Nena golosa

Paloma tenía 15 años cuando la conocí. Es la hija de mi actual pareja. Digamos que Roxana se presentó en mi vida casi por casualidad. Yo estaba en la cola de un pago fácil, y ella necesitaba que alguien le cuide el lugar en la fila porque, de repente le sonó la alarma del auto. Me ofrecí de inmediato, y cuando regresó a su posición, o sea detrás de mí, comenzamos a charlar como viejos amigos, como almas gemelas, o simplemente como un par de vecinos chismosos. Pagué mis facturas, luego ella las suyas, y pronto, de la nada estábamos tomando un café en el bar de la esquina. Los dos buscábamos cariño. A ella se le notaba por sus ganas de agradarme, por su simpatía excesiva y su sonrisa perfecta cada vez que yo decía alguna pavada sin sentido. Supongo que en mí se notó por la caballerosidad que alcancé de pronto por mi interés en su vida personal. No suelo ser de esa forma. A los 45 años, ya me había resignado a enamorarme y todas esas mentiras. Solo garchaba con la minita con la que se daba la oportunidad, y listo. Para mí el sexo solo era parte de una gimnasia corporal. Pero Roxana era diferente, y algo en mi cuerpo supo reconocerlo. Esa misma noche nos matamos en un telo. Ahí descubrí que nada podía ser mejor que mi pija erecta deslizándose entre sus melones babeados, o el fuego furioso de su boca sorbiéndome el glande y los huevos con la divinidad de los dioses a su merced. Cuando ella me cabalgó en la ducha, alguien nos golpeó la pared por el escándalo de sus gemidos y el entrechoque de nuestros cuerpos endiablados, cargados de rebeldía y desenfreno. Pero a la guacha no le importó. Gemía más fuerte, y decía cosas sucias a todo volumen. Eso me excitaba demasiado. Parecíamos dos lobos hambrientos, caníbales y desbocados. Al día siguiente me invitó a tomar unos mates a su casa. Me juró que estaba divorciada, y que Paloma a las 6 de la tarde tiene clases particulares de inglés. Confié en ella, y me mandé con la pija envuelta en una antorcha de pasiones adolescentes. Apenas entré a su casa me invadió una armonía de hogar que había olvidado por completo. Hacía 5 años que estaba separado, y ni noticias de mi ex esposa. Como no tuvimos hijos, no las necesitaba.
La cosa es que enseguida me recibió tan cálida como nerviosa. Puso la pava para unos mates, algo de música bajita, un mantel precioso en la mesa y unas masas secas en un plato. Cuando la ronda del mate nos impulsaba a charlar de nosotros, de nuestros gustos, fantasías, sueños alcanzados y frustrados, descubro que una chica apenas más bajita que Roxana aparece en la cocina.
¡Paloma, no me digas que faltaste a inglés! ¿Por qué no me dijiste?!, dijo Roxana, un tanto más nerviosa. La chica no le respondió. Se sirvió un jugo, comió algo que había en el microondas y se sentó en la cocina, donde había una pequeña mesa, como para comer a la pasada. Nosotros estábamos en el comedor, y desde allí se me hizo imposible prohibirle a mis ojos confirmar el parecido de la niña con su madre. Tenía la carita alargada, con una naricita pequeña y boquita chiquita, ojos marrones y una sonrisa media pícara. Es flaquita, con apenas unas montañitas como delantera, pero dueña de una cola redondita, la que en su calza deportiva se convertía en dos manzanitas más que comestibles. Tiene el pelo color chocolate cayendo sobre sus hombros, y al parecer no se lo cuidaba demasiado. Esa tarde lo tenía suelto, pero generalmente se lo ataba. Tenía unas ojotas y una remera con breteles rosada. Además, tal vez porque estaba muy acostumbrado a mirar, cuando se levantó a dejar el vaso sucio en la bacha pude divisar que la calza entrometida le acentuaba con mucha claridad el contorno de sus labios vaginales. Por un momento se me antojó que podía no tener bombacha, y la pija se estiró bajo mi bóxer.
¡No fui ma, porque me moría de sueño! ¡Me quedé re dormida! ¡Igual, ahora me voy a tender la camita, y después hago los deberes!, le dijo luego, tardíamente. Su voz sonó en la casa como una tentación. Roxana no podía adivinar el morbo que se edificaba en mi cerebro. Y por otro lado, yo mismo reprimía cada pensamiento turbulento, porque no era correcto, ni moral, ni razonable.
¡Vení Palo, que te presento a Daniel!, le dijo Roxana mordiendo una galletita de agua. La chica, que ya se dirigía hacia su cuarto, volvió tras sus pasos, caminó hasta mi derecha y me dio un tímido beso en la mejilla, con un sutil: ¿Hola Dani!
Sentí un cosquilleo interno, un galope de caballos en el pecho, un estiletazo en mi glande, una punzada de libertad en los testículos con su boca en mi rostro. Su perfume suave, la estela de su aliento nuevo y sus ojos adormilados me hicieron soñar con poseerla. La imaginé tendiéndose la cama con esa colita bien parada dando vueltas por la pieza, y me volví loco. Pero de repente Paloma desapareció, y Roxana regresó al protagonismo de la tarde.
¡Mañana cumple 16! ¡Es un ángel! ¡Yo creo que se van a llevar más que bien! ¡Estoy orgullosa de cómo se porta! ¡Es una nena, cuando la mayoría de las pibitas a su edad, andan garchando por ahí!, dijo satisfecha, mientras yo le devolvía el mate. Le dije que no apresuremos nada, que no era bueno proyectar cuando aún nosotros no teníamos una relación sólida, y ni sabíamos si la tendríamos. Ella pareció desilusionarse. Pero pronto volvió a brillar cuando le sugerí salir a comer la semana siguiente a un lugar de mariscos. De pronto, como si nada, su boca rodeaba mi glande, sus tetas eran masacradas por el tacto febril de mis dedos, y su saliva decoraba mis huevos con abundancia. No tuvo problemas en arrodillarse casi debajo de la mesa para apropiarse de mi pene y hacerlo tan suyo como a cada gota de mi honor.
¡Che, y si aparece la nena?!, llegué a decirle antes de que mi capullo roce por primera vez su garganta. Muchas veces lo llevó hasta ese límite perfecto, y los ruiditos de las succiones de sus labios me enloquecían.
¡La nena está haciendo los deberes! ¡No va a venir! ¡Ella respeta a la putita de su mami!, dijo con ironía, y se golpeó el mentón con mi pija al borde del colapso. Lo advirtió, porque siempre en esa tarea estaba un paso adelante, y saltó dos o tres veces con su boca envolviendo a mi pija sobre mi pubis, y se tragó toda la leche que le aguardaba a su calor de hembra. Al rato cogimos en su dormitorio. Aunque allí hubo que tener algunos recaudos porque, la pieza de Paloma estaba pegada a la suya. Esa vez, como yo no había llevado forros, y ella no tomaba pastillas, tuve que acabarle todo en las tetas, después de bombearle esa concha de fuego, como si una boca demoníaca te triturase la verga con los infiernos más salvajes.
Antes de irme, Roxana me invitó al cumple de Paloma. Tuve que recordarle que fuéramos despacio. Le dije que no asistiría, y no me lo tomó mal. Pero le prometí traerle algún regalo. Le pregunté cuál era su golosina favorita, y ella me dijo que los chupetines. Me sorprendí, pero no hice preguntas. En general a los 16 los adolescentes mueren por el chocolate, o los alfajores.
A la semana siguiente, luego de haberme encontrado con Roxana en un telo, en un bar y en mi camión, ya que me gano la vida transportando granos de una provincia a la otra, volví a su casa. Era sábado, hacía calor y por suerte mi padre no necesitó que le ayude con la despensa. Golpeé las palmas, toqué el timbre y me prendí un pucho mientras esperaba. Paloma abrió la puerta, y me invitó a pasar. Ahora tenía una calza negra, una remera azul y un corpiño que al parecer le quedaba grande. Traía el pelo atado, unas zapatillas Topper y un perfume más fragante que con el que la conocí. En la boca tenía un chupetín.
¡Mi mami ya viene! ¿Ya sabía que venías! ¡Sentate!, me decía, sacándose y metiéndose el chupetín a la boca.
¿Querés tomar algo?!, dijo luego, mientras yo me acomodaba en un sillón. Podría jurar que el bultito de su entrepierna era más voluptuoso que el que recordaba. le pedí un vaso de agua, pensando en que esta vez por suerte no me dio un beso en la mejilla. Cuando caminaba hacia la cocina, no me detuve en titubeos, y le miré el culo como si el mañana fuese una utopía. Ahora sí podría asegurar que no traía bombacha, o que al menos tenía una tanga.
¿Vos sos el nuevo novio de mi mami? ¿Hoy tienen pensado salir? ¡Está re lindo el día!, dijo atropellada, poniendo el vaso de agua en mi mano, y mordiendo el chupetín.
¡Digamos que, bueno, nos estamos conociendo! ¡Y, no creo que salgamos, porque, yo no tengo mucho tiempo! ¡En un rato vuelvo a laburar!, le dije, fascinado de tanto verla saborear el caramelo. Entonces, recordé que le había traído una caja de chupetines. Me levanté, se la puse en las piernas una vez que ella se echó en un sillón individual, y le di un beso.
¡Feliz cumple Paloma!, le dije con toda la vergüenza y el terror en la garganta. Pensé que su sonrisa era exagerada. Pero luego confirmé que realmente le había gustado mi obsequio. En cuanto desenvolvió la caja, dio unos saltitos con su cuerpo en el sillón, después rejuntó la baba que se le caía de los labios de tanto mordisquear el chupetín, y se puso de pie.
¡Graaaciaaaas, pero… cómo…. Cómo supiste que me…, intentaba preguntarme.
¡No tenés nada que agradecer! ¡Me alegro que te gusten!, le largué, intuyendo que podía acercarse para darme un beso como agradecimiento. Tomó la caja, eligió uno de frutilla, le sacó el papel y empezó a lamerlo ante mis ojos enrarecidos. Creo que de tanto que la miré, no le quedó otra que preguntarme: ¿Querés un poquito?! Eso me puso peor todavía, porque se lo sacó de la boca para ofrecérmelo. En eso aparece Roxana, tan cálida y bella como siempre. Paloma nos mira saludarnos y besarnos en la boca.
¡Vamos Palo, que sos chiquita todavía para andar entre los grandes!, le dijo Roxana. Paloma le mostró mi regalo, agarró un libro y se lo llevó junto con la caja a su cuarto, después de decirle: ¡Ma, no te olvides que mañana tenemos que ir a comprar bombachas para mí!
Me quedé atónito. Recién cuando la chica era un páramo de ausencias le pregunté acerca de aquello a su madre.
¡Mirá, no sé qué le pasa ahora! ¡Quiere que le compre tangas y esas cosas! ¡Yo le dije que solo las putas usan tangas, y las nenas bombachitas! ¡Pero bueno, viste cómo son los adolescentes!, dijo, mientras caminábamos a su cuarto.
¡O sea que, vos te definirías como una putita, no mi guachita?!, le dije, desnudándola en su pieza, y ella se reía, diciéndome que no aguantaba más las ganas de petearme.
La semana próxima, regresé a los encantos de Roxana, y a la fantasía de esa nena golosa. Paloma surgió de repente, justo cuando yo preparaba mi partida. Tenía que ir a buscar el camión al taller. Esa tarde Roxana y yo nos habíamos desarmado en la cama, y a pesar de que todavía no se animaba a entregarme el culo, nunca la habíamos pasado tan bien. Yo estaba seguro de eso, y al menos ella me dijo lo mismo. Entonces, Paloma salió de su pieza, y dijo, luego de saludarme: ¡Ma, me comprás un heladito de agua?
Roxana le dijo que no. Yo, sin saber por qué, le sugerí tomar algo fresco.
¡Mirá, hagamos algo! ¡Voy a comprar una cervecita, y le traigo un helado a la nena! ¿Te parece? ¡De paso, me quedo un ratito más!, remarqué sin apresurarme. Roxana estuvo de acuerdo, y a Paloma le brillaron los ojitos. Esa vez se me apoyó en el hombro y me besó la mejilla diciendo: ¡Aaaaay, gracias Daniii, sos re bueno conmigo!
Cuando retorné con las cosas nos fuimos al patio. Nosotros brindamos con la cerveza, y Paloma le daba un lametazo tras otro al helado de cereza, tirada en una reposera. Esa vuelta tenía una musculosa, y un corpiño gastado, casi sin un color definido. Abajo una calcita blanca con agujeritos. Roxana notó que yo miraba a Paloma de soslayo mientras nos mimoseábamos.
¿Viste qué parecida que tiene la boca a la mía?!, me dijo al oído. Yo me hice el distraído.
¡No sé de qué me estás hablando! ¡Yo ahora estoy con vos nena!, le dije haciéndome el ofendido. Observaba cómo la pendeja permitía que el helado le chorree por el mentón hasta la remera, dejándole algunas gotitas en el cuello, y la pija se me empalaba más. Para colmo, los besos de Roxana rodaban por mi pecho sin control, lejos de privarse por la presencia de su hija.
¡Paloma, andá a bañarte nena! ¡Mirá cómo te chhorreaste toda! ¡Aparte, ya te dije esta mañana que, que tenías olor a pichí!, dijo Roxana, exponiendo a su hija luego de asesinarla con la mirada.
¡Uuuufaaa, cheee! ¡Bueno, me voy a bañar ma! ¡Gracias por el helado Dani! ¡Aaah, y cuando puedas, ¿me traés otros chupetines? ¡Ya me los comí todos!, dijo mientras entraba a la casa.
¡Palooomaaa, no seas así!, le gritó Roxana, que ya tenía una teta afuera del vestido. Le pedí que no exponga de esa manera a la nena, que yo no tenía que saber de sus olores privados, y le dije que no me molestaba regalarle chupetines.
Otro mediodía, Roxana me invitó a almorzar. Yo andaba medio de pasadas. Había vuelto de Tucumán, y estaba podrido del camión. No me venía mal un poco de armonía. Pero, Paloma había faltado al colegio. Por tanto, almorzó con nosotros. Había ensalada de tomate y lechuga, y varias salchichas para untar con mostaza o mayonesa. Se me tornaba imposible ver cómo la mocosa mojaba la punta de la salchicha en los cuencos con aderezos y se la metía en la boca. No se la comía de pronto, como cualquier adolescente voraz. Todo lo contrario. La aprisionaba con los labios, lamía la mostaza del costado, la mordía con sutileza, y hasta se chupaba los dedos cuando se los ensuciaba. Roxana ni le prestaba atención. Ella estaba feliz de tenerme al lado, de que mis manos le soben las piernas bajo la oscuridad de la mesa, o que le encaje un chupón de la nada. Hasta que a Paloma se le volcó un poco de mostaza en su remerita celeste.
¡Paloma, no seas chancha hija! ¡Te manchaste la remera! ¡sacate eso, y llevala al lavarropas, que mami te la lava!, le dijo Roxana mientras se me subía encima para hacernos unos mimos. Entonces, vi los pequeños pechos de la nena, atrapados en un top gastado y estirado, y la tersura de su pancita preciosa desnuda. Tuve ganas de saltarle encima y darle un buen mordisco en esa cola repleta de vanidades. Por suerte Roxana se ocupó de inmediato de mi estado de apareamiento. En cuanto Paloma entró a su pieza, ella se arrodilló y se tomó mi leche sin demasiado esfuerzo. Solo 4 o 5 succiones a fondo, algunos besos rodantes por mis huevos y un par de mordisquitos a mi escroto bastaron para privarme de mi esperma urgente. Esa nenita me confundía, pero yo le era fiel a Roxana, bajo todo concepto.
Un sábado por la mañana me tiré el lance de darle una sorpresa a Roxana. Ella no me esperaba. Le compré unas masas finas, una botella de licor de café y unos cigarrillos importados para regalárselos. También una caja de chupetines para Paloma. Toqué el timbre y nada. Golpeé las manos, y tampoco. La llamé a su celular, y me atendió el contestador. Me fumé un pucho en el camión, y volví a intentarlo. Esta vez, solo un timbrazo alcanzó para que Paloma me abra la puerta, con un aire de suficiencia que nunca le había notado. Ahora tenía una remera larga, una calza negra y el pelo suelto. Al parecer no tenía corpiño, y estaba descalza.
¡Mamá no está! ¡Creo que fue al súper! ¡Pero pasá!, me dijo, después de darme un beso seco en la mejilla. Esta vez no tenía perfume, y eso era peor para mi instinto. El aroma de su piel estaba al natural. Olía a recién amanecida, con el sudor de la almohada en la cara, a esas gotitas involuntarias de saliva, a sueño interrumpido, y a esas ganas de desayunar.
¿Querés tomar algo? ¿Yo me voy a hacer una leche!, dijo, caminando hacia la cocina con una mano sobre su nalga derecha. Le dije que podría ser un vaso de agua, mientras guardaba las llaves en el bolsillo de mi pantalón. Ahí noté el estado de emergencia de mi verga, y traté de pensar en otra cosa. Pero mientras la escuchaba hablarme, todos mis intentos se desmoronaban.
¡Seguro te vas a reír porque todavía tomo la leche! ¡Pero bue, mami dice que soy chiquita para tomar mate, o café! ¡Ya me tiene cansada! ¡Piensa que todavía soy una nena! ¡Si fuera por ella, me daría leche en una mamadera!, se quejaba entre risas, el tarareo de una canción en los labios y el ir y venir de su figura por la cocina.
¡Bueno Palo, es que, las madres siempre quieren lo mejor para los hijos! ¡No te enojes, ni la culpes!, dije al fin, tímidamente.
¡Acá te traje, agua mineral, porque la de la canilla es un asco!, me dijo poniendo el vaso en la mesita ratona.
¡Imaginate! ¡Ni siquiera me compra tangas! ¡Todas las chicas usan! ¡Como si, bue, somos grandes no? ¡Ella debe creer que todavía no me la pusieron!, dijo mirándome a los ojos con rebeldía. Después desvió la mirada y volvió a la cocina. Aquello me dejó helado. No supe qué responderle.
¡O sea, que vos, ya tuviste sexo, y tu mami no lo sabe!, dije, más para mí que para sus oídos. Pero la pibita no tenía ni un pelo de sorda.
¡Obvio! ¡Si se lo cuento, creo que me mata! ¡A ella le gusta que su hija tome la leche, se porte bien, se haga la cama, use bombachas con dibujos de gatitos, se ponga perfumes de nena, y toda esa pavada!, decía mientras se sentaba frente a mí, con una taza de leche caliente, y las piernas más abiertas de lo habitual.
¡Bueno, pero deberías contarle! ¡Supongo que tendrías que ver a un ginecólogo y esas cosas de mujeres!, pronuncié preocupado. Ella sorbía un trago y se paseaba la lengua por los labios.
¡Naaah, ni ahí! ¡A ese doctor ni loco! ¡Bah, a lo mejor está re bueno, y si me revisa, por ahí, lo puedo seducir!, dijo con una sonrisa iluminada, y unas gotitas de leche en el mentón.
¡Aaah, tomá, te traje algo! ¡Aunque, bueno, si ya no sos una nena, me los llevo!, dije con suspicacia, inocencia o pura intuición, y le extendí la caja de chupetines.
¡Nooooo, woooow! ¡Graaaciaaas! ¡Sos el mejor novio del mundo que tuvo mi mami!, dijo, luego de terminarse la leche, agarrar la caja y dar unos saltitos con la cola en el sillón. Después de eso, se me acercó y me dio un beso en la mejilla con sus manos sobre mi espalda, y restos de leche azucarada en los labios.
¡Aaaah, y vos perdoná que, creo que, el otro día, según mamá tenía olor a pis!, dijo, apoyando sus nalgas en una de mis piernas, como esperando a que la invite a sentarse más cómoda sobre mí.
¡No es nada Palo! ¡A veces pasa! ¡Igual, yo ni me di cuenta de eso!, le dije con sinceridad.
¡De eso no! ¡Pero sí me mirabas comiendo el chupetín, o lamiendo el helado, o jugando con la salchicha! ¿O me vas a decir que no?!, me largó, desectructurándome la razón por completo.
¡Dale Dani, que yo no soy boluda! ¡A mí me encanta mirarte la boca, el bulto, los ojos, y te ponés como loco cuando me mirás!, dijo incorporándose, antes de recoger la taza del suelo y llevarla a la cocina.
¡Nada que ver nena! ¡Vos estás re chapita me parece! ¡Voy a tener que hablar con tu mamá!, le dije dirigiéndome a la cocina. Ella no me contestó. De repente le sonó el celular, y se puso con los codos en la mesa para responder los mensajes. Ahora tenía todo el panorama de su colita envuelta en esa calza, que para colmo medio se le caía. Por eso advertí un trozo de bombachita blanca en la superficie de sus redondeces, y terminé de empalarme. Entré a la cocina, y como ni siquiera me miraba, le apoyé todo el paquete en el culo. No sé por qué lo hice. Pero se lo restregué circularmente, de lado a lado, de arriba hacia abajo, y le di unos golpecitos con el pubis, sin tocarla. Su olor se hacía más intenso. Dejó el celular y se dedicó a suspirar como si fuese un ángel maléfico.
¡Cómo te gusta la cola de la nena papi!, murmuró de pronto, y yo sentía que mi lechazo no podría perdonarme un segundo más de espera. Sin embargo sonó el timbre, y enseguida la voz de Roxana en el eco del pasillo de la casa.
¡Palomaaa, vení a ayudarme con las cosas, por favooor!, se oyó como un puñal desafortunado.
¡ahora vengo papi! ¡No sabés cómo me mojo cuando te imagino dándome pija!, me dijo al oído apenas la liberé de la prisión de mis apoyadas, y acudió a darle una mano a Roxana. Yo fui tras ella, y enseguida los tres cargábamos bolsas y botellas. Roxana se sorprendió con mi visita, y naturalmente me quedé a comer. Se puso contenta con las masas, los cigarros y el licor. Por eso, durante la siesta volvimos a mutilarnos a puro sexo en su cama. Según ella Paloma no nos escuchaba porque estaba en su pieza mirando la tele. Pero yo no estaba tan seguro. Tenía información que Roxana desconocía, y hacía unas horas, mi bulto se había friccionado en el culo de esa nena mentirosa, macabra y peligrosamente excitante.
Por la tarde, mientras Roxana y yo compartíamos el licor con las masas, en medio del regocijo que otorgan los cuerpos después de saciarse, recibo un mensaje al whatsapp. En principio lo ignoré. Pero, ni bien Roxana se fue al baño lo abrí. No tenía registrado ese número.
¡Gracias por los chupetines mi amor! ¡No sabés cómo envidio a mi vieja! ¡Se ve que le entra toda! ¡Yo ahora estoy en la camita, lamiendo un chupetín, jugando con mis tetas y mi conchita!, decían los mensajes, uno tras otro. La de la foto era Paloma, con una vincha en el pelo y sacando la lengua hasta tocar un chupetín rosado que se posaba en una de sus manos. De la boca le caía un hilito de saliva.
¿Cómo tenés mi número pendeja?!, le escribí. Pensé en bloquearla, en hablar con la madre, en ignorarla, o sencillamente en irme a la mierda y desaparecer. Pero le contesté, y ella lo hizo luego.
¡Lo copié del celu de mi má! ¿Qué pasa? ¿Te dio miedito? ¿Viste que no soy una nena? ¡Quiero más de esa pija contra mi cola! ¿No querés venir a jugar al papá conmigo? ¡Si querés, te muestro las bombachas que mi mami quiere que use!, escribió, y luego me envió una foto de sus cachetes inflados. Tenía dos chupetines en la boca, y unos anteojos.
¡Basta nena! ¡Te estás pasando! ¡Al final sos, una, mejor dejalo ahí!, le escribí sin mirar demasiado el celular. Roxana volvía del baño, y yo lidiando con esa malcriada!
Por suerte esa tarde no volvió a escribirme. Pero en la noche, cuando yo me disponía a descansar en la habitación que mis viejos me designaron por un tiempo, sus palabras y fotitos hicieron vibrar la mesa de luz donde reposaba el celu.
¿Qué estás haciendo Dani? ¡Yo, ahora, en la camita, como una nena buena! ¡Obvio, las otras chicas deben estar en el boliche, o garchando por ahí! ¡Pero mi mamá me tiene re castrada! ¡Por eso juego con los chupetines que me regalaste!, había escrito antes de enviarme varias fotos de sus manos yendo y viniendo de adentro de las sábanas hacia su boca. Tenía un chupetín verde en la mano, y su lengua lo lamía casi sin proponérselo. Solo podía ver el contorno de su pancita, y apenas el borde de una bombacha rosada. Lo demás lo cubría su sábana con dibujitos. Mi imaginación voló hacia las perturbadas fantasías que jamás había tenido.
¿Cómo? ¡No me digas que, te metés el chupetín ahí, digo, allá abajo!, le escribí, tan inseguro como empalado.
¡Noooo, cochinooo! ¡las nenas no hacemos eso! ¡Me parece que vos sos medio perversito! ¡Pero, si querés, me lo meto, y hago de cuenta que es tu pija!, escribió seguido de otra foto, en la que se pasaba el caramelo por una de sus tetas. No podía creer que le estuviese viendo una goma desnuda! no pude seguir pendiente del celular. Debí atender a la proclamación de semen que pugnaba por reventarme la chota, y me hice la mejor de las pajas, imaginando cómo esa nena se masturbaba con chupetines, con su boquita prendida de mis huevos, sus tetas colmadas de las huellas de mis dientes, la cola colorada de tantos azotes, y acabándose de tanto frotarse un osito de peluche en la conchita. Entonces, una estampida seminal me devolvió a la realidad, y examiné las últimas fotos que mandó. No había nada del otro mundo. Pero en casi todas sacaba la lengua, se lamía un dedo, se mordía los labios o se apretaba las tetas, ahora bajo su musculosita. No pude evitar empalarme otra vez. Pero no le seguí el juego. Al otro día me esperaba un viaje largo, y no tenía horas de sueño que perder, me decía para convencerme de poner un punto final a la situación.
A la semana, cuando volví de Corrientes, pasé a visitar a Roxana. No tenía pensado quedarme a comer. Había organizado un asado con mis padres. Pero, en cuanto vi a Paloma con su sonrisa, su cola infartante bajo una calza finita, el morbo de sus labios saboreando un chupetín, y el desatino de sus hormonas al verme, no pude más que sentarme a la mesa con ellas. Le dije a mi viejo que llegaría más tarde. Claro que no le hizo gracia mi llamado. Comimos unas milanesas con ensalada, tomamos un vino con Roxi, hablamos del cole de Paloma, de los impuestos, de una amiga de Roxana, y de Estefanía, una compañera de Paloma que al parecer se embarazó en el colegio. Roxana se escandalizaba con esas noticias. Paloma lo tomaba con naturalidad.
¡Bueno mami, los nenes a veces son como los perros! ¡Cuando te quieren, se te echan encima, y bue, de pronto, plaf! ¡Te hacen un hijito!, decía Paloma con la boca llena. Roxana la fulminaba con la mirada, y esperaba que ella no tenga el comportamiento de esa chica por nada del mundo. Paloma le restaba importancia, y bebía su jugo de manzana con un sorbete, mordisqueándolo de a ratos. En un momento, inclinó demasiado el vaso hacia su pecho, y varias gotas de jugo cayeron sobre su remerita naranja. Ni siquiera se apiadó de mi urgencia sexual. Se la sacó sin más, se palpó el top para verificar si se lo había mojado, se sirvió otro vaso y levantó su plato vacío. Roxana estaba tan entusiasmada de tenerme en su casa que ni se percataba de las miradas cómplices entre Paloma y yo. De hecho, ni bien Paloma dijo que iría al baño, Roxana se subió el vestido, se me sentó en las piernas para franelearse como una quinceañera, se corrió un poco la bombacha, y luego de apropiarse de mi pija dura como el mármol, se la introdujo sin meditarlo un instante en su concha para comenzar a moverse, saltar, friccionarse y profundizar cada envestida con un gemido constante, sutil y valiente.
¡Roxi, la nena, acordate que, digo, está en el baño!, tartamudeé como un estúpido mientras cogíamos, y sus tetas se fugaban de su remera escotada para que mis manos se las moldeen y pellizquen. Supongo que acabé afiebrado y urgente, en cuanto escuché los pasos de la nena rumbo a su cuarto. Tuve que taparle la boca a Roxana para atenuarle los gemidos. Ella quería más. Por lo que no le gustó para nada cuando le informé que tenía que irme. Ni siquiera sé por qué se lo dije.
¡Mañana viajo a Formosa, y tengo que ir a visitar a los viejos! ¡Igual, esta noche vengo, y salimos a donde quieras!, le dije, aún cuando ella se acomodaba la ropa, disgustada y sin hablarme. Claro que luego de mi propuesta cambió radicalmente. Me comió la boca y dijo que se iba a poner bien gata para mí. Sugirió que salgamos a bailar, y le dije que lo pensaría. En eso, Paloma irrumpe como una brisa primaveral, perfumada y peinada, lo que era mucho decir.
¡Ma, me voy a lo de la Romi! ¿Me acompañás a la parada del micro?!, articularon sus palabras musicales mientras acariciaba a su perrito. Tenía un bolsito en una mano, y la mochila de la escuela en la espalda.
¡Mirá Ro, si querés, yo la alcanzo! ¡No sé dónde vive esa nena, pero, no me cuesta nada!, le dije. Roxana se iluminó una vez más. Yo no era consciente de lo que acababa de ofrecer. Paloma se sorprendió, y me miró con una sonrisa que le hacía brillar los dientes.
¡aaay Dani, sos un dulce amor! ¡Yo estaría más tranquila, si la llevás! ¡Graciaas!, dijo Roxana, mientras Paloma me daba la dirección para escribirla en el GPS.
¡Es cerquita de acá! ¡Vos ya estás lista Palo? ¡Digo, porque, yo ya me estoy yendo!, dije, nervioso y con una puntada en la panza.
¡Sí Dani, ya estoy lista! ¡Má, acordate que vuelvo mañana! ¡El padre de Romi me trae!, decía Paloma mientras su madre la besuqueaba, la llenaba de recomendaciones y le recordaba lavarse los dientes.
A los segundos, Paloma estaba sentada a mi lado, en el camión, irradiándolo todo con su juventud desatada. No paraba de mirarme, de hacerme monerías en el espejo, de tocarse los labios con la lengua, y de hacer globitos con un chicle cada vez más cerca de mi oído. Casi no hablaba. Se pegaba en los muslos como si una canción sonara en su mente. Habíamos hecho 8 cuadras, y yo no podía mantener la tranquilidad. Me prendí un pucho. Pero apenas la oí toser lo apagué.
¡Yo soy la primera nena que se sube a tu camión, no Dani?!, dijo de repente.
¿No tenés musiquita?!, dijo luego, sacándose el chicle de la boca para meterse otro. Entonces vi que me miraba el bulto. Ni yo había notado que lo tenía tan erecto.
¡Sí Palo, sos la primera! ¡Y música, se me rompió el stereo! ¡Pero puedo poner música con el celu! ¿y vos, qué tienen que hacer con Romi?!, quise averiguar, un poco para cortar el silencio.
¡Con la Romi tenemos que hacer un trabajo para inglés, y después, bueno… digamos… cosas de chicas malas!, dijo masticando el chicle, a punto de echarse sobre mí.
¿y qué hacen las chicas malas?!, le pregunté. No respondió enseguida. Primero cruzó las piernas, se quitó la camperita negra y cerró la ventanilla.
¡Nada que no hayas hecho con mi mami! ¡Bueno, obvio que yo lo único que hago es petear, o entregar la concha! ¡La Romi es más putona que yo, y se deja romper el culo! ¡Yo no soy tan zarpada! ¡Espero que no se lo cuentes a mi mamá!, se despachó con destreza. Entonces, los perturbados deseos de mi mente, los leones que habitan mis entrañas desde que vi a esa mocosa, la cercanía que nos proporcionaba el viaje y sus confesiones, me hicieron tomar una drástica decisión.
¡No Palo, no le voy a contar nada! ¡Pero mi silencio tiene un precio!, le dije, tomando un camino distinto al que me indicaba el GPS. Recordé que la empresa tiene unas casillas para alojar a los choferes de otras provincias mientras dura el cargamento, y que nunca están habitadas en su totalidad. Ella ensombreció de golpe. Quiso preguntarme algo, pero no se animó.
¡Digamos que, si vos sos una nena mala, a mí me gustaría ver lo que sos capaz de hacer! ¡Por lo tanto, si hacés lo que yo te digo, no hablo con tu madre! ¿Estás de acuerdo?!, le dije con calma.
¡Quiero que llames a esa nena, le digas que no vas a ir porque tu abuela no se sentía bien, y que mañana vas en la mañana, para hacer la tarea! ¡Después de eso, te venís conmigo!, le dije acariciándole las piernas. Esa tarde tenía una calza negra y una remerita de algodón sin mangas, escotada y con lentejuelas infantiles en la panza.
¿Quéee? ¡No entiendo! ¿y, a mi mamá, qué le digo?!, preguntó confundida.
¡Nada! ¡Yo le voy a decir que estás en lo de Romina! ¡Tu madre está encajetada conmigo, y ni se lo va a cuestionar! ¡Dale, llamá a tu amiguita!, le ordené imperativo. No dudó un segundo en sacar el celu y hablarle. Como no la atendió, le dejó un audio de whatsapp.
¡Gordita, perdóoon, pero mi abu se descompuso mal! ¡Ahora estoy yendo con mi mami para su casa! ¡Cuchame, mañana voy tipo mediodía, y hacemos lo del cole! ¡Perdoname Ro, y decile a los chicos, bueno, no sé, lo que se te ocurra! ¡Besitos gordi, te amo amigui!, dijo, y soltó el botón para que lo que tramaban mis pasiones desordenadas se reenvíen bajo el manto de esa mentira.
No me preguntó nada durante el viaje. Solo masticaba el chicle y hacía globitos. Se desató el pelo y abrió la ventanilla para mirar el paisaje. Después volvió a mirarme el bulto. Yo manejaba sereno, empalado y siniestro. Pero siempre demostrándole que no tenía por qué temerme.
¡Llegamos chiquita!, le informé una vez que entramos al playón que rodea a las casillas. Recién allí Paloma tembló. Supongo que por la oscuridad que nos circundaba.
¿Dónde estamos?!, dijo por lo bajo.
¡Dale, bajate, y te cuento!, le pedí recogiendo su bolso y su mochila. Apenas cerré la puerta, ella tomó la decisión de bajar. Su desconcierto era palpable. Le sudaban las mejillas. No sonreía como siempre. Casi se cae al tropezarse con un montoncito de pasto. Escupió el chicle en el piso, y me nació darle un chirlo sutil en la cola. Yo le escoltaba los pasos.
¡Eso no se hace cochina! Levantalo y tiralo en el tachito rojo de allá!, le exigí señalándoselo. Ella me obedeció, y eso me excitó aún más.
Finalmente entramos a la casilla. Había olor a encierro. Era la última de las 10 que solían usar los bolivianos o peruanos. Dejé sus cosas sobre una mesa mugrienta, cerré la puerta con llave, prendí la luz y una radio que seguro alguien se olvidó, y apagué mi celular.
¡Dame tu celu, y sacate las zapatillas!, le pedí. Ella se reusó a contradecirme. Tenía unas medias rosadas divinas. Le apagué el celu y me lo guardé en el bolsillo. Le pregunté si tenía hambre, y a pesar de que me dijo que no, me tomé el atrevimiento de sacarle la remerita y el corpiño.
¡Quedate acá, que ya vengo! ¡Y no intentes gritar ni nada! ¡No hay nadie para salvarte!, le dije al oído, impregnándome del perfume de su cuerpo. Entonces, fui a la despensa del barrio a comprarle chupetines, y bananas. Eso me tentó de sobremanera. Volví más rápido de lo que me fui, alucinando con esas tetitas y esa boca golosa rodando en mi pubis. De nuevo cerré con llave, le até las manos a la espalda con el cordón de su zapatilla, le mostré una banana y encendí el ventilador.
¡Arrodillate al lado de la silla, que papi te va a dar una banana! ¿Sí bebota?!, le dije con la voz pendiendo de un hilo. Ni bien lo hizo me agaché frente a ella, y se la acerqué a la boca. Se la pelé hasta la mitad, y como no podía usar las manos, debía servirse de las mías. La guacha la lamía, y recién entonces comía un pedacito. Así hasta el final, donde su lengua dio con mis dedos entumecidos.
¡Dale nenita, limpiame los dedos con esa lengüita de nena mala!, le pedí impaciente. El calor que me invadía era insostenible. Me pesaba respirar. Me dolían los huevos de tanta emoción descarrilando en los andenes de mi moral desvalida de razonamientos. En cuanto sentí su lengua, suspiré como un adolescente debutante. Le rocé los labios con los dedos, y en cuanto logré hundir uno entre ellos, la guachita me lo succionó con sensualidad.
¡asíii bebéee, así se portan las nenas malas, no? ¡Ahora, sentate en la silla que tenés al lado, que papi te va a sacar la calcita!, le dije levantándola de un brazo. Me parecía extraño que no le salieran las palabras. Ni bien se sentó, le acaricié las mejillas, le abrí la boca para ponerle un chupetín, y me dispuse a quitarle la calza. Ella no podía prohibírmelo porque sus manos permanecían atadas. Aún así ni siquiera forcejeó con las piernas. Entonces, un horizonte con olor a hembra emergió de su pubis magnífico. Una tanguita de licra azul le apretaba la vagina y le brillaba de tanto acumular flujos. ¡Esa nena se estaba calentando con la situación, y no podía evitarlo! Le saqué las medias y se las hice oler. Le quité el chupetín de la boca, lo lamí y se lo devolví para que siga saboreándolo. Estuve a punto de mostrarle la pija desnuda, colorada y venosa para que me la pajee, la lama o me la apriete con sus manitos de uñas violetas. Pero no le di ese premio tan pronto. Le acaricié las tetas con la punta de los dedos, y esta vez no reprimió un gemido esclarecedor. Menos cuando le estiré los pezones. Primero uno y luego el otro. Ahí directamente gritó. Le pasé la lengua por la pancita, y eso la hizo reír entre suspiros atragantados.
¡Dale Dani, haceme todo, haceme lo que quieras, pero no me hagas esto!, dijo al fin, recordando que existían las palabras. Entonces le saqué el chupetín de la boca, se lo pasé por las tetas como si se tratara de un pincel de colores radiantes y me puse a chupárselas. Al mismo tiempo le pedí que saque la lengua para darle tiernos golpecitos con el chupetín en ella. Le froté el bulto contra las piernas, y creo que por un momento se ilusionó con que expondría mi pene para que se adueñe de mi leche. Pero antes, la hice caer de la silla para pedirle que se ponga de pie. Jamás llegué a gritarle. No hacía falta. Su ser se había entregado a mí sin la necesidad de amedrentarla.
¡vamos al baño nenita, dale! ¡Está a tu derecha!, le dije, luego de restregarle el bulto en la cola. Esta vez sentí el calor de su espalda contra mi pecho. No recordaba haberme quitado la remera. Pero en efecto, sus manos atadas me rasguñaron la panza mientras la arrinconaba contra una de las paredes para apoyarla toda. Recién entonces entramos al baño. La ayudé a meterse adentro de la ducha, le pedí que se arrodille, y no pude más. Pelé la chota tan rápido como mi virilidad me lo demandaba. La sacudí ante sus ojos gigantes, se la pasé por la cara mientras ella gemía, en parte por la desesperación de no poder tocarla, me pajeé a centímetros de su boca y le rocé los labios con ella, después de pasarle el mismo chupetín que le robé a su boquita cada vez más despintada.
¿Querés la mamadera pendeja? ¡Abrí las piernitas, que quiero ver cómo se te moja la bombacha mirando mi pija! ¡Te la vas a tomar toda guachita salvaje!, le aseguré a segundos de metérsela en la boca. Paloma se ahogó y tosió en el primer intento. Mi glande abarcaba toda la circunferencia de sus labios abiertos. Su lengua casi no tenía espacio adentro de su boca para moverse. Por eso primero la dejé que me la lama y babee, como hacen las nenas inexpertas. Eso me excitó como un loco. Cada vez que le pedía que me la escupa, ella sonreía mirándome a los ojos, y lo hacía con una grosera expresión, como si no le costara poner cara de puta. Luego entró en su boca, y no le di tregua. La agarraba de los pelos para llegar a su garganta, y para mayor profundidad, le apoyaba la cabeza en la pared. Movía mi pelvis hacia los costados, se la sacaba de la boca para dejarla respirar, y volvía a atacar sin privarme placeres ni letanías. En un momento me pidió que le desate las manos, que necesitaba tocarse la concha, y agarrarme la pija. no quise otorgarle licencias. Ese momento era mío, y todo lo que tenía que hacer era ganarse mi leche. Por eso, volvía a tragar, a hipar, eructar, colmarse de saliva y hasta de algunos mocos, presa de mi histeria animal, y a lamer con miles de jadeos en la garganta. Hasta que de pronto, justo cuando le prometía darle la leche al lado de su mami como a una nena caprichosa, ella me deslizó los dientitos por el glande, y entonces la explosión de mi semen le silenció hasta el apellido. No le quedó otra que tragarse todo. Algo se le escapó por la nariz, y otro tanto le rebalsó los labios. Tosía y tragaba al mismo tiempo. Lagrimeaba y gemía luego, con los ojos hacia el techo, sacando la lengua y moviendo los hombros. Vi que tenía restos de semen en las tetas, y la bombacha toda empapada apenas la ayudé a incorporarse.
¿Te measte pendeja?!, le dije manoteándola del pelo. No me respondió. Pero yo estaba seguro que quizás por la adrenalina y la desesperación se había meado encima.
¡No importa pimpollita! ¡Yo ahora me tengo que ir a ver a mis padres! ¡Si querés cuando vuelva te das un bañito! ¡Y te compro una bombachita! ¿Querés?!, le dije acercándole los labios para besarla. El olor a semen que tenía en la cara la convertía en un diamante sexual irrepetible, único en su especie. Pero no la besé. Solo le mordisqueé el mentón, y la llevé a la cocinita.
¡En una hora vuelvo nena!, le dije, sabiendo que no podía moverse, porque yo tenía las llaves, y su celular en mi bolsillo. Aún así no parecía tener ganas de huir a ningún lado.
Nunca una visita a mis viejos se había tornado tan insoportable. Pensaba en la chiquita prisionera en la casita, en que estaba sucia y desnuda esperándome, y no podía prestarle atención a los mates de mi madre, ni a la preocupación política de mi padre. Por eso, aproveché el llamado de una encuestadora a mi celular, y me fui de casa, argumentando que tenía un asunto urgente. Antes de regresar, compré una bombachita blanca en una mercería, unas salchichas, dos chicles, cigarrillos, una cerveza, un palito bombón helado de crema y una botella de agua mineral en un kiosko. Tenía que volver con esa pendeja, antes de confirmarle a Roxana el lugar al que iríamos a bailar. Justamente, en el camino a la casilla la llamé para que se quede tranquila por todo. Por el tono de su voz acaramelada, todo marchaba bien. Ella seguía pendiente de su vestimenta, del maquillaje y otras cuestiones femeninas para encontrarnos en la noche, y eso me daba vía libre para continuar en lo mío. No podía distraerme, ni equivocarme. Cualquier paso en falso podía ser mi fin!
Eran casi las 8 cuando estacioné el camión en el playón, y me detuve a observar a Paloma por la única ventana abierta de la casucha. Ella no advirtió mi retorno. Por eso se frotaba desinhibida contra el apoyabrazos de un sillón destartalado, como si estuviese a caballito. Gemía, salivaba y cerraba los ojos. No podía tocarse, y eso la ponía más en celo. Cuando comenzó a saltar sobre el sillón, decidí que mi mejor opción era entrar a la casa.
¡Hola bebé!, le dije, y eso solo bastó para que se detenga. Me miró con odio. Olía el aire como si hubiese flores a nuestro alrededor.
¡Desatame las manos, porfiii!, dijo ahogando al sollozo que pugnaba por abrirse paso. Me acerqué sigiloso, le besé las tetas, le lamí la cara y le abrí los labios con la lengua.
¡No te hagas la difícil chiquita, si te morís de calentura! ¿Vos no eras una nena mala? ¡Ahora te la bancás!, le murmuré al oído, mientras abría una lata de cerveza y le convidaba. Claro que yo debía sostener el recipiente, inclinarlo para que pueda beber, y eso me ponía a mil. La chancha se chorreaba un poco, eructaba y se friccionaba contra el tapizado. El olor a pichí de su bombachita me molestaba. Por lo que decidí llevarla al baño, abrir los grifos de agua hasta ponerla lo más tibia posible, sacarle la bombacha sucia y desatarle las manos para que se bañe. Aún así cerré la puerta con llave para darle privacidad, aunque sin otorgarle toda la libertad. Yo la esperaba al otro lado de la puerta, con la pija al palo, al aire, y envuelta en la bombacha húmeda que le profané. No necesitaba siquiera tocármela, o sacudirla ni apretarla. Estaba seguro que si lo hacía mi semen inundaría el piso sin cuestionamientos.
¡Ya está papiiii, ya me bañéeeé!, gritó de repente, y los salpicones de agua cesaron. Cuando abrí la puerta, mi nena estaba cubierta de vapor, oliendo a uno de esos jabones berretas, con el pelo mojado y los pezones duritos.
¡Ponete esto pendeja!, le dije ofreciéndole la bombachita blanca que conseguí. No era nada especial. Era lisa, del corte de las que usan las nenas, tal vez un poco más fina en la parte de la cola. La vi ponérsela, y ella me miraba la pija con deseo.
¿Te gusta?!, le dije meneándola levemente sin usar las manos.
¡Síii, y te la quiero chupar otra vez!, dijo con una diáfana expresión. Pero, ni bien terminó de ponerse la bombacha, opté por atarle las manos nuevamente para secarla a mi antojo. De casualidad encontré un toallón mal doblado en un ropero. No quería tocarle la concha ni las tetas. Al menos no con ese trapo que olía a humedad. Por eso, en la mitad de mi tarea, la agarré de un brazo y de los pelos para llevarla a la mesa.
¡Subite, y acostate ahí!, le ordené. Ella pareció no entenderme. Entonces, yo mismo la recosté boca abajo para admirarle y manosearle esa cola divina. Le metía la bombachita entre los cachetes, se los besaba y acariciaba. Pero en cuestión de segundos comencé a descargarle un chirlo tras otro, una mordida seguida de otra, y una alabanza con mi lengua cuando se los lamía y saboreaba. En un momento instalé uno de mis dedos junto a su ano, sobre la tela de esa bombacha que comenzaba a tomar temperatura, y se lo presionaba como si fuese un botón, en forma contínua, mientras le preguntaba: ¿Y esta colita es virgen chiquita? ¿Nunca la entregaste? ¡Abrí más las piernas pendeja!
Ella no respondía, pero gemía sumando desconsuelo y ganas de insultarme por todo lo que le hacía, sin darle la opción de atacarme con su sexo disuelto en el aire. Y fue peor cuando empecé a darle pijazos en la cola, en la espalda y la cara, como si blandiera un látigo indeleble en la faz de su desfachatés. Cuando lo hacía contra sus mejillas, ella sacaba la lengua para alcanzar aunque sea un pedacito de mi pija.
¡Dale pendeja, bien que te gusta la mamadera bebota, te gusta que te pegue con la pija! ¿Cuántas pijas te comiste? ¿Te tragás la lechita vos? ¡Contestame cuando te hablo pendejita! ¿O solo tenés lengua para mamar pijas?!, le decía luego, agarrándola del pelo, sin detener los azotes de mi pija a su cara, y de vez en cuando refregándosela contra sus labios.
¡Síiii papiii, yo me la trago todaaa! ¡Y me encanta cogeeer! ¡Soy una pendeja putaa!, dijo alterándome por completo. Por eso, finalmente le puse los pies en el suelo para que su torso permanezca sobre la mesa, me subí encima de su cintura, abriéndole las piernas con las mías, apenas le corrí la bombacha para estacionar mi glande en esa zona caliente, empapada de flujos y necesitada de mimitos para empujar apenas dos veces. Con eso me bastó para empezar a moverme, a bombearla con todo, penetrarla cada vez más enceguecido y furioso. Era cierto que no era virgen. No la tenía tan estrechita, aunque mi pija aumentó más su grosor al navegar en sus adentros. Ella gemía, y luego gritaba desde que yo se lo pedí.
¡Gritá putitaaa, te la meto todaaaa, sentila guachita, pedime más bebéee, que sos una putona como tu mamiii!, le decía mientras le mordisqueaba los hombros, le masajeaba las tetitas y profundizaba mis ensartes, corriendo el riesgo de que la mesa se convierta en rescoldo.
¡Y ese culo va a ser mío pendeja, te lo voy a dejar bien abiertito, vas a ver! ¡Así que, guarda con andar comiendo salchichas, o bananas, o heladitos cerca de mí!, le decía cuando su boca buscaba la mía. Un poco para devorarme con sus labios carnosos, y otro para pedirme que la coja con todo, que le largue toda la lechita adentro. Apenas dijo eso, estuve a un palmo de obedecerle. Pero preferí separarme del incendio de sus caderas, sentarla en el suelo y encajarle la pija en la boca.
¡Dale pendeja, mamala todaaa, chupame bien la pija nenita sucia, y no te hagas pichí que no hay más bombachas! ¡Comela toda nenita, dale, que te pone re loquita la leche!, le decía mientras su saliva goteaba de mis huevos al igual que los flujos de su conchita preciosa. Su aliento agitado se ahogaba en espasmos de sorbos y besos ruidosos. Me la chupaba como una diosa. Hacía circulitos con la lengua en mi glande, mordía suave cada espacio alrededor de mi piel, se la metía un poquito entre los labios solo para subir y bajar con lentitud, me la escupía, recorría mi escroto y hasta se la friccionaba en la nariz. La olía con verdadera sed y volvía a conducirla hasta su garganta, donde no tuve más remedio que detonar mi lluvia de esperma. La vi tragarse todo, lamerse los labios, frotar la cola en el suelo y juntar las piernas como si se estuviese meando. Se saboreaba y jadeaba con la lengua afuera, como si buscara recuperarse para  volver a empezar.
¡Quiero que me chupes el culo!, dijo de pronto, casi sin meditarlo, todavía sentada en el piso, con las manos atadas y la boquita sucia.
¿Cómo dijiste pendeja? ¿Querés acabar? ¿Te gustó la lechita de papi?!, le decía mientras la alzaba del suelo para recostarla otra vez en la mesa, esta vez boca arriba. Le di un chupetín para que comience a lamerlo, le abrí las piernas y le corrí la bombacha. Tenía la conchita ardiendo, todavía con palpitaciones. Se la acaricié, acerqué mi nariz para adueñarme de su aroma, y eso se tradujo en una nueva erección de mi pija. No tardé nada en dar con su clítoris para saborearlo y chuparlo como ella y su cuerpo me lo demandaban. Además mis dedos chapoteaban en el interior de su vagina, y los jugos se multiplicaban como mares revueltos. De repente le saqué el chupetín de la boca para introducirlo en su conchita y moverlo como si fuese una cucharita. Entonces, se lo devolví a su boquita golosa, y continué comiéndole cada partícula de su divinidad, ahora abriéndole un poco las nalgas con la otra mano.
¡Mi mami te coge bien? ¿Ella te dio el culo? ¡Quiero que me culees en mi casa, en mi pieza! ¡Dale papiii, chupame el culoooo, porfiiii!, me pidió sin aliento ni moral. Entonces, le recorrí toda la zona con mi lengua hasta llegar a su ano cerradito pero dilatado. Apenas se lo rocé con la lengua ella gritó estremecida. De hecho, no pude continuar explorándola porque sus piernas apresaron mi cabeza con fuerza, y un torrente de flujos emergió con salvajismo de su conchita. Mis dedos no habían detenido sus frotadas al clítoris, ni su viaje por todo el interior de sus paredes vaginales.
¡Aaaaiaaaa, aaaay, acaboooo, , asíiii, dame máaaaaás, quiero esa pija en mi cuuulooo!, dijo desvariando, atormentada por un orgasmo sofocante. Casi se atraganta con el chupetín cuando sus oleadas de jugos se desataron. Aún así conservaba los pezones duros, y en sus ojos había ganas de más.
Nunca mi lengua había tenido el honor de deleitarse con los jugos sagrados de una pendeja así! Me sentía dueño del mundo, capaz de declararle la guerra o el amor a cualquiera, de perdonar a todos mis enemigos. Pero lo cierto, es que ahora tenía que ocuparme de Roxana. Tenía 5 llamadas perdidas de ella ni bien recobré la compostura. Paloma seguía tendida en la mesa, inmóvil, con el pelo tan empapado como su sexo.
¡Escuchame nena, ahora yo me voy con tu madre! ¡Te vas a quedar con las manos atadas! ¡Te traje salchichas, y bananas! ¡Vas a comer, pero sin usar las manos! ¡Así que, tranqui, que mañana tempranito te vengo a buscar! ¡Te llevo a lo de Romi, y después que su padre se encargue de llevarte a tu casa!, le decía mientras le ponía la bombacha. Luego de eso herví las salchichas para dejárselas en un cuenco sobre la mesa, y pelé dos bananas para colocarlas en un platito, al lado de las salchichas.
¡dormí en el sillón! ¡Si te comés todo, por ahí, mañana te echo otro polvito! ¿Te gusta que te hable así, pendeja atrevida?!, le dije agarrándole la cara, una vez que se hubo sentado en el sillón. Le comí la boca, le re chupé las tetas, le mostré la pija y le pedí que le dé un besito, con la idea que vuelva a desearme. Recién entonces, le prendí la radio, le serví agua en otro cuenco y me fui silbando, sabiendo que tenía las manos atadas.
¡mirá nena, mejor, te saco la bombacha, porque no vas a poder ir al baño!, le dije mientras se la quitaba, se la hacía oler y lamer, y le prometía que mañana le traería otra nueva, y limpita.
Camino a la casa de Roxana, mis pensamientos me consumían en el aliento de esa pendeja, en lo caliente de su boquita, en lo salvaje de su concha y en lo prohibido de ese culo grandioso. Por eso, sabía que esa no sería la última vez que Paloma aparezca en la jaula de mis más perversas fantasías. Claro que, Roxana jamás sospechó. Mientras su amante le cumpla con creces, no hay motivos para sospechas infundadas.     Fin

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