La turra de mi tía

Nunca anduvimos con rodeos. A pesar de que no recuerdo bien cómo empezó todo. Lo cierto es que, para un pendejo pajero de 16 años como era yo, no había premio más grande que el de tener a la turra de mi tía en casa. Vanina se había quedado sin laburo por una de las tantas crisis de nuestro bendito país, y en la calle, por no poder cumplir los requerimientos contractuales de la inmobiliaria. Siempre le gustó hacerse la chetita. Para colmo, su pareja, porque no estaban casados, decidió dejarla por un tipo. Todo eso en la familia fue un baldazo de agua fría. Pero mis viejos lo resolvieron con la grandeza que todo el mundo les reconocía.
¡No hay ningún problema Vani! ¡Hasta que tu situación mejore, te quedás en casa! ¡Yo, te ofrezco un pequeño sueldo, a cambio de cuidar a los chicos! ¡Por lo demás, ni te preocupes!, le dijo mi viejo en la mesa, la noche que nos planteó su realidad. Y de esa forma se dio durante casi dos años. Mi madre estaba chocha, porque no había que distraer dinero para una empleada. Además, nos habían robado muchas veces. Jamás las juzgamos. Siempre mi padre opinó que nos faltaba suerte, o que éramos demasiado permisivos con personas que apenas conocíamos.
Yo tengo dos hermanos menores, Natalia y Nahuel, que en ese tiempo tenían 11 y 9 años respectivamente. Vanina, a pesar de sus 24 años, era medio vaga. Tardaba en prepararles la merienda, a veces no controlaba que llevaran todo en la mochila cuando salían para el cole, no sabía si se bañaban, y rara vez se enojaba con ellos. ¿Y eso que se trataban como perro y gato! Yo, digamos que me mandaba bastante solo. No es que fuera muy responsable. Pero, según ella, yo era grandecito para saber muchas cosas.
Resulta que, cierta mañana, cuando Nati y Nahu cumplían su horario escolar, escucho ruidos en la pieza de Vanina. Mis padres le asignaron una muy pequeña que se usaba para guardar ventiladores, ropa que no usábamos, mantas, libros y un centenar de juguetes. Yo solo iba a gimnasia los martes y viernes por la mañana. Las demás las usaba para dormir, o jugar a la play en la cama, o para estudiar, ya que iba al secundario por la tarde. Entonces, decido averiguar lo que sucedía. Yo conocía a la perfección los gemidos sexuales femeninos, ya que por las madrugadas me la pasaba viendo porno por internet. ¡Mi tía, estaría, pajeándose? Mi pensamiento se hacía cada vez más ordinario mientras me ponía un calzoncillo. Menos mal que reparé en que estaba en bolas. Justamente, por la razón de una madrugada de porno furiosa con la que enleché sábanas, calzoncillo, y varias servilletas de papel. Crucé la puerta, descalzo, para no hacerme notar. Los gemidos eran más agudos, más nítidos y verdaderos. No había palabras. Solo estridencias, vocales abiertas, y algunos golpes, o entrechoques. Enseguida descubrí que la puerta de la pieza de Vanina estaba abierta, y casi me enchastro hasta la cara cuando vi mejor. Vanina saltaba arriba de la pija de un gordo que se desparramaba en jadeos, gotas de sudor y una ronquera insoportable. Las tetas le danzaban armoniosas, el pelo se le arremolinaba, y de los labios le caían hilos de saliva, la que volvía a sorber cuando tomaba aire. El tipo le pegaba en el culo, y parecía esforzarse por terminar cuanto antes, como si se tratara de un trámite. De repente, el tipo se sacudió como un montón de grasa gelatinosa, gruñó como una pantera y, entonces mi tía gritó más fuerte mientras se despegaba de aquel personaje. Llegué a verle la pija, y me decepcioné por ella. Aún así, Vanina lo apuraba para que se levante, se vista y se vaya.
¡Dale gordo, que si mi sobrino se llega a despertar, olvidate de volver!, le dijo mi tía envolviéndose en un toallón color crema. No pude seguir mirando. Una voz interior me sugirió volver a la pieza, y le obedecí. Tenía el pito duro como un cascote, y necesitaba pajearme. Al rato, mientras mis manos lubricaban el cuero de mi pene con mi propia saliva, mi tía golpea mi puerta para decirme que ya era hora de prepararme para la escuela, y para que le vaya a comprar tomates. Ni me preocupé por ocultar lo que hacía. Pero aún así, ella prefirió ignorarme. No estaba seguro si me había visto otras veces. Ni yo si ella trajo a otros tipos a la casa. Pero yo también me llamé a silencio.
Otro mediodía, en el que yo miraba la tele y ella cocinaba, le vi la calza a punto de pedirle piedad toda enterrada en el orto. Para mí ni se había puesto calzones. El pito reaccionó sin inmutarse, y una de mis manos lo liberó de las tensiones de mi calzoncillo para manosearlo por debajo de la mesa, apretujarlo y para acariciarme los huevos. Ella jamás me prestaba atención. Además andaba canturreando temas de Arjona que su celular reproducía uno tras otro, sin clemencia de mis oídos.
¡Che Dieguín, podrías ponerte un pantalón antes de que lleguen tus hermanos! ¡Aparte, no podés andar con la pija tan al palo nene!, me dijo mientras ponía la mesa. Yo pensaba en ir al baño para concluir la paja que comencé. Obvio que cuando ella irrumpió en el comedor, mi pene yacía adentro de mi bóxer, como si nada. Pero sus palabras me calentaron más todavía, aunque me sacaron de enfoque. Me levanté, y le rocé el culo con una mano.
¿Qué te pasa nene? ¿Andás muuy al palo? ¡Ojo, que yo soy tu tía, y no una putita de tu escuela!, me dijo desafiante, regalándome una mirada asesina.
¡Bueno, pero esto tampoco es un telo para que traigas a tipos para garchar!, le largué sin meditarlo un segundo. Pronuncié aquello despojado de culpas, y di un par de pasos para ir al baño. Pero ella me paró en seco y me revoleó contra el sillón.
¡Dieguito, no le digas a, a tu mami que, bueno, lo que viste! ¡Te prometo que, nunca más hago entrar a nadie!, me suplicó con una mano en la barbilla. Recién ahí la observé como a una hembra. Sus tetas le reventaban la musculosa y el corpiño que tenía. La calza le dibujaba a la perfección cada pliegue de los labios de su concha. Podría jurar que la tenía mojada, o al menos fantaseaba con eso.
¡No sé tía, es muy grave lo que hiciste!, le dije, con los ojos tan calientes como el tronco de mi pene.
¡Mirá guachito pijón, si, si no decís nada, bueno, la tía te puede ayudar con, con algunas cositas!, dijo, y como si una vergüenza repentina la ensombreciera, corrió a la cocina para apagar el fuego. Enseguida llegaron mis hermanos, y yo tuve que correr a ponerme un short. Por lo que todo quedó suspendido en el aire.
Supongo que fue al día siguiente. Yo llegué de gimnasia, me saqué la remera y las zapatillas, y pensando en que mi tía no estaba, abrí la notebook y busqué un video de peteras para tocarme la pija. Venía re caliente de tanto mirarle el orto a una pendeja en el colectivo, y no aguantaba más. Pero apenas introduje la mano en el elástico de mi jogging, Vanina sale de su habitación, envuelta en un toallón enorme, y con el pelo mojado. De hecho todavía goteaba.
¡Hola pendejín! ¿Tenés hambre?!, me dijo, luego de estamparme un beso en la mejilla.
¡Sacá la mano de ahí chancho! ¡Y dejá de mirar a esas cochinas, que te hacen mal a la cabecita nene!, me dijo mientras cerraba la pantalla de la compu. Le dije que no entendía nada, y ella cerró una de las ventanas, olvidándose que sostenía el toallón con sus manos. Por eso llegué a mirarle una nalga, ya que se le deslizó en cámara lenta, por más que ella no lo dejó caer del todo. Encima, se dio cuenta de mi mirada penetrante.
¡Mejor, seguí viendo a esas chanchas, antes de mirarle el culo a tu tía nene!, dijo sonriente, y se sentó envuelta en el toallón sobre una silla, con el secador de pelo en la mano. Apenas lo encendió me fui a la pieza, entre avergonzado, caliente y embobado. ¡Qué pedazo de culo tenía la Vani! ¡Y pensar que yo a los pibes del barrio les decía que era una gorda comilona! Entonces, en la soledad de mi pieza me quedé en bolas, me sacudí la pija sentado en la cama, y no aguanté ni medio segundo. Apenas recordé el beso de mi tía en mi rostro, su culo bien parado y terso, el escote de su musculosa y el contorno de sus tetas, su vocecita diciéndome guachito pijón, y lo fresco de mi descubrimiento de ella con el gordo, largué un chorro fabuloso en la sábana, gimiendo como una nena, transpirando más que en el club, y tan caliente como nunca me había sentido. Ni siquiera reparé en que la puerta estaba abierta.
¡Otras sábanas que se van a lavar! ¡Dieguito, tenés que ser más considerado! ¡Podés largar el semen en el baño, o en cualquier lugar que no ensucies las sábanas, o tus calzoncillos!, pronunció la voz acaramelada de mi tía, cuya figura permaneció un rato inmóvil en el umbral de la puerta.
¡Andá a bañarte, que yo te ordeno todo chanchón!, me dijo, ahora avergonzándome con insolencia.
¡No te vi pajearte, solo, solo vi cuando acabaste, asqueroso!, me dijo mientras yo caminaba al baño, envuelto en mi propia desnudez, como si pretendiera disculparse.
¡La primera vez que te lavé las sábanas, posta que pensé que te habías hecho pis en la cama grandulón!, me dijo a la mañana siguiente, mientras tomábamos un café. Antes de eso me pidió perdón si me había hecho sentir mal. Yo se lo acepté.
¿y, a la noche mirás esos videos? ¿Cuáles son los que más te gustan?!, me preguntó. No estaba seguro de confesárselo. Era mi tía, y en el fondo sentía que ya no podía vivir sin mirarle las tetas.
¡Los de chicas, emmm, haciendo sexo oral!, dije al fin, tragando el último sorbo de café. Ella sonrió, meneó la cabeza para que su melena ilumine a los rayos de sol que se colaban por la ventana, y mordió una galletita.
¡Me imagino que debe haber muchas peteritas en tu escuela! ¡A esa edad a las nenas les encanta andar con la boquita sucia!, dijo con erotismo. A esa altura la pija se me paraba, resbalándose por mi bóxer gracias a los primeros jugos preseminales. Le confié que sí, y que dos veces la Rochi me tiró la goma, pero que no me había gustado. La Rochi era la más popular de mi curso. Actualmente tiene 4 chicos, y todos de padres diferentes.
¿Cómo? ¡No te creo! ¡A cualquier pibito le gusta, que, que una chica le haga eso! ¿Qué pasó?!, averiguó imbatible. Vanina jamás renunciaba a una pregunta. A veces te ganaba por cansancio.
¡No sé, en realidad, no la chupaba rico! ¡Me la mordía y me hacía doler, y encima, qué sé yo… era media bruta!, traté de revelar. Me sentí mal por la Rochi. Tal vez ella le puso todo su empeño.
¡Uuuuy, pobrecito mi negro! ¡Qué mala esa nena! ¡No puede ser que te muerda el pito! ¡Bueno, seguramente aprenderá! ¡Todavía es muy peque!, dijo, con una sonrisa más amplia, paseándose la lengua por los labios.
¡Mirá vos che! ¡Tan chiquita, y llevándose pitos a la boca! ¡La tengo que conocer a esa cochina!, agregó mientras se levantaba. Recién entonces, cuando toda su figura resplandecía ante mí, vi que tenía un vestidito transparente. No podía dejar de mirarle la bombacha! me imaginé bajándosela con los dientes, y la pija explotó de una algarabía inusual. Me mojé el calzoncillo hasta la parte del culo con mi semen, y no me quedó otra que ir a bañarme. Para colmo, vi claramente que Vanina fijó sus ojos en mi bulto mientras desayunábamos.
Ese mismo día por la noche, ella y yo nos quedamos a ver una serie en la tele. Mis hermanos estaban en lo de mis abuelos, y mis padres se acostaron temprano, como de costumbre. Algo en el ambiente se espesaba, me acariciaba el rostro con perspicacia y me confundía. Ella tenía una camiseta manga larga, que de igual forma no sabía controlar la imponencia de sus tetas. Los dos comíamos unas uvas, sentados en el sillón, un tanto separados. Yo no estaba incómodo, ni ella parecía extrañada. En la serie se desarrollaba una batalla campal entre narcos, policías, mujeres mulas armadas, algunos curiosos y un tipo trajeado con un maletín. El perfume de Vanina era más agradable que otras veces. Cuando mordía una uva, yo no podía evitar mirarle la boca. Cuando le chorreaba un poco de juguito, me la imaginaba arrodillada en el baño de la escuela, en el lugar de la Rochi, y se me dificultaba hilar las escenas de la serie. De repente, en un telo bastante desordenado, una flaca tetona se quedaba en colaless y bailaba arriba de una cama, sobre la que un viejo pelado dormía con un chumbo en la mano. El corazón me palpitaba a mil. Ella me habló, pero no pude decodificar las palabras. La flaca le acercaba las tetas al tipo, y después de que se las chupó un minúsculo segundo, ella dirigió su cara al bulto del hombre, que entretanto le pegaba en el culo. Apenas se lo metió en la boca el pelado se arqueó como para desarmarse, y la mina se limpió la boca con la sábana, mientras le pedía merca para un contacto de la policía.
¡Ojo Dieguito! ¡No te vayas a hacer pichí en el calzón eh! ¡Ta’ linda la tetona! ¡Pero es una película!, dijo Vanina sin razonar que la erección de mi pene perforaba hasta mis complejos más profundos.
¡Qué decís boluda, si ya sé que es una peli! ¿Quedan más uvas?!, dije nervioso y acalorado.
¡Sí, en la heladera! ¡Bueno, avisale a tu pito que es una peli, porque, bue, por lo que se ve, no sé, viste!, dijo acariciándome una pierna. En eso me levanto, aturdido por mi respiración a buscar más uvas. Ella se ríe en cuanto doy dos o tres pasos.
¡Mirá nene, no podés ni caminar del palo que tenés! ¿Querés ir al baño? ¡Paro un toque la peli!, dijo más divertida que en las navidades, donde aprovecha a darle duro al trago. Ni me acerqué a la heladera. Volví al sillón y me senté, supongo que para demostrarle que estaba equivocada.
¡Dale, poné la peli, que no quiero ir al baño!, le dije irascible. Ella puso play nuevamente, y seguimos atentos a la tele sin hablarnos. Hasta que otra escena un poco menos sexual le soltó la lengua. Ahora una rubia bailaba en el caño de un bulo de mala muerte, y un tipo le ponía unos dólares en la bombachita de encajes que se le enterraba en el orto.
¡Bueno, yo creo que es más linda la flaquita! ¡Tenía buenas gomas! ¿Vos qué decís?!, interrumpió mi tía, y me clavó sus ojos azules para que le responda.
¡yo digo que las tuyas son tremendas!, se me escapó más rápido de lo que mi mente pudo filtrar, y me sentí arder por dentro.
¿Cómo? ¿Vos decís que, que mis tetas te gustan más que las de la potra esa? ¡Estás chiflado nene!, dijo, y se echó a reír. Entonces, yo estiré una mano para tocarle una, mientras le decía: ¡No estoy loco tía, son tremendas! ¡Todos los pibes del barrio se babosean con vos!
Ella me sacó la mano de inmediato, murmurando: ¡Ojito pendejo! ¡No te pases de listo! ¡Esto no se toca!
La última frase la acentuó con un movimiento que me estremeció. Sacudió las tetas y las atrapó en sus manos para soltarlas de repente.
Todo había sucedido muy rápido. Vimos un tramo más de la serie, hasta que ella mencionó que tenía calor, y la vi quitarse la camiseta.
¡Supongo que no te horrorizarás pendejito! ¡Aparte, yo te vivo viendo en calzoncillo! ¡Y con ese paquete!, dijo sentándose de nuevo, convirtiendo a sus últimas palabras en susurros. Tenía un topcito blanco, y ahora sus tetas estaban más desprotegidas.
¡Ahí la tenés a la tetona! ¡Mirá cómo se viste! ¡Para mí las tiene operadas!, dijo, refiriéndose a la morocha de la serie, que mostraba un buen pedazo de su culo colombiano, y se agachaba para que las tetas se le escapen del diminuto corpiño que tenía. Otra vez intentaba manipular a un empresario para que le dé drogas y entradas para un partido de fútbol.
¡Viste, las tuyas son mejores, porque son reales!, dije inexpresivo, aunque con seguridad. Ella se rió, me acarició la pierna y me dijo por lo bajo: ¡Vos sos un dulce, pero muy pajerito! ¡Así que mejor callate!
De repente, su mano subió a mi abdomen, y no tardó en rozarme la pija, como accidentalmente. Me pidió disculpas. Me convidó un par de uvas, y tomó un trago de agua.
¡Basta de mirarme las tetas guachito! ¡O te vas a tu cama!, me retó con cierta gracia. Yo no sabía que había tomado nota de mis miradas como rayos láser.
¡Entonces, vos dejá de mirarme la pija putita!, le dije, con valor y sin un remordimiento. Pero eso me valió una cachetada sublime. Nunca nada me había dolido tanto.
¡Rajá a la cama desubicado, insolente! ¡Y no abras la boca, porque hablo con tus padres! ¿Qué te pensás que soy?!, me dijo mientras apagaba la tele y se ponía la camiseta. Entró rapidísimo a su habitación. Ni siquiera me devolvió el saludo de las buenas noches.
Ni bien entré a mi cama me manoseé la verga como tanto lo necesitaba, y no tardé en descargar un chorro generoso, viscoso y caliente en las sábanas. Saber que ellas las lavaba le confería un morbo especial a mis fantasías. Por eso, desde esa noche me acababa sin privaciones en la cama, y en el calzoncillo. Todo lo dejaba desordenado para que Vanina lo descubra, y tal vez se apiade de mí. Pero eso no sucedía, a pesar de que por la noche encontraba todo impecablemente limpio y perfumado.
¡Che nene, esta noche, si no tenés nada que hacer, seguimos viendo la serie!, me dijo en la mañana del día siguiente, sin resquicios de rencores por el cachetazo que me gané por zarpado. Le dije que lo analizaría, haciéndome el superado, y bajé a la cocina a buscar un jugo. Al rato ella apareció con la aspiradora en la mano, con un vestidito tan cortito que podía interrogarle cosas a su bombacha violeta con la mirada. Ella iba y venía del living a la cocina, levantando juguetes de mis hermanos, lapiceras, puchos de los ceniceros, vasos vacíos y algunas monedas del suelo. En un momento la tuve a un centímetro, y fue inevitable no apoyarle el culo con la erección de mi pija endiablada. Yo pretendía cerrar la puerta de la heladera, y ella enchufar el aparato.
¡Eeepa eeepa Dieguito! ¡Me parece que, tendrías que, prestarle atención a tu cosita! ¡Al menos, fijate contra qué se choca!, dijo risueña, incorporándose del suelo y bajándose el vestido.
¡Imagino que no me viste la bombacha, no?!, dijo luego, simulando ponerse seria. No le respondí.
¡Hablando de eso, ya te lavé las sábanas! ¡Después voy a tu pieza, y te las dejo para que te armes la cama!, agregó antes de encender el peor electrodoméstico para mis oídos sensibles. Entonces subí a mi cuarto. Tenía que estudiar para historia. Honestamente el culo enorme de mi tía con esa bombachita inocente me distraía la poca concentración que alcanzaba. La pija me latía a modo de reproche, y mi presemen parecía quemarme el glande con una euforia fatal. Por eso no lo pensé dos veces. Me quedé en bóxer, abrí la notebook, puse un video de unas pibitas peteando a varios pibes en una terraza, y comencé a pajearme a mis anchas. No reprimía jadeos, ni sonidos corporales, ni suspiros alusivos. El jugo de mi verga salpicaba y pegoteaba mis dedos, y mis huevos se acaloraban cada vez más. Me frotaba el culo contra la cama, recordaba las tetas de mi tía, la lengua de la Rochi, de nuevo a mi tía diciéndome nene cochino, y la leche parecía retrazar su fuga inminente para hacerme gozar y gozar.
¡Dieguito, acá te dejo las… Bueeeeenaaaaa… Perdón bebé, te interrumpí! ¡Qué boluda!, dijo mi tía mientras dejaba las sábanas en el suelo de mi pieza. No tuve vergüenza. De hecho, no sé cómo se me ocurrió subirme el bóxer, bajar las escaleras y buscarla. No tenía bien en claro para qué, ni cómo procedería.
¿Y? ¿Ya está pendejo? ¡Digo, Terminaste? ¡Ahora andá a comprarme una pechuguita de pollo, y hago una mayonesa de ave! ¡Pero vestite!, decía Vanina poniendo una pava de agua en el fuego. En eso, sin darle tiempo a reaccionar, le apoyo el paquete en el culo y se lo froto de lado a lado, luego en forma circular y por último de izquierda a derecha. Me pareció que suspiró. Pero gracias al televisor no podría asegurarlo.
¡Hey nene, me parece que la tetona de la serie te tiene loquito! ¿o, estás pensando en la Rochi? ¿Anduviste mirando chanchadas en la compu?!, me dijo, apartándome de su espalda con una mano, aunque también haciendo el culo para atrás.
¡No Tía, pasa que ando re al palo, por, bueno, por ese culo, y tus gomas!, le largué, confiado y algo más iluminado. Me arrancó una oreja y dijo algo entre dientes.
¡Andá a tu pieza pajerito, que afuera está el sodero!, me dijo luego, a una exhalación de mi nariz. El aliento de sus labios me excitó aún más. Por lo que entonces, ni bien entré a mi cuarto, me acabé como si hubiese sido la primera vez que le dedicaba una paja a una hembra infartante.
Pero finalmente, cierta mañana volví a escuchar gemidos que provenían de su pieza. No eran más de las 9. Llovía, y mis hermanos faltaron al colegio. Por eso me pareció más desubicada, perversa y atrevida. Supongo que por eso, más la calentura que anidaba en mis hormonas, me levanté en bóxer para investigar un poco lo que se traía entre manos esta vez. La puerta estaba cerrada. No sentí que debía respetar su privacidad, y bajé el picaporte para que se abra gracias al viento que entraba por la ventana.
¡Rajá de acá pendejito! ¡Andá a bañarte!, me gritó Vanina, mientras mis ojos se llenaban de su cuerpo subiendo y bajando de la pija de un tipo, al que le vi cara conocida. Ella no detuvo su vaivén, ni sus gemidos, ni sus pedidos de más pija para su conchita, al tiempo que mi pene se erectaba con jerarquía, y una de mis manos ardía en deseos por darle una sobadita. Mi boca soñaba con sus tetas movedizas, y mis dientes con ese culo precioso, el que ese hombre palmeaba con estridencias y alevosías.
¡Tomá perraaaa, que el pendejo te vea coger putitaaa!, dijo el hombre, supongo que segundos antes de acabarle todo adentro. Es que, luego unos sonidos guturales salían despedidos de sus gargantas, y sus cuerpos se entorpecían entre ahogos, jadeos, sorbos de saliva y más palmadas hacia ningún destino certero. Yo tuve que cerrar la puerta de inmediato, mientras un chorro de semen estallaba furioso en mi bóxer. Mis hermanos salían de la pieza pensando en el desayuno, aunque seguro que alertados por los ruidos de Vanina y el intruso. Entré a mi pieza, consciente de que Vanina debía arbitrar las formas para que el tipo salga de la casa. Pensé que además me ligaría flor de cagada a pedo. Pero eso no sucedió. Recién a la noche siguiente, cuando volvimos a mirar la serie, de repente me dijo: ¡Dieguito, estuvo muy mal lo que hiciste ayer!
Yo la miré haciéndome el desconcertado. Además, luego de su comentario se levantó y se metió en la pieza.
¡No la voy a mirar, así que mañana me contás! ¡Me duele un poco la cabeza!, dijo antes de cerrar la puerta. Por lo tanto, esperé unos minutos, y decidí poner una porno sin sonido, y tocarme la pija. Lo necesitaba demasiado. Recuerdo que me acabé encima, que me subí el short, y que ni llegué a apagar el televisor. Estaba abatido. Ese día mi profesor de gimnasia nos destruyó en clases, y para colmo había jugado a la pelota con los pibes. Me pesaba hasta respirar. Pero, un rato más tarde, siento una mano sobarme suavemente el pito sobre el pantalón.
¡Dieguito, arriba guachito pijón, que te quedaste dormido, viendo a esas putonas!, me dijo mi tía al oído, y todos mis sentidos se pusieron en guardia. Tenía las gomas al aire, estaba descalza, con el pelo enredado, y una bombacha violeta divina cubriéndole la conchita. Su mano ascendía y descendía por mi pija, que también recobraba firmeza de a poco. Además me acarició la panza y el pecho, aprovechándome en camiseta, y me sobó las piernas.
¿Qué pasó nene? ¿Te hiciste pichí? ¿O te acabaste encima, chancho? ¿Ves por qué te digo que te hace mal mirar a esas cochinas? ¿Qué pasó? ¿No fue la Rochi al cole, y no te tiró la goma bebé?!, se expresó en mi otro oído, lamiéndome la oreja y forcejeando con el elástico de mi short para meter la mano adentro de mi intimidad.
¡Mmmm, te re enlechaste el calzón nene, como siempre, como todas las noches!, me dijo cuando su mano al fin logró tocar la tela de mi bóxer, y por consecuencia a masajearme la pija y los huevos. No me dejó responderle nada. Calló mis labios con uno de sus dedos antes de apagar la tele, diciendo: ¡Basta de nenas gritonas!
Se sentó a mi lado, me puso las tetas contra el pecho y las friccionó aún con su mano apretándome la chota. Me pidió que saque la lengua, y me la tocó con la suya. Cruzaba las piernas, de a ratos cambiaba de posición, hasta que al fin quedó con sus rodillas arriba del sillón, y entonces, mi short terminó en el suelo.
¡Tranqui bebé, que son las 4 de la mañana! ¡Todos duermen! ¡Menos tu pija me parece! ¡Tocame las tetas guachito, si siempre me las mirás con ojitos de calentura! ¿Pensabas que no me daba cuenta?!, me decía agitada, antes de rodear mi glande con sus dedos para subir y bajar el cuero de mi pene, aún bajo mi bóxer. Se las manoseé enceguecido, se las chupé y mordí sus pezones sin mucha delicadeza. De hecho la hice chillar un par de veces.
¡Me re calentó que me digas putita, el otro día, cuando te di la cachetada!, dijo después de pedirme que le muerda un dedo. Luego ella me lamió dos de los míos como si me los peteara, y eso casi me hace ensuciarle la mano.
¡Pedime que te chupe la pija pendejo, y te saco la lechita acá nomás!, me dijo luego, cuando su boca se apoderaba de mi cuello y mentón. Me encantaba sentir el filo de sus dientes en la piel, su aliento a cerveza y el perfume de su cuerpo.
¡Chupame la verga putita!, llegué a decirle. Ella me sacó el calzoncillo, lo lamió, se lo pasó por las tetas y lo escupió. Todo ante mis ojos incrédulos. Pronto se bajó gateando del sillón, se hincó en el suelo, me olió la pija y se pegó con ella en las mejillas.
¡Ahora me vas a decir si la bombachita cagada de tu colegio te la chupa mejor que la putona de tu tía!, dijo con la voz disfónica, mientras me lamía el pubis, se saboreaba y me apoyaba las tetas en las piernas. Se dio otro chotazo en la cara, luego otros varios en la boca abierta y amagó con hundirla entre sus labios. Pero antes lamió todos los restos de leche que me llegaban hasta las bolas. Sus besos me erizaban cada partícula de mi existencia.
¡Tu olor a pija es más rico que el de la lechita que dejás en las sábanas nenito sucio!, me dijo lamiéndome el escroto, con besos ruidosos y algunos hilos de saliva que recorrían mis aductores. Entonces, como una ráfaga luminosa, sus labios se abrieron a mi pija hinchada, y su lengua comenzó a engullir, lamer, trazar caminitos con su baba, a succionar y tragar mis líquidos primarios. Yo le tocaba la cara, le amasaba las tetas y le arrancaba el pelo. Cuando gemí inevitablemente, ella me arañó una pierna con sus uñas para silenciarme.
¿Querés que tus papis vean cómo la tía le tira la goma al nene? ¡Calladito la boca, pendejito!, me dijo, y volvió a llevar mi pija a la gloria de su garganta. Su cabeza se movía cada vez más rítmica, apurando los compases de sus lamidas. Me escupió como mil veces, y cada vez que lo hacía mi cuerpo se estremecía. Mi pensamiento se había dado a la fuga. Solo podía sentir, tiritar, renacer en cada bocanada de sus labios, atragantar jadeos y manosearla a mi antojo.
De repente mi pene resbalaba como por un precipicio caliente, con una vigorosidad alucinante. Transgredía la garganta de Vanina, quien por momentos debía sacársela de la boca, eructar luego de algunas arcadas y escupirme toda la extensión de la verga para entonces volver a mamarla, nuevamente hasta la faz de su garganta.
¿Y pendejo? ¿Soy buena mamando pijas? ¿Le gano a la zorrita de Rocío? ¿Te gusta más esto? ¿O las putitas histéricas de las pornos?!, me dijo antes de tragársela por décima vez. Por toda respuesta, ni bien atravesé la barrera de sus dientes perfectos, mi leche estalló contra sus arcadas, su lengua chiquita, su paladar inmenso y sus toses repentinas. La oí tragar entre sorprendida y molesta. Eructó cerca de mi nariz mientras se ponía de pie y se pegaba en la cola. Me arrancó el pelo diciéndome: ¡Podrías haberme avisado que te venía la lechita pendejo! Se miró en el vidrio de una de las bibliotecas del living. Me acarició la pija empapada y temblorosa con una mano, y luego con sus tetas al agacharse a recoger mi bóxer. Me dio un beso en los labios y me levantó de un empujón en la espalda, aún cuando un mareo desprovisto de piedad me invadía.
¡Vamos a mi pieza guachito! ¡Tu tía quiere pija en la concha!, me dijo al oído, y acto seguido me clavó las uñas en el brazo cuando quise decirle algo. No tuve tiempo de nada. Todo lo que recuerdo luego es que Vanina cerraba su pieza con llave, que me mordisqueaba las tetillas tras arrancarme la camiseta y que me sobaba la pija hablándome como a un nene.
¡Seguro que me vas a dar más lechita! ¿No cierto pitito hermoso? ¡Sé buenito con la tía, que ahora te va a dejar entrar en su conchita!, le decía a mi pene, desparramando sus besos ruidosos por mi tórax, mis hombros y mi abdomen. Me mordía los codos y me babeaba los brazos al besarlos con tanta pasión. También me hizo reír al lamer la parte de atrás de mis rodillas. Pero sus trucos habían dado resultado. Mi pija yacía tan dura como antes de entrar en su boca. Mis huevos parecían estar produciendo kilos de espermatozoides porque me quemaban de tantas palpitaciones. Vanina me escupió la puntita del glande, se ensalivó la mano y me hizo una paja rapidita para confirmar la dureza de mi músculo.
¡Sacame la bombachita nene, dale, ahora, y después, olela, lamela y escupila toda, dale puerquito!, me ordenó ni bien se sentó en la cama. En la pieza no había que reprimir gemidos, pero sí debíamos cuidar el volumen de las palabras por si acaso. Entonces, me puse frente a Vanina, tomé los elásticos de su bombacha violeta y se la deslicé por las piernas hasta quitársela. Entonces, la acerqué a mi nariz. Esa mezcla de olor a flujo, a pis y a culito me regaló una especie de cielo, el que se posaba en esa tela transpirada. Era la primera vez que olía a una mujer, y que su intimidad sexual se inscribía en mis pulmones. No me costó trabajo porque ella levantaba el culo de la cama mientras se lamía un dedo.
¡Qué pasa nene? ¿Tiene olor a conchita? ¿Te gusta? ¡Yo también me pajeo, sabés? ¡Muchas veces me toqué la conchita pensando en tu paquete, en cómo sería el sabor de tu semen, en si eras virgen, y en cómo esa villerita te tira la goma en el baño del colegio!, me decía mientras con una de sus manos me atraía hacia ella. Fue simple, rápido y efectivo. Ni bien mi cuerpo se fundió en el suyo, mi pija entró voraz en su vagina caliente, más que su boquita perfecta. Empezamos a movernos, y la cama gruñía al compás de nuestras almas en celo. Ella me agarraba del culo para que mi pubis friccione el suyo, y para que su concha se coma cada centímetro de mi verga empaladísima. Su bombacha permanecía colgada de mi cuello, y a ella se le antojaba que la muerda mientras la bombeaba. Después quiso que le escupa y muerda las tetas. Ella me gemía como esas actrices del porno, y el hormigueo de mi cuerpo se convertía en un terremoto imposible de sostener. Su aliento formaba nubes espesas entre nosotros, y su lengua seguía decorando a los poros de mi piel con sus palabritas.
¿Te gusta nenito? ¿Eeee? ¿Ya te viene la lechita? ¡Cogeme toda perrito, asíii, dame pija, partime la conchita nene pajero! ¡Te gusta ensuciarte en la camita pendejito, no? ¡Te gusta acabarte encima, y mirar chanchadas, y relojearme las tetas? ¡Ahora cogeme toda guachito pijón!, me decía consternada, acelerada y sudando en sincronía con mis arremetidas. Lo cierto es que casi ni me di cuenta del momento en que mi leche emergió de mi pene para colonizarle la conchita. Mi cuerpo seguía moviéndose envalentonado por los gemidos de Vanina. Lo que fue una suerte, porque ella todavía no había alcanzado su orgasmo. Pero lo supe en cuanto eso pasó, porque sus uñas se clavaron ahora en mis nalgas, su saliva casi la ahoga de tan abundante, sus jadeos no tenían forma de atenuarse, y su cuerpo se incineraba en un calor que le hacía brillar hasta los pezones. De repente estaba todo mojado arriba de ella, apaciguando mi respiración, con el pene cada vez más pequeño pero repleto de cosquillas, con los huevos calientes, las rodillas flojas, un hambre terrible y las marcas de su labial en mi cuello. Me costó levantarme de su cuerpo. Ella tuvo que ayudarme, y no solo a ponerme el calzoncillo. Estaba mareado y aturdido. Obviamente debió percatarse de que era mi primera vez, aunque yo jamás se lo reconocí.
¡Dieguito, levantate! ¡Dale pendejito, que tenés que ir a la escuela!, me decía Vanina sacudiéndome de un brazo al día siguiente. No podía despegar los ojos, ni mover un músculo para desperezarme. Pero mi pija, en cuanto descubrió el perfume de mi tía a un paso de mi olfato, y mis ojos dieron con sus tetas escotadas en una remera lila, reaccionó de inmediato, y ella me lo hizo saber.
¡Eeeepaaaa! ¡Mirá, tu pitito ya se despertó! ¿Querés que la tía te tome la lechita con la boca? ¿O, Querés un poco de conchita, antes de ir a la escuela?!, me decía luego, mostrándome que no tenía bombacha debajo de su pollerita.     Fin

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