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Las tetas de una desconocida

Estaba sentada junto a la ventanilla, en un colectivo sucio, con poca gente, bajo un cielo tan soleado como abrumador. Octubre nunca me había parecido tan interesante desde que la vi. Mejor dicho, desde que me fijé en lo que hacía una morocha de no más de 25 años, con auriculares tipo vincha y, al parecer inalámbricos, y dos ojos verdes de ensueño. Estaba sentada a la misma altura que yo, solo que en la butaca derecha, al otro lado del pasillo. A mi lado no había nadie porque no existía otro asiento. A su lado, un nene leía un libro, sin fijarse en su acompañante. Pero yo no pude sacarle los ojos de encima. Es que, de pronto se abrió la camisita en cuanto el bebé que reposaba en sus brazos comenzó a lloriquear con animosa fascinación. No era escandaloso, pero sabía expresar que tenía hambre. Enseguida se corrió el corpiño, y tarareándole algo que mis oídos no llegaban a divisar, posó uno de sus pezones hinchados, refulgentes y erectos en los labios del bebé y se abandonó a la tarea de amamantarlo. Creo que era un niño por la ropita que traía. Además, el chupete que le colgaba del cuello era celeste.
Observé largo rato a la morocha y al chiquitín sorbiendo de ese pezón, y luego del otro. La vi masajearse la teta que ahora descansaba de las succiones de su hijo, arreglarse un poco la camisa y enviar un audio por whatsapp. Pensé en el nene que leía el libro, y me lo imaginé con el pito parado, mojándole el calzoncillo ante lo que tenía a solo tres centímetros. Pero él seguía enfrascado en el libro. De repente, como si alguien vaciara mi cerebro, noté que no podía recordar nada de todo lo que había estudiado para el parcial que debía afrontar en una hora. Mis ojos seguían tatuados en las tetas de esa mujer, y aunque no oía los chuponcitos del bebé, podía imaginarlos, al punto que los pezones se me erectaron. Si el colectivo fuese un poco más silencioso, pensé, justo cuando involuntariamente me toqué una teta y me la sobé. Eso me regaló un sacudón eléctrico que me cortó la respiración por un instante.
Estaba tensa, nerviosa. Parecía hipnotizada por un rayo cegador. Sentía que algo en mi entrepierna empezaba a deslizarse, y los pezones me ardían apretados bajo mi corpiño. La morocha seguía alimentando a su niño, cuando el nene cerró el libro, se levantó del asiento y miró extrañado a la mujer. ¿Cómo podía ser que antes ni la registrara? El nene se bajó por la puerta de atrás luego de pulsar el timbre, con la cara colorada y, supongo que el pito duro. Allí un montón de pensamientos colmaron mi tranquilidad.
¡Dale boluda, andá y sentate con ella! ¡Mentile! ¡Decile que sos mamá y, que tenés problemas para que te salga la leche! ¡Inventate que tenés una hija, que el padre te abandonó y… Preguntale si necesita ayuda! ¡Ofrecete para ayudarle con el cochecito cuando llegue su parada! ¡Sentate a su lado y, fijate cómo empezás a hablarle, pero hacé algo!, me gritaba una voz interior, mientras sentía que la bombacha se me mojaba. Tuve que separar las piernas, porque si me las seguía frotando y dando saltitos en el asiento, corría el riesgo de acabarme encima. Lo necesitaba. Pero me moría de ganas por hablar con la morocha.
Me imaginé tomando la teta de mi madre, y recordé que la santa me amamantó hasta que cumplí los cuatro años. Más por mañas, mimos y caprichitos que otra cosa. Me encantaba que me dé la mamadera sobre su regazo, ni bien empecé a dejar los pañales, y hacerme pichí sobre su pollera para que mi madre estalle de furia. Aunque generalmente se reía, me hacía cosquillas y me ponía otra bombachita, siempre recordándome que tenía que avisarle si quería pis o caca. Me estremecieron los recuerdos. Y para colmo, la morocha seguía allí, con sus gomas casi desnudas, aunque con el bebé a punto de dormirse en el arrullo de sus brazos.
Entonces lo decidí. Me levanté con cuidado de no tropezar con el bastón de un viejo que estaba atrás de mi asiento, y antes de que alguien me gane de mano me senté a su lado. Le pregunté la hora, y la dulce voz de la desconocida me paralizó.
¡Son las cinco y media!, dijo simplemente, echándole un vistazo a su celular.
¿Che, vos estás bien? ¡Digo, porque parecés acalorada, y, estás un poco, no sé! ¿No tenés calor?!, dijo luego, adivinando claramente mi estado de calentura. Aunque jamás creí que fuese tan evidente.
¡Yo, estoy bien, gracias! ¡Es que, a veces me agobia el encierro del micro, y eso! ¿Y vos, cómo te llamás?!, me apresuré antes que articule palabra.
¡Me llamo Irene! ¡Me falta una bocha todavía para bajarme! ¿Y vos?!, dijo abriendo la ventanilla por la que entró un renovador soplo de viento.
¡Soledad me llamo! ¡Nooo, yo me bajo dentro de poco! ¡La verdad, tendría que ir a rendir un parcial! ¡Pero, no sé, siento que no me acuerdo nada! ¡Creo que me faltó estudiar un poco más!, me justifiqué. Ya había resuelto bajarme en lo de mi madrina, y patear el parcial. No entendía por qué lo hacía. Pero, algo del color de una corazonada latía en mis libertades, y solo actuaba a través de ellas.
¿Qué estudiás? ¡Yo, soy una tarada! ¡Estaba a punto de terminar psicología! ¡Pero me quedé embarazada y, mis padres no quisieron cuidar de Fede mientras estudiaba! ¡Así que, no me quedó más remedio que dejar, y ocuparme de él! ¡Pero vos sos jovencita! ¿Cuántos años tenés?!, me preguntó luego de que su rostro se ensombreciera por lo que no pudo concretar.
¡Aaah, yo tengo 19! ¡Y sí, es difícil estudiar con hijos, me imagino! ¡Pero tu nene es un santo! ¡Parece que se porta re bien!, dije, ahogada por un deseo irrefrenable de darle un sorbo a esas tetas, solo cubiertas por el corpiño. Seguía con la camisita desabotonada, moviendo una pierna para que el cuerpito del bebé brinque suavecito sobre ella, y mirándome de soslayo.
¡Síii, es un amor mi nene!, decía mientras le besuqueaba la carita y le palmeaba la cola. Como se le había levantado la remerita, se le veía el pañal iluminado por el sol.
¡Tiene 4 meses, y por ahora no quiere saber nada con mamaderas ni chupetes! ¡Lo único que lo calma es la teta! ¡No sé qué tendrá mi leche, pero por suerte le encanta!, dijo, sin saber que su inocente discurso volvía a estremecerme. Ahora sí sentí que un borbotón de flujos transgredió mi vagina para inscribirse en mi bombacha. Creo que, por la incomodidad que me acechaba, me quité el saquito negro que llevaba encima de mi blusa, sin desviar mis ojos de sus tetas.
¡Bueno, cuando seas madre, te va a encantar que tu bebé te pida teta! ¡Es re placentero darle la teta a tu bebé! ¿Y, tenés novio, o novia vos?!, curioseó, dando en el tesoro de mis secretos. Siempre me gustaron las chicas. Pero solo lo sabe mi mejor amiga.
¡No, estoy solita por ahora!, dije, en medio de una risita repleta de mariposas. El bebé volvía a lloriquear, y entonces Irene lo reacomodó para que se sirviera de su pezón cargado de leche. Vi que tenía el corpiño mojado de esa sustancia, la que en mi boca era puro morbo, ansias y pecado. Me detuve a mirar cómo el nene chupaba y chupaba, cómo ella lo sujetaba de la espalda, le acariciaba la cabecita, y de vez en cuando me descubría inmóvil, con la vista impregnada en sus movimientos.
¿Te gusta? ¡Digo, mirar a los bebés tomar la teta?!, me dijo por lo bajo, ahora con sus luceros verdes scaneando mi escote.
¡Vos tenés unas tetas hermosas! ¿Nunca te las imaginaste cargadas de leche?!, dijo, y rompió a reír con insolencia.
¡Naaah, por ahora nooo! ¡No quiero bebés, hasta que termine la carrera!, dije, sin suponer que aquello le apagaría el brillo de sus expresiones.
¡Uuuy, perdón! ¡No quise decir eso! ¡Es que… Yo…, intenté explicarme. Pero ella me serenó con dos dedos agarrándose los labios, como si se tratara de un broche, para que no me disculpe. Entonces, me imaginé que se los mordía, y peor aún. Que esos dedos eran los míos, y otra vez solté unas gotas de flujo. Todo pasaba por mi cabeza como un remolino deshonesto. Al tener la bombacha empapada, se me antojaba que era la nena que se hacía pis en la falda de mi madre, y que ardía en ganas por chuparle esos pezones hasta saborear su leche, cada vez más aguada y desprovista de su color natural. Volvía a la realidad, y la morocha mecía sus tetas por el movimiento del ómnibus, con su niño dormido. No sé en qué pensé cuando introduje una mano en el calor de mi entrepierna para palparme la vulva sobre el jean. Eso me aceleró el corazón como si cien caballos galoparan en mi pecho. Para mí la morocha no me vio porque estaba concentrada en arreglarle la ropita a Fede, y al fin en esconder sus tetas adentro del corpiño. Se abrochó uno a uno los botones de su camisita, cerró la ventana y olfateó el aire. Después acercó la cara al pañal del nene y murmuró: ¡Uuuuh, me parece que Fede se hizo pipí!
Recién ahí me miró como disculpándose. Leyó un sms, guardó el celu en un bolsito que tenía y me dijo: ¡Sole, te fijás si hay algún pañal en el cochecito? ¡Si no hay ninguno suelto, fijate en ese bolso gris!
No estuve segura de hacerle caso. Pero, mientras ella me seguía hablando de Fede, revisé el cochecito negando con la cabeza, y abrí lentamente un bolsito gris con el dibujito de un gato medio diabólico.
¡Lo bueno es que no se paspa tan rápido! ¡Pero siempre después de tomar la teta se mea el guacho! ¡A veces hay que cuidarse porque, el desgraciado te hace pis en la mano mientras le ponés el pañal nuevo! ¡Y encima se ríe! ¡Parece que lo hiciera apropósito! ¿Encontraste algo?!, decía mientras mi búsqueda no daba resultados. En el bolsito había toallitas húmedas, un consolador pequeño que me conmovió, algunas tanguitas re pitucas, un MP3, un cargador de celular, unos documentos, un talco, unos sobrecitos de café, un dildo y unas llaves. ¡No podía ser! ¿Irene era lesbiana? ¿O, solo se divertía con su pareja liberal? Pero antes de hundirme en mis pensamientos le respondí:
¡No che, por acá ni noticia de pañales! ¡Pero, si querés, nos bajamos dentro de 10 cuadras, compramos pañales en un kiosko y, y lo cambiás en la casa de mi madrina! ¡Ahora no hay nadie, y yo voy generalmente a esta hora para estudiar tranquila! ¡Bueno, no sé, se me acaba de ocurrir!, le dije apresurada. Era cierto. Creo que fui armando la idea mientras hablaba. Ella me agradeció, pero en principio se negó. Entonces, algo similar a un estrépito de angustias me impulsó a no desistir.
¡Dale Irene! ¡De paso, si querés tomamos unos mates! ¡No soy muy buena cebadora! ¡Pero, hago ricos cafés! ¡Y, por lo que vi, el café te gusta!, le dije, con la convicción de que esta vez no rechazaría mi oferta.
¡Mmm, qué rápida que sos! ¿También viste mis chiches, no?!, dijo mordiéndose los labios. Eso me hizo quedar como una boluda por un rato. No supe qué contestarle. Mientras tanto, el colectivo se detenía en la esquina donde yo bajaba. Casi me olvido de pararme y de decírselo!
¡Acá, acá nos bajamos! ¿Venís?!, le dije manoteando mi saquito y mis apuntes. Ella se levantó detrás de mí, pulsó el timbre y, enseguida las dos caminábamos bajo la brisa de la tarde por la vereda con rumbo al kiosko. Ella compró dos pañales, un paquete de gomitas frutales y un agua mineral. Yo, dos alfajores y unos chicles. Solo teníamos que cruzar la calle y caminar unos 20 pasos para entrar a la casa de mi madrina.
¡Disculpá el olor a encierro! ¡Pasa que ella trabaja toda la semana, y solo viene los sábados!, le explicaba mientras abría las ventanas para ventilar la casa. Ella se sentó con el bebé a upa y se quitó la camisa.
¿No te jode que me quede en corpiño Sole?!, me dijo, haciéndome temblar por dentro.
¡No, no, todo bien! ¡Pero, vas a cambiar a Fede?!, le dije, intentando disimular el fuego de mi voz.
¡Sí sí! ¿Puedo cambiarlo en el sillón?!, sugirió.
¡Dale, vos cambialo, que, yo… yo voy a poner el agua! ¿Mate, o café?!, le pregunté, cuando ella le había sacado el pantalón al nene.
¡Lo que quieras preciosa! ¡Mientras sea caliente está bien!, dijo con la voz más suave. o acaso era mi sensación. Oí desde la cocina al bebé reírse por algunas cosquillas, a ella hablarle de forma aniñada, pegarle en las nalguitas, hacer como que se las mordía, y el ruido del nuevo pañal.
¡No me vayas a mear otra vez amor, estamos?!, dijo cuando la pava comenzaba a chirrear en la hornalla. Por alguna razón me pellizqué la cola, y volví a soltar un chorro de flujo. Eso me hizo pensar que debería cambiarme. Al menos la bombacha y el jean. Pero no había tiempo. De repente Irene me llamó desde el living.
¿Tenés una bolsita Sole? ¡Es para tirar el pañal!, dijo con cierta vergüenza. Busqué en el cajón y le llevé una bolsita. En cuanto se la di, ella lo guardó y lo dejó en un cesto de basura que reposaba al lado del escritorio de la compu.
¡Ahora sí, más tranquila no?!, le dije, observándola sentada con su bebé en pañales en la falda, a punto de quedarse en tetas para alimentarlo.
¡Seee, ahora mejor! ¿No te jode que, bueno, que esté con las gomas al aire? ¡Bah, creo que en el colectivo no te molestaba!, dijo, ruborizándome de inmediato. No llegué a explicarle nada.
¡Vení Sol! ¡Sentate acá!, dijo golpeando el sillón a su derecha, donde no había nadie. Lo hice, casi sin proponérmelo.
¿Por qué no te sacás la blusa, y el corpiño? ¡Es tu casa, o casi! ¿Y el calor está fatal! ¡Ponete cómoda!, agregó en cuanto las succiones del bebé coloreaban el ambiente de la sala. Se me aquietaron los movimientos, como si las manos me pesaran un siglo. Pero pronto, desabroché cada uno de los botones de mi blusa, y apenas me mostré con mi corpiño rojo, ella inclinó su cabeza y le dio un mordisco suave a una de mis tetas, sobre la tela.
¡Olés bien nena! ¡Muuuy rico!, dijo incorporándose. Otra vez me silenció las palabras. Pero entonces dije: ¿qué preparo? ¿café o mate?!
Ella apuró un bostezo y se acercó a mi oreja para balbucear: ¡Vos preparate nena! ¡A vos te quiero tomar, y comer! ¡Tu concha tiene que estar re caliente! ¡Más que cualquier café afrodisíaco! ¿O me equivoco bebé? ¡Te vi cómo me mirabas, y si no fuera porque estábamos en el micro, te pajeabas ahí nomás! ¡No soy tonta sabés! ¡Me gustó que me hayas…,
Pero no la dejé terminar. El espectro de lo normal, ético, moral o preestablecido me obligó a pararme y a enfrentarla.
¡Estás loca nena! ¡Yo solo quise ayudarte! ¡Te faltaba una bocha para llegar a tu casa, y no tenías pañales, y…, solo eso! ¡Y, sí, te re equivocás!, le grité sin parar de temblar.
¡Shhh, no grites Solcito, que no es tan grave calentarse con una chica, y menos por un par de tetas con leche!, dijo recostándose mejor en el sillón.
¿Por qué no te bajás el jean, me mostrás la bombacha, y te convencés de lo que te pasa?!, me apuró, mientras el agua hervía en la cocina. Corrí a apagar el fuego, medité unos segundos en la penumbra de la cocina, busqué algo en los cajones para apalear al sin sentido que me aturdía, y regresé al living.
¿Mate o café? ¡También tengo té de hierbas!, le aclaré.
¡Basta Sol, vení acá! ¡Quiero olerte otra vez!, ¡Yo sé que te morís por tomar la teta!, me dijo con la boca roja de emoción. Apenas me senté, su olfato recorrió desde mis hombros a mis tetas, mientras su mano derecha desprendía la parte de atrás de mi corpiño para sacármelo del todo.
¡Ahora estás mejor nena!, dijo, con una forma tan masculina que me asustó un poco. Luego, sus labios atraparon el lóbulo de mi oreja, y su lengua lo lamió como al resto de mi cuello.
¡No te pongas perfume nena! ¡Es más rico el olor de tu piel, así, desnuda, transpirada, y caliente!, dijo, algo más agitada. Ya no pensaba en lo que sentía. Tenía la sensación de que mis pies no tocaban el suelo, y que mi vientre era un ave luminosa flotando más allá del techo. Irene me tocaba las tetas, las sobaba y acariciaba, frotaba mis pezones erectándolos, y acercaba su nariz delicada para olerlas, mientras sostenía al bebé que seguía merendando su lechita.
¡Me encanta el olor de tus tetas zorra! ¡Las tenés hermosas, como las de mi hermana!, dijo impresionada. De repente me agarró de la trenza que tenía en el pelo y me volteó encima de la teta que el bebé no sorbía para pedirme con ansias: ¡Tomá la teta nena, dale, probá la lechita de mami!
Ahí comenzó a gemir, en cuanto mi lengua rozó su pezón grueso, blancuzco, caliente y goteante. Ella me apretaba la cabeza, enredaba sus dedos en mi pelo, jadeaba con sordas palabras, se movía hacia los costados y me sobaba la espalda. El sabor de su leche era extraño. Tenía un dulzor especial, una tibieza deliciosa y una espesura particular. No era necesariamente rica, pero me encantaba llenarme la boca con ella y tragarla. Un par de veces Irene me pidió que le enseñe la boca con leche. Recién entonces podía tragarla.
¿Hasta qué edad te dio teta tu mami? ¿Y, cuándo dejaste los pañales?!, me preguntó mientras el nene braceaba como buscando la forma de acomodarse para dormir. Pensé que lo mejor era serle sincera.
¡Tomé teta hasta los cuatro años! ¡Los pañales, los dejé por ahí, o un poco antes!, dije junto a su precioso seno babeado y pegoteado de leche.
¿Y tu mamá, qué hacía cuando vos le chupabas las tetas?!, dijo, sin reprimir un gemido, luego de recorrerme la espalda con las uñas.
¡No sé bien, pero a mí me encantaba! ¡Sí sé que me hacía cosquillas, y que me retaba por hacerme pis en su falda!, le dije ya sin la tortura del sabor de su sabia. Ella se detenía en mis labios, y yo me moría de ganas por besar los suyos. Sus ojos parecían enardecidos con mi confesión.
¡Sacate el jean pendeja, dale! ¡Quiero verte la bombacha!, me dijo con autoridad. Le hice caso con el pecho ahogado de calentura, y pronto me pidió que saque de su bolsito gris el pequeño consolador que yo había visto.
¡Dale nena, si sé perfectamente que sabés de lo que te hablo! ¡Buscalo, y traelo! ¡Quiero tomarme todos los juguitos de esa conchita!, dijo cuando yo me hacía la tonta. Lo busqué, lo aferré con los dedos entumecidos y volví hasta ella, que enseguida puso una mano abierta sobre el asiento, antes de que yo me siente.
¡Qué linda colita tiene la bebé! ¡Eso sí, muy suavecita! ¡Me parece que su mami no le dio los chirlos suficientes!, me dijo frotando sus dedos en mis nalgas, pellizcándolas, recorriendo la zanjita sin profundizar sobre la tela de mi bombacha blanca, a un paso de rozar alguno de mis pezones con su lengua.
¡Tranquilizate nena, y dejame chuparte las tetas!, dijo, antes de comenzar a sorber, lamer, oler, succionar y mordisquear mis pezones, todo el contorno de mis tetas y mi abdomen. Lo hizo tan rápido que por momentos tenía unas cosquillas que estallaban en risitas apuradas. Pero cuando llegó a mi entrepierna, se detuvo para olerme la bombacha, para tocarla apenas con las yemas de sus dedos, estirando la tela para no chocarse con mi vagina. Ahí fue que repicó: ¡Uuupaaa, estás chorreada nena! ¿Vos también te measte en el micro como Fede? ¿O, estás caliente como una pava perrita?!
Sentí vergüenza. ¿Cómo sería el aroma de mi flujo? ¿estaba segura de que no me había hecho pis? Yo me había bañado en la mañana, pero… ¿tendría la bombacha limpia? Otra vez me quedé sin resolver el enigma porque, entonces Irene me ordenó: ¡Parate frente a mí, y bajate la bombacha, solo hasta las rodillas, y abrí las piernas!
Pensé en mi larga racha sin sexo, en lo chiflada que estaba esa chica para pedirme eso, y busqué algún indicio para justificarla. Pero no me dio tiempo a nada. Apenas hice exactamente lo requerido por su voz agitada, un suave chirlo resonó en mi nalga derecha. A ese le siguió uno más fuerte, y luego otro un poco más sonoro, con el que me ardió el cachete.
¡Aaay!, se me escapó, y sus ojos verde lima brillaron aún más.
¿T gusta nena? ¿Hace cuánto que tu mami no te pega en la cola?!, dijo antes de acertar un cuarto chirlo, al que le continuaron al menos una docena de caricias.
¡Abrí más las piernas tontita!, me dijo, y sus ojos se escabulleron en mi sexo, mientras su mano detonó en mi nalga izquierda unos cuatro chirlos sin pausa. Y entonces comprendí lo que ella quería comprobar.
¡Te re mojás cuando te pego taradita! ¿Te encanta que te peguen en la cola!? ¡Cada vez que lo hago, tu conchita salpica juguito!, me explicó más agitada, ahora masajeándome la cola para entonces castigarme con otra palmada seca y estridente. A mí me parecía que tenía razón, porque sentía que un líquido se deslizaba por mis piernas.
¿Te gustan las chicas no? ¿Y qué es lo que más te calienta de una hembra? ¿El culo? ¿Las gomas? ¿Qué te gustaría que te haga putita mirona?!, decía sin dejarme responder. En ese entonces, su rodilla derecha friccionaba lentamente mi pubis, al obligarme a inclinarme un poquito para facilitarle la tarea. el bebé que dormía en sus brazos de pronto bostezó, y tuvo intenciones de lloriquear. Pero ella lo recostó en el cochecito que permanecía al lado del sillón, volvió a su sitio tal como estaba, chasqueó los dedos y me dijo como si fuese un ladrido: ¡Vamos, parate en el sillón, con las piernitas bien abiertas, una a cada lado de mí! ¿Entendiste pendeja? ¡Y subite la bombacha!
Lo hice envalentonada por unas manos que me elevaban sin que mi voluntad pudiera resistirlo. En cuanto mis talones hacían ruido en el tapizado, Irene comenzó a acariciarme el culo, a frotarlo, besarlo y, para mi estremecimiento, a morderlo como una fruta. Introdujo mi bombacha todo lo que pudo adentro de mi canal, y frotó un dedo hábilmente por mi ano. Aquello casi me hace caer al suelo del placer que me produjo. Entonces, volvió a nalguearme, a lamerme las piernas, a olerme con unos jadeos salvajes, a abrirme y cerrarme los cachetes, y a escupirme la cola. Pero ni se le ocurría tocarme la concha. Tampoco dejaba que yo me toque. Las dos veces que lo intenté, la primera me mordió un dedo, y la otra me hizo un tajo en el dorso de la mano con sus afiladas uñas.
¡Sentate arriba de mis tetas turrita!, me pidió después de darme un pellizco que me dolió. No pude contener el grito.
¡No seas maricona, y hacé lo que te digo! ¡Así bebé, bien sentadita, y calladita la boca! ¿Hace cuánto que no cogés? ¿Chupaste alguna conchita de verdad? ¿O, solo las de las nenas como vos?!, me decía mientras mis nalgas se mecían, resbalaban y saltaban sobre sus tetas, las que ella se estrujaba para que les saliera leche. Ni sé si le respondí todo lo que quiso saber. Recuerdo que se sorprendió cuando le confesé que se la chupé a una prima lejana que, por lo menos me doblaba en edad. No podía escucharla con claridad. Pero sí advertí que una de sus manos intentaba transgredir su calza, intuyo que para masturbarse. Cosa que yo no tenía permitido según sus acciones.
Entonces, luego de un rato de mi cola contra sus tetas, de soportar su respiración a la altura de mi espalda, de sentir que la bombacha chorreaba a borbotones, y de que el bebé comience con su llanterío, Irene me ordenó: ¡Ahora date vuelta, así como estás! ¿Quiero olerte la concha!
No pareció importarle que su bebé intensificara su llanto. Estaba expectante a mis movimientos. Por lo tanto, apenas mi pubis estuvo a escasos centímetros de su rostro, ella puso una mano sobre mi cadera, diciendo: ¡no no no chiquita! ¡No te la voy a chupar! ¡Todavía no sé si te lo merecés! ¡Quietita!, y derrumbó un nuevo chirlo sobre mi cola, aún con la bombacha encajada en la raya. Luego de dos azotes más, tomó el elástico de mi bombacha con sus dientes y la estiró. Resopló, olió y saboreó el jugo que la empapaba, sin dejar que mi concha se contacte con sus labios, cosa que me desesperaba. Me dio unos cuantos chirlos más, y yo empecé a gemir con todas mis ganas, como una nena.
¡Eeesooo, gemíii bebéee, así, ponete loca pendejita mirona, sos una chaaanchaaa, te encanta que te peguen porque sos una perversita, como yo!, decía Irene jadeando al compás de mis latidos. De vez en cuando soltaba el elástico de mi bombacha, y éste daba un chicotazo sobre mi pubis que me desgarraba de gozo. Me escupió las piernas mientras me presionaba un glúteo con cada mano, separándolos al máximo de sus posibilidades. Me besuqueó la panza. Me bajó apenas la bombacha mientras decía: ¡Es increíble cómo se moja la nena! ¿Creo que hay que ponerle pañales a la muy cochina!
Estaba aturdida, conmocionada, con algo apretado en la garganta. Quería largarme a llorar. El tacto de sus dedos en mi piel me comprimía la capacidad de pensar. Era como si flotara por el aire, pero necesitara con urgencia apoyar los pies en el suelo de una vez. Creo que por eso le grité: ¡Bastaaa putaaa, haceme acabar de una veeez, chupame la concha puta de mierdaaa!
Pero, en lugar de comprenderme, Irene me pegó muy fuerte en el culo, me obligó a sentarme en sus piernas, me agarró de la trenza y me propinó flor de cachetazo en la mejilla izquierda, diciendo con frialdad: ¡Que sea la última vez que me decís lo que tengo que hacer! ¿Me escuchaste? ¡No me gustan las nenas groseras, desobedientes y malcriadas! ¡Si tu madre no te puso límites, no es mi problema!
Me desconcertó por completo. Varias lágrimas rodearon mi cara, y la voz se me quebró en una especie de sollozo apagado. Hipé algunas veces, y me froté la mejilla en la que, seguro me había quedado marcada su pesada mano.
¡Mirala vos a la pendejita mirona! ¿No se te ocurre otra cosa que llorar como una bebita? ¿Qué pasa Solcito? ¿Querés la mamadera? ¿Que te ponga un chupete en la boca? ¿Querés la teta, o necesitás, que te meta la lengua en esa conchita?!, me decía sosteniéndome de una oreja, a la orilla de mi oído incrédulo. Mis sollozos cesaron tan pronto como mis ganas de putearla. Pero ni yo comprendía con precisión tanto alboroto en mi interior. Esa desconocida me sometía, me humillaba, me miraba a veces con ternura y otras con ganas de devorarme. Cuando me soltó la oreja me pidió que abra la boca y exhaló de mi aliento. Quiso que saque la lengua, que la mueva alrededor de mis labios, que le toque la punta de la nariz y, que le lama los pezones. Pero, cuando mi ansiedad irresoluta se atrevió a succionarle uno de esos pezones erectísimos, volvió a levantar mi cabeza sujetándome de la trenza para decirme: ¡A vos te faltaron unos cuantos chirlos me parece, pendeja sucia! ¡Vamos, arrodillate, y bajame la calza, que yo te levanto mi culo! ¡Apurate chiquita!
Lo hice con cierta torpeza, pero con dedicación, mientras el pecho se me comprimía. No me retó cuando me froté la concha antes de dejarle la calza a la altura de los tobillos. Tenía una bombacha negra híper empapada en la que se dibujaba una vulva gordita, con algunos vellos y un aroma que me encegueció los pulmones. Me imaginé que esa zorra querría que la haga acabar con mis dedos y lengua, y pensé que no era justo. La odié en ese momento!
Pero de repente, todo fue rápido, intenso, tan veloz como un huracán imposible de sostener con las manos de miles de ángeles. Sonó el timbre. Después alguien golpeó la puerta. Como yo había dejado la llave puesta, mi madrina no podría meter la suya. Oí su voz mencionar mi nombre, y me detuve.
¡Dale pendeja, mordeme la vagina sobre la bombacha, y frotame el clítoris, bien fuerte! ¡Ya putita!, dijo Irene rebosante de un júbilo embriagador. Entonces, me acomodé entre sus piernas tersas, froté mi cara en su bombacha húmeda y resbaladiza, abrí la boca y saqué la lengua para lamerla.
¡Ahora jueguitos no pelotuda! ¡Mordeme, y frotame el clítoris que quiero acabar! ¡Dale cerdita!, me decía haciéndome doler las orejas al estrujármelas. Por lo pronto, introduje mi pulgar por entre los bordes de su bombacha, y di enseguida con su botón sagrado. Lo tenía erecto, durito y afiebrado.
¡Gritale que ya vas a tu tía, asíiii chiquitaaa, frotame todaaa, mordé pendejitaaaa!, me decía cuando mis dientes comenzaron a presionarle la vagina, y mi paladar a sorber las gotas de sus flujos tatuados en su bombacha.
¡Ya vooooy Liliiii! ¡Aguantame un toqueee!, grité en cuanto me dio un respiro. Pero sin más preámbulos, luego de un último mordisco a su vulva que le coincidía a mis frotadas dedales en su punto de placer, Irene gimió fuerte, me apretó la cabeza con las piernas, me arrancó el pelo con efusividad, y comenzó a verter un sinfín de jugos que le desbordaron un poco la bombacha. Ella misma me incorporó del suelo de una patada en la cola ni bien se puso de pie.
¡Dale chancha, levantate que me tenés que subir la calza, y con la boca! ¡Nada de usar las manos!, me decía mientras me ponía en pie, al borde de ponerme a llorar otra vez por la calentura que tenía adentro de mi cuerpo. Naturalmente, le obedecí. Tomé el elástico de su calza con los labios y algunos dientes, y comencé a ascender despacio por sus piernas, sabiendo que mi madrina aún aguardaba al otro lado de la puerta. Cuando terminé, o mejor dicho, cuando llegué a su pubis, ella me detuvo.
¡Dejá, yo termino! ¡Vos, ponete algo sucia!, me dijo apretando los dientes, con un leve brillo en los ojos.
¿Por qué ponés carita de asco nena?!, me avanzó de repente, justo cuando manoteaba un shortcito para ponerme.
¿Qué pasó? ¿Tenía olor a pis en la calcita? ¡Debe ser por Fede! ¡A veces el pichí desborda el pañal, y me moja un poco!, se explicó. Es cierto que lo había notado, y me pareció raro. Evidentemente mi rostro no supo ocultar mis inquietudes, y ella las leyó al pie de la letra. No pude decirle nada, porque al instante agregó: ¡Además, no sé de qué te quejás, si vos tenés olor a pichí en la bombacha mi amor!
Se rió con malicia, mientras otro chorro de flujo se estrellaba en mi bombacha, y traspasaba mi short con total facilidad. Entonces, se puso el corpiño, se colocó la camisita, guardó su bolcito en el coche del bebé, y como éste seguía dormido, ni se molestó en alzarlo.
¡Cualquier cosa, somos amigas! ¿Está claro chiquitita?!, me dijo pegando su cara a la mía. Asentí con la cabeza. No encontraba siquiera restos de mi voz para hablarle.
Le abrí a Lili con los pasos de Irene escoltando los míos, le presenté a Irene con cierto desdén, y cuanto mi madrina terminó de embobarse con el bebé entró a la casa. En ese momento, Irene me dio un papel con una dirección y un número de teléfono.
¡Buscame nena! ¡Por favor! ¡No sabés las ganas que tengo de cagarte a palos! ¡Te juro que si te agarro, te voy a pegar la mejor cogida de tu vida! ¡Sos hermosa! ¡Me calentó mucho que me mironees! ¡Y ahora andá y abrí, que tu madrina te espera!, me dijo masajeándome los hombros, oliéndome el pelo.
¡Yo… mirá… es que… estoy que vuelo ahora… ¿vos podrías, hoy?!, tartamudeé como una idiota.
¡Hoy no bebé! ¡Vas a tener que aguantar! ¡Pero te aseguro que si andás buscando una mami que te pegue, te dé teta, te cambie el pañal, y te coja como nadie te cogió, llamame, putita!, me dijo, y me dio un chupón en el cuello antes de desaparecer entre la multitud. No pude seguirla, ni gritarle nada, ni llamarle la atención. Tuve que volver a entrar a la casa y correr a ducharme porque, me había hecho pis de la calentura, el morbo y las ganas de que esa desconocida me haga lo que quiera.
¡Si al menos mi madrina se hubiese demorado un poco más!Fin

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