Siempre fui un chico al que le gusta sentirse
una mujer. No tengo precisiones desde cuándo.
No me considero gay necesariamente. Aunque tuve fantasías homosexuales.
Pero me fascinan las prendas femeninas, y si tengo al alcance la posibilidad de
ponerme alguna, ardo en llamas por dentro. Lo disfruto. Me excito. Hago
ademanes y caras de nena. Enaltezco mi lado femenino como si fuese el tercer
hemisferio de mi cerebro. Juego a que estoy triste por el final de una novela.
Hago coreos frente al espejo del cuarto de mi madre, canto como una maldita
desafinada fanática de la banda pop del momento, juego a que tengo un
micrófono, y desfilo como una modelo torpe e inexperta.
Soy un adolescente de 17 años sin demasiadas
ideas claras. Un poco traga en el colegio, me fastidia todo lo que tenga que
ver con hacer trabajos prácticos en grupo, y me hago el superado en muchos
temas cotidianos. Según mi psicóloga, estoy atravesando por la etapa en la que
más afloran las sensibilidades corporales, emocionales y de identidad personal.
Mucho no le entendí, pero suena bonito!
No hago deporte ni me gusta el fútbol. De
hecho, no entiendo nada de eso. Mis artistas favoritos son Justin Timberlake,
Demi Lovato y Katy Perry. No me importa que los varones me carguen por eso.
También escucho rock para no desencajar tanto. Soy buen compañero con todos,
aunque tengo mayor afinidad con las chicas. No me da vergüenza que todos me
pregunten si tengo novia en mi familia, porque siempre me invento alguna. A
pesar de que me comí a varias chicas del cole, nunca me gustó esa cosa del
compromiso. Solo me motivaba encontrar un rato de intimidad en la casa para
jugar a ser una nena. ¿me encanta hacer pipí sentado como una mujercita! Sin
embargo también me excitan las tetas y los buenos culos de las mujeres. Esa
dicotomía me desesperaba un poco a veces.
Un día entré a un sex shop con toda la
vergüenza del mundo, y alta adrenalina. Una curiosidad que yo mismo desconocí
pareció absorberme con todas sus voluntades a ese sucucho escondido en una
galería comercial. Pregunté los precios de cierta lencería masculina pero sin
dejar de ver los disfraces hot para mujer. No quería evidenciar el calor que me
quemaba hasta el aliento. Ni siquiera sabía por qué me mandé!
En ese momento entró una chica muy linda por
cierto, y sin pudor alguno preguntó el precio de un dildo que se exhibía en la
vidriera. Sentí Cómo se me ponían rojos los cachetes de la ansiedad, ya que yo
también tenía interés en esa información. Fantaseaba con tenerlo en la mano,
verlo en vivo y en directo, y en experimentar con sus vibraciones. Pero no le
encontraba el sentido real a mi búsqueda. Por lo tanto, me quedé merodeando
unos 10 o 15 minutos más en la galería. Veía celulares, adornos, consolas de
videojuego, promociones de hamburguesas, mp3 y discos truchos, películas, y un
sinfín de pavadas. Mientras caminaba sentía el calzoncillo húmedo junto a mi
glande, y que la pija se me paraba inexorablemente. Era una mezcla de ganas de
hacer pis y de querer tocarme el pito hasta acabarme en la mano. Además tenía
unas cosquillas extrañas en la cola. Hasta que al fin reuní el valor necesario para
volver a entrar, y me compré un disfraz de Caperucita Roja, alegando todo el
tiempo que era para regalárselo a una amiga. Pero creo que mis nervios me hacían
reír mucho, lo cual generó que no fuese convincente con la vendedora. Me
importó muy poco honestamente. Me fui feliz con mi nueva lencería erótica,
pergeniando todo lo que podría divertirme con ella, en la soledad de mi cuarto.
Apenas el silencio de mi casa deshabitada me
envolvió, la impaciencia se apoderó de mí. No me preparé ni un café, ni me
calenté unas facturas. ¿y eso que tenía hambre! Abrí el paquete y me probé el
disfraz, ya en mi cuarto. Previamente le saqué unos zapatos a mi hermana y unas
hombreras a mi mamá, las cuales usé para prodigarme algo de busto, ya que
naturalmente no tengo. Me miré en el espejo y sentí que me faltaba algo para
obtener la satisfacción que anhelaba. Entonces, corrí a la habitación de mi
hermana con todo el temor de ser visto o descubierto por quien llegara a la
casa sin anunciarse. Tomé prestado su cartera de maquillaje, me pinté los ojos
y los labios, con muchísima inexperiencia. Pero ahora sí me sentía completa. De
hecho, me hablaba bajito, me adulaba bajo el nombre de Florencia, después de
Noelia, y me reía como una tonta.
Aunque cuando comencé a sacarme fotos, a
bailar y delirar solo para mí, una vez más tuve la sensación de que me faltaba
una cosa. Mi disfraz no era perfecto. Traía una faldita pero no había tanga, y
eso fue lo que más me entristeció. Entonces comprendí que lo que más anhelaba
era sentir ese hilito bien adentro del culo. Pero esta vez no tuve el valor de robarle
esa prenda a mi hermana. Me dije a mí mismo que eso ya era muy fuerte.
Me desvestí con todo el malhumor encima, me
quité el maquillaje con unas toallitas, y fui al centro a comprarme una tanga que
me gustara y fuese muy brillante. Por suerte vivo cerquita!
Cuando por fin me animé a entrar a un lugar de
lencería común me sorprendí, y gratamente. Es que la vendedora era una travesti.
Podrán pensar que estoy loco, o que soy un histérico. Pero por alguna razón me
sentía más cómodo con él, ya que en el fondo era un hombre vestido de mujer,
que no afeminaba su voz, ni era tan vistoso. Yo me identifiqué enseguida con
él. Por eso fue empática conmigo, y sin que yo abriera la boca comenzó a sacar de una caja un montón de
tangas muy hermosas, y a mostrármelas con dedicación. Si fuese por mi cabeza me
llevaba todas.
¿cuál te gusta más nene? ¡algo me dice que no
son para ninguna novia! ¡y, no creo que tu hermana te haya mandado a comprarle
tanguitas!, me dijo en un momento por lo bajo, mientras mis ojos no podían
elegir una en concreto. Me instó a que me llevara tres al precio de dos. Pero
no me alcanzaba el dinero. Así que tomé en mis manos la más despampanante, la
pagué y salí rapidito.
Otra vez en mi pieza me tomé el tiempo para
admirarla bien. La olí, la chupé, la mordí, y hasta gemí diciéndome bajito:
¡qué linda tanguita te compraste Flopy! No podía creer que al fin tenía mi
primer bombacha! Era negra con encaje adelante. O sea que se me iba a
Transparentar la pija, que por cierto, la tenía muy parada y húmeda. Atrás era
autorregulable con un aplique en la parte de arriba de una mariposa con dos
estrases Violeta. No sé cómo transmitirles mi felicidad, entre cosquillitas por
la panza, la cola y los huevos. Pero era inmensa, infinita y desbordante. Nunca
me había sentido tan lleno, tan propio y tan inmutable. Esta era la vida que yo
quería realmente? Trasvestirme? Sentirme una mujer aunque no lo fuese? Poco me
importaban esos cuestionamientos en ese entonces. Era feliz, y nadie podía
prohibirme nada.
Por supuesto después empecé a soñar con tener
tetas. Pero esa es otra historia. Ésta es sobre mi Debut, y algunas cositas
más.
Una vez que ya tuve mi disfraz entero y mi
tanga me vestí lo más rápido que me dieron las manos. Volví a maquillarme y a
ponerme los zapatos. Estaba hermosa. Me saqué unas cuantas fotos de atrás con
los huevos colgando, y eso me agregaba mayor excitación. Claro que había tomado la precaución de
afeitarme los pelos de la raja la noche anterior. Siempre me gustó tener el
culo depilado. Ahora ponía cara de puta, de mamadora, de sucia en el espejo, y
me costaba no tomar la decisión de pajearme. En un sublime segundo me imaginé cogiéndome,
metiéndome el pito en el culo, y entonces me quemaba hasta el viento del
ventilador.
No lo soporté más. En un momento impreciso que
le coincidió a un sacudón hormonal froté mi cuerpo contra el espejo después de
dar unas vueltitas, y quedó toda mi leche inscripta en la parte donde debería
tener tetitas. No tuve demasiado tiempo para observar los dibujos de mi semen
en el vidrio. La limpié después de pasar uno de mis dedos sobre el pegote y
lamerlo. Estaba hecho un pajero! Pero me sentía en las nubes. No quise evitar
la estampida que se tatuó en el espejo apenas me froté con la faldita
levantada, la tanguita haciendo presión en mi chacra existencial del sexo y a
mis huevos que ya me punzaban de tanto dolerme. Pero debí devolver las cosas a
sus dueñas, serenarme, ponerme a estudiar para contabilidad, y terminar un
trabajo para inglés. Aunque, ese día me dejé la tanguita puesta, debajo de mi
calzoncillo. Se me hacía complicado controlar mis erecciones causadas por el
roce de esa telita en mi culito, y eso me ponía bien puta!
En el colegio todos pensaban que era medio
gay, en especial porque no me cambiaba la voz como al resto. Por más que no me
lo expresaran, sus pensamientos eran muy evidentes. En el fondo no me jodía.
Encima no me crecían pelos en el pecho, y estaba cerca de los 18! Yo tenía claro que eso no es un índice de
masculinidad y esas cosas. Pero por dentro me preguntaba si era una nena atrapada
en el cuerpo de un nene. Incluso de chiquito, aunque jamás me llamaron la
atención las muñecas. Sin embargo, debo
reconocer que me gusta tocar mi pecho suave y lampiño. De hecho, cuando me
pajeo en la cama y me acabo encima, me unto las manos con mi leche para
acariciarme el pecho. Durante la paja, también me ensalivo los pezones después
de lamerme los dedos un buen rato. Que me toquen el pecho es una de las cosas
que más caliente me pone.
Resulta que en el colegio, no solo yo soy
víctima de cierto bullying adolescente. también Daiana, una chica tímida,
callada hasta para participar de las clases, recatada en apariencia. Como nunca
habla de novios, jamás se le escuchó la palabra Pija entre los labios, y no
sale al boliche, digamos que es carne de cañón para los hincha pelotas de siempre.
La cosa es que cierta mañana terminé perdiendo una apuesta con ellos, en la que
debía salir con Daiana. No sé cómo me veía ella, pero mucha onda no teníamos en
el curso. Por eso pensé que no le molestaría cumplir con la misión. Además no
era para nada fea. Pero, para más humillación debíamos salir a un lugar público
en el que los cabrones que habían ganado la apuesta pudieran cerciorarse de que
estábamos cumpliendo la condena. Yo esperaba que ella no lo sienta de esa
forma.
Daiana había venido al barcito vestida de gym.
Una remerita color crema muy normal con mangas, y por encima de los hombros una
camperita de hilo muy femenina y delicada. Lo que nadie sabía eran las ideas
que tenía guardadas adentro. Tomamos un capuchino con medialunas. Elegimos
quedarnos en las mesitas de afuera del bar. Yo quise tomar una gaseosa, pero
preferí imitarla. Ella prácticamente no hablaba, y yo de los nervios hablaba
demás. Decía pelotudeces. Nada muy importante. Sin embargo, cuando por fin rompió
el silencio casi me muero de la emoción. Dijo que conocía mi secreto más
profundo.
¡Yo sé las cositas que te gustan, porque
conozco tus secretos nene! ¡creo que, no da para hablarlo acá, pero por mí está
todo bien!, me dijo con el rostro ruborizado, muy cerca de mi oreja. Sus susurros
eran lo que más miedo me producía. Sacó su celular de un bolsito, buscó algo en
él y me mostró una foto de una tanga negra con encaje y una mariposa detrás.
Entonces, con cara de ladina me preguntó: ¿te gusta esto Niquito?
Le respondí que no tartamudeando como un
tonto, lo más rápido que pude. Lo que me evidenció del todo. Tuve que
justificarme diciendo que estaba nervioso, que nunca había visto una tanga y
que por supuesto me gustaban puestas en una mujer.
¡no seas tonto nico! ¡no tenés que explicarme
nada! ¡pero, fijate bien! ¿vos te compraste una así hace un mes más o menos?!,
me preguntó acercándome el celular para que lo mire mejor.
¿Estás seguro, que solo te gustan puestas en
una chica? ¡dale Nico, decime la posta!, me dijo clavándome sus ojos azules una
vez que los míos buscaban evadirla. Una
gota de sudor recorría mi espalda fría y contracturada del terror. Además, la
pija se me ponía como piedra mientras le miraba las gomas. , no sabía qué
decirle!
¡sí nena, estoy muy seguro! ¡y, cómo se te
ocurre que yo, voy a comprar eso? ¡estás re crazy nena!, le grité impulsivo,
demostrándole que me había ofendido con sus preguntas. Me puse serio, crucé los
brazos y me dediqué a comer la última medialuna que quedaba. Ella simplemente volvió
a poner su cara de nada. Aunque me sacó la lengua luego de murmurar: ¡la
apuesta nene! ¡cambiá la cara, o se van a dar cuenta!
no podía descifrar sus sensaciones ni sus
sentimientos. Daiana era como una persona impenetrable, Quizás en todos los
sentidos. Yo miraba el cielo, y ella miraba el fondo de su taza azucarada. Creo
que a la vez decidimos que el momento había terminado. En otra mesa estaban
nuestros compañeros mirando todo lo que hacíamos. Llamé a uno de ellos y le dije que ya estaba
cumplida La Apuesta. Se enojaron un poco. Evidentemente buscaban ver acción
pero aquí no la iban a encontrar. Me hice el caballero ofreciéndome a
acompañarla al colectivo o a un taxi. Daiana sólo asintió con la cabeza.
Cuando llegamos al vehículo tuvo una actitud
que no pude adivinar. Me empujó con ella dentro del auto y le pidió al chofer
que simplemente maneje hasta la plaza del pueblo, que estaba como a 2
kilómetros del bar. Nuestros compañeros nos veían desde afuera, molestos y
quejándose por no poder enterarse de lo que pasaría entre nosotros. Yo tampoco
lo sabía.
De repente, cuando el taxi andaba por las
calles con prisa, Daiana me metió la mano debajo de la remera y comenzó a frotar
mi pecho. Yo le miraba las tetas, pero me sentía intimidado por su mano, que
ahora también pellizcaba mis pezones, sin dejar de frotar mi tórax.
¿qué hacés nena?!, pude articular con cierto desprecio,
por más que mi pene opinara lo contrario.
¡shhh, tranqui Niquito! ¡ya sé que le
compraste esa tanguita a mi tío! ¡se llama Javier! ¡es el travesti de la tienda
de la calle Godoy cruz! ¡yo estaba ese día, atrás del mostrador! ¡cómo estarías
que ni me viste!, me confesó al oído, bajo una sonrisa tan musical como
perversa. No pude prohibirle que pronto su mano tanteara mi bulto sobre mi
pantalón, y que luego descienda por el elástico hacia adentro para encontrarse
con la tela estirada de mi bóxer, por causa de la erección de mi pija.
¿qué onda nene? ¿te gustan los chicos?
¡contame, que yo te juro que soy una tumba! ¿quién te gusta del curso?!, me
ametralló a preguntas. No recuerdo todas las que me hizo en ese momento, porque
su mano subía y bajaba por mi miembro todavía arropado. Recién ahí recordé que
tenía una bombacha puesta bajo mi bóxer rojo, y quise retirarle la mano. Pero
ella volvió a callarme.
¡quietito Nico, que estás re caliente nene!
¡te va a salir la leche si no te calmás!, me dijo al oído, ahora
mordisqueándome la oreja. Yo estaba híper excitado. No sabía cuánto tiempo más
podría controlar mi eyaculación.
De pronto, Daiana sacó su mano del encierro de
mi ropa, la olió con los ojitos brillosos y le dijo como un rayo al tachero:
¡acá señor, nos bajamos acá! ¿cuánto es?!
El hombre le mostró el importe, le cobró y
abrió la puerta trasera por la que bajó Daiana, medio tironeándome de un brazo.
Estábamos a una cuadra de la plaza, frente a un puesto de revistas. Ni bien el
auto desapareció, ella me apretó el pito sorprendiéndome, ya que habíamos
comenzado a caminar con dirección a la plaza. Quería escaparme, pero me intrigaba
demasiado esa chica.
Finalmente entramos a una casa normal, con
rejas negras y plantas un poco resecas en una ventana. Apenas estuvimos en el
centro de un living algo desordenado, ella dejó su bolsito en la mesa, se quitó
la camperita y la remera, se desató el pelo y me agarró de la mano con prisa,
mientras repetía: ¡dale, vamos a mi pieza, que no hay nadie, dale, a mi pieza
Nico, vamos!
Subimos unas escaleras y entramos a un cuarto
más desordenado que el living, pero que olía bien, a mujer, y eso me encendía
de nuevo. Daiana se sentó en la cama para examinarme. Aún permanecía parado, y
hacía un esfuerzo terrible para disimular mi erección, una vez que regresaron
sus preguntas.
¡che Nico, y quién te gusta al final? ¿le
viste la cola a Lucas? O te gusta más la de Mélani? ¿vos, vos tuviste novia, o
novio?!, decía ella abriendo las piernas, ya descalza y habiendo apagado su
celular. En un momento prendió el ventilador de techo. No le respondía, pero me
reía como un estúpido.
¡dale tontoo, si estamos en confianza!
¡contame, y te regalo algunas bombachas que ya no uso! ¡es más, tengo algunas
que nunca usé! ¡pasa que engordé un poquito, y no me entran!, dijo,
desubicándome aún más.
¡nada nena! ¿qué querés que te diga? ¡ni ahí!
¡sí, tuve novia, pero ya fue! ¡y novio, noooo, ni loco!, dije, sin descifrar
mis propias palabras.
¡entonces, vení, acercate y comeme la voca!,
dijo de repente, sin anestesia y rozándose las tetas sobre su corpiño beige. Me
negué rotundamente. Pero ella insistió.
¡dale nene, si, si total yo no te gusto! ¡es
un beso nada más! ¡quiero saber cómo besás!, me dijo sin renunciar a su
propósito. Volví a negarme. Pero esta vez Daiana se levantó de la cama.
¡bueno, hagamos esto! ¡yo voy al baño, hago
pis, y cuando vuelva, quiero que te bajes el pantalón! ¡trato hecho? ¡es eso, o
me comés la boca!, dijo mientras caminaba al baño, quitándome la opción de
decidir. Ese momento fue crucial para mí. Dudé en si bajarme el pantalón, si
irme a casa, hacerme el boludo y ofenderme. Pero entre tanta duda, Daiana ya
estaba de nuevo en la pieza. Solo que ahora sin su calza atigrada. Apenas una
bombacha verde tipo culote le impedía a mis ojos registrar la forma de su
vulva.
¡perdón Nico! ¡me saqué la calza porque, bue,
creo que me la mojé un poquito! ¡me estaba re meando! ¡tendría que sacarme la
bombacha también! ¡pero no me llevé ninguna al baño, como una boluda! ¡pero, no
te hagas el boludo vos, y bajate el pantalón!, me dijo envuelta en una nube de
vapor que parecía ensombrecerla de a ratos. Pero esta vez preferí complacerla.
Me temblaban las manos mientras lo hacía. Ella lo notaba y se reía en silencio.
Por eso, apenas quedé en bóxer me pidió con la voz acaramelada: ¡eso también
bajate, que quiero mirarte la pija!
Daiana estaba de nuevo sentada en su cama, y
yo frente a ella, con mi pija al aire, meciéndola de un lado al otro como me lo
pidió, dándole algunos golpecitos y sufriendo por no derramar lo que hasta
entonces me pesaba una enormidad. Fue justo cuando intentó acercarse para
observar mis huevos lampiños que descubrió un nuevo secreto. Adentro de mi
bóxer había una colaless gris.
¡woooow Niquitoooo, tenés una tanguitaaa!,
dijo impresionada, con un dedo apretándose un pezón, aproximándose cada vez más
a mi cuerpo. Yo estaba nervioso, sin habla ni ojos precisos.
¡tocate Niquito, quiero ver cómo te pajeás! ¡y
abrí las piernas, así se te estira la tanguita! ¡qué linda es! ¿también se la
compraste a mi tío?!, dijo iluminada, subiéndome la tanga a la altura de las
rodillas mientras yo separaba más las piernas, y me ponía manos a la obra. No
sé por qué lo hice, pero enseguida me pajeaba gimiendo, cansado de acumular
leche, o de sus provocaciones. Ella estaba excitada, aunque no entendía sus
razones. Mis manos apretaban mi pene, lo sacudían, recibía la saliva que yo
mismo depositaba en mis palmas, me estiraban el cuero y me acariciaban los
huevos.
¡pará Dai, no puedo más!, gimoteé algo
asustado, nervioso y sin aliento. Ella solo se paseó la lengua por los labios,
abrió las piernas y dijo: ¡acabá nene, ensuciame el piso con tu semen! ¡dale
chancho, quiero verte acabar!
Ella también se agitaba y movía las piernas
sin precisión. Fue todo muy rápido. De pronto ella se amasaba una goma con una
mano y con la otra se estiraba la bombacha hacia arriba, como buscando que la
parte de abajo se le entierre en el culo. Yo, presionaba mi glande con
sutileza, cuando me estremecí en medio de un shock inevitable, y todo mi semen
cayó como un enjambre de estrellas fugaces al suelo. Un poco salpicó mi bóxer y
mi pantalón al tenerlos sobre mis tobillos. Ella estalló en un gemido agudito,
histérico y liviano. Me miró a los ojos, después se fijó en mi pija todavía
rígida, y se levantó de la cama. De repente sus manos se posaron en mis
hombros, su nariz se pegó a la mía, y nuestros labios no tuvieron otro desenlace
posible. Ella los abrió primero y los apoyó sobre los míos para besarme con
ternura.
¡meteme la lengua nene!, dijo como en un
susurro, y yo le hice caso. Ella me la succionó y le dio un suave mordisquito
apenas su saliva me la cubrió toda. No sé cómo me sacó la remera tan rápido.
Cuando quise acordar me estaba lamiendo las tetillas, rozando mis pezones
erectos con la punta de su lengua, y acariciándome los huevos con una mano. De
pronto, se hincó sobre el dibujo que formaba mi semen en el suelo y lo lamió
con un leve mmm entre los labios. Mis ojos estaban clausurados de credulidad.
Entonces, me agarró de una mano y me acostó
boca abajo. Me dijo que tenía prohibido tocarme el pito, y una cachetada que me
hizo chillar estalló en una de mis nalgas. Luego, Daiana comenzó a besarla y
morderla como a la otra, a masajearlas y sacudirlas. Me las abría y cerraba.
Cuando deslizó uno de sus dedos a lo largo de mi canal temí lo peor, aunque
solo lo hizo superficialmente. Pero luego, me las abrió para escupirme el
agujero del culo.
¡basta nena! ¡dejame ir! ¡estás re loca vos!,
le gritoneé en vano. Mi pija estaba tan tiesa como una tonelada de roca, y sus
manos seguían contorneando mis glúteos. Volvió a escupirme después de susurrar:
¡callate nena, que vos sos la nena! ¡te encanta usar bombachitas! ¿y cómo hacés
con el pito? ¿te lo metés para atrás? ¿alguna vez usaste una bombacha para ir a
la escuela?!
No era capaz de armar una palabra para
contestarle. De repente, sentí su lengua caliente en el inicio de mi
verticalidad, y fruncí el culo. Pero ella me lo abrió a la fuerza y dejó que su
lengua chapotee, se deslice y lama desde mi culo hasta mi escroto. Fue
delicioso! Gemía como una maricona! Sentía que los juguitos de mi pija se
pegoteaban a mi panza, y que sus chupones en mi culo me retorcían lo poco que
conservaba de lucidez. Pensé que me iba a mear encima por lo irresoluto que
estaba. Daiana besó y mordió mi cola otra vez, me la rasguñó, succionó mi
escroto, me besó las piernas y detrás de las rodillas, y comenzó a rozar uno de
sus dedos por el camino ensalivado que serpenteaba entre mis nalgas. Cuando
llegaba a mi ano, apenas lo punzaba, sin atreverse a penetrarlo.
De repente la oí levantarse de la cama. Otra
vez un momento veloz. Me sacudió de un brazo para que me siente en la cama, y
entonces la vi desnuda, con su bombacha en la mano.
¡tomá Niquito, ponetelá! ¡dale, parate nene!,
me exigió agitada, con un río de sudor en la cara. Varios hilos de baba le
caían del mentón. Apenas me la puse noté que estaba mojadita adelante, y eso me
gustó. Mi pija ante ella ahora relucía envuelta en su bombacha, tan erecta que
me dolía.
¡mirá la pija que tenés pendejo!, dijo una vez
más, lamiendo mis tetillas. Solo que ahora me la apretaba y le daba algunos
golpecitos a mi glande. Hasta que al fin una corriente seminal hizo que mi ser
se tambalee sobre mis pies. Ella se agachó para saborear, lamer y juntar las
gotas de semen que podía, mientras se colaba un dedo en la vagina y se pegaba
re fuerte en la cola.
Luego hubo un instante de absoluto silencio.
Lo único que se escuchaba era el eco de nuestras respiraciones retrocediendo.
¡Niquito, no querés hacer pis antes de
vestirte?!, dijo como al pasar. Era cierto, me estaba meando. De hecho, la
sensación de las puntadas en la vejiga mientras ella me sometía, le agregaba
algo que me excitaba aún más.
¡sí, creo que sí! ¿dónde es el baño?!, le
pregunté a duras penas.
¡vamos que te acompaño! ¡y después, te vas!
¡en un rato llegan mis viejos!, me dijo abriendo la puerta para que la siga.
Todavía estaba desnuda como yo.
En cuanto entramos, me agarré la pija para
apuntar al inodoro y entonces orinar. Pero ella me interrumpió:
¿qué hacés nene? ¿hacé pis sentadito, como una
nena!, me gritó meciendo sus gomas de un lado al otro. Un ángel de perplejidad
pareció dejarnos en suspenso. Pero al fin me senté, metí el pito adentro del
inodoro, y en cuanto Daiana oyó que mis chorros de pis se derramaban sin otra
consigna que esa, me puso las tetas en la cara.
¡chupalas nene! ¡comeme las tetas! ¿te
gustaría tenerlas duritas y grandes como las mías? ¿cómo te gustaría llamarte
si fueses una nena?!, me decía mientras se masturbaba frenética, se pegaba con
la otra mano en el culo como si tuviese un látigo, y gemía por la mamada de mi
boca a sus tetas. El pito se me empezaba a parar. Sentía la fría presión del
inodoro sobre mi glande ni bien terminé de mear. No podía decirle nada porque
el sabor de sus pezones me embriagaba. No quería soltar esas tetas, ni dejar de
escuchar cómo sus dedos entraban y salía de su vagina, le frotaban el clítoris
y, por momentos eran absorbidos por su boca.
Aquello no podía durar mucho más. Apenas ella
se tumbó sobre la puerta cerrada del baño, gimió algo indescifrable, se apretó
las tetas baboseadas y me dijo que se las había chupado re bien, me levanté
lentamente. Se rió con ganas al observar mi nueva erección. Pero ya no teníamos
tiempo de hacer nada. oíamos las voces de sus padres hablando en la cocina,
subiendo y bajando las escaleras, y luego el ruido de algunas cosas como
botellas o platos.
¡quedate acá Nico, que te traigo la ropa!, me
dijo apenas salió del estupor de su acabadita. Tenía una conchita preciosa y re
peludita. Más tarde me confió que no le gusta depilarse ahí abajo.
Al rato volvió con toda mi ropa, menos el
calzoncillo. En lugar de eso, tenía un culote rosa con puntillas. Me lo mostró
emocionada, y hasta me hizo lamerlo. Estaba limpito, perfumado y sedoso. Tal
vez sea solo el jabón para la ropa.
¡cómo te gustan las bombachas pendejos! ¡así
que, hoy, tu amiga Daiana te va a regalar esta! ¿y te la ponés! ¿ok? ¡yo me
quedo con tu calzoncillo!, me dijo con la mirada triunfante. Tuve que ponérmela
rapidísimo, y luego toda mi ropa. ella no me quitaba los ojos de encima.
Cuando regresamos a la pieza, me dio una
bolsa, la que no llegué a sostener en las manos porque la metió directamente en
mi mochila.
¡bueno nene, cualquier cosa, estábamos,
heeemmm, estudiando para historia! ¿te acompaño? ¡yo te doy la plata para el
taxi!, resolvió por mí, como si mi cerebro anduviese extraviado.
¡no Dai, tranqui! ¡me tomo el micro acá a la
vuelta! ¡no pasa nada!, le dije mientras salíamos de su pieza excitantemente
femenina para mis sentidos. Saludé a su madre, acaricié a su gatito que
descansaba en un puff, le di un beso a Dai cuando me acompañó a la vereda y, me
fui a la parada del micro. En ese instante, me llegó un mensaje al celu.
¿en la bolsita te dejé algunas bombachitas
mías! ¡dos o tres están usadas! ¡quiero que las uses a todas chanchita! ¡y que
lleves puesta alguna al cole! ¡te juro que te voy a revisar, y me las voy a
ingeniar para que cumplas conmigo! ¡estoy re caliente Niquito, y me encanta
verte hecha una nena!
Casi me caigo del colectivo mientras subía los
escalones por cavilar en aquel mensaje perverso. Pero los huevos y la pija me
ardían de una obsesión salvaje. Cuando me senté tomé conciencia que tenía
puesto un culote en lugar de calzoncillo, y que era de mi amiga. Sentía un
hormigueo intenso en la cola, se me paraba la pija y se me antojaba esa lengua
lamiendo mi zanja. ¿cómo podía ser posible que en el colegio había una chica
tan degenerada, y yo no lo advirtiese?
¡gracias Dai! ¡quiero que me muerdas los
pezones otra vez! ¡y, me encanta que me digan Flopy! ¡quiero ser tu Flopy, bien
sucia para vos!, le escribí cuando bajé del micro. Dudé si mandarle el sms.
Pero el impulso me ganó, y desde ese momento no paramos de escribirnos
chanchadas.
Este fue el principio de mi pequeña
desviación, liberación sexual, aceptación personal, y un sinfín de elementos
que me llevaron a seguir profundizando en todo lo que quise. Gracias a ella
probé la pija, y hoy no puedo dejar de hacerlo. Pero eso es parte de otra
historia! Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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