Estaba podrida de que Enzo y Eric me interrumpan
en cualquier momento del día para venderme cosas robadas. Les rechacé una
notebook, varios celulares, un mp4, no sé cuántas guitarras, unos libros re
copados de cocina, zapatillas, y un montón de cosas más. Pero lo peor que
podían hacer, era llamarme aplaudiendo a la hora de la siesta.
Enzo anda con la edad del pavo a cuestas, y no
está nada mal si no fuera por sus pocas visitas a la ducha y su acné tan
rebelde como su personalidad. Su primo Eric tiene 18, y parece menos
desarrollado que Enzo. Es un flacucho lleno de tatuajes, con los ojos
reventados por la mala vida que lleva y unas rastas desprolijas. Enzo al menos
por ahora va al colegio. Eric dejó en noveno, y ni señales que quiera regresar.
Además, hacía poquito mi marido me había contado que, al parecer dejó
embarazada a la rochita que sale con él.
Aquel martes llegué cansada a casa, después de
una jornada de perfeccionamiento docente en el colegio privado donde trabajo.
Soy maestra de lengua y literatura, y por estos días no es fácil pedir siquiera
un poco de silencio en el aula. Ni te cuento lo que rezongan los pibes cuando
les das tarea, les pedís que analicen lo que leyeron a duras penas, o que
escriban un párrafo de 5 renglones para que cuenten sus sensaciones. Comí un
sándwich de jamón, tomate y queso, ordené un poco la pieza, me quité la blusa,
me descalcé, y justo cuando abría la cama poniendo el reloj para despertarme a
las 5, las malditas palmas y el timbre me sofocaron, una vez más.
Caminé en silencio hasta la ventana del
living, esperando equivocarme, y que se trate de algún vendedor impertinente.
Pero eran ellos. Afuera el sol estaba imperdonable, y yo decidí hacerles saber
lo mucho que me hinchaba las pelotas cada una de sus molestias. Abro la puerta,
consciente de que arriba solo tenía un topcito rojo, y enseguida me ofrecieron
un disco portátil a 250 pesos. Los ojos de los chicos se desorbitaron luego de
desgarrarme el top.
¡Andá a cagar Enzo, y dejá de querer venderme
cosas choreadas! ¡Yo que vos, mejor fijate cómo hacés para que se te baje la
verga, que la tenés re al palo guachito! ¡A lo mejor tu primito te da una
mano!, les dije mientras me reía con malicia, sabiendo que contaba con la reja
cerrada con llave, por si quisieran hacerme algo. Pero antes de que me vaya a
la cama, y les cierre la puerta en la cara, Eric me dijo, como si buscara
enfrentarme: ¿Y por qué vos no te subís un poco el top, así te vemos bien las
gomas perrita?
No sé en qué pensé en ese momento. Era una
locura, pero sabía que a las 2 y pico de la tarde no anda nadie por la calle.
Por otro lado, siempre las siestas me dan unas cosquillitas, y en casi todas
tengo que masturbarme, ya que mi marido trabaja en la oficina. ¡Eso sí! Por las
noches nuestras guerras sexuales son todo un acontecimiento, incluso para los
vecinos que en oportunidades nos golpearon la puerta o la pared intentando
calmar gemidos, corridas o sacudidas de cama.
Entonces, me subí el top, acaricié mis pechos
y dije, apenas mordiéndome el borde de mi labio inferior: ¿Les gusta calentones
de mierda? ¿Tengo los pezones tan duros como sus pijitas? ¡Enzo, a que no te
animás a pelarla, y mostrarla!, se me ocurrió desafiarlo a él, porque no tenía
mucha confianza con el otro. Para mi sorpresa, Enzo se abrió la bragueta del
jean y liberó su pija ancha y cortita, de la que ya colgaba un hilito de
presemen. Había desaparecido de mi mente la vereda, algún vecino que pasara por
allí, y cualquier realidad.
Me agaché y le pedí que acerque su pija a la
reja. Le pasé la lengua por la cabecita, le di una chupadita para oírlo gemir
como a un nenito inocente, y cuando su sabor a hormonas indulgentes me invadió
el paladar, le pedí a su primo que lo pajee un poquito. Eric se la tocó, la
envolvió en su índice y pulgar formando un anillo y lo pajeó unos segundos
mientras se le reía en la cara. Hasta que Enzo le dio un puñetazo en las
costillas, diciendo que no era puto y un montón de cosas entre dientes que no
entendí. Por eso, antes de que se maten a trompadas les previne: ¡Hey hey,
basta boludos! ¡En vez de pelearse, ¿No quieren que les saque la lechita
adentro de mi casa? ¿Tienen los pititos limpios por lo menos?
Dijeron que sí en una mezcla de admiración y
asombro, y pronto estábamos en el living. No tengo precisiones de cómo fue que
los hice entrar con tanta determinación. Les pedí que se paren pegaditos a la
pared, y apenas me quité el top quisieron abalanzarse sobre mí. Pero no se los
permití. Les advertí que todo se daría bajo mis reglas, o nada, y se
tranquilizaron. Les acerqué mis tetas a sus rostros, y solo disfrutaron que se
las frote contra ellos. No podían lamerlas ni morderlas. A Eric le pedí que me
las escupa, y luego se me antojó que Enzo me las manosee.
Entonces me arrodillé junto a sus piernas, les
bajé los pantalones con desesperación y me embriagué con el aroma de esos dos
pendejos callejeros, sucios y adolescentes. Enzo la tenía hecha un ladrillo de
dura, y se me caía la baba con solo sentirla cerca de mis labios.
¡Qué linda la tenés bebé! ¡Y qué sucio está
este calzoncillito! ¡Mucho olor a huevos y a pichí hay por acá! ¿No te la sacudís
cuando terminás de mear? ¿Tu mami no te enseñó eso?, le dije mientras mi lengua
ya contorneaba el elástico para tocar sus huevos, y Eric se le reía una vez
más. En cuanto me metí su pija en la boca le pedí que me la coja. Quería su
lechita precoz de una en la garganta, y que no se me escape ni una sola gota.
¡Yo te voy a coger toda mami!, dijo Eric
posando sus manos en mi culo, y se las saqué para escupírselas. Le lamí los
dedos, y hasta elegí su anular para introducirlo en mi boca junto con la pija
de su primo. Eso lo hizo jadear de éxtasis. Al fin Enzo comenzó a mecerse
nervioso hacia los costados, como en una hamaca invisible, y su verga se
ensanchaba un poco más cada vez. Entonces, mientras murmuraba: ¡Ahí te va la
lechona mami, tragala toda, sacame toda la leche, comete mi poronga guacha!,
una sustancia caliente, pegajosa y suculenta se abrió paso por todas las
cavidades de mi garganta, tanto que algunas gotas caían por mi mentón. Cuando
Eric me escuchó eructar se atrevió a manosearme las tetas. ¡les juro que me
nació desde el fondo de las entrañas unas ganas insobornables de darle una
cachetada, y lo hice! Enseguida lo calmé, sabiendo que es medio violento, y más
si anda fumado demás, como en ese momento. Aunque según mi marido, los dos se
dan con sustancias más peligrosas.
¡No te quejes guacho! ¡Si a vos también te voy
a dejar la pijita seca taradito!, le dije mientras me hincaba ante su pene intranquilo.
De un bocado ya lo tenía entero en la boca, y entonces, subí y bajé la cabeza,
le di permiso para que me agarre del pelo como a una yegua, me la sacaba de
golpe para subir a su boca y tirarle mi aliento en la cara, le escupía los
huevos, y un par de veces lo di vuelta para lamerle el culo a la vez que lo
pajeaba. El otro ya se me venía al humo con la pija erecta otra vez, pero se la
hice cortita. Si llegaba a tocarme la fiestita se terminaba ahí nomás, y no
había marcha atrás.
Volví a comerme la pija de Eric, le chupé los
dedos, le llené de chupones las piernas, le di unos tetazos a su poronga y se
la atrapé en el hueco que las une para pajearlo frenética y salvaje con ellas.
Ahí no pudo con su autocontrol, y me regó las tetas con su leche. No era tan
sabrosa como la de Enzo, que ya quería que se la mame nuevamente. Entonces, se
me ocurrió decirles: ¡Tengo una idea! ¡El que adivine el color de mi bombacha,
o el que esté más cerca de pegarle, se viene conmigo a mi pieza, y me lo cojo
en mi camita! ¿Están de acuerdo? ¿Y, el que pierde, bueno, al perdedor le chupo
la pija mientras el otro me coje toda!
Ambos dijeron blanca a la vez. Les di otra
oportunidad, y entonces Enzo acertó. Era gris, y no roja como se la imaginó
Eric. Los dos me siguieron a la pieza. Ninguno parecía relajado, pero Enzo
gozaba a Eric por haber ganado el derecho a cogerme. Apenas deslicé un poco mi
calza negra los dos gimieron, y Eric me preguntó si podía sacarme la bombacha.
Se lo negué, y cuando me arrodillé para chupársela un poquito a Enzo, el cabrón
me la estiró aprovechando mi pequeña distracción. Después le di unas chupaditas
a la pija de Eric, y me tiré boca arriba en la cama destendida. Abrí las
piernas y los llamé para pedirles lo que hacía rato necesitaba hacer.
¡Los dos… Vamos… Uno al ladito del otro! ¡Quiero
que me huelan la concha, juntitos, pero nada de tocarla! ¿Estamos?!, los
previne, y disfruté como una leona en celo de cada roce de sus respiraciones,
oliéndome como a una flor silvestre. Seguro se dieron cuenta de que tenía la
bombacha un poco mojada, ya que mientras se las mamaba, jugueteaba con sus
pitos y los seducía, unas oleadas de flujo atravesaron mis labios vaginales por
la excitación que me embargaba.
Llevé mis manos a mi pubis y distinguí la
cabeza de Eric por sus rastas. La tomé entre ambas manos y la froté con todo
por mi sexo, al tiempo que le gritaba: ¡Oleme la conchita nene! ¿Te gusta mi
olor a hembra alzada no? ¡Meteme un dedito! ¡Bajame un poco la bombacha y
lamela! ¡Dale, que tiene pelitos, como la de la vieja que se come tu primito!
Enzo puso cara rara, pero no se atrevió a
contradecirme. Eric no me la lamió, pero hundió dos dedos entre mis jugos
burbujeantes de pasión, y cuando tocó mi clítoris lo empujé para que se caiga
al suelo. Entonces me levanté para manotear a Enzo y me lo tiré encima,
pidiéndole casi histérica que me clave su poronga gruesa en la concha y que me
dé masita, que me penetre como a una cualquiera y me chupe las tetas con tanta
habilidad para que se me escape un orgasmo mientras su pija entraba poco a poco
más adentro de mi vagina. Ni siquiera había tenido tiempo de sacarme la
bombacha. Yo le apretaba las nalgas al guacho con la necesidad de sentir esa
pija más adentro, esquivaba los besos que me quería encajar en la boca y le
recorría la espalda con las uñas, mientras sus gemidos se agudizaban y
traducían en empujaditas más intensas cada vez.
Eric se pajeaba sentado a centímetros de mi
cara. Hasta que le exigí: ¡Dame esa pija en la boca guacho! ¡Quiero esa lechona
nene!
El pibe no tardó en atorar mis gemidos,
primero con sus huevos para que se los lama, y con su pija luego para cogerme
la boca con furia, diciendo todo el tiempo: ¡Tomala toda guachita! ¡Sos muy
puta nena!
Enzo clavaba sus dedos en mis nalgas al
tenerlas bajo mi cuerpo, me apretaba más a su pecho a la vez que su verga se
inflamaba en mi interior y mis jugos resbalaban por la sábana. En cuanto Eric me
sacó un segundo su pito de la boca le grité: ¡Sacame la bombachita nene! ¡Y vos
acabá pendejito sucio!
Eric obedeció sin titubeos, y cuando lo vi
oler mi calzón le dije con cinismo: ¡Che, ¿Es verdad que dejaste preñada a tu
novia boludito?!
Enzo comenzó a inundarme la concha con su
derrame de semen, a esa altura inevitable, justo cuando le metía un dedo en el
culo después de ensalivarlo con su propia baba. Enseguida Eric cazó a su primo
de los pelos con la intensión de separarlo de mí, y se me tiró encima para
fundir su carne en mi concha resbalosa por toda la leche de Enzo. Me cogió
fuerte, sin pausa y aferrado a mis tetas, diciendo: ¡Sí guacha, le acabé
adentro y le hice un pibito! ¡Me la re cogí así como ahora putona! ¡Y a vos te
voy a hacer otro bebé! ¡La re cagué con mi novia! ¿Pero vos tenés una concha re
rica mami!
Mordió mis pezones, lamió mi cuello, separó
mis piernas intentando hacerme sentir su pitito y se ladeaba hacia los
costados, y de arriba hacia abajo. Honestamente su pija no me calentaba tanto
como el roce de su pubis contra el mío, y la esporádica aparición de un dedito
en mi vulva. cuando intuí que su leche estaba por cruzar el umbral de su
glande, con todas las fuerzas que pude reunir lo empujé sobre la cama. Le abrí
las piernas, froté mi rostro en sus huevos sudados, le meneé la pija entre mis
labios, se la apreté un ratito entre las tetas, y cuando ya me imploraba que
por favor le saque la lechita, quise hacerlo sufrir un poco más.
Le soplaba la pija, le mostraba cómo sacaba la
lengua, se la acercaba a la nariz y le lamía la oreja. Le rozaba el tronco de
la verga con las yemas de los dedos, y cuando él se retorcía por no acabarse
encima diciendo: ¡Dale putita, no seas mala! ¡Sacame la leche! ¡Si te encanta
mamarla asquerosa! ¡Sos re petera!, ahí opté por tragársela sin más. Tenía los
huevos duros y más hinchados, calientes y, al parecer le dolían mucho. De un
solo bocado su semen estalló en mi garganta, y ni bien su pito salió despedido
de mi boca le escupí algo de su lechazo en la cara y le eructé todo mi aliento
de petera, como él lo deseaba, aunque no me lo pidiera con palabras.
Como yo estaba agachada con la colita parada,
Enzo acercó su olfato a mis nalgas, y mientras se pajeaba me pidió que le tire
un pedo en la cara. Lo hice sin saber que eso podía excitarlo tanto, al punto
que tuvo que acabar apoyándome su pija en el culo. Eric estaba desencajado,
relajado y ávido por fumarse un churrito. Enzo quería hacer pis, y lo acompañé
al baño para mirarlo. Fue todo un espectáculo ver aquella pija, ahora con el
tamaño de la de un nene, haciendo pis paradito, despreocupado y agitado. Hasta tuve
el honor de sacudírsela y todo, una vez que la última gotita cayó al inodoro.
Volvimos a la pieza donde me puse la bombacha
y el top con todo el apuro que encontré. Les pedí que se vistan, y en cuanto
terminaron los acompañé a la puerta, antes de que llegue mi marido. En realidad
necesitaba una excusa para que se fueran. Ahora se me antojaba que mi príncipe
me garche toda, así como estaba, sucia, enlechada y desastrosa. Pero con la
conciencia en paz, sabiendo que él siempre había estado escondido en la cocina,
escuchándolo todo y esperándome con la verga más dura que siempre. Había
recibido su mensaje al celu, supongo que mientras mamaba a los pendejos en el
living. Me explicaba que venía para casa, puesto que la reunión de directorio
prevista se cancelaba para la próxima semana. Aún así, no tuve el valor de
echar a esos pendejitos de mi boca. Estaba segura que mi marido lo entendería! Fin
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