Tía Luciana

Mi tía es una mujer extremadamente provocadora. Tal vez lo haga de formas inconscientes. O quizás, yo la justifico para no desubicarme algún día de estos con ella, y que la familia me destierre por degenerado. Pensaba cada vez que la veía con su buen par de tetas y su culazo insultante a los ojos de la calentura. Pero, ¿por qué la familia habría de saberlo, en caso de que algo fortuito sucediera entre nosotros?
Algunas veces, cuando vuelvo a casa del trabajo la encuentro charlando con mi madre. Siempre comparten unos mates para ponerse al corriente de los chismes del barrio. Les encanta hablar de moda, de las vecinas, de las novelas turcas, de las noticias más destacadas y de lo insoportable que están mis abuelos. Pero yo no podía dejar de mirarla, embobado, perplejo y perverso. Cada vez que la veía sorber la bombilla del mate, o meterse galletitas a la boca y limpiarse las miguitas de los labios, o sacudir el pelo para que su perfume fluya por los aires, la pija se me ponía como de piedra. ¡Ni hablar cuando iba y venía por la casa con sus calzas apretaditas, o sus jeanes ajustados! Luciana tiene 35 años. Es la hermana menor de mi madre, y no termina de sentar cabeza en cuanto a sus relaciones con los hombres. Nunca un novio le dura más de tres meses. Es una morocha imponente, de 1,60 de altura más o menos, dueña de unos ojos negros que encandilan, y de unos labios carnosos con los que sueño despierto. Los imagino rodeando la cabecita de mi pene, y tengo la sensación que mis testículos fabrican más semen para festejar aquel triunfo. Su voz tiene la dulzura justa, y sus perfumes casi siempre delicados me alteran demasiado. a pesar que tengo 24 años, que tuve varias novias, muchas más amigas con derecho, y algunas minitas para una noche, mi tía seguía siendo un manjar inexplorado, una aspiración prohibida, una quimera lejos hasta de la ilusión.
Sin embargo, una tarde, justo cuando mi madre salió al almacén por unas masas secas para el mate, vi que mi tía me miraba con una leve sonrisa curvando sus labios.
¡Che Carlos, tendrías que ser más discreto!, articuló, justo cuando terminaba una canción de Bon Jovi que sonaba en la compu. No quise preguntarle nada
¡Te vi, hace un rato! ¡Me re miraste el culo cuando me agaché a jugar con el perro!, prosiguió, tras darse cuenta que mi silencio no era consecuente con las expresiones de mi rostro.
¡Nooo tía, es que, nada que ver!, le dije, sin convicciones.
¡Mirá nene, yo soy más grande que vos, y no soy tan bobita! ¿Por qué me miraste el culo? ¿Siempre lo hacés?!, me interrogó, levantándose de la silla. Era cierto que cuando se agachó mis ojos le fotografiaron esas manzanas perfectas sin limitaciones. Es que, las tiritas de su tanga negra le asomaban por arriba de la cola al deslizársele un poco la calza, y me enloquecí. Ni siquiera había reparado en la erección silenciosa de mi pene.
¡Y bueno Tía! ¡Es que, tenés una cola que mata!, le dije, y me escuché como un tonto. No supe qué más decirle. Se me secaba la boca y me quemaba el sudor que me coronaba la frente.
¡A ver Carlos! ¡Yo te prohíbo que vuelvas a mirarme el culo! ¡No está bien eso!, dijo, sentándose a mi lado en el sillón. Pero, al mismo tiempo me friccionó una pierna. Yo tenía un short liviano, por lo que el tacto de sus dedos tibios me regalaron un temblor inesperado. Hacía unos minutos que había salido de ducharme. Era normal que en ocasiones no me pusiera ropa interior para andar por la casa. pero esa vez, mi pene quedaba totalmente expuesto ante el perfume, los dedos y la reacción de Luciana. ¿Si supiera que todas las veces que viene a casa, tenía que dedicarle al menos 4 pajas suculentas!
¿Qué pasa nene? ¿Te da vergüenza? ¡Bien que me relojeabas el culo, y seguro que también las tetas! ¿No es así?!, dijo pronto, pegándose más a mi izquierda, frotando su mano ahora en mi pecho y dejándome en ridículo al no poder siquiera contestarle. Sabía que mi sentimiento sexual hacia ella podía conducirme a un infierno sin salida. No obstante, no encontraba elementos para reprimirlos.
¡Mirá Carlitos! ¡En navidad me re apoyaste la pija en el culo, suponiendo que yo estaba mamada! ¡En el cumpleaños de la abuela, me tocaste las tetas antes de darme la porción de torta, y te hiciste el boludo, con eso de que la Mily te empujó! ¡En la pileta, no sabías qué más hacer para traerme toallones, bebidas y frutas! ¡El día de reyes, me re mojaste los pechos con la pistolita de agua, y te quedabas colgado mirando cómo se me traslucían los pezones! ¡No soy boluda nene! ¡Aparte, si me querés coger, pedímelo!, dijo luego, con sus uñas rozando mis hombros con una electricidad indulgente, con sus labios a centímetros de mi cuello, y su perfume invadiendo hasta mis pensamientos más recónditos. Entonces, una de sus manos envolvió mi bulto para subir y bajar lentamente, mientras su lengua tocó la piel desprotegida de mi cuello, y mi respiración me delató.
¡Siempre me pajeo pensando en vos tía! ¡Estás re perra!, logré decirle, abochornado pero satisfecho.
¡Vamos pendejo! ¡Seguime!, me largó ni bien se puso en pie de un brinco. Tuve miedo que se chocara algo por el envión que tomaron sus libertades. Caminó acelerando sus pasos hasta mi habitación, pegándose en la cola y bajándose la calza. En segundos, su tanguita negra y sus globos deliciosos eran parte del paisaje de mis ojos agradecidos.
¡Movete pendejo, o va a llegar tu madre!, me alertó impaciente. Yo me levanté con la incomodidad de mi pene tieso y un dolor agudo en los huevos. Necesitaba acabar ya. La seguí. Entré a mi habitación y cerré la puerta. En ese exacto momento ella se me abalanzó como un animal salvaje para arrancarme la camiseta y bajarme el short.
¡Así que andás sin calzones pendejito pajero!, dijo manoseándome el pito con ternura, antes de disponerse a fregar sus tetas contra todo mi pubis. Era una auténtica experta. Su pecho se movía con intensidad, sus senos se friccionaban hasta por mis piernas, y sus gemidos entrecortados empezaban a conducirme a un paraíso en llamas.
¿Alguna vez te imaginaste que tu tía te haría una turca con sus tetas? ¡Dale guacho, cogeme las tetas, asíii, máaaás, quiero pija en las gomas pajerito, pero ni se te ocurra acabar todavía, cerdito cochino!, me decía, al tiempo que mi verga ardía entre sus tetas, las que ella se escupía de vez en cuando. Un par de veces me frotó sus pezones en el glande, y en aquellos instantes creí que no podía detener mi eyaculación. Pero Luciana luego tomó mi pija para darse unos azotes con ella en las tetas, para escupirme la puntita y los huevos, y para volver a colocarla en el medio de sus hermosas montañas más calientes cada vez.
¿Y, yo te calentaba también cuando eras chiquito? ¿Siempre me miraste el orto guachito de mierda? ¿Te calienta mucho tu tía?!, me preguntaba sin poder controlar los espasmos de su respiración. En eso, Luciana se incorporó del suelo y se sentó en la cama, todavía con la calza en los tobillos. Me pidió que me acerque y me pajee a solo unas partículas de su cara. Hasta que no resistió la tentación de mi pija venosa y rígida. Primero la olió como a un trozo de pan fresco. Después me la apretujó con sus dedos y luego se la fregó por toda la cara, jadeando y diciendo cosas como: ¡Mmmm, qué ricaaa, toda la pija de mi sobrinooo, quiero esta pija en la boca nenito!
No hubo mucho que esperar. Cuando menos lo intuí, su boca rodeaba mi glande, mi tronco y cada palmo de mis venas lujuriosas. Se la metía hasta la garganta, y me pedía que la sujete del pelo para que le coja la boca. Entretanto me acariciaba los huevos, se pellizcaba los pezones y me nalgueaba el culo con estridencia.
¡cogeme la boquita pendejo! ¡Dale, que tu mami te va a encontrar con el pito en la boca de tu tía, y nos va a reventar! ¡Te va a ver el culo, y a mí las tetas todas baboseadas!, me decía en los intervalos que no saboreaba mi verga, cada vez más colmada de su saliva y mis jugos preseminales. Después se entretuvo lamiéndome los huevos, metiéndose de a uno en su boca y expulsándolos con delicadeza, mientras me pajeaba la pija y frotaba el culo en el colchón. Tenía todas las ganas del mundo de empujarla en la cama y violarla. Quería hacerle un hijo, y seguir penetrando esa conchita todavía desconocida para mis ojos y mi pene. Pero no para mi olfato, ya que, algunas veces pude robar alguna bombachita sucia de ella del baño de la casa de mis abuelos, donde vive Luciana. Según mi madre, mientras mi tía siga siendo la solterona de la familia, no se va a mudar de allí. Desde luego, ella nunca lo supo hasta ahora.
¡Así que olías mis bombachas, pajerito! ¿Y te pajeabas cuando lo hacías?!, me preguntó, mientras afuera la voz de mi madre comenzaba a hacerse oír. Primero por retar al perro, y luego para saber a dónde se había metido Luciana.
¡Ya voy Julia! ¡Estoy en la pieza de Carlos!, gritó mi tía mientras se arrodillaba encima de mi camiseta en el suelo.
¡Vení pendejo, dame leche en las tetas!, me dijo moviendo sus senos con arrogancia. En ese momento descubro que tenía su tanguita aferrada en dos dedos. Apenas me acerqué a ella, junté mi pija a sus tetas, y ella la colocó en el centro luego de escupírselas.
¡Tomá, olé mi tanga usadita nene!, me dijo cuando mi pene volvía a consumirse en el calor de sus mamas. Yo se la quité como si fuese un ladrón muerto de hambre y la llevé a mi nariz, mientras ella subía y bajaba con sus tetas por la piel de mi pija, y sus labios le daban flor de chupones a mi glande cada vez que llegaba. No podía soportarlo más.
¡Dale Luciana, que pongo más agua para el mate!, gritó la desconsiderada de mi madre.
¡Olela toda pendejo! ¡Pasale la lengüita en la parte del culo, y la concha! ¿Mordela! ¡Quiero que te calientes con el olor de tu tía! ¡Tu tía tiene olor a puta! ¿Vos qué decís?!, se expresaba Luciana, cuando mi leche comenzaba a empaparle las tetas, a salpicarle la cara y el pelo, y a obtener el honor de que sus labios hayan podido hacerse de algunas gotas. Llegué a vislumbrar que Luciana se daba algunos golpecitos en la concha. Pero no quiso enterarme de sus ganas de acabar. En realidad, yo suponía que no lo había hecho.
De repente mi madre golpea la puerta de mi cuarto con aire impreciso pero adusto.
¡Dale Luciana! ¿Se puede saber qué mierda estás haciendo? ¡La puta madre che!, rezongó mi madre, mientras Luciana se acomodaba la calza y se ponía la remerita, sin limpiarse las tetas. Apenas se pasó un pañuelito descartable por la cara. No se puso la tanga. De hecho, cuando se lo dije su voz volvió a convertirse en brazas de calentura.
¡Obvio que no me la puse chiquito! ¡Es justo! ¡Si vos andás sin calzoncillo, yo voy a andar sin bombacha! ¿Te gusta?!, me explicó, irónicamente, como si todo fuese lo más normal del mundo.
¡Aaah, y mañana, te espero en lo de los abuelos! ¡Quiero esa pija en mi concha sobrinito! ¡Por lo visto, acá no vamos a poder coger!, me dijo, antes de desaparecer al otro lado de la puerta de mi habitación.
Luego, le eché un vistazo mientras tomaba mates con mi madre. Pensaba en que mi madre no sabía que su hermana menor tenía las tetas regadas con mi semen, y que su hijo atesoraba la tanguita que antes le escarbaba el culito, y la pija se me volvió a parar. Pero tenía que ser paciente. La casa de mis abuelos estaba a solo unas horas de distancia de la calentura más grande que el destino me obsequió.     Fin

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