La única prima

Mi nombre es Mayra, tengo 16 años radiantes, mucho sex-appeal según mi mejor amiga, y gracias a la fortuna, los planes de mis tíos, o el destino siempre arrogante y sabio, me tocó ser la única mujer entre todos mis primos. Siete de ellos tienen entre 14 y 19. Los demás son chiquitos. ¡Y, para colmo, mis padres decidieron dejarme sin hermanos!
Justamente, hace una semana fue el cumple de Diego, el más peque de todos. Cumplió 6. A mis tíos se les ocurrió hacerlo en mi casa, ya que es amplia, tiene un patio enorme, un jardín precioso, un horno pizzero para que nadie se quede con hambre, y todas las comodidades. Pusimos un pelotero para los nenes en el patio, un metegol para los más grandes, hicimos decenas de empanadas, sándwiches, panchos, varias ensaladas, y hasta pusimos un frezzer con helados de todos los sabores. Todo estaba preparado para una gran fiesta, y así se dio. Solo que, a eso de las 6 de la tarde, luego de un mediodía caluroso, una siesta con bailongo, torta y tragos fuertes, los que a veces eran aprovechados por los adolescentes, se armó el torneo de metegol. Primero jugábamos niños y adultos mezclados. Nadie quería perder, porque el equipo ganador elegía la música que sonaba en la fiesta, o se preparaba el trago que quería, o se llevaba algún premio sorpresa, gentileza de la tía Mónica.
Pero los adultos se nos separaron desde que el tío Carlos, bastante borracho y alterado se puso a discutir con su hijo de fútbol. Ahí mi viejo se lo llevó a jugar al truco para que deje de hacer papelones, y enseguida los demás se le sumaron. Entonces, la canchita con los hombrecitos de plomo quedó a disposición de los primos.
Estábamos contentos de que Ciro hubiese faltado, porque ese es un fenómeno jugando. Así que yo armé mi equipo con Marcos, Pablo y con el Gonza. El otro equipo eran Santino, Damián, Luciano y Franco. Por suerte los niños se dividían entre el pelotero, los columpios, las pistolas de agua y las golosinas. Los adultos seguían encarnizados con la timba. ¡Y menos mal para nosotros, porque no pasó mucho hasta que las cosas se nos pusieron calentitas!
Santi y Luchi eran re tramposos. Movían el metegol para acomodar la pelotita al pie de sus hombrecitos y así sacar ventajas. Enseguida todo era una ola de insultos, deliradas y alboroto.
¡Son re giles nene! ¡Así no juego más!, dije en un impulso.
¡Callate y mové May! ¡Pegale fuerte! ¡No le dés bola a esos tarados!, me consoló el Gonza.
¡Pero si es una minita que no entiende nada de fútbol!, dijo Luciano con los ojos envueltos en furia, porque Pablo había convertido un gol.
¡Igual, qué importa si sabe o no! ¡Tiene unas tetas preciosas!, dijo Santino medio embobado.
¡Callate baboso, que vamos a perder con estos boludos, y yo quiero fernet!, gritó Marcos.
¡Vos decís eso porque, la querés poner! ¡Pero la Luly no te da ni cavida! ¡Y ahora te calentás con la May!, lo acusó Luciano. Eso pareció enfurecer a nuestros rivales, al punto que empezaron a empujarse entre ellos para entonces comenzar a pegarse como salidos de la calle. El Gonza los hizo callar con un chistido, y a mí justo el vientito de la tarde me subió la pollerita negra que traía. El que enseguida lo notó fue Pablo, que dijo entre dientes: ¡Cómo te doy primita!
Me puse tan loquita que no lo medité demasiado. Además me sentía sexy con mi musculosita blanca, mi tremendo escote bajo mi corpiño de puntillas y con mi bombacha estilo culote deportivo. Mis ojos tan negros como mi pelo largo se encendieron al descubrirles terribles bultos a Pablo y al Gonza.
¡Chicos, no se peleen! ¡Si somos los primos de toda la vida! ¡Y nos queremos mucho! ¿O no? ¡No sean boludos!, les decía acariciándome las tetas con la musculosa subida.
¡Hagamos algo más divertido! ¡Juguemos al mejor de 3! ¡El primero de los equipos que llegue a 3 goles gana! ¡Yo juego un ratito con cada equipo! ¿les parece?!, los serené, antes de que alguno de los adultos advierta que había problemas. Los tontitos aceptaron. Siempre me hacían caso, me consentían o me seguían la corriente!
Franco, el más aburrido de los primos decidió irse a jugar al truco con los grandes. Pero como lo echaron a patadas, se mezcló con los chiquitos. De paso alguien se encargaba de cuidarlos.
Yo ya estaba re mareadita por el fernet, con la remera manchada y llena de cosquillitas de tanto aspirar de las hormonas de mis primos. Jugué un ratito con el grupo de Santi, Pablo y Gonza, y luego con Dami, Marcos y Luciano. Con ambos equipos hice lo mismo para ponerlos loquitos. Me les tiraba encima, tomaba de sus tragos, me agachaba para lamerles las manos con las que movían las palancas buscando desconcentrarlos, les apoyaba las tetas y les manoteaba las pijas. Les encantaba sentir el viento por donde antes había pasado mi lengua con saliva. A mí ni me interesaba el resultado.
¡Qué pasa May? ¡Estás re necesitada guacha!, dijo Damián cuando, además de tocársela, se la amasé un poquito, porque ya la tenía paradita.
¡Tenés una piel re brillante nena, y eso me, me gusta!, dijo muerto de vergüenza Marcos cuando le soplé la nuca. Todos se le rieron en la cara al pobrecito. De repente Santi estalló como en un acto de injusticia.
¡yo vi mal? ¿o te chapaste al Luchi?
Lo hice callar con un dedo en sus labios. El guacho me lo lamió, y no conforme con eso se lo introdujo enterito en su boca fría por los tragos para succionarlo. Creo que ahí tuve el primer escalofrío que me sofocó, a tal punto que necesitaba más.
Era verdad. Le había comido la boca a Luchi, y hasta le metí la lengua con unos movimientos cortitos para entrar y salir de ella. Pablo había anotado 2 goles, y Santi casi marcaba otro cuando yo le agarré una mano para que me toque la cola. ¡Encima me la pellizcó el muy bruto!
Después me trancé a Dami con un hielito en la boca, mientras les palpaba las pijas a Pablo y al Gonza. Ese parecía ser el más afortunado de todos, en cuanto a su tamaño. Claro, siempre relojeaba que los adultos no nos miren ni por error.
¡Me parece que la Mayra anda calentita loco!, dijo Marcos, y enseguida se me puso detrás para frotarme su paquete en el culo.
¡nooo chicooos! ¿cómo van a pensar eso de mí? ¡Son unos zarpados!, dije histeriqueándolos, ya descalza y sorbiendo mi quinto vasito de fernet.
¡Che boludos, igual, ya fue el metegol! ¡Podríamos jugar a algo más copado!, agregué mientras todos hacían una ronda a mi alrededor.
¡Y a qué quiere jugar la nena? ¿A ver?!, ironizó Damián, sabiendo que se me podía ocurrir cualquier cosa. pero aún no había juntado el coraje para propasarme con alguno de mis primos. Nunca, hasta esa tarde.
¡A ver… Digamos… Cada uno de ustedes tiene que decirme qué es lo que más les gusta de mí, y si me sorprenden con sus respuestas, por ahí les puedo dar algún premio!, les dije lamiendo el sorbete de mi vaso.
¡Faaa, eso ni se pregunta nena! ¿tus gomas!, dijo Marcos.
¡nooo boludo, mirá lo que es esa boquita de labios finos!, se le interpuso Pablo.
¡Yo pongo los votos por esos ojitos bien de gata, que cuando se enoja parece que te van a sacar un pedazo! ¡Ojalá mi novia tenga esos ojos!, agregó Santino con la voz tan dulce que, hasta parecía enamorado.
¡pero, ninguno le vio el orto a esta perra? ¡uuuuf, perdón primita! ¡Pero vos tenés la culpa de tener tremendo totó!, se zarpó Damián.
¡A mí se me para la pija solo con escucharle la vocecita! ¡me la imagino gimiendo en mi oído, y me quiero pajear todo el día loco!, se extralimitó Luciano, y todos coincidieron con un tímido abucheo.
¡Yo, creo que lo más lindo es lo que debe hacer con esa boquita! ¡Pero también me sumo a esas tetas! ¡Sueño con esas tetas, hace bocha!, se confesó el Gonza, y el resto le palmeó la espalda por su osadía.
Cuando dejaron de hablar, haciendo de cuenta que yo no los oía, me dirigí hacia donde los adultos seguían entretenidos con las cartas, puchos, tragos y carcajadas, y les dije en voz alta para que los primos también pudieran oírme:
¡Gente, nosotros nos vamos a ver una peli a mi pieza! ¿saben?! ¡Cualquier cosa, estamos ahí!
Ni pensé en lo que haría encerrada con ellos. Pero me había convencido de que los jugos que me mojaron la bombacha toda la tarde, no merecían que mi mente les pague con indiferencia.
Pronto los 6 escoltaban mis pasos por los pasillos de la casa, en silencio y atónitos. Hasta que llegamos a mi dormitorio.
¡Yo creo que lo más lindo de la May, todavía no se lo conocemos, pero debe ser muuuuy jugosa!, se atrevió a murmurar Marcos una vez que entramos, y el resto suscribió con risitas cómplices.
¡ahora, los quiero escuchar! ¡Pero primero se bajan los pantalones mis amores!, dije mientras le ponía el pasador a la puerta. No tenía libretos ni consignas. Pero me moría por mirarles el pito, los huevos y el culo a mis primitos. Cuando pensé en que Franco no estaba, quise saber si algo de mí podía calentarlo, y sentí pena por él.
¡bueno May, pero vos sacate algo nena! ¡No vale que estés tan vestidita!, propuso Dami, arrancando a Franco de mi pensamiento momentáneo, y todos se anotaron a su pedido. Me saqué la musculosa, me senté en el suelo y los desafié.
¡Y cagones? ¡qué pasó con ustedes? ¡Quiero verles la pija! ¡Vamos, Bájense todo!
Una ola de murmullos y miradas lascivas entre ellos le antecedió a la consecuencia de mi descaro. El Gonza era el único que estaba de pie con su calzoncillo puesto. Los demás tenían la pija al aire, todos paraditos contra la pared, y solo Marcos se atrevió a tocársela.
¿te gusta May? ¿Qué decís ahora?!, dijo Santi, cuando yo me franeleaba contra el Gonza, diciéndole al oído: ¡Dale nene, no seas tontito! ¡Mostrame ese pito hermoso!
Todos aprobaron mi decisión de bajarle el calzón de a poquito con la boca, de olerle la pija y de darle un chupón en la puntita.
¿A quién le gustaba mis tetas? ¡ahora se hacen los tímidos!, les decía mientras marcos me sacaba el top y me las manoseaba, bajo mis designios. Entonces, estuve un ratito con cada uno para que me las toquen y me las chupen. Al tiempo que lo hacían, yo les ponía más duras las vergas con mis manitos, las que me escupía previamente. El más bruto fue Luciano, porque hasta me dejó los dientes marcados en un pezón. Los demás fueron cariñosos, y todos aprovechaban a nalguearme.
¡Basta guacha! ¡Quedate en bolas de una vez!, me pidió extasiado Marcos.
¡Qué tetas putita, te las quiero llenar de leche!, me juraba Pablo, al que cada vez que le rozaba el pito parecía que se iba a desvanecer.
¡Yo quiero verte en tetas con tu amiguita, la Romi, y que se babeen todas de tanto comerse!. Me fantaseaba el Gonza, mientras le agarraba el pito para pegarme en las tetas con él, después de escupírmelas bien a la vista de todos. A él fue al único que se lo hice. Es que, tenía una poronga perfecta, y no podía ignorar el hambre que le tenía!
Después me arrodillé ante la expectativa de Luciano, y tras lamerle el tronco de la pija me la devoré de un bocado, dispuesta a mamársela todita, hasta que me acabe en la boca. El guachito lo hizo apenas empecé a decirle entre que se la chupaba y salivaba como una condenada: ¡Dame la mamadera Luchi, dale todo a tu primita alzada, que todavía no tomé la lechita!
Era media amarguita, espesa y espumosa, casi tan densa como su personalidad. Nunca me cayó del todo simpático porque no me gustan los agrandaditos. Los demás no me dejaron otra opción que tragármela toda, y mostrarles cómo lo hacía. Entretanto me rodeaban para meterme manos y alguna que otra frotada de pija por donde se les antojara.
En eso, Pablo y Marcos me sientan en el piso, me piden que les abra las piernas y que me estire la bombacha hacia abajo, tocándome las mejillas con sus penes hinchados. Hasta que empecé a lamérselos, olerlos, pajearlos y mamarlos. Los enloquecía oír el sonidito del mete y saque de sus glandes en mi garganta, o el plop de mis labios cuando se los expulsaba para renovar el aire. Pablito me derramó todo su semen delicioso en la cara cuando le pedí:
¡Apretame las tetas perro, y les abro bien la boquita de chupapija que tengo para los dos!
Era más dulce, menos cantidad pero más suave, y no tan ácido al tragarlo como la de Luchi. Los otros me sobaban los hombros, me apoyaban las vergas en la espalda o el pelo, me pedían pajita o me tironeaban la pollera. El más eufórico era Gonzalo, que me gritaba: ¡Sacate todo Mayra, no seas mala pendeja! ¡Mostrame la chucha, porfi!
Marcos no dejaba de conquistar mi paladar con el sabor de su poronga, cuando yo ya estaba en cuatro patas arriba de la cama.
¡Quiero tu leche Marquitos! ¡Damela toda pajerito! ¡Y vos Gonza, chupame los pies guacho!, dije, sin soltar el pito de Marcos, ni de olvidarme de pajear a Santino y a Damián. Entonces, el calor de mi vagina me hacía desearlo todo, por todos lados, y ahora mismo. Me dejé sacar la pollera por Santino, y enseguida le dije: ¡Apoyame la pija en el orto, pero solo la puntita encima del culote, y empujala, como si me estuvieses cogiendo!
Cuando Santi ya me obedecía gentil, yo preferí arquear un poquito el cuerpo para que Marcos me refriegue la chota contra las gomas. Ahí fue que me dejó toda la lechita, y yo la unté con los dedos para saborearla, además de chuparme los pezones. Encima los re calentó cuando se me escaparon algunos pedos. Es que todo sonaba como un concierto obsceno del mejor sexo oral que, ni en las películas podía vivirse con tanta intensidad. Sorbos, succiones, chupones, chirlos, pedos, escupidas, malas palabras y jadeos nos contaminaba a todos por igual, y eso me ponía re putita.
Ahora la pija de Dami reemplazaba a la de Marcos, y la punta de la de Santi me obligaba a tocarme la concha. Me colé un par de dedos y, no podía creer que estuviese tan empapada.
¡Basta Santito! ¡dejalo ahora un poquito al Gonza, y vení que te la chupo corazón!, le pedí, casi con lágrimas en los ojos de la calentura, y con la verga de Dami golpeando mi rostro.
A Gonzalo le paré más la cola, me encajé la bombacha entre las nalgas y le instruí sin nada de paciencia: ¡cogeme la colita y la concha pendejo! ¡Pero no me saques nada! ¡Empujala, dale, pajeate en mi orto nene!
Gonza tenía la pija más gordita, cabezona y dura que el resto, y eso me mataba de placer. No pude controlarme más, y me levanté de la cama con los latidos de mi corazón percutiendo en mis sienes. Me saqué la bombacha, puse las manos sobre mi escritorio, abrí las piernas y, moviendo la cola, les pedí endiablada: ¡Vengan taraditos, mírenme bien! ¡y vos Gonza, no te pierdas esto! ¡Acá tenés mi conchita nene!
De inmediato sentí manos, besos, pellizcos, mordiscos, azotes y frotadas de pitos contra mi colita. El más obsesionado con olerme era Gonzalo, y eso se convertía en mi mayor anhelo.
Cuando entendí que era suficiente, me despatarré con los ojos hacia el techo sobre la cama, y les exigí todo lo que mis ansias me dictaban desde lo más fraterno de mi existencia.
¡Vení Gonza, cogeme pendejo! ¡La quiero toda en la concha, que esa pija me tiene re loquita! ¡y ustedes, Dami y Santi, vengan mis chiquitos, que la May les saca toda la lechita, con la boca y las manitos!
Gonzalo se derrumbó sobre mí, me ensartó de una y empezó a moverse con todo, friccionando mi clítoris con sus arremetidas, lamiendo mis tetas y comiéndome la boca con una pasión que me hacía gemir sin pensar siquiera en el cumple. Los otros dos degeneraditos estaban en cuclillas arriba de la cama para que mi boca haga sus mejores esfuerzos.
¡Chupame los huevitos May, dale, y pajeala fuerte! ¡pegate así en la carita con la chota! ¡sos re putita nena!, me decía Dami, cuando los dedos de Gonzalo me penetraban el culo, y su pija seguía guerrera adentro de mi concha.
¡abrí la boquitaa, tetona hermosaaaa, comeme el pitito nenaaa, que te encaaantaaa!, clamaba Santi, que cada vez que podía me la frotaba en las tetas.
De repente, Dami no quiso aguantarse más y me acabó en la cara, justo cuando Pablo le ponía mi bombachita en la nariz. Santi no tardó mucho más. Me regó las tetas, entretanto el Gonza me cogía cortito, con el cuerpo recto hacia arriba para unir su pubis al mío, ni bien le susurré: ¡ensuciame las gomas chanchito, dale, largala toda! ¡sos un pajerito hermoso! ¡Quiero meterte un dedito en la cola, me dejás?!
Claro que se lo hice muy superficialmente, para que ese pomo de carne tiesa dispare en el blanco señalado. Ahí decidí levantarme y estampar a Gonzalo contra la pared que todavía conserva mis posters de nena, en especial los de las chicas super poderosas. Le froté el culo en la verga y me di vuelta casi en el aire para decirle mordiéndole los labios: ¡Culeame Gonza, la quiero en el orto, porfi, quiero esa pija rompiéndome la colita!
Pero no pude hacerlo realidad, ya que aún la tenía virgen, y su pija no entraba de ninguna manera. Sin embargo, en cuanto volvió a entrar en la fiebre de mi chocha, lo tiré al piso para cabalgarlo rápido, fuerte y furiosa. Acabó como si se quisiera meter adentro mío el cochino, y encima me chupó la concha mientras me ayudaba a ponerme de pie. Todos me miraban celosos, envidiando a Gonzalo y, con ciertos gestos de demasiado premio para uno solo, para el más pijón de los 6. Yo lo disfrutaba, y hasta le limpié la pija con la lengüita ni bien me puse una colaless celeste.
Los 6 estaban asombrados, transpirados, mudos, ya vestidos al menos con sus calzones, y como esperando más, porque ninguno se subía el pantalón. Entonces, mientras me ponía la pollerita, el top y la musculosa les dije, con un dedo en la boca: ¡Chicos, tenemos que volver a la fiesta! ¿Qué les pasa, se quedaron alzaditos?!
Todos replicaron que sí al unísono, y yo traté de convencerlos para que salgamos de la pieza, mientras recapitulaba si la noche anterior había tomado la pastilla para no tener bebitos.
¡Vamos guachines, que tengo sed, y un poco de hambrecito! ¡Ustedes no?!, les dije lamiendo la bombacha que antes tenía puesta.
¡Che, pero esto, tenemos que repetirlo May! ¡No seas calentona guacha, que esto no puede quedar acá!, dijo Luchi, y entonces los hice desearme un poquito más. Iba uno por uno para comerles la boca, tocarles la pija, lamerles el cuellito, frotarles mis tetas, y decirles al oído: ¡ahora quiero verte en el cumple, con esa pija parada, calentito por mí, pensando en que querés cogerme toda, y que esta noche te hagas la pajita imaginándote a la putona de tu primita en tu cama!
Además, les lamía la oreja subiéndoles el pantalón para luego fregar mi cara en sus bultos.
Los 6 salieron de mi pieza con el pito duro nuevamente, y yo con la concha más mojada que antes. Cuando ya estuvimos mezclados entre los adultos, los niños y los viejos, mis ojos se encontraban con sus erecciones, sus miradas lujuriosas, y mi cola con algún manoseo de cualquiera de mis primos. Yo andaba despeinada, descalza, toda hecha un pegote entre el sudor y las lechitas que me gané, con la conchita gritando por la pija de Gonzalo, y con un evidente olor a sexo en el cuerpo. Me hubiese gustado que Franco tenga intenciones de invitarme a bailar para demostrarle lo putita que soy, y lo que se perdió por amargado. Pero ninguno, a excepción de mis primos favoritos notó mi estado sexual enardecido. Ya les prometí que para el próximo cumple, todos tendrían el mismo derecho de conocer los embrujos de mi vagina sedienta, aunque no se los iba a ser tan sencillo.
¡Que nunca crezcan los chiquitos de la familia por diooooos!    Fin

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