Cogete a mi novia!

No lo habíamos planeado. Debía darse al azar, y eso sí estuvo claro desde el principio. Una posibilidad, y solo una. Una entre cientos de transeúntes, ocupados o no, jóvenes o maduros, profesionales o vagabundos. Ninguno de los dos hizo un modelo de las características que buscábamos, ni apuntamos a nadie en particular. Solo acordamos que lo haríamos así. Una tarde cualquiera mi novia Sofía y yo saldríamos a la calle. Ella vestida como una perra y luciendo su mejor cara de inocencia, aunque con gestos obscenos. Yo le seguiría los pasos, simulando no conocerla, tan solo para saber quiénes y cómo la miraban. Cualquiera de aquellos podía ser el afortunado, el elegido por ella o por mí.
Esa tarde fue ayer, a eso de las 5. El sol todavía silenciaba al horizonte. Los niños poblaban las plazas, los puestos de revistas se abarrotaban de gente, y algunas señoras paseaban a sus perros, o hacían las compras.
Lo consensuamos en el ascensor, antes de salir del edificio. Que fuese el más común, o el menos llamativo, o el prototipo de un cualquiera en la muchedumbre. Cuanto menos parecido a nosotros, más lejano a nuestros gustos mejor.
Dimos unas vueltas por el microcentro, y hasta pensamos en tomar un café en el primer bar que se nos cruzara. Pero, ella lo vio sin proponérselo, y yo acepté su solidaria muestra de afecto por nuestra pareja, la que aún se sostenía en pie, pese a la envidia de nuestros viejos compas del secundario.
Era un albañil de unos 35 años, de espalda ancha, en musculosa y bermuda, distraído en juntar las últimas herramientas para su labor en la fachada de una casa, sosteniendo un cigarrillo apagado en los labios y sudando trozos de sacrificio. Ese hombre moreno captó la atención de mi novia. Mi morbo estuvo de acuerdo con que sea un hombre decente, pero sucio, castigado por las inclemencias del tiempo, desastroso y rudo, el que en solo minutos pudiera ganarse un rato de felicidad en los brazos de mi novia.
Sofía llevaba un vestido azul marino pegado al cuerpo, que casi le besaba las rodillas. No traía corpiño, y teniendo en cuenta que sus tetas son la abundancia que los ojos admiran para que el cerebro imagine con ellas lo que desee, ese tipo no pudo ignorarlas. Hubiese dudado de su virilidad si lo hacía.
Ella le dijo, apenas estuvimos a unos centímetros de su bolso: ¿Le parece que es correcto mirarle las tetas, así, tan descaradamente a una mujer?!
Y le puso una de sus manos delicadas en el hombro, aprovechándolo entretenido con un sms de texto en su celular destartalado, el que tal vez solo se inventó para no evidenciar demasiado su cara de baboso.
Alcanzó a murmurar algo como: ¡Perdón señorita… yo no, es que, disculpe por favor!, mientras yo le ayudaba con el bolso de sus pertenencias, y comenzaba a entusiasmarlo, a la vez que lo tranquilizaba por el mal trago.
¡No se preocupe hombre! ¿En este país, mirar todavía sigue siendo gratis! ¿O al menos, que yo sepa!, le dije palmeándole la espalda.
¡Me presento! ¡Soy Mauricio, y mi novia se llama Sofía!, continué, cuando ella le sonreía, y en breve los 3 caminábamos hacia una playa de estacionamiento, donde el hombre había dejado su auto.
Ella se mojó un poco el vestido en la parte de los pechos con el poco de agua mineral que le quedaba en su botellita, antes de arrojarla al contenedor de basura, y él le clavó los ojos un par de veces, desde que la escuchó decir: ¡Qué acalorada que estoy! ¡Pero así mojadita zafo bastante!
Apenas llegamos a la playa el hombre nos agradeció por darle una mano con su pesado bolso, y mientras encendía un cigarrillo berreta dijo: ¡Mi nombre es Mario, y no quise incomodarla señorita!
Pero no lo dejamos entrar a la playa. No hasta enterarlo de nuestra propuesta.
¡Escuche, y míreme a los ojos! ¿Postergue todo lo que tenga que hacer ahora, si es que quiere ganarse unos pesitos, redimirse de su actitud para con mi novia, y pasarla bien! ¡No me pregunte nada ahora! ¡Sólo, solo dígame si le gustan las tetas de mi novia, y sus piernas! ¡Mírela bien, con la mayor confianza! ¿Qué me dice?!, le expresé con total parsimonia. Como si le estuviese informando de un nuevo puesto de frutas exóticas.
Mario estaba confundido, desorientado y, tal vez a punto de pedir auxilio. Por su cara, debió pensar que éramos unos psicópatas, o algo por el estilo. No obstante, miró a mi novia con deseo, y eso no pudo ocultarlo.
¡Dígale al que le recibió el coche que lo dejará unas 2 horas más!, lo sometí antes de que pudiera preguntar algo. Lo hizo lleno de dudas, y pronto caminaba a nuestro lado las 4 cuadras que nos llevaban al edificio, donde nuestro hogar nos aguardaba en perfecta armonía.
¡Pero… cómo es eso de… digo…  ¿Me pueden explicar un poco?!, nos solicitó Mario, ya en la puerta del edificio.
¡Tranquilo amigo! ¡Todo a su tiempo!, le dije cuando Sofía se sacaba un chicle de la boca, lo envolvía en un pañuelito descartable y se daba golpecitos en los labios con la lengua para que nuestro invitado la observe a través de los espejos de la puerta principal. Tomamos el ascensor y nos detuvimos en el sexto piso, que es donde vivimos hasta hoy.
¡Por aquí caballero!, le dije indicándole la puerta con el número 2, mientras Sofi buscaba las llaves, subiéndose el vestido con sensualidad. Vi que Mario le relojeó las piernas, y eso me motivó a decirle: ¡Dale So, date unas nalgaditas para que Mario se ponga a tono! ¡Tenemos que quedar bien con nuestro invitado!
El repiqueteo de sus chirlos hizo eco en las escaleras del lugar cuando, al fin la puerta se abrió, y los 3 entramos.
Le ofrecí el baño y una bebida fresca al hombre, cosas que aceptó gustoso. Mientras tanto nosotros cerrábamos las ventanas que dan a los departamentos para evitar miradas curiosas. Cuando Salió del baño le pedí que se ponga cómodo en el sillón que le apetezca.
¡Che, no me trates de usted que no soy un viejo! ¡Solo estoy un poco arruinado por mi oficio!, decía acomodándose en el sillón más amplio. Me gustó ese gesto ameno, como si ya fuésemos compinches.
Sofi se sacó los zapatos y se sentó en el suelo frente a él con un vaso de licuado. Fue impresionante para mí presión testicular escucharla decirle, mirándolo a los ojos con las pupilas en celo: ¡Es una pena! ¡Me lo tuve que hacer con agua, porque no hay lechita! De paso le acariciaba la pierna con su pie derecho. Además, como su vestidito era corto, se le veía el rojo carmesí de su bombacha, y el dibujo de su sonrisa vertical que parecía querer mostrarse al mundo con todo su esplendor.
Mario no le decía nada. Solo bebía su trago, se rascaba la nariz y miraba al techo. Pero a mí no me engañaba, y a Sofi tampoco.  Por eso la muy turra se levantó luego de pedirle que le estire una mano para ayudarla a recobrar fuerzas y, en ese asunto le lamió un dedo para ponerlo a mil. Fingió perder estabilidad, y casi se le cae encima. Ahí aprovechó a palparle el bulto, como si fuese un accidente.
¿Cómo la tiene guachita?!, le pregunté impaciente. Ella me miró con ojos de lujuria, y dijo lamiéndose un dedo: ¡Yo creo que puedo calentarlo más! ¡Pero ya la tiene re parada!, y después hizo en el aire con sus manos la supuesta medida de la poronga del tipo. Me sorprendió especialmente el grosor que me revelaron sus manos.
¡Y qué esperás? ¡Dale Sofi, hacelo gozar de placer, rompele la cabeza!, le dije otorgándole las libertades para lo que quisiera.
El hombre estuvo a punto de levantarse. Pero ella le puso la mano en el pecho para inmovilizarlo contra el respaldo del sillón. Le acarició el pelo y la cara, le rozó los labios con un dedo y le pidió que se lo lama. Mario tenía la mirada tan desconcertada como intimidante, y más cuando Sofi se sacó la bombacha por abajo del vestido, casi agachada, con su cola a 3 dedos de las rodillas de nuestro amigo. Le exigió que le pegue en la cola, que le frote las nalgas y las piernas, aunque sin subirle el vestido. Hasta que mi tolerancia no soportó tamaños escrúpulos, y le pedí que se lo saque. Ella prefirió manchárselo con lo que le quedaba de licuado para lamerlo, y entonces se lo quitó, gimiendo y bailando una melodía imaginaria en el centro de la sala. Ahí se me ocurrió poner algo de música suave, justo cuando ella se le acercaba gateando, con la finalidad de apoyarle las tetas en las piernas. Al fin, mi novia con sus 21 añitos estaba tan lista para actuar como yo para observarla.
¡Tocame cerdo, agarrame las gomas!, le dijo con calentura en la voz, y el tipo solo podía respirar agitado.
¿No te gusto ni un poquito? ¿No te calienta mi olor a perra alzada?!, le infirió esperando respuestas. Pero Mario seguía impertérrito.
¡Dale, cogete a mi novia loco… te la estoy sirviendo en bandeja! ¡No me digas que no le querés echar un buen polvo porque no te lo creo!, le dije, entregándola por completo.
Ahora sí Mario no solo le manoseó las tetas. Se bajó el pantalón y el bóxer, fregó su pija gruesa y paradísima contra ellas, movía el pubis como si hubiese un agujero entre esos globos divinos, y ella le pidió que se las escupa. Claro, él se lo negoció por un par de lamidas a sus huevos.
¿Tiene mucho olor a bolas mi vida? ¿Te gusta la pija sucia chiquita? ¡Sos muy puta bebé! ¡Mostrale a Mario todo lo que te calienta chupar una pija!, le decía, sin perderme ni un detalle, sentado en el suelo y con mi verga en la mano. A esa altura solo tenía en el cuerpo mi slip de la suerte, uno rojo que suelo usar para ocasiones especiales.
No hubo ni un preámbulo. En cuanto Sofi lo consideró, se metió esa pija en la boca para atragantarse con sus jugos y sudores. El tipo la sujetaba de los pelos, ladeaba el cuerpo y gemía incrédulo. Sofi de vez en cuando se la sacaba de la boca para cambiar el aire, eructar, lamerle las bolas, escupirle el tórax o para castigarse la cara con su dureza. Los latigazos que se oían de ese músculo contra sus mejillas podían resucitar a cada figura inmóvil que reposaba en los cuadros que decoraban la sala.
¡Dale la leche Mario! ¡Mirala cómo se muere de sed la cochinita! ¡Empachala toda… ahogala de verga… ensuciale la carita capo!, le dije mientras yo también presagiaba que mi semen planeaba fugarse de mis genitales.
¡Sí bombón… dame la lechita… la quiero toda… en las tetas o en la boquita… pero acabá guacho!, le pedía mi novia, sacudiendo la pija de un Mario asombrado entre sus labios. El hombre le descargó flor de tormenta seminal en las gomas, ni bien él mismo se las acomodó contra su verga, a la vez que olía la bombacha de Sofía, la que seguramente ella dejó a su alcance con ese propósito. Mario pareció olvidar que no nos conocía, puesto que empezó a putearla, a decirme cornudo, a gemir ya sin presiones y a reestructurar la labor de sus pulmones mientras acababa, sudaba y lamía la bombacha como un perro callejero, específicamente en la parte que le coincidía a la concha de mi novia.
Yo no acabé, ni me esforcé por hacerlo. Apenas Sofía me mostró orgullosa sus tetas enlechadas, me miró el bulto y quiso compadecerse de mí. Pero la insté a seguir con lo suyo. Por eso se le tiró encima a Mario, que de a poco recobraba la calma, y le empezó a dar cachetadas mientras le refregaba su bombacha en la nariz, diciéndole: ¿Te gusta mi olor pajerito? ¿Te parece bonito dejarle las tetas llenas de leche a una desconocida? ¿Eso es todo lo que me vas a dar? ¿Hace mucho que no te lavás las bolas? ¡Yo quiero más leche sabés? ¡Dale cerdo… olé mi bombachita… y colame un dedito en la concha… ahora… y fijate cómo me mojé chupándote la pija!
Sofía se sentó sobre el sillón, bien pegadita a él, con sus talones bajo la cola. De esa forma sus rodillas permanecían alejadas una de la otra, para que Mario cumpla con sus requerimientos. Cuando oí el chapotear de su pulgar en los jugos de mi novia, sentí una punzada indiscreta en los huevos, y peor cuando le palmoteó la concha.
Después Sofía se puso en 4 para que Mario le dé unos buenos y merecidos azotes en el culo, mientras ella se pajeaba y le hacía lamer sus dedos. Pero ese juego tuvo lugar sólo hasta que el hombre lo resistió. De golpe, sin ningún tipo de licencias o permisos, y ya con la verga como un tizón encendido de tan gruesa y ardiente, tomó a mi preciosa mujercita en sus brazos para tumbarla sobre la mesa. Le abrió las piernas, pegó su rostro a su pubis, la olió como si mañana no le fuera posible despertar, hizo resonar las primeras lamidas a su vagina y a su culito dilatado, y empezó a lamerle, frotarle y chuparle el clítoris, sin olvidarse de estirarle y retorcerle los pezones con la mano que le sobraba. Con la otra le pellizcaba la cola y le hundía deditos en la vagina.
¿Así le chupás la concha a tu señora vos? ¡Dale perro… chupame toda… dale que no siento nada… no seas malo… matame de placer… tomate todos mis juguitos chancho! ¿Tenés hija? ¿A ella le deben chupar la conchita seguido!, decía Sofi entre gemidos y sofocones. Definitivamente dio en el blanco, y Mario estuvo por perder los estribos.
¡Con mi hija no te metas putona!, le dijo ahorcándola, aunque no creo que pensara en hacerle daño. Supe que debía estar atento por las dudas. Aunque, la idea de suponer que el tipo podría pegarle por desubicada, me excitó aún más. En ese mismo arrebato de locura se le trepó a su cintura desprotegida y le metió la pija enterita en la concha. Se movía entusiasmado, ágil, enfático y envuelto en rabia, porque Sofía seguía estimulándolo para que se ponga más loco.
¡Síii papii… aceptalo… tu nena debe entregar la concha y el orto como yo… porque es una putita, petera y bien culeadora como todas las hembras!, le decía Sofi, disfrutando de sus primeros pijazos al centro de su femeneidad.
Mario le amasaba las gomas y babeaba el piso de tantas agitaciones y bombazos. Parecía un perro con 2 colas de tan contento. Hasta que Sofía le dijo que, seguro que su esposa se revolcaba con otro tipo, mientras él trabajaba como un gil. Eso pudo ser realmente peligroso para ella.
Le pedí a Sofía que se calme un poco con las especulaciones, y a Mario que no le dé bola. Pero el hombre ahora la había tirado de un empujón al suelo para darle vuelta, abrirle las nalgas, echarle unas buenas escupiditas al centro de su culito hermoso y pegarse a su cuerpo perfecto como una estampita, con la idea fija de hacerle el orto. Por supuesto que lo llevó a cabo con creces. En breve Sofía inundaba el departamento con sus alaridos, pedidos de auxilio, arrepentimientos y otras tonteras. Pero yo no podía oponerme al castigo que ese hombre le ofrendaba. Ese había sido el trato. Aunque, ella no dejaba de pedirle más pija, más pellizcos y más dedos hirientes a sus pezones. Se oía el rechinar de ese músculo adentro del culo de mi novia, y yo me pajeaba ya sin preocuparme por los modos o las sutilezas.
¡Culeala toda viejo… dale verga a esta putita… que cuando nos casemos va a ser más puta que ahora! ¡Llenale la cola de leche que se la re banca la puerquita!, le decía, observando que el ritmo incansable de Mario, sus envestidas fatales y sus movimientos ampulosos arrastraban el cuerpo de mi novia por el suelo, cada vez más cerca de mi entrepierna. Entonces, su cara pronto concluyó contra mi bulto, y su boca se abrió para ahogar sus grititos con mi pija hinchada, mientras Mario le daba más verga a su colita endiablada. Me la empezó a mamar como nunca lo había hecho hasta aquí. Sentí que mi glande se topaba con su garganta, que su saliva se mezclaba con mi presemen y que sus pezones le quemaban de tanta calentura.
Tuve que dejarme llevar por la naturaleza, y acabarle toda la leche en la boca, al tiempo que Mario se la sacaba del ojete para darle garrote a sus nalgas con esa morcilla pegajosa por demás. Chorros blancos y espumosos le colgaban del cuero. Me habría encantado que la saque con restos de caca del culo de la trola de mi novia. Pero ella es muy cuidadosa en esos aspectos. De todas formas, mientras la escuchaba sorber los últimos hilitos de semen y saliva, Mario volvió a percutir en ese cráter seductor, y supuse que no se detendría hasta no fecundarlo con todo el rigor de su sabia de macho al palo.
Sin embargo, luego de unos breves pijazos profundos en su culo, y otras nalgadas, Mario decidió ponerla de rodillas arriba de la mesita ratona para colorearle las tetas con el roce insoportable de su pija, y para que luego mi novia se la mame, ya casi sin fuerzas. Se la lamió al principio como no queriendo hacerlo. Pero pronto le chupaba los huevos mientras lo pajeaba, le olía la pija, se pegaba con ella en la boca entreabierta, se la escupía y festejaba que la tuviese tan impregnada de sus olores más recónditos.
¡Mmmm. Cuánta lechitaaaa… y te quedó mi olor a culito en la pija papiii… el olor a caca de una desconocida… qué rica pijaaaa! ¿Tu mujer te entrega la cola? ¿A ella le rompés el culo como me lo rompiste a mí?!, decía Sofía inhalando, sorbiendo, escupiendo, lamiendo, pajeando y oliendo esa verga con tanta dedicación que, más que celos, sentía hacia ella una gran admiración. Estaba seguro que podía compartirla con cualquier tipo que pasara por la calle y tuviera ganas de echarle un polvo. Incluso me la imaginaba embarazada de otro tipo, y me ponía más al palo.
Yo le había acabado como un conejo a mi novia en la boca. No obstante, seguía igual de caliente que al inicio de todo. Disfruté con mucho morbo el momento en que Mario comenzó a darle la leche. Fue un baño facial maravilloso, y se la obsequió diciéndole, sin poder mirarla a los ojos por la conmoción: ¡Ojalá mi mujer me pida algo así! ¡Quiero verla cogiendo con otro tipo, y a mi hija chupando un pito en su camita, toda desnuda y sucia, como cuando vuelve del colegio!
Sofía le pedía la leche con voz de trolita, y le tiraba el alientito en el glande, además de apenas rozárselo con la lengua, mientras se tragaba cada gotita.
La tarde agonizaba afuera cuando Mario se vestía, Sofía se ponía el mismo vestidito sin ropa interior, y yo le ofrecía un café a Mario. Fue extraño compartir algo con el hombre que se había cepillado a mi novia, por más que estuviese pactado. En especial porque la adrenalina en ellos parecía atenuarse a puntos límites, pero en mí todo lo contrario.
Apenas terminé de vestirme le di 2000 pesos a Mario, y un dinero extra para que pueda costear los gastos del estacionamiento de su auto, y ambos lo acompañamos a la puerta del edificio.
Cuando lo vimos perderse entre el gentío, subimos para pegarnos una terrible cogida, ahora solos, pero encendidos por lo que aquel intruso marcó en la piel de nuestra mejor fantasía cumplida!   Fin

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Comentarios

  1. ooopaaa, este me puso re al palo, quiero tocarme o andar por la calle y que me suceda algo así, seguí haciendo de estas historias.

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  2. algo asi es lo que me gustaria... pero lo tuyo es extremo jejejee igual se me reparo!!! :)

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