En aquellos días
mi esposa y yo habíamos decidido no tomarnos vacaciones. Consideramos muy
stresante la idea de viajar, pagar hoteles, salir a comer todos los días,
gastar en micros y regalos para la familia. Por lo que optamos por quedarnos en
casa, disfrutarnos un poco en la intimidad de los días de ocio, y no limitarnos
siquiera para despertarnos en algún horario especial. Ya habíamos pispeado las películas
que compartiríamos juntos, algunas comiditas, ciertas actividades sexuales, y
todo lo necesario para no tener que salir siquiera a comprar pan.
Pero de repente,
nuestro sobrino Rodrigo me llamó por teléfono para preguntarme si no teníamos
problemas en que pase unos días con nosotros. No hizo falta que lo consulte con
Melisa. Ella no me hubiera perdonado una respuesta negativa al mimado de la
tía, solo por estar a solas menos tiempo conmigo. Le dije que sí, y esa misma
tarde Rodrigo se instaló en casa. Solo fueron tres días. Los dos lo vimos
desanimado, falto de confianza y bastante retraído. Pensamos que es normal a
sus 15 años. La adolescencia es un crisol de sorpresas irreflexivas todo el
tiempo. No lo presionamos, ni le obligamos a contarnos lo que tal vez debía
analizar para sí mismo. Apenas nos dijo que todo en su casa estaba bien nos
quedamos tranquilos.
El martes que
llegó, ayudó a Melisa a pelar papas y a cortar tomates, mientras yo preparaba
una carnecita al horno. Comimos en el livin mientras veíamos el final de un
partido de la selección argentina, y enseguida nos fuimos a acostar. Desde
luego, Rodrigo en la piecita contigua a la nuestra, la que Meli le preparó con
todo el cariño. Antes de acostarnos, Rodrigo me pidió la contraseña del Wifi, y
yo se la di, siempre y cuando nos prometa que al otro día se levantaría sin
chistar. Es que, el guacho juega al básquet, y aprovechando las vacaciones de
invierno, su entrenador había preparado una rutina mucho más exigente para sus
jugadores.
Meli y yo
estábamos viendo el final de una peli cuando, de repente escuchamos unos
gemidos que provenían de algún lado de la casa.
¡No me digas que
la boluda de la vecina mira porno!, dijo Melisa una vez que volvió a darle
curso a la peli. Nos reímos y nos besamos. Melisa estaba especialmente cariñosa
esa noche, en bombacha y con las gomas al aire. Una ráfaga de su piel desnuda
contra mi brazo, luego unas tocaditas de su dedo a mis labios, y el hallazgo de
su mano al encontrarse con mi pene tan tieso como un ladrillo, nos condujo a
dejar la película de lado. De repente Melisa me cabalgaba haciendo que la cama
se queje, golpee la pared y se retuerza de placer, al igual que cada poro de mi
piel. Me arañaba el pecho con sus uñas subiendo y bajando cada vez más rápido
con su concha comiéndome la pija. Me mordía los labios, y me pedía que le amase
las tetas como si se las estuviese ordeñando. Gemía, por momentos olvidándose
de nuestro visitante. Yo se lo recordaba, pero ella no paró de gemir, agitarse
y moverse para sentirla lo más adentro que le fuera posible. Cuando al fin su
conchita se rebalsó de mi leche y sus jugos, se levantó de mi cuerpo, y luego
de besarnos en agradecimiento por el magnífico polvo que nos regalamos me dijo
que iría a lavarse al baño. Nunca le gustó eso de dormirse con restos de una
guerra sexual en la piel. Salvo cuando se hace la loca con el gancia.
Pero antes de
volver a la cama conmigo, la oí hablar. No era posible que alguien la llame al
celular a estas horas, pensé. Entonces, recordé que Rodrigo descansaba en la
pieza de al lado. Justamente, ella se refería a él. Por lo tanto presté más
atención.
¿Mirá vos nenito!
¡Y yo que pensé que era la vecina!, dijo luego de un bostezo.
¡Rodri, no hay
drama con que mires esas chanchadas! ¡Pero no lo pongas tan fuerte! ¡O, de
última ponete auriculares! ¡Yo tengo unos! ¡Si querés te los presto!, agregó
después, mientras apagaba la luz del pasillo que une los cuartos y el baño. No
podía escuchar lo que le respondía el pendex.
¿Bueno, cualquier
cosa me avisás! ¡Hasta mañana cochino!, le dijo riéndose musical, extrovertida
y suelta de complejos. En unos segundos ya se metía en la cama, luego de
quitarse el camisón largo que suele usar para ir al baño cuando tenemos
invitados. Por lo demás, estaba desnuda bajo esa prenda.
¡Amor, ¿Podés
creer? ¿era tu sobrino el que miraba cosas chanchas! ¡Yo creo que se estaba
quedando dormido! ¡Ni me escuchó entrar al baño! ¡Como estaba la puerta
abierta, lo vi con el celu en la mano, que reproducía un videíto! ¡estaba todo
despatarrado! ¡Se tapó con la frazada nomás! ¡De pedo si se sacó las
zapatillas!, me decía mientras enredaba sus brazos a mi cuello. Tenía los pies
fríos, pero las ganas intactas. Hablamos acerca del desarrollo sexual de Rodri,
y le pedí que no se asuste, que no lo reprima, y no lo ridiculice. Ella, me
escuchaba a medias. Con una de sus manos volvía a endurecerme la pija
haciéndome una paja extraordinaria, luego de ensalivarse los dedos. Me
acariciaba las bolas y me pellizcaba las nalgas. Yo quería tocarla, pero ella
me lo prohibía. Hasta que, en un golpe de sublime realidad, su cabeza fue a
parar sobre mis piernas, al refugio de las sábanas, y sus labios rodearon mi
glande para comenzar a succionarme cada poro de mi calentura. Me escupía los
huevos, fregaba su cara en ellos, y retornaba a lamer, succionar, besuquear y
estirarme el cuero de la verga para tragarse todo lo que le entraba.
Entretanto, uno de mis pies se instaló entre sus piernas, y poco a poco fue
ganando terreno hasta llegar a la superficie de su conchita caliente, cada vez
más mojada. De modo que, mientras ella mamaba, jadeaba con dificultad y por
momentos se cacheteaba el mentón con mi dureza, mi pulgar intentaba transgredir
sus labios vaginales, mi planta se fregaba contra ella, y el resto de los dedos
buscaban su tesoro sagrado.
¿Espero que el
guachito de mierda este… ¡Glup
glup glup!... No ande con el bulto marcadito… ¡Glup glup glup!...
Calentándole las bombachitas a las pendejas!, me decía, cuando el clímax, mi
explosión, el ritmo frenético de sus lametones y sus líquidos estaban a punto
de hacernos estallar.
¿Ojalá que síii! ¡Que todas se calienten con tu sobrino!
¿Vos no le miraste el bulto amor? ¿Tenía la verga parada el pendejo? ¡Daleeee,
abrí la boca putonaaa!, le decía al tiempo que mi leche la hacía toser,
eructar, hipar y respirar del fuego de nuestra acabada. Ella tuvo su orgasmo
gracias a mi pie entrometido, y a lo que le dije. Cuando la vi salir con la
cara nublada de semen, con la nariz colorada y el pelo enchastrado, la amé más
que nunca. Volvimos a besarnos, y nos deseamos la mejor de las noches. Algo nos
inquietaba. Seguro más a ella que a mí, en principio. Pero no podía dejar de
pensar en lo que había dicho, y en mi pregunta. ¿Le había visto la pija erecta,
y por eso volvió más calentita del baño?
Al otro día, Rodrigo cumplió con su promesa. Se levantó a
las 8, desayunó un vaso de leche, dos bananas y unas tostadas, y se tomó el
colectivo que lo conduciría al gimnasio. Melisa se quedó en la cama hasta las
10. Yo aproveché a lavar el auto, a cortar el pasto y a hacer sociales por
whatsapp. Cuando Rodrigo llegó a eso de las 12, almorzamos, a pesar que Melisa
le había pedido que se dé una ducha primero. Luego de arrasar con las pizzas,
el pibe le juró que después de jugar una mano de truco conmigo se iría a bañar.
Por la tarde tenía entrenamiento. Melisa se quedó conforme. Le preparó toallones,
y algo de ropa de entrecasa, además de acondicionarle la bañera con agua tibia.
¡Meli, acordate que ya no es un nene!, le dije, creyendo que
sus excesos de mimos podían aturdirlo un poco.
¡Sí, Ya sé que no es un nene! ¿Está creciendo, y bue, cuando
crecen se vuelven cochinos! ¿Eso les pasa a todos los varones?!, dijo metiéndose
en la pieza, donde seguramente me iba a esperar para que veamos una peli. Yo le
guiñé un ojo a Rodri, para darle a entender que las tías son así de
protectoras, y enseguida entré a la pieza.
¡Rodri se baña, y después dice que va a descansar un
ratito!, le dije a mi esposa, ya descalzo y en calzoncillo, dispuesto a
recostarme a su lado. Empezamos a ver una serie. Pero no hubo forma de darle
continuidad. Primero ella recibió un llamado de su hermana. Después, yo tuve
que cortarle a una encuestadora. También me llamaron para ofrecerme un plan de
canal por cable. A los 3 o 4 minutos, nos acordamos que había ensalada de fruta
en la heladera, y entonces, por más que yo me ofrecí a buscarla, Melisa se
levantó para ir a la cocina, servirla y traerla.
Me interné un ratito en el celular. Tal vez por eso no tomé
dimensión del tiempo que había pasado. Cuando Meli volvió con dos cuencos
repletos de ensalada, vi que los ojos le resplandecían como mariposas doradas.
¡Amor, tu sobrino ni se bañó! ¡Se quedó dormido,
despatarrado en la cama! ¡Bah, yo creo que está dormido! ¡Primero fui al baño,
y como todo estaba igual, fui a su pieza! ¡Ahí lo ví con la mano en el pito!
¡No me quise hacer la cabeza ni nada! ¡Serví las ensaladitas, y cuando pasé por
su pieza de nuevo, tenía un pedazo de pito estirándole el bóxer! ¡No no, no te
puedo explicar! ¡Ese pendejo no puede tener esa pistola!, me decía mientras
entraba a la cama, sin limpiarse los pies descalzos. Cuando me alcanzó el
cuenco, ni le importó haber derramado un poco de jugo en la sábana, y otro tanto
en mi remera. Estaba extasiada.
¿Y, vos creés que anduvo mirando porno?!, le pregunté,
atontado por el impacto de sus palabras.
¡No sé amor! ¡Pero, hasta vi que la cabecita se le escapaba
del bóxer! ¡La guacha que se lo coja, lo va a pasar re bien!, dijo ella
ofreciéndome sus tetas para que se las amamante. Nos comimos la ensalada
jugando con nuestras lenguas, mimoseándonos un pooo, olvidándonos de la serie.
En un ratito Rodrigo debía levantarse para ir a su entrenamiento.
A la noche, luego de cenar los tres en el patio de casa, ya
que yo había preparado unas hamburguesas a la parrilla, nos metimos a ver una
peli de acción. Pero Rodrigo se quedó dormido a los 15 minutos. Entonces,
Melisa lo acomodó en el sillón, le sacó las zapatillas, le acomodó una almohada
debajo de la cabeza y lo cubrió con una manta.
¡Pobrecito! ¡Debe estar fundido como para no acompañarte a
ver una peli!, decía Meli mientras ordenábamos un poco la parrilla. Habíamos
dejado la mesa puesta, los reflectores prendidos y algunas botellas afuera. Ahí
aprovechamos a tomar una cerveza, y compartimos un fasito. Supongo que perdimos
la noción del tiempo terrenal, porque cuando entramos a la casas, ya eran las
dos de la mañana. Yo me fui a la cama después de sacarme la ropa con olor a
humo, y Melisa a la cocina para preparar un cafecito. Sin embargo, me llamó la
atención que tardara tanto. No sabía si llamarla, ya que podría despertar a
Rodrigo. Por eso, decidí levantarme. ¡Y, definitivamente lo que vi apenas
llegué al living, me empaló de inmediato! Melisa estaba sentada en el suelo,
bien pegada al sillón donde descansaba Rodrigo. Pero el guacho estaba
destapado, y con el pito bien parado, por más que estuviera dormido. Para
colmo, Melisa atesoraba en sus manos el calzoncillo que seguro tendría puesto
el pendejo. Lo olía, y se lo pasaba por las tetas. Supongo que Rodrigo debió
haber notado que su tía esa noche no llevaba corpiño bajo su vestido rudimentario.
¿Qué hacés loquita?!, le balbuceé con la voz más pequeña que
conseguí, sintiendo que el pecho se me separaba en dos. No estaba enojado con
ella. No entendía por qué, pero en ese momento quería verla mamarle la pija a
Rodrigo. Sin embargo, la llamé en silencio para que vuelva conmigo a la
habitación. Por suerte, después de tapar al pibe con la manta, y tras dedicarle
un par de miradas lamiéndose los labios a su pito, fuimos a la cocina y
preparamos café.
¿Pero, puede ser que se haya acabado dormido, y se haya
sacado el calzón? ¡Para mí, lo hizo sin querer!, me consultaba, ya en nuestra
cama, ambos sentados con las tazas de café.
¡No sé Meli! ¡Pero si vos decís que tenía semen… puede ser,
que… acordate que las poluciones nocturnas no se pueden pronosticar!, le dije,
soportando la pajita que su mano libre le otorgaba a mi pija.
¡Cómo te calentó mirarle el pito al nene! ¡Sos una sucia,
una inmunda, una putona!, le dije al oído, sabiendo que esas cosas le
calentaban el autoestima.
Al otro día hubo que sacudir un poco a Rodrigo para que se
despierte. Yo estaba preparando las tostadas, cuando de repente Melisa lo
destapó.
¡Guaaaau, neneeee! ¡Levantate y andá a hacer pis, que se te
va a reventar eso!, le dijo tras quitarle la manta. El pajerito no se había
puesto el bóxer de nuevo, a pesar que Melisa se lo dejó adentro de la manta.
Rodrigo no pareció avergonzarse. De hecho, ni siquiera buscó cubrir sus partes
nobles. Yo lo supe por cómo se escandalizaba Melisa.
¡No te toques nene, y levantate, que vas a llegar tarde al
gimnasio!, le rezongó, doblando la manta para luego ordenar el sillón. Rodrigo
se levantó y entró al baño. En ese momento, Melisa aparece en la cocina con la
manta en la mano, y se me acerca para mostrarme algo.
¡Mirá gordi, el nene, creo que, para mí se acabó en la
manta!, susurró, mientras mis ojos comprobaban que los sueños eróticos de
Rodrigo eran lo suficientemente intensos como para varios derrames tal vez.
Sin embargo el resto del día transcurrió normal. Recién
luego de la cena, que esta vez consistió en unos panchos, otra vez mi esposa se
desbordó. Ahora no había vuelta atrás. Rodrigo dormía en su cama, al tiempo que
nosotros veíamos una serie. Pero los gemidos que provenían de su pieza,
encendieron las alarmas de Melisa.
¿Puedo ir a ver lo que está mirando el nene amor?!, me
preguntó. Claro que conocía mi respuesta. Solo que esta vez yo le seguí los
pasos.
¿Otra vez mirando chanchadas? ¡Aaaah, y para colmo, con el
pilín afuera!, le dijo tras abrir del todo la puerta, que ni siquiera estaba
junto al umbral. Rodrigo no contestó, pero silenció el video.
¿Qué pasa Rodri? ¿Andás necesitando una noviecita?!, agregó
con otra sonrisa. Yo me acomodé al lado de la puerta. Desde allí ninguno de los
dos podía verme.
¡No tía, nada que ver! ¡Bueno, perdón! ¡No vuelvo a mirar
eso!, reconoció Rodrigo.
¡Pero, si yo no te estoy pidiendo que no mires! ¡Es normal
lo que te pasa! ¡Y más si hacés deporte! ¡Y no te tapes el pito!, continuó
diciéndole mientras se hacía un lugarcito para sentarse en la cama.
¡Posta, que yo no sé si habrá algún compañerito tuyo que,
bue, que tenga un pilín tan lindo!, le dijo acariciándole las piernas. Yo
estaba desconcertado. Melisa apenas tenía un top, y un pantaloncito corto que
encima le quedaba apretado.
¡Tocate Ro! ¡Es importante que te pajees! ¡Ayer me
ensuciaste la mantita! ¿Sabías?!, le dijo, con un cierto temblequeo en la voz.
Rodrigo ni movía las manos. spero su pene aumentó su tamaño, especialmente
cuando Melisa le frotó las tetillas por debajo de su remera.
¿Ya lo hiciste con una chica? ¿Te dijo alguna chica que
tenés una pija hermosa?!, dijo Meli con un hilo de baba en el labio inferior,
ahora mirándolo a los ojos.
¡Aaaah, sos un pillín bárbaro vos! ¡Me mirás las tetas! ¿Te
gustan las tetas?!, lo apuró, descubriendo que la mirada de su sobrino iba de
un pecho al otro.
¡Síii, tenés mansas gomas tía! ¡Pero, no estuve con una
chica! ¡Bah, una guacha me hizo un pete, pero solo eso!, dijo al fin el mocoso
a la vez que Melisa se enderezaba para buscar mi mirada. Luego le sacó las
medias y le acarició los pies.
¡Dale nene, tocate ese pito hermoso!, deslizó mientras le
abría las piernas. Pero antes que sus manos tomen contacto con su músculo
afiebrado, ella se las agarró.
¡Mirá, la tía te va a enseñar a que te toques más rico!, le
prometió, y acto seguido le besó las manos, después le pasó la lengua por cada
uno de sus dedos, y se las escupió.
¡Ahora tocate!, le dijo tras darle un golpecito en la panza.
Rodrigo escondió su tronco entre las manos y comenzó a subir y bajar el cuero,
a presionarse el glande con el pulgar y a tiritar, abriendo y cerrando las
piernas, mientras Melisa se las acariciaba.
¿Y te gustó que esa chica se meta tu pito en la boca? ¿Le
entraba entero? ¿Le acabaste en la boquita?!, curioseaba mi esposa, mientras se
quitaba el top. Mi sobrino solo dijo que sí con la cabeza a la primer pregunta,
y siguió acogotándose la verga. Yo no podía creer que tuviera semejante pedazo.
¿Y siempre dormís desnudo?!, le dijo luego, meneándole las
tetas a poca distancia de su pija. Rodrigo no contestó.
¿Querés que te la acaricie con las tetas? ¿Cuándo me las
mirás, se te para el pito, pendejo de mierda?!, replicó Melisa con la voz cada
vez más lujuriosa, a punto de posarle las tetas en la cara a mi sobrino.
¡Dame esas manitos que te las quiero chupar! ¡Y vos, me vas
a chupar las tetas!, le intercambió, y enseguida le echó el torso encima. Vi
cómo Meli le lamía y mordía los dedos, mientras Rodrigo le mamaba las tetas con
más ruido que precisión. Ahora su pija estaba más dura, y sin recibir el mínimo
roce. Melisa gemía, le pedía más besitos y le decía cosas que ya no llegaba a
comprender. Solo que varias veces le repitió: ¡Qué ricooo, olor a pito de
neneeee, y a huevitos calienteees!
Cuando Melisa se incorporó, vi que volvió a refregar las
manos de Rodrigo contra sus huevos y su pija para volver a olerlas, lamerlas y
escupirlas. Pero, esta vez no lo dejó pajearse. Primero le rodeó el cuello y el
pecho con un besuqueo interminable, le mordió las tetillas y le pasó toda la
lengua por el mentón. Rodrigo no tenía otra alternativa que estremecerse,
temblar, suplicarle cosas con el pensamiento, y mantenerse erecto. Su glande se
ponía cada vez más viscoso, y transpiraba más que en el gimnasio.
De pronto Meli comenzó a darle tetazos en la pija. Ese
sonido, esa visión perversa de las tetas de mi esposa primero entrechocando con
esa verga, y luego acunándola entre ellas para friccionarse, me estaba llevando
a la locura. Pero Rodri no pudo sostener ni un segundo más todo el calvario que
le colmaban desde los testículos hasta la punta del pelo. Por eso, apenas un
espasmo insoluble, cargado de movimientos desarticulados y jadeos lo envolvió,
una estampida de semen le bañó las tetas a Melisa, tal vez cuando menos lo
esperaba.
¡Uuuuh, me dejaste la lechona en las tetas, asquerositoooo!
¿Querés mirar?!, le propuso su tía, mientras Rodrigo parecía pensar en lo que
acababa de vivir, sin que se le ocurriera pronunciar palabras. Melisa le mostró
cómo le chorreaba su semen desde las tetas al abdomen, mientras el pito del
nene se resignaba a volver a su estado de pene.
¡Bueno Ro, creo que por hoy tuvimos bastante! ¡Ahora
dormite! ¡Mañana vamos a charlar de esto! ¡Pero, no te sientas mal! ¡No hiciste
nada que esté mal, ni sea prohibido! ¡Tu tío está de acuerdo conmigo! ¡Vos
tenés que sacarte las ganas, y ese pilín necesita sacar toda esa lechita!
¡Sino, te van a doler los huevitos! ¡Así que, ya sabés! ¡Yo estoy para
ayudarte! ¡Y ahora a dormir, que mañana tenés que ir al gimnasio!, le expresó
con la voz calma, tranquila y más serena que siempre.
¡Pero, si querés tocarte el pito, tocate! ¡Y, si te portás
bien, por ahí, mañana la tía se mete ese pilín en su boca! ¿Querés?!, le dijo
antes de cubrirlo con la sábana y la frazada. Cuando salió de la pieza le cerró
la puerta, y al encontrarse conmigo nos metimos al baño. Ahí le chupé las tetas
con la lechita de mi sobrino, mientras comenzaba a cogérmela de parados, contra
la pared. No iba a renegar de su proceder. No sentía que hubiera obrado mal. Me
volvía loooco verla hecha una putona con su sobrino, y eso no lo podía cambiar.
Por eso, estoy seguro que Rodrigo tuvo que haber escuchado los bombazos que le
regalé a su conchita re contra empapada. Le acabé adentro sin privarme un solo
jadeo. Ella no gemía fuerte, pero sí me mordía los labios, y decía todo el
tiempo que ahora tiene dos pijas para ella solita.
A la mañana siguiente, lo primero que Melisa pronunció,
luego de apagar el despertador fue: ¡Ya vengo amor! ¡Voy a despertar al nene!
¡A lo mejor quién te dice! ¡Por ahí, vuelvo con la boquita llena de su leche, y
la compartimos! ¿Querés?!, y se fue de la habitación, apenas en bombachita y
corpiño. Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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