Perra en celo

Me dicen Mecha, aunque no me guste demasiado el apodo, puesto que me llamo Jazmín. Trabajo en el área de recursos humanos de una empresa de cosméticos naturistas, tengo 25 años, una vida aburrida y pocas actividades fuera del gimnasio, visitar a mi madre y alguna que otra reunión con mis amigas.
No tengo novio. Estoy bastante decepcionada de los hombres. También de las mujeres, ya que me considero bisexual desde los 18, que fue cuando tuve sexo con una chica por primera vez y me voló la cabeza.
Pero, nunca imaginé que haría esto. No sentía que estuviera tan necesitada de sexo. Yo me las ingeniaba para satisfacerme muy bien con mis juguetes y mis videos retorcidos. Sí, soy fanática de los films en los que se montan tremendas orgías, en las que todos terminan llenos de leche, orina, saliva, moretones, rasguños, marcas de mordidas feroces y de temblores por todos lados. También amo los de lesbianas desaforadas, los de travestis con chicas tetonas, los de pendejas con viejos decrépitos y los de sexo anal bien duro.
Esa tarde había tenido una discusión con mi jefe. No había plata en los cajeros automáticos, se me había roto la pantalla del celu y, para colmo, mi mejor amiga me avisó a último momento que no podíamos juntarnos a tomar unos mates, porque era el cumpleaños de su novio.
Llegué a mi casa asqueada del calor de los infortunios. Me saqué los zapatos mientras prendía el aire acondicionado, puse un disco de jazz, dejé mi cartera y unos papeles en el sillón y me fui a la pieza después de lavarme la cara.
Me quité la camisa y la pollera, me contemplé en ropa interior en el amplio espejo que había en la pared, al lado de un armario, abrí la cama y trabé la puerta con un zapato, procurando que no se cierre, ya que me fascinaba aquel disco que sonaba en el living, y me tiré en la cama.
Pensaba en el estúpido de mi jefe, en mi amiga y la chupada de pija que le debería estar regalando al novio, en la tarada que trabaja conmigo y sus tetas divinas, en el pajero del portero que siempre me dice algo a la salida de la oficina, en la pendejita que atiende el kiosko donde compré unos chicles antes de entrar y en su carita de nenita virgen, y en las ganas que tenía de tocarme la conchita.
Pero estaba fundida. Puse el reloj a las 20 para ir de una escapada al super y comprarme alguna boludez para la cena, y me empecé a frotar las gomas sobre el corpiño de encajes que hacía juego con mi bombacha celeste.
Me lo quité en un acto de puro deseo, di unas vueltas en la cama sin dejar de tocarme los pezones y reconocer que los tenía erectísimos, y llegué a rozarme la vulva sobre la bombacha. Cuando quise acordar me estaba hablando como una pelotuda.
¡Por qué estás solita Mechi? ¡Mirá estas tetas guacha! ¡Todos te las querrían chupar! ¡Y esta colita de gata en celo! ¡Lo que darían por un orto como este! ¡Esta cola se aguanta una hermosa pija, una bien dura! ¡Aparte, sos puta, te gusta coger! ¡Y qué hacés tirada en la cama como una pajera?!, me decía pegándome en las nalgas, lamiendo mis dedos, estirándome la bombacha y escupiéndome las manos para acariciarme las tetas desnudas. Cuando dos de mis dedos transgredieron los albores de mi vagina y los empecé a mover en círculos, supe que era el momento de sacarme la bombacha y de olerla, lamerla y gemir, sin detener mis penetradas, ni las fricciones a mi clítoris, ni las frotadas de mi cola en la sábana.
¡Olete puta! ¡Comete la bombacha que usaste en el trabajo, la que te mojaste por la rubia tetona esa! ¡Dale, que hay olor a pichí también, porque sos una nena boluda que se mea sin querer cuando anda calentona como hoy! ¡Vamos, babeate trolita, que te gusta!, me daba aliento mientras hacía exactamente eso y más.  Me fregaba una almohada en la concha, me ahorcaba con la bombacha después de morderla y olerla con salvajismo, me lamía los dedos con los que me dilataba la cola y escupía la sábana para deslizarme sobre ella, aprovechando mi cama de dos plazas.
Estaba en un trance maravillosamente mío. Perverso, ridículo, repleto de estupideces, pero tan excitante como femenino.
De repente, justo en el instante en el que algunos chorritos de pis transgreden mi vagina de tanto colarme los dedos, veo que mi perro Popi entra al cuarto, moviendo su cola y con los ojos alegres de verme. Me había quedado abierta la puerta del patio cuando fui a recoger la ropa seca del tendedero. Recordé que no le compré alimento, y me sentí mal. También tuve que parar de frotarme el clítoris, porque ya no podía controlar a las gotas de pis que se me escapaban. Algunas veces me masturbé en el suelo, justamente para eso, porque sé que me encanta mearme encima. Es muy trabajoso cambiar sábanas, airear el colchón y lavar todo, solo por no poder frenar los impulsos.
Entonces, descubro que Popi está sentado, bien pegado a la cama, lamiéndose el pito. Eso me condujo a volver a mi paja con más frenesí, y ya no me importaba si me hacía pichí en la cama. De hecho, hasta lo llamé para que suba sus patas delanteras al colchón, y empiece su ritual de bienvenida, con su lengua resuelta a lamerme las manos y la cara. Esta vez no me dio asco. Incluso, por alguna razón disfrutaba de su lengua desatada, de su aliento y sus gotitas de baba en mi piel.
Le hice oler mi bombacha, le acerqué las tetas a la boca y me las lamió mientras sacudía su cola contra el placard, y le abrí las piernas, decidida a regalarle el olor de mi conchita pajeada y caliente.
Cuando sentí el calor de su sable de saliva en mis labios vaginales, no lo resistí y me levanté de la cama. Me hinqué a su lado en el piso, le hablaba con todo el cariño que siempre le tengo y, le empecé a tocar la pija. Era delgadita, pero cada vez se le ponía más afiebrada y dura bajo su capullo de piel gruesa, a medida que mi mano se la acariciaba.
¡Qué bonito mi Popi! ¿Te gusta lo que te hace la mami chiquito? ¡Todavía mi perrito no se la dio a ninguna perra! ¿Querés alzarte vos mi cielo? ¿Te gusta mi olor a pis y a concha bebé?!, le decía cuando el guacho me lamía la mano con la que lo pajeaba con calma. Con la otra yo me seguía hundiendo dedos en la vulva, me pegaba en la cola y hasta me rozaba el ano.
Poco a poco iba acercando mi rostro a su entrepierna para contemplar que sus huevos peludos comenzaban a agrandarse, y a colgarle como pesados trozos de felicidad. Su olor me embriagó al instante, y ni dudé en echarle unas escupiditas a su pija, ahora más gordita. Cuando le pasé la lengua por la puntita, Popi se sacudió y entonces temí por su reacción. Pero enseguida lo serené con mi voz de tarada y me dejó hacer lo que jamás supuse que haría alguna vez. Se la empecé a chupar, a besuquear, a lamer y oler con mucha paciencia, mientras él tiritaba y largaba sus primeros chorros de presemen. Su sabor no era una delicia precisamente, pero con la calentura que ardía en mi sangre, eso era lo de menos.
Cuando Popi se puso de pie, me rasguñó una teta y me mordió sin querer un dedo. Nada grave. Solo que, al parecer no podía resistir mis chupaditas, y como es un cachorro, no conoce demasiado cómo actuar en estos casos.
Pensé que eso sería todo, que Popi se iría al patio, o que se echaría en la alfombrita que tiene en el living. pero yo estaba tan alzada que, me puse a oler la sábana que yo misma había meado mientras me cogía la concha con un consolador nada espectacular.
Sin embargo, como estaba con la colita para arriba, las piernas en el suelo y las manos ocupadas con el chiche, digamos que no pude evitarlo.
De repente Popi empezó a lamerme las nalgas, a olfatearme toda, a hundir su lengua entre ellas para llegar a mi agujero caliente, y a rozar un par de veces los labios de mi concha, ya que le abrí las piernas para facilitarle el trabajo.
Como estaba en un mundo desconocido, creo que me alarmé, y entonces preferí abandonar esa posición para acostarme en la cama con las piernas abiertas y llamarlo desde allí con chasquidos, promesas de una rica comidita y con algunos silbiditos.
Popi se me subió de inmediato. Sus patas delanteras quedaron una a cada lado de mi cuerpo, y mientras me lamía la cara o las tetas, una de mis piernas notaba que su pija empezaba a friccionarse contra ella, cada vez más rápido, liberando mucho jugo y haciendo que ya no reconozca mi voz cuando intentaba tranquilizarlo. Sus patas traseras me apretaban la pierna, y su pija parecía que iba a perforarme la panza o lo que sea de tanta velocidad. Yo entretanto me cogía la concha con el juguete, sintiendo la euforia de mi perro, sus huevos cargados y su lengua por todos mis rincones. Me encantó que me meta la lengua en la boca en uno de mis descuidos.
Pronto, como si no hubiese otro final posible, me estremecí sintiendo el derrame abundante de su semen caliente, el que me llegó hasta el cuello. Popi ladraba, se frotaba fuerte y ágil, me machucaba la pierna con sus patas y me lamía tan baboso como siempre.
Entonces, una vez que su pija eliminó todo lo que mi morbo le había generado, el turro se fue al patio. En eso se comportó como todos los hombres que pasaron por mi cama.
Estaba hecha un desastre. Llena de la leche de mi perro, meada, transpirada y con las tetas rasguñadas. Sin embargo, me puse un vestidito veraniego, unas chatitas, agarré el monedero, me lavé la cara y salí al super que tengo al frente de casa. No me puse ropa interior ni me lavé absolutamente nada más que la cara. Así salí a la calle, pensando en que tal vez un día de estos lo deje a Popi cogerme la conchita. Pero de algo estaba más que segura, y es que me encantó comportarme como una perra en celo para él.    Fin

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Comentarios

  1. he leido varios ya, de verdad no se con cual de todos quedarme, sinceramente están todos muy interesantes. Creo que podría perfectamente definir mis favoritos, sin dudas reuno las condiciones para poder hacerlo.

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