Nunca pude
abrir juicios de valor contra esa locomotora implacable que es mi cuñada. Para
mí todo lo que hace está perfecto. Tiene con qué destacarse ante las miradas de
los hombres, y siempre se las arregla para que nunca le falte una pija, aún en
épocas de sequía. Mi esposa la malcriaba, y hasta le proporcionaba ciertos chongos con los que terminaba
encamándose. Al otro día nos compartía
todo, con lujo de detalles. Parecía que aquello le otorgaba un placer
especial.
Tanto mi esposa
como yo nos tomamos la vida con una apertura que tal vez a muchos les puede
incomodar, gracias a las estructuras que nos imponen desde larga data la
iglesia, la sociedad, los principios morales, la prudencia, etc. Pero los cuerpos
son solo cuerpos, y el sexo es apenas un pequeño continente dentro de nuestro
universo de materia y energía. Así pues, mi esposa nunca me cuestionó, ni se
escandalizó cuando supo que mi cuñada Lurdes y yo nos revolcamos. De hecho,
ella misma lo propició. Esa primera vez sucedió hace ya cuatro largos años,
cuando la muy turra llegó de visitas a casa. Estaba re drogada, y al parecer no
daba más de las ganas de un buen polvo. Mi esposa, después de escucharla
quejarse, de darle opciones para descargar sus hormonas alborotadas, ya sea con
la masturbación o con un par de tipos que no dudarían en acostarse con ella
solo por placer, se le acercó y la dejó en tetas.
¡Mirala bien
amor! ¿No tiene lindas tetas mi hermanita?!, dijo la descarada, amasándoselas y
paseando su lengua por el cuello de una desconcertada Lurdes. Como respuesta,
ella gimoteaba con los labios cerrados, y le pedía por favor que se detenga,
que se estaba mojando mucho. Además, por el aturdimiento que reflejaba su
rostro, mi presencia la incomodaba. Entre ellas nunca habían tenido sexo, o al
menos que yo lo supiera. Pero sí varios manoseos, chupones y roces.
Especialmente cuando eran más peques, compartieron algunas rondas de petes a
compañeros del colegio, ya que mi esposa solo le lleva dos años. Tenía en claro
que aquello podía ser un camino sin retorno. Pero sabía que Mariana estaría de
acuerdo con mi proceder. Por eso, de repente, sin morderme la lengua expresé:
¡Yo creo que tiene unas tetas hermosas! ¡Pero, también me parece que anda
calentita!
No supuse ni
imaginé el impacto que tendrían mis palabras. Por eso, casi pierdo el
conocimiento racional cuando Mariana levantó a Lurdes de un brazo, le dio una
nalgada en el culo y le dijo: ¡Andá Lu, vayan a mi pieza! ¡Por hoy, te presto
la pija de mi marido! ¿Querés amor? ¡Yo que vos, aprovecho, que estoy buenita!
La risa
perversa que le desdibujó las delicadas facciones a mi esposa me hicieron creer
que estaba soñando, que en cualquier momento se me aproximaba un cachetazo por
mirarle las gomas a mi cuñada, y que Lurdes no podría volver a pisar nuestra
casa. Naturalmente, un sinfín de abogados, juicios, demandas, puteadas,
explicaciones a los amigos y familiares se entretejían en mi cerebro abrumado.
Pero Mariana siguió impertérrita.
¡Dale pendeja!
¡Agarralo de la mano, y llevalo a nuestra pieza! ¡Quiero que se cojan! ¡Nadie
te va a tratar con más amor que tu cuñado!, dijo de pronto, con su sonrisa más
seria y despreocupada, como si nos invitara a comer arroz con leche. Lurdes se
me acercó, y el perfume magnífico de su pelo alborotado por el viento, su
aliento a faso y el clamor de sus tetas desnudas hicieron que mis piernas
impulsen a mi cuerpo hacia arriba. En cuanto estuve de pie, ella se mordió los
labios, le guiñó un ojo a su hermana, me tomó la mano, se la llevó a la boca
para besarla, lamió la unión de mi índice y mayor, y me fregó el culo en el
bulto. Lo tenía tan hinchado, que tuvo que haberlo sentido. Tal vez eso la
condujo a su próximo movimiento.
¿Me lo prestás,
de verdad Mariana? ¡La tiene re dura!, le dijo en voz baja a mi esposa, que en
ese momento se sentaba en el sillón que había dejado libre Lurdes.
¡Vayan chicos,
que yo los espero acá! ¡Eso sí, después me cuentan todo!, dijo quitándose las
zapatillas, antes de encender un cigarrillo y chusmear su facebook.
Demás está
decir que, ni bien Lurdes y yo atravesamos la puerta de mi cuarto, aquel que
compartimos con Mariana, nos quedamos en pelotas tan rápido que, ni llegué a
ver la bombacha que tenía. Ella se echó en la cama con las piernas abiertas, y
mientras entraba y salía de su vagina con dos dedos me dijo: ¡Cogeme Pablo, que
no aguanto más! ¡Violame, que encima el faso me pone más putona!
Yo me derrumbé
sobre ella, dispuesto a morderle esas tetas dulces, tal como me las imaginaba.
Fue tan sencillo meterle la pija en la concha gracias a su humedad y mi
presemen, que enseguida la cama comenzó a golpear la pared, sus gemidos a
mutilarme los oídos, sus uñas a deslizarse por mi espalda y mi lengua a
devorarle el cuello, los pezones y la saliva que le chorreaba por la cara. La
penetraba con todo, sintiendo que mi pija aumentaba su grosor como nunca, y que
los huevos se me endurecían a instancias peligrosas. Su perfume sexual me
invadía hasta el asombro, y no había un lugar de su cuerpo que no quisiera
besar, lamer o morder. Solo me privó de besarla en la boca, y eso casi me
desanima.
¡No mi amor, cogeme
toda, rompeme toda la concha, pero besitos en la boca no, porque, vos y mi
hermana… ¿Entendés?!, quiso explicarme con una sucia moral en el rostro contraído
de tantas explosiones en su clítoris. Pero la respeté, y no volví a insistir.
Le llené la
concha con mi suculenta acabada, y en menos de lo que intuí estábamos frente a
Mariana, tomando mates en el patio de casa. yo todavía conservaba la pija dura,
impregnada con los jugos de mi cuñadita, y el corazón desbocado. Ella, con un
montón de chupones en el cuello, el maquillaje corrido, el pelo más revuelto
que antes, y una carita de satisfacción que daba ganas de volver a penetrarla.
¡Parece que la
pasaron bien, tortolitos! ¡Lo único, amor, no le dejes tantos chupones en el
cuello! ¡Y vos nena, la próxima gemí más, y decile más chanchadas! ¡A él le
gusta que le digan cositas sucias! ¡Para otra vuelta, los quiero escuchar un
poquito más desatados!, decía Mariana mientras nos miraba profundamente a los
ojos, con el mate en la mano.
Desde ese día,
Mariana me concedió licencias para encamarme con la putona de mi cuñada. ¡Sí,
hubo muchas próximas oportunidades! Las condiciones eran siempre las mismas.
Ella debía estar cuando eso pasara. Lo ideal para ella era que Lurdes no haya
cogido por espacio de un mes antes de acostarse conmigo. Y la última consigna,
era que tenía que ser en nuestra casa. Los tres estuvimos de acuerdo. De hecho,
en oportunidades, Mariana y yo fuimos espectadores de lujo de Lurdes y sus
aventuras sexuales. Mariana le ofreció, tras consensuarlo conmigo, traer a casa
a quienes ella consideraba confiables para coger, siempre y cuando nosotros
pudiéramos ver, al menos el besuqueo previo. A los dos se nos convirtió en un
vicio ver a mi cuñada en acción, y mejor aún, escucharla gemir, insultar, pedir
y moverse en el cuarto desocupado que está pegadito al nuestro, el que le
preparamos a los invitados que esporádicamente se quedan a dormir.
La cosa es que,
cierta tarde, todo lo que empezó como un juego, terminó siendo la mejor noche
de nuestras vidas. Los tres estábamos bebiendo cerveza en el patio de casa, un
domingo desolador y aburrido. Lurdes me prometía que haría cualquier cosa por
mí, si yo le arreglaba una noche con mis amigos. Mariana la miraba con recelo,
pero dejaba todo en mis manos.
¡Bueno, basta
Lulu! ¡No seas pesada nena! ¡Buscate tus chongos para enfiestarte mamita!, le
gritó Mariana tendiendo un toallón mojado, una hora más tarde, mientras
preparábamos una ensaladita para la noche.
¡Bueno, uuuufaaaa!
¡Es que, están re ricos esos viejos che! ¡Daalee Pablooo! ¡Haceme la onda, y te
juro, que, te consigo lo que quieras! ¡Consideralo, que no es una mala oferta!
¡Te juro que hago lo que quieras!, me dijo Lurdes, apoyando su cara ansiosa
sobre mis piernas, manoseándome el paquete con una mano y lamiéndose el dedo de
la otra. Yo estaba sentado en el sillón mirando un resumen deportivo en ese
momento.
Cada vez que
Lurdes venía a casa, y mis amigos, Daniel, Marcelo, Sergio y Javier, estaban
conmigo jugando a las cartas, haciendo un asado, viendo fútbol, tomando cervezas,
o lo que fuera, Lurdes los provocaba. En ocasiones sin ninguna sutileza. No voy
a decir que aquello no me excitaba. Pero debía ponerle un freno. Generalmente
se agachaba para que todos le miren el culo, casi siempre forrado con calzas
apretadísimas, para que se fijen cómo se le bamboleaban las gomas en esos
topcitos deportivos, o se les acercaba para idiotizarlos con sus perfumes, los
que se ponía, y el propio de sus hormonas desfilando en su piel. Siempre tenía
olor a sexo. Y no solo yo lo percibía con todos sus matices. Les hablaba como
tarada, buscaba cualquier pretexto para quedarse un ratito más hablando con
ellos, se les sentaba encima fingiendo cansancio o borrachera, se volcaba
gotitas de cualquier bebida en las remeritas o vestidos que tuviese para que le
resalten las tetas, y fumaba con mucha sensualidad.
Mariana me dijo
que, si yo estaba de acuerdo, le cumpla la fantasía de estar con los cuatro.
Pero que después piense bien en la vuelta de mi regalo. Ella analizó por mí un suculento
sinfín de posibilidades, y al fin me convenció. Por eso, una noche de viernes
hablé con los cuatro, en una reunión de varones que tuvo sitio en lo de Sergio.
¡Y bue, supongo
que ya se dieron cuenta que, mi cuñadita, muy santita no es! ¡Así que, la idea
es que, bueno, ustedes y ella, hagan lo que quieran! ¡La pendeja quiere fiesta!
¡La única condición es que Mariana y yo podamos presenciarlo todo! ¡Podría ser
en casa, o en tu casa Marce, que es bastante más lejana de la ciudad!, terminé
de explicarles, en medio de un silencio de velorio, pero rodeado de caras de
feliz cumpleaños. Los cuatro me miraron estupefactos. A Daniel se le cayó un
hilo de baba. Marcelo se pegó en los dientes con el vaso de vino que pensaba
beber. Sergio se frotó las manos y puso cara de viejo verde. Javier fue el
primero que rompió el silencio.
¡Podemos hacer
un asadito, y convertirla en nuestra esclavita! ¡Ta re buena esa pendeja
boludo! ¡Y, es cierto Marce! ¡Tu casa sería ideal! ¡Es grande, está lejos, y
hace calorcito!, dijo mientras Sergio golpeaba la mesa de emoción, y luego un
concurso de risotadas morbosas llenaron el ambiente.
¡Pero, ¿Vos
decís que se atreve a todo?!, preguntó Daniel, quien reconoció que muchas veces
le tocó el culo a Lurdes haciéndose el boludo.
¡El sábado que
viene! ¡En mi casa! ¡Mi señora no está, y los chicos, bueno, los acomodo en la
casa de mi suegra!, sentenció Marcelo, ebrio de felicidad.
¡Claro que
ninguna de nuestras esposas tiene que sospechar nada! ¡Ninguna, excepto
Mariana!, agregó Daniel con una sonrisa exagerada, como firmando un acuerdo de
confidencialidad invisible pero palpable.
Esa misma noche
se lo comuniqué a Lurdes. Fue vía mensaje de texto. Ella, como respuesta fue al
otro día a mi casa, y me regaló un pete tremendo bajo los ojos implacables de
Mariana. Ya estábamos en vacaciones de verano. Por lo que, por primera vez
pudimos coincidir en la mañana. Mi esposa le comía la boca mientras Lurdes
saboreaba mi pija y multiplicaba saliva por doquier, contenta por la noticia.
¡Qué lindo mi
amoooor! ¡Vamos a ver a la Luli rodeada de pitos!, dijo Mariana mientras me
mordía las tetillas, y Lurdes comenzaba a degustar mi semen rabioso, iracundo y
ácido por los vinos que compartí con mis amigos la noche anterior.
Finalmente el
sábado llegó tintineante, cálido y prometedor, como lo habíamos imaginado.
Lurdes apareció por casa a eso de las 5 de la tarde, según ella con un montón
de mariposas en la panza. Pero aún así no hizo nada para alterar su estado
anímico. No fumó mariguana, ni bebió alcohol, ni buscó canalizar energías con
ejercicios físicos, ni se puso a huevear en internet. Mariana y yo tampoco.
¡No aguanto más
chicos… Me silba la concha de calentura, y siento como si la cola me picara de
tanto necesitar una pija!, nos dijo al fin, riéndose de los nervios, segundos
antes de elegir lo que se iba a poner.
¡Apurate Luly,
que a las 7 salimos!, le dijo Mariana ni bien ella se metió en el cuarto para
cambiarse. Antes de eso se había quedado en paños menores frente a nosotros.
Mariana no contuvo las ganas de proponerme un cortito furioso en el sillón,
mientras esperábamos a que la estrella de la noche esté lista.
Una vez que
salió con un vestidito turquesa re
escotado, con trencitas al mejor estilo colegiala y unos zapatos altos,
pedimos un taxi y nos subimos con toda la algarabía. No consideramos justo que
Mariana o yo tengamos que manejar, privándonos de tomar alcohol. Gracias a esa
adrenalina, apenas hicimos 100 metros, tuvimos que volver a casa, puesto que
Mariana no había cerrado el portón con llave.
Al fin, a las 8
y unos minutos llegamos a la casa de Marcelo. Los autos de mis amigos ya
estaban estacionados en la calle. La casa era magnífica. Tenía una piscina
enorme, un patio parquizado precioso, una parrilla con quincho, y un salón
equipado con elementos de gimnasio, además de la casa en la que vivía con sus
hijos y su mujer. Apenas Lurdes bajó del auto, mis cuatro amigos la rodearon
para meterle mano ante la mirada de Mariana, que sonreía con descaro, y mi
aturdimiento momentáneo.
La parrilla
humeaba, y se oía música en el quincho. Los cuatro controlaban los manoseos que
le obsequiaban a Lurdes como bienvenida. Sin embargo, Marcelo fue el que aclaró,
sin que nadie pusiera un reparo: ¡Mirá chiquita, desde ahora nosotros somos tus
tíos! ¡Tío Marce, tío Javi, tío Sergio, o tío Dani! ¿Está claro?
Lurdes asintió
con la cabeza, y acto seguido los miró a todos con un dedo en la boca para
decirles con su vocecita aniñada: ¡Hola tíooos! ¡No me reten por llegar tarde!
¡Pasa que, no encontraba la ropita para ponerme! ¡Espero que me traten muy mal,
porque, me encanta que sean malos conmigo! ¡Y, por lo visto, yo soy la única
nenita! ¡Porque Mariana no juega!
Luego se mordió
los labios cuando Mariana le pellizcó la cola, como indicándole que se calme un
poco. Pero Marcelo le hizo apoyar las manos en el techo de su auto, y
sorprendiéndonos por completo, los cuatro empezaron a alternarse para apoyarle
un ratito sus bultos en la cola, mientras Lurdes decía: ¡Qué linda casa tenés
tío Marce! ¿Me van a enseñar cositas sucias los cuatro? ¿Me van a tratar muy
mal, por ser una nena atrevida?
Mariana no
cabía dentro de sí de tanta excitación. Aprovechó aquel momento para comerme la
boca, y decirme bajito al oído: ¡Gordi, nosotros casi que ni nos cambiamos como
la gente! ¡Estamos impresentables!
Yo tenía una
remera manchada con mate, y mi esposa no se había puesto corpiño bajo su
vestido de entrecasa. Aún así nosotros no éramos importantes en la fiesta.
De repente vi a
Sergio subirle el vestido para nalguearle la cola, diciéndole con dulzura: ¡No
te adelantes morocha, que todavía falta!
De pronto todos
nos dispersamos. Mariana y yo nos sentamos en el quincho para tomar posición de
cada detalle. Fue allí que escuchamos a Javier dirigirse a Lurdes.
¡Vení cachorra,
vení a upa del tío, que mientras mis
amigos preparan la carnecita oara vos, yo te doy algo rico para tomar!
Entonces vimos
a mi cuñada sentada en las piernas de Javier, desparramándose el pelo y
frotándose con sutileza, mientras él le daba cerveza de la botella, para que le
chorree de los labios, como una llovizna impertinente. Mariana tuvo que
codearme para que no me pierda cómo el Javi le frotaba las piernas, y cómo la
atrevida le susurraba: ¡Cada vez más dura la siento en la cola tío! ¿La tenés
muy grande? ¡Me encantan las mamaderas grandotas!
Los otros
también se la comían con la mirada desde la parrilla, cogoteando de lo lindo,
sin limitarle silbidos, abucheos, piropos y ademanes, mientras la pendeja
seguía bebiendo. De repente Marcelo apareció a mi lado con un frasco de
aceitunas. Entonces, Javier y Lurdes se sentaron a unos metros de nosotros.
Intercambié algunos temas de fútbol con Marcelo, mientras él comenzaba a darle
aceitunas en la boca a mi cuñada con una cuchara, de a una, y por momentos
también introduciendo su propio dedo en sus labios. Casi no se dirigía a ella.
Al menos hasta que la muy turra le mordió un dedo, sin dejar de balancearse en
las piernas de Javier. Por eso Marcelo le pidió que saque la lengua, y él le
ponía aceitunas en la puntita de la lengua para que coma.
¡Dale nena,
escupí el carocito al suelo! ¡No te lo tragues cochina! ¡A ver, ahora mostrame
esa boquita vacía!, le decía acariciándole las mejillas y disfrutando de cada
carozo que se estrellaba en el suelo, disparado por su boca.
¡Pero tocale
las gomas Marce! ¡Mirá cómo se le bambolean!, dijo Mariana, fulminando a su
hermana con la mirada. Mi amigo le hizo caso con creces, mientras decía: ¡A ver
cómo escupe el carocito la bebita? ¡Abrí bien la boca nena, que hoy te vas a
comer unos buenos chorizos! ¿Y te bancás de a dos en esa boquita, chiquita?
El Jabi le daba
más cerveza, y a veces fernet, cuando Marce se puso a charlar con nosotros de
temas cotidianos. Pero de pronto la voz de Sergio sonó atronadora desde la
parrilla.
¡Che Lulita,
entrá a la casa y traenos hielo!, le ordenó. Lurdes se deslizó por las piernas
de Javier, y entró a la casa. Cuando regresó, el Sergio la interceptó en el camino.
Escogió un cubito y se lo metió en la espalda, por adentro del vestido. Lurdes
gimió sorprendida, y buscó el cubito manoseándose la cola. Pero el hielo cayó
al pastito.
¡Oooopaaa, se te
cayó el hielito bebé! ¡pero no importa, acá hay más!, dijo el Dani, y le encajó
otro en el mismo lugar, aprovechando a restregarle el bulto en la cola.
Entonces, Sergio se le acercó para preguntarle: ¡Che nenita, ¿A cuál de los
cuatro designás para que se quede en calzoncillos primero? ¿Querés mirar lo que
escondemos para que se te empiece a hacer agua la boquita?
Mi cuñada se
expresó sin pensarlo demasiado.
¡Que el primero
sea el tío Jabi, y que me haga upita otra vez!
Javier la escuchó
embobado. Pero se quedó en bóxer, tan rápido como Mariana y yo nos levantamos
para no perdernos lo que sucedía bajo el cielo estrellado, sobre el césped del
inmenso patio.
¡Vení nena, agachate!
¡Sacame el pito del calzón, y apretámelo un poquito!, le instruyó el Javi, que
estaba parado sobre una columna, como temiendo que todo fuese un sueño
insoportablemente ajeno. Pero Sergio no quiso que se entretenga mucho rato
arrodillada contra las piernas peludas de Javier. De repente la llamó, y ni
bien estuvo de pie se le antojó vendarle los ojos, y darle otra misión.
¡Vamos, que te
toca preparar la ensalada bebé!, le bravuconeó al oído, mientras la tomaba de
una mano para llevarla hasta la mesa larga del quincho. El Javi le separó una
silla y la ayudó a sentarse, explicándole que ante sus manos tenía una tabla
con un cuchillo, varios tomates y una fuente repleta de lechuga lavada. A
Mariana le excitaba ver a su hermana con los ojos vendados, buscando torpemente
las cosas en la mesa, y ponerse nerviosa por no tener el control de la
situación.
Entonces, Javier
nos trajo un vaso de birra, y volvió con Lurdes, apenas Mariana le dijo:
¡Llevale un poquito a mi hermana, que la birra la pone cariñosa!
El cuchillo de
Lurdes comenzó a cortar tomates, al tiempo que Sergio y el Javi le hacían
masajes en los hombros, y le chicoteaban la espalda con el elástico del top.
Mariana advirtió que Javi le pellizcaba las tetas sobre la ropa, y yo lo
escuché decirle: ¿Te gustó apretarme la pija nenita? ¡No es como la de los
guachos de tu edad! ¡Las que te habrás comido en el cole bebota!
Mariana y yo nos
mordimos los labios con un beso apasionado cuando la oímos replicar, con su voz
de tontita predilecta: ¡Síii, yo era una de las más rapiditas del cole! ¡Me
encantó tu pija! ¡Lástima que ni me dejaste probarla! ¡Sos re malo conmigo tío
Javi!
La dejaron en paz
por unos segundos. Solo hasta que comenzó a estrujar lechuga para cortarla con
sus manos. En ese instante Daniel le colocó varios preservativos en el escote,
mientras Javier y Sergio tomaban la posta de la parrilla, y nosotros con
Mariana nos acercábamos para observarlo todo con mayor nitidez.
Marcelo apareció
de repente con un pepino de unos 15 centímetros en la mano, y una botella de
gancia. Daniel se reunió con Javier en la parrilla, y Sergio lo sustituyó para
hacernos probar un pedacito de carne a Mariana y a mí. Naturalmente, al ver a
Lurdes no contuvo sus ganas de denigrarla un poquito más.
¡Me parece que la
estamos tratando demasiado bien a la perrita esta!, le dijo a Marcelo, que le
hacía beber gancia de una jarra a mi cuñada. Luego se dirigió especialmente a
ella.
¡Che nena, en las
tetas tenés varios forritos, y el tío Marce tiene un pepino en la mano!
¡Queremos ver cómo le ponés un forro con esa boquita, con la que besás a tu
mami! ¡Queremos verte bien puerca esta noche!
Lurdes gimoteó
algo que nadie entendió, pero que sonó a pura satisfacción. De pronto rebuscó
en su escote con sus manos sucias de tomate, y eligió uno de los forros. Los
demás cayeron al suelo como una bandada de pájaros. Le sacó el envoltorio
ayudándose con los dientes. Giró la cabeza hacia ambos lados, como esperando
que alguien acuda en su ayuda, o le diga algo. Hacía bien su papel de ciega, a
pesar de tener la venda en los ojos.
Hasta que Marcelo
se sentó a su derecha y le hizo tocar el pepino que sostenía en sus manos. Mi
cuñada entonces tanteó las dimensiones de la verdura, se acomodó el anillo del
forro contra los labios, chasqueó la lengua, y empezó a forcejear con el falo
vegetal, hasta que hubo logrado envolverlo por completo. Cuando terminó con la
tarea, Marcelo le pidió que lo lama, lo chupe y lo mordisquee, como si fuese
una auténtica pija. Sergio no perdía oportunidad para sacarle alguna que otra
fotito.
En cuanto se
aburrieron de aquel atrapante espectáculo, el Marce le dio una cachetada al
tiempo que le decía: ¡Sacale el forro con los dientes, y escupilo al suelo
perra!
Lurdes obedeció
sin chistar, y eso le valió una buena manoseada de Sergio a sus gomas.
Suponemos que le pellizcó un pezón por el agudo gemido que Lurdes largó en la
noche, justo cuando Mariana me apretaba la pija de la incredulidad y la
calentura que se le acumulaba en el cuerpo. Ninguno de los dos vio si Lurdes le
chupaba los dedos a Sergio. Pero sí lo oímos increparla, cachetazo mediante:
¡No me muerdas los dedos, putita sucia!
Tal vez por eso
la dejaron sola un momento, como si tuviese que recapacitar por sus actos.
¿Qué pasa Luli?
¿Te pegó el tío Sergio? ¡Hacé caso pendeja!, le dijo Mariana, tras asestarle un
tirón de pelo. Lurdes sollozó haciéndose la tontita, y siguió condimentando a
ciegas la ensalada. Hasta que Sergio reapareció para acecharla nuevamente. Se
paró a su derecha, en bóxer y remera, le acarició el pelo, le olió el cuello y
le tomó una de las manos, mientras le decía: ¡Dale chiquita, poneme flojita la
mano, que te voy a enseñar un pepino de verdad, y más calentito!
Mariana se
extasiaba con el rubor de su hermana, con la erección de mi pija por todo lo
que mis sentidos captaban, y por el aire fresco de la noche en una de sus
tetas, la que había liberado con la idea de acariciarle la cara a Lurdes con su
pezón. Sin embargo, ahora Lurdes le sobaba la verga al mayor de mis amigos,
primero por encima de su bóxer, y luego por adentro, mientras éste le
mordisqueaba una oreja, le revolvía el pelo y le manoseaba las tetas con
descaro.
¡Muchas de mis alumnas
huelen como vos perrita!, oyó Mariana que Sergio le murmuró, luego de pedirle
que le acaricie los huevos, entretanto nosotros nos comíamos la boca como
babosas empedernidas, ahora sentados en un banco de madera. Mariana apretaba su
culo contra mi verga, y eso germinaba en mi cerebro unas ganas incontenibles de
violarla ahí mismo, que no me cabían en los bolsillos de la moral.
De repente el
Javi surgió al otro lado de Lurdes. La levantó de un brazo para que apoye una
de sus manos en la mesa, ya que con la otra seguía masajeándole el pene a
Sergio. Javier no era el más fachero de mis amigos. Pero tenía toda la labia de
un seductor, y según mi esposa una mirada intimidante. Ahora le apoyaba el
bulto a mi cuñada en el culo, por momentos restregándoselo y en otros golpeando
sus nalgas bien paraditas, diciéndole: ¿Te gusta sentirla en la cola bebecita?
¡Seguro vos conociste la lechita antes de aprender a sumar y restar, putona!
Mi cuñada
suspiraba, se babeaba un poco, sin soltar la pija de Sergio, y le decía que sí
a todas las acusaciones que Javier le infería. Pero Marcelo no quiso ser menos,
y se sumó al manoseo que el Javi le propinaba a sus tetas magníficas, mientras
le decía con la voz tan ilusionada como mis dedos en la sedosa piel de la cola
de mi esposa: ¡Che nena, ¿Es cierto que en el colegio vos les bajabas los
pantalones, a los nenes y a las nenas?
Mi cuñada se
sorprendió por la veracidad de la información de Marcelo. Pero en cuanto
recuperó el color y la picardía le respondió: ¡No sé de dónde sacaste eso!
¡Seguro fue Mariana! ¡Pero sí, lo hacía! ¡y a las que usaban pollera, se las
levantaba para que los pibes le miren las bombachas! ¡A mí también me lo
hacían, y yo me re dejaba!
Entonces a Javier
se le ocurrió proponerle, sin consultarle a nadie: ¡Bueno perrita, ahora lo vas
a perseguir al tío Marce, gateando por el pastito! ¡Cuando lo encuentres, le
bajás el pantalón ¡ ¿Te gusta la idea cosita linda? ¡Y no vale sacarse la venda
de los ojos!
Se lo decía
rozándole las tetas con el pepino. Los demás estuvieron de acuerdo. Al punto
que para mostrarle su conformidad le palmearon la espalda, brindaron a la salud
de Lurdes, y lo adulaban demás. Ella aceptó, y en menos de lo que pensamos
empezó a caminar en cuatro patas por el césped, moviendo la cola tras los pasos
de Marcelo, que procuraba no hacer ruido. Para dicha tarea se había descalzado.
La persecución no duró mucho tiempo. Apenas Lurdes se chocó a Marcelo contra
uno de los árboles, le tironeó el pantalón hacia abajo, y esperó nuevas
instrucciones bajo el coro de asombro de todos nosotros. Pero estas no
llegaban. Por lo tanto, ahora Marcelo comenzó a perseguirla, sabiéndose en
ventaja. Cuando la alcanzó a unos centímetros de la piscina, le fregó su abultado
miembro en la cara, sin bajarse el calzoncillo, y le pidió que le muerda la
puntita del pito. La voz se le había aflautado un poco, y eso nos hizo
partirnos de risa. Durante ese momento, todos menos Daniel que trabajaba en la
parrilla, veíamos cómo Lurdes le mordisqueaba toda la extensión de la pija a Marce,
que parecía disfrutar de no bajarse el
calzoncillo. Mariana se frotaba las tetas de la conmoción. Yo le
pellizcaba la cola, y ella apenas me decía: ¡Síii, terrible, está hecha una
putita!
Javier bebía
cerveza y se olvidaba de cerrar la boca. Todo hasta que Sergio quiso darle un
corte definitivo a ese jueguito para comenzar otro. Levantó de los brazos a mi
cuñada, le limpió el pasto de las rodillas y la guió hasta una reposera, donde
la ayudó a sentarse. Le puso un vaso de cerveza en una mano, y aquel pepino en
la otra.
¡Tomá linda,
lamelo todo, y después pegate en la chumi con eso!, le dijo, acariciánole las
tetas. Lurdes se tomó el vaso de una, eructó con gracia, y empezó a lamer el
pepino. Supongo que a todos nos calentó por igual los halos de baba que le
dejaba al pepino, antes de darse algunos golpecitos en la entrepierna.
En eso se hizo
presente la figura del Dani, quien hasta aquí era el único que conservaba los
pantalones.
¡Che nena,
todavía te falta conocer mi mamadera! ¡No sabés lo calentita que tengo la
leche! ¡Te juro que pienso en vos y se me pone dura!, le dijo ni bien se le
acercó, mientras le rozaba los labios con un dedo y le frotaba las piernas con
la otra mano. Ella le lamió el dedo, y le preguntó si faltaba mucho para comer.
Por toda respuesta, Daniel le amasó una goma, le agarró una mano para hacerle
tantear la dureza de su estado viril, y le hizo probar un pedacito de carne que
traía en un tenedor. Lurdes lo saboreó ligeramente y lo tragó antes de lamerse
los labios. Según Mariana, Lurdes no quería insistir en pegarse con el pepino.
¡Imaginate lo
caliente que debe tener la concha! ¡Si se roza una vez más, se acaba encima!,
me soltó al oído, mientras Sergio y Javier caminaban hacia la parrilla. El Dani
se sentó a tomar un fernet, y Marcelo aprovechó su parte de gloria con mi
cuñada. Le quitó la venda de los ojos y la invitó a sentarse en sus piernas,
como si fuese una nena. Entonces le dijo, haciendo que Daniel se retuerza de
celos: ¡Apoyame toda esa cola en la pija mami, y saltame arriba putita!
Apenas Lurdes
empezó a brincar sobre mi amigo, éste comenzó a besuquearle el cuello y a
sacudirla de las tetas. El Dani, que estaba sentado al lado de Marcelo, se
conformaba con darle cerveza y frotarle el pepino en la concha sobre el
vestido. Mariana y Lurdes se miraban con deseo.
¿Así es tu pija
tío Dani? ¿Como el pepino del tío Marce? ¿Te gusta mi colita?!, dijo mi cuñada,
ya sin poder reprimir jadeos, bamboleando sus tetas y destilando un cálido
aroma sexual que nos pervertía aún más.
¡Che Mariana, el
asado ya casi está! ¿Por qué no la llevás a mi pieza, y la cambiás?!, dijo
Marcelo, como rompiendo un hechizo indomable.
Mariana volvió a
vendarle los ojos y se la llevó de la mano. La hizo tropezar con un par de
sillas, y chocarse la puerta de entrada de la casa. En esos minutos que
parecieron horas, mis amigos y yo preparamos la mesa en el quincho. Un viento
de verano nos hacía presagiar que la dulzura de esa hembra estaba por hacer su
reaparición triunfal. Entre nosotros solo había miradas de complicidad. Daniel
fue el osado que se atrevió a decirme, mientras cortábamos carne: ¡Te pasaste
viejo! ¡Esa mina es un camión con cara de nena!
De repente
Mariana regresó con Lurdes de la mano, todavía vendada y tratando de hacer pie
para no caerse. Javier le recordó que por ahora no le devuelva la vista, y
Sergio le pidió que se siente, a pesar de sus vanos intentos por ayudar.
¡No Mariana, hoy
nos atiende tu hermanita!, dijo con sorna el Dani, y entonces una ola de
silbidos, aplausos, agitaciones y excitación lo inundó todo. Ahora mi cuñada
tenía un vestido suelto que le cubría un precioso short ajustado con agujeritos
en la cola, un top rosa y unas sandalias. Precisamente, cuando Mariana le
levantó el vestido, todos, incluyéndome, aullamos como lobos hambrientos. Ella
le pellizcó una teta diciéndole: ¡Escuchá putona, los tenés re empalados!, y
eligió una silla para sentarse, y un vaso para servirse vino.
Lurdes permaneció
allí, inmóvil, recibiendo las obscenidades, los bollitos de pan y los silbidos
que mis amigos le lanzaban, con una cara inexpresiva, pero con las piernas
abiertas. Hasta que los cuatro como sujetos a un acuerdo impostergable la
rodearon para apoyarla toda. Yo me senté bien pegado a mi esposa, cuando el
Javi dijo: ¡Bueno nena, ahora tenés que adivinar la pija que vas a tocar! ¡Si
perdés, te la vas a tener que bancar!
¡No sabía que tus
amigos fueran tan ocurrentes!, ironizó Mariana, solo para que yo la escuche, y
me frotó la pija con un dulce gemidito en los labios. Lurdes ponía cara de
concentración. No podíamos ver a quién se la reconocía, porque los cuatro la
rodeaban a la perfección.
¡Esta gordita es
del tío Marce!, dijo al fin con seguridad, y como acertó la hicieron agacharse
para que le dé unas chupaditas. Eso tampoco lo vimos. Aunque sí la oímos
succionar y escupir al menos dos veces, justo cuando terminaba un tema de Los
Pericos.
¡Eeee, pará
viciosa, que era un poquito nomás!, dijo Marcelo con arrogancia, cuando
consideró que le tocaba el turno al siguiente. Pero esa vez Lurdes se equivocó.
Estaba re segura que la pija que sus dedos palpaban era la del Dani. Entonces
Sergio la hizo arrodillarse sobre una pequeña mata de pasto que había junto al
quincho y la obligó a comer un poco, mientras le daba unos chirlos en la cola.
Cuando supuso que el castigo había terminado, los cuatro volvieron a rodearla,
y entonces adivinó con la de Javier.
¡Hey Mariana,
¿Dónde quedaron los pañales sucios de la bebota?!, le preguntó Sergio a mi
esposa tras beber un vaso de vino, y sin permitirle movimientos a Lurdes.
¡Se refiere a la
ropa que tenía puesta antes! ¡Ahí vengo gordi!, me dijo Mariana con un sutil
ronroneo. Se levantó, agarró una bolsa negra de la mesa que antes no había
visto, y se la dio en la mano a Sergio. Después regresó a mi lado.
¡Dale, agachate
nena!, le ordenó Sergio a Lurdes, y ella le obedeció, seguro que para mamarle
la pija a Javier. Sergio buscó algo en la bolsa con insistencia mientras le
pellizcaba las tetas a Lurdes. Hasta que sacó una bombachita blanca y arrugada,
la que se llevó a la nariz con una perversa expresión. Luego se la pasó a
Javier, que no paraba de estremecerse con su pija en la boca de mi cuñada.
Mariana me presionaba la cabecita de la pija sobre mi ropa con un dedo, y me
mojaba la oreja con su saliva cuando gemía entre palabritas sucias. Supimos que
el Javi no llegó a darle la lechona, en parte porque Sergio lo fulminó con la
mirada y lo mandó a controlar las morcillas. Daniel y Marcelo lo siguieron, una
vez que se extasiaron con la fragancia de la bombacha de Lurdes. Mariana yo nos
complacimos al verla manchadita de flujos cuando el Marce la hacía flamear en
el aire como a una banderita.
¡Saboreala nena,
olé tu bombachita sucia, que eso es lo que sos, putona!, le declaraba Sergio
con toda la euforia, una vez que le subió el vestido para colocarle la pija
entre las gomas y el topcito.
¡Me encanta cómo
le coje las tetas!, dijo Mariana en voz alta, cuando Sergio le frotaba la
bombachita en la cara a su propietaria, apretaba su bubies contra esas
montañas, y le abría la boca con un dedo, con el que le tocaba y estiraba la
lengua. Lurdes gemía, se tambaleaba sobre sus rodillas y se babeaba por no
poder saborear el trozo de mi amigo, que se lo negaba con una sádica vanidad.
Apenas Daniel
anunció que todo estaba listo, Mariana le sacó la venda de los ojos a Lurdes, y
Sergio la mandó a poner la mesa.
¡Para vos no
traigas cubiertos bebé! ¡El tío Marce y el tío Javi quieren verte comer con las
manitos!, le informó Daniel, y mi cuñada se adentró en la casa para buscar
platos, los vasos que faltaban, servilletas y juegos de cubiertos. Cuando
regresó y colocó todo sobre la mesa, Sergio puso una cumbia onda reggaetón, y
le pidió a Lurdes que se ponga a bailar en el pastito, mientras Javier y
Marcelo entraban al quincho con tablas repletas de carne. Mi cuñada bailó, se
franeleó toda contra un árbol y nos meneó la cola. Nos mostró la destreza de su
cinturita al compás de los parlantes repletos de graves, y soportó que esos
hombres en estado casi primitivo la manosearan, le hicieran tantear sus pijas,
o le pellizcaran el culo. Quebraba las caderas, abría las piernas y escupía al
suelo con una grosera fascinación. Todos estaban desnudos, y ahora al fin mi
cuñada los veía. Hasta que Sergio comenzó a servir los platos.
¡Cómo te calienta
la pija el orto de mi hermana cerdo!, me dijo Mariana al oído, y acto seguido
me pasó la lengua por los labios. Eso casi ocasiona que me venga en leche en un
solo sacudón.
El Dani llamó a
mi cuñada a comer, en el exacto momento que le descubrió un trocito de bombacha
por entre los agujeritos de su short. Pero Lurdes bailaba poseída. Tal vez no
quiso oírlo, o verdaderamente la música se lo impidió. Lo cierto es que él y
Javier la acorralaron. Javi le tiró el pelo y le subió el vestidito para que el
Dani le baje el short, y le decore la nalga derecha con tres cintazos que se
oyeron con precisión, a pesar del ruidoso tema musical. Recién entonces la
trajeron de la mano para que se siente a cenar a upa de Marcelo, que estaba al
otro lado de Mariana.
¡Me encanta ver a
las chanchonas como vos, con los ojitos llenos de lágrimas!, le había dicho
Daniel en el trayecto, sacudiéndola de un brazo. Pero a Lurdes aquello le
motivaba más que nada en el mundo. Para colmo, Marcelo tenía la pija parada, y
eso a mi cuñada le bastaba para que le brillen los ojos como dos luceros. Ella
comió media morcilla del plato de Marcelo, mientras le acariciaba el pito. Hasta
que Javier la reclamó con todo el vigor.
¡Bueno viejo,
ahora me toca tenerla un ratito a mí!, vociferó, y Marcelo se la cedió. El
Javi, que estaba sentado a la punta de la mesa, le hizo comer una costillita de
su propia mano, la ayudó a empinarse unos tragos de vino y le limpió la boca
con migas de pan. Mariana hablaba con Sergio, y yo discutía de política con
Daniel. Por momentos había que abstraerse unos minutos de semejante noche.
Además, yo no fui
lo suficientemente fuerte como para evitar un lechazo feroz en mi bóxer, luego
de que Mariana volviera a insistir con apretarme la pija. Por supuesto que lo
supo, y eso la encendió aún más.
De repente hubo
una cortina de silbidos cuando Marcelo nos anotició: ¡Che, no saben cómo me
está apretando el pito con las piernitas!
Todos dirigimos
nuestros ojos hacia la punta de la mesa. La verga del Marce resbalaba entre las
piernas de Lurdes, que cuando quiso hablar recibió un pinchazo en la mano que
provenía del tenedor de Javier.
¡No tenés permiso
para hablar, nenita sucia!, le dijo con los ojos inyectados en sangre.
Entonces, mi cuñada fue a mendigar comida a las piernas del Dani, y éste le
ofreció chorizo. Como él estaba frente a mí, el panorama de sus acciones era
más nítido. El atrevido amagaba con metérselo en la boca, y se lo pasaba por
los labios. Lurdes no llegaba a morderlo. Solo lamía la puntita, o lo olía con
desesperación. En ese momento valía cualquier improperio que pudiera pronunciarle.
¡Qué linda carita
de petera que ponés guacha! ¡Cómo se te cae la baba por el chori bebota!
¡Seguro te re mojás la bombachita! ¡Y, te debés haber meado unas cuantas veces
de la calentura en el colegio, putona!, aventuraban mis amigos. Mariana también
se sumaba al coro efusivo de una excitación que parecía no pertenecernos.
¡Así culeadita,
abrí bien la boquita, que vos sabés cómo te entra todo eso pendeja!, articuló
mi esposa mientras brindaba con Sergio. Justamente él le daba cerveza a Lurdes
de su vaso. Se lo sostenía con ternura y a la vez con todo el morbo de un
depravado en la mirada. Lurdes se lo bebió todo, y eructó con estrépito. Eso
volvió a enloquecerlos a instancias incalculables. Ella empezó a brincar con su
cola contra las piernas de Daniel, mientras Sergio le manoseaba las tetas, y
Javier le palmoteaba la concha sobre su short. Lurdes gemía, y ya no enfocaba
sus pensamientos.
Enseguida Sergio
se hizo cargo de acurrucarla en sus piernas. Ahí comió una empanadita. Pareció
reinar la calma por unos instantes. De hecho, nos pusimos a charlar de perros,
del nuevo auto de Javier, de los robos que hubo en el barrio de Daniel, y de la
salud de mi suegra. Pero todo quedó en suspenso cuando oímos a Sergio decirle a
mi cuñada: ¡Así cerdita, apretame la chota con las piernitas, como al tío Javi…
Sacá la lengua, y babeate todaaa!
Lo magnífico fue
que, tras sus palabras la hizo ponerse de pie para que todos observemos que le
había dejado un borbotón de semen chorreando desde su short hasta sus rodillas.
Hubo un aplauso tan ensordecedor como unánime, mientras Lurdes regresaba a
sentarse en las piernas de Marcelo, que no parecía comprensivo con ella. Hizo
que coma de su plato, sosteniéndole las manos atrás de su espalda con las
suyas, para verla ensuciarse la cara con tomate, aceite y vinagre.
¡Me parece que la
vamos a llevar a casa bañadita en leche!, murmuró Mariana mientras comía un
muslito de pollo, y todos rieron.
¡Quiero un
pedacito de costilla tío Marce!, se le escapó de los labios a Lurdes. Marcelo
le respondió con alevosía, arrancándole el pelo al mismo tiempo que le
recordaba: ¡Vos vas a comer lo que nosotros querramos nena! ¡Así que ahora,
andá, y comele un ratito la verga al tío Javi!
Lurdes no tenía
licencias para replicar. Por lo tanto, ni bien se levantó de las piernas de
Marcelo, puso sus rodillas y manos en el cemento, y fue gateando hasta la silla
de Javier moviendo la cola. Todos la observábamos sin decir ni mu. Solo Mariana
canturreaba el tema de Calamaro que reproducía una lista de Spotify. Apenas
llegó a su destino, Lurdes abrió la boca cerca del glande de Javier, tocándole
apenas la pija. Pero él le pegaba en las manos cada vez que intentaba
pajeársela.
¡Con las manitos
no bebé! ¡Usá la boquita!, le dijo al fin, y todos estallamos en un estridente
murmullo de aprobación.
No tardamos en
escucharla escupirle la pija, gemir suavecito, olerla con devoción y lamerla
con unos ruiditos que enceguecían a nuestros complejos más profundos. La cerda
se preocupó por que todos la veamos actuar con comodidad. Nos dedicaba miradas
lascivas mientras su lengua le humedecía los huevos a mi amigo, y sus manos
inútiles no hacían más que apretarse las tetas. Javier ni la tocaba. A él le
divertía introducirle pedacitos de carne en la boca, ya sea en el momento en
que Lurdes al fin empezó a mamarle el pito, o cada vez que ella lo expulsaba de
su boca para tomar aire. Pero de repente los ojos de lurdes se nublaron en
espesas lágrimas, que contrastaban con la felicidad de su cara. Javier le había
dejado un largo rato la pija contra la garganta, y se la cogía con aplomo,
sabiduría y libertad. Se oía claramente cada glup glup de los deslices de ese
músculo en la cavidad de mi cuñada, sus arcadas, el jugo de la pija de Javier
mezclándose con la saliva de quien no parecía buscar piedad, y algunos azotes
que ella misma le convidaba a sus propias nalgas. En uno de esos instantes,
Lurdes pidió tomar un poco de cerveza, y Javier le concedió ese deseo. Claro
que debió beberse el vaso completo, y entonces volver a petearlo, a pesar de
sus eructos involuntarios. Luego un estremecimiento fatal, los jadeos de
Javier, un sonido parecido al descorche de una botella, y la boca abierta de
Lurdes ante nuestros ojos incrédulos. Tenía la cara transpirada, de un tono
morado asombrosamente tierno, y miles de espermatozoides nadando desde su nariz
hasta su mentón. No sabíamos si era posible que un hombre pudiera derramar
tanto semen. Todos brindamos a la salud del polvo de Javier, mientras Lurdes
nos sonreía, y Mariana tomaba algunas fotos.
¡Che Mariana,
sacale el vestidito a tu hermana, y limpiale la carita con eso!, le pidió
Sergio a mi esposa, que se levantó como si su silla estuviese ardiendo bajo sus
glúteos.
Luego un
torbellino de situaciones tan precisas como lujuriosas se desataron en la
noche. Nada tenía un lugar en la inconsciencia de nadie. Marcelo le gritó a
Lurdes para que le mame la verga. Ella se negaba empinándose otro vaso de
cerveza, y a Sergio le molestó su actitud.
¿No escuchás que
el tío Marce te llama, putita barata?!, le dijo acercándole un cigarrillo
encendido al pómulo derecho, con toda la intención de hacerle una pequeña
quemadura. Javier pareció entre asustado y conmovido. Ahora Lurdes hamacaba sus
trencitas sobre el pene de Marcelo, y su boca se lo devoraba como al mejor de
los manjares. Marcelo no tenía argumentos para hacerle desear su leche mucho tiempo
más a la nena, que además se acariciaba el cachete herido con sus bolas, o se
pegaba en la boca abierta con esa chota.
¡Pasate la
lechita por la cara, así se te cura la quemadura bebota!, le dijo cuando Lurdes
le ordeñaba el glande con sus dedos, hasta extraerle la última gotita de leche.
¡Dale gatita
hermosa! ¡Subite a la mesa, y bailá para tus tíos!, le ordenó Sergio, al tiempo
que amontonaba platos y cubiertos sucios en una de las puntas de la mesa.
¡Uuuuuy, síiii,
mamitaa! ¡Sacate los zapatos, y movenos el culo un ratito!, se acopló Daniel a
los pedidos de mi amigo, y entonces mi cuñada se subió a la mesa con mucho
esfuerzo, despeinada, descalza y con semen en la cara. Bailó un poco con las
caderas, y agitó sus manos en el aire, al ritmo de un tema brasileño muy viejo.
No se movía demasiado porque tenía miedo de caerse. El alcohol y la calentura
le hacían flotar el cerebro. Mariana le tiraba maní, y yo deliraba con ese culo
tan próximo a mi cara. Todos nos habíamos sentado alrededor de la mesa para
contemplar la erótica danza de una felina endiablada. Daniel no tuvo ni una
pizca de pudor al pajearse sonoramente al lado de mi esposa. Yo tampoco me
reprimí cuando me dispuse a chuparle una teta a Mariana, que parecía querer
consolar al apetito sexual que su hermana había germinado en todos nosotros.
¡Mordeme las
gomas hijo de puta, y ratoneate con esa pendeja petera!, me dijo como un cálido
columpio de terciopelo, acogotándome la pija por adentro del bóxer, y mis
labios le succionaban el pezón con una peligrosa obsesión. Al mismo tiempo, los
demás le manoseaban las piernas, la cola y la panza a mi cuñada, que ahora
bailaba con algo más de confianza. Les tiraba besos, bebía cerveza cada vez que
Javier le ofrecía, escupía el piso si Sergio se lo pedía, y le frotaba el culo
en la cara a Daniel, que no cabía dentro de sí por la conmoción. Sergio y
Daniel se atrevieron a lamerle los pies por pedido de Marcelo, y después la
guacha le acarició la pija a Javier con los pies babeados. En un momento, hasta
le pajeó el pito, y permitió que el Javi le mordisquee los deditos. Para eso
Lurdes tuvo que sentarse en la mesa, y gracias a esa entrega involuntaria, el
Marce le besuqueaba las piernas, y Daniel le hacía cosquillas exactamente en su
punto débil. Los costados del abdomen y el cuello eran revoluciones en el
cuerpo de mi cuñada, y Daniel lo detectó enseguida. Ella se reía y le brillaban
los ojos cada vez que Marcelo la olía con desenfreno.
¡Che, no sé a
ustedes, pero a mí me dan ternura las nenas como estas, cuando tienen olorcito
a pichí!, se expresó el Javi, y todos lo aplaudimos. Incluso Mariana chocó su
copa de vino con él, y le dio un trago a Lurdes, que ahora le mimoseaba el pito
a Javier con uno de sus pies, y a Marcelo con el otro. Todo se precipitaba
inexorablemente, cuando el Dani recogía los platos para llevarlos a la cocina.
De paso traería el postre. Entretanto Marcelo le solicitó a Lurdes que se
recueste en la mesa.
La luna hacía
charquitos de luz plateada en la superficie del abdomen de mi cuñada, una vez
que la vimos cara al cielo, con las piernas cruzadas y una sonrisa atardeciendo
en sus labios. Mariana se atrevió a estrellarle un beso en la panza mientras le
manoseaba una goma. Daniel regresó con un pote de helado en las manos. Mis
amigos debatieron en secreto sobre el propósito de Lurdes, y al fin entre los
cuatro comenzaron a verterle helado en la piel a mi cuñada. Entre el top y sus
tetas, por la pancita y en las piernas. Ella tiritaba y se estremecía por el
contacto de la crema fría rellenándole los poros. Pero no tanto como cuando los
cuatro empezaron a servirse el postre de su propio cuerpo. Cuatro lenguas
voraces, cuatro pares de labios y miles de dedos la rodeaban, chupaban, lamían,
besuqueaban, le untaban más helado y le abrían la boca. Cuando tuvieron que
comer lo que se acumulaba en sus pechos, Marcelo le quitó el top, y entonces
Mariana y yo no lo soportamos más. Empezamos a comernos la boca con histeria
mientras la oíamos gemir y pedir más, mientras ellos le chuponeaban y mordían
las tetas. Veíamos cómo le estiraban los pezones, y cómo el Marce le abría las
piernas para fregar su cara en su vulva mientras se adueñaba de los restos de
helado que tenía en el short. Javier le llenaba la boca de helado para morderle
los labios, y el Sergio le enchastraba las manos para chuparle los dedos. Una
vez que su saliva y el helado se volvían una sola sustancia entre los dedos de
Lurdes, Sergio le pedía que le toque la pija.
¡Asíiii papiiis! ¡Comeme toda Javi! Así, tocame la concha tío Marce! ¡Me
encanta tocarte la pija Tío Sergio!, decía Lurdes sin poder evitar un gemido
tras otro, cada vez que podía hablar. Hasta que el Marce la sentó en la mesa y
le dio un poco de helado con una cuchara, sin importarle si le ensuciaba la
cara en el afán de arribar a su boca. En ese momento mi mano navegaba adentro
de la bombacha de mi esposa para comprobar que estaba tan alzada como yo, y
ella me apretaba la pija por adentro de la ropa, ambos comiéndonos a besos como
si nadie nos rodeara. Pero de repente, Javier zamarreó a Lurdes para que se
baje de la mesa, se agache ante su presencia y le chupe la pija.
¡Faaaa, esa boquita fría y pegoteada me mata nena! ¡Comete todo pendeja
culeada!, le decía mientras Lurdes lo peteaba, y él tomaba de una jarra de
fernet, revolviéndole el pelo a mi cuñada que, se atragantaba maravillándonos a
todos. Pero el Dani no pudo sacarle ni una foto, ya que el Javi no pudo esperar
demasiado para ofrendarle su lechita. Para colmo, en ese preciso momento el
Sergio se había percatado que Lurdes se estaba haciendo pis encima, y su voz
resonó en la noche cada vez más estruendosa, exponiéndola sin reparos.
¡Uuupa uupaaa! ¡Levantate nenita, y ni se te ocurra tragarte la lechita!
¡Saboreala toda!, le decía acercándose como un animal al acecho de su presa.
¡Miren muchachos! ¡La cochina se está meando toda! ¡uuuy, así, con lechita
en la boca, y pichí en la bombacha, sos más hermosa, putona!, le decía luego
mientras le bajaba el shortcito. Todos parecían ensimismados en un eclipse de
salvaje calentura. Aplaudían, se acercaban para tocarla y mirar cómo movía la
lengua con el semen de Javier, y para chuparle una teta. Luego, Sergio le pidió
que levante sus pies de a uno para quitarle el short, y entonces el Marce la
arrodilló de un solo empujón. Ahora Lurdes le comía la pija a Marcelo mientras
gateaba de un lado para el otro, meneaba la cola y recibía dos cintazos de las manos
de Javier, que se lo había solicitado a Sergio.
¡Tomá bebita, por hacerte pichí en la casa de tus tíos!, le gritó luego del
segundo cinturonazo. También le pidió que lama su shortcito mojado, y el top
pegoteado con helado, mientras le comía el pito a Marcelo, y dejaba que Sergio
le encaje la bombachita en el medio de sus nalgas. De paso se las acariciaba y
apoyaba con su falo nuevamente rígido.
La calentura de mi cuñada era inexplicable. Lloraba cuando le pellizcaban
las gomas, lamía el cinto que luego Sergio blandía a centímetros de su cara, le
escupía la pija al Javi, le pedía al Marce que le apriete la nariz cuando su
amigo se la clavaba en la garganta, y se abría el culo con las manos. Hasta que
Marcelo tomó posesión de su cola. Le apoyaba la pija, se la nalgueaba y arañaba
mientras el Javi le sobaba las gomas, y el Sergio le fregaba el short en la
cara, diciéndole: ¡Dale putita, revolcá esa carita en tu pantaloncito meado,
sucia, cerdita inmunda, que te meás por las pijas de tus tíos!
Mariana ya estaba con las tetas desnudas. Pero nadie lo notaba. Todos se
mostraban desesperados con Lurdes. Por lo tanto, mientras ella le besuqueaba
los pies a Sergio, y Marcelo continuaba a la vanguardia de su colita preciada,
yo saqué mi pija para que sus tetas comiencen a estrujármela en el encierro de
ese calor asesino que tanto me erotizaba de ella. De pronto, vi que Marce le
pasaba su pija dura entre las nalgas a Lurdes, y le decía con la cara
desencajada: ¿Te la aguantás por la cola chiquita? ¿Vas a gritar putita linda?
¿Alguna vez te cogieron con la bombacha puesta turrita?!
Los pezones de Mariana contra mi glande eran gotas de puro incendio, y su
vocecita me llevaba a la locura.
¡Tenés la pija pegoteada de leche, cochino! ¿Te acabaste pensando en esa
zorrita?!, me decía engullendo mis huevos, sin dejar de presionar el tronco de
mi verga, siempre bajo el tacto de sus tetas calientes. Pero entonces, un grito
de Lurdes nos hizo saber que el Marce al menos le había metido la puntita de la
pija en el culo.
¡Dale, culeá pendeja!, le gritó su hermana, y de pronto fue como si se
percataran de nuestra presencia. En ese momento vi que Javi le comió las tetas
con la mirada a mi mujer. Pero el Sergio hizo que todo vuelva a centrarse en
Lurdes. Él la levantó del suelo y la sentó encima de las piernas de Javier, que
se había acomodado en una reposera.
¡Tomá negro, matale el culito!, le dijo Sergio mientras le sobaba las
tetas. Javier intentó metérsela en la concha, diciendo que seguro la tenía re
calentita. Así que, tras un par de intentos fallidos, logró hacerla gritar
cuando al fin la penetró, porque la dotación de mi amigo era importante.
Especialmente la tenía demasiado gruesa. Hasta Mariana se babeó cuando se la
vio parada por primera vez.
¡asíii, gritá chanchaaa, que te voy a llenar esa conchita de nena con mi
leche, cogéee perrita ricaaa!, le decía Javier mientras se la empomaba
rapidito, y los demás le tironeaban la bombacha, le estiraban y retorcían los
pezones, le mordisqueaban las piernas y le daban cerveza. El Dani se las
ingeniaba para meterle los dedos en el culo, diciéndole: ¡Esto quiero yo,
culito de nenita culeadora!
Pero como Lurdes no lo dejaba, tuvo que comerse un par de cachetadas,
mientras seguía saltando con la concha llena de la pija de Javier. Hasta que
Sergio la arrodilló sobre la mesa, y los cuatro se dieron a la tarea de
prepararle el culo. Le mordisqueaban las nalgas, se las besaban, se lo escupían
y rozaban el agujerito con sus dedos. Además le frotaban el clítoris, le
penetraban la concha para que sus flujos renazcan como llovizna de la
oscuridad, y la olían como a una flor silvestre. El Javi se animó a meterle la
lengua en la vagina, y le hizo un agujero en la bombacha con los dientes.
¡Qué lindo culito tenés pendeja! ¡Y qué conchita jugosa tiene la putona!
¡Me vuelve loco que seas bien sucia nena! ¡Pero creo que todos queremos esa
cola! ¡Síii, quiero que me quede la pija colorada de tanto culearte pendeja!
¡Quiero caquita de nena puta en la verga!, le decían entre todos, encimándose y
manoseándola. Ella entretanto pajeaba a Daniel, y Mariana volvía a esconder mi
pene entre sus tetas turgentes, repletas de mi presemen. La guacha no quería
hacerme acabar.
No sé en qué momento la arrodillaron en el pastito. Solo sé que, la ví
lamiéndole el culo a Sergio, pajeándole la verga al Javi que se había sentado a
su lado, y recibiendo los manoseos de los otros dos que la miraban pasándose la
jarra de fernet. Pero en breve los cuatro se sentaron en un banco largo de
madera, y la hicieron ir y venir de una pija a la otra, en una espectacular
ronda de pete. No pasaba más de 30 segundos con cada uno. Así estuvo más o
menos por espacio de 5 minutos, babeando, lamiendo, succionando y pegándose en
la carita con las pijas de mis amigos. Hasta que el Marce le gritó: ¡Basta
bebé! ¡Vení, sentate arriba de la mema, así te echo toda la lechita en la
concha, putita hermosa!
Como a Lurdes le costó incorporarse del suelo, él mismo la alzó en sus
brazos y se la sentó encima para bombearle la vagina con un frenesí que
percutía en el cielo de una madrugada majestuosa. Fue rapidito. Lurdes saltaba
y gemía, cabalgándolo como una estrella del porno amateur, hasta que sintió
toda la leche de mi amigo internarse en su interior. No era fácil determinar si
ella alcanzaba sus orgasmos. Uno de sus gritos más conmovedores fue cuando el
Marce le lastimó una teta al mordérselas como endemoniado mientras ella le
trituraba la verga con sus encantos vaginales. Pero lo claro es que se la veía
más emputecida cada vez. Mariana tuvo todas las ganas de arrodillarse y mamarme
la pija. Pero se abstuvo, recordando que la protagonista de la noche era
Lurdes, y ocultó sus tetas acaloradas bajo su ropa para no volver a tentarme.
Una vez que Lurdes descendió de las piernas de Marcelo, y de que el Sergio
le abriera las piernas para que todos contemplen su concha repleta de semen, su
cuerpo se brindó a la virilidad de Daniel, quien le quitó la bombacha y se la
metió en la boca, como si fuera un bozal. Esta vez mi cuñada flameaba, se
franeleaba y se dejaba penetrar, pero no podía más que gemir. Su bombacha no le
permitía expresarse con palabras. Sergio y Javier aprovechaban para mamarle las
tetas, para pedirle que los pajee, y para fregarles sus pijas en las piernas o
en la panza. Todo hasta que la guacha se zarpó rasguñándole el pito a Javier.
Daniel tomó cartas en el asunto. Sin quitarle la pija de la concha la arrodilló
en el suelo, y se la cogió con todo, como a una perra callejera, al tiempo que
los otros dos le llenaban la boca con sus pijas, una vez que la hicieron
escupir su bombacha palmeándole la espalda. Sus gárgaras, besos ruidosos,
lamidas y succiones se confundían con el crepitar de la leña que aún ardía en
la parrilla. Sergio era la voz de todo lo que pensaban los demás, y no se
avergonzaba al decirle cosas como: ¡Así chiquitita sucia, mamala toda, tragate
todo el pito bebé, abríte toda nenita, sos re putita, y te encanta mamarla!
De repente Javier se adueñó de la humanidad de Lurdes. La llevó junto a la
mesa despoblada mientras le decía: ¡Ahora me vas a entregar la colita, nenita
villera!, y le apresó los brazos con los suyos para punzarle dos veces el culo
con su pija, hasta que al fin le entró por lo menos la mitad. Javier comenzó a
hamacarse sobre sus caderas, y ella gritaba a corazón abierto para conducirnos
a una excitación inexplorada. Cosas tales como: ¡Aaaay, rompeme el culo papi,
sacame la caquita del culo con esa pijaaa, con esa pijota, toda adentro la
quierooo!
El Sergio se las ingenió para sentarse en la mesa, digamos que debajo del
torso de Lurdes para que ella le chupe la pija. De paso le arañaba las tetas
cada vez que Javier se la dejaba un ratito adentro de la cola, sin moverse para
que la sienta en toda su real expresión. También le pedía que se hiciera pis si
tenía ganas, y le sostenía la cabeza levantada, sujetándola de las trencitas
para pegarle en la cara con la pija.
Todo ya era un desconcierto absoluto. Mariana y yo nos moríamos de ganas
por cogernos, y Lurdes comenzaba a recibir la lechita de Sergio en la boca, al
mismo tiempo que Javier le ensartaba sus últimos bombazos en la cola, donde
finalmente le derramó todo su semen. Los dos jadeaban alucinados, sudando
emociones y posando para las fotos que Marcelo intentaba sacarles, sin
el menor de los éxitos. Creo que fue Daniel el que enseguida decidió llevarse a
Lurdes hasta una de las reposeras, atarle las manos atrás de la nuca y las
piernas abiertas a cada pata de la sillita, para que no pueda cerrarlas. La
visión espectral de su vagina era la octava maravilla, el pecado capital más
deseado, o la flor que perfumaba con mayor intensidad a lo que quedaba de
nuestras mentes aturdidas por el alcohol, la trasnoche, el vouyerismo y la
lujuria contenida. Al menos Mariana y yo no dábamos más. Si nos volvíamos a
tocar, supongo que no nos habría importado garchar al frente de mis amigos.
Ahora Lurdes bebía cerveza y fernet alternativamente de las
manos generosas de Sergio y de Marcelo. Javier la obligaba a fumar, y Daniel la
sometía a un interrogatorio al que no tardaron en sumarse los demás.
¿Cómo te gustan las vergas bebé?!, le dijo el Marce.
¿Te gusta más por el culo o por la concha?!, averiguó
Sergio.
¿Te tragaste muchas lechitas pendeja? ¿Te gusta dormir en
bolas?!, le preguntó Daniel. A medida que mi cuñada les respondía, Mariana y yo
veíamos que a los cuatros se les volvía a erectar las pijas, y que lentamente
comenzaban a rodearla para acercárselas a la boca. Lurdes no puso el mínimo
reparo en ponerse a mamar pijas otra vez. El Marce y Sergio prácticamente se le
tiraban encima para frotarle sus miembros hasta por el pelo. Lurdes peteaba,
lloriqueaba de calentura y pajeaba la pija que alguno le pusiera cerca de sus
manos apresadas en su cuello. Todo hasta que ella murmuró como en una disfónica
caricia: ¡Quiero hacer piiis!
En ese momento Daniel acercó un vaso vacío a los labios estirados
de su conchita, y le dijo: ¡Dale nenita, meate, que después te lo vas a tomar
todo!
Lurdes se convirtió en un grifo intenso, caudaloso y
desvergonzado. Apenas el vaso se llenó, y mientras su chorro no se detenía, el
Sergio le quitó el vaso de la mano a su amigo, y se lo derramó en las tetas a
Lurdes, que gimió algo que nosotros no llegamos a descifrar, y se dispuso
nuevamente a chuparle la pija a Javier. Además se apretaba las tetas mojadas ni
bien el Sergio le desató las manos, escupía, eructaba, hacía gárgaras con las
pijas que se le clavaban en la garganta, se retorcía y se enojaba cada vez que
el Marce le pegaba en las manos cuando quería tocarse la chucha. De repente el
Javi le acabó en la boca, y ella se tragó toda la leche antes de mostrarles cómo
hacía algo parecido a unas burbujitas con ella entre sus labios.
¡Che boludos, no sé qué piensan ustedes, pero a esta hay que
darle pija en una camita!, dijo Marcelo ni bien la escuchó tirarse un pedo,
mientras éste se servía de sus tetas para apretujarse la pija entre ellas.
Todos asintieron enérgicos. No sabíamos en qué terminaría todo. Pero el Sergio
cruzó unas palabras con Mariana, y al parecer ella le dio el visto bueno.
¡Te juro que te la devolvemos sanita! ¡Eso sí, a lo mejor un
poquito embarazada!, fue lo último que dijo Sergio, mientras Marcelo se subía a
Lurdes a los hombros. Al rato entre los cuatro la besuqueaban y manoseaban.
Daniel le lamía la vagina, y caminaba colaborando con Marcelo para que Lurdes
no se le caiga. De repente los cinco entraron a la casa. Al principio no se oía
nada. Pero no tardó en aparecer la evidencia a través de las ventanas abiertas.
Gritos, puteadas, ruidos de chirlos y camas que se corrían, gemidos,
respiraciones agitándose, y un cada vez más claro: ¡Tomá putona, asíii putita,
dale guachaaaa, cogé asíii, pendeja roñosaaa, cómo te gusta culear, putitaaaa,
abrite todaaa!, nos hicieron saber que a Lurdes se la estaban cogiendo de lo
lindo. Mariana y yo aprovechamos a coger en el banco de madera, donde le largué
toda la leche en la concha, y luego en la mesa donde habíamos comido el
asadito. Antes le di una chupada de concha que la hizo gemir, tal vez más
fuerte que Lurdes.
No teníamos noción del tiempo. Solo recuerdo que cuando
Lurdes apareció, con la cara llena de leche, en bombacha y toda meada, Mariana
y yo nos habíamos quedado dormidos en un par de reposeras. Lurdes no podía ni
hablar. Apenas tenía energías para dar dos pasos seguidos, y detenerse a
respirar. Era evidente que le dolía todo, y al parecer, más que nada el culo.
Javier se ofreció a llevarnos para que no gastemos en taxi.
Pero la condición fue que Lurdes viaje así como estaba. Casi ni me despedí de
los demás. Sergio y Marcelo ni siquiera salieron de la casa. Daniel tenía un
aspecto de muerte, y no podía orientarse con precisión. Lo cierto es que,
apenas llegamos a casa, no nos quedó otra que invitar a mi cuñada a dormir con
nosotros. ¡Mariana y yo queríamos enterarnos de todo lo que había hecho con
esos hombres, y no podíamos esperar siquiera a que amanezca! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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