collares y pulseras brillantes.
¡Suponés muchas cosas! ¿Y Vos, no hacés deportes nena? ¡Ahora tal vez no te hace falta porque sos flaquita! ¡Al menos, seguro creés eso! ¡Pero sería bueno, para que tonifiques un poco esa cola pobretona que tenés!, le largué, herida en mi amor propio, y salí de la habitación. Sentí sin embargo que sus ojos se clavaron un buen rato en mi culote blanco, y no pude ignorar al fuego de mi clítoris bajo el chorro de agua tibia en la ducha. Me masturbé como una cochina, imaginando que en breve iría a la pieza, desnudaría a esa pendeja y le pegaría la mejor chupada de concha que pueda olvidarse jamás. Pero cuando volví envuelta en mi bata de baño, la nena había cerrado su cofre de maquillajes, y su perfume era el único testigo de mi desnudez a solas.
Finalmente, aquel momento de debilidad para alguna de las dos, ese tan ansiado tesoro de las almas que necesitan enlazarse, se convirtió en lo más maravilloso del mundo. Era sábado, hacía calor y por suerte mi entrenador de básquet me avisó que no había gimnasio disponible para trabajar. Por lo tanto me dio el día libre. Así que, entré al cuarto a eso de las 3 de la tarde con la idea de tirarme en la cama y ver una peli. La nena solía ir a lo de su madrina, y hasta la nochecita no volvía a su casa. Pero esa tarde Solange lloraba tendida en su cama. No parecía angustiada. Además estaba con la espalda al descubierto, con un shortcito fatal, boca abajo y el celular en una de sus manos. no lo podía creer! Tenía ante mis ojos el contorno de sus nalguitas a punto de reventarle el pantaloncito!
Aún así no la atormenté con mis instintos.
¿Estás bien?!, le dije mientras me sentaba en mi cama. La nena se exaltó de golpe. Entonces la invadió un nerviosismo desconocido. Se dio la vuelta, y mientras se secaba las lagrimitas decía: ¡Nada nena… Estoy, bien… No pasa nada! ¡Aparte, a vos no te importa!
En ese momento sus gomas desnudas se sacudieron y brillaron en el espejo que iluminaba aquel cuarto infantil, y mi fuego sexual lo advirtió de inmediato.
¡Dale Sol, contame! ¡Por ahí, te puedo ayudar! ¡bah, si querés! ¡Y no digas que no me importa!, me ablandé como para mostrarme confiable.
¡Vos no sabés nada de mí nena! ¿Por qué tendría que confiar en vos?!, dijo mientras subía los pies descalzos a la cama para sentarse como en indiecita.
Miró algo en su celular, lo guardó debajo de su almohada y cruzó sus brazos por encima de sus tetitas.
¡Bueno, no sé… Yo soy más grande que vos! ¡y no es necesario que te cubras las gomas! ¡somos mujeres, no? ¡Además, vos tampoco sabés nada de mí! ¡Estamos a mano!, le dije, ya sin poder disimular mis ansiedades. Extrañamente, ella se quitó los brazos de encima y los acomodó al costado de su cuerpo.
¡Sí, es verdad que sos más grande! ¡Pero a vos te gustan las pibas! ¡No me lo podés negar!, me ladró, como si eso fuese determinante para no recibir mi ayuda. Ni sabía cómo lo averiguó, ya que no había diálogo entre nosotras. Ella no conocía a mis amigas, y mucho menos a mis chonguitas.
¿Y vos, cómo sabés eso?, le largué impaciente, al tiempo que me sentaba en el piso con la espalda apoyada en mi cama.
¡Bueno… a ver… No sé, digamos, usás ropa deportiva de varón, no te arreglás el pelo ni te pintás las uñas, hablás siempre con chicas, y con algunas como si vos fueses un hombre, no te maquillás, y, aparte, sos re machona hasta para hablar! ¡Además, usás bóxers!, se descargó sin mirarme a los ojos. Me asombró que reparara en tantos detalles.
¿Y cómo sabés tanto de mí nena? ¿Y, qué tiene que ver todo eso con que, según vos, soy lesbiana?!, la acorralé para que no se guarde nada. A esa altura los labios de mi vagina se abrían irremediables al contacto de mi ropa mojada por mis primeras gotas de flujo. Encima, como me frotaba la cola en el piso, eso me encendía todavía peor.
¡Yo no… No  dije que seas lesbiana!, dijo casi tapándose la boca, como si hubiese mencionado una grosería.
¡Es que, tenés unas cosas raras! ¡no sé, un pito re largo, un cinturón con un pene doble, un vibrador, un montón de aceites…, dijo, ahora con los ojos cerrados, apenas moviendo los labios.
¡Aaah, bueee! ¿O sea que, anduviste revisando mis cajones! ¡Eso está muy mal nenita!, le dije acercándome lentamente a su cama, deslizándome por el piso.
Entonces, recordé que un par de noches la oí moverse entre sus sábanas, respirar agitada con la boca pegada a su almohada, balbucear algunas cosas inaudibles desde mi cama, y luego serenarse poco a poco, como si volviera en sí tras una larga carrera de sensaciones. Una de esas veces oí ruiditos como si se estuviese rascando la chuchi, y hasta el renacer de sus juguitos. Tal vez se mezclaba con la saliva que se le juntaba en la boca. Ahí sí que tuve que controlarme con todas mis fuerzas para no atacarla.
¡A ver a ver! ¡Digamos que revisaste mis cosas, y por eso pensás que soy lesbiana!, le dije poniendo cara de mala, a solo unos centímetros de su cama.
¡Ya fue Estefi, tenés razón, soy una tarada! ¡Pero ahora dejame en paz! ¡Y, no me buchonees con mis padres! ¡Te juro que no vuelvo a tocar tus cosas!, me dijo, sabiéndose entre la espada y la pared.
¡Escuchame nena, si no me decís por qué estabas llorando, bajo y le cuento todo a tu mamá!, le dije, ya de pie, fotografiándole las tetas y la pancita, tan cerca de su perfume que, por un momento me sentí una loba hambrienta a punto de devorarse al bocadito más hermoso del bosque. Pero ella no colaboró con mi pacto.
¡Bueno bueno, si no me querés contar, tendré que deducirlo yo solita! ¿Se trata de Nicolás? ¿Te gusta ese chico?!, le disparé al centro de su silencio encarnado.
Ella se ruborizó, tragó saliva y juntó los dedos de sus manos.
¿Y vos… Cómo, quién te, qué onda?!, tartamudeó sin éxito.
¡La otra noche se te escapó su nombre, mientras, me parece que hacías chanchadas debajo de tus sábanas!, le dije, acercándome a sus mejillas que irradiaban un calor irrespetuoso. En eso le había mentido. vi ese nombre en su carpeta de dibujo encerrado en un corazón alguna vez. Además, su fondo de pantalla era la foto de un chico de más o menos su edad. Pero, ella podía confundirse, y pensar que mientras se tocaba se le escapó su nombre. La idea era asustarla, confundirla, y vencer los muros de su vida perfecta.
¡Yo… Yo, haciendo qué? ¡Estás re loca nena! ¡Yo no hago esas boludeces!, estalló envuelta en furia.
¡No es ninguna boludez tocarse la conchita Sol! ¡No te pongas así! ¡No sé si todas las chicas lo hacen, pero te juro que no es malo!, le dije, al borde de juntar mi frente con la suya. Solange temblaba, se apretaba las muñecas, cerraba los ojos y respiraba fuerte.
¡Mirá, no sé cómo sabés eso… Pero, lo que me pasa es que, nada, le, le hice sexo oral a, a Nico, ayer en el baño!, comenzó a explayarse con dificultad, porque otra vez las lágrimas le brotaban. Entonces me senté a su lado, le agarré las manos con una de las mías y le acaricié la espalda. El contacto de mis dedos resbalando en su piel casi supera a la tranquilidad que debía recoger para hablarle.
¡No llores Sol, que, digamos que, no es malo lo que hiciste! ¡Y no seas tonta! ¡Masturbarse no es ningún pecado! ¿Ese chico te gusta mucho?!, le dije con la voz hamacándose en un pedazo de esperanza.
¡Síii, me encanta! ¡Pero, después que, eemm, después que yo le, bueno, cuando acabó, me dijo que tenía novia, y que ella se lo hace mejor que yo!, dijo reprimiendo una nueva oleada de lágrimas. Solo sollozaba, negaba con la cabeza y miraba al techo.
¡Mirame Sol! ¡Y quedate tranquila! ¡No tenés que enamorarte de ese chico! ¡Sos muy peque para sufrir por esas cosas!, intenté consolarla con frases que cualquiera le diría.
¡Además, seguro que vos le gustás a muchos otros chicos!, proseguí al no recibir respuestas de su boquita cada vez más tentadora, vulnerable y palideciendo.
Le acaricié el pelo, me acerqué a su oído, tal vez pensando en decirle algo gracioso para hacerla reír, y sin querer le rocé una teta cuando le solté las manos. Ella dio un leve respingo, pero no sospechó de mí.
¿Sol, y vos, digo, qué hiciste con la lechita de Nico?!, me atreví a indagar para ver de lo que fue capaz la pendeja. Pero ella pareció molestarse gravemente.
¡Nada nena! ¡La escupí en el suelo! ¡Es un asco hacer lo que me pidió! ¿Cómo me voy a tragar eso?!, dijo mientras se cubría la boca con una mano. Ahí mismo, ni siquiera sé cómo, le di un beso en esa mano, la que ella dejó caer a la cama, y luego junté mis labios a los suyos para besarla. Una electricidad nos hizo tiritar. Ella no se opuso, ni abrió los ojos, ni quiso retirar mi mano derecha de uno de sus pechos. Solo balbuceó un sereno y cálido ¿Qué hacés nena! ¡Perdón Sol, no sé qué me pasó!, le dije mientras me separaba de sus labios. Pero ella, inesperadamente para mis revoluciones al borde de suicidarse de la tempestad más alta, se aferró a mi cuerpo como no queriendo dejarme ir.
¡Pará Estefi, no, no sé qué onda, pero, vos me, me besaste!, buscó las palabras para decir vaya a saber qué. Entonces yo me fortalecí de su inexperiencia.
¡Ya te pedí disculpas nena! ¡Fue sin querer!, le dije haciéndome la enojada.
¡Pero… Entonces, es cierto, que sos, lesbi, no?!, intentó completar.
¡Sí nena, soy lesbiana! ¡Así que, si no te ponés algo en las tetas, te las voy a chupar!, le dije en medio de un ataque de risa forzado, solo para ver cómo reaccionaba. Pero Solange no se cubrió los pechos, ni se movió de su lugar. Apenas estiró las piernas para tocar el suelo con sus pies.
¡Igual… Si querés… Te puedo ayudar con eso del sexo oral! ¿Te gustaría aprender a chupar bien una linda pija?!, le decía mientras me levantaba de la cama. No esperé a que me respondiera. Fui directamente al último cajón de mi placard, y al tiempo que me quitaba la remera de la NBA extraía el consolador más pequeño que tenía. Uno de 16 centímetros, no muy ancho pero con una linda cabeza. Caminé hacia ella que permanecía inmóvil, se lo mostré y me reí cuando arrugó el seño.
¡No seas tonta Sol, que esto es un juguete! ¡Ya está paradito! ¡Es decir que, lo que tenés que aprender vos es a chuparlo! ¿Te animás?, le decía, prácticamente posándolo en sus temblorosas manos.
¿Así la tiene Nicolás? ¿O más chiquita?!, le dije riéndome para distenderla. Ella sonrió al fin, y dejó que sus ojos se iluminen con mi chiche en la mano.
¡Noo, es más chiquito su pene!, dijo tímidamente, pero sin dejar de sonreír.
¡Vamos, acercátelo a la boca, y mostrame cómo lo hacés! ¡Yo te enseño después, si me dejás!, le dije, acariciándole una piernita. El mini short que tenía me estaba impacientando. Pero no era buena idea precipitar las cosas. Apenas insinuó llevar la punta del consolador a sus labios, volví a incitarla para que no tenga dudas de hacerlo.
¡Dale Sol, si es un juguetito nomás! ¡Aparte, no tiene lechita como el pito de tu amigo! ¡Dale un besito, después otro, pasale la lengüita, mordele la punta, lo que quieras!, le instruía como si le estuviese hablando a un niño. En ese momento, Solange le dio el primer chupón al chiche, que pareció hacerse eco en lo profundo de mi intimidad. Luego lamió todo el tronco, se lo pasó por los labios cerrados, mordió ligeramente la puntita, lo olió y le dio otros besos más ruidosos. Yo la veía sin dejar de oír el latido de mi corazón por todos mis rincones. Me senté a su lado nuevamente, y entonces la vi tocarse las tetas con el chiche, luego besuquearlo otro ratito y al fin metérselo en la boca.
¿Así se lo hiciste Solcito? ¡Ese nene se tiene que haber quedado loquito con vos si, te animaste a hacerle todo eso!, le dije frotándole ambas piernitas con las manos.
¡Nooo, ni loca le hice esto! ¡Me habría gustado! ¡Solo se lo chupé como, como si fuese la bombilla de un mate!, dijo, sacudiendo el consolador en la mano.
¡Seguí, chupalo todo, dale Sol, que lo estás haciendo bien!, le dije, sin reparar que otra vez le había rozado una teta.
¿Y él, no te tocó nada?!, le pregunté. Ella no respondió, ni se enojó cuando le agarré las dos tetas con mis manos inundadas de morbo. Se las amasé despacito, y noté que sus pezones eran como dos almendras por lo duritos y grandes que los tenía.
¿Te gusta que te toque las tetas?!, le dije. Pero ella seguía lamiendo mi chiche en silencio. La vi escupirlo, y la oí gemir cuando mis sobaditas a sus tetas alcanzaban mayor frenesí. También la vi lamer los pequeños testículos del otro extremo del tronco, y sumirse en un sofoco intenso cuando acerqué mi lengua a uno de sus pezones.
¡Quiero chuparte las tetas Sol! ¿Puedo?!, le dije casi sin querer, como si se me hubiese escapado. Ella seguía embelesada lamiendo el consolador, babeándose la carita y gimiendo cada vez más entregada. Como no me respondió, atrapé uno de sus pezones en mis labios para succionarlo. Ese noble acto de mi parte consiguió arrancarle otros gemiditos. Al punto que en un momento la escuché tener una arcada.
¡Eeepaaa, qué pasó Solci? ¿Te metiste esa pija hasta la garganta mi amor?!, le decía desabrochándole el shortcito. No estaba del todo segura de la forma en la que obraba. Pero fui bastante sincera con los designios de mi interior. Además ella no estaba en condiciones de prohibirme nada.
¡Síii, me lo metí todoooo! ¡Así quería que me la meta Nico en la boca!, dijo sacudiendo el chiche a centímetros de su cara.
¡Al final sos más puerquita de lo que me imaginaba nena!, le dije, ya con su short entre mis manos. Su espalda fue recostándose sobre su mullido colchón, y sus piernas se abrían como si no hubiera otro mañana por llegar.
¡Tomá nena, agarralo, y metelo todo, como vos sabés!, me dijo poniendo en mis manos el consolador babeado y mordisqueado. Me quedé atónita. Por un momento pensé que me estaba tomando el pelo. Pero al comprobar los ríos de jugo que tenía en su bombacha negra totalmente desbordada, no tuve más remedio que bajársela de a poquito. No sabía cómo proceder, hasta que oí su voz como un reclamo urgente.
¡Dale nena, meteme esa cosa en la concha, y no te asustes, que ya no soy virgen! ¡Yo misma me desvirgué masturbándome! ¡Cogeme hija de putaaa, me tenés re caliente!, se atrevió a pronunciar su rebeldía. Ahora mi cuerpo experimentaba lo que nunca había vivido. Yo siempre fui la dominante, y en esos segundos estaba siendo sometida por una pendejita inexperta. Por eso tomé las riendas, como debí hacerlo desde el principio. Le arranqué la bombachita, la olí con una perversa fascinación, tomé el consolador y empecé a colocarlo con suavidad en la entrada de su vagina depilada, con un aroma especial. Tenía el color de la pureza mezclado con un rosa de inocente fulgor. Le brillaba de flujos, y su temperatura me quemó las yemas de los dedos apenas se la toqué, y ella se estremeció. Le di un besito a sus labios vaginales, y su olor me invadió por completo. Estaba tan lubricadita, resbalosa y expuesta que, primero la recorrí con mi lengua, con mis besos húmedos y con mis dedos inquietos. Luego, empecé a introducir lentamente el consolador en su orificio perfecto, mientras uno de mis dedos y mi lengua intentaba hayar el tesoro que a todas las mujeres nos hace explotar de calentura.
¡Asíiii, metela toda nena, quiero cogerme a Nico, que me acabe en la boca, y tragarme su lechita!, deliraba mi Solcito, mientras su cuerpo ardía como el rescoldo de una chimenea.
¡Me encanta verte desnudita nena! ¡Olés rico, tu conchita es deliciosa, y te re mojás!, le dije antes de escabullirle la lengua adentro de su vagina. Mi dedo ya le frotaba el clítoris, y el chiche entraba y salía con paciencia, pero cada vez más rapidito. Entonces, me quedé en pelotas sin pensar en las consecuencias. Me acosté sobre su cuerpo sin quitarle el pito de la concha, me apropié de sus labios entreabiertos y libramos una batalla de lenguas desaforadas, como si fuesen espadas guerreras, adentro de su boca o en la mía. Al mismo tiempo, mi mano seguía penetrándole la conchita con el pene de goma que tantas veces me hizo feliz cuando tenía su edad. Transpirábamos, temblábamos, nos decíamos cosas que ninguna entendía, y nos besábamos sin mirar que rincón de nuestros rostros y cuello. Sus tetas se frotaban contra las mías, y mi concha contra sus piernas. Estuve al borde de acabar así, frotándome con tanta intensidad. Pero entonces, sus labios atraparon uno de mis pezones, y sus dientes le hicieron sentir el rigor de su orgasmo más cercano. Ahí no me quedó otra alternativa que inundarle la piernita con mi acabada. Ella acabó un instante después, cuando me arrodillé a succionarle el clítoris, todavía con mi consolador entrando y saliendo de su hueco.
Ninguna sabía cómo romper el silencio, qué mirada regalarle a la otra, qué movimiento acertar a la intención de los sucesos. Apenas sus gemidos se realentaban, su respiración volvía a ser normal, y el fuego del orgasmo nos devolvía imágenes verdaderas de nosotras mismas, ella dijo con su voz arrogante, aunque mucho más dulce que siempre: quiero más Estefi, me, me gustó mucho!
¿Nunca tuviste relaciones con un chico?!, le pregunté casi al azar, buscando algo para secarme un poco los hilos de flujo que aún emanaban de mi vagina.
¡No, nunca! ¡Solo, solo lo que le hice a Nico! ¡Pero, creo que, no sé, me encantó coger con vos!, se confesó.
¡Bueno bueno, no seas tan sucia para hablar todavía nena!, le dije sin pensar. Pero enseguida me corregí: ¡A mí también me gustó cogerte, hermanita!
¡Qué loco es todo! ¡Y yo que pensaba que vos no me bancabas!, dijo poniéndose de pie.
¿Yo? ¡Vos eras la que no me soportabas nena! ¡Si hubiera sido por mí, hace rato que habríamos ido a tomar un helado, al cine, no sé, a donde quieras!, le sinceré. Tuve ganas de ir al baño, pero no quería perderme el espectáculo de esa belleza desnuda ante mí, transpirada, con olor a sexo, con las tetas más luminosas y la conchita todavía ansiosa por otra nueva cogida.
¡Sol, voy a hacer pis, y después me doy una ducha! ¡Si querés, después vengo, y me pongo el cinturón, para cogerte como si fuese Niquito! ¿Querés nena?!, le dije mordiéndole el lóbulo de la oreja. Solange no lo resistió y ella solita buscó mi boca para besarme, diciendo con seguridad: ¿Y a quién le importa Nico ahora?      Fin

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