Agrandadita

Todos ya me conocen como Peter, un viejito de 72 años, delgado, de anteojos, pelo canoso hasta los hombros y enmarañado. Decidí enterrar todos los recuerdos que pudieran atarme a la muerte de mi esposa, hace ya 30 años. Su enfermedad era irreversible. De hecho, ni siquiera mi verdadero nombre perdura en el presente. Me mudé de Santa Fe a Buenos Aires, donde abrí con todo éxito mi empresa de taxis y transportes especiales para hospitales, organismos del estado, personal universitario, miembros de la política o de la justicia. Todo en regla y por derecha.
No fueron sencillos los primeros meses. Pero hoy por hoy, tengo a mi cargo más de 15 oficinas operando en la ciudad en la que vivo y sus alrededores. Puse en blanco a todos los empleados. Desde telefonistas hasta choferes, y puedo darme el lujo de hacer algunos viajecitos de vez en cuando. ¡Eso me apasiona! Además, gozo de una buena salud física y mental. Tal vez lo que más me costó fue acostumbrarme a usar ropa de vestir durante casi todo el día.
Yo trabajo en la oficina central con Claudia, una mujer intachable que me acompaña hace 10 años. Ella fue víctima de un marido infiel, borracho y golpeador, a quien ya no debe temerle. Mis abogados hicieron un trabajo tan impecable que, hoy el tipo está preso en Brasil por narcotráfico, cumpliendo una condena perpetua. Como resultado de esa unión, nació Victoria, una nena encantadora, metida, inquieta, dulce, falta de cariño y medio boca sucia. La conocí cuando tenía 4 años, y le encantaba que le regale algún chocolatín a escondidas de su madre. Durante aquel tiempo me pregunté si sería muy descabellado hacerme cargo de la niña. Pero Claudia me sacó de aquellos planes apenas se los presenté. De todas formas, Viki pasaba muchas tardes en la oficina. Yo le aclaré a Claudia que si no tenía con quién dejarla podía traerla. Ella se lo había ganado por su desempeño, y no solo en los teléfonos, o con las maravillas que cocinaba con mucho amor para compartir con el café o el matecito. Me organizaba la agenda de los viajes, tenía un seguimiento de los turnos de los choferes, era estricta con ellos para que mantengan limpios los autos, y nunca dejaba que falten lapiceras. Renegaba con los servicios técnicos cuando alguna computadora se bloqueaba, y levantaba en peso a todo aquel que se hiciera el picaflor con alguna mujer.
Yo tenía mi oficina particular, a la que solo podían ingresar Claudia, Victoria o Enrique, mi mejor amigo y socio. Por eso Viki siempre tuvo libertad para desparramar sus juguetes cuando era chiquita, o para tirarse en el sillón con sus tareas escolares, y para jugar con su celular cuando fue más grandecita. Hoy que ya tiene 15, hasta usa mi computadora para buscar información, música o videos tontos, típicos de los adolescentes. ¡Solamente ellos pueden reírse de semejantes pavadas! Pero a ella se lo permitía todo. Los choferes la respetaron siempre, y eso me enorgullecía.
Ella me contaba de sus noviecitos, de sus ganas de salir a bailar, de las peleas con su madre por no dejarla quedarse a dormir en lo de sus amigas y de sus malas notas en el colegio. Nunca desautoricé a su madre de ninguna forma. De hecho, siempre me mostraba conforme con la educación que le brindaba. Pero, tal vez, sin darse cuenta, de repente empezó a pegarse más a mí, y no solo espiritualmente.
Cuando Claudia la traía del colegio, a veces se me sentaba en las piernas, abría sus páginas de internet para mostrarme videos o tutoriales, me enviciaba con algunos juegos online, y rara vez lograba no quedarse dormida en mis brazos después de media hora. Otras veces me convidaba de sus galletitas, de su gaseosa o alfajores. El tema es que, su cola se movía contra mi virilidad descuidada, y digamos que Viki ya tenía una colita importante. Según ella portaba 100 de pechos y 110 de cola. Es rubia como Claudia, tiene ojitos verdes, el pelo ondeado y una carita más bien cachetona, sonriente y colorida. Salvo cuando discute con su madre. Ahí sus ojos despiden chispas incandescentes que meten miedo.
Claudia jamás me dijo nada cuando vio a su hija dormida en mis brazos. Yo sabía que debía tener el control de las situaciones. Pero mi pene se enaltecía como en sus tiempos de gloria, y eso no estaba en mis manos. Los perfumes que usaba eran deliciosos. Pero el olor de su piel tenía un cálido destello que embriagaba. En ese tiempo tenía el pelo largo, y quizás por la rebeldía de la edad, algunas veces le esquivaba a la ducha diaria. Sin embargo, nada eclipsaba todo lo que despertaba su vocecita en mis sentidos cuando me decía: ¡Piter, me hacés upita? ¡Así jugamos a algo en la compu!
Yo temblaba, porque me era imposible manejar el mouse y el teclado sin rozarle los pechos. No podía negarle nada. Claudia la retaba cuando se quedaba dormida en el sillón. En cambio, yo la contemplaba abierta de piernas, con la remerita subida, el corpiño corrido y el pelo alborotado. La pija me lo agradecía con unas erecciones que superaban por goleada a las que alcanzaba viendo porno en internet. Claro, esto, siempre que en la oficina no había nadie. Además, yo vivo cerca del laburo. Por lo que ciertas noches me quedaba a masturbarme en esos sitios de morbo y perversión, mis favoritos.
Apenas las clases le dieron paso a un diciembre caluroso y húmedo, Viki empezó a venir desde la siesta, y casi siempre vestida con polleras y vestiditos de verano, livianos y bien pegados al cuerpo. Ahí sus insinuaciones fueron cada vez más pecaminosas para mi integridad. Ahora, cuando se me sentaba encima, se bajaba un poco el vestidito diciendo que tenía calor, y se tocaba las gomas.
Una vez me preguntó: ¿Pedrito, vos decís que tengo lindas tetas?!
Le dije que sí, y como respuesta me dio un beso muy cerca de la boca diciendo con alegría juvenil: ¡Aaay, gracias, vos sos un divino, te quiero mucho!
Esa vez sentí que sus labios estaban tan afiebrados como las hormonas que despedían su atrevimiento.
Cuando tomábamos mate, porque a ella le encantaba cebar, me lo daba en la mano después de besármela. Cierta vez me pasó la lengua por los dedos. Cuando una tarde se le cayó la pilita de su mp3, mufándose por no encontrarla me dijo: ¿Me ayudás a buscarla porfi? ¡No la veo por ningún lado! ¡Encima yo soy re tontita para buscar!, casi me infarto de la emoción. Viki estaba agachadita, con la pollera en la cintura y la bombacha partiéndole esa cola en dos mundos iguales, habitables y perfectos. Generalmente usaba culotes y corpiños deportivos, floreados o rosados. Varias veces le vi la bombacha mientras dormía, o cuando saltaba de felicidad si su madre le daba algo de plata para comprarse una hamburguesa.
Otra tarde la reté porque, producto de una comezón en las piernas no paraba de rascarse. Ella se levantó la pollerita y me dijo pegándose a mí: ¡Lo que pasa es que, mirá cómo tengo! ¡Hasta la cola me llegan las ronchitas! ¡Y me voy a poner re fea seguro!
Le dije que tenía que aflojarle al chocolate con estos calores, mientras descubría que su bombachita, la que medio se le caía, tenía un dejo de olor a pichí, y que su cola estaba desnuda, a disposición de mis manos y mi boca. Le bajé la pollera y le pedí que no se la suba, porque alguien podía entrar. Ella me hizo un pucherito, se agachó y puso sus manos en mis piernas.
¿Te da miedo que mi mami te vea mirándome la cola?!, dijo con una sonrisa malvada.
Otra vuelta, me preguntó de la nada, como solía actuar: ¡Piter, no te hubiera gustado tener una hija como yo?!
¡Claro! ¡A quién no!, le dije. ¡Vos sos una buena chica, educada dentro de todo, linda, inteligente y, graciosa!
Pero ella se me sentó en las rodillas interrumpiéndome.
¿Y, te habría gustado que tenga estas tetas, para que los hombres me las miren, y vos te pongas nervioso? ¿O esta colita?!, decía mordiéndose los labios.
¡Mirá Viki, no sé a qué querés llegar con esto… pero tenés que ubicarte un poquito conmigo!, le largué con cierto tenor de gravedad.
¡Dale Piter… si ya te vi muchas veces la pija… y se te re para cuando me mirás… o me olés cuando me tenés sentadita arriba tuyo!, me decía levantándose. No pude dejar las cosas así. Al punto que le di una cachetada con todo el dolor del alma para frenar sus impulsos y los míos, gritándole con desparpajo: ¡Eso no se dice Victoria! ¡No seas desubicada, o ahora mismo hablo con tu madre! no era la primera vez que Viki recibía un correctivo de mi parte. Claudia me cedió esa potestad para que la ayude a encarrilarla. Claro que, no fue en más de 4 o 5 oportunidades. Justamente Claudia entró a mi despacho para enterarse de lo que pasó. Le expliqué que había dicho malas palabras, y todo se diluyó de inmediato. La única consecuencia fue que su madre le prohibió el postre durante una semana.
Apenas la mujer volvió a los teléfonos, o sea, al lado de mi oficina, Viki ni me dirigía la mirada. No me hablaba y lloriqueaba para darme pena. Yo la ignoré, hasta que balbuceó: ¡A mí nadie me quiere porque soy fea! ¡Así que mañana me voy a tirar de un puente!
Me levanté y la alcé en mis brazos, me senté en el sillón y le hice cosquillas para que se ría y me perdone por haberle pegado. Ella se movía como una gelatina encima de mí, haciendo que mi pija se roce con su cola, su espalda o sus piernitas, ya que estaba cara al cielo. Esa vez no supe contenerme, y en el frenesí repartí mis cosquillas por todo su cuerpo. Le toqué la vulvita sobre la bombacha, la que yacía mojada y acalorada.
¡No digas esas pavadas! ¡Si sabés que no sos fea! ¡Solo dijiste algo inapropiado! ¡Y no te vas a tirar de ningún lado!, decía intentando consolarla. Pero ella no me escuchaba.
¡Eeeepaaa, ahí tengo más cosquillas papi! ¡Tocame otra vez, dale!, dijo la mocosa.
¡No Viki… perdón… fue sin querer… yo no puedo tocarte ahí!, le dije rojo de vergüenza.
¿Y yo puedo tocarte a vos? ¡Dale, dejame, porfi, quiero tocar un pito de hombre, y no uno de nene como el de mis compañeros!, decía incorporándose sobre mis piernas. Le dije que ni loco la iba a dejar. Pero ella sola se sirvió de mi descuido, cuando un ratito más tarde simulaba dormirse en mis brazos. Justo cuando pensé en recostarla en el sillón para continuar con mi actividad, la pendeja me agarró el paquete con una mano, haciendo como un fantasmita con la voz para acentuar su desatino, y me lo apretó subiendo y bajando un par de veces, diciendo: ¡Uuuuuff! ¿Así se pone de dura la pija de los hombres cuando tienen relaciones papi? ¡Vos no tenés cosquillitas ahí?!
No le contesté, y me interné en la compu a resolver el drama de unas licencias vencidas.
Al día siguiente llegó con su madre, una hora demoradas porque el micro se había retrasado. Estaban de malhumor porque, en el camino unos pibes las mojaron con unas bombitas de agua. Por suerte, ambas tenían algo de ropa en la oficina por si acaso. Claudia le ordenó a su hija cambiarse en el baño, y después de firmar su asistencia entró a su oficina. Viki permaneció un rato a mi lado, como queriendo decirme algo. Me levanté a cerrar la puerta, y en cuanto la miro, estaba descalza, con un top celeste y una bombacha haciendo juego. No hallé las palabras para pedirle que se vista cuanto antes. Por el contrario. Mis ojos eran cámaras fotográficas en manos de un principiante.
¡Piter, no te jode que me cambie acá? ¡Pasa que, al baño puede entrar un tachero! ¡Qué boludos esos pibes! ¡Me mojaron hasta el culote, y acá, creo que no tengo ropa interior!, decía mientras se ponía un vestidito de verano que le llegaba hasta un poco antes de las rodillas. Esa vez tuve que pedirle permiso, y me escapé al baño para clavarme una flor de paja. No podía soportar tanto destape en vivo y en directo. Esa nena desnuda me atormentó tanto que, hasta le toqué el culo un par de veces cuando me traía café, el reporte de los viajes o alguna cosita que le pidiera del kiosko. Ella se hacía la boluda, y dejaba que se lo acaricie. En ocasiones se subía el vestido para que se lo toque sobre la bombacha, la que se puso una vez que se hubo secado, y me miraba con un deseo intrépido, al que yo no debía corresponderle.
Claudia no sospechaba nada. Se ocupaba demasiado en sus labores, al punto que ni siquiera se fijaba en las indirectas que algunos choferes le tiraban. Hasta la invitaron a salir adelante mío y todo. Pero no había que mover el avispero. Si Claudia, por mínimo que fuera, descubría algún gesto entre nosotros, no solo que no volvería a traerla. Seguro hasta renunciaba de la vergüenza o la deshonra de su hija. Conociéndola, no sería capaz de denunciarme, ni de creerle una sola palabra a Victoria que pueda incriminarme.
Una mañana, se suponía que a la señorita le dolía la panza.
¡Piter, no le dés golosinas ni chocolates, porque anda descompuesta!, dijo Claudia apenas entraron a mi oficina, y en cuanto desapareció, la pibita se echó en el sillón, y yo cerré la puerta. Una vez que me senté en mi escritorio y la vi, se chupaba los dedos, me sacaba la lengua, abría y cerraba las piernas, y se tocaba la pancita con algunos quejidos.
¡Escuchame nena! ¿No estarás embarazada vos?!, le solté sin anestesia.
¡Nooo, ni loca! ¡Además no le gusto a nadie en el cole! ¡Los guachos solo quieren sexo! ¡Y eso! ¡Y yo tengo unas ganas!, dijo mordiéndose los labios al final de la frase. Creo que, invadido por los escalofríos de mi verga parada tras oír sus confesiones, me acerqué para acariciarle la panza, buscando calmar la supuesta dolencia. Pero ella, de repente tomó mi mano y la ubicó en el medio de sus piernas, sobre su bombacha, ya que tenía una pollera híper cortita.
¡Acá me duele un poquito más… me pica mucho… me hace cosquillitas y, no entiendo! ¿Por qué me mojo, más que nada cuando miro a los hombres?!, dijo con un hilo de voz tan sensual como su aroma disperso en el aire. No quise detenerla, y menos cuando continuó diciendo: ¡Che, ¿Vos hace mucho que no estás con una mujer? ¿Por eso se te pone tan dura la pija? ¡Dale, no me mires así, si ya no soy una nena, y entiendo de estas cosas!, agregó adivinando las amenazas de mis ojos lacerantes.
¡Tocame más fuerte… dale, apretame… que hoy le duele mucho la vagina a tu princesa papi!, dijo cuando mis dedos detuvieron los masajitos a su vulva gordita. Me sentía tan perverso y a la vez tan libre y rejuvenecido que, de no ser porque Claudia golpeó la puerta y nos sacó de todo trance, no sé si hubiese podido controlarme.
Y así las cosas se iban sucediendo. Casi todas concluían en un hombre desbocado pajeándose en el baño para evitar el camino de lo incorrecto y el caos. Una vez tuve la suerte de oler una bombachita de Viki, y fue la mejor paja de mi vida. Esa mañana la nena se duchó en mi baño personal, porque había problemas con el suministro de agua en su barrio, y tenía que ir a lo de una amiga a preparar una materia que se había llevado a marzo. La vi de casualidad, tirada junto a su vestido, su corpiño y un shortcito. Estuve tentado por dejarle la leche en la parte de la cola. Pero la derramé toda en el inodoro mientras su olor a hembra sucia me inundaba los pulmones. Esa bombachita me pervirtió tanto que, me hice dos pajas más a lo largo del día, antes de darle la ropa en una bolsa a Claudia cuando se hizo de noche.
Luego destelló la navidad y el año nuevo. No vi a las muchachas hasta el 11 de enero. No había mucho trabajo, por lo que a Claudia se le hacía menos pesada la jornada. Gracias a eso, los tres disponíamos de tiempo para ver películas en mi oficina, que es muy confortable. Tiene aire acondicionado, un sillón para tres personas, varios pufs y una mesa para almorzar o cenar. Todo hasta que el 15 de enero Claudia me habló por teléfono desde su casa.
¡Pedrito… mi vida… disculpame, pero no puedo ir a laburar por dos semanas! ¡Tengo faringitis, y el médico me ordenó reposo, aparte de unos medicamentos horribles! ¿Te parece que te la mande a la Viki para que se haga cargo al menos de los teléfonos? ¡Digo, para no dejarte sin gente!, me explicaba angustiada, tosiendo y con la certeza de que la mayoría del personal estaba de vacaciones. Le dije que no sería mala idea, pero que venga solo por la tarde, de 2 a 8, y que no se preocupe, que si yo no podía, alguno de los choferes la llevaría a su casa por la noche.
¡Sos un amor pedrito! ¡Pero, escuchame bien lo que te digo! ¡Si la pendeja se llega a mandar una cagada, me lo descontás del sueldo, y la mandás en un taxi para acá, que yo lo pago!, dijo con su rudeza habitual. La tranquilicé un poco. Yo siempre conseguía sacarle las pulgas. Hablamos de unos temas de aumentos y seguí trabajando.
Al día siguiente Viki llegó puntual, y le instruí cómo debía organizarse para tomar pedidos, dirigir a los choferes mediante los radios y anotar todo lo importante. Solo que, en vez de hacerlo desde la oficina de Claudia, operaba desde la mía. Tenía que controlarla, al menos los primeros días.
Realmente no tenía mayores inconvenientes para desenvolverse. Lo que me llamó la atención fue, cómo vino vestida. Tenía el pelo recogido en un rodete, anteojos, un jean y una blusita azul y formal como su mamá. Me encantaba escucharla decir: ¡Agencia, buenas tardes!, cada vez que sonaba el teléfono porque, en el medio de su conversación con el futuro pasajero, o me sacaba la lengua o se desprendía la blusa para mostrarme las tetas.
Los primeros dos días la dejé que me provoque, simulando que no la veía. Pero, el tercero le pedí que la corte, si no quería que su madre se entere.
¡A ver? ¿Y qué le vas a decir? ¿Que se te para el pito mirándole el culo y las tetas a la Viki, que le tocaste la conchita y que, si te hubiese apurado un poquito, capaz que hasta me cogés? ¡Dale Piter! ¡Yo sé que ahora te gusto un poquito más, porque me veo más grande, y no como una boludita, con trencitas y bombachas rosadas!, se descargó la muy irrespetuosa. Me levanté para sentarme a su lado y le dije seriamente: ¡Victoria, a mí me gusta la nena caprichosa de todos los días, la que come chocolates, no se baña seguido, se cuelga jugando en la compu, y le contesta a su madre! ¡Y no la pendeja agrandadita que quiere quemar etapas!
Pero ella no parecía escucharme. Estiró su mano izquierda para tantearme la verga, y al descubrirla dura gimió, para luego desafiarme.
¡Mirá lo parada que está! ¡Pero seguro no te vas a animar a mostrármela! ¡No sabés lo que te puedo hacer con mi boquita!
Entonces, curioso por averiguar algo más de su moral le cuestioné: ¿Y vos, de dónde sacaste eso del sexo oral?!
¡Me extraña Piter! ¡Es obvio que ya le chupé la pija a un par de pibes del cole! ¡Aparte, a vos te gusta mirar videos de chicas con pitos en la boca!, dijo suspicaz. Hasta entonces, pensé que nunca me había sorprendido mirando eso en la compu en mis ratos de ocio. Además, yo la suponía dormida en esos momentos.
¡Creo que, desde que tengo 9 que te veo re embobado con eso! ¡Nunca se lo conté a mami! ¡Así que no te asustes!, suscribió mientras mi rostro se desfiguraba una y otra vez.
¡Bueno… ya está Viki… dejemos esto acá… sí?!, resolví sentenciar. Ella me aplicó la guerra del silencio hasta la hora de marcharse. Me saludó con un beso frío en la mejilla, y no con un abrazo como acostumbraba. Acto que agradecí, porque podría notar la erección de mi verga, y eso complicaría las cosas.
A la mañana, Mario, el chofer que la llevó a su casa me dijo como al pasar: ¡Che, qué maestra la Viki loco! ¡No la tenía tan zafadita!
Pero, por más que le pregunté, solo se limitaba a decir que era un chiste, y que le parecía muy viva para su edad, como muy rápida para entender, analizar y demás. A Viki no le cuestioné nada.
Ese día estuvo de mejor humor. Vimos una peli, comimos hamburguesas, jugamos en la compu y hasta nos reímos viendo cosas graciosas en youtube. Enero es un mes flaco de bolsillos, y eso se traducía en que el teléfono solo sonó 3 veces.
Pasó el fin de semana sin novedades, y el lunes fue tan parecido al viernes que daba ganas de cerrar la agencia y viajar a donde sea. Pero el martes Huguito me ofrece más información.
¡pedro, realmente esa chiquita es mi ídola! ¡Es una diosa con la boquita! ¡Bueno, no sé si te dijo Mario, pero, no se puede creer! ¡Yo, te juro que pensé que me estaba jodiendo!
En cuanto le pregunté más, Hugo no se guardó detalles, y me los confió todos. Le agradecí la sinceridad y tomamos un café. Sabía que esta vez tenía que enfrentarme a Viki. Por eso, ni bien llegó cerré la oficina con llave, le pedí que firme la planilla, le saqué el celular y se lo dije sin rodeos.
¡Victoria, explicame qué hiciste con Hugo, y con Mario! ¡No quiero suponer nada! ¡Prefiero escucharlo por vos misma!
Ella sonrió pero no me respondió. Parecía disfrutar de mi estado de cólera. Se tocaba el pelo y se mordía los labios, como indiferente.
¡Estoy esperando que tomes la mejor decisión Viki, o hablo con tu madre de inmediato, y vos sabrás lo que eso puede significar!, la amenacé tamborileando la mesa con los dedos.
¡Aay, nada! ¿Qué va a pasar? ¡Dame mi celular querés? ¡Yo no hice nada!, se reveló molesta. De la bronca se lo negué rotundamente. Además, se lo tiré al suelo y golpeé la mesa para mostrarle mi descontento.
¡Bueno… está bien… no te nojes… te lo digo pero… si no la echás a mi vieja… y me comprás otro celu! ¡Me parece que el mío no va servir más!, me chantajeó, sabiéndose entre las cuerdas.
¡Soy todo oídos! ¡Y no la metas a tu madre en esto!, le dije tomando asiento.
¡No sé por qué lo hice! ¡De verdad! ¡Pero… le chupé la pija a Mario en el taxi… porque estaba dele mirarme las tetas! ¡Al Huguito también… pero ahí porque yo quise, y me tragué toda su lechita! ¡Es un dulce ese tipo!, me reveló cubriéndose la cara con las manos. Me dejó atónito, perplejo y estúpido. Pero no abandoné mi rol de adulto responsable.
¿Vos tenés idea de lo que hiciste guacha?!, le dije impaciente. Ella salió de su silla y se echó como un perrito mojado sobre mis piernas, y dijo: ¿Y qué querés que haga? ¡Yo quiero pija Piter, y a vos te la veo parada todos los días! ¡Me mojo como una boluda, y hasta sueño que te me tirás encima, que me rompés la ropita y me la ponés en la concha para cogerme fuerte! ¡Estoy re calentita con vos, y no te das cuenta!
Sus palabras se convertían en un llantito caprichoso, en temblores irreflexivos y en mimitos de mis manos en su espalda. No sé por qué lo hice, pero en un segundo me bajé la bragueta, hice a un lado mi bóxer y le expuse mi pija hinchada a sus ojos brillosos.
¡Basta chiquita, no llores más! ¡Tenés toda la razón! ¡Agarrala, hacele lo que quieras, chupala toda nenita, y te compro lo que quieras!, le dije, cansado de contenerme, cegado por su descaro y caliente como un burro. No sé si podría describir con palabras humanas todo lo que sentí apenas su lengua pequeñita tocó mi glande. La guacha la olió, lamió, besó, la amasó en sus manos, resopló y gimió sobre su estructura mientras comenzaba a succionarla.
¿Te gusta vieji? ¿Cómo te la chupa la nena? ¡No sabés la cantidad de veces que me hice pis en la cama soñando con esta pija rica!, dijo de repente, mientras se la refregaba en la nariz. Yo no pude con tantos alborotos acumulados. Apenas volvió a anidarla en el calor de su boca, empecé a largarle mi semen casi a voluntad.
Cuando me mostró su boca vacía y me dijo con hilos de baba en el mentón: ¡Me la tragué todita, y me encantó tu lechita papi!, supuse que era su turno.
La senté en la mesa, le bajé el jean, me acerqué para olerle la bombachita roja que tenía, se la corrí sin experiencia, con toda la torpeza del mundo, pero enamorado de sus aromas. Me dispuse a lamerle esa conchita, a penetrársela con la lengua, a rozarle el clítoris y a ponerme loco con sus gemidos. Tuve que pedirle silencio varias veces, porque no graduaba sus agudos ni sus pedidos por más. Si alguien la escuchaba era nuestro fin.
Supe que acabó por las contracciones de su vagina, los líquidos que la empaparon y por cómo se aflojaba completamente.
¡Apartir de hoy, nada de hacerte la loquita con los choferes! ¡Y si querés pija me lo decís! ¿Estamos? ¡Y nada de contarle a tu mami!, le aclaré los tantos mientras tomábamos mates. Había sido demasiado para un solo día. La hija de Claudia me hizo un pete, y yo le comí la conchita, que por cierto era sabrosa, tiernita y casi sin vellos.
El día siguiente, mientras yo hablaba por teléfono con su madre para explicarle por menores de la empresa, y de otros asuntos, Viki estaba debajo de la mesa, lamiendo mi verga, jadeando bajito y escupiendo mis huevos. En un momento tuve que arrancarle los pelos porque dijo sin medir su volumen: ¡Te lo hago mejor que las peteras de las pornos que vés?!
Esa tarde le di tres lechitas a su boca insaciable.
El viernes fue una locura, porque vino a trabajar con pollera y sin bombacha. Se me sentaba encima y me frotaba ese culo precioso en la chota, y como yo no se lo prohibía, se tomó la atribución de liberar mi pija para que entre en contacto con su piel. Daba saltitos, gemía en mi oído, y se iba al carajo con lo que decía.
¡Hoy no te voy a dar mi boquita, porque quiero que me dejes la leche por todos lados! ¡Dale, acabame pajero, contra mi colita, mirame la concha, y tocame las tetas, pero ensuciame toda!
Yo le obedecía cual mascota hambrienta, y mis dedos ardieron de felicidad en la piel de esos pechitos rosados, de pezones duros, calientes y sedosos. Cuando sus piernas me apretaron la pija y se puso a subir y bajar, fue inevitable largarle todo mi semen por donde cayera. Le ensucié hasta la pollera. Ella estaba tan feliz que, me comió la boca con un beso de lengua por el que mataría para atesorarlo por siempre.
Lamenté que el fin de semana estuviese a la vuelta del día. Pero antes de eso le acabé en las tetas, a minutos de que Mario la llevara a su casa. Ella estaba de cuclillas sobre el sillón, desde donde empezó con su jueguito morboso.
¡Papi, quiero la lechita, dale que mañana no te veo, y nadie me va a dar un pito en la boca!, decía haciéndose la bebé. Estuve de pie soportando sus lamidas y chupones en mi verga con elegancia. Hasta que se quedó en tetas para pajearme con ellas. Sus gemiditos eran tan tiernos que no podía saber hasta donde más se agolparían las venas de mi pene. En un momento único, perfecto y angelado, ella murmuró: ¡Hoy vuelvo a casa sin bombacha, y con tu leche en las tetas!, mi semen le coloreó los senos, la barriga y un poco de sus pómulos hermosos, cuando me pajeó contra su carita para sacarme todo.
El lunes llegó menos ansioso que mis ganas de ver a la secretaria de mis mayores pecados. Esa tarde me chupó la pija ni bien firmó la planilla. Estuvo calmadita por un rato, pero después de las 4 se sacó el pantalón y la blusa, caminó hacia mí bajándose la bombachita, y me pidió: ¿Me la sacás? ¡Dale, quiero que me cojas ahora!
Quise que lo desee un poco más. Le pedí que baile sacándose el corpiño, que se escupa las tetas y que me muerda la pija encima del pantalón.
¡Vos ya cogiste me imagino!, se me ocurrió investigar cuando ella se nalgueaba solita, bailando una cumbia de moda.
¡Obvio que sí, y me encanta coger sentadita a upa, así me puedo mover como una putita! ¡Dale, agarrame y cogeme toda!, dijo antes de ponerse a correr por toda la oficina. Pero aquel día los dos nos quedamos re alzados porque hubo un accidente en la calle con uno de los choferes. Todo fue una locura. Ambulancias, policías, familiares enojados, aseguradoras y algunos testigos. Todos en mi oficina, y Viki escondidita en el baño, en tacos, con anteojos y bombachita. Entre tantas idas y vueltas, se hicieron las 8, y Omar, otro de nuestros hombres se ofreció a llevar a la nena a su hogar.
El martes nada pudo con la lujuria que nos hermanaba. No dimos muchas vueltas. Ella se me tiró encima ofreciéndole sus tetas a mi boca con un gemidito imperturbable.
¡Chupalas todas, que no sabés cómo me calienta que me chupen las tetas!, me dijo con su insolencia habitual. Me puse al día, y saboreé sus pezones frutales mientras le toqueteaba la conchita sobre el pantalón, y cuando supe que no cabía más fuego en su cuerpito adolescente, le ordené: ¡Desnudate pendeja putita!
Pero no le dejé sacarse el calzón, ni los tacos ni los anteojos. Me la senté en las piernas, encallé mi pija en la entrada de su vulva y empujé con todo. Cuando sus paredes vaginales rodearon mi verga durísima, empezó a saltar ruidosamente, como en un caballito de calesita, a mojarse, a chuparme los dedos, a pedirme más pija y más nalgadas para su culo de diablita.
¡Así guacho, cógeme… dame verga! ¡Imaginate que soy mi vieja, o una de esas peteras sucias que andan por la plaza! ¡Pegame en el culo, mordeme las tetas perro, dale que soy tu puta, tu pendeja chancha!, decía histérica, hechicera y logrando un orgasmo tras otro, porque, no solo la penetraba con mi pija. También le frotaba el clítoris con mi pulgar, el que yo le hacía lamer todo el tiempo, diciéndole que era su chupete. No quería otra cosa en el mundo que sentirme vivo en las mieles de esa nena, y me moría de ganas por meterle un dedito en el orto.
Pero, de repente, el peor de los augurios que pudo haber mencionado la pendeja se cumplió, y ninguno tuvo la lucidez para ocultar lo evidente. La puerta se abrió y se cerró de golpe. Solo que ahora una espectadora inesperada nos vigilaba.
¡Aaaah! ¡Miralos a los tortolitos! ¡Victoria, sos una putona, una calientapija, una alzada de mierda! ¡Y vos Pedro, pensé que querías a mi hija de otra forma! ¡Y yo preocupada por la agencia como una pelotuda! ¡Justo venía a decirte que extrañaba el trabajo, y te traía una tarta de manzana!, se despachó Claudia, con la cara colorada y el pelo electrizado de rabia.
¡No quiero explicaciones de ninguno! ¡Si tanto yo te calentaba, me lo hubieras dicho! ¿Qué hace la Viki con mis anteojos, mis zapatos, con un rodete como el mío, y hecha una prostituta?!, silenció mis intentos por hablarle.
¿Pensaste que soy una tarada? ¡Siempre vi como esta tontita te apoyaba la cola en el pito! ¡Yo le lavo las bombachas a mi hija todavía, sabés? ¿Y siempre las tiene llenas de flujo, porque está re calentita con vos, y te aprovechaste fde eso, y de mi confianza!, me acusó, cada vez más irascible.
¿Por qué no la seguís? ¡Aaaah, ahora te hacés el ofendido, porque te descubrí, basurita! ¡Dale, cogétela toda, no seas cobarde!, me dijo de repente, intentando serenarse. Yo no podía pensar en eso. Se me había bajado la pija, y Viki lloraba inconsolable en mis brazos.
¡Dale pendeja! ¡Agachate y mamale la pija para que se le ponga durita como te gusta!, le ordenó agarrándola de las orejas. Apenas Viki empezó a lamer mi pija con desconfianza, Claudia comenzó a darle chirlos agudos en la cola, incitándola a chupármela más a fondo, y apenas logró sacarle la bombacha me la paseó por la cara, diciendo bajito en mi oído: ¿Te calienta su olor a conchita, a pis de nena, a culito sucio, a flujitos de pendeja calentona? ¡Ni se te ocurra acabarle en la boca viejo asqueroso! ¿Me escuchaste?!
Yo temí por la salud de todos, porque en un momento Claudia manoteó un cuchillo. Pero lo dejó en el suelo para alzar a Viki y sentarla de prepo sobre mí, y exigir sin razonamientos: ¡Vamos, que ya se te paró! ¡Así que garchala toda, dale pija, toqueteala toda, manoseale las tetas, chupáselas, lo que quieras, pero cogela, que quiero verlos!
Claudia se sentó en un puf, y Viki se aferró a mi espalda para comenzar a saltar enloquecida, excitada y jadeante. Apenas mi pija se encastró en sus paredes vaginales, no hubo forma de separarnos. La chiquita se movía despreocupada. Y yo también la presionaba a mi cuerpo para punzarla, penetrarla y sentir sus pezones contra mi pecho. Claudia me había sacado la camisa, antes de sentarse.
¡Sos un canalla negro! ¡Pero no te das una idea de cómo me calienta verte cogiendo a esta atorranta! ¡Así que no pares! ¡Dale duro, que se lo merece por puta!, dijo cuando los movimientos, saltitos y fricciones de nuestros pubis eran más cortitos. No quería que se termine nunca. Sin embargo, sus jugos incitaban a mi glande para que al fin mi leche la riegue por dentro. Mis testículos se colmaban de fiebre, mi boca le estiraba los pezones, mis manos le dejaban la cola colorada, y las energías, después de más de 20 minutos de mete y saque, empezaban a consumirse.
Cuando acabé tuve la certeza de que no tendría ni un hueso sano luego. Toda mi leche se instaló en su vagina perfecta, mientras su madre aplaudía con cinismo, pero extrañamente relajada.
¡Supongo que ahora yo tengo que renunciar, ir a una comisaría y denunciarte!, dijo de repente, cuando Viki se levantaba de mis piernas, todavía jadeando y temblorosa. Quise explicarle de nuevo, pero no me dio tiempo a nada. Me dio una cachetada, la vistió con urgencia con los mismos atuendos que usaba antes de reemplazar a su madre, y me pidió las llaves de su oficina para disponerse a trabajar como si nada.
¡Espero que hayas visto algún lindo celular para reemplazarle el que le rompiste a tu amorcito!, sentenció con una sonrisa.
¡Ahí la tenés a la guacha! ¡Para que te siga apoyando la cola en el pito! ¿Te la dejo para que la sigas usando!, agregó antes de dejarnos nuevamente a solas. Ahora todo estaba igual que siempre. Claudia en su oficina, Viki revoleada en el sillón con las piernas abiertas, y yo embobado viendo cómo la vulva se le dibujaba en la bombachita rosa que le puso su madre, los tres presos a un acuerdo tácito que jamás pude imaginar!   Fin

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