Guillermo y Viviana viven en un hermoso
caserón ubicado en un lujoso barrio privado en las afueras de la ciudad de
Buenos Aires. Hace más de 2 años que presto incondicionalmente mis servicios de
sirvienta con cama adentro, y no reniego por tener solo los fines de semana y
feriados para mí. La paga es muy buena, y no tuve tiempo de pensar en ninguna
otra oferta en cuanto el destino me la puso en frente. Tengo una hija
adolescente sin padre, un padre enfermo, una madre ciega desde que tuvo un
golpe de presión tras una discusión feroz con mi viejo, y muy pocas cosas
resueltas. No tenía hermanos ni tíos a los que recurrir, y jamás quise molestar
a mis amigas. Así que acepté ese trabajo, a pesar de lo último que mencionó
Viviana antes de mi firma en el contrato.
¡Bueno Marta! ¡Claro está que tendrás que
adaptarte a nuestras costumbres si tomás el empleo! ¡Todos aquí somos muy
liberales, y no tenemos inconvenientes en que presencies cosas nuestras! ¡Es
más, nos encanta la idea de que alguien registre todo, y sin decir ni una
palabra! ¡Esto último es fundamental! ¡Tu silencio será siempre bien
recompensado!, dijo con un gesto risueño y burlón. Sirvió dos copas de vino
para brindar, firmamos mi contrato después de ponernos de acuerdo con los
números, y me puso al tanto de las actividades más importantes del hogar. Luego
hicimos una recorrida por la inmensa mansión y descansé 2 horitas en el cuarto
de servicio que se me asignó.
¡Es precioso! Tiene un baño amplio con espejos,
un balconcito, una cama matrimonial, un placard en la pared y 2 delicados
muebles de pino, una mesita con 2 sillas y un suelo alfombrado delicioso. Más
de lo que pudiera pedir una mujer de 35 años sin secundario, con algunos
achaques por el paso del tiempo tiempo de tanto limpiar casas ajenas, y sin
mayores pretensiones que una vida saludable, tranquila y honrada.
Ese día conocí a Guillermo, el marido de
Viviana. Más tarde a una amiga bastante amable a la que jamás volví a ver, y a
sus hijos, que son Pablo de 26, Diego de 22, Malena de 17 y Solange de 15.
Todos me cayeron bien. Es más, me recibieron con un beso, cosa que no esperaba
por mis propios pudores. Tenían esas edades cuando los conocí.
No tardé en comprender a lo que se refería
Viviana aquella tarde. Aquello de mi silencio bien recompensado. Hasta que cierta
mañana, en la que estaba lista para ordenar la inmensa vitrina del living
repleta de adornos delicados, vi a Male en el sillón abrazada a una chica
rubia. Seguro la gurisa tendría su edad. Me disculpé por interrumpir, pero
Malena dijo sin alterarse: ¡No te vayas! ¡Hacé lo que tengas que hacer, y no
seas vergonzosa!
Entonces me puse a organizar el mueble,
mientras escuchaba besos, risitas, y hasta lo que decían, a pesar de no
buscarlo.
¡Sí boluda! ¡Ni hablar! ¡Cogeteló y después me
contás! ¡A lo mejor más tarde lo cogemos juntitas, pero ahora sacate las
ganas!, sugería Malena. La otra ni hablaba. Solo le besaba el cuello, le
levantaba la remera para tocarle los pechos y jugaba con su larga cabellera.
Ese mismo día por la tarde lo internalicé
mejor. Viviana me mandó a doblarle la ropa y cambiarle las sábanas a Diego, y
aclaró que si él estaba en la habitación no me hiciera problema. Llamé a su
puerta, y él desde adentro me autorizó a entrar. Aunque apenas lo vi quise
salir corriendo y dejar todo así. Pensé en mi hija, en el hambre de la familia,
y en todas las deudas que me acorralaban. Opté por continuar. El mocoso estaba
en slip frente a la compu viendo una porno, subiendo y bajando con su mano por
su pene erecto y con la boca tan abierta que podría tragarse un enjambre de
moscas y no darse por aludido.
¡Marta, ¿Me pasás los forros del tercer cajón?
¿No sabés si llegó Sol del colegio?!, dijo sin detener su accionar, apurado y
sudando incontrolable.
¡No caballerito, aún no llegó!, dije mientras
le daba la cajita que encontré, y me dispuse a doblarle unas 17 remeras.
Lo vi cómo se ponía un forro. Oí que subió el
volumen de la película y que también aumentó el ritmo de su paja entre pequeños
gemidos. No pensé jamás que un pendejo de guita pudiera ser tan cochino,
irrespetuoso y tan bien dotado. Ese pene medía seguro unos 20 centímetros, y
era bastante grueso.
Ser testigo de semejante espectáculo me dio
menos pudor que el de su hermana. Justo cuando salía de su cuarto con sus
sábanas sucias lo vi sacarse el calzoncillo y apretarse la pija aún más.
Gracias a que no lo vi acabar, esa noche soñé que me lo re garchaba arriba de
la mesa de mi casa, y que mi hija Florencia miraba todo. Pero enseguida razoné,
y me dije que no debía pensar en esas cosas. ¿Los retorcidos son ellos!, me
repetía una y otra vez para serenarme.
El viernes llegó sin otro episodio. Sin
embargo, a la hora de mi despedida le dije a Viviana lo que viví.
¡Bueno bueno Martita! ¡Vos quedate tranqui, y
no te preocupes por nada! ¡Ahora sabés que Pablito se pajea seguido, y que Male
tiene mucho amor para dar! ¡No le importa si son nenes o nenas!
Se rió con entusiasmo, prendió un abano y me
dio mi primer dinero. Después agregó: ¡Aaah, otra cosita! ¡Si en algún momento
tenés que participar vas a cobrar el doble! ¡Pero, de esto ni una palabra a
nadie! ¿Sí?! ¡No me defraudes!
Volví al lunes siguiente, y por la siesta tuve
que limpiar el estudio del señor Guillermo, que es arquitecto. Me anuncié, y él
me presentó a una chica de unos 25 años que poco a poco se quedaba en ropa
interior, mientras yo no sabía si regresar más tarde o comenzar a limpiar el
caos que había.
¡Por favor Marta! ¡Preparanos dos cafés y hacé
lo que haya que hacer, que no nos molesta que estés!, dijo ese hombre con la
autoridad de sus cuarenta y pico, sus ojos verdes, su figura atlética y su vos
grave mientras ella le bailaba, y él se bajaba el jean. El corazón se me
agolpaba en las muñecas. Al punto que no podía manipular la cafetera, mientras
veía cómo ella fregaba sus senos en el bulto de mi jefe, cómo luego hacía lo
mismo con su rostro, y que pronto su boca colorada succionaba esa pija con
ardorosa pasión. Guillermo sostenía el equilibrio de pie, apoyado en el
escritorio. Ella daba señales de tener una garganta estrechita, cuando yo
empezaba a calentarme como una pendeja. Después repasé bibliotecas, archivos,
ventanas y limpié los sillones, pero sin dejar de relojear a Guillermo y a la
chica. La vi con el corpiño con semen, justo cuando removía algunos libros para
lustrar unos estantes. Luego me atormentó escuchar el ritmo de la cabalgada que
ella le dio en su silla predilecta, gemidora y al parecer con uñas filosas. Mi
jefe también tenía una poronga envidiable. A él tampoco lo vi acabar. Me fui
por un llamado de Viviana en la cocina.
Cuando mi patrona me preguntó sin anestesia:
¿Por lo menos la atorranta que está con mi marido huele bien?!, creí que habría
problemas. Pero enseguida explicó sonriente: ¡Nosotros somos así! ¿Nos gusta
tener relaciones casuales, saber que el otro lo sabe y compartirnos todo! ¡Es
hora que te vayas acostumbrando mi reina!
Me dije que esa mujer estaba loca, que no
podía ser capaz de amar a nadie y un sinfín de cosas más. Mis estúpidas
estructuras no me permitían comprenderla. Pero en breve me mandó al cuarto de
Diego para que le planche unas camisas, y no hubo más confrontaciones en mi
cerebro. Diego es músico, y aquel fin de semana tenía varios shows. Cuando
entré pensé que no estaba- hasta que lo vi tirado en su cama boca arriba, en
bóxer y llenando sus ojos con más videos chanchos, ahora desde su celular
enorme.
¡Quedate Marta, por favor! ¡Que necesito que
me alcances los forros otra vez! ¿Puede ser?!, me pidió al notarme incómoda.
¡Termino de planchar y se los doy!, le dije
con una voz que no parecía la mía, y me puse manos a la obra. Aunque, lo
reconozco, fue una tortura insoportable escucharlo sacudirse la pija,
balbucearle groserías a las minas y moverse como si tuviera convulsiones. ¡Quería
comérsela toda a ese pendejo alzado!
Apenas colgué la última camisa le di los
condones en la mano, y él detuvo mi retiro cuando gimoteó: ¡Pará Martu! ¡Quiero
que me pongas uno! ¿Te animás? ¡Dale, sacame el calzoncillo y poneme un
forrito, que no aguanto más!
No podía negarme, de acuerdo a lo que había
convenido con la señora Viviana. En cuanto se lo puse me pidió acongojado: ¡Apretame
la verga nena, dale, apretala bien! ¡Subí y bajá, y olete la mano!
Eso último no lo hice, pero sí presioné bien
su pene hinchado, subiendo y bajando mientras él ponía sus ojos en blanco y se
babeaba, ladeando y punzando un poco la base de su tronco. Hasta que un temblor
esperable lo hizo acabar en mi mano, adentro del forro y con sus labios
cubiertos de sus propias mordidas.
Salí aturdida y confusa. Esa noche sí que me
masturbé asolas en mi pieza pensando en ese nene cochino, y como estaba lejos
de todo lo habitado por la familia, hasta pude darme el lujo de gritar de placer. Hacía años que no me
pajeaba. Para peor, debajo de su cama siempre había forros con leche. Confieso
que no me dio asco probarla un par de veces, desde la primera vez.
Todo aquello ya me parecía normal, y no había
tiempo para juicios. Y menos aquel mediodía de otoño. Estaba con mis
auriculares en la tarea de aspirar las alfombras. No escuché llegar a Diego de
la calle. Me llamó desde la cocina y me pidió que le haga un jugo exprimido de
frutillas. Mientras se lo preparaba lo oí decir, como si hablara consigo mismo:
¡Así chiquita! ¡Dale, un poquito más!
Cuando le dejé el vaso en la mesa me pidió que
le alcance un cuaderno que se le había caído al piso. Entonces, ahí vi todo con
claridad. Solange estaba de cuclillas bajo la mesa haciéndole un pete al
guacho, descalza y con la pollerita subida para que él pueda tocarle la cola.
La nena ni se quejaba.
¡Gracias por el juguito Marta! ¡Y vos sacate
la bombacha piba, ahora, y chupala más!, dijo el mocoso. Yo me serví un vaso de
agua y salí para volver con lo mío. Pero al rato él quiso que le prepare unas
salchichas. Entonces vi cómo ella seguía con su pene en la boca, mientras él
olía su bombachita con los ojos saltones de calentura. La recorría con la
puntita de la lengua y con la nariz. Hasta que gritó: ¡Abrí la boquita
guachaaa!, y observé cómo las gotas de semen le bañaban las mejillas a la nena
que ya estaba desnuda. Diego se vistió y se fue tras devorarse dos panchitos, y
ella me confió que le encanta comerle la pija a su hermano y a sus primos más
grandes, una vez que salió de debajo de la mesa.
Su aspecto de nena crecidita se desfiguraba en
mi cerebro, y tuve unas ganas locas de saborear su sexo inocente. Pero todo
quedaba para mis pajas nocturnas. Yo no tenía licencias para nada, a no ser que
se me solicite. Cada vez se me hacía más difícil mirarlos sin excitarme, en
especial al pendejo.
Otra siesta me di cuenta de las perversiones De
Pablo, cuando me solicitó para que lo ayude con su habitación. Pablo es el
orgullo de la familia, ya que estudia medicina, y supongo que también por
encamarse con chicos. Esa vez dejamos el cuarto impecable, y a la hora entró
sin permiso un chico de unos 18. Estaba por marcharme cuando Pablo dijo
desprejuiciado: ¡Mirá Marta, quedate y acomodame alfabéticamente los libros de
la segunda biblioteca!, y no tuve más remedio que ver cómo ese nene se
arrodilló para comerle el pito durante un buen rato, entretanto él le decía: ¿Te
pusiste bombachita putito? ¿Me vas a dar esa colita?!
Creo que nunca tuve tantos deseos de
desaparecer, y más cuando vi al rubio quedarse con la colita entangada para
ponerse en 4 sobre la cama repleta de libros.
¡Pará! ¡Antes de culearme pajeame un poquito!
¿Dale?!, dijo el rubio, que a pesar de ser un nene tenía vocecita, cara y
cuerpo de nena. Portaba un culo bien paradito, y eso al caretita parecía
ponerlo como loco!
Pablo lo pajeó, le comió la boca y de vez en
cuando le rozaba el ano con un dedo, el que ensalivaba previamente, y a veces
se lo escupía. Apenas le sacó la tanguita rosa y vi cómo su pequeño instrumento
se abría paso entre los cachetes del chico me fui para no gritar de rabia,
calentura, confusión y otros sentimientos mezclados. Honestamente, la pija de
Pablo me decepcionó. No cumplía con los mandatos que vi en mi patrón, ni en el
pendejo.
Una noche, Guillermo quiso que suba a su
cuarto con un maletín lleno de películas que debí rebuscar en el sótano, y me
quedé atónita con lo que descubrí. Solange estaba en calzones junto a su padre
en igual situación, riendo y jugando a hacerse cosquillas sobre la cama.
¡Gracias Marta! ¡Usted es una genia, la mejor
empleada que tuvimos! ¡Pero le pido, ya que está acá, si me puede acomodar un
poco los trajes, ya que tengo muchas reuniones esta semana! ¡Fíjese cuál está
mejor, cuelgue el que sea necesario para que se airee, bueno, usted sabe!, dijo
el tipo, sabiendo que eran unos 35 trajes distintos. Lo hacía, mientras sentía
que me ardía la vulva por las cosas que oía:
¡Dale mi bomboncita! ¡Quedate a dormir con
papi, que mami no vuelve hasta mañana! ¡Además siempre la pasamos bien! ¿O no?
¡Dale mi chiquitina, o te hago cosquillas hasta que te mees encima!
Después se reían, y pispié cómo se besaban en
la boca, sin ruido pero bien pegaditos, ella encima de él.
¡Tu lengüita sabe a chocolate! ¿Sabías? ¡Y
mirá lo hermoso que son esos pechos mi princesa! ¡Dale, bajame el bóxer y date
vuelta!
Ella casi no hablaba, pero tenía la mirada
encendida. Le hizo caso y Guille empezó a moverse sujetándola de las piernas
para frotar su pene tieso en la cola de su hijita, amasándole las tetas y
oliendo extasiado su cuello y su aliento cuando ella giraba la cara para
comerle la boca.
No podía concentrarme, y me dediqué a mirar
con la aprobación de Guillermo que luego dijo:¡Dale flaquita! ¡Frotame bien esa
colita en la pija guacha, así nenita, más rapidito!
Sol saltaba, se deslizaba, iba de un costado
al otro y pegaba todo lo que fuera posible su buen culo al pedazo de Guillermo.
Hasta que tras un retorcijón del cuerpo sudado del hombre le empapó hasta las
piernas a su víctima obsecuente.
¡Bueno mi amor! ¡Sacate la bombacha y elegí la
peli que quieras! ¡Usted Marta puede retirarse, y espero que le haya gustado lo
que vio!
Me fui chorreando ratones y pasiones. Al punto
que a la mañana siguiente fui en busca de la bombachita enlechada de Solange
para pajearme como una yegua en la soledad de mi pieza. Ese día trabajé con las
ojeras por el piso, aunque feliz por poder probar la leche de mi patrón.
A los días, cuando casi el sueño me vensía me
levanto a abrir la puerta tras un llamado urgente, y me derrito al ver a Diego
en slip y con su tremendo paquete en estado de apareamiento.
¡Pajeame Marta, te lo pido por favor! ¡Ahora y
acá, que mis hermanas no están!
Ni siquiera quiso entrar a mi cuarto el
desgraciado.
¡Mostrame esas tetas, y pajeame ya!, me exigió
altanero. Me abrí el camisón para que las mire bien, le bajé el slip y abracé
con mi mano derecha su tronco caliente para comenzar.
¡Así loquita! ¡Apretala, sacudila bien, sacame
la lechita! ¡Pegame en los huevos y en el culo, pajeame bien la chota mamita!,
decía agitado el mocoso, y yo hacía exactamente lo que me pedía. Su pelvis se
contorsionaba, su temperatura me quemaba las yemas y mi bombacha goteaba jugos
como un río de lava.
Cuando al fin dijo: ¡Ahí va Martita, toda la
lecheeee!, me encremó las manos con su semen abundante y espeso, el que saboreé
en mi cama en medio de una paja estruendosa apenas se fue murmurando: ¡Gracias
guachona! ¡Me pajeaste riquísimo! ¡Mañana se lo cuento a mi mami!
No podía creer que ese pendejo degenerado
tuviese una leche tan apetitosa. Menos todavía que fuera consciente del acuerdo
que su madre hizo conmigo.
Ese fin de semana, ya en mi humilde hogar, con
la cabeza perdida por aquella familia de pervertidos, re caliente por mi falta
de sexo, y quizás algo borracha por un vinito de mala calidad que compartí con
mi padre, me hice una paja oliendo enceguecida una bombacha de mi hija Florencia.
Yo misma la vi cuando se la cambió y la dejó en el suelo junto al resto de su
ropa. No sé por qué terminé haciéndolo, pese a que intenté resistir la
tentación. Ambas dormimos en la misma pieza y en la misma cama, junto a mi
madre, que duerme en otra pegada a la ventana. Fue apenas nos acostamos, y ni
me importó que me descubra.
¡Maaaaá! ¿Qué hacés con eso? ¡Estás loca!, dijo
eufórica, y yo le di una cachetada para callarla.
¡Basta pendeja! ¡Dejame tranquila! ¡Dormite, y
lavate cada vez que hacés pichí grandulona!, le largué, y seguí entrando y
saliendo de mi hueco con mis dedos ágiles, y su aroma bien de cerca. Ella
lloraba y daba vueltas en la cama. Estoy segura que no se durmió hasta que yo
acabé mordiendo su bombacha llena de baba y sus olores adolescentes. Flopy hoy
tiene 16 años, es muy buena en el cole, híper amiguera y no le interesa ponerse
de novia. Además tiene unas lolas como para untarlas con dulce de leche y
devorarlas. Nunca hablamos de esa noche, pero yo acabé apenas sentí el roce de
sus piernas en las mías.
Cuando volví a la mansión, Viviana me pidió
que a las 11 de la mañana lleve 2 cafés y 4 medias lunas a su estudio, en el
que daba clases de francés, inglés y portugués. Entré con la bandeja, y vi a la
señora hincada sobre las piernas de un adolescente cuyo pene parado era
obscenamente manoseado por ella.
¡<mirá chiquito! ¡Esto es un incentivo! ¡Vos
relajate y disfrutá que tu profe sabe cómo quedarse con la lechita de los nenes
como vos!, dijo la mujer haciéndome la señal de que me quede a mirar.
Vivi le lamió los huevos con besos ruidosos,
se reía al descubrir su brillo labial en la pija del pibe cuando amagaba con
mamarla. La olía, tomaba café, le daba un chupón en el cuello, jugaba con su
oreja mientras lo pajeaba y, de repente se la metió toda en la boca para
petearlo con histeria. El nene masticaba una factura, intentaba tocarle sin
suerte las tetas y gemía nervioso.
De pronto ella afirmó: ¡Vos estás loco por
mirarme las tetas no?!, mientras se abría la blusa y desprendía su corpiño con
una habilidad asombrosa. Le puso las lolas en la cara y no tardó en bajar para
acomodar su miembro entre ellas, y así subir y bajar unas cuantas veces, hasta
que el chiquilín casi se cae hacia atrás cuando un huracán de leche le maquilló
el rostro a la mujer, que enseguida se adueñó de los últimos chorros que
largaba esa pija.
Cuando Vivi me dio la orden para ir a cocinar
salí inmediatamente, más que nada para cambiarme el calzón por la cantidad de
jugos que se gestaron en mi entrepierna.
Ese día por la tarde Malena me pidió que a las
19 suba a su cuarto con 2 frizzes, una tarta de manzana y, un kilo de helado de
limón. Cuando entré la muy atrevida estaba en 4 patas sobre la cama, luciendo
una bombacha roja con 2 pompones en la cola y brillitos en los pezones. Ante ella
había 3 pibes de no más de 18 años, de pie y con sus pijas al aire, vestidos
arriba, pero con las piernas temblorosas, porque la perrita los mamaba, los
pajeaba y los colmaba de chupones groseros.
¡Gracias Marta! ¿Alguna vez te dije que sos mi
ídola?!, me dijo saboreando una de esas vergas empaladas, y yo, casi sin habla,
no pude soportar no amasarme las tetas con un tímido gemido en los labios al
oír a la nena atragantarse y a los chicos pedirle más y más pete. Pero Male me
vio, y como adivinando mi lujuria contenida dijo: ¡Martu, si querés tocate, no
tengas miedo!
Mi sangre estalló mientras ella se comía 2
pitos a la vez, y entonces comencé a frotar el culo contra un mueble al tiempo
que rozaba mi vagina sobre el pantalón.
¡Dale Male, chupame los huevos!
¡Y a mí sacame la lechona pendejita sucia!
¡Pajeame más zorrita! ¡Cómo te gusta la pija
puta de mierda!, decían los chicos mientras Male seguía peteando, gimiendo y
escupiendo. Acabé cuando dos pibes al unísono le dieron la lechita en la boca,
sin mucho esfuerzo, porque lo que veía era más fuerte que mis frotadas.
A los dos días volvió a repetirse aquella epopeya,
solo que esta vez eran 5 varones, y yo no me quedé a mirar porque tenía que encerar
pisos. Pero ni bien se fueron sus invitados me llamó apesadumbrada para que le
cambie las sábanas, porque la cochinita se había hecho pis durante su merienda
seminal.
Amaba el cuarto de Diego con sus sábanas
manchadas de semen, con forros llenos de acabada bajo su cama y dvds pornos por
doquier. Me encantaba limpiar la pieza de Male, donde el olor a sexo le ganaba
la pulseada a sus perfumes acaramelados. Disfrutaba de mirarle el escote
pronunciado a Viviana, el culo infartante a Male con esas calzas ajustadas, el
bulto hinchado a Guillermo por las mañanas, las posturas de mariconcito de
Pablo y el brillo de los ojos de Solange cada vez que salía de debajo de la
mesa tras comerle la salcita a Diego. Eso lo hacían bastante a menudo. Además
me enorgullecía cobrar mis buenos pesos extras por sumarme a sus peticiones
carnales. Como la del mediodía en que estaba por poner la mesa, y me topé con
Malena a upa de un rubio precioso al que cabalgaba suavecito hasta que me vio
entrar.
¡Dale pendejo! ¡Dame pija, toda la pija rica
esa que tenés! ¿Te gusta cómo te cojo? ¿Lo hago mejor que tu novia? ¿Viste que
tengo la concha chiquita? ¿Me tenés re al palo! ¡Quiero tu verga para mí solita
perrito!, declaraba ella hamacándose y sudando de tanto saltar sobre ese trozo,
ahora más ligerito que antes.
¡Y vos Marta, vení! ¡Chupame las tetas,
porfy!, agregó luego.
Ni lo pensé. Apenas su top voló por los aires
mi boca se apropió de uno de sus pezones para degustar esa piel tersa, pulcra y
sedosa mientras él le comía la boca tolerando aún el ritmo de sus ansias.
¡La otra también mami! ¡Chupamelá toda,
mordelas, dale perra! ¿Y vos dame la leche boludo, llename toda, damelá
guachito!
Llegué a tener ambos pezones en mi boca. Hasta
que un concierto de gemidos cada vez más agudos me hicieron notar que una
oleada de semen se juntaba en lo hondo de sus entrañas. Luego de una pequeña
calma el pibe se arregló la ropa y enfiló para el baño. Ella de pronto me tocó
el culo y se me colgó de un hombro para susurrar en mi oído: ¡Gracias Martu! ¡Nadie
me había comido las gomas así de rico! ¡Acabé gracias a vos turrita!
Inmovilizada y caliente, puse la mesa para
toda la familia, nuevamente después de cambiarme el calzón que estaba hecho
sopa.
Tampoco me negué a colaborar con los macabros
designios de Diego el mediodía que Solange llegó del colegio muerta de hambre.
Pasó que, apenas terminaron de almorzar, él empezó a molestarla para que se
saque la bombacha y se la dé. Malena los retó inútilmente, y en cuanto subió
apurada a su dormitorio, él acorraló a la nena entre los sillones para que cumpla
con su requerimiento. Ni siquiera la dejó terminar de comer su flan con crema.
Yo estaba lavando los platos cuando me gritó:
¡Vení vos, ayudame a sacársela!
De hecho, yo misma lo hice mientras él le
tenía los brazos contra su espaldita, como esposándola, y se la di en la mano
al pendejo. Ella desapareció escaleras arriba y yo seguí lavando. Hasta que al
rato volvió a reclamarme: ¡Vení Marta! ¡Por favor, con los guantes puestos!
Lo vi tirado en el sillón tocándose la pija
hinchada, descalzo y con el pantalón en los tobillos.
¡Sacame el pantalón, la remera y bajame el
bóxer, y pajeame nena, dale!
Yo obedecía inmutable. Tenía el bóxer
endurecido de tanto semen, la verga hirviendo, los ojos desorbitados y la
respiración pendiendo de un hilo.
¡Tomá, obligame a oler la bombachita de mi
hermana, y pajeame con esos guantes cochina! ¡Dale que seguro te calienta mi
pija! ¡Refregame la bombacha por toda la cara! ¡No sabés el olor a concha y a
culito rico que tiene, me vuelve loco esa gordita!, decía Diego mientras yo lo
pajeaba con furia, olía su bóxer y trataba de que no pare de oler esa
bombachita húmeda por nada.
¡Meteme un dedo en el culo mami! ¡Dale, y si
querés chupame toda la pija! ¡Haceme acabar Marta, dale puta!, exigió el jefecito,
y yo lo hice.
Fueron un par de chupadas a fondo, después más
paja con besitos a sus bolas, y luego sí me la metí de lleno en la boca para
mamarlo bien, con mi dedo casi adentro de su orto, con mi otra mano jugando con
sus tetillas y con su lengua lamiendo aquella bombacha.
¡Mostrame las gomas perra, ahora!, me gritó, y
en cuanto una de ellas salió despedida de mi corpiño me llenó los guantes de
leche, la que le esparcí por la pija y los huevos.
Esa noche, mientras tendía mi cama recordé que
en medio de aquella paja perversa, el mocoso mencionó a mi hija.
¡Qué lindo debe chuparla tu nena no? ¡Debe
tener la conchita siempre caliente! ¡Es re petera seguro!
Sonaron sus palabras en mi mente, y tuve
infinitas ganas de pajearme imaginando a mi Flopy montada sobre la pija lechera
de ese alzadito.
Al día siguiente le hice realidad uno de sus
pedidos más especiales. Quería que le juntara la mayor cantidad posible de
bombachitas sucias de Sol y se las deje en su cama, dispersas entre las
sábanas.
Ninguno tenía acceso al dormitorio del otro,
puesto que cada uno tenía sus llaves, pero no la de los cuartos ajenos. Solo yo
era la apoderada de todas. Así que guardé en una bolsa unas 12 bombachas, las
que Solange siempre deja tiradas o colgadas sin lavar en su baño privado, y le
di el gusto. Ese, y el día de Male con su chico cobré como mil pesos demás.
También la mañana que Viviana quiso que limpie las repisas de su estudio
mientras ella educaba con fonética francesa a Carla y a Sergio, una parejita de
unos 19, que no paraban de tomar café. Al parecer eran bastante toscos en la
materia. Vivi renegaba casi sin fuerzas cuando debí salir a buscar azúcar y un
paño nuevo para seguir limpiando. Pero, a mi vuelta la patrona estaba en tetas
pajeando despacito a Sergio, quien atesoraba una pija glamorosa por lo gruesa y
cabezona.
¡¿Ustedes, tienen relaciones sexuales seguido
chicos?!, preguntó Vivi entre risas sin soltar al nene. Los dos dijeron que sí.
¡Pero vos linda, ¿te tragás su lechita sin
hacer carita fea? ¿Y vos, le comés la fresita?!, averiguó después, agachándose
como para embarazarse la garganta, aunque solo la olió, gimió y se la pasó por
la boca.
¡Vení Carla, agachate acá, que quiero verte en
acción!, le pidió la profe, y la chica se hincó tras quitarse el saquito negro,
la blusa y el corpiño. Frotó sus meloncitos en la dureza de su amado, juntó sus
pezones a su glande rojizo para pajearlo y dejó que Vivi le suba la falda para
darle unas nalgaditas.
Carla le escupió los huevos, le re babeó el
slip y le mordió la puntita sobre la tela, mientras Vivi le bajaba la colales
hasta las rodillas.
¡Abrime más las piernitas, que quiero ver cómo
te mojás nena, y chupala más! ¡Bien chancha te quiero!, le dijo bajito, y
cuando se acercó a mí, casi me infarto.
¡Marta, quiero que me chupes las tetas y te
pajees preciosa! ¿Sí?!, fue todo lo que debí escuchar para que mi lengua entre
en contacto con sus pezones erectos, con toda la fiebre de sus pechos generosos,
dulces y tibios, y para que mi mano juegue en la oscuridad de mi jogging
haciendo crujir a mi pobre vulva excitada con los masajes y arremetidas dedales
que me otorgaba. Vivi jadeaba impaciente repitiendo: ¡Oleme las tetas putita!
Carla pajeaba a Sergio en el hueco de sus
tetas y se la chupaba alternadamente. Cuando lo deseaba le comía la boca.
Apenas la colales de la nena se deslizó hasta el suelo, Vivi me dio una tregua,
apartó a Carla de su enamorado y la sentó en la mesa. Cuando vi su cabeza
ingresando casi adentro de su falda supe que pronto la chica se retorcería de
placer, y así fue entonces.
¡Marta, corré y sacale la lechita a ese
pendejo! ¡Y vos gozá bebita!, dijo Vivi entre chupones y lengüetazos invisibles
para nosotros por su falda maldita. Pero lo cierto era que le amasaba las
tetas, le metía los dedos en la boca y, evidentemente le degustó hasta el
culito.
Yo me metí de un bocado la pija a punto
caramelo de Sergio, y en menos de 3 bombazos su semen recorrió mis comisuras
nublándome la razón. Sus gemidos me regalaron un orgasmo fatal, justo cuando
sus dedos estiraban mis pezones como plastilina, y Vivi hacía lloriquear a la
pibita diciéndole: ¡Acabame toda, dame todo chiquitita, y no pares de coger! ¿Cogete
a todos, dale guacha, que te vas a ir bien acabadita, y sin bombacha de acá!
No los vi irse, pero sí vestirse con las caras
llenas de satisfacción.
Mis días eran un suplicio cuando no pasaba
nada en la mansión, fundamentalmente por eso. Era demasiado para mí sola. Todos
mis sentidos, mis músculos, mi presión arterial y mi decencia habían aceptado
como normal y necesario cada uno de esos momentos. De hecho se me convirtió en
un vicio.
La tarde en la que vi a Viviana a los besos
con una embarazada en su estudio, también me crucé en el pasillo de entrada a
Malena cogiendo contra la pared con un treintón que la hacía chillar como
nunca. Luego en el patio Diego se hacía mamar la verga por una primita lejana
que andaba de visita, y en la cocina Solange estaba bajo la mesa, en musculosa
y bombacha, rodeada de sus primos, meta lamerle los pitos.
No sé por qué, pero mi locura sexual me
condujo al estudio de Guillermo. Entré, le preparé café mientras él trabajaba
en la compu y cortaba un llamado. Me le acerqué como un perrito mojado, y
cuando supe que me miraba lamí mi pulgar y dije sin ataduras: ¡Quiero que me
coja!
El hombre peló la verga, se abrió la camisa y
me invitó a arrodillarme para que se la chupe, le lama las bolas y las piernas.
¡Sabía que tarde o temprano me la ibas a pedir
atorranta!, dijo después de unos minutos de pete, y se levantó de inmediato. Me
dejó en tetas, me bajó el pantalón y me tumbó boca abajo sobre la mesa con los
pies en el suelo. En cuanto me dio 3 chirlos en el culo se me montó, y sin usar
las manos calzó con maestría su rica pija en mi concha jugosa para moverse
ágil, potente y despiadado mientras me moreteaba los senos, besaba mis hombros,
me pedía que le muerda los dedos y decía: ¿Te gusta más la pija de Diego, o la
mía? ¿O las tetas de Vivi? ¿O el ojete de Male? ¿O te calienta todo putona? ¿Te
gustó verme jugar con Solcito?!
En menos de 5 minutos su semen me inundó
entera, su cuerpo se despegó de mí, y mi vergüenza por no llevar ropa interior
me hizo sentir una reventada. Para él fue un trámite cogerme, pero a mí me
devolvió casi tanto como las ganas de vivir. Esa poronga fue un regalo del
cielo para las telarañas de mi sexo. Y mejor aún cuando me dijo al oído, antes
de aburrirse de manosearme las tetas: ¡Esto no lo vas a cobrar, porque la que
quería pija, ahora fuiste vos putita! ¿Estamos de acuerdo?
Rumbo a mi cuarto vi a Sol en uno de los
sillones, ya sin sus primos y con la remera empapada de tantas acabadas, y sin
saber por qué causas del destino me siguió.
¿Querés entrar conmigo?!, le dije apenas
llegamos a la puerta de mi pieza.
¡Sí, por favor, no aguanto más!, respondió
como en apuros. Tenía los ojitos relucientes, las mejillas enrojecidas, el pelo
enredado y, hasta podía oír el rugido de su corazón en su voz tierna. Cuando
estuvimos adentro y asolas la empujé sobre mi cama, le di un piquito para que
su cuerpo se sacuda sorprendido, y antes de que le hable dijo: ¡Sacame la
bombacha, y comeme toda la chuchi, porfis! ¡Te juro que estoy re mojada!
Apenas se la saqué le subí la remerita, la olí
como para embriagarme los pulmones, le cubrí de besitos la panza, los muslos,
los piecitos y atrás de las rodillas para hacerla reír. Su aroma virginal era
como el de mi Flopy, aunque con menos olor a pipí. Le besé el cuello, probé sus
labios cansados de abrirle paso a los penes de sus primos, y cuando su cuerpo
resbalaba por la sábana de tanto contraerse de placer comencé a pasarle la
lengua por la vagina y el culo, sin introducirla. Sus gemidos me alentaban a
morderle las nalgas, a escupirle el ombligo y a frotarle mis tetas en su flor
más nutrida de flujos cada vez. No recuerdo cómo hice para quedarme en tanga
tan rápido. Cuando al fin mi lengua entró y saboreé su botoncito prohibido
gimió mucho más, presionó mi cabeza para que insista con mis lamidas, y decía
presa de su lujuria: ¡Así, comeme toda, lameme el culo también! ¡No sabés las
ganas que tengo de coger! ¡Mis primos me acabaron como 15 veces! ¡Pero nunca me
tocan! ¿Le vas a llevar mi bombachita a Dieguito después? ¿Esa pija es la más
rica que probé! ¡Ya no quiero ser la boludita virgen Marta!
En breve sentí que las paredes de su sexo
apretaban mi lengua, y entonces su explosión de jugos con algunas gotitas de
pichí detonaron en mi boca. Yo me pajeaba con una mano y le hacía morderme los
dedos. Luego las dos nos bañamos juntas, y recién entonces ella se fue
corriendo desnudita de mi cuarto. Yo no tenía ropa para ella.
Ya nada me sorprendía. Más bien todo me
movilizaba, al punto que ni pedía permiso para tocarme ante el cuadro que se me
presentara. Como por ejemplo, la siesta que Viviana quiso frutillas con crema,
un vino blanco y preservativos en su alcoba. Ella estaba en bombacha en el
medio de la cama pajeando a Diego y a Nacho, su sobrino de 15 años de bobo, uno
a cada lado y los dos con sus pijas en estado bélico.
¡Mirá Dieguín, tenés que comerle la conchita a
Sol! ¡Olerla, besuquearla entera, jugar en el agujerito de su culo, clavarle
los dientes en las tetas, acabarle por todos lados, como si fueses un perrito
meando a su hembra! ¡Hacela tu putita nene! ¡O tu primo te va a ganar de mano!,
le decía la mujer sin dejar de masturbarlo, mientras al otro le daba un
descanso para que se toque solo viendo al negro que se cogía a una japonesa en
la tele silenciada.
¡Y vos, tontito, hacé lo mismo con tu
hermanita! ¡Esa es más grandecita, y seguro ya cogió! ¡Manoseala y mostrale tu
pija, pajeate contra su boca y que te la chupe, que a su edad es un buen
momento para empezar!, le instruía a Sergio mientras le compartía unas
frutillas con la boca.
Al rato los acostó bien pegaditos y les encremó
los pitos para petearlos al mismo tiempo, en 4 patas sobre la cama destendida y
meneando el culo con sensualidad.
¡Vamos a ver quién me da la lechita primero
eh! ¡Les voy a chupar bien los huevitos y el culo cochinos! ¡Vos Marta bajame
la bombacha ya!
Apenas lo hice me empujó encima de la pija de
Diego para que no pare de mamarlo, entretanto ella se merendaba la verga del
bobo con su almeja en movimientos cortitos.
¡Cogé pendejo, quiero lechita, dale pito a tu
tía nene!, repetía la dama, justo cuando yo me bajaba el jogging para que Diego
me clave la suya en mi cueva húmeda. Tan solo con 3 envestidas un orgasmo me
hizo vibrar, y pronto las tetas de Vivi lucían maquilladas por ambos lechazos,
los que me dio a probar cuando Sergio rajó al baño.
Pero cuando los vio con las pijas duras otra
vez se les tiró encima para seguir tan petera como antes. Yo no pude mirar más
porque el jefe quería merendar urgente.
Así mis días se fueron llenando de sexo, mis
noches de masturbaciones intensas por todo lo que veía, y mi vida de divertidas
experiencias. A Guille era habitual verlo con prostitutas muy finas, a Diego
con alguna paraguayita petera o gozando de las habilidades de Sol, a Male en 4
patas con distintos atuendos sexys pero siempre con dos o tres pijas en la boca
y una más seguro en su concha perfecta, a la señora relajando a sus alumnos con
masajes eróticos o con sexo oral, a Pablo con algún trava o trans, y a Solange
debajo de la mesa en bombacha con los pitos de sus primos como chupetines.
Pasaban los meses, y yo me sentía cada vez con
menos capacidades para enjuiciarlos. Hasta que, por causas de la anemia de mi
padre, no nos quedó otra que internarlo. Mi madre estuvo al cuidado de una
vieja amiga, y Flopy tuvo que venirse conmigo. Esa semana no hubo colegio, ni
gimnasio ni tardes de plaza con amigos para ella. Obviamente, no tenía que
ayudarme con nada. Los patrones aceptaron que ella se instale durante ese
tiempo, y no me descontaron nada por lo que consumió. Solo que Flopy revolucionó
aún más mi cabeza y los ojos atentos de los hermanitos. Enseguida vi como a
Diego se le abultaba el pantalón el mediodía que la presenté, y también observé
los gestos obscenos de Male que no dejaba de mirarle las tetas.
Le advertí a Flor de todo. Pero para ella fue
más fuerte encontrarse con la realidad que cualquier cosa que pudiera
explicarle. Fue esa misma tarde.
Yo limpiaba especieros, mesadas y bachas
mientras ella leía algo para historia, justo cuando Diego se le sentó al lado,
y casi en el mismo segundo Solange se sacaba la bombacha por debajo de la
pollera.
¡Olela nenito alzado!, le dijo a viva voz, y
se mandó para abajo del mantel dispuesta a petearlo. Flopy frunció el seño con
resignación y bronca, pero no se movió hasta que Diego se escandalizó vertiendo
su semen en la boquita de su hermana, aún cuando éste la señalaba diciendo: ¡La
chupa re rico ella! ¡Y vos tenés una boquita de mamadora tremenda, morocha!
¿Sabías?
Esa noche mi hija quiso darme lecciones de
moral mientras nos acostábamos. Tuve que
dejarle bien en claro que en este sitio las cosas son distintas. Esto no
era nuestra casa, ni nuestras costumbres, ni principios.
Sin embargo, en mitad de la madrugada la
sorprendí abierta de piernas y semi sentada en el borde de su cama, con dos
dedos entrando y saliendo de su vagina. No pude más que acercarme para ver
mejor. Se horrorizó al principio, pero luego cedió cuando le acaricié las tetas
y le bajé la colales.
¡Qué linda pija tiene ese taradito ma!
¿Viste?? ¡Y cómo se la chupó la guachita!, dijo Flopy casi al borde de su
estallido, y enseguida agregó: ¡No me voy a ir de acá sin que me coja como a
una putita!, y acabó con sus dedos empapados de jugos y saliva, ya que la
chancha se los lamía.
¿Te puedo confesar algo? ¡Yo se la chupé, y su
lechita es deliciosa!, le dije unos segundos más tarde, mientras le ponía la
bombacha y la recostaba en su cama.
Al otro día mi niña descubrió a Guillermo con
una mina a la que le hacía el orto
contra la pared, y más tarde a Male cogiendo con su profesor particular de
literatura en el living. Luego la vi ruborizarse cuando se topó con Diego
pajeándose en el patio mientras Sol dejaba que le lama la conchita mientras
ella se balanceaba suave en un columpio, solo con una bombacha rosa.
Al día siguiente no hubo más preámbulos. Para
colmo yo había tenido un sueño premonitorio.
Resulta que Diego me solicita en su habitación
para que lo ayude a seleccionar la ropa que no le entraba y entonces darla a un
comedor. En medio de la siesta entré, ¡y no pude salir de mi estado de shock
por unos segundos! Diego estaba desnudo en el medio de la cama, a su lado
Malena en bombacha y al otro, acurrucada con su calcita flúor y su remerita de
brillitos estaba mi Flopy, a quien Diego le manoseaba las lolas.
¡Dale tontita, dejate llevar por nosotros, que
te va a gustar mucho la pija de Dieguito, te lo aseguro!, dijo Malena sacándose
la bombacha muy despacito, la que le dio al pibe para que envuelva su pene
gordísimo allí y se pajee. Flopy temblaba cuando Male le quitó la remera y se
puso a merendarle las tetas con un besuqueo que hasta yo podía sentirlo, a la
vez que el nene le abría las piernas a la fuerza para fregar su cara en su
mitad.
Diego no tardó en rebalsar de esperma la
bombacha de Male, quien apenas lo notó exclamó: ¡Uuuuuh nene, no te pudiste
aguantar, me la enlechaste toda!, mientras jugaba con los pezones de Flopy.
Hasta allí pude conservar la calma. Yo misma
desnudé a mi hija, le exigí a Male que le huela y lama la conchita, que se le
ría por usar bombachas de Mickey, que le ponga su culote enlechado y que la
suba a la pija otra vez erecta y fornida del pendejo, al que yo masturbé
emputecida mientras Male se hacía de los jugos, la vergüenza, los pudores y los
aromas afrodisíacos de mi Flopy.
¡Quiero sentir cómo me llenás la concha de
leche guacho!, anheló cuando Diego comenzaba a pujar clavando su arma cargada
cada vez más adentro de su sexo, al tiempo que Male le chupaba las tetas y yo
la nalgueaba, le frotaba mis pezones duros en la espalda o le rozaba la piel
con las uñas.
Eso era lo que había soñado. Que Flopy le
pedía un bebé al degeneradito que tantas veces pervirtió mi mente.
¡Embarazala putito, acabale todo adentro! ¡Y
vos hija, meale la pija, bien puta te quiero zorra!, le grité en el oído a
ellos, y enseguida, entre que el chucu chucu los tenía más y más cebados, tumbé
a Male en la cama. Tomé un consolador que sabía que siempre pululaba en el
tercer cajón del armario, se lo hice lamer a los tres, me le tiré encima
poniendo mi sexo sobre su cara y le abrí bien los labios vaginales para darle
placer como seguro nunca lo había alcanzado. Male aullaba de lujuria y se
colmaba de flujos sabrosos. Mi vulva estallaba una y otra vez en su boca y los
contornos de sus mejillas. Ahora Flopy estaba en 4 patas sobre el suelo pero
con los codos en el acolchado, con la bombacha de Male toda rota y empapada,
sudorosa, boquiabierta y con los ojos entrecerrados, disfrutando de los
bombazos de Diego a su conchita rosada, quien de repente se la dejaba quietita
pero bien ensartada, y luego volvía a percutir como un perro vehemente.
Cuando empecé a oír los quejidos agitados de
Diego y los pedidos urgentes de Flopy, cosas como: ¡Así, toda la lecheee, dameee
guaachooo!, supe que estaba acabando como para fecundarla, y no me equivoqué.
Cuando ella se puso de pie vi fluir unas líneas de semen por sus piernas, y de
un empujón la tiré encima de Male para lamérselas, tanto como a sus pezones
chiquitos y como de piedra de tan duros.
Male se daba
placer con el chiche y Diego se pajeaba contra la cara de las dos. Pero en
cuanto tuvo la pija lista como un termo, se subió arriba de mi nena y la
envistió con más agresividad que antes, mientras Malena le comía los huevos y
el culo, intentaba meterle el juguetito en la cola a Flopy y la denigraba
haciendo arder mi sangre como a un volcán entre mis piernas. Le decía cosas
tales como: ¡Cómo le gusta la pija a la nena de la empleadita, bien sucia sos
mami, y terrible olor a concha tenés, sos chiquita pero te encanta la leche, el
pito y que te rompan el culito, no?!
Yo le introducía la lengua a Male por atrás y
adelante, alentaba al pibe para que la coja más rápido, y Flopy lloriqueaba de
dolor, humillación y vergüenza, pero no paraba de decir: ¡Haceme un pibe
guacho, dame leche!
De repente Diego volvió a latir en un apretado
grito de guerra que concluyó en otro río seminal adentro de la vulva de mi
hija, y corrió para que yo le limpie la verga con la boca.
¡No sabés cómo me pajeaba tu mamita Flor, y
cómo me coge la yegua!, decía el mocoso entre que Male le pedía a Flor que le
chupe los dedos de los pies mientras se masturbaba, y mi boca hacía cada vez
más espacio a la nueva erección del semental de la familia.
Ni bien Malena aseguró: ¡Ahora mi hermanito te
va a hacer la colita sabés!, acostó boca abajo a Flopy, le abrió las nalgas, la
escupió, la pajeó con el consolador, le metió un dedito haciéndola gemir un
poco, le fregó sus tetotas por la espalda, le dio unos chirlos, y justo cuando
mi lengua había lubricado todo el tronco de Diego, Malena dio precisas
instrucciones.
¡Martu, soltalo y alcanzame una bolsita roja
del cuarto cajón, que yo me voy a acostar acá… vos Flopina vení a upita mío, y
vos Diego acercate, que te la vas a empomar por la colita!, dijo Male sobándose
las tetas, ya boca arriba y besuqueándose con mi nena. En la bolsita había una
bombacha con un pito de goma, mucho más pequeño que la poronga de Diego. Me
pidió que se la ponga, lo que hice con bastante incomodidad, y que introduzca
el chiche en la concha resbaladiza de Flor por tanto semen. En cuanto terminé
Male empezó a cogerla rápido, sin pausa y sin dejar de comerle la boca,
entretanto Diego se pajeaba contra su ano, le daba tremendos pellizcos y
pijazos en las nalgas.
Todo hasta que Male le dijo: ¡Dale nene,
métesela ya, que yo le cojo toda la conchita!
Diego se montó en su cuerpo ardiente, y solo
empujó dos veces para que Flopy grite como una marrana. Era imposible calzar
esa pija cabezona por su grosor, pero Diego logró que su glande sea absorbido
por el culo virgen de mi nena, que se llenaba de lágrimas agridulces, de
alaridos, palabrotas y hasta de mocos.
Pronto Male salió de debajo de su cuerpo y se
arrodilló para que Flopy le chupe el juguetito como una peterita servicial,
para que se haga pis de tantas envestidas en su culito cada vez más abierto y
para acabarle toda su tensión sexual en la boca mientras le gritaba: ¡Dale
putita meona, mordeme la concha que te acabo perritaaa, y vos rompele el culo a
esta cerditaaa!
Diego enseguida dio vuelta a Flopy, le hizo
chupar la pija y los huevos, después unos cuantos forros usados que sacó de
debajo de su cama junto a dos bombachitas de Sol que muy bien atesoraba. Cuando
no pudo más se le trepó sin piedad y se la ensartó nuevamente en la concha para
sacudirla como a un papelito, y en cuestión de segundos llenarla con su semen
furioso.
Aquella siesta inevitablemente Flopy quedó
embarazada, ya que no toma pastillas, y porque el morbo fue más allá de
cualquier límite que cualquiera pudo haber establecido. Desde luego, aquí no
hay infieles, ni culpables ni explicaciones. Cuando Diego le contó a su madre
lo sucedido, ella decidió entonces que Flopy participe de cada acto sexual en
el que se la solicite, y así fue que se convirtió en un objeto preciado por
Guillermo y sus amigos. Les encantaba que una embarazadita les chupe la pija en
el estudio, descalza, en bombacha y cada vez más gordita. También a Diego y a
sus primos.
Aún Flopy está de 8 meses, y Guillermo no para
de chuparle las tetas cuando se le antoja. Prácticamente todo lo que la deja
lucir es una bombacha blanca y una remera ancha con unas sandalitas. A Malena
la vuelve loca el sabor de la conchita de mi hija. Y yo, ahora sí tengo
licencia para garcharme al macho de la familia. Siempre y cuando haya testigos.
Por lo que sé, Guillermo también dejó preñada
a la hija de su secretaria, pero eso no fue bien visto por su mujer, quien
piensa presentar cargos contra él hasta lograr el divorcio. Pero, en lo que a
mi vida respecta, sigo en la mansión, sin abrir la boca, feliz, cada vez mejor
cogida y con una hija a la que jamás le va a faltar nada. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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