Mi espejo sexual

El tráfico todavía zumbaba en mi cabeza cuando entré a mi habitación. A pesar del silencio, de la soledad de la casa, y de mi agotamiento. Tomé un vaso de agua con hielo al pasar por la cocina. Lavé unas tazas sucias del café mañanero, prendí un sahumerio y puse el celular en vibrador. Ya no soportaba ni el tono de llamadas. Pero no podía abstraerme del todo. Si a la frígida de mi jefa se le antojaba llamarme para pedirme que le arregle alguna reunión, le compre alguna pelotudez por mercado libre, o que simplemente me ocupe de conseguirle el vino más caro para sus encuentros con su amante de turno, tenía que atenderla. Es desgastante, pero así son las reglas del juego para una madre solitaria, sin marido por elección propia, y a cargo de una nena repleta de necesidades, como cualquier adolescente de estos tiempos.
Eran las cuatro de la tarde, y el calor apenas permitía que las neuronas se precipiten al vacío más inmediato. Ni bien me lavé las manos y la cara en el baño, me aventuré a la idea de revolearme desnuda en la cama, con el aire acondicionado a full, dispuesta sólo a descansar. Pero mientras me iba quitando la ropa, no sé si por causas de mi poca actividad sexual, o el calor que siempre nos tritura las hormonas, o algún pensamiento lejano que me llevó a soñar con una de las secretarias de mi jefa; (porque tiene a cinco boludas para ella sola), una erótica sensación me recorrió desde adentro hacia afuera. Algo de mí quería escaparse, y no entendía cómo había pasado. Mientras me desprendía la puta camisa de la empresa, veía el reflejo de mis tetas en el amplio espejo que gobierna la pared lateral a mi cama. Al otro lado el ventanal permanecía cerrado, para que no entre ni una pizca del maldito vaho que se acumula en el asfalto. Me palpé una goma mientras me quitaba el corpiño, y tuve la impresión de haber disfrutado de esa tocadita. Al fin me fui bajando de a poco el pantalón, cada vez más cerca del espejo, que ahora reflejaba mi cuerpo entero, ya que es más alto que yo, que ni califico para el metro 70. Veía cómo brillaban las gotas de sudor que me empapaban los hombros. Meneaba las tetas con cada vez mayor consistencia. Buscaba algo. Todavía no me había quitado por completo el pantalón cuando de golpe una de mis manos me azotó una nalga, y ese acto pareció sacudirme. Arrojé mis zapatos de taco, me quité las medias y suspiré. Por momentos tenía la mente en blanco. Había pensado en darme una ducha. Pero, realmente, la fascinación que me envolvía frente al espejo, la novedad de sentirme hermosa, en calzones, transpiradita y con resabios de olor a cigarrillo en el pelo, me impacientaba. No fumo. Pero la mayoría en la oficina son como chimeneas en el más crudo de los inviernos.
Pensé en las tetas de Amelia, la chica que nos prepara café. ¿Cuántas pijas habrá chupado esa nena para estar ahí? No conozco a nadie más inoperante que ella. No es capaz de retener los pedidos, por lo que casi siempre me trae el café dulce, y con edulcorante. Sin embargo las tetas de esa morenaza de no más de 20 años me daban vueltas por la cabeza. Tanto como la cola de Mariana, la chica de Recursos Humanos. ¡Encima la zorra deja que los tipos se lo manoseen o pellizquen a voluntad! Yo tengo reuniones a diario con ella, y solo una vez pude tocárselo, medio por accidente. ¡Creí que esa vez la piba me iba a denunciar con la jefa! Pero sus ambiciones son más importantes, por lo que seguro que también entregó la colita algunas veces. Las imaginé desnudas, a Mariana tocándose la conchita, y a Amelia poniéndose en cuatro patas para mamarle la verga a cualquiera de los abogados o contadores de la empresa, con tal de abandonar su puesto de cadete. Involuntariamente me froté la vagina sobre la bombacha de satén negra, y un escalofrío se anudó en mi estómago. Supuse que era la temperatura del aire acondicionado. Pero, ahora mis tetas se frotaban contra el cristal, mis pezones se erguían y mis dedos procuraban liberarme de las tensiones de mi bombacha. Noté que me estaba mojando. Abrí la boca para tomar aire, y solté un gemido. Me toqué las tetas, estiré mis pezones, me ensalivé toda la palma de mi mano izquierda para acariciármelas, y volví a frotarlas en el vidrio, consciente de que las piernas se me abrían solas. Mi otra mano subía y bajaba la parte trasera de mi bombacha, y uno de mis dedos comenzaba a contornear la verticalidad de la unión de mis nalgas. Otra vez gemí, froté uno de mis pies contra el otro, y me solté el pelo.
¡Dale mamita, tenés unos hermosos 42 añitos para estar así de calentita… tocate toda… hacete gozar perra… que seguro ahora la Marianita le debe estar apoyando el orto a uno de esos ricachones… la Ame seguro que se volcó café en las tetas para que la jefa la levante en peso… y vos, no te animás a tirarle los galgos a la Vero… esa sí que te mira las tetas!, me decía casi en voz alta, con la boca seca por momentos. Un hormigueo se apoderaba de las plantas de mis pies, y mis tetas resbalaban con sonoridad, cada vez más nutridas por mi saliva. Escupí en el centro del espejo varias veces. Ya no cabía dentro de mí tanto fuego contenido, cuando entonces una de mis manos le acertó uno, luego otro, y después un chirlo más a mis nalgas. Mi cuerpo actuaba sin mi consentimiento. Mis ojos se maravillaban a pesar de mis ataduras. La sonrisa de Verónica, la encargada del personal de limpieza, se hacía cada vez más nítida en mis recuerdos. Sabía que Verónica es tortillera, y no sé cuántas veces la vi relojeándome las tetas. Ahora me la imaginaba lamiéndomelas, y mis chirlos sonaban con mayores estrépitos. Me agaché para besar y lamer la porción del espejo por la que se deslizaban mis pechos, y no lo soporté más. Necesitaba sacarme la bombacha y alimentar al candor de mi concha con mis dedos. ¡Quería acabarme como una perra, como en mis tiempos de adolescente! Entonces, caí en la cuenta que, por lo menos hacía 4 años que ni siquiera me masturbaba. Era demasiado para sostener tantas ansiedades, preocupaciones y responsabilidades. Por eso, jamás discutí con mi jefa cuando, en un par de ocasiones, gracias a mi carácter posesivo en cierto modo, le contesté para la mierda, y ella me decía con su mejor sonrisa de sobradora: ¡Calmate querida… me parece que a vos te falta una buena revolcada… sos una mal cogida nena!
A veces tenía ganas de contestarle, presentarle mi renuncia y mandar a la mierda a toda esa gente superficial. Pero ahora, también pensaba en mi jefa. La imaginaba arrodilladita bajo mi escritorio, oliendo mi bombacha, corriéndola poco a poco hasta apartarla de mis muslos, y entonces, su lengua al fin podría saborearme entera. Mis dedos querían arrancarle el corpiño a Verónica, mi lengua fundirse en las tetas de Amelia, y mis pezones necesitaban con urgencia el rigor de los dientes de Mariana. Si tan solo su pedazo de culo estuviese ante mis ojos, pensaba cuando, casi derrumbada sobre el cristal, siento que mi bombacha, que apenas había quedado sobre mis rodillas, comienza a pesar, y que mis dedos se inundan presurosos, cansados de tanto buscar mi clítoris, y que de mi boca solo surgen suspiros, ríos de baba y frases obscenas, casi todas dirigidas a las tetas de Amelia.
¡Uuuy, mamita… No me digas que te hiciste pichí!, me dije, con la realidad atenazándome los principios, pero con el cuerpo más expectante, sísmico y desbordado de pasiones. Me había meado encima mientras me pajeaba? ¿O, había tenido un squirt? Nunca supe si mi cuerpo era capaz de regalarme esas maravillas, porque, me había olvidado de mí por completo.
Pero lo cierto, es que, la vagina me latía, las manos me temblaban, los pezones me dolían a instancias insospechables, y, por alguna razón, Mélani, mi niña de 16 años cruzó el umbral de mis pensamientos perversos.
¿Y mami? ¡Mucho que hablás de la hijita de tu jefa, de la sobrina de tu amiga, de lo putarraca que se ve la Mariana con ese culo infartante! ¿Y, de tu hija? ¿Qué estaría haciendo ahora la bebé? ¡Ojo nena! ¡A lo mejor está, encamadita, con un pito en la boca… con algún machito comiéndole las tetas… o cabalgando a su profe de gimnasia… o, por ahí, anda tijereteando con alguna nenita, que tiene la concha gordita como vos… o, quizás, ya entregó la colita! ¿Te la imaginás embarazada? ¿Con las tetas hinchadas de leche, mientras va a la escuela, y los chicos la mimosean toda?!, se oía mi propia voz como trozos de sentencia en el cuarto. Entretanto, mis dedos chapoteaban en mi concha, uno más precavido rozaba el agujerito de mi culo, y mi lengua entraba y salía de mi boca. Ahora estaba apoyada de espaldas en el espejo, para frotar mi culo contra él, pisoteando mi bombacha meada, mientras no paraba de penetrarme la concha, de golpearme el pubis, arrancarme algunos vellos y presionar mi clítoris con una emergente sed de culminar con semejante tortura.
Pero, entonces, oigo el timbre. Seguro se trataba de algún vendedor, o de esos pibes que arreglan jardines, pensé, y no le di importancia. Oí vibrar mi celular, y ni me molesté en chequear el llamado. Yo seguía emperrada en lo mío, frotándome toda, lamiendo los dedos que sacaba de mi vagina y relamiendo mis labios. ¿Cómo antes nunca se me ocurrió probar mis propios jugos? ¿Por qué fui tan pacata, cerrada, chapada a la antigua? ¿Por qué me perdí de conocerme así? ¿por qué siempre me cagué cuando tenía la idea de comprarme un buen consolador, o un lindo vibrador? En eso pensaba, mientras uno de mis dedos frotaba mi clítoris, y mis dientes se esforzaban por no arrancarle la piel a los dedos de la otra mano que, con una morbosa libertad deslizaba previamente en el canal de mi culo cada vez más colorado. Me encantaba nalguearme, y me calentaba como una quinceañera al imaginarme en pelotas con Amelia y Mariana, ante los ojos confusos de mi jefa.
¡Maaaa, lleguéeee! ¿estáas? ¿Hay algo para comeeerr?!, oí de repente, y todo mi cuerpo se paralizó. Era la voz de Mélani, y eran sus pasos los que subían las escaleras a toda velocidad. Preferí no contestarle. Revoleé mi bombacha empapada, mis zapatos y mi pantalón debajo de la cama de una patada, le pasé la lengua al espejo y me tranquilicé al rozarme las tetas. Hubo un silencio insuficiente, y pensé que pudo haber creído que no estaba. Por lo tanto, volví a la tarea de tocarme la concha, ahora sentada en la cama, con las piernas abiertas, friccionando mi culo en las sábanas, con los ojos perdidos en el espejo, que no hacía más que devolverme mi identidad al rojo vivo. Pero nuevamente, sus pasos descendían por la escalera, y su voz se hizo eco hasta endulzarme los oídos.
¡Maaaa, dame plata para ir a comprar una coquita!, pronunció, y mi ser desconectado hasta de mí misma no tuvo el valor para responderle.
¡Dale Ma, que ya sé que llegaste! ¡Ví tus carpetas en la mesa! ¡Abrimeee, que hace un calor de la concha de la lora!, me dijo luego, golpeando la puerta y sacudiendo el picaporte, fiel a su estilo de rompe pelotas cuando se le antoja algo.
¡Voooy, voooy!, le dije mientras me ponía un vestido suelto de verano, y destendía la cama para que crea que, solo estaba descansando. No podía pensar de tantas palpitaciones! Quería abrirle y darle la plata, y a la vez, mi vagina seguía expulsando líquidos, mi clítoris me pedía más deditos, y, además, seguro me veía fatal. Pero entonces le abrí, y mis ojos terminaron de darle de comer a mi cerebro de su figura, sus hormonas y su juventud. De casualidad manoteé la billetera para sacar 100 pesos. Pero casi me derrito a sus pies al verla tan desprotegida.
¿y, así vas a ir a comprar cochina? ¿Casi mostrando todo?!, le dije, luego de darle un beso en la mejilla. Estaba con un shortcito re apretado y una musculosa llena de colores, sin corpiño, y con unas ojotas.
¡Noooo maaa! ¡Bue, no sé, a lo mejor, el baboso del kioskero me hace precio si me mira las gomas! ¿Vos, qué decís?!, me dijo bailoteando con gracia, solo para menear las tetas. Eran habituales esos comentarios en ella. Sabía que no era capaz de eso. Pero en mi mente, Mi nena se convertía en una chiquita atrevida, sucia y perversa. Cuando olí el perfume de su pelo, tuve unas ganas inmensas de morderle la lengua. Sentía que la concha me latía revolucionada, y que los pezones ardían bajo la liviandad de mi vestido.
¿Vos estás bien ma? ¡Digo, porque, nunca, te vi tan despeinada!, me dijo con sinceridad, antes de agarrar el billete de mi mano temblorosa y húmeda.
¡Sí Meli, solo, tuve un día fatal en la oficina, y, bueno, vos sabés!, le mentí con descaro, ahora apoyada en la puerta, a pocos centímetros de su cuerpito.
¿Y, a vos? ¿Cómo te fue en el cole?!, le intercambié el tema con sutileza.
¡Heeemmm, bueno, ma, hoy, hoy me hice la rata! ¡Pero, no fui porque, bueno, salí a tomar un helado con Dami, un chico del club!, me dijo con un brillo especial en los ojos. Le puse cara de mala, y enseguida, mientras ella se reía de su picardía, como sin poder reprimir a los deseos que poblaban mis infiernos sexuales, la agarré de un brazo, la metí adentro de la pieza, cerré la puerta con llave y le di una cachetada.
¿Vos me estás cargando pendeja? ¿no me digas que tuviste sexo con ese pibe!, le grité en la cara, viendo el desconcierto que le enmudecía las palabras. Lagrimeó un poquito, y enseguida tomó el valor para intentar abrir la puerta.
¿Qué te pasa mujer? ¡Nunca dije que cogí con él!, se atrevió a decir cuando le pegué en la mano que acercó al picaporte.
¡Quedate quieta pendeja, y no hagas nada que yo no te ordene! ¿estamos? ¡Yo soy tu madre, y todavía creo que estoy a tiempo de retarte! ¿Vos querés, comprarte el ipohne, no? ¡Tu papá ya me dijo que ni en pedo te lo va a comprar, por más que seas la abanderada nacional!, le dije, casi sin procesar la extorción que me había invadido. No parecía yo la que hablaba con ese determinismo.
¡Sí, ma, sí quiero el iphone, pero, vos dijiste que, tampoco me lo ibas a comprar! ¡Pero, no entiendo! ¿Qué tiene que ver eso, con, con Dami?!, dijo inocente, mirándose los pies y calmando su sollozo, el que debo reconocer que también me excitaba. Sin embargo, opté por serenarme, tomarla de una mano y hablarle como pudiese.
¡Mirá Meli, esto, esto puede quedar acá, entre nosotras! ¡Yo, te prometo que te compro ese aparato, y algo más que quieras! ¡Siempre y cuando, hagas lo que te pida! ¿Estás de acuerdo?!, le dije acariciándole la pancita. Hacía mucho que no acariciaba a mi nena, más allá de algún abrazo natural en fiestas, cumples, o cuando estaba enfermuchi.
¡No sé ma, es que, no sé qué querés! ¡Me pegaste re fuerte recién!, dijo arrugando los labios.
¿Querés esa porquería, sí o no pendeja?!, le dije zarandeándola del pelo. No tuvo otra opción que decir que sí. Yo conocía su obsesión por las redes sociales, y eso era lo que más anhelaba en el mundo. Además, todas sus amigas tienen uno.
¡Así me gusta hija! ¡Sacate la musculosa, y ponete frente al espejo!, le solicité procurando no desbordarme. Ella, ni se movió.
¡Dale pendeja, que quiero ver si ese pibito te dejó chupones marcados en el cuerpo! ¡Si no me mentís, o sea, si es verdad que no pasó nada con él, no tenés que tener vergüenza en desnudarte! ¡Vamos!, le decía, cada vez más pegada a su espalda. Se la quitó rapidísimo, como si aquello fuera un trámite. Entonces, vi sus pezones, las redondeces de sus tetas juveniles, chiquitas, blancas y tersas, suaves y perfumadas en el cristal. Sus aureolas pequeñas, y el reflejo de sus labios abiertos por la sorpresa en el vidrio me regalaron una descarga de jugos que consiguió impactar en mi vestido. Entonces, reparé en que no había olor a pis en la pieza. Ahora era consciente de que mi bombacha se impregnó de mis propios jugos, de una eyaculación bestial, la que seguro acumulaba como mieles prohibidas en mi sexo.
¡Movete para los costados, bien suavecito nena!, le dije, apoyándole una mano en el hombro. El tacto de su piel era delicioso. Tenía los brazos calientes por la temperatura del día.
¿Te gusta mirarte en el espejo de mami? ¿Ese chico te miró las gomas?!, le dije al oído, y sentí que su cuerpo se estremeció.
¡No digas nada Meli! ¡Vos, solo, limitate a hacer lo que te digo! ¡Ahora, date vuelta, y sentate muy de a poquito en el suelo!, le indiqué, separándome de ella para sentarme en la cama. Desde allí podía observarla quebrar su cintura lentamente, hasta que su colita tocó el suelo. Sus tetas resplandecían aún más hermosas en el espejo, y su cara ya no era la de una nena asustada.
¡Abrí la boca, cerrá los ojitos, y sacá la lengua!, le dije impaciente. Ni bien cerró los ojos, luego de suspirar algo como: ¡Estás re loca ma!, me palpé la concha por adentro del vestido, tan rápido que ella no pudo notarlo.
¡shhh, vos calladita nena! ¡Mordete la lengua despacito!, le pedí después. Tenía los dientes blancos como la pureza de la virginidad que, esperaba no hubiese perdido en manos de ese machito. Por suerte, esta vez no se opuso a mi descaro, y comenzó a morderse la lengua. Primero la puntita, hasta que de a poco la dejaba salir de su boca para volver a presionarla.
¡Lamete los labios, y, tocate las tetas!, le pedí, ahora frotando mi culo en el colchón, sin importarme que ella me estuviese mirando, porque sus ojos de repente se abrieron. Para mi sorpresa, ni se sonrojó al verme. Se palpó las tetas  sin erotismo, pero a mí me bastó para gemir extasiada.
¡Tocate los pezones nena!, le dije presa de unos temblores que no provenían de mis libertades. Ella lo hizo, aunque ahora sí abrió la boca para ladrarme llena de curiosidad, más que de cualquier otro sentimiento.
¿Qué te pasa má? ¿Vos querés que, que yo me, me masturbe adelante tuyo?!, dijo, y un hilo de saliva le rodeó el labio inferior.
¿Cómo Como¿ ¡Así que, mi nenita, ya, se, ya se toca la conchita en su cama? ¿Cuándo aprendiste a tocarte Meli?!, le decía mientras me ponía de pie, con un ahogo en el pecho que me dificultaba hasta mover las manos. Caminé hacia ella, me detuve a unos pocos pasos de sus pies y me agaché para tomarla de las manos. Se las besé, y le pedí que se amase las tetas otra vez, pero que primero se meta los dedos en la boca.
¡No sé bien ma! ¡Creo que, tenía 13 la primera vez que, me froté en el colchón, sin saber lo que me pasaba! ¡Y, nada, me toqué la vagina, y así empecé! ¡Me acuerdo que, me imaginaba al amigo de Dami, y sentía que, que me metía la pija en la boca, y esa vez, supongo que hasta me acabé y todo!, se explayaba Mélani, sobándose las tetas, estirándose los pezones con dulzura y lamiendo de vez en cuando alguno de sus dedos. Ni siquiera los latidos de mi corazón se interpusieron a mis designios. Me senté a su lado, le acaricié las piernas, y a pesar de que ella rechazó el tacto de mis dedos, enseguida se tranquilizó para seguir en la tarea de tocarse las gomas. Solo que, ahora suspiraba, mecía su cuerpo hacia los costados como para frotarse la cola en el piso y sonreía.
¡Y vos ma, qué onda? ¿También te tocás?!, dijo impertinente. No supe qué hacer. Por lo tanto decidí darle una nueva cachetada, rezongarla  por desubicada y exigirle: ¡Levantate y bajate el Short, vamos! ¿A ver si aprendés a no preguntar lo que no te corresponde!
Mélani se puso de pie con mucho esfuerzo. Se tragó las ganas de putearme. Aún así balbuceó algo, pero se lo dejé pasar. No parecía dispuesta a bajarse el short.
¡Te di una orden pendeja! ¡Bajate eso ya!, le insistí, intentando acorralarla con mis piernas, ya que permanecía sentada en el suelo. En cuanto sus manos tensaron el elástico de su pantaloncito, observé maravillada que no tenía bombacha. Tan solo le había visto un destello de su cola preciosa, y supuse que mi clítoris podría entrar en estado de emergencia. Entonces la detuve en seco, antes de que culmine con lo que le pedí.
¡Pará pará nena! ¿No me digas que no te pusiste bombacha?!, le largué al borde de una histeria inconcebible.
¡Sí ma, tenía bombacha, pero me la saqué cuando llegué!, dijo empequeñeciendo su voz, sin ocultar que se estaba calentando con mi jueguito improvisado.
¿Y, por qué te la sacaste, chanchita?!, le dije, acariciándole las piernas, después de meterle una de sus manos entre su short y su cola. Ella se reía entre divertida y lujuriosa. Su cuerpo experimentaba sensaciones parecidas a las mías, a pesar de que solo nos reíamos como para distendernos un poco.
¡Dale nena, decime por qué te sacaste la bombachita, y dónde la dejaste! ¿Eee? ¡No seas mala con mami! ¿Qué pasó? ¿Te diste unos besitos con ese chico, y te la mojaste? ¡No te asustes, que no es pis mi amor! ¡Es solo, solo son jugos vaginales! ¿Te dejó re excitadita ese nene mi amor?!, le decía, ahora besuqueándole las piernas desnudas, recorriéndole desde los muslos a los tobillos con mordisquitos y besos húmedos, los que hacía siglos guardaba solo para ella. Mélani jadeaba, se tocaba la cara, se lamía un dedo y se frotaba una goma. En un momento le pellizqué la cola, solo para que responda a mis inquietudes, pero no detenía la vorágine de mis besos por sus piernas como gotas de tormenta.
¡Síii maaa, ya sé esas cosas! ¡No me pasó eso! ¡Pasa que, síi, me dejó re loquita! ¡Me la saqué porque, bueno, heeem, me acabó en la puertita de la concha, y me ensució toda la bombacha, y la calza que tenía!, me reveló con imprudencia.
¡Entonces, te lo cogiste, mentirosa de mierda!, le dije luego de bajarle el short de un tirón, de morderle una nalga y de acertarle un fuerte chirlo en la otra. Ahora su aroma sexual al desnudo formaban una fascinante realidad impostergable, junto con la blancura de sus glúteos y el rosa intenso de su vulva con unos pocos vellos rubios. No podía dejar de mirarla, aunque me costara articular las manos para tocarla. De todos modos, seguía demostrándole mi autoridad.
¡Sos una putita nena! ¿Cómo te lo vas a coger, y sin forrito? ¿Querés un bebé vos, taradita?!, le decía arrancándole el pelo, parada ante sus labios abiertos, sus ojos brillosos y su expectante forma de ignorarlo todo. Le toqué las tetas y se las sobé durante un pequeño segundo de eternidad. Acerqué mi cara para olerlas, y gemí al lamerle uno de sus pezones. Ella se estremeció diciendo algo como: ¡Aaaay, qué ricooo!, y separó las piernas. Seguí bajando con mi cara y boca entreabierta hasta su abdomen, y le tatué algunos besos con ruido, oyéndola delirar con sus gemiditos. Al fin arribé a su vulva, a ese tesoro que yo creía inmaculado. Se la acaricié, y al apoyar mi nariz en la abertura de su vagina, su olor a sexo, a la intimidad de su ser, a un calor abrazador me conmovió. Incluso se me escaparon algunas lágrimas al pasarle la lengua por ese circulito divino. Ella apretó mi cabeza con sus piernas, repitiendo palabritas como: ¡Aaay mamii, así, lamemeee, limpiame la chochaaa, tocame toda maaa!
Le abrí los labios vaginales, aferrándome con mis manos a la tersura de sus nalguitas firmes, y comprobé que no solo estaba empapada de sus jugos. Se lo dije como con asco, sabiendo que todo se me había ido de las manos.
¡Tenés semen en la vagina putita de mierda! ¿Te parece bonito? ¡zorrita! ¡Sos una trolita barata!, le decía introduciendo mi lengua en su conchita para empezar a sentir la electricidad que la invadía. Me senté en el suelo para inspeccionar mejor su anatomía sexual. Encontré su clítoris con facilidad porque estaba hinchado, y le sobresalía de su rinconcito femenino. Lo ignoré por un rato para darme al trabajo de lamerla toda, como su vocecita de caramelo me lo pedía.
¡Chupame maaa, comeme la conchita con lecheee, limpiame toda, sacame la leche de Dami, que me porté re maaaaal, tocame toda mamiii, porfiii!, decía desinhibida, tensa y agitada. No podía soportarla más. A la misma vez que mi concha salvaje expulsaba una catarata de flujos, y una de mis manos estimulaba mi clítoris como podía, mi boca se nutría de todo lo que su vagina eliminaba para mi goce. Le frotaba el clítoris, le escupía la pancita, le mordisqueaba las piernas y la hacía agacharse para morderle alguno de sus pezones, sin dejar de mover dos o tres dedos en lo profundo de su sexo. Todo hasta que, de repente, empezó a pegar más y más su pubis a mi boca colmada de desenfreno. Mi chiquita estaba por acabar en mi boca, en la boca de su mamá. ¡Todo esto me estaba volviendo loca!
¡Dale maaaa, pégame en el culoooo, dejame el culo rojooo, y chúpame la conchaaaa, aaaay, daleee, que te largo todoooo, chúpame todaaaa!, gemía mi nena con la espalda contra el espejo, mis labios sorbiendo sus líquidos agridulces, mi olfato enfermo de sus mieles en celo, y mi cerebro impregnado de su insolencia. Tuve ganas de saborearle el culito, de penetrárselo con un dedo, de castigarla y de pedirle que me chupe la concha. La vi contraer cada músculo frente a mí, agitarse, ahogarse con su propia respiración, salivar demás, apretarse las tetas y recorrer semejante escena con los ojos bien abiertos. El espejo dibujaba las nubes de vapor que manaban de su cuerpo rabioso, y la culpa que ahora comenzaba a combinarse con el sabor de su conchita en mis labios.
Costó recuperar el aliento. Mélani permaneció parada largo rato frente al espejo, y yo sentada ante ella, admirándola desnuda, sudada pese al aire acondicionado, radiante y tal vez algo confundida.
¡Mami, la Caro me está esperando en mi pieza! ¡Tengo que vestirme, y bajar!, dijo con lo que encontró de lucidez. Agarró el shortcito, mientras yo me incorporaba, sintiéndome extrañamente como si mi cuerpo no fuese el mío.
¡Cómo no me dijiste que, Caro… Y, si escuchó algo… Y, y si, no sé ni qué hora es!, dije en apuros, buscando algo para ponerme.
¡Tranqui ma, que la Caro se quedó haciendo algo en la compu para inglés! ¡Ella también faltó al cole, y anduvo de putita como yo!, dijo poniéndose la musculosa.
¡Aaah, y, el trato, digo, sigue en pie?!, me asaltó una vez más sin olvidarse que negocios son negocios.
¡Por supuesto! ¡Pero, no sé, me gustaría, que me traigas la bombacha que tenías puesta! ¿Puede ser?!, le solicité, más alzada al imaginarme a su mejor amiga con la conchita igual de cogida que mi nena.
¡Sí ma, te la traigo, así te seguís tocando solita!, me dijo, o yo creí que dijo al fin, mientras se ponía el short para abandonar mi cuarto.
No volvió enseguida. Recién a la noche, antes de cenar me dijo, al tiempo que preparaba la mesa: ¡Aaah, ma, ahora te llevo lo que me pediste! ¡Te la dejo debajo de la almohada! ¿Querés?!
Yo casi pierdo el equilibrio con la fuente de pizza en la mano. No pude decirle más que un simple: ¿Sí, está bien Meli!, porque Caro se había quedado a comer. Pero esa noche, fui la mujer más feliz del mundo entre mis sábanas, con la bombacha usada de mi hija, con sus restos y los del pibe que se la garchó como yo hubiese querido.      Fin

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