Era jueves y hacía calor. Ya en el amanecer
del diciembre navideño todo el mundo andaba como loco por las calles. Yo tenía
que viajar para rendir historia mundial de la economía desde Campana a Buenos Aires,
ensardinado en un bondi, intentando concentrarme en la música de mis
auriculares con tal de no oír las boludeces de las viejas, el lenguaje
primitivo de los adolescentes y la cumbia del colectivero. ¡Encima el estúpido
las tarareaba como si estuviese en una cancha de fútbol!
El micro de las 17 venía tan hasta el orto que
ni me gasté en pararlo. En 15 minutos llegó el otro, y me lo tomé con la vana
ilusión de encontrar algún asiento vacío. Sin embargo, no tenía más remedio que
viajar cerca de dos horas parado. No cabía ni una mosca. Las ventanillas
echaban aire caliente. El mal estado de las rutas y las frenadas bruscas del
chofer ponían nerviosos a todos.
Hasta que a los 15 minutos de mi viaje,
mientras memorizaba para mis adentros lo que había estudiado, vi que subió una morocha
de unos 18 años con un bebé en los brazos. Pedí un asiento para ella, pero se
interpuso a mi buena acción diciendo que no hacía falta, y que no me meta en lo
que no me importa. Ninguno se lo cedió. No entendí por qué ponía en riesgo a su
hijo así, pero para qué meterse en asuntos ajenos me dije.
Al rato el niño lloró un poco. Ella se levantó
la remerita de algodón azul y le puso una de sus tetas desnudas en la boca al
bebé para que se alimente. ¿Ni siquiera había tenido la delicadeza de ponerse
corpiño! Ella lo sostenía de la cola aferrada a un pasamanos que surgía del
techo, y le decía: ¡Tomá la lechita mi amor, así, despacito, y dormite!
Me rompía la cabeza ver el roce de las
piernitas blancas del niño en su pancita, la succión de su boquita a ese pezón
hinchado y la despreocupación de esa hembra de ojos celestes.
Poco a poco, con el movimiento de los que
bajaban y subían, terminé parado atrás de ella. Ahora no solo podía ver, sino
escuchar las chupadas del crío y las quejas de ella cada vez que la mordía.
También percibí el olor a enjuague de su pelo amuchado en un rodete, el de su
piel oscura y hasta el de su sudor por la humedad del verano al acecho.
Solo por un momento le quité la atención. Fue cuando
vi a una rubia que se partía bajando por la puerta de atrás. ¡la guacha tenía
una pollerita que se le subió con el andar de sus caderas durante su descenso,
y no traía ropa interior! ¿Qué les estaba pasando a las minas? ¿Por qué se
destapaban tanto? Mi pensamiento recreaba la cola de la rubia, y la teta de la
rochita que tenía en frente, y todo lo que había estudiado se me traspapelaba.
Cuando quise acordar la erección de mi verga
era incontrolable, y hasta me animé a apoyarle el culo a esa mamita, un poco
impulsado por la inercia del viaje. Ella, digamos que era bastante villera.
Cuando la vi bien le descubrí las zapatillas rotas, un piercing abajo del ojo
derecho y otro al costado izquierdo del labio. Tenía un shortcito apretado y
corto, por lo que le miré las piernas sin depilar, y hasta se las acaricié
levemente.
De repente ella atendió su celular con el nene
prendido de su seno.
¡No ma, dejá todo así loco! ¡Y comprale
pañales a tu nieto ya que tanto te gusta romperme las bolas! ¡Te dije que no
quiero que me toques mis cosas!, se quejaba cuando ya mi pija estaba muy pegada
a su culito bien parado.
¡Decile a ese guacho que se tome el palo! ¡Y
si quiere garchar que se busque a otra putita! ¡Al pibe lo va a ver cuanto a mí
se me cante la argolla!, redondeó y cortó el llamado, cuando yo le amasaba un
poco una de sus nalgas. Pero dejé de hacerlo en cuanto guardó el celu y le
cambió el pecho a su nene.
Todo estaba tranquilo. Yo seguía con la pija
apoyada en su culo, y ahora me atreví a moverme para fregarla en ese pan de
carne apetitoso. Cuando le amasé la otra nalga, tras varias frotadas se dio
vuelta y me dijo con los ojos llenos de odio y lujuria: ¿Vos pensás que yo soy
un a boluda? ¡Desde hoy que estás déle apoyarme la pija guacho! ¿Tanto les
calienta a los tipos ver a una mina con un pendejo colgado de las tetas?!
Pensé que si no me pegaba ella, cualquiera de
los pasajeros me expulsaría del micro, por lo fuerte de sus gritos. Quedé
idiotizado por su reacción. No podía hablarle siquiera.
¡Dale, apoyámela toda si querés! ¡Si al final sos
un pajero cagón como todos!, me dijo y se giró hacia donde estaba, es decir,
mirando hacia adelante del camino. Yo seguí fregando mi bulto en su cola. Solo
que ahora ella gemía suave, abría un poco las piernas, se mecía para los
costados y sacaba el culo hacia atrás.
Cuando vi su remerita mojarse con la leche del
pezón que el niño abandonó por el otro, pensé que lo mejor era acomodarme en un
rincón lejos de ella. Pero, mientras subía una docena de escolares más, un
viejo y una mujer repleta de bolsas del mercado, ella se subió la bombacha por
encima de la línea de su short para ratonearme aún más, y para rozarme la
cabeza de la pija con un dedito. No conforme con eso me la apretó, deslizó su
mano por todo el tronco y me bajó el cierre.
¡Cómo la tenés pajerito! ¡Te juro quete cojo
acá nomás! ¡Te la chupo y te doy el culo turrito! ¡No sabés cómo te la
mamaría!, me dijo al oído ni bien el chofer arrancó advirtiendo que solo
abriría la puerta de descenso.
Me la palpó sobre el bóxer, me dio un pico, me
puso con mucho disimulo una de sus tetas en la cara, aunque yo debía agacharme
un toque, y después me dijo que le frote la concha. Lo hice aprovechando el
arco de sus piernas semi abiertas, pero sobre el short, mientras ella acomodaba
al bebé en el otro brazo.
En eso vemos que una pareja de ancianos enfila
para bajarse, y nosotros tomamos aquellos asientos. Ella al lado del pasillo.
Era la anteúltima fila.
Ni bien nos sentamos el niño empezó con el
llanto, porque ella le había sacado la teta. Charlamos brevemente. Le dije que
soy estudiante, que tengo 26 años y que vivo con mis viejos, que soy soltero y
le conté de mi última novia.
Finalmente la convencí para que siga dándole
de mamar al bebé, y entonces ella volvió a manotearme el pito por arriba del
bóxer.
¡Quiero que te acabes encima forrito, y quiero
que lo hagas chupándome una teta<!
Cuando dijo esto acerqué mi cara a sus senos,
y ella me dio una cachetada. ¡Eso es para mí pibe guachín, no te zarpes
conmigo!
Pero, como cambiando una estrategia necesaria
metió mi mano en la entrada de su short, y mientras nos besábamos como
enamorados en un telo ella me pajeaba con todo mi pene en el hueco de su mano.
¿Y? ¡Dale nene, colame los dedos en la concha!
¡Fijate cómo tengo la bombacha por vos pendejo!
No hubo nada más que decir luego de su antojo.
Su bombachita estaba hecha sopa cuando mi mano transgredió sus límites para
acariciarle esa conchita peluda, para sentir el movimiento de su vientre y el
calor de sus jugos, entretanto ella volvía a pajearme luego de escupirse la
mano. El bebé seguía tomando teta.
Apenas mi dedo entró en su vagina se estremeció.
Me mordía la oreja y no paraba de decirme que la quería sentir adentro. Cuando
froté su clítoris gimió como si toda esa gente que nos rodeaba en el micro no
existiera. Luego, mi pija y su mano estaban afuera de mi ropa, y mis falanges
siendo presionadas por sus piernas cuando sus labios se colmaban de jadeos y mis
palmas con su sabia.
¡Dale, pajeame así guacho, y acabá para mí!
Un tipo miraba como le chorreaban las tetas
con el nene casi dormido, con su mano subiendo y bajando de mi verga babeada, y
cómo sus ojos ardían de deseo, porque además de frotarle el clítoris también le
rocé algunas veces su ano perfecto.
Acabé cuando me dio un beso de lengua
interminable. Luego se agachó para escupirme la chota y, entonces su mano fue
un huracán en mi glande, mis huevos y todo el cuero erecto de mi pene. Me lo
apretaba, lo amasaba, me lo sacudía con violencia, se olía la mano, me pegaba
en la puntita y me rozaba la cabecita con su pulgar. Le manché hasta la remera
con semen cuando salpicó todo. Ella acabó cuando le bajé un poco el short y le
cogí esa conchita con tres dedos, por encima y por adentro de la bombacha.
Gritó un poco haciendo de cuentas que el bebé le mordió un pezón, y derramó un
río delicioso de flujos en mi mano laboriosa. Recién entonces noté que hasta se
había largado un chorrito de pis de la calentura.
Cuando la realidad me devolvió la imagen de
ambos con gotas de sudores en la frente, temblorosos, aturdidos, pegoteados y
confusos, se me ocurrió pedirle alguna forma de contacto. Pero ella se bajó
casi sin hablarme. Nunca se acomodó la remerita, ni se arregló al menos para
que no se le vea la bombacha.
Del examen, me bocharon. Mi ex novia se
recibió ese mismo día, y a mis viejos no les hizo ninguna gracia. Pero yo tuve
la mejor paja de mi vida con esa villerita sucia, desprejuiciada y calentona.
Tal vez en algún otro micro nos volvamos a encontrar. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
hola!, este relato está muuuy bueno mucho morvo tiene y eso me gusta y demaciado. ¡a seguir escribiendo mas historias como esta!
ResponderEliminarque gigante eres Ambar.... sigue asi... esa putita villera debio recibir leche en las tetas mientras daba de mamar!!
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