Hacía unos meses que Lautaro vivía en casa. Tenía
una pésima relación con sus padres, y no podía bloquear su mente a los
reproches, conflictos y exigencias que sentía en aquel hogar. Le costaba
organizarse para preparar las últimas materias que le quedaban para recibirse
de médico. Mis padres, de buen agrado le dieron la posibilidad de que se aloje
con nosotros. Había espacio de sobra, comodidades y, hasta podía ir más tarde a
cursar, ya que la facu le quedaba más cerquita.
Mi primo es un hombre alto, auténtico, un poco
serio hasta que lo conocés bien, ocurrente, penetrante con la mirada, seductor
aunque no lo note, obsesivo con la alimentación y muy servicial. Me atrajo
desde siempre. No puedo precisar desde qué momento. Muchas veces amanecí mojada
o con el clítoris expectante, lleno de palpitaciones y cosquillitas luego de
soñar con él. Al principio eran sueños tontos. Por ahí él se me aparecía cuando
me estaba cambiando, o nos besábamos en la boca sin querer cuando nos
despedíamos, o yo me agachaba para que descubra que ya no era una nena, puesto
que mis tetas siempre fueron imponentes, o, simplemente lo dejaba que me toque
la cola mientras me enseñaba a andar en patines. Pero nunca tuve el valor de
hablarle de eso. No sé si él se daba cuenta de que mi cuerpo tiritaba cuando lo
veía, que no me era sencillo dejar de buscar sus ojos color miel, o adivinar si
tenía el pito parado, quizás de verme. Yo ni siquiera me animaba a vestirme
como para provocarlo. Aún así una noche vi cómo se le estiraba uno de sus
shortcitos preferidos por la erección de su pene, y tuve que correr a mi
habitación para masturbarme. Fue mientras él miraba una peli, y yo preparaba un
postre para el día siguiente, con mucha crema, como a él le gusta.
Ocurrió que, una tarde yo entré al baño sin
golpear la puerta, cosa que odiaba. Pero me hacía pis mal, y andaba híper
nerviosa. Faltaban dos días para mis 18, y los preparativos estaban por la
mitad.
Algunas amigas no me confirmaban su
asistencia, faltaba pagar la mitad del salón y la comida, mis padrinos no
sabían si llegaban para esa fecha al país y, ni siquiera tenía claro qué
ponerme. Estaba en plena organización. Tenía la cabeza volada, y por eso entré
al baño sin un cuidado.
Mi primo había llegado antes de la facu. Ni lo
escuché entrar. Su cuerpo estaba de pie bajo una espesa bruma de agua y jabón
en la ducha, con la mampara abierta y repleta de vapor. Aunque, evidentemente
pensando en otra cosa porque, ni me vio entrar. O, al menos eso esperaba mi
vergüenza.
Le vi
la pija a media asta mientras se quitaba el shampoo de la cabeza, sus músculos
bien marcados, su espalda ancha y sus glúteos redondos envueltos en espuma.
Como no había otro baño, corrí sin pensarlo al patio. Me bajé la ropa y me
hinqué sobre el prolijo césped del jardín para hacer pis.
Volví al living, agarré el celular para seguir
llamando a gente y no desatender a la impaciencia de la fiesta. Pero no logré
concentrarme. En mi mente solo habitaba la figura de mi primo con su pene y sus
bolas grandes en la ducha. Tanto que subí a mi dormitorio, me saqué casi toda
la ropa, menos la bombacha, cerré la ventana y me di a la tarea de masturbarme
como una cerda. Casi nunca lo hacía. Pero la situación me lo pedía a gritos de
campanas furiosas. Estaba en un trance perfecto, totalmente mío, con la piel
caliente, los pezones tan erectos que me dolían, con la boca seca y los dedos
inquietos. Nada me importaba en ese momento. No sé si gemí, si hablé o grité un
poco más de lo debido. Solo que, cuando vi a mi primo cruzando el umbral de la
puerta de mi habitación, la que torpemente olvidé abierta, se me petrificó
hasta el nombre.
Yo estaba de pie junto a la pared. No podía
mover ni los labios para hablarle. No me salía la voz, y mis ojos parecieron
anochecer de golpe. En el apuro manoteé un almohadón para cubrirme las tetas,
muerta de pudor pero intrigadísima.
Lautaro murmuró mientras arrimaba la puerta:
¡No Anto… No te tapes… Dejame mirarte bien! ¡Además, creo que es más divertido
si lo hacemos de a dos!, y me quitó la almohada, sin darme tiempo a
sobreponerme.
Sé que sus brazos me alzaron como a un oso de
peluche para depositarme en la cama, que se sentó a contemplarme entera y que
cuando quise hablarle, él puso un dedo
en forma vertical a mis labios incrédulos. Acababa de comprender que mi piel se
posó en sus manos grandes, y que en el trayecto hasta mi cama él me había
susurrado: ¡Te vi en el baño nena! ¡Me re comiste el pito con la mirada guacha!
Ahora me acariciaba, separaba mis piernas para
besarlas y lamerlas, masajeaba mis pies y me mordía los talones muy despacito.
Yo me reía entre sofocones, cosquillitas y sensaciones que me hacían sudar las
manos y las mejillas.
¡No me digas que hiciste pichí en el jardín,
como cuando eras chiquita!, dijo pronto, acercando sus labios a los míos, con
una sonrisa fresca pero cargada de picardía. Asentí con la cabeza y entonces me
besó.
Primero fue un piquito. Luego fue un beso más
largo, cálido y húmedo, y aquello le dio paso a una batalla de lenguas
descarriadas, jadeantes y decididas a saborearnos por completo.
¡Sos tonta eh! ¡Levantabas la tapa del inodoro,
te sentabas y listo Anto! ¡Podías mear tranquila, mientras me mirabas la verga,
primita!, dijo en el medio del besuqueo que nos aturdía por igual. Solo que a
él no lo sorprendía tanto como a mí.
Lautaro se quitó la toalla que rodeaba su
cintura, acarició mis pechos y dijo agitando su melena: ¡Ahora mirala bien
primita, mirá cómo me la paraste!
Mis ojos casi huyen de mi cabeza de tanta
felicidad. Su pija estaba a centímetros de mi cara, totalmente gruesa, rígida,
ávida de una rica mamada y con algunos hilos de juguito preseminal. Pero no me
dejó tocarla.
Justo cuando intento sentarme para darle una
lamida, cosa que me urgía casi tanto como respirar, él me empujó contra la cama,
diciendo con malicia: Esperá nena! ¡No tan rápido, que todavía no es la hora de
la leche!
Internó su cara entre mis tetas para lamerme
los pezones, chuparlos con vehemencia y estirarlos en sus dedos. Yo gemía y le
pedía que me masturbe. Pero él me hacía callar con sus besos, me erizaba los
músculos con su barba y su saliva en mis tetas, y me amasaba la cola.
En un momento tocó una de mis lolas con la
punta de su pija cada vez más erecta, y como, al parecer le gustó mi reacción
instantánea de chuparme los dedos, se dio a la tarea de acariciarme todo el
cuerpo con su chota. Incluso me pidió que me ponga boca abajo para tocar mi
espalda, mis nalguitas y mis muslos con tamaña espada de carne. Digo nalguitas
porque siempre fui de cola pequeña, a diferencia de mis gomas. Estoy segura de
que, por los ruiditos que le escuché se pajeó al pasar por mi cola!
Quiso que vuelva a ubicarme como antes, me dio
un osito de peluche para que lo abrace en mi pecho y me dijo bajito al oído: ¡Poné
los talones contra la cola Anto, y no preguntes nada que te va a gustar!
Quiso que cierre los ojos, y se acomodó entre
mis piernas sin dar marcha atrás. Cuando sentí su respiración y el roce de sus
bigotes en mi vulva creí que no me quedaría un hueso sano de tantas
contracciones, implosiones y las chanchadas que habitaban en mi cerebro. Su
lengua se hacía lugar entre los labios de mi vagina luego de lamerlos para
entrar y salir primero, y más tarde para deslizarse, moverse, recorrer y rozar
mi clítoris extasiado. Sentía que me mojaba como nunca, que su rostro
frotándose en mi sexo me haría perder la cordura, que mis dientes podían
destrozar al muñeco, ya que me tapaba la boca con él para aplacar un poco mis
gemidos, y que su boca podría merendarse todos mis flujos cuando posaba alguno
de sus dedos en mi ano.
Recién ahí me sacó la bombacha, se me subió
encima, me estiró las piernas diciendo que había que tener cuidado con los
calambres, dejó su pija en la entrada de mi conchita y me dijo: ¡Tranqui nena,
que te voy a sacar las ganas de entrar al baño sin permiso, pendejita mirona!
Esa verga de fuego al rojo vivo no entró en el
primer intento, pero sí en el segundo, y entonces le clavé las uñas en la
espalda, porque pensé que me iba a partir en dos el muy turro cuando empezó a
darme bomba y bomba. Mi cabeza golpeaba el respaldo de la cama. Mi piel se
adhería al sudor de la sábana destendida y empapada. Su boca mamaba y mordía
desaforado mis pezones. Mi lengua le serpenteaba el cuello. Su olfato se
enardecía con el aroma de mi bombachita usada y mi aliento. Mi saliva y la suya
eran nubes de bruma entre nosotros, y su pija maravillosa seguía incrustándose
en mi interior, penetrándome, aumentando velocidad y vigor, haciéndose más
ancha y regalándome un orgasmo tras otro.
Sé que en un momento le pedí que me hiciera la
cola. Lautaro no me respondía con palabras, pero le excitaba que yo le jure que
cumpliría con él todas mis fantasías.
¡Siempre me gustaste nene! ¡Y desde ahora, te
juro que voy a entrar al baño para que me hagas la colita, y para mamarte esa
pija hermosa! ¡Quiero ser tu puta primito, quiero que me retes por hacer pis en
el jardín!, le decía mientras sus manos aprisionaban mi pubis bien contra el
suyo aferrándose a mi culo.
En eso se levantó, le dio flor de escupida a
mi concha súper abierta y me puso la pija en la boca. Ni siquiera llegué a
mamársela. En cuanto le rodeé la cabecita con mis labios largó un chorro de
leche interminable, espeso, caliente y tan delicioso que no me atreví a
desperdiciar ni una sola gota, mientras él se retorcía de placer diciendo: ¡Tomáa
guachitaaa, tomá la lecheee cochinaaa, tragala toda!
Esa vez no hice el ridículo al menos, ya que
yo no tenía experiencia como peterita. Lo cierto es que me comí a mi primo, me
tomé su lechita, lo dejé que me coja y que sus 26 años se fundan para siempre
en mi calentura. Demás está decir que él fue el que estrenó mi culo por primera
vez, aunque eso sucedió dos navidades después.
Hoy no podemos contenernos. Desde ese día,
cada vez que nos vemos, aunque sea le chupo la pija o él me come la conchita,
por más que los dos estemos casados y tengamos nuestras familias. A él le
regalo desde aquella tarde los mejores polvitos de mi vida sexual. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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