Juntas en la cama

No tenía nada de raro en principio. Mi hija Mariana había venido a visitarme, luego de rendir su primer parcial en la facu de derecho, y yo le preparé unos fideos con crema, como se lo había prometido. No importaba el resultado del examen. Es que, hacía un año que ella decidió vivir con sus abuelos paternos para ayudarles con la pequeña despensa. Además, mis suegros le tiraban unos pesitos para apuntes y gastos personales. No es que yo no pudiera solventar sus estudios. Sucedió que, hace exactamente un año atrás, Mariana descubrió mi infidelidad a su padre, y no lo tomó para nada bien. Para colmo de males, mi amante fue Ana Laura, mi masajista. Digo fue, porque con el tiempo, y ni bien supo que mi marido me dejó por esa aventura, ella comenzó a alejarse de mí. Como si el riesgo y la sal de nuestra relación solo podía sostenerse bajo el lema de lo prohibido. Yo casada, con una hija y un hijo, con ocupaciones y muy poco tiempo libre. Ella, soltera, liberal, engreída, con muchos minutos para repartir, y muy poco comprensiva. Aunque en el fondo, estoy segura que se asustó de sus propios sentimientos, y se escudó bajo esa bandera de la liviandad y la despreocupación. Como si no quisiera sentir otra cosa que placer.
Supongo que a Mariana le pesó mucho más que fuese una mujer la que “Arruinó” mi relación con su padre. Por supuesto que ella ignoraba lo machista, demandante, castrador y autoritario que fue mi marido conmigo. Pero no podía culparla. Axel, mi hijo de 16 años jamás mostró interés verdadero en saber lo que pasó. Él está feliz, inmerso en la edad del pavo, los juegos, la compu, y las comodidades que le ofrezco.
Esa noche Axel se había quedado en lo de un amiguito. Mariana y yo ya no hablábamos del tema. No fue necesario hacer ningún pacto de silencio. Intuyo que ella entendió que me lastimaron demasiado sus ausencias, sus primeros reproches y sus posteriores evasivas. En el fondo podía comprenderla. Por lo tanto, ni bien nos sentamos a la mesa, ella empezó a contarme de la facu, sus nuevos compañeros, de sus profesores copados y de algún que otro chanta, de lo bien que le rinde el tiempo para estudiar en lo de los abuelos, y del gimnasio. Según el espejo de su pieza y Natalia, su mejor amiga, engordó un poquito desde que no sale a correr. Además la abuela no para de cocinarle postres, comidas fritas y algunas tortas.
¡A mí me parecía que estás más culona Marian! ¡Pero, no estás gorda para nada, te lo juro!, le dije, mientras la veía meterse un tenedor cargado de fideos a la boca.
¡Vos lo decís porque sos mi mami! ¡Estoy gordita ma, y me doy cuenta porque, algunos vestiditos no me quedan como antes! ¡Pero no me importa mucho! ¡Sabés que me encanta comer!, decía entre que masticaba, tragaba y se llenaba de nuevo el tenedor.
¡uuuuh, me acordé! ¡Tengo una bomba para contarte!, agregó luego, después de apagarme el televisor arbitrariamente.
¡La Nati, está embarazada! ¡Voy a ser tíaaaa! ¡síiii!, dijo abriendo sus ojos celestes que comenzaban a humedecerse de la emoción. Tomó un poco de agua y se lamió los labios, donde le había quedado un pedacito de queso rallado. Siempre le costó eso de los modales, y eso a mi marido lo sacaba de quicio.
¡Qué bueno hiijaaaa! ¡Pero, Está de novia? ¡Bueno, decile, obvio, que si necesita algo, que hable conmigo! ¡Al fin y al cabo, yo soy como su tía lejana!, le dije acariciándole una mano. Ella sonrió con sinceridad y afirmó con la cabeza.
¿Ves por qué siempre dije que tengo la mamá más dulce del mundo?!, dijo mientras se levantaba de la silla para estrellarme un beso en la frente, y luego otro en la mejilla, abrazándome con fuerza. Me sentí rara. No sé si por los dos vasos de vino que había tomado. Su perfume alimonado me hizo tiritar. Pero el aroma de su piel irradiando felicidad me pareció aún más excitante. De todos modos, despejé cualquier fantasma de mi mente. ¡No podía fijarme todo el tiempo en todas las mujeres del mundo! ¡Además, ella, Mariana es mi hija!
Pronto las dos levantábamos la mesa, nos reíamos de los nombres que Natalia pensó para su futuro bebé, le sacamos el cuero a la vecina por las borracheras que se agarra cuando sale a bolichear, y nos fuimos a la cama. Mariana no tuvo ganas de repasar para la lección del día siguiente, y yo me puse en su lugar de inmediato. Se la veía cansada. Le ofrecí la pieza de Axel para que descanse.
¡Noooo maaaa, su cama debe estar inundada de leche! ¡Se la pasa viendo porno el enano!, dijo atravesada por una carcajada, la que me contagió sin esfuerzos. Para colmo, se rió con más ganas cuando le pedí que no sea ordinaria.
¿Todavía tenés la cama de dos plazas?!, me preguntó enfilando hacia el baño. Le dije que sí, mientras preparaba dos cafés.
¡Bueno, hago pis, me lavo los dientes y me acuesto! ¿Me llevás el café a la cama? ¡Daaalee maaa, porfiii!, me decía desde el baño, con la misma alegría que me dispensaba antes de nuestra distancia. No podía negarle nada. Estaba tan feliz de que mi nena haya vuelto a casa, que cualquier cosa que me hubiese pedido lo ponía a sus pies.
¡Igual, no lo retes al enano ma! ¡lo vas a traumar si lo regañás!, se atrevió a decirme desde el baño, refiriéndose a las poluciones nocturnas de su hermano, con las que yo no tenía ni el más mínimo cuestionamiento. Aún así me reí, y le grité que lo tendría en cuenta.
Al rato, Mariana tomaba el café sentada en la cama, con las piernas adentro de la sábana, con una remera liviana que no sostenía la imponencia de sus tetas preciosas, y con la respiración cada vez más relajada. Yo me descalcé y me senté a tomar mi café, cuando de repente dijo: ¡Che ma, vos también estás más culona! ¡Volviste al gimnasio?
¡Nooo mi amor, no me alcanza el tiempo para nada! ¡A veces, cuando puedo salgo a caminar, y, hago unos ejercicios de unos tutoriales que sigo por youtube!, le dije sonrosada, mientras ella dejaba su taza vacía en la mesa de luz.
¿Y, estás con alguien? ¡Digo, no importa si es hombre, o, o mujer!, averiguó sin preámbulos. Me reí nerviosa y sorprendida. No me pareció incorrecta su pregunta. Solo que no sabía si era prudente sacarle las dudas.
¡No Marian, ahora estoy sola! ¡Pero, respecto a eso… Yo, todavía no, o sea… No pudimos hablar de eso!, intenté abrir aquellos portales de un pasado no resuelto. Ella, por toda respuesta se me acercó saliendo de la cama. Me masajeó la espalda, apoyó su cabeza en uno de mis hombros y dijo: ¡Mami, ya fue, no te preocupes por eso! ¡Vos tenés el derecho de estar con quien quieras! ¡Yo no tengo vergüenza, ni te juzgo, ni  nada! ¡No te atormentes más, que ya demasiado lo hice yo! ¡Y ya que lo decís, yo te pido disculpas por alejarme así! ¡Fui una boluda ma!
Una angustia mezclada con alivio se convirtió en lágrimas descendiendo de mis ojos. Estaba confundida, como flotando en el aire por la absolución de las palabras de mi hija, y orgullosa de su corazón enorme.
¡No tengo nada que perdonarte amor! ¡A veces, los adultos pensamos que ustedes, nuestros hijos, no comprenden, o no tienen derecho a saber! ¡Yo me equivoqué mucho hija!, le dije, olvidándome de todo el sufrimiento por el que pasé. Pero sus manos seguían sobándome la espalda, la que ahora se ofrecía casi desnuda para ella, ya que me quitó la camiseta con la que pensaba dormir. Hasta que de repente siento que sus dedos estaban a punto de desprender el broche de mi corpiño. No le demostré miedos, ni le evidencié mis confusiones.
¡Hija, dejá que yo me lo saco! ¡Ya vengo! ¡Voy a llevar las tazas, y, a tomarme una pastilla! ¿Te prendo el ventilador?!, le dije levantándome del colchón, secándome las lágrimas y recogiendo las tazas sucias. Como me dijo que sí con la cabeza, prendí el ventilador, abrí un poco la ventana y fui a la cocina. No entendía las cosas que sugería mi cuerpo. Las caricias de Mariana, su perfume, su aroma, su comprensión repentina, el tacto de sus manos, y el desatino de querer quitarme el corpiño. Todo eso viajaba como una saeta en mi cerebro, y me mareaba más que el vino y el calor agobiante de un abril que no se parecía en nada al otoño.
¡Ma, ¿No viste mi celular?!, oí de golpe, mientras bebía agua para tragar una pastilla para dejar de fumar. Mariana bajó las escaleras descalza, y yo no lo advertí por andar distraída en cavilaciones sin sentido.
¿No sé hija, por ahí, a lo mejor lo dejaste en la biblioteca, o en la mesa del tele! ¿No lo ibas a poner a cargar?!, le decía, mientras daba vueltas la cabeza para mirar a un lado y al otro de la cocina, esperando encontrarlo con la mirada. Pero de repente, una de sus manos se estrelló tres veces en mi nalga derecha, y una más en la izquierda.
¿Viste que tenía razón? ¡Estás más culona ma! ¡Ahora estás para infartar a chicas y chicos! ¡Nadie te daría 45 años!, decía mientras su mano actuaba, y mi temple no la reprendía.
¿Qué decís nena? ¡Vos estás re loca!, pronuncié como pude, sintiendo un leve pellizco de sus dedos en mi cola.
¡Eeepaaa eeepaaa! ¡No te hagas la viva con tu madre pendeja!, le dije, fingiendo un enojo inconsistente. Ella se largó a reír, tomó agua y se quedó parada un momento con las piernas juntas, al lado del celular que permanecía en un mueble.
¡Respondo un mensaje y voy ma! ¡Aparte, todavía no hice pis!, dijo, cuando yo comencé a dirigirme a la pieza. No era yo la que le ordenaba nada a mi cuerpo. Reparé en que Mariana estaba en bombacha y remera, sacando la colita para atrás, apoyada con los codos en el mueble, despeinada y descalza. Yo estaba en corpiño y calza, con un montón de hormiguitas en la cola gracias a sus chirlos, con su leve pellizco zumbando en mis ansiedades, y sus halagos inflándome el pecho de ilusiones. Me hice la tonta, y entré al cuarto de Axel, con la sola idea de escucharla entrar en el baño. Tal vez allí noté que algo se deslizaba entre mis piernas, que tenía los pezones parados y que el rubor natural de mis expresiones me desbordaban. Entonces, la escuché hacer pis, y eso me sumió en un nuevo escalofrío. La imaginé limpiándose la vagina antes de tirar la cadena, y me ensombrecí. Claro que, antes de que Mariana vuelva a mi pieza, yo ya estaba allí.
¡Dale Mariana, acostate, que mañana tenés otro día largo, me imagino!, le dije. En una situación normal, me habría quedado en paños menores para acostarme sin meditarlo. Pero, ahora, prefería apagar la luz para quitarme el pantalón. Eso tampoco tenía explicaciones. Mariana se metió entre las sábanas, y en cuanto apagué la luz yo me acosté a su lado. Mi cuerpo temblaba. Tomé agua muchas veces porque se me secaba la boca. Sin embargo, Mariana irrumpió cuando creía que el sueño la arroparía en sus mieles.
¡Mami, vos, te acordás si… bueno, te va a parecer raro lo que te voy a preguntar! ¡Pero, a vos te gustaba cuando nosotros, Axel o yo, te chupábamos las tetas? ¡Es que, la Micaela tiene una especie de morbo con eso!, dijo animada, mucho más despierta de lo que mostraban sus ojos. Micaela es mi sobrina, y su prima favorita. Hace un año fue mamá por primera vez. Esa pregunta me descolocó.
¿Cómo? ¿Qué le pasa a la Mica?!, consulté.
¡Según ella, dice que, que se excita cuando el nene le chupa las tetas, cuando le da la leche! ¡A mí me parece que tiene que ir al psicólogo!, dijo con una sonrisa sutil, moviéndose en la cama.
¡No sé amor, supongo que… Bueno, a mí, con Axel me pasaba! ¡Pero, de ahí a… No sé cómo lo sentirá ella! ¿Me entendés?!, intenté concluir.
¡Ella, dice que hasta se masturba cuando se acuesta con él, y le da el pecho!, dijo después, quitándose la sábana de encima, bufando por el calor. Otra especie de sacudón interior me cortó el aliento. ¿Qué locura era aquella? ¿Mi sobrina, masturbándose con el nene prendido de su pecho? No me entraba en la cabeza, por más vueltas que le diese a la cosa.
¡Escuchame nena, ¿Y vos? ¿Tenés algún novio?!, le dije, buscando parecer tranquila, superándome sin mucho éxito, y cambiando rotundamente de tema.
¡Nooo madre, yo, digamos que ahora, pienso en divertirme un ratito! ¡Antes de venir estuve con un chico! ¡Pero nada serio! ¡Es re buena onda el flaco! ¡Aparte, al menos tiene un auto para hacer chanchaditas! ¡Así que no gastamos en telos!, dijo, como sin prestarle atención a los ratones que me recorrían desde las plantas de los pies a la nuca.
¿O sea que, antes de venir te echaste un polvito pendeja?!, le dije, sin oír previamente el tenor de mis palabras. Ella se sorprendió.
¡EeEeeeu maaaaá! ¿Cómo me vas a decir eso?!, dijo exaltada. Pero pronto añadió para distenderlo todo: ¡Sí mami, fue re rico! ¡Encima eso! ¡El guacho tiene una linda pija!
¿Y, qué es, según vos una linda pija?!, le pregunté. En ese momento su pierna derecha se rozó con la mía, y tuve que volver a tomar agua.
¡Según yo, una linda pija, por lo menos tiene que ser gruesa, limpita como para poder chuparla, y, no sé, no muy larga, porque, viste que por ahí duele un poco cuando te la meten hasta el fondo!, dijo, como si hablara de plantas, o de una receta para hacer un bizcochuelo. Yo no pude más que reírme, sorprendida de sus descubrimientos.
¡Aaaah, mirá vos! ¡O sea que, también chupás pitos nena! ¡Sos una atrevida!, le dije, luego de matar un mosquito que me revoloteaba en la frente.
¡Obvio ma! ¡Todas lo hacemos! ¡Bue, solo que vos, tenés más opciones! ¡Imagino que también probaste, digo, una concha! ¿O no?!, dijo mordaz y sin reparos, aunque poniéndose una mano sobre la boca. No supe si darle una cachetada, si dejarla dormir sola por desubicada, o si atender al fuego sexual que me humedecía la vagina como nunca lo había sentido.
¡Creo que, en eso tenés razón! ¡Pero, qué estás diciendo! ¡Me hacés pensar en cosas que, basta Mariana! ¡Me parece que estamos llegando muy lejos!, le dije, sin poder elegir las palabras que quería. Ella se ensombreció de golpe, tan rápido como se quitó la sábana que la cubría, disculpándose por el calor. Apenas tenía una bombacha re delicada de un púrpura intenso. Supongo que similar al de mis mejillas. Se había quitado la remera antes de meterse a la cama.
¡Bueno ma! ¡Pero, el sexo es parte de la vida! ¡No te ruborices tanto! ¡Es más! ¡Lo de la Mica, lo supe, porque, bueno, porque la vi, y la ayudé! ¡Pero, eso no te lo puedo contar!, dijo jugando al misterio, con una levísima sonrisa en los labios. Pero de repente, cuando tuve que incorporarme para mover el ventilador de pie, cansada de que el viento me dé en la cara, me desconcertó del todo. La vi con una mano adentro de la bombacha.
¿Qué hacés asquerosa?!, le dije mientras le pellizcaba el trocito de pierna que encontré. Ella, no retiró su mano inmediatamente de allí. Más bien, pareció meditar la respuesta, al tiempo que oía como si sus dedos le rascaran la vagina.
¡Imagino que, no es lo que estoy pensando Mariana!, le dije perturbada, pero dispuesta a comprender. Ella chasqueó la lengua, y pronto el chicotazo del elástico de su bombacha contra su piel me indicó que había sacado su mano de su intimidad.
¡Dale ma, acostate y quedate tranquila! ¡No tengo idea en qué estás pensando! ¡Pero, ya fue!, dijo, y su voz denotó cierta resignación. Tardé en componerme. ¿Mariana se estaba masturbando en mi propia cama? ¿Y a mi lado? ¿Eso, no podía ser! Entonces, me recosté como si me deslizara por la cama, hasta cubrirme la cintura con las sábanas. La luz seguía apagada, y los movimientos de Mariana cesaron. La oí bostezar y chasquear la lengua una vez más. Luego su respiración comenzó a perder ritmo. Pero entonces, volvió a hablar, y esta vez su cuerpo se acompasaba con sutileza.
¿Ma, vos pusiste el despertador?!, dijo, como para romper el hielo. Le aseguré que sí, a las 6 en punto, y le dije que solo le quedaban 4 horas para dormir. Le pregunté si quería el ventilador más cerca, y me dijo que no. A esa altura, y a pesar de que nuestros cuerpos no se rozaban, la sentía mover las piernas, y frotarse los pies.
¿Estás bien Marian?!, le pregunté ilusa. Quizás mis sospechas se confirmarían, y ni siquiera había pensado en qué decirle bajo esa situación.
¡Sí maaa, estoy bien! ¡Media calentita nomás!, dijo, dando un pequeño respingo en la cama. Otra vez oí como si se rascara, y algo como una caricia a la altura de sus pechos. No lo pensé. Prendí el velador en un arrebato, y entonces la vi, completamente. Se masajeaba las tetas desnudas con una mano, mientras que la otra se le acurrucaba debajo de su bombacha para frotarse la vulva. Tenía las plantas de los pies bien juntitas, y fregaba las nalgas en la sábana, muuuy despacio, como si le picara la cola. De hecho, no supe qué decirle.
¡Perdón ma, ya termino! ¡Es que, ese pendejo, y la Mica, me dejaron re loca!, dijo jadeando un poco, estirándose un pezón y acelerando los movimientos de su mano en su pubis. La contemplé durante un tiempo imposible de determinar con relojes. Abría y cerraba los ojos, se babeaba la mano para sobarse las tetas, arqueaba las caderas para darle mayor amplitud a sus dedos incansables, gemía cada vez más encendida y aguda, y no esquivaba mi mirada cuando la recorría impasible. ¡No tenía vergüenza de pajearse al frente de su madre!
¿La Mica? ¡Y, ¡Qué tiene que ver tu prima? ¿Y ese pibe, te dejó así? ¡Entonces, no te cogió bien, como esperabas!, le largué insuficiente, apretándole la muñeca de la mano que le sobaba las tetas. De repente, como no me respondió, sin siquiera entender por qué lo hice, le arranqué el pelo y le di una cachetada para que se explique.
¡Nada maaaa! ¡El pibe me cogió re bien! ¡Solo que, ahora quiero más pijaaa! ¡Y lo de la Mica, ¡Cómo creés que sé que se masturba mientras le da la teta al nene? ¡Yo la vi, porque me lo mostró!, se expresó al fin, fuera de todo límite, sin retirar la mano de su vagina. Entonces, algo en mí afloró desde lo más recóndito de mi instinto de hembra caliente. Fue tan impreciso como fugaz el momento que me derribó encima de mi hija, como si entre mis piernas hubiese una pija con el que penetrarla. En esa posición, sin consultarle ni advertirle nada, le saqué la mano de su pubis, se la olí y le pegué en ella diciéndole que era una nena cochina, y junté uno de mis muslos al calor de su sexo, todavía al resguardo de su bombacha empapada. Empecé a friccionarla, al mismo tiempo que le abría las piernas. La sentí temblar, suspirar y tiritar. Se sorprendió tanto que no le salieron las palabras. En su lugar, algunas lagrimitas le humedecieron la cara, y varias cortinas de saliva emergían de sus labios, los que me resistí a besar en principio.
¡Así que tu primita te enseñó cómo se toca la chuchi! ¡Sos tan calentona como tu madre! ¿Te gusta esto pendeja? ¿Te calienta mucho la conchita lo que te hago? ¿Querés más mi cielo?!, le decía jadeando de algarabía, ahogada con la sola idea de meterle un dedito en la concha, lamiéndole el cuello para que entonces sus gemidos comiencen a desbordarle la garganta.
¡Síii maaa, pajeame la concha, asíiii, frótame todaaa! ¡Me encanta lo que me hacés! ¡Soy re chancha mami! ¡La Mica me chupa re rico la conchaaaa! ¡Hace dos meses que cogemos, y yo la masturbo mientras le da la teta al guacho!, decía cada vez que los gemidos no se le interponían, mientras mis dientes y lengua jugaban con su oreja. Una de mis manos le apretujaba una nalguita, y con la otra le acariciaba las tetas. Las tenía suaves, con los pezones calientes y erectos, como si tuviera fiebre, y con la piel húmeda de su propia saliva, y ahora también por el sudor que le goteaba de mi piel ardiendo. Ni bien apoyé la puntita de mi lengua en uno de sus pezones, y sin detener las frotadas de mi pierna a su sexo, sentí que una descarga de flujos le desbordó la bombacha, y ella se estremeció gritando algo como: ¡Aaaaay, asíiii, uuuuyaaaaa, qué ricoooo, chupame bien las tetas mamiiii!
Ahora mi muslo golpeaba el pubis de mi nena, y mis dedos, los que antes le pellizcaban la cola, hacían lo imposible por llegar a rozarle el ano. Cuando lo logré, Mariana abrió la boca y sacó la lengua. En ese exacto segundo la atrapé con mis labios y se la succioné, mordí suavecito, saboreé y le permití que navegue adentro de mi boca. Ella me mordió los labios, y eso me obligó a encajarle las tetas en la boca.
¡Dale pendeja, tomá la teta, guachita pajera! ¡Así que te revolcaste con tu primita, eh? ¿Y no me lo contaste! ¡Las dos son unas sucias, unas calentonas!, le decía sacudiéndola de las orejas con una mano, metiéndole los dedos con los que le había rozado el culito en la boca, y frotándole mis tetas contra las suyas. Antes de hacerlo le pedí que me las babosee todas, que no pare de chupar y morder. El fuego de los dientes de mi hija, el aroma de su piel semi desnuda, la saliva de su boca grosera en mis labios, la humedad de su sexo y su vocecita gimiendo en mi oído, sumado a todos los acontecimientos de los que me ponía al tanto, me estaban llevando al paroxismo de la locura. Por eso, y porque mis jugos vaginales también me quemaban hasta el pensamiento, decidí separarme de ella.
¡Levantate de la cama ya, y sacate la bombacha!, le ordené, tan agitada como los cuadros que el ventilador mecía de un lado al otro en la pared. Ni bien lo hizo, muy a su pesar, le rodeé la cintura con mis brazos, pegando mi pubis a su colita desnuda y le dije al oído, samarreándola: ¿Y te parece bonito venir a casa, toda cogidita por un tipo que no sabés quién es?
Como no me respondió le di un chirlo en la cola, y me alejé un poco de su cuerpo. Comencé a preguntarle cosas, y luego de cada averiguación le asestaba un azote en el culo, tras pedirle que abra bien las piernas.
¿Vos le chupaste la concha a tu prima? ¡Plaf!, sonaba el chirlo, y luego un ¿Síiii!, tan sollozo como excitante.
¿Y te gustó? ¿Muchas veces te acostaste con chicas? ¡Plaf!
¿Tomaste leche de las tetas de la Mica? ¡Plaf!
Y así sucesivamente, los chirlos se amontonaban en su cola cada vez más rojiza. Pero mis ojos estaban clavados en su vagina, que expulsaba un pequeño borbotón de flujo luego de cada estampida. Entonces, una vez que Mariana gemía con el aire oprimiéndole el pecho, la empujé para que caiga boca arriba sobre la cama. Sus pies quedaron en el suelo. Por lo tanto, yo me arrodillé frente a ella para besarle las piernas, para lamerle los pies y luego para besuquearle la pancita, como tanto le gustaba que le hiciera cuando era pequeña. Claro que, ahora todo estaba cargado de erotismo.
¡Aaaay, mamiiii, comeme todaaa, no juegues más conmigooo! ¡quiero acabar!, dijo, segundos antes de que le diera la orden a mi lengua para que recorra sus labios vaginales brillantes de flujo. Le lamí cada pliegue, todos los rincones de sus ingles y de su vulva carnosa, le abrí las piernas para embriagarme del aroma de su sudor, y le abrí la conchita con la punta de la lengua, como si fuese una fruta madura atardeciendo para mí. Fue sencillo dar con su clítoris. Lo tenía hinchado, gordito y colmado de latidos. Ni bien se lo succioné, ella se arqueó y se apretó las tetas. Hasta se le escapó un chorro de pis antes de empezar a pedirme: ¡Cogeme la conchita con la lengua maáaaa!
Nunca había visto tanto jugo en una conchita! ¡Y eso que tuve algunas experiencias! No podía pensar que era mi hija la que me pedía tales cosas, la que se encomendaba a mis lametazos y penetraditas con mis dedos. Pero, pensar que era mi Mariana, la nena a la que tantas veces peiné, vestí, aconsejé, ayudé con sus deberes, le cambié los pañales, alimenté y vi crecer, eso me emputecía aún más, y ya no quería replantearme nada. Por eso, ni bien sus piernas empezaron a presionar mi cabeza, mis dedos intensificaron sus movimientos y mi lengua se esforzó por palanquearle el clítoris, sorberlo y erosionarlo como si quisiera sacarle filo, para que entonces al fin su orgasmo sea una bendición.
¡Dale pendeja, acabale todo en la boquita a la mami! ¡asíiii pendejita, largá todo, mojate bebé, así nena, dale, dame toda la lechita de tu conchaaaaa, que mami te abre la boquita!, le decía como podía, sin saber si ella captaba mis palabras atolondradas, como si le estuviese hablando a sus entrañas. Ella gemía y temblaba como si de repente estuviese por desmembrarse, cuando mi cara poco a poco se cubría de sus jugos, de ese exquisito néctar salado y caliente, el que mi paladar saboreaba con tal regocijo que, hasta me atreví a mirarla a la cara para preguntarle si le había gustado, una vez que sus espasmos cedían, lentamente. Mariana tenía los ojos cerrados, y las tetas llenas de marcas de pellizcos y arañazos. No podía hablarme. Solo suspiraba, movía las manos y levantaba de a poco las piernas para ponerlas sobre la cama.
¡Me encantó mami! ¡Pero, no sé… Creo que, Igual es mi culpa… nos fuimos a la mierda!, dijo al fin, cuando yo la acomodaba nuevamente entre las sábanas. Dijo que no era necesario ir al baño para lavarse.
¡No te preocupes, que a mí, bueno, tal vez sea un fetiche… Pero me encanta andar con olor a sexo!, me explicaba con la voz más sensual que encontró en su repertorio.
¡Eso sí ma, poneme una bombacha! ¿Te habrá quedado alguna de las mías?!, dijo divertida, mientras ella misma se ponía la que antes llevaba. Me recosté a su lado, y la tranquilicé, un poco bajo el lema de sus propias palabras.
¡El sexo es solo sexo mi vida! ¡Nadie tiene que saber que, vos y yo, bueno, que vos pusiste tu cosita en la boca de tu mami, cochinita!, le dije acariciándole el pelo. Pero entonces, le tomé una de sus manos, y la fui trayendo a mis brazos. Fue todo rápido. Yo no necesitaba grandes roces ni frotadas. Estaba demasiado caliente como para soportar jueguitos previos.
¡Comeme las gomas mi amor!, le pedí, mientras sus deditos entraban en mi vagina. Tuvo tanto éxito que, solo un par de mordiscos, algunos lengüetazos a mis pezones y ciertos movimientos de su mano totalmente adentro de mi sexo, hicieron que mi orgasmo me aturda tan maravillosamente que, mientras acababa besaba a mi nena en la boca, diciéndole que la próxima le iba a chupar el culito. Ella se reía, pero también volvía a encenderse. Lo supe porque sus gemidos y sus toquetones me lo revelaban sin reservas.
Esa noche dormimos abrazadas, acurrucadas a los misterios de nuestro reencuentro, y con las conchitas empapadas de flujo. Mariana me prometía, mientras me acariciaba la cara que teníamos que frotarnos las conchas, y a mí eso me hacía soñar despierta. Pero el reloj sonó a las 6 de la mañana, al tiempo que las nubes empañaban el absurdo cielo de la hipócrita ciudad en la que vivimos. Supongo que esa mañana, o la siguiente, o mientras dormía solita en lo de sus abuelos, o en la casa de Micaela, fue que Mariana decidió venirse a vivir conmigo.     Fin

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