Ese lunes me levanté a las 7 de la mañana con
la idea fija de pasar primero por lo del Tano. El hijo de puta me debía 5 meses
de alquiler, y me re pudrí que ni siquiera me atienda el celular. Él no era el
único que no me cumplía. Solo que los demás, al menos me recibían cuando iba a
cobrarles. Me daban excusas, me chamuyaban un poco, o por ahí me pagaban la
mitad. Después había que remarla otro tanto para conseguir la otra parte. Pero
el turro del Tano nunca estaba en la casa. A veces me atendía una viejita con
cara de lástima, y me explicaba que el sin vergüenza estaba en el taller, que
la mano venía jodida y qué sé yo cuánto más.
Hace 3 años que doy en alquiler unas casitas
humildes en un barrio del gran Buenos Aires, a un precio accesible, sin
inmobiliaria de por medio ni abogados. Eso tiene sus riesgos y desventajas.
Pero es un complejo propiedad de la familia, y mi padre siempre dijo que eso
era lo que nos dejaba en herencia a mis hermanos y a mí.
La cosa es que, ese viernes fui decidida a
tirarle la puerta abajo si hiciera falta. Sabía que los de su clase jamás abren
el taller temprano. Mucho menos si la noche anterior jugó al fútbol con sus
amigos y se chupó unas cervezas. Yo lo conocía al Tano. Laburó un año con mi viejo
hace tiempo en su taller mecánico. Pero mi padre fue el primero en tomar
medidas drásticas con él, cansado de su impuntualidad, su lentitud y
desprolijidad para el laburo, y de lo mal llevado que era con los clientes.
Digamos que en el fondo, me parecía un buen hombre, y como no tenía a dónde
caerse muerto, pues le ofrecí una de las casitas. Pero todo tiene un límite.
Ahora comprendía al gruñón de mi viejo, y eso también me sirvió para sumarlo a
mi cúmulo de impaciencias.
A las siete menos diez ya estaba dando la
vuelta para entrar al barrio, y lo veo que se va en la moto a los santos pedos.
Estoy segura de que ni me vio. Por lo tanto no huía, ni se escapaba de mí esta
vez. Yo no podía perseguirlo porque andaba en bici, y las calles son de tierra,
y están llenas de pozos. Mi fastidio se convertía en una calentura
insostenible. Una señora que salía de su casa me escuchó cuando le rajé una
puteada impotente, al mejor estilo barra brava. Pero me chupó un huevo.
¡Oiga señorita! ¡Yo que usted, por las dudas llamo
a la puerta! ¡Seguro que está su noviecita!, me dijo la señora, justo cuando
pensaba en prenderme un pucho. No me imaginaba al Tano comprometido. Nunca en
sus treinta y largos fue capaz de sentar cabeza. Aunque sí tenía un par de
hijos desparramados por ahí.
Le agradezco a la señora, además de pedirle
disculpas por mi improperio, y me instalo en la puerta de la casa del Tano.
Golpeo unas cuantas veces. Sabía que el timbre no andaba. Se escuchaba una
cumbia de fondo. Por eso se me ocurre golpear la persiana metálica de la
ventana que da a la cocina con una de mis llaves.
¡Ya vaaaaaa cheeeee!, se oye desde adentro.
Era una voz femenina. Pero no le doy tiempo a que me abra. No sé que me llevó a
bajar el picaporte de la puerta. Entonces, al descubrirla sin llave ni pasador
interno, entro a la casa, y me encuentro con la muchacha en cuestión.
¿Quién es usted? ¡Si no se va llamo a la
policía!, dijo con una falsa seguridad una chica de no más de 20 años, en ropa
interior, despeinada, con la cara adormilada y los ojos pegados.
¡Haceme el favor de callarte! ¡Querés? ¡Si no
fuera por mí, hoy estarías en la calle! ¡Vos y el hijo de puta del Tano! ¿Es tu
macho ese crápula?!, le dije luego de dar un portazo, dejar mi celular sobre
una mesa que tenía al menos 5 botellas vacías de cerveza, y de prender un
cigarrillo, con toda la paz del mundo.
¡Usted… Es, o sea que, usted!, quiso
preguntarme.
¡Sí nena, yo soy la dueña de esta mugre de
casa! ¡Ese tipo no me paga hace por lo menos 5 meses! ¡Decí que soy buena
gente! ¡Que sino ya hubiese caído con mis amigos de la municipalidad, y todo
esto se convertiría en polvo y escombros!, le decía sentándome en la única
silla que no tenía ropa colgada.
¿No me vas a ofrecer ni un vaso de agua
pendeja?!, le grité, fascinada por el terror que se le instalaba en el rostro.
La chica tuvo la intención de servirme algo de la heladera.
¡No, dejá mejor! ¿Primero, andá a lavarte esa
cara! ¡Cuando vuelvas hablamos!, la tranquilicé a medias, mientras apagaba una
alarma de mi celular. Pero, inmediatamente cambié de opinión. Justo cuando giró
hacia la puerta del baño, me levanté de la silla como impulsada por un resorte
gigante, le rodeé la cintura con uno de mis brazos y, con mi otra mano la
agarré del pelo.
¡Vos no te vas a ningún lado chiquita! ¡Mejor
poné el agua para unos mates! ¡Sos tan vaga como ese hijo de puta!, le grité
sintiéndola temblar contra mi cuerpo. En ese momento pude quitarle su celular.
Se lo apagué en la cara y le dije: ¡Como verás, no vas a llamar a ningún milico
nena!
La chica sollozaba y se tragaba las palabras.
No tenía fuerzas para contradecirme ni un detalle. Puso la pava, recogió las
botellas de la mesa y la limpió con un repasador húmedo.
¡No nena, no quiero que te vistas! ¡Quedate
así, que las nenas como vos son preciosas cuando están cagaditas de miedo!, le
dije en medio de una carcajada, luego de que me pidió unos segundos para
vestirse. Encima estaba descalza.
¡Aaah, y apagame esa cumbia berreta, si no
querés que te cobre intereses!, le ordené mientras guardaba su celu en mi
bolsito.
Se sentó al frente mío a cebar mates,
absolutamente en silencio. Varias veces la vi a punto de abrir la boca para
preguntarme algo, pero el pánico que la envolvía no la dejaba siquiera tomar
aire para armar una oración.
Mientras tanto, yo me volvía loca viendo cómo
las tetas se le querían escapar de ese corpiño pequeño. Las tenía grandecitas
y, por alguna razón sus pezones estaban erectos. Tenía unas piernas firmes y
depiladitas, y, honestamente esa bombachita me hacía fantasear con lo que atesoraría
en la parte de adelante. La cola ya se la había mironeado apenas llegué, y más
cuando la apresé en mis brazos para amedrentarla. Le veía los labios cada vez
que sorbía la bombilla del mate, y me la imaginaba en la verga del estúpido del
Tano. La observaba nerviosa, y la idealizaba en medio de mis amigas lesbianas,
lamiéndonos la concha a todas, y me mojaba como una nena cochina. Nada quería
más en el mundo que bajarle esa bombachita blanca con los dientes!
Luego de haber tomado 2 mates cada una, el fragor
de la intriga se rompió.
¿Cómo te llamás nena? ¡Me parece que es hora
que nos vayamos conociendo! ¡Aaah, y muy rico los mates!, le largué dispuesta a
socializar con el enemigo.
¡Yo, yo me llamo Karina señora! ¡Pero… No sé cómo
voy a hacer para pagarle! ¡Yo no tengo plata… Y mi… Bueno, en realidad yo no
tengo idea de todo esto! ¡Pero el Tano y yo solo, digamos que…!
¿Digamos que solo cogen! ¿Eso querés decir?!,
la interrumpí para que se ponga más colorada y vulnerable de lo que se la veía.
Encima se le volcó un chorro de agua hirviendo en la manito en el apuro por
cebar otro mate, gracias a mi acotación!
Enseguida me levanté para mojar el mismo
repasador con el que limpió la mesa con un poco de agua para ponérselo en la
mano.
¡Te quemaste tontita! ¡Pero no pasa nada! ¡A
ver, dejame ver cómo está eso!, le decía agarrándole la mano. Primero se la
envolví con el trapo, y mientras me tomaba el mate del conflicto la miré
largamente a los ojos.
¡Vos estás segura que no sabés cómo pagarme?
¿Cuántos años tenés chiquita?!, me atreví a chantajearla, aunque ella no lo
comprendía aún.
¡Tengo 17… Y sí… Yo no tengo un mango!, dijo,
cuando ahora yo le sacaba el repasador de la mano, y lentamente le acercaba la
boca para darle un beso.
¡Con esto te vas a sentir mejor Kari!, le dije
segundos antes de lamerle el dorso de la mano, de recorrer la unión de sus
dedos y de elegir un par de ellos para sorberlos con mis labios cargados de
deseo. Ella se ponía incómoda, pero suspiraba, sin revelarse ni entregarse en
su complitud.
¿Qué hace doña? ¡Me parece que, que se está
pasando!, articuló con un vestigio de voz inconclusa.
¡Me parece que la que no entiende sos vos
nenita! ¡Cuando entré a este despelote de casa, no tenía idea de cómo iba a
cobrarme las casi 35 Lucas que me deben! ¡Pero, cuando te vi, bueno, podríamos
decir que, se me prendió la lamparita! ¡Así que ahora, quiero que te pongas de
pie, te saques ese corpiño roñoso y me muestres esas tetas divinas! ¡Y me
importa un cuerno lo que te parezca!, le dije acariciándole la espalda como a
una gatita a la que había que domar, llenándome con el aroma de su piel juvenil
y ansiosa por lo que se avecinaba. Por supuesto que se puso de pie con toda la
pachorra, pero ni atisbos de sacarse el corpiño. De modo que yo misma se lo
desabroché mientras le decía: ¡No me tengas miedo pibita! ¡Si vos te portás
bien, por ahí, hasta les perdono 2 meses!
En eso, sus tetas salen despedidas como
flechas ante mis ojos. Lamo su corpiño, lo huelo con intenso fervor, le
acaricio el pelo y le acerco la boca a uno de sus pechos. Ella retrocede por
pura naturaleza, pero no impide que mi cara se frote en el medio de esos globos
preciosos, con 2 pezones rojos y duritos, y con unas tiernas pequitas
contorneando sus aureolas.
¡Dejate llevar pendeja! ¿Sabías que son
hermosas tus tetas? ¡El Tano te las muerde, te las chupa, o te las llena de
leche seguro! ¿No?!, le decía al borde de comerme el primero de sus pezones.
Una vez que mi lengua entró en contacto con su clandestino sabor, la nena gimió
y mis 36 años se debatieron entre tirarla sobre la mesa para violarla o pedirle
que ella someta a mi clítoris al fuego de su boquita. Terrible boquita de
petera tenía la nena! Empecé a estirarle los pezones con mis labios, a
juntarlos en mi boca, a escupirle las tetas y a nalguearla cada vez que medio
se me quería retobar, tal vez pensando en escaparse.
¡No seas estúpida pendeja! ¡Usá la cabecita!
¡Te estoy haciendo las cosas más fáciles, y menos costosas! ¡Además, podrías
ser un poco menos vaguita, o no tan roñosa! ¡Esta casa es un asco nena! ¡Mirá
los pisos!, le decía, haciéndola agacharse para que observe la suciedad de las
baldosas.
¡No puede ser que la mesada sea un solo pegote
de todo!, le rezongaba, ahora manipulando su cabeza para que se detenga a mirar
la mesada, la bacha repleta de platos sucios y la cocina toda salpicada de
aceite. Hasta le di una cachetada cuando me dijo: ¡Y qué tiene? ¡Nosotros
vivimos acá, y no usted!
Cuando vi que le brotaban lagrimitas de esos
ojos tan claros como su inocencia, me agaché y le di un chupón en cada nalga,
diciéndole: ¡Mirá cómo me ponés pendeja! ¡Yo no te quería pegar!
No pude evitar darle un mordisquito, ni subir
a sus tetas para volver a succionarlas con admiración. Tampoco pude tragarme
las palabras, invadida por el olor de su intimidad.
¡Tenés una piel muy suave pendejita, y un olor
a putita que me puede!, le dije sin despegarme de la textura de sus senos cada
vez más calientes. Podía medir los latidos de su corazón con solo rozarle los
hombros. Sus jadeos me afirmaban con leales argumentos que a esa nena le
gustaba lo que le hacía.
Me saqué la campera y la camiseta,
sorprendiéndola al enseñarle mis tetas desnudas, volví a traerla junto a mí
para arrinconarla contra la heladera, y le froté un buen rato mis tetas contra
las de ella. En ese franeleo le recorrí los labios con mi lengua, intentaba
abrírselos, intuyendo que me estaba histeriqueando un poco, le apoyé el pubis
en una de sus piernas y, finalmente saboreé su lengüita, aunque sin besarla en
la boca. Su aliento era fresco, a pesar de los mates que compartimos, y sus
temblores eran gotitas de luna en celo junto al tacto de mi piel.
¡Basta pendeja! ¡Vamos a la pieza! ¡Quiero ver
qué tan cuidadosos fueron con los pisos y las paredes!, le dije manoteándola de
un brazo.
Apenas entramos, la empujé sobre una cama
deshecha, llena de ropa sin criterio. La nena era una plumita de flaca, y
petisita. Revisé todo el cuarto con la mirada, cerré la ventana que da al patio
del vecino, eché un aromatizante que encontré en una repisa, me quité las
zapatillas y me senté en el suelo que aparecía bajo una capa de mugre.
¿No podés vivir así chiquita! ¡No seas tan
vaguita, tan villera! ¿Esas son tus bombachas? ¿Y esos forros? ¡Está bien que
te cuides… Pero no podés tirar todo al piso!, le decía acariciándole las
piernas. Ella tiritaba sin saber cómo mirarme a los ojos, totalmente sumisa,
como una nena siendo aprendida por su madre.
¿Sí, son mías! ¡Pero los forros, eso en
realidad es porque el Tano trae a otras putitas y se las coge acá! ¡A él le calienta
que yo lo vea garcharse a otras guachas! ¡A mí me acaba adentro porque tomo
pastillas!, dijo al fin, mientras mi cabeza me presionaba para que le chupe los
pies. los tenía tan chiquitos y sin esfuerzos, que me daban envidia!
Entonces, agarré una de las bombachas que
decoraban el suelo y se la acerqué a la cara.
¿Esta, está limpita pendeja? ¡Dale, olela
putita!, le dije, casi asfixiándola con la tela.
¡Nooo, no está limpia! ¡Todas están igual de
sucias!, decía arrugando la nariz.
¿Y te parece bonito? ¡Una nena de 17 años con
este olor a pichí, y a conchita? ¿Y así tenés novio vos?!, le decía
pellizcándole los pezones. Ella me suplicaba para que me detenga. Pero mi
morbosa lujuria había llegado demasiado lejos.
En un solo impulso le saqué la bombachita
blanca, comprobé embelesada que estaba tan empapada como yo, la olí, me la pasé
por las tetas, y me agaché para ponérselas en la boca, obligándola a que me las
succione, con mis manos sobre su pecho para impedirle movimientos.
¡Tomá la teta villerita sucia, dale, que
ustedes son todas iguales, sucias, vagas, roñosas, y re peteras! ¿Te gusta
chupar pijas zorrita? ¡Comeme las tetas bebé, y fijate cómo lo hacés para que
te perdone otro mes, putita!, le gritaba al borde de la disfonía, con su lengua
y sus dientes tan encarnados a mis pezones como mis ganas de hacerle el amor de
una buena vez. Su saliva erotizaba cada poro de mi desvergüenza, mis manos le
abrían las piernitas sin atreverse a palparle la vagina, y mi sangre hacía
maratones inconsolables por mis venas cuando sentía y oía el chupeteo de su
boca a mis tetas, que no eran gran cosa como las de ella.
De repente se las quité, le puse el culo en la
cara y le pedí que me pegue, me muerda y me lo escupa. Solo hizo lo primero, y
fueron 3 chirlos, uno más grave y certero que el otro.
¡Dale nena, mordeme la cola, o te obligo a que
me lamas los pies,y me parece que no te va a convenir!, le dije risueña,
mientras le acariciaba las piernitas y me embriagaba del aroma de su sexo tan
abierto y expuesto como una flor a punto de ser polinizada.
¿Qué olorcito mamita eh! ¿Qué pasó? ¡Tuviste
sexo con el idiota ese hace un ratito? ¿En esta cama siempre te revolcás con
él? ¿Hicieron un mañanero, y te acabó en la conchita ese tarado?!, le decía, a
esa altura sin privarme de olerle la vagina y de darle tiernos besitos en los
muslos, las ingles y la pancita. Tenía el característico olor de las pibitas
que son poseídas por sus machos, y que se quedan con las ganas. No había forma
de impedirle a mi boca que deje de besarla, lamerla y saborearla toda.
¡Dale pendeja, abrime las piernitas! ¡O tenés
vergüenza que te encuentre semen en la conchita? ¡Si ya sabemos que sos re
trolita mami!, le decía sometiéndola a unos pellizcos y rasguños intolerantes.
¡Es que, tengo lechita seguro doña! ¿Por qué
no me deja tranquila? ¿Además, tengo que ir al baño!, se quejó como para
detenerme. Pero cuando bajo la guardia, quizás apiadándome de su situación, la
veo que se aprieta las tetas y que lame su bombacha.
¡Aaaah, noooo! ¡Vos sos una puerquita nena! ¡Estás
lamiendo esa bombacha mugrienta nena, y me pedís que te deje tranquila? ¡Te
encanta lo que te estoy haciendo putita, reconocelo! ¡Ahora, ¡Sabés qué? ¡Te
vas a mear en la camita pendeja!, le dije lamiéndole los pezones y los dedos
con los que ella misma se los retorcía. Entretanto, con una mano le estimulaba
el clítoris, apenas masajeándole la vulva con mi pulgar presionando su
botoncito. Cada 2 por 3 le hacía oler la mano que le sacaba de la concha, y le
decía: ¡Ahora escupime la mano, así te lavo bien esa conchita con tu babita
pendeja!
Eso parecía excitarla mucho, porque gemía y se
le afiebraban aún más los pezones, casi tanto como sus mejillas. Luego le
franeleé todo el cuerpito con mis tetas. No solo se las refregaba. También le
daba tetazos en la cara y le pedía que me las escupa para proporcionarle mayor
erotismo. Cuando arribé a las puertas de su sexo, primero tomé una de mis tetas
para rozarle la vagina con uno de mis pezones gorditos y ardiendo. Después
intenté introducírselo entre esos labios finos, brillantes de flujo y
sensibles. Y finalmente, no pude hacer nada para que mi lengua inmoral se
retracte y olvide sus deseos. No había forma de no encallarla en esos jugos, en
la oscuridad de sus paredes vaginales que me la presionaban y se humedecían más
y más. La pendeja ahora se ladeaba, cruzaba los dedos de sus manos unos contra
otros para no gemir tan agudo, cerraba los ojos para no verse entregada a mi
lengua que la hacía más mujer que el macho que la desvalorizaba trayendo a
otras putitas a su hogar, y algunas veces me atenazaba la cabeza con sus
piernas, como si no quisiera caerse del limbo por el que viajaba.
¡Mmm, qué rica concha tenía la nena al final!
¡Viste que te dije, que iba a ser fácil Karinita? ¡Me encanta esta conchita
depilada, toda mojadita para míii!, le decía, invitándola a gemir todo lo que
quiera. Cuando le chupé el clítoris, apenas con la primer succión mientras mis
dedos nadaban en lo profundo de su intimidad, la hija de puta empezó a largar
un chorro abundante de jugos libidinosos, de sabor agridulce y envueltos en un
calor abrazador, como la lava de un volcán milenario. Mi boca se abrió de par
en par, dispuesta a bebérselo todo, entretanto sus gemidos y respiraciones
agitadas, más los masajes violentos que se ofrendaba a sus gomas me llenaban de
orgullo. Esa pendeja se acabó toda, gracias a mi lengua y mis dedos, en su
camita, desnuda como su mami la trajo al mundo, y voluntariosa, aunque nada
agradecida por el intercambio.
De repente la veo que se sienta en la cama y
que cruza las piernas, como queriendo buscar algo para ponerse. De un solo
empujón la devuelvo a su posición original, me quedo en calzones y me subo a la
cama. Sus tetas permanecen debajo de mi pubis, ya que estoy casi de cuclillas
sobre su cuerpo, aunque sin tocarlo, y mirándola a los ojos.
¡Vos no tenés que hacer nada si no querés!
¡Pero quedate quietita, que mami hace todo!, la calmé un poco, y comencé a
friccionar mi sexo contra ese par de tetas impresionantes. Seguro cuando crezca
tendrá problemas de espalda por cargar con tanto peso.
Enseguida, mi pubis saltaba arriba de sus
gomas, con la bombacha corrida para que mis labios vaginales sientan la
suavidad de su piel de nena, y la calentura de esos pezones, que no había
disminuido pese a que la guacha se acabó todita. Me pajeé con uno de sus
pezones contra mi clítoris, y ese fue mi porción de paraíso mientras duró. Mis
gemidos le agradaban a la putona, y tal vez se moría por chuparme la concha.
Pero no quería forzarla a eso. Ya habría más meses que cobrar, pensé en un
segundo, mientras le pedía que se escupa las tetas. Ella obedecía como un
corderito de Dios.
¡Escupite las tetitas bebotaaa, asíiii, sos
una chanchita pendeja! ¡Tenés una boca de petera terrible vos! ¡Y sos una
asquerosa! ¿Qué mierda le viste al Tano? ¡Todavía tenías semen de ese pelotudo
en la concha! ¡Me fascinan tus tetas chiquitaaaa!, le gritaba mientras mi
cuerpo se contorsionaba, sudaba, recibía cada descarga sísmica como una
catarata de felicidad, y no paraba de segregar jugos en las tetas babeadas de
esa nena.
No sé bien cómo fue que se atrevió a meterme
un dedo en la vagina la muy insolente. Pero eso, sumado a que me faltaban micro
segundos para estallar, aceleró la explosión de todo mi ser. Caí prácticamente
derrumbada sobre su abdomen, con el clítoris palpitante, la bombacha empapada y
con la foto más hermosa que mis ojos guardarán por siempre. Las tetas de Karina
rebalsadas de mis flujos de hembra apasionada. A ella le costaba respirar gracias
al peso de mi cuerpo, todavía incapaz de moverse, aturdido y extasiado. De
hecho, me advirtió que se haría pichí si no dejaba de apretarle la panza. Pero
ni me importó.
Cuando al fin mis pulsaciones encontraron la
serenidad que necesitaba para pensar, me bajé de la cama, me arreglé la
bombacha y me vestí lentamente, mientras veía la vergüenza de la pendeja por
haberse meado en la cama.
¡No te preocupes pendeja! ¡De paso lavás esas
sábanas, y te das un baño! ¡Mal no te va a venir! ¡Ahora ponete aunque sea un
toallón encima, que me voy!, le dije luego de encender su celular y dejarlo
debajo de su almohada.
No me importó lo que fuera a pensar. Pero
cuando la vi abatida en la cama, con los ojos confundidos y toda la postura de
una nena asustada, le comí la boca y le dije: ¡Si te portás siempre así
conmigo, no me tienen que pagar ni un centavo! ¡Si el Tano te llega a dar guita
para pagarme, te la quedás, y ni una palabra! ¡Ahora me voy, y acordate que te
perdoné 4 meses! ¡Te queda uno, y tooodos los que vengan después! ¡Anotalo
bien, porque muchas luces no tenés! ¡Obvio, que cuando te animes a chuparme la
concha, hasta te puedo dejar meses a favor putita!
No quería irme. No me gustaba el desastre en
el que vivía esa pendeja sucia. Pero su olor, sus ojitos, sus tetas, el sabor
de su boca, todo me movilizaba. ¿ni hablar el frenesí de sus jugos vaginales!
Pero tenía que volver a mi laburo. Ese día fue el más feliz de mi vida en años.
No sabía cómo iba a justificar mi buen humor repentino a los demás. Pero no me
interesaba. Ahora tenía que esperar un mes para ir a cobrarle a la hijita del
Tano. Ella misma me confió el lazo que los mantenía unidos, cuando antes de
partir la ayudé a levantarse de la cama. Encima el turro tenía sexo con su
hija! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
este para mi se lleva todos los honores, después de esto seguro termino imaginando todo esto mientras me toco un poco
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