Con el pito duro

Había llegado re alzado a casa. No podía tener ni hambre de lo duro que traía el pito, y del dolor de huevos que me aquietaba la respiración, a pesar de que el mediodía lo inundaba todo con olor a milanesas, fideos con tuco, papas fritas y pollo al horno. Entré a casa a las doce y cuarto, con la idea fija de encerrarme en la pieza que compartimos con mi hermana Valentina y clavarme una buena paja, mirando algunos videos pornos en la compu hasta enchastrarme las manos. Necesitaba escupir leche. Para colmo, cuando a los 14 años una piba te apoya el culo en la verga durante el recreo del colegio, y no podés hacerle nada por las represalias educativas, eso te destruye las neuronas.
Estaba seguro que mi hermana no había llegado. Generalmente salía a las dos de la escuela, y de ahí se iba al club para tener gimnasia. Por eso, apenas crucé la puerta y dejé mi mochila en el piso, me saqué la pija afuera del pantalón para apretármela un poquito, sacudirla y acariciarme los huevos, como si buscara atenuar los pinchazos que sentía de tanta producción seminal. Me serví un vaso de coca y me lo devoré intentando aplacar la calentura que me invadía. Me costaba respirar por las palpitaciones que tenía. Quise ir a la pieza en el exacto momento en el que se cortó la luz. Ya no podría prender la compu. Pero sí podía revisar la cama de Valentina. Habitualmente dejaba sus corpiños, remeritas y bombachas cada vez que se cambiaba. Confieso que varias veces me hice una flor de pajota oliendo sus corpiños usados. Pero lo que lograba que me explote la cabeza era la fragancia de sus bombachitas de nena, llenas de corazones y dibujitos. Valentina tiene 12, y a pesar de eso su cola se le estaba desarrollando con todos los honores. Así todo, jamás la miré con otros ojos que no fueran los de un hermano cariñoso, y un poco hincha pelotas. Me encanta molestarla para que me pegue.
Casi sin tener el control de mis impulsos, termino sentado en el sillón, chasqueando mis dedos, y llamando a mi perrita Lola. No sé cuántas veces lo hice antes. Pero en ocasiones disfruté de la lengüita de Lola en mi pija y mis huevos. Como esa porción del mediodía de los martes era mía, porque mis padres no volvían hasta la siesta, y Valen lo propio, aprovechaba a pajearme. Pero nunca lo había necesitado tanto como ahora. En esos intervalos fue que Lola apareció mientras yo me pajeaba en el sillón, se me subió encima y me empezó a lengüetear la mano. Entonces yo conduje su cabeza a mis genitales para que me los saboree. Esa primera vez la leche me saltó solita, al tercer o cuarto lametón. No me animé a mucho más con ella, en especial porque me daba asco. Solo que en ese momento, sentir una lengua caliente en el pito y las bolas cuando estás a punto de acabar, te regala un placer indescriptible. Pero aquella vez Lola no respondió a mi llamado, y yo seguía tirado en el sillón manoseándome la pija. Me escupí la mano, me bajé el pantalón, y me toqué la pija un rato más con mi bóxer repleto de juguitos. Pensé en el olor a culito y a pipí de las bombachitas de Valen, y me levanté del sillón dispuesto a requisar su cama para que mi olfato se ensanche de felicidades.
Sin embargo, el ruido de las llaves en la puerta me inmovilizó por completo. Al punto tal que no pude siquiera subirme el pantalón. Por lo tanto, Valentina me vio parado, con el pito al aire, pálido y acalorado, incapaz de tomar una decisión, y muerto de vergüenza. Dejó su mochila al lado de la mía, se quitó el guardapolvo y abrió los ojos como dos lunas enormes.
¿Qué estás haciendo pajerito?!, dijo con la voz temblorosa. No pude responderle. La vi quitarse el suéter, caminar alrededor de la mesa y sentarse al fin en la silla donde colgó su ropa.
¡No tuve gimnasia! ¡Por eso vine antes! ¡Guardá eso nene! ¡No seas asqueroso pajero!, me gritó, aunque sus ojos me examinaban cuidadosamente. Ahora me sentía un poco más aliviado, aunque no comprendía el por qué.
¡Ayer te vi tocándote el pito a la noche nene! ¡Voy a hablar con papi para que nos dividan la pieza, o algo! ¡No tengo ganas de verle el pito a mi hermano todas las noches!, agregó luego. Era cierto. La noche anterior me había pajeado afuera de las sábanas, suponiéndola dormida. Es que el video de peteras que estaba viendo era demasiado impresionante.
¡Bueno nena, espero que sea el único pito que viste en tu vida!, rompí mi silencio personal mientras me sentaba en el sillón nuevamente, sin subirme el pantalón.
¿Eso hacés siempre cuando te quedás solo nene? ¿Te tocás? ¿Te gusta tocarte pendejo?!, dijo Valen con resolución, como si supiese de lo que hablaba.
¡Sí nena, obvio que me gusta! ¡Pero no le digas a los viejos!, dije, un poco atrapado en sus redes, observando cómo me miraba el pito, ahora sin los apretujes de mis manos.
¿Tampoco tengo que contarles que la otra noche hiciste que Lola te lama el pito? ¡Sos re cochino nene! ¿Por qué hacés eso?!, me largó, dando en el blanco de mi secreto mejor guardado.
¡Eso, eso es mentira boluda! ¡Estás re loca pendeja!, intenté defenderme en vano.
¡Daaalee Pablo! ¡Escuché y vi todo! ¡Estabas viendo un video chancho, meta piqui piqui con tu mano y el pito! ¡Y, cuando entró Lola a la pieza, la llamaste re bajito como para que yo no me despierte, la subiste a tu cama, te bajaste el calzoncillo y le acercaste la carita a tu pito! ¡Yo misma lo vi nene! ¡No podés estar tan alzado!, reparó en todos los detalles verdaderos de aquella madrugada, acorralándome aún más.
¡Bueno, pero, es que, no sé, a lo mejor estaba dormido!, dije sabiendo que no me salía mentir.
¡Haaaam, qué dormido nene! ¡Tenías el pito re parado, como ahora, y te lo tocabas, y gemías!, agregó la arpía de mi hermana, levantándose de la silla. Se sirvió un vaso de coca y volvió a sentarse, bufando por no lograr hacerme entrar en razones.
¡Esta noche hablo con los viejos, y les cuento todo!, dijo, decidida y sin especulaciones.
¡No nena, te lo suplico! ¡No se lo digas, y yo, yo, te puedo dar plata para tu viaje de egresados, para que te compres lo que quieras! ¿Te pinta? ¡Además, mami me dijo que te diga que arregles tu cama, y que laves todas las bombachas que dejaste debajo de tu mesa de luz!, le intercambié, mientras recordaba las instrucciones que nuestra madre me impartió en la mañana.
¿Vos decís, que si yo no hablo me das plata? ¿Y, cuanto tenés?!, dijo, con los ojos todavía contemplando la dureza de mi pito.
¡Si dejás de mirarme el pito te lo digo nena!, le retruqué, haciéndola poner colorada.
¡Nadie te mira el pito pendejo! ¡Aparte, si no querés que te lo mire, guardalo cochino!, me dijo sonriendo, un poco por el pudor de mi ocurrencia.
¡Tengo como 1500 pesos! ¡Los estaba ahorrando para comprarme un celu, pero, si vos no decís nada, te los doy!, le dije, agarrándome el pito con la mano. Ahí sentí como que un hormigueo me subía por el abdomen, y me punzaba la puntita del glande. Creo que envalentonado por esa sensación fue que le dije: ¡Igual, tampoco es malo que me mires el pito Valen! ¡Digo, así como los varones miramos tetas y culos, es normal que a vos te llamen la atención los pitos!
¡Sí tarado, pero no el pito de mi hermano! ¡Sos un asqueroso guacho! ¡Guardá esa cosa que me pongo nerviosa!, dijo con los cachetes colorados. Me pareció que la vi abrir las piernas, y luego frotarlas una contra la otra.
¿Y por qué te pone nerviosa nena? ¡A mí no me pone nervioso mirarte la cola!, le dije un poco menos tartamudo, pensando que me iba a salir con cualquier cosa para evadir mi observación.
¡Porque yo no ando mostrando el culo pendejo! ¡Y dejá de tocarte ese pito nene, qué, basta, cortala!, dijo como en apuros, con la respiración algo acelerada.
¡Bueno, pero yo te la veo muchas veces cuando dormís, y no me jode! ¡Te veo en bombacha, y más de una vez tuve que levantar alguna del piso! ¡Y no me hago drama por eso, a pesar de que por ahí tienen olor a pis!, le dije, advirtiendo cómo la cara se le desfiguraba, como si se fuera a transformar en una criatura horrible. Pero, en lugar de gritarme algo con sonidos guturales, o de mandarme a la mierda, me dijo con dulzura: ¿Aaah, sí? ¡Mirá vos! ¿Y te parece que tu hermana tiene una linda cola?
¡Mmm, no sé! ¿Vos decís que tu hermano tiene un lindo pito?!, le negocié la respuesta, sintiendo el láser de sus ojos azules en mi miembro.
¡Pará tarado… ¿Cómo es eso que mis bombachas tienen olor a pis? ¿Anduviste oliendo bombachas mías puerquito?!, me dijo mientras despegaba esa colita preciosa de la silla, con los pelos revueltos y haciendo rechinar los nudillos de sus dedos.
¡Sí nena, un par de veces! ¡Pero fue sin querer! ¡Igual, todo piola! ¡No me dio asco ni nada! ¡Ahora, respondeme vos a mí! ¿Tengo un lindo pito?!, le expresé con sinceridad.
¿Y yo? ¿Tengo linda cola pajerito?!, me dijo dándose la vuelta, ofreciéndome toda la visión de su culito apretado en una calza negra. La meneó un poquito, se dio una nalgada diciendo: ¡Revota y todo, viste?!, y volvió a girar como esperando mi veredicto. En ese instante la verga se me puso más tiesa, caliente y expectante. Llegué a murmurarle un estúpido: ¡síii nena, ta re buena esa cola! Tal vez creí que todo terminaría ahí nomás. Pero ella agregó: ¡Y, no sé si es lindo, pero se te paró un poco más! ¿Eso te pasa por mirarme la cola estúpdido?
¡No sé Valen, pero yo, digo, vos me estás mirando el pito al aire! ¡Sería bueno que me muestres la cola desnuda!, articulé transpirando un poco más de lo normal.
¡Ni en pedo tarado! ¡No me voy a sacar la ropa para que me mires el culo idiota!, dijo mientras volvía a sentarse en la silla, haciéndome entender las razones de su enojo.
¡Pero no tenés que sacarte la ropa tarada! ¡Solo, solo te das vuelta, te bajás un toque la calza y listo! ¡Si total, tenés bombacha, o no?!, le dije con cierta amabilidad. Valentina se levantó con lentitud de la silla, me dio la espalda, se bajó apenas la calza y apoyó los codos en la mesa, quebrando la cintura para regalarme todo el esplendor de sus redondeces. El elástico de la calza no llegaba siquiera a la mitad de su cola. Pero esos trocitos de piel blanca, la costura de su bombacha violeta y el inicio de su zanjita me conmocionaron, al punto que temí eyacularme encima.
¿Ahí está bien nene? ¿Qué me decís ahora?!, balbuceó insolente, como sin paciencia.
¡Sí Valen, está bien, pero, bajate un poquito más la calza, dale, no seas mala!, le dije sin reparar en sus acciones.
¡Bueno boludo, me la bajo toda y listo! ¡Total, ya fue, tengo bombacha!, dijo, mientras sus manos se aferraban al elástico de la calza para deslizarla por sus piernas. Cuando la vi caer a sus pies, le pedí que vuelva a ponerse como estaba.
¡Dale nene! ¿Te gusta mi cola? ¡Sí o no? ¡Dale que tengo hambre tarado!, me gritoneó con los brazos sobre la mesa. Hasta allí pude controlarme, tenerle respeto y sostener a los ratones que me estaban triturando el cerebro. Me levanté presuroso y la apresé en mis brazos para apoyarle la punta de mi pene en la cola, para frotársela y darle golpecitos en las nalgas, sin darle tiempo a que se separe de la mesa. Su perfume terminó por derrotarme. Hizo fuerzas para zafarse de mi prisión. Pataleó un poco y me dijo algo que no pude entender, porque le tapé la boca con una mano. De hecho, hasta me la mordió y todo.
¿Qué hacés pajero de mierda? ¡Soltame pendejo, dale, dejame en paz pelotudo!, me decía cuando yo le metía las manos por adentro de la remerita para alcanzar a rozarle las tetitas.
¡Basta nena, quedate quieta vos, que es un ratito nomás, y te dejo!, le largué, presionando mi pija contra su cola, sintiendo cómo las piernitas se le aflojaban y su aliento se le evaporaba de los labios. Pero de repente, lo inaudito para mis instintos. Ella giró la cara, buscó mi boca y me encajó un beso después de pasarme la lengua por el mentón.
¡Por lo menos decime si te calienta mi cola pajerito! ¡Dale guachito, besame toda, comeme la boca nene!, empezó a decirme, cuando ya nuestras lenguas se entrechocaban, intercambiaban saliva y un calor de enero tropical. Ahora yo no la forzaba a nada. Ella me tiraba la colita cada vez más para atrás, estiraba su mano para tocarme el pito, cosa que yo no le hacía tan sencilla, gemía y, hasta me dejó quitarle la remera.
¡Me encanta tu cola nena! ¡Pero, vos no me dijiste nada todavía del pito guacha!, le expuse cuando nuestros besos resonaban como espadas de guerra.
¡Obvio que me gusta tu pito pendejo! ¡Vos pensás que yo soy boluda? ¡Siempre te miro el pito cuando te lo pajeás, y vos re seguro que yo duermo! ¡Me re toco nene, me meto los dedos en la conchita y me re mojo con tu pito! ¡Dale nene, dejame tocártelo, dale, y yo no le digo nada a los viejos!, me dijo con descaro, a centímetros de acunar mi miembro en sus manos. Pero entonces, yo la tiré boca abajo sobre la mesa, y encallé mi pija entre su bombacha y su vulva. Quería asustarla con que la iba a penetrar. No sabía cómo reaccionaría ni por asomo. Me desordené por completo cuando empezó a decirme: ¡Metela nene, dale, desvirgame la conchita pajerito, quiero que me cojas ahora!
Pero yo no podía hacerle eso. Solo había tenido sexo una vez, y fue con una puta que alquilamos el mes anterior con unos amigos. La verdad, para mí fue re traumático, porque ni siquiera pude acabar con ella. No quería frustrarme con Valentina. Por otro lado, era mi hermana! Que ella se tocara viendo cómo yo me tocaba, era parte de un accidente, por el solo detalle de compartir el cuarto. Que me haya sorprendido pajeándome en pleno mediodía, de alguna forma también lo era. Pero esto, penetrarla, era demasiado. Por eso me separé de ella, sin ningún plan ni decisión.
¡Basta nena, vamos a comer mejor, sí?!, se me ocurrió decirle, estúpidamente. Pero la enana se levantó furiosa de la mesa y me increpó contra la heladera.
¡Mirá cómo tenés el pito tarado! ¡Dale, sacame la bombacha y olela! ¡Quiero ver cómo te tocás!, me dijo en el oído mientras se pegaba en la cola. Ella misma colaboró para que yo se la saque. Se la quise dar en la mano. Pero ella no renuciaba jamás a lo que se proponía.
¡No nene, dale, tocate, y olela!, me dijo, y se fue a sentar a la silla del principio. Yo la acerqué a mi nariz con cierta cosa en el estómago. Me toqué el pito y lo reconocí tan duro y caliente como siempre, aunque los huevos me dolían gravemente. El aroma de su calzón me instó a apretarme la pija con fuerza, a subir y bajarme el cuero, a menearla, y a lamer los bordes de esa tela calentita, sudada y sedosa.
¿Tiene olor a pis nene? ¿Te gusta? ¿Eeee? ¿Uuuuf, daleeee, pajeateee, tocate el pitooo!, decía Valentina, a quien recién pude descubrir luego de varios sacudidas a mi pija. La chancha estaba abierta de piernas, con los dedos en la vagina, y frotándose la cola en la silla. Entre su cola y el asiento había puesto su propia remerita.
¡Sí nene, yo también me toco!, dijo mientras mis pasos me llevaban a su lado. Ahí no hubo más remedio. Ella me agarró el pito, se agachó para olerlo, le dio una lamida, después un besito a mi tronco, enseguida un chupón a mi glande, y entonces su boca comenzó a succionarlo suavemente. Nuestra locura no podía suspenderse, ni mi semen seguir resistiendo a tamaños estímulos. No llegué ni a decírselo. Solo, mientras yo le decía que su bombacha tenía olor a pichí, y mientras su lengua rozaba mis huevos, mi leche optó por hacerle un delicado y obsceno maquillaje en la carita. Ella no había dejado de tocarse la vagina, aún en el momento en que su paladar saboreaba su primer lechita.
¡Te juro que no sé por qué lo hice, ni por qué, bueno, no sé, no entiendo nada nene! ¡Pero, me gustó tu semen!, dijo levantándose de la silla. Parecía mareada y confundida.
¡Valen, perdón! ¡No sé qué pasó! ¡Es que, yo no, bueno, ni sabía que llegabas!, intenté reconstruir.
¡Hey, hey! ¿qué te pasa tarado? ¿Vos creés que voy a abrir la boca? ¡Olvidate pendejo! ¡No pasó nada! ¡Solo, solo estábamos calientes! ¡Ni loca quiero que nos dividan la pieza! ¡Quiero mirarte el pito todas las noches!, se sinceró, ahora sobre mi falda, antes de darle play a un concierto de chupones intensísimos.
¡Y yo esa cola, pendejita hermosa!, pude decir a duras penas. No quería despegarme de su lengua, de su olor, de sus uñas en mi espalda, del roce de su piel ni del tacto de su cola. Pero teníamos que comer. Además, si llegaban a regresar nuestros padres, de algún imprevisto, nosotros aún permanecíamos en bolas. Por lo tanto, yo puse a hervir unas salchichas mientras ella ordenaba un poco la cocina. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, ardía cada parte de mi cerebro. Se me paraba la pija y, mis manos deseaban poseerla. Ella también se ponía roja de vergüenza, se mojaba y, hasta se frotaba la vulva.
¡Che nene, digo no, esta siesta, ¿tenés pensado tocarte el pito? ¡Porque yo planeo tocarme la conchita, y quiero que vos me mires!, me dijo mientras almorzábamos. Casi me ahogo con semejante entrega. Naturalmente, desde ese mediodía, vivo con el pito duro por mi hermana, y solo para ella. Nunca una chica del colegio me va a calentar tanto como ella! ¿la amo, y me encanta hacerle el amor!      Fin

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