La putona de mi suegra

Carmen tiene 56 años bien puestos. Es una mujer de mente abierta, astuta, preparada para responderle a las muecas de la vida, y extremadamente seductora. Se divorció del marido hace unos años. De hecho, yo no conocí al padre de mi novia milena, y todos en la familia prefieren que así sea. Ni siquiera vi una foto de él. Se ve que el hombre tenía la seria preocupación de poblar el planeta haciéndole hijos a sus amantes, a las tres empleadas que pasaron por su casa, a las cajeras de la cadena del súper mercado chino del cual es socio en la firma, y de un par de parientes lejanas. En este último punto se le había ido la mano. La última sobrina a la que le dejó la panza llena de huesos, era menor de edad, y entonces debió ir a la justicia. El caso todavía no se resuelve. Pero hasta allí pudo soportarlo mi suegra. Además, por cosas que me contaba al pasar entre medialuna y mates, o las que le escuchaba hablar con su hija, el tipo le prohibía todo. La castraba en todos los sentidos. No tenía permitido fumar, ni beber alcohol, a no ser una copita de vino durante la cena, ni chatear con nadie, ni tener un celular caro o moderno. No podía vestirse de modo que provoque a los hombres del barrio, ni maquillarse para salir de compras, ni usar ropa interior llamativa, ni decir malas palabras. Por eso, hoy día sale a los boliches sin ninguna preocupación. Casi todos los viernes y sábados. No le interesa que Milena se lo cuestione, y le rompe las pelotas que la cargosee con eso de cuidar su salud. Sus preferidos son los bailes en los que suena la cumbia, el cuarteto, la bachata y el reggaetón.
Una tarde, después de discutir con Milena, la mujer me dijo por lo bajo cuando nos quedamos a solas: ¡Lo que pasa es que ella no me entiende Ramiro! ¡Yo necesito un macho cabrío que me enzoquete, como mi marido me lo hacía cuando éramos novios! ¡Quiero sentirme deseada, seducida, mimada!
La comprendía. Pero no sabía qué decirle. Le di aliento con mi corto lenguaje, y ella pareció serenarse. Le prometí hablar con Milena para que no la atosigue con sus temores. Ella me lo agradeció con un beso en la mejilla que, logró que todo mi cuerpo se estremezca, y se levantó a poner más agua para el mate. Es que dejó sus labios húmedos bien abiertos en una suerte de succión en mi rostro. Claramente bajé las revoluciones de mi cerebro al convencerme de que estaba confundido, y que no podía haber nada de especial en ese beso. Aún así tuve que sobarme y acomodarme la verga cuando ella no me veía. Me la reconocí durísima y repleta de cosquillas, apretada bajo mi jean, y entonces me la imaginé con un pito en la boca.
Por suerte no me costó volver a la realidad en cuanto mi novia apareció para sumarse a los mates, y todo se disolvió como la niebla espesa en la ciudad.
Naturalmente, Carmen no es la típica suegra desarreglada, sin carisma o chapada a la antigua. Ella es medio bajita, con el pelo a los hombros, enrulado y teñido de caoba. Tiene los ojos negros y chiquitos, una boca grande de labios finos y una bella dentadura, para que cada sonrisa de sus placeres renazca como de una fuente divina, y mucha destreza al caminar. Jamás se quita el anillo de casada. Usa perfumes de ámbar y jazmín, y habitualmente se la ve con corpiños de encajes. ¡y lo bien que le quedan! Tiene 95 de busto, una cadera prominente y una cola con un poco de celulitis. De eso último mis ojos no podían dar fe. Solo lo sé por las conversaciones que fui recogiendo entre madre e hija.
Esa tarde nos las arreglamos con Milena para regalarnos un cortito en el baño, yo sentado en el inodoro recibiendo el fuego de su conchita salvaje, mientras mi suegra charlaba con unas amigas que habían llegado por sorpresa. Casualmente las mismas amigas de Milena, que tiene 28 años, al igual que yo. Milena entró muy molesta con su madre al baño, y me encontró lavándome las manos, a punto de salir. Me largó todos sus pesares, mientras yo le acariciaba la espalda y el culo para calmarla como a una gatita enojada.
¡No puede ser Ramiro! ¡Mi vieja se comporta como una pendeja! ¡Demasiado que tengo que soportar que se lleve bien con mis amigas! ¿Vos viste cómo se viste cuando sale? ¡No sé qué carajo le pasa!, decía un poco preocupada, con una angustia que le opacaba la felicidad.
¡Tranqui amor, que, puede ser que tengas razón! ¡Pero de última, no sé, es su vida, y es una mujer grande!, le dije, recordando que un par de veces la había visto salir con un terrible pantalón de cuerina negro y ajustado, con terrible escote, zapatos de taco y peinada como una pendeja. Pero por suerte Milena respondió a mis estímulos. Por lo que, luego de comerle las tetas a chupones, aprovechando que no tenía corpiño bajo su elegante camiseta, la dejé que me siente de un empujón en el inodoro. Enseguida se bajó la calza y la bombacha, yo hice lo propio con mi ropa y la ayudé a que la unión de su concha y mi pija nos haga palpitar, sacudirnos, entrechocarnos y jadear como animales en celo. Lo necesitábamos. Hacía una semana que no cogíamos, por motivos de no poder hacernos el tiempo. Apenas le largué la leche toda adentro de la conchita, mientras sus tetas ardían de tanto manoseo, me dijo con su orgasmo en la garganta: ¡Me encanta cómo me cogés hijo de puta! ¡Quiero que mi vieja me escuche acabaaaar!
Tuve que silenciarla con mi mano en la boca, porque por alguna razón necesitaba gritarlo. Pero cuando todo volvió a lo razonable, a pesar de lo agitados y desencajados que nos veíamos en el espejo, ella se sintió una desubicada.
Cuando salimos, Carmen y las dos morochas tomaban mates, quizás planeando la salida del fin de semana. Yo estuve unos minutos más, y partí a mi casa. Era mi día de franco en la agencia de taxis, y mañana me esperaba una larga jornada de 12 horas. Milena no me acompañó porque tenía que preparar un práctico para una materia contable. Estudia Administración de Empresas.
Esa noche, por alguna razón que desconozco, apenas estuve adentro del confort de mi cama, en bóxer y con el celular en la mano dispuesto a poner la alarma, pensé en las palabras de Carmen. ¡qué ganas de tener un buen polvo tenía la señora! ¿cómo habría sido de joven? ¡seguro que, de acuerdo a sus épocas, jamás se llevó una verga a la boca! ¿le habrían hecho el culo? ¿cómo se vería en tanga y corpiño la vieji? ¡se debe masturbar todas las noches con la calentura que tiene! Todo eso comenzó a gobernar mi mente. Me la imaginé perreando en el boliche, tomando birra del pico de una botella, dejándose toquetear las tetas por algún que otro pendejo alzado con cara de nene, moviendo el culo, fumando sobre las piernas de algún pirata con guita, y en cuatro patas sobre el sillón de los reservados, recibiendo pija por la concha. No podía más. Necesitaba tocarme la verga. La tenía hecha un pedazo de mármol caliente, repleta de presemen en la punta, y con los huevos duros, pesados y con un cierto dolor en el interior del vientre! ¿y eso que había cogido con mi novia! Me quité el bóxer, me sacudí la pija varias veces, me escupí la mano para babeármela un poquito y así pajearme unos instantes. Me puse boca abajo y, inexorablemente un chorro de presemen se estampó en la sábana. Sobre esa porción resbaladiza entonces, dejé que mi pija se friccione con crudeza, fuertemente, mientras me abría el culo y me imaginaba que doña Carmen se moría de ganas por deslizar su lengua desde el inicio de mi zanja a la punta de mi chota. En el fragor de mi paja furtiva, la imaginé parada al lado de mi cama, en tetas y en bombacha, pajeándose con las mismas ansias que yo, y entonces, un lechazo abundante se estrelló a lo largo de mi sábana, salpicándome hasta las tetillas. No podía entender cómo una simple confesión de mi suegra me condujo a semejante eyaculación. Jadeaba como un estúpido. No era saludable fantasear con mi suegra, y eso lo tenía claro. Pero, de última, esto sería un secreto entre mi cama y yo.
A los dos días fui a la casa de Milena. Nos habíamos visto por la mañana en un café, y le había prometido hacerme un tiempo para ir a verla. Le compré dos chocolates y un osito, pasé por la panadería a buscar una docena de facturas que ya había encargado, y fui después de mi último viaje. El cielo amenazaba con venirse abajo. Todo estuvo bien. Normal. Carmen tuvo que golpearnos la puerta de la pieza de Milena, porque nuestro reencuentro estaba tardando demasiado, y se enfriaba el agua del mate. Pero mi novia andaba especialmente caliente, y me lo demostró quedándose en tetas apenas le di los chocolates. Se las re chupé, mientras ella me pajeaba por encima de la ropa. después la acosté boca abajo en la cama y le subí la pollerita para acariciarle el culo. ¡andaba sin bombacha la cochina!
¿Y así querés que te regale un osito para dormir, putona?!, le dije para hacerla reír, justo cuando mi glande ya subía y bajaba por la extensión de su zanja. Tenía todas las ganas del mundo de clavársela en el culo. Pero no era el momento. Además todavía nunca lo habíamos hecho, y acordamos que sucedería cuando ella estuviese segura. Por eso pensé en empomarle esa conchita preciosa. Pero entonces, sonó la puerta, y la voz de mi suegra. Milena la puteó por lo bajo. A los dos nos sacó de clima. Por eso, enseguida mateábamos en el living, hablando de temas generales.
Pero esa noche no pude volver a casa. Por desgracia el auto se había quedado sin batería, y afuera la lluvia y el viento eran tan atroces, que casi todo estaba inundado. No tardó en cortarse la electricidad. Todo estaba oscuro, tenebroso y pasado por agua en cuestión de media hora.
¡Había alerta meteorológico Ramiro! ¿No escuchaste la radio?!, dijo Carmen, sin reparar en mi situación. Al día siguiente debía presentarme en la agencia sí o sí. Ya no me quedaban licencias, y para colmo el auto no era mío.
¡Bueno yerno, creo que esta noche tendrá que dormir en casa! ¡Pero, eso sí, lejos de mi nena! ¡Imagino que todavía no me la habrá desvirgado no?!, dijo esbozando una irónica sonrisa. Esas cosas ponían de muy malhumor a Milena.
¡Mamá, dejá de decir pavadas! ¡Obvio que ya cogimos! ¡Hace 2 años que somos novios! ¡Además, por qué no te metés en tus cosas mejor? ¿Fuiste al médico esta mañana?!, le dijo Milena desde la cocina. Había ido a buscar edulcorante y un cuchillo para untar mermelada en un pan.
¡Qué suerte que tienen ustedes, los jóvenes! ¡Pueden hacer el amor sin problemas! ¡Porque, lo que es yo, ni noticias de pitos!, dijo Carmen, ahora con una sonrisa más amplia y luminosa.
¡Callate ma, ya te estás pasando! ¡Vos ya no tenés edad para pensar en pitos! ¿Me escuchaste? ¡Y mañana vas al médico! ¡Sabés que es importante que te hagas el chequeo anual!, le rezongó mi novia, ya entre nosotros, con la cara deformada de ira.
¡Bueno, che, ya está! ¡no se peleen más! ¡Usted Carmen, vaya al médico, que su hija tiene razón! ¡Y vos amor, dejala! ¡Aparte, ella puede enamorarse si lo quisiera! ¡Es una mujer joven! ¡No la castres como ya lo hizo tu viejo!, se me ocurrió decir. Milena me sonrió haciendo un esfuerzo para no putearme. Pero Carmen se puso colorada.
¡Eso, eso es! ¡Ese es un buen yerno! ¡Gracias Ramiro! ¡Y vos aprendé un poquito nena! ¡De todos modos, yo no quiero enamorarme a esta altura! ¡Yo no me caso más! ¡Yo solo quiero tener sexo! ¡Con eso me conformo!, dijo mi suegra, una vez más alterando a Milena.
¡Bue, yo mejor me voy a mi pieza! ¡Estás re zafada ma! ¡Te vas a la mierda! ¡No podés hablar así!, explotó Milena. Pero enseguida se calmó cuando yo le seguí los pasos. Ni siquiera llegamos a su pieza. La arrinconé contra la pared que une los cuartos y el baño, saqué la pija afuera con la sagacidad de los truenos que resquebrajaban a los árboles en el patio, le subí a penas la pollera y se la introduje en la concha con todo, mientras le mordisqueaba las tetas encima de su topcito. Para eso tuve que quitarle la remera. Ahí la furia de Milena se convirtió en gotas de flujo recorriéndome la verga, y sus rezongos en gemiditos que mis labios atrapaban cada vez que le robaba un beso, o que le encajaba la lengua adentro de la boca. Nuestros pubis percutían sonoros, perpetuos y sin juego previo. Es que, verla sin bombacha tomando mates, y cada vez enojada por los comentarios de su madre me había puesto la poronga al palo. ¿Era eso, o todo lo que me imaginaba de Carmen, que pedía sexo a gritos? De igual manera, no tenía tiempo ni ganas de analizarlo. Mi suegra no nos oía por el torbellino de la tormenta. Tampoco nos veía porque la luz aún no regresaba. Milena me pedía la leche como una nenita le pide la mamadera a su madre, y mi pija no quiso hacerla esperar.
¡Dale guachita, arrodillate, y te la doy en la boquita! ¿Querés, pendeja putita?!, bastó que le dijera para que su silueta se aferre a mis piernas, y su boca a la urgencia de mi pija enchastrada por sus jugos y los míos. No hizo falta mucho jueguito de su lengua, ni escupidas ni besitos sucios. En cuanto sentí el calor de su paladar, mi leche la alimentó luego de un disparo preciso, certero y tenaz. Y la guacha se incorporó con toda la ansiedad en las rodillas para mostrarme cómo se la tragaba, la saboreaba y se relamía los labios.
¡Mmm, mi amoooor, quiero máaaás! ¡Así que, más te vale que le digas a mi mami que te quedás! ¡Yo hago pichí, y voy con ustedes, y vemos qué cenamos! ¿Dale? ¡Esta noche tu nenita malcriada quiere más pija!, me dijo al oído luego, jugando con su lengua todavía con restos de mi semen en mi cuello y mis orejas. Le sobé las gomas, la ayudé a ponerse la remerita, le apoyé la pija desnuda en la cola y la dejé ir al baño, para volver al living. Mi suegra todavía seguía mateando, respondiendo algunos sms con su celu híper cheto, y escuchando música desde una notebook.
La noche transcurrió en paz. Por suerte volvió la luz, cerca de las 9. Carmen sugirió cocinarnos un guiso de arroz. Pero Milena prefirió pedir unas empanadas al delivery, y asunto solucionado. Afuera la espantosa lluvia ya era una llovizna irrespetuosa, y de a poco las lagunas que recorrían las calles iban disminuyendo. Cenamos mientras Carmen pispeaba una novela turca muy mal doblada al castellano, y después de un cafecito cada quien se retiró a su cuarto. Yo me ofrecí a lavar los platos, y ninguna rechazó mi oferta.
A la media hora ya estaba en la cama con Mile, haciendo zapping en la tele. Nos enganchamos un rato con una peli, y después con un programa de cocina. Pero en cuanto la golosa me manoseó la pija por arribita del bóxer, todo se tradujo en calentura. Empezamos a mimosearnos con besos y caricias, nos frotamos los cuerpos, yo le comí los pezones para escucharla gemir, y ella me mordisqueó las tetillas, los hombros y el cuello diciendo que era una vampira. Entonces, de repente su cabeza descendió hasta mi abdomen, y luego más allá, hasta donde mi pija clamaba por su boquita tan sabia como profunda. Me arrancó el bóxer con determinación, me apretó el tronco del pene, me lamió el glande, gimió al saborearlo, me fregó las tetas en las piernas y la panza, rodeó mi ombligo con su lengua, me escupió la pija y se la metió sin chistar en la boca para comenzar a chuparla, morderla suavecito, impregnarla con su saliva, y no parar hasta sentirla en el tope de su garganta.
Me estaba regalando todo su arte, mientras mis dedos se enredaban en su pelo sedoso, mi voz movilizada le pedía más y más, y todos los soniditos de sus lamidas nos excitaban por igual. Cuando, de pronto comenzamos a escuchar gemidos, y algo parecido a unas corridas en la pieza de al lado. La de mi suegra.
¿Qué pasa amor? ¡Seguí nena, cométela toda putita!, le dije ni bien su peteada quedó en suspenso, procurando hacerme el que no oí nada.
¡Shhhh, callate nene! ¿No la escuchás? ¡Es la conchuda de mi vieja!, se quejó en voz alta, todavía debajo de la sábana.
¡Basta Mile, calmate un poco!, le decía agarrándola de los muslos, hasta lograr hacer coincidir al centro de mis piernas con mi boca. Tenía toda la pollera mojada con sus flujos, gracias a que no traía bombachita. Por suerte, ni bien solté mi lengua entre sus labios vaginales, su boca retomó aquella mamada que me enloquecía. Solo que, ahora estaba más desatada, asquerosa y gemidora. Escupía la sábana cuando se atragantaba, se cacheteaba la cara con mi pija, me pedía que le pegue en el culo, que le rompa la pollerita y que no pare de lamerle la concha, sin reprimir sus gemidos.
¡Dame la lechita pendejooo, llename la boca de lecheee, y chupame bien la conchaaa, dale guachooo, quiero que me hagas acabaaar, como a una putiiitaa!, decía Mile segundos antes de encharcarme la cara con sus jugos y de atracarse con mi estampida seminal, la que le encremó hasta las gomas. Entretanto, en el cuarto de al lado los jadeos se intensificaban, y eso ponía más nerviosa a Milena. Cuando salió del encierro de las sábanas y la vi con las tetas enlechadas, tuve la idea de volver a calentarla para cogerle la conchita otra vez. Pero ella, luego de su orgasmo se conectó con la realidad, y salió de la cama dispuesta a increpar a su madre.
¡Siempre me hace lo mismo! ¿Querés que te diga lo que hace la puta de tu suegra? ¡Se encama con los pibes con los que chatea, o con los que engatuza en el boliche! ¡Todos pendejos! ¿Sabés el quilombo que nos armarían si alguien se entera que mi vieja se acuesta con nenes? ¡Está hecha un gato Ramiro! ¡Y te pido que no la justifiques más!, me dijo poniéndose un camisón largo, un ratito antes de desaparecer de mi vista tras un portazo. Enseguida escuché que le golpeó la puerta a la madre, y que le decía: ¿Mamaaaaá, cortala de una veeez! ¡Te pido por favor que la cortes, o mañana mismo me voy de casa!
No pude seguir echado sin inspeccionar el verdadero tenor de los acontecimientos.
¡Hacé lo que quieras pendeja! ¿Qué te pensás? ¡que la única que puede coger sos vos acá? ¡No Milena! ¡Vos no me vas a tratar como tu padre!, decía la mujer, apenas con un corpiño colgando de su brazo derecho, y con una tanga verde. En el mismo momento, la sombra de un pibe no muy alto atravesaba la puerta del living. Milena tenía la cara desfigurada, al borde de las lágrimas. No pude ver más a mi suegra, porque intercedí para llevarme a Milena a la habitación. No se me iba a ser tan sencillo calmarla, pero no quería que se traten así. Le prometí que buscaríamos un alquiler cerca de la zona para que pueda terminar con sus estudios, le hice unos mimos, la recosté sobre mi pecho y, enseguida mi pequeña porción del cielo sobre la tierra dormía como un ángel. Estaba desnuda, con olor a sexo, con sabor a rabia, y con las tetas contra mi piel. No pude evitar hacerme una paja, totalmente provisto de su calor. Además pensaba en mi suegra, en sus gemidos, y en lo terrible que debió haber sido el pete que le ofrendó. ¡seguro que el pibe planeaba romperle el orto! ¡a lo mejor, la vieja se puso loquita porque el guacho le chupó la concha! No tenía forma de reordenar todo lo que pensaba o idealizaba de esa mujer. Pero, decidí que debía tranquilizarme, y focalizarme en ayudar a mi novia para que no sufra más bajo el rol de proteger a una madre que, claramente necesitaba otras cosas.
Habrían pasado dos o tres semanas de aquel suceso. Yo no volví a la casa de mi suegra. Milena y yo nos encontrábamos en un café, en un telo, o en las visitas que me hacía en casa. Lamentablemente mi hogar era muy pequeño, y yo tengo 7 hermanos. Por eso, ni pensar en la posibilidad de garchar allí. Aunque, dos veces lo hicimos en la cocina, cuando no había nadie, y otra en la cama de mi hermana.
Sucede que un sábado caluroso, húmedo por las lluvias de la tarde, y tan oscuro como la madrugada de pleno invierno en primavera, el dueño de la agencia me pide que refuerce la zona de los boliches. No daban abasto con las unidades que había, y varios optaron por tomarse ese fin de semana largo. No tuve problemas. Aparte, eran unos manguitos más.
Creo que jamás me hubiese esperado que, la mujer que me hacía señas para subirse, con cierta descoordinación y con el peinado revuelto sea mi suegra Carmen. Estaba con Liliana, una de las morochas que, era amiga de Milena, ahora compinche de la señora. ¡no lo podía creer! Liliana no me llamó la atención en lo más mínimo. Pero mi suegra, tenía una calza fucsia brillante, una remera roja híper escotada, unos zapatos de taco, los labios pintados de un rosa pálido, y traía un arito en la lengua.
¡Hooolaaa yeeeernooo! ¡Bueno bueno, mire dónde nos venimos a encontrar! ¿Nos lleva para mi casa? ¡Bah, digo, imagino que todavía se acuerda donde vivo!, dijo Carmen, con la acidés que la caracteriza.
¡Qué bueno que viniste vos Rami! ¡Por ahí nos hacés un descuentito! ¡Lo que pasa es que Carmen se tomó todo, y no sé cuánta plata nos queda!, la expuso Liliana. Me cayó mal el comentario, pero me limité a sonreír.
¡Vos no te hagas la mosquita muerta, que perdiste la tanga en el baño putona!, le dijo Carmen, muerta de risa, con la voz pasada de trasnoche, aunque no necesariamente ebria. Arranqué el recorrido ni bien se acomodaron, las dos en el asiento trasero, y soporté el analítico desarrollo de sus actividades bolicheras.
¡Bueno nena, perdí la tanga, pero, no sabés cómo me culeó ese bombón! ¡Te juro que, si estoy disfónica, es porque no podía parar de gritar, y de pedirle más!, dijo la morocha.
¡Aaaay, diooos, qué daría yo por un pedazo así! ¡Al final siempre me pasa lo mismo! ¡Me vuelvo re caliente a casa, y con vos, o con la otra conchudita!, dijo Carmen en una mezcla de resignación y desencanto, pero sin abandonar la alegría.
¡Bueno, pero, contale a tu yerno cómo le franeleás el culo a los pendejos, y cómo te dejás tocar las tetas! ¡Eso es lo que pasa! ¡Te regalás mucho mami!, dijo Liliana.
¡Por favor nena! ¡Calmate un poco! ¡Mi yerno no tiene que saber esas cosas!, la serenó sin demasiado éxito mi suegra.
¡Dale nena, que seguro que a la Mile se la re coge en tu casa! ¿nunca los escuchaste coger?!, decía Liliana, poniéndome más incómodo que a mi suegra. Por suerte el resto de la conversación giró en torno a tragos, a bultos, a los brazos de un patovica, y a la cola de una pendeja que, al parecer no se había puesto calzones, y bailaba con toda la soltura.
Llegamos a la casa de mi suegra. Esa noche Milena dormía en lo de una amiga. Por lo tanto, Liliana tendría para ella sola la cama de Mile. Carmen me pagó, me invitó a tomar un café, y yo no tuve el valor de despreciárselo. Liliana le dijo que ella también quería uno, con dos cucharaditas de azúcar. Pero se durmió en el sillón antes de que estuviese listo. Por eso, Carmen la zamarreó para convencerla de que se acueste en la cama, luego de recordarle que si quería vomitar tendría el baño a disposición.
Pronto, mi suegra y yo estábamos tomando un café, mirándonos como si fuésemos extraños. Ella bostezó dos veces, y nos reímos porque, me contagió los bostezos. Me pidió disculpas por las consideraciones de Liliana.
¡Está re borracha la piba viste! ¡Perdonala, y a mí también!, dijo revolviendo la tacita con intrascendencia.
¡Ramiro, yo no quise generar un conflicto! ¡Digo, por lo de la otra noche! ¡No viniste más a casa! ¿Seguís de novio con Milena no? ¡Ella no me quiere dar detalles de nada que tenga que ver con ustedes!, me preguntó nostálgica, tal vez arrepentida de sus acciones. Le dije que sí, pero que preferimos no confundir las cosas.
¿Y, ahora dónde cogen? ¡Digo, porque, acá no hay problemas! ¡Sé que tu casa está llena de gente siempre, y…!, decía, tomando como propio un asunto que solo nos correspondía a nosotros. Le aclaré que nos la rebuscamos bastante bien.
¡Al fin de cuentas no todo es sexo en la vida doña Carmen!, le dije como para cerrar el tema. Sus ojos se agrandaron más de la cuenta.
¿Qué decís nene? ¡El sexo es todo! ¡Vos hablás porque lo tenés, porque mi nena te atiende, y vos a ella! ¡No sabés lo que es llegar a los 56, y tener que conformarte con lo que hay!, me dijo mientras se sacaba la remera. Solo se exhibía ante mis ojos derrotados con un corpiño de encajes, y eso ya me alteraba hasta el disfrute por el café.
¡Bueno, pero usted tiene lo suyo! ¡La otra noche, si mal no recuerdo, usted estaba con un hombre!, le dije, sintiendo cómo el pito se me estiraba para endurecerse lo que mi bóxer le permitiese.
¿Un hombre? ¡Era un pendejo querido! ¡Casi todos los que me dan bolas son pibes, de entre 16 y 20 años! ¡Hasta he llegado a pagarles para que me cojan, y la mayoría debuta conmigo! ¿Sabés lo frustrante que es eso? ¡Una vez, uno de esos pibitos se hizo pis en mi cama de lo alzado que estaba! ¡Y encima no pudo largarme la lechita!, se explayó poniendo sobre una mesa invisible, ya que estábamos sentados en el sillón, todas sus experiencias de vida.
¿Qué pasa yerno? ¿Te pusiste nervioso? ¿Te impresionan mis tetas? ¡Si querés me las tapo!, me dijo con la voz más sensual que encontró. Evidentemente ella notó mis miradas lascivas, las que intenté controlar. Le dije que no era necesario que se cubra los pechos, puesto que es su casa. Además, yo ya me tenía que ir a laburar. Pero Carmen había notado también la otra parte de mis reacciones.
¡Ves? ¡Mirá, eso es un bulto! ¡Y no lo que tienen los guachos!, me dijo señalándome la entrepierna.
¡Bueno Carmen, mejor me, me voy, porque, se me, se, me hace tarde!, dije como un bobo, intentando que mis piernas obedezcan la orden de mi cerebro. Pero seguí preso de sus encantos. Además ella parecía no escucharme.
¡Bueno, una vez, uno de los pendejos me sorprendió! ¡Con 18 años tenía un pito tremeeendo! ¡Casi me hace vomitar cuando se lo chupé! ¡Casi todos, en el boliche cuando te lo apoyan en el culo, parece que tienen terribles penes! ¡Pero después, se asustan, y se les para un poquito nomás! ¡De todas maneras, no me puedo quejar!, decía imperturbable, cada vez más pegada a mí. De repente sus tacos volaron para abajo de la mesa cuando sacudió los pies con fuerza. Yo no podía dejar de mirarle las tetas, ni el culo a través de la calza mientras ponía las tacitas vacías sobre la mesa, que estaba a un metro de los sillones.
¡Bueno yerno, si usted tiene algún amigo para presentarme, sin que se entere Milena, yo agradecida!, me dijo, nuevamente pegada a mi derecha, ahora posando una mano sobre mi pierna.
¡Me gustaría, algún amigo que, que se le pare el pito como a vos! ¿Me podrás conseguir?!, dijo luego, acercando su mano a mi miembro.
¡Doña Carmen… ¿No le parece que se está pasando? ¡Al final Milena tiene razón! ¡Qué le pasa?!, le dije sin mucha convicción.
¡Mirá, mi nena no está! ¡Así que la que manda hoy, soy yo! ¡Y, a juzgar por lo duro que tenés el pito, creo que necesitás cariñitos!, dijo, ahora masajeándome el paquete con una mano, meneando las tetas y desabrochándose el corpiño con la otra.
¿Y? ¿Qué esperás? ¡Bajate el pantalón, y mostrame esa cosita con la que hacés gritar a mi bebé! ¡Se ve que le encanta tu pito, porque gime precioso la condenada!, dijo, aproximando sus pechos desnudos a mi cara.
¿Y? ¡Qué te parecen mis tetas? ¡Y apurate a bajarte eso, o te lo bajo yo!, me apuró. Le dije que sus tetas estaban perfectas, mientras me desprendía el jean, sin atreverme a bajármelo. Mi pija asomaba por el elástico de mi bóxer, y eso alertó a Carmen.
¡Uuuuh, te queda chiquito eso nene! ¡Miráaaa, se te escapa el pito!, dijo, observando con los ojos hacia abajo, y con una mano sobre la tela de mi bóxer.
¡Al final te hacés el cancherito, y lo tenés mojado guacho! ¿Te calentaron mis tetas? ¡Para tu información, Milena no está para curarte esa hinchazón, ni para sacarte la lechita!, dijo liberando todo el tronco de mi verga de la prisión de mi bóxer. Lo miró, presionó un par de veces la base de mi pene con dos dedos, lo abrazó con toda la palma, y me escuchó gemir suavecito cuando hizo un anillito con su índice y pulgar sobre mi glande.
¡Eeepaaa, miralo vos a mi yerno! ¿Así te lo hace Mile? ¿Se traga la lechita? ¡Yo la escuché pedírtela, y se pone re loca! ¡Parece poseída la yegua!, decía, mientras yo le manoseaba las tetas, como sin querer.
¡Así que todo esto le entra en la vagina a mi hijita! ¿Y ya le hiciste la colita? ¿Te hizo pis en la pija guachito? ¿O cacona? ¿Es bien puerquita la Mile? ¿Eeee? ¡Si supieras la cantidad de veces que me masturbé pegada a la puerta del cuarto, escuchándolos coger! ¡Cómo la haacés gritar pendejo! ¿Cómo la envidio!, decía, dándose pijazos en la cara, atrapando gemidos en sus labios calientes, y azotándose el culo con la mano que le quedaba libre. Con la otra me acariciaba los huevos y la verga. Además me olía con histérica fascinación.
¡Relajate chiquito! ¡Dejale esto a tu suegra! ¡Qué rico oloooor pendejooo! ¡Ya te lo conocía! ¡Dos veces me hice la paja oliendo las bombachas de Milena, el mismo día que vos te la garchaste! ¡Sé que le encanta vestirse después de tener sexo con vos!, me dijo, desconcertándome por completo, metiéndose toda mi pija en la boca, sin hacerse el menor drama. Sus dientes perfectos laceraban el cuero de mi pija, su saliva me empapaba hasta el agujero del orto, sus atracones me invitaban a soñar con reventarle el culo con la misma pasión con la que se lo haría a Milena, y cada vez que su boca escupía mi pija me hacía jadear como a un adolescente debutante. Se la pasaba por las tetas, gemía con cierta ronquera, me abría las piernas para acomodarse mejor entre ellas, y volvía a devorársela, diciendo: ¡Haaaammm, lechiiitaaaa para míiii!
No demoró mucho en colocar mi músculo babeado entre sus tetas para comenzar a friccionarse con todo. Se las apretaba para darme placer y gemía con la boca abierta, de la que varios hilos de saliva le colgaban como telarañas, y me sacaba la lengua con ese arito que brillaba en la penumbra de la madrugada.
¿La Mile se la pone así, entre las tetas? ¿Le largaste la lechita en las tetas a mi nena vos? ¿Le gusta mucho que le pegues en la cola a la putona esa no?!, decía mientras sus senos rodeaban mis venas hinchadas, y su saliva ya era parte de un caldo suculento entre ellas y sobre mi escroto. Entonces, se levantó hecha una furia para bajarse la calza y fregarme su cola infartante envuelta en una bombacha negra de encajes y transparencias en la pija. Ahí sí que no supe cuánto más podría resistirlo.
¡Asíii Ramii, toda contra la cola quiero sentirla, esa pijota de pendejo lechero! ¡No sabés cómo me pide pija el culo guacho de mierda, y cómo me mojo la bombacha mirando las erecciones de tu pija cuando tenés ganas de fifarte a mi nena!, me decía, casi saltando sobre mis piernas, insinuándose sin limitaciones, y conduciéndome a la misma puerta del infierno con sus confidencias. Ardía en ganas de arrancarle la bombacha y convertirla en una partícula de nada en el aire. Pero debía controlarme, por más que todo fuese irreversible. De repente Carmen se dio la vuelta para fregarme las tetas en la cara, y para pedirme con la voz acaramelada: ¡Pegame en el culo Ramirito, dale, y chupame las tetas! ¡Ya sé que te salta la lechita en cualquier momento! ¡Si te portás bien, tu suegrita se la va a tragar toda! ¡Eso sí, espero que guardes un poquito para mi cola! ¡Me muero por sentir esa pija en mi concha!
Fue todo tan rápido que, ni siquiera registré el momento en el que acabé. Solo recuerdo que ella se agachó, que se bajó la bombacha y que se encajó mi verga en la boca, y que no pude aguantarme más. En breve la veía tragarse mi leche, lamer las gotas que salpicaron mi bóxer y el sillón, oler mis huevos y morderse los labios con miles de jadeos insoportables.
Al rato, yo estaba sentado en su cama matrimonial, desnudo y con mis dedos revolviéndole la concha. Estaba inundada de jugos. La tenía con algunos vellos rubios, gordita y bastante abierta. La vieja cogía más de lo que nos informaba. Se hacía la santita la muy putona!
Cuando encontré su clítoris, solo me dejó jugar con él unos pequeños segundos. Pareció desbocarse al borde de sus posibilidades cuando me empujó en la cama, se me subió encima y atenazó mi cadera con sus piernas para que su concha se coma toda la erección de mi pene, el que renacía una vez más de las cenizas por todos los estímulos que esa mujer era capaz de recrear. Empezó a cabalgarme en el nombre del apocalipsis del mundo, haciendo que sus tetas se bamboleen, sus labios se abran para juntar todo el oxígeno que pudiese, sus nalgas se prendan fuego gracias al entrechoque de nuestros cuerpos, y su conchita multiplique flujos para empaparme hasta el ombligo. Era increíble cómo salpicaba flujos la cochina, y cómo gemía!
¡Despacito Carmen, que la morocha se va a despertar!, alcancé a recordarle para que modere sus gemidos, más cercanos a los alaridos de una leona en celo.
¡Vos cogeme papi, que la otra no se despierta más! ¡Se la culearon dos veces en el baño del boliche! ¡Dame la leche hijo de puta, y hagamos bien cornuda a la moralista de tu novia! ¡Seguro que todavía no te entregó la colita esa sucia! ¡Pero bien que se metía los dedos en el culito cuando era chiquita! ¡y yo la tenía que cachetear para que no lo hiciera!, me confesó sin perder el pulso de nuestra flamante cogida. Estuve a punto de eyacularle todo en la concha, imaginándome a Milena con sus dedos en el culo, con la bombacha meada en el colegio, y con una ronda de pibes enamorados de su olor a su merced. Pero Carmen pareció leer mis intenciones, y se me separó rapidísimo para ponerse en cuatro patas sobre la cama, a mi izquierda.
¡Ahora rompeme el culo nene, vamos!, me exigió casi al borde de una felicidad que no podía atesorar mucho tiempo más en sus entrañas. Yo no podía pensar en otra cosa que en satisfacerla. Por eso, le di un par de azotes en los glúteos, le escupí el agujero del orto como me lo solicitó, le deslicé algunas veces el glande a lo largo de su canal lubricado, y se la mandé de una, como si fuese un martillazo, un sofocón desbordado de lujuria. Enseguida comencé a darle cada vez mayor ritmo, mejores sacudones, unas buenas ordeñadas a sus tetas colgantes, y varios mordiscos a su nuca, ahora sin la prolijidad de su pelo perfecto. Sentía que mis huevos golpeaban el frontón de la unión de sus orificios, y eso me alentaba a penetrarla más duro, sin piedad, haciendo que sus uñas se entierren en el colchón, que sus lágrimas comiencen a empaparle la cara, y su concha a emanar tanto flujo que, por un momento tuve la idea de que pudo haberse meado encima.
¡Asíii guachooo, culeame todaaa, rompeme el ojetee, dame leche, asíii, aaay, aaaiaaa, dame verga hijo de puta, dejame el culo bien abierto papi, quiero que me duela mañana cuando me siente, que me arda el culooo, que me salga tu lechita del ortooo, asíiii!, gemía la descarada, con las piernas vencidas, los huesos a punto de convertirla en una marioneta, y su boca perfumando al aire con sus jadeos. Lo tenía abiertito la doña, y eso hacía que mi verga se ensanche sin privaciones. Entraba y salía cuando lo deseaba, y cuando se la volvía a ensartar, sus gritos ardían en la obsesión que ahora nos enlazaba en una mezcla de traición agridulce.
Pero entonces, cuando la cama ya no soportaba tanto ajetreo, sus rodillas y la sábana se sacaban chispas, su pelo era un solo mechón de sudor trenzado como las clinas de una yegua, y sus pezones realmente le dolían por el abuso de mis pellizcos, sentí que mi leche la iba a inundar más temprano que tarde, y esta vez los dos deseábamos que todo termine. Apenas me dijo, con su orgasmo en la puerta del infierno: ¡Asíiii, mañana quiero escuchar cómo le rompés el culo a Milena, a esa atorrantitaaaaaa!, mi cuerpo se sacudió, mis piernas sintieron un pinchazo que subió hasta mi columna vertebral, mi oxígeno amenazó con extinguirse, los labios se me entumecieron de tanto jadear, y todo mi ser se desmoronó encima de ese culo magnífico para regarle los intestinos con mi lechazo impostergable. Ella dio un alarido final, y ni se esforzó por sacarme de encima, o por levantarse de la cama una vez que yo decidí que lo mejor era levantarme de los mares de sudor que resplandecían en su piel. Le vi el culo abierto, las nalgas moreteadas, algunos chorros de leche que descendían por sus piernas, y su expresión de puta regalada. No podía creerlo! Mi suegra se me entregó, y yo no hice nada por evitarlo!
¡Escuche Ramiro, no se aflija, que yo no pienso abrir la boca! ¡Lo que pasó, queda acá nomás! ¿Vos creés que yo pretendo lastimar a mi hija por un polvo?!, dijo recuperando la razón, aunque con un millón de perversiones en su alma tan desnuda como su cuerpo, todavía tendido en la cama. Solo se acomodó de costado para mirarme mientras me hablaba.
¡De verdad te lo digo! ¡No tenés de qué preocuparte! ¡Es más, si te parece, esto podemos repetirlo! ¡yo no te voy a rogar, ni a insistir! ¡Mucho menos voy a hacerte escenitas ni escándalos! ¡Esto no es un chantaje! ¡Solo digo, que, bueno, si lo que te da mi nena no te alcanza, yo, soy materia dispuesta! ¡Yo, mi boca, mi cola y mi concha!, dijo finalmente, con una sonrisa irónica en el rostro, sus preferidas, mientras yo me ponía el bóxer. No sabía qué decirle, ni cómo agradecerle el silencio, ni si estaba bien todo este embrollo, ni si la vieja cumpliría con el pacto. Solo, volví a obedecerle en cuanto me dijo, una vez que se sentó en la cama con toda la dificultad, renegando de su poco estado sexual: ¡Vení Rami, todavía no te vayas! ¡tengo ganas de chuparte la pija, un ratito!         Fin

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Comentarios

  1. ¡La fantasía de cualquier yerno! No lo puedo creer , me haces poner como si los estuviera viendo coger. Besitos...

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    1. ¡Hola Fer! Aquí, una de las historias reales que me compartió un amigo. Me encanta que le pongas cada escena del relato a tu mente, y puedas disfrutarlo. ¡Besitos!

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