Éramos chiquitas. No sabíamos lo que hacíamos.
Contábamos con la desvergüenza y la confianza que nos teníamos, pero ninguna de
las dos sentía culpa. No conocíamos la palabra prejuicio, ni nos regíamos por
otra cosa que jugar y disfrutar de nuestros juegos de primas, los que seguro
que en aquel tiempo no eran tan habituales entre las nenas.
Daniela tenía 12 y yo 10. Íbamos juntas al
cole. Si ella no me pasaba a buscar, yo le tocaba el timbre con toda la
impaciencia del mundo. Por suerte yo vivía a la vuelta de su casa. Me acuerdo
que no me gustaba separarnos cuando cada una debía reunirse con sus compañeros.
Nos decíamos que nos amábamos, y las dos esperábamos con las mismas hormiguitas
en los pies a que llegue la tarde para tomar la leche juntas, hacer los deberes
y, después jugar en mi pieza o en la suya. En su casa era más difícil porque
tenía 3 hermanos, y en cualquier momento nos podían descubrir. Yo sentía que no
me podía despegar de ella, y por lo que parece, a ella le pasaba igual.
Mi mamá tal vez con sus conceptos fue quien
nos impulsó a curiosearnos entre nosotras. Fue para un cumple, en el que
algunos de mis primos se quedaron en casa. Yo, por alguna razón quería que mi
primo Ariel duerma en mi pieza. Con él nos habíamos dado algunos besos en la
boca, y, en aquellos despertares de niña, yo fantaseaba con que sea mi novio,
con mirarlo desnudo y esas cosas. Pero mi madre me sacó de esa idea diciendo: ¡No
señorita, nada de eso! ¡Ariel va a dormir con Maxi y con Elías en el living!
¡Ya les armé unos colchones y les prendí la estufa! ¡Hace muuuucho frío! ¡Vos
vas a dormir con Daniela! ¡Las nenas con las nenas! ¡Así debe ser siempre! ¿Estamos
de acuerdo?!
Ese día el frío intimidaba al más valiente. La
llovizna salpicaba la ventana de mi pieza y, yo tenía miedo de algunos rayos
que rugían impasibles en la noche cerrada. Hasta que entró Daniela con un
pedazo de torta.
¿Querés Vale?!, me dijo con la boca llena. La
verdad, yo me sentía medio empachada, por lo que no le acepté la cucharita que
me acercó a la boca.
¿Estás enojada porque tu mamá no te dejó
dormir con Ariel?!, preguntó casi como una sugerencia.
¡Sí, pero ya se me va a pasar! ¡Igual, no la
entiendo! ¡No sé por qué no me deja! ¡El otro día tampoco quiso que Tomás
duerma en mi pieza!, le dije con sinceridad.
¡Es obvio Vale! ¡Tu mamá no quiere que le miremos
los pitos a los chicos! ¡Ellos, los grandes digo, piensan que no podemos dormir
con los nenes, porque nos pueden embarazar!, me explicó riéndose, mientras se
quitaba el pantalón. Apenas se metió a la cama conmigo en bombacha, sentí algo
extraño, algo parecido a una señal. Por fin Daniela respondería a mis
curiosidades.
¡Igual, seguro que ya le viste el pito a alguno
de nuestros primos vos! ¿O no?, investigó. Le dije que ni ahí, aunque me
hubiese encantado.
¡Yo sí, y no solo a Tomi, o al Ariel! ¡Pero,
tu mamá no quiere que veamos pitos! ¡Y la mía tampoco!, afirmó con aire adulto,
y luego se acostó casi encima de mí.
¡Nosotras también podemos jugar a que somos novios!
¡Yo puedo hacer de hombre si querés!, me decía un poco agitada, haciéndole
notar a mi pecho que sus senos ya la convertían en una chica distinta. Se había
quitado la camiseta, y esa vez no se había puesto corpiño. Me la quise sacar de
encima. No sé. Algo de todo aquello no me cerraba. Pero ella me empezó a decir
bajito: ¡Te amo Vale, y quiero que seas mi esposa! ¿Te gustaría tener un hijito
conmigo?!
Enseguida comprendí que era un juego, y que
ella tomó el rol del hombre, sin dejarme decidir nada. Pero, por otro lado, me
parecía raro que mi prima quisiera besarme. Buscaba mi boca y frotaba sus tetas
en mi piel, y hacía la voz grave. Me pedía que le diga Daniel, que no me
resista a besarla, y que me quite el pantaloncito que solía usar para dormir.
¡Dale Valeria! ¿Vos no querías jugar al papá y
a la mamá con Ariel?!, me dijo ofuscada.
¡Sí, quería! ¡Pero, me parece que vos tenés
que hacer de mamá, porque tenés más tetas que yo!, le dije ilusa, inocente y
con cierta picardía.
¿Bueno Vale, pero cuando quedes embarazada te
van a crecer más! ¡Aparte, sos chiquita todavía!, me decía, cada vez más cerca
de estamparme un beso en la boca. Ella misma me quitó el pantalón, las medias
y, al rato volvió a meterse en la cama. Estaba fría y tensa. Pero más que
dispuesta a poseerme.
¡Ahora tenemos que hacer el amor Vale! ¿Me
dejás?!, me dijo mientras intentaba besarme. Cuando al fin lo logró, sentí que
miles de campanitas, mariposas, luciérnagas y brisas perfumadas con jazmines me
invadieron por completa. Ahora yo quería que me bese, que su lengua entre y
salga de mi boca, que su aliento y el mío sean un solo corazón latiendo en la
noche. Aquel primer beso fue un golpe de magia en mi ser, tan intenso como
inolvidable. Por suerte para mi impaciencia hubo otros miles más. Daniela me
besaba el cuello, la cara, la nariz, las orejas, los hombros y la boca. Tenía
muchas maneras de besar. Me encantaba que sus labios atrapen a los míos para
presionarlos, y junto a esa presión insoportable que sea capaz de introducirme
su lengua. Se agitaba cada vez más, y me decía todo el tiempo: ¡Te amo Vale, y
ahora te voy a hacer el amor, porque sos mi mujer!
Sus piernas se frotaban con las mías, sus
manos me abrazaban por la espalda o me sujetaban la cabeza para que sus besos
me aturdan en una especie de agonía impostergable. Empezó a moverse, como si
quisiera juntar su vulva a la mía, y me abría las piernas con las suyas en
medio de un zigzag delicioso.
Pronto se me despegó, y mientras nos reíamos
porque un trueno nos asustó en el medio de la noche, hablábamos de lo lindo que
son los besos. Pero al rato nos quedamos dormidas.
A la mañana siguiente, mi mami prefirió
llevarnos la leche y unas galletitas a la cama. Hacía mucho frío para desayunar
en la cocina.
¡Arriba dormilonas! ¡Vamos, que acá la tía
preparó el desayuno para las dos! ¡Pero primero se levantan, se lavan la
carita, hacen pichí, y vuelven a la cama! ¡Vamos, que son las 11, y los primos
ya se fueron! ¡Dani, tu mamá dice que te podés quedar hasta mañana si querés!,
nos puso al tanto mi madre. Daniela parecía iluminarse al conocer la decisión
de mi tía. Ella sí se levantó al baño. Pero yo no quise salir de la cama. Mi
mami dijo que iría a la despensa a comprar, y, no sé cómo se dio tan rápido. Al
rato me detengo a mirar a Dani que volvía del baño, en bombacha y con esas
lolas al aire que ya me generaban unas ganas de tocarlas, aunque no comprendía
el por qué.
¡Che nena, pará de mirarme las tetas! ¿Tanto
te gustan?!, me dijo mientras se metía en la cama y mordía una galletita. Le
dije que ojalá yo las tenga como ella cuando sea grande. Entonces, ella optó
por seguir jugando. Tomó unos sorbos de leche de la taza, y de repente se
derramó un poco en una de sus tetas, para luego agarrarme del pelo con cierta
brutalidad y decirme: ¡Lo que pasa es que vos sos una bebé todavía Vale! ¡Dale,
tomá la tetita, que tu mami tiene rica lechita para vos!
Mi primer reacción fue la de reírme por su
ocurrencia. Pero luego, mis labios y lengua adoptaron lo mejor que pudieron el
papel que ella les otorgó. Le limpiaba la leche, le lamía el pezón y se lo
estiraba porque a ella la hacía gemir, y eso me daba a entender que le
complacía. Cuando ya no le quedaba más leche, Daniela se volcaba otro poco, y
mi boca regresaba a lamerla, mis labios a besarle toda la teta, y sus manos a
presionar mi cabeza. Entretanto, su otra mano frotaba mi pierna por debajo de
la sábana. También me estiraba un poco la bombacha. Así me terminé toda su taza
de leche. En cuanto eso pasó, Dani me sentó sobre su falda, puso unos dibujitos
en la tele, y mientras me mecía como a una bebé me acariciaba el pelo, me
cantaba una especie de canción de cuna y me decía: ¡Si hacés todo lo que tu
mami te dice, cuando seas grande vas a tener unas tetas hermosas, y una linda
cola!
Después volvimos a la realidad. Ella se fue a
darle una mano a mi mami con las bolsas de los mandados, y yo me quedé haciendo
fiaca en la cama. Recién ahí me di cuenta de que tenía ganas de hacer pis.
Pensaba en los jueguitos entre nosotras, en sus tetas, en sus besos, y por
algún motivo mis manos comenzaron a tocar mi vagina. La tenía mojada, casi
tanto como mi bombacha! Entonces corrí al baño, pensando que se me habían
escapado algunas gotitas de pipí.
A la tarde, Daniela fue mi doctora, porque,
evidentemente me había caído pesado el guiso que hizo mi vieja. Seguro que yo
le di la idea cuando mencioné que me dolía la panza. Así que, después de que mi
mami me curó el empacho, nos fuimos a la pieza.
¡A lo mejor te dio frío Vale, y se te cortó la
digestión! ¡Pero no te preocupes, que tu primita te va a cuidar! ¿No cierto
Dani? ¡Acostate, y cualquier cosa me avisan, sí?!, dijo mi madre en cuanto
volví al cobijo de mi cama. Daniela se quedó sentada mirando la tele, en
apariencia.
Apenas mi mami cerró la puerta, ella me dijo:
¿Le duele mucho la pancita a la paciente? ¿No le gustaría que la doctora
Daniela la revise?!
No llegué a responderle. Me destapó, me hizo
unos masajes en las piernas, me sacó el pantalón cortito que uso de pijama con
la excusa de que el elástico podría apretarme, me tocó el cuello para ver si
tenía fiebre y me pidió que abra la boca. En ese momento, me pasó la lengua por
los labios diciendo: ¡Ahora se va a sentir mejor señorita!
Volvió a taparme, me puso un pañuelo en la
frente, me tomó el pulso en la muñeca derecha y dijo: ¡Creo que le voy a tener
que palpar la panza señorita!
Entonces, sus manos se adentraron en la
oscuridad de mis acolchados para empezar a presionar los distintos sitios de mi
abdomen. Me preguntaba a dónde me dolía más, me acariciaba la barriga y, en un
momento, me abrió las piernas para tocar mi sexo. Eso me hizo dar un saltito.
Pero inmediatamente me avergonzó cuando dijo extrañada: ¡Vale, tenés la
bombacha mojada nena! ¿Te hiciste pis? ¿Le digo a la tía?
Le pedí que no lo hiciera, que me la saque,
que me alcance otra del cajón y listo. Vi cómo los ojitos se le llenaron de
felicidad, mientras mi terror se incrementaba.
¿A ver? ¡Subime un poco la cola nena, así la
doctora te saca la bombacha!, dijo sin disimular una cierta ansiedad. Por
supuesto que colaboré con ella, y en cuestión de segundos me dejó desnuda. Me
gustó sentir la tela de mi bombacha deslizándose por mis piernas! Le puse cara
de asco cuando la vi olerla. Pero ella se acercó a mi boca y me dijo:
¡Tranquila señorita, que no está mal que le pase eso!, y sin esperar mi
consentimiento, me besó como tanto lo necesitaba.
Ya no me dolía la panza. Pero sentía que mi
vagina latía como si el corazón se me hubiese bajado al vientre. La sentía
húmeda, acalorada y, con cada beso de mi doctora tensionando mis músculos, todo
parecía brillar a mi alrededor.
¡Señorita, no quiere que llame a su mami para
que le dé el pecho? ¡Me parece que ya es hora de su merienda!, me dijo luego de
introducirme su lengua por última vez en la boca. Otra vez tardé en
responderle. Pero, entonces la vi sacarse la remera y el corpiño para luego
acercarse a mí, como una verdadera actriz de teatro.
¡Hola mi amor! ¡La doctora me mandó a llamar,
y dice que tenés hambre!, me dijo agravando su voz, riéndose como no creyendo
en su propio papel, y me puso una de sus tetas en la boca.
¡Chupala nena, mordeme el pezón, pero bien
despacito!, digamos que se le escapó en medio de unos suspiros. Ahora no parecía
mi madre, ni la doctora. Más bien se asemejaba a mi esposo, aquel que quería
hacerme el amor por la noche. Yo empecé a succionar, lamer, chupar y morder
como ella me lo indicó. Ella intercambiaba suspiros por pequeños jadeos, abría
y cerraba las piernas, cada vez más echada sobre mí, me acariciaba la panza, y
de nuevo se atrevía a tocar mi sexo, ahora expuesto y derrotado.
¡Mirá cómo te mojás Vale!, interpreté que dijo
entre dientes, sin darme la opción a preguntarle nada. Además, con la otra mano
se frotaba la entrepierna sobre la ropa. Juro que no sé por qué, pero me gustó
que se huela la mano que retiró de mi vagina, en un momento bastante intenso,
entre mis succiones a su pezón cada vez más babeado y sus caricias deshonestas.
¡Tengo olor a pichí?!, le pregunté. Pero no
pudo responderme, porque mi mami entró a ver cómo seguía su nena de la
indigestión. Por suerte Daniela se había separado de mí.
¿Qué hacés así desnuda Daniela? ¿Con el frío
que hace?!, le cuestionó mi madre, mientras me dejaba un té sobre la mesa de
luz. Dani le explicó que se había manchado la remera con tuco, y que estaba por
elegir alguna de las mías para ponerse por ahora.
¿Ay nena! ¡Pero con esas gomas, dudo que algo
de Vale te entre cómodo! ¡Ya te traigo algo mío!, solucionó su tía preferida, y
salió del cuarto.
En ese intervalo, Dani revolvió el azúcar de
mi taza y se sentó a mi lado para hacerme lamer la cucharita. Después la lamió
ella, y volvió a mojarla con té para darme otra cucharadita.
¿Vale, no te asustes, que no era pichí lo que
había en tu bombacha!, dijo, en el exacto momento en que mi madre entraba con
un vestidito de entrecasa para que Dani no pase frío. Se lo puso, solo para
contentarla, porque se le veía en la cara que no le gustaba ni un poquito.
Después, vimos una peli como si nada. No
sucedió nada hasta la noche, en la que Dani quiso jugar otra vez a que yo era
su novia.
¡Tendría que ir a buscar una zanahoria, o algo
para hacer de cuentas que tengo un pito para mi novia!, dijo melodiosa mientras
se acostaba encima de mí, cuando la madrugada nos envolvía. Esa vez me besó con
mayor intensidad. Me tenía desnuda, temblorosa, sumisa, entregada a todo lo que
deseara hacer conmigo. No podía impedírselo. En un momento sentí que uno de sus
dedos se hundió unos milímetros en mi vagina, y gemí. A ella le gustó mi
gemido. Lo supe porque su lengua parecía enloquecer en mi boca, y su
respiración se aceleraba.
¡Dani, vos dijiste a la tarde que, no era
pichí lo que había…!, intenté preguntarle. Pero ella me silenció con un dedo en
los labios, y con su lengua lamiendo el lóbulo de mi oreja.
¡No Vale, no te hiciste pichí! ¡Solo que, te
excita lo que te hago, nuestros juegos, los besos, y todo eso, y te mojás! ¿Entendés?!,
me susurraba al oído, con una de mis piernas siendo víctima de la fricción de
su vulva contra ella. Todavía tenía la bombacha puesta, pero podía sentirla
mojada.
¿Y vos? ¡Digo, vos también te mojás, porque te
gusta?!, le pregunté cuando sus movimientos eran más difíciles de controlar por
su mente.
¡Obvio Vale, yo ya no me hago pis! ¡Tu boquita
hace que me moje toda! ¡No sé qué me pasa con vos, pero te amo primita!, me
dijo, confundiéndome tal vez más de lo que podía meditar en ese momento.
De repente eligió una de mis manos, me la besó
y lamió mis dedos, uno por uno, y enseguida, mientras me la iba metiendo debajo
de su bombacha, sin despegarse de mí, me decía: ¡Fijate Vale, mirá cómo se me
moja la conchita y la bombacha! ¡Tocame nena, dale, meteme un deditooo!
Apenas lo hice, su cuerpo pareció
descomprimirse sobre el mío. Su vagina calentita liberó más jugos de los que ya
la bañaban, y, sus dientes me mordieron los labios mientras un gemidito se le
tatuaban en las cuerdas vocales. Mi prima había tenido un orgasmo conmigo, sabiéndome
inferior a sus conocimientos.
Desde ese día nos escribimos cartitas de amor,
nos besamos en cualquier lado y nos manoseamos, aún con el riesgo de que
alguien pueda descubrirnos. En la escuela a veces nos las ingeniábamos para
encontrarnos en el baño de nenas, y ella me hacía volar cuando me frotaba la
vagina sobre la bombacha, dejando que nuestras lenguas se enamoren entre saliva
y gemidos apretados. En casa, se hizo habitual que ella se quede a dormir para
jugar conmigo. Era mi doctora, mi dentista, la maestra que me regañaba, la
madre que me alimentaba con sus tetas enormes, o mi novia. Eso es lo que éramos
inconscientemente. Nos gustaba tocarnos y besarnos. A mí me ponía nerviosa su
aroma. Yo la celaba sin saberlo, porque no me gustaba que me cuente que le
gustaba un chico, o que le había visto el pitito a algún primo. Aunque, por
momentos me daba la sensación que lo hacía para que la cele.
Muchas veces estuvimos cerca del momento
agridulce de que nos descubran. Una vez mi mami entró cuando Dani me comía la
boca. Pero zafó rapidísimo al inventarle que me estaba sacando un granito de la
cara.
Otra tarde, mi tía, o sea su madre, entró
cuando jugábamos a que yo era su bebé. En ese ratito Daniela me sacaba la
bombacha simulando que era un pañal. No sé cómo le creyó sin cuestionamientos,
ya que la bombacha esa vez sí estaba un poquito meada, porque ella me había
hecho cosquillas para que me haga pis.
Nos encantaba tenernos, mimarnos, recorrernos,
saber que ella siempre estaría a mi lado, y que yo, su prima más linda y dulce
según ella, le sería fiel toda la vida. Hoy tengo 17, y hasta ahora no tuve
sexo con chicos. Aunque en una fiesta con ella se la chupamos a un pibito que
se moría por debutar. En realidad, ella me arrastró a darle una mano.
Dani y yo tenemos sexo al menos una vez por
semana. Nos fascina hacerlo en las fiestas familiares, donde sabemos que están
todos. Me encanta alucinar con su boquita en mi clítoris, y con su lengüita en
lo profundo de mi concha. A ella le encanta que le acabe en las tetas, luego de
frotarme toda contra ellas. Ahora sí que las tiene grandes la guacha! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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