Mi puta favorita (Prostitución)

Supongamos que se llama Mariana, que tiene 22 años, que nació en un humilde pueblito de Formosa, que terminó el primario a duras penas y que es de géminis. Siempre hay que dudar de la identidad de una prostituta. Pero yo preferí creerle desde el primer día que hice un pase con ella. Aquella noche llovía, y la ciudad se entristecía sin una razón aparente. Estábamos en la mitad de un junio sin demasiadas noticias relevantes,  bebiendo cerveza en un barcito con Adrián, mi mejor amigo, cuando de repente se instaló entre nosotros la abstinencia que cada uno cargaba en sus espaldas, y charlamos del tema. Yo hacía 2 años que me las arreglaba con una buena pajota, y él hacía 3 meses que ni eso. Claro, yo tenía novia, pero, por alguna razón, no podíamos tener relaciones, a pesar de que todo lo demás no presentaba mayores complicaciones.
¡Che, hay un putero camuflado a la vuelta de la plaza! ¡Por qué no vamos y nos empartuzamos con algún gatito de por ahí?!, dijo divertido Adrián, apurando una cerveza con verdaderas ganas de convencerme. No era una mala idea. Además teníamos guita porque habíamos cobrado unas afinaciones de piano.
Enseguida pagamos y fuimos caminando hacia una puerta despintada que decía “mimitos y lengüitas para vos”. Nos causó gracia el nombre. Yo pulsé el timbre, y algo parecido a una ansiedad me previno que sería una noche interesante.
Esperamos casi 20 minutos. Hasta que una mujerona con lentes, algunas canas y cara de culo nos abrió para guiarnos a una sala en penumbras, silenciosa y con olor a cigarrillo. Nos sentamos cada uno en un silloncito. Adrián pidió un gancia y yo una cerveza roja. Enseguida la mujer dijo desganada, como si de su boca se emitiera un feroz ladrido: ¡Tengo solo a 4 disponibles! ¿Se las llamo para que las vayan mironeando?
Adrián se frotó las manos y dijo que sí como un nene al que le estaban por bajar un juguete nuevo de una vidriera. La mujer aplaudió unas 5 veces, le hizo una seña a un gordo que estaba al otro lado de un mostrador, y entonces empezaron a sonar unas cumbias del año del pedo. La mujer nos trajo las bebidas, pero no nos quiso cobrar en el momento.
¡Se nota que son nuevitos ustedes! ¡Acá primero toman lo que deseen, le pagan lo que quieran a las señoritas, y si se les antoja se las cogen bien cogiditas! ¡Recién ahí me pagan todo junto, antes de irse!, dijo la mujer sobre sus pasos, los que la conducían al mostrador.
En eso suena el timbre, y la mujer vuelve hacia el pasillo por el que entramos con ella. Pero antes, abre una puerta de madera, y aparecen 4 chicas.
Adrián le clavó los ojos desde un principio a una morenita risueña, peticita y buena bailarina. Para mi gusto tenía demasiada carita de nena. Pero el encanto de sus tetas sacudiéndose al ritmo de los timbales de la cumbia era formidable.
Una de ellas parecía cuarentona. Tenía una linda cola, pero estaba reventada de los ojos, el teñido rojo que traía en el pelo le quedaba espantoso, no era sexy bailando, y cuando la oímos hablar se sentenció sola a esperar por otro candidato. A lo mejor el pucho y los tragos le hacían una voz de travesti que daba miedo.
La otra era una chica alta, rubia, con un perfume alimonado y unas tetas operadas, y al parecer la menos recatada de las 4. Tenía solo una bombacha negra con lunares verdes, y unas medias transparentes.
Las 4 nos bailaban casi pegándonos sus culos a la cara, se tocaban entre ellas y canturreaban el tema que sonaba por tercera vez. La cuarte era una chica normal, con jeans ajustados, una remerita rosada, bien proporcionada entre cola, cintura y pechos, una boca chiquita y el pelo negro hasta el inicio de sus nalgas. Pero sus ojos eran tristes, sus movimientos cadenciosos, su sonrisa apenas le tintineaba en los labios, y por suerte no se sabía la letra de la nueva canción que seleccionó el tipo del mostrador.
Me fijé largo rato en ella. Tomé valor cuando vi que Adrián se golpeaba el regazo para que la morenita se le siente encima. Pidieron una cerveza cuando la chica triste se me acercaba misteriosa y me sonreía, agarrándose una teta con la mano derecha. Las otras 2 desaparecieron de la escena algo contrariadas.
En breve ella y yo compartimos una cerveza, con sus manos acariciando mi espalda y su cola presionando mi erección inevitable. Es obvio que si uno va a un putero, ya tiene la pija dura de movida nomás! Su aroma me embriagaba, y el tacto de sus tetas en las yemas de mis dedos me daban ganas de mordérselas. Necesitaba conocer sus gemidos, verla en acción, tenerla desnuda y emputecida en la cama. Pero por otro lado, había unas barreras difíciles de derribar.
Mientras que a mi izquierda la morenita y Adrián se descostillaban de risa, cada vez más alegres por el alcohol y calientes por el franeleo insolente de sus cuerpos, mi chica triste casi no hablaba. Varias veces le pregunté si estaba todo bien. Recién al final me dijo con una dulzura tosca pero igualmente deliciosa: ¡Sí bebé, estoy bien! ¡Y te juro que tengo la bombacha toda mojadita! ¡Me encanta sentir tu pija en la cola!
Entonces, me dio cerveza de sus labios, se volcó un poco sobre la remerita para que mi lengua le lama los contornos de su corpiño, empezó a dar saltitos con su cola sobre mi pene irreconocible y ubicó mi mano entre sus piernas, bien pegadita a su vulva para apretarla sensualmente con sus muslos. En un momento se me hizo la ofendida porque me detuve a mirarle las tetas a la morocha, apenas se levantó con Adrián de la mano.
¡Che negro, yo paso! ¿Vos, qué onda?!, alcanzó a decirme el flaco, mientras la mina se le colgaba de los hombros para frotarle las gomas en la espalda, y él le chupaba los dedos de la mano, en realidad para que la chica le dé una cachetadita inofensiva cada vez que se los mordía. Le hice saber con un gesto que estaba todo bien, y lo arengué a pasar, admirando su comportamiento adolescente con la chica.
¡Seguro esa putita te calienta más que yo, no?!, me dijo Mariana ni bien ellos desaparecieron juguetones y jocosos. Le dije que no sea tontita, que por algo la elegí a ella y no a la otra, y demás adornos para calentarle el autoestima.
¿No me vas a llevar a la cama? ¡Mirá cómo tenés la pija nene!, me apuró cuando una de mis manos le pellizcaba una nalga encima de su bombacha. No quise discutirlo. Ella tenía razones y conocimientos en la materia para saber cuándo era el momento de sacarle la leche al macho de turno. Además en esos lugares el tiempo es dinero.
Había 3 hombres esperando cuando al fin nos levantamos. Yo la hacía moverse al son de un cuarteto de La Mona, y le robé una sonrisa mientras caminábamos a la piecita. La cuarentona bailaba con un viejo. La rubia de las tetas operadas discutía con un policía. Una chica pelaba el culo para que dos tipos se lo castiguen con unos chirlos estruendosos, y la mujerona le daba preservativos a una chica repleta de tatuajes.
Cuando entramos al cuarto, Mariana prendió la luz, sacó varias tangas de arriba de la cama, y me empujó cara al cielo allí, sabiéndome desprevenido, una vez que revoleó sus tacos y su remerita. Se me derrumbó encima para frotarse toda en mi cuerpo, para lamerme el cuello, clavarme sus pezones duros en el pecho, pedirme que le pegue fuerte en el culo y empezar a agitarse como una absoluta inexperta.
¡Vos me re calentás la concha pendejo! ¡La quiero toda adentro! ¡Me ponés re puta, y quiero que me cojas toda la noche!, decía mientras las brumas de su aliento se mezclaban con ese cariño fingido, con la estela de su perfume suave y mis primeros jadeos, ya que no soltaba mi pija por nada del mundo.
¡La que se fue con tu amigo, tiene fama de ser la mejor petera de acá! ¡Digo, para la próxima!, dijo de repente, como si supiera que yo iba a volver a los suburbios de esas noches sin corazón ni alma, pero naturalmente necesarias.
Cuando me sacó el pantalón, me olió el bóxer, lamió mi pija por el costadito de la costura, me lo arrancó y se metió mi verga hecha un fierro en la boca. La escuchaba cambiar el aire, eructar, atragantarse, gemir, escupir y pegarse hasta en la nariz con mi dureza, y me invadieron unas terribles ganas de hacerle pis en la boca, una vez que la hubiera llenado de  leche, tantas veces como me lo permitiera la billetera. Además la guacha se colaba dedos en la vagina, y aunque no se la veía, podía adivinar que la tenía jugosísima.
¡Yo soy madre soltera sabés, desde los 14 años! ¡Me re cabe ser una putita, chupar pijas ricas como la tuya papi, y que me chupen las tetas!, decía cuando detenía por unos segundos el terrible pete que me llevaba al mismo infierno de la calentura. Me concedió el honor de sacarle la tanga, y me obligó a olerla mientras me cacheteaba el pito diciendo: ¡Me la mojé toda por vos perro! ¡Así que ahora lamela, pasale la lengüita, ponete loco con mi olor a concha!
Ese aroma me enloqueció, al punto de que tuve que agarrarla de los pelos para que vuelva a chuparme la verga. Ahora la turrita usaba los dientes y la lengua con una obsesión peligrosa, mientras me proponía: ¡Pegame, dale, tratame como a una puta de mierda, cogeme la boca como un macho, atragantame de pija!
Le dejé el culo colorado de tantos azotes, y durante casi un minuto mi pija permaneció en su garganta, para solo manipularla de la cabeza. De esa forma me aseguraba de que mi presemen cada vez más abundante trascienda el límite de su garganta profunda.
Cuando se la saqué me pidió que me la coja de parado contra un ropero alto y arruinado. La inmovilicé de inmediato para besarle el culo, para luego abrirle las piernas y comenzar a pajearla. La perra se mojaba inmensamente, y me pedía que le chupe el clítoris. El olor de su sexo me cargaba los huevos de una adrenalina que, temía no saber manejar. Pero, aún así se lo chupé, se la revolví con los dedos y la lengua, le escupí el culo, le pegué un par de veces para que se quede quieta, y hasta le chupé los pies. Tenía la piel caliente, brillante y llena de sabiduría. Su voz me calentaba casi a la par de su boquita cochina, y esas tetas eran tan comestibles que, debía procurar no hacerle daño con el rigor de mis dientes. Hasta el olor insolente del látex impregnado en su piel barata me movilizaba!
Cuando los gemidos se le atropellaban en el paladar, la sujeté contra el mueble, y aprovechándola de espaldas se la enterré en la concha, dispuesto a no detenerme hasta acabarle adentro. Ni siquiera tuve tiempo de pensar en ponerme un forro, y ella no me lo advirtió. Ahora sí Mariana gemía pidiendo más, escupiendo a su alrededor la saliva que la asfixiaba, lamiendo mis dedos y reclamándome la leche. Yo la tenía tan empalmada que no podía eyacular.
¡Qué pasa papi? ¿No tenés lechita para esta putita? ¿Querés que te coja yo, y te la saco toda?!, me dijo luego de más de 20 minutos al menos, soportando los martillazos de mi pija en su concha, y el sudor de mi pubis en su cola de gata bandida.
Los gritos de la putita que laburaba en el cuarto de al lado habían disminuido, cuando decidí acostarme en la cama para recibirla húmeda y temblorosa. Mariana se acomodó primero para pajearme la verga mientras me confiaba: ¡Tengo 22 años, 3 hijas y, mis viejos viven en Formosa! ¡Ninguna de ellas es del mismo padre! ¡Pero son divinas! ¡Mis viejos me echaron a la calle cuando tuve a la segunda, y gracias a una amiga estoy acá sabés? ¡Está bueno, porque me hago la triste, la pobrecita, o la miserable, y de esa forma yo elijo al que quiero que me coja! ¡Así que no te hagas el cancherito, que si estás conmigo es porque me re calentaste la concha!
Todo eso se lo había preguntado en la sala, donde ella ni me dirigía la palabra. De pedo me había dicho que se llamaba Mariana!
Pronto se me subió algo menos agitada, encastró mi pija en la entrada de su vagina ardiente y empezó a cabalgarme con un brillo en la mirada que me enfurecía. Se mordía los labios, se agachaba un poquito para darme gomazos en la cara, me lamía los dedos, me pedía más chirlos para su cola, me frotaba su corpiño en la nariz y hacía unos sonidos desopilantes cuando brincaba sobre mi pubis, comiéndose toda mi pija con esa concha.
¡Te gusta perro? ¿Así te cojo? ¿Más rapidito? ¿Eee? ¿Querés concha pendejo? ¿Te calientan las madres solteras, que encima tienen nenitas? ¡Dame la leche hijo de puta, largala toda! ¡Regame la concha con tu lechita perro, dale que me vuelve loquita tu pija!, me gritaba al borde de la disfonía, haciéndome doler las tetillas con sus uñas pintadas de negro.
De repente, mi cuerpo se preparó para la estocada final. Alguien golpeó la puerta, pero yo le dije que no se apresure, que de última pagaba la diferencia horaria y listo. La agarré de las caderas, le pedí que se sujete al respaldo de la cama y que levante un poquito su cuerpo de mi pubis, y de esa forma le di bomba, suspendida en el aire con una velocidad que ponía en riesgo mi pulso cardíaco, la labor de mis pulmones y los agudos de mis jadeos.
Me serví de su cuerpo apenas sostenido de sus pies en las sábanas y sus manos en la madera, y no paré de percutir contra su triángulo perfecto, hasta que mis disparos seminales dieron con el blanco de su vulva cada vez más abierta, sensible y derrotada. Ella quería que la llenara de leche, y yo no pensaba en otra cosa que en satisfacerla. La guacha se abría los labios vaginales para saborear los restos de semen que no habían penetrado su hueco, y ponía una carita de puta que me enternecía con el mismo brío con el que me erotizaba.
Mientras yo me vestía, ella ordenaba un poco la cama y me decía: ¡Extraño a mis hijas sabés? ¡Por eso hay días que me cuesta concentrarme en garchar! ¡Pero me la paso cogiendo para que a ellas no les falte nada, y eso me hace sentir bien! ¡Espero que te haya gustado, como te cogí bombón!
Después de eso se fue al baño a lavarse, y en cuanto apareció con un vestidito suelto salimos juntos a la sala. A ella le dejé algunos billetes más, pero no se lo dije a la mujerona que comandaba el negocio.
Cuando le pagué los tragos y el servicio le sonreí a Mariana, que se sentaba en una banqueta alta para que los nuevos tipos la admiren como antes lo hice yo, y le prometí que volvería a visitarla.
¡No te entusiasmes conmigo papi! ¡Nunca se sabe a dónde voy a estar mañana!, me dijo con un aire de desilusión.
Adrián estaba sentado esperándome, abatido y sin fuerzas.
¡Me hizo mierda la morocha esa!, balbuceó mientras salíamos del bulo rumbo a mi auto, donde nos compartimos detalles de nuestras aventuras. Si hubiese sido por mí, iba todas las noches a buscar a Mariana. Pero solo fui un viernes y un sábado. No la vi, y no quise preguntar por ella para no generar suspicacias.
¡No sabés cómo chupa la pija la morochita esa!, me decía Adrián, mientras yo procesaba las marcas que la chica triste había dejado en mi piel.
¡Y a vos, te escuché darle murra a la tuya! ¡Qué cola te comiste hijo de puta!, agregó emocionado por saber más de lo que hicimos con Mariana.
Por suerte él se dio cuenta de los chupones que me dejó en el cuello, y de un rasguño en mi pómulo derecho, antes de que me vea mi novia!     Fin

Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!

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