Embarazada en la escuela

¡Alumnos! ¡Les pido un poco de silencio!, nos gritó una mañana la preceptora, antes que la pesada de historia comience a dictarnos algo referido a la revolución francesa. Ya había tomado asistencia, y ese día no faltó nadie.
¡Lo que les tengo que comunicar es importante!, continuó luego de carraspear su garganta.
¡Esta escuela tomó una decisión respecto a Luana Logarini! ¡Supongo que todos saben que su compañera esstá embarazada! ¡Independientemente de los riesgos que corremos, el cuerpo docente y directivo del colegio elige cooperar con su salud, sus necesidades y atenciones! ¡Luana podrá seguir cursando, hasta que su estado físico se lo permita! ¡Y luego, una vez que haya tenido a su bebé! ¡Les pedimos, en nombre de todo el personal del establecimiento que se comporten bien con ella! ¡Nos necesita a todos! ¡Sean buenos compañeros! ¡Cuídenla! ¡Colaboren con ella! ¿Sean solidarios, cariñosos, y traten de comprender que es una situación hermosa, única y fundamental para su vida! ¡Pero que también es traumática, debido a su corta edad! ¡No la juzguen, ni la ignoren, ni le causen dolores evitables! ¡Confiamos en ustedes, en la educación que sus padres y este colegio les brinda!, redondeó con los ojos llorosos la mujer, todavía con los dedos entumecidos. El silencio se llenaba de suspiros, murmullos sordos, y alguna que otra risita burlona. La pesada de historia tenía cara de pocos amigos. Por suerte no escuchó a Yanina, que expresó para sus amigas: ¡Se lo merecía por puta!
La preceptora miró a la puerta, y esta se abrió, como telepáticamente para darle paso a Luana y sus ojos de perrito mojado.
¡Bueno Luana, ya hablé con tus compañeros! ¡Ya sabés que podés contar conmigo, y con todo el colegio! ¡Ahora, si no tenés nada que decir, tomá asiento, que la profe tiene que empezar con su clase!, dijo la preceptora, cerrando el libro de asistencias, tragando un sorbo de algo invisible, y sin reparar en la lágrima que atravesaba el marco de sus anteojos enormes para rodearle el pómulo derecho. Después de eso se marchó, y la profe comenzó a dictar. Luana se sentó sola, al frente del banco que yo compartía con Elías, uno de mis buenos amigos. Los dos nos preguntábamos quién sería el padre de ese bebé. Igual que nosotros, el efecto contagio escarbaba en las mentes de los demás. Claro que Yanina y su grupito la miraban con asco, le hacían gestos como si Luana estuviese mamando pija, y se burlaban impiadosas. La profesora no parecía notarlo. Para ella la historia es lo único importante en el mundo. Ni siquiera interrumpió su exposición cuando Luana le dijo que Luciano le había pisoteado la cartuchera ni bien se le cayó de la mesa sin querer.
Luana tiene 16, como la mayoría de nosotros. Es flaquita, usa su pelo largo suelto, y generalmente los primeros dos botones de su guardapolvo desprendidos. De esa forma nos pone al tanto de las remeritas con escote en v que se pone, y de los corpiños ajustados, repleto de voladitos y colores para darle el mejor marco a sus gomas preciosas. Según ella tiene 95 de tetas. Para nosotros son perfectas. Supongo que todos los pibes le dedicamos las mejores pajas nocturnas a sus globos tentadores. Habitualmente usa bermudas cuando hace calor, y unas panchitas en los pies. La directora no volvió a molestarla por usar el guardapolvo cortito, a la altura de la cola. Ahora la mujer se enternecía apenas la miraba, y hasta se había creído que sus padres no podían comprarle un guardapolvo decente. Al menos le prohibió ir con pollera. Cosa que Luana hacía los viernes, porque sabía que la dire no estaba.
Tiene una boca chiquita pero con unos labios carnosos que hacen que se te pare la pija cuando te da un beso. Es una genia abriéndolos cuando los posa sobre la mejilla de su destinatario, porque siempre los tiene mojados y calientes. Usa flequillito, según la forra de la Yani para que no se le dificulte petear, y lleva un piercing en la comisura de los labios, simulando un lunar. Para mi gusto se perfuma demasiado, y tiene las uñas muy largas. Es franelera, pícara, se ríe de cualquier gansada y se hace la mosquita muerta cuando alguien dice una mala palabra. En especial cuando nos referimos a los genitales.
¡Aaaaah, pero bien que te gustó tener una pija dura bien adentro de la concha guachita! ¿Cómo te creés que quedaste embarazada boluda? ¡El gil te largó la leche adentro de la concha!, le gritó el Maxi cuando él, Tomás, Elías y yo hablábamos con ella en el recreo. No nos quería decir quién era el padre, ni si tenía novio, ni si esperaba que fuera nene o nena.
¡Sos un tarado neneeee, un desubicado! ¡No entendés nada!, dijo Luana frunciendo el seño, humedeciendo sus ojos, casi al borde de una precipitación de lágrimas incomprendidas. Instintivamente, Tomás y yo la abrazamos. Elías se encargó de echar al Maxi, un poco a los empujones.
¡Ya fue Lu, no te enrosques!, le dijo Tomás, que estaba a su derecha.
¡Si sabés que ese pibe es un boludazo! ¡No llores por ese nena! ¡Vos ahora tenés que estar bien, por vos y tu bebé!, improvisé, bien pegadito a su izquierda. Pero de repente, con una mecánica ensayada a la perfección, cuando los dos quisimos despegarnos de ella, sus manos se repartieron tareas. Una se posó en mi bulto, y la otra en la verga de Tomi.
¡Ustedes son re buenos conmigo, y me defendieron!, dijo acariciándonos el paquete. Mi pija reaccionó sin consultármelo. Incluso ella me susurró al oído: ¡Che, re que se te pone durita al toque!, y me lamió el lóbulo de la oreja. Una estela de su aliento mentolado me inundó las ansiedades. Vi la cara de bobo de Tomás, y supe que nos atravesaba el mismo cosquilleo en el cuerpo. Sentía que eso no podía terminar así. Pero el timbre sonó violento y anárquico. Tuvimos que volver al salón, conmovidos por los roces de esa pendeja. No podía hilar lo que explicaba la profe de química, recordando las apretaditas de los dedos de Luana en la cabecita de mi chota. Para colmo se me había derramado una buena cantidad de presemen en el calzoncillo, y eso me hacía soñar con sus labios carnosos.
Otra mañana Tomás y yo tuvimos que separarla de Yanina, Victoria y Denise. Las tres le decían que era una inconsciente, irresponsable, una puta, una inmoral, y que merecía el infierno. Ninguna de las tres se explicaba por qué Luana no quería decir quién era el padre del baby.
¡Basta boludas! ¡no sean forras! ¡no hay que hacerla sentir mal! ¡recuerden lo que dijo la preceptora! ¡Aparte, somos sus compañeros! ¿Ustedes qué saben de esto? ¡Salvo que alguna de ustedes quiera quedar embarazada, para saber lo que se siente!, dijimos entre los dos, encimándonos, con gestos ampulosos, tratando de dispersar a las chicas. Luana lloraba. Tomi le dio un pañuelo descartable. Yo le regalé mi alfajor y le convidé de mi gaseosa.
¡Ustedes son unos tarados, y están alzados con ella!, dijo Denise pisoteando una cajita de jugo.
¡Es cierto! ¡Si te quedaste embarazada, es porque abriste las piernitas!, agregó Yanina, mordiéndose las palabras.
¡Le hubieses pedido al tipo que te cogió, al menos que se ponga un forro! ¡Ahora jodete boluda! ¡Pero dejá de mariconear, porque la que se la buscó fuiste vos!, sentenció Victoria, prácticamente tironeando a las demás para que la sigan. Nosotros le dijimos un par de improperios mientras se dirigían al baño de mujeres, y Luana lloró más fuerte.
¡Basta nena! ¡Vos también, mostrate fuerte para que las taradas esas no te molesten!, dijo Tomás. Yo no le dije nada. Solamente le acariciaba la espalda, y le daba gaseosa para que calme el sollozo. Pero entonces, fuimos los tres a sentarnos al banco que está próximo al mástil de la bandera. Yo me senté, y Tomi lo hizo a mi lado. Luana, digamos que se sentó encima de los dos, con una nalga sobre cada pierna nuestra. Al menos yo confirmé que tiene la cola bien firme, chiquita y en sincronía con su figura.
¡Ustedes son mis héroes, mis salvadores! ¡Esas pibas son unas brujas! ¡Pero me tratan así porque, nunca me quisieron! ¡Antes, porque el Maxi me tiraba onda, y a la Yani le gustaba! ¡Después, porque aprobaba todas las materias! ¡Y bue, ahora, porque estoy embarazada!, se expresaba ella fregándonos la cola en las piernas, moviendo las manos, y de vez en cuando sorbiendo gaseosa de mi botellita.
¡Naaah nena! ¡Pasa que estás re linda, y por más que tengas un bebito, vos te robás todas las miradas de los guachos!, dijo Tomi, acariciándole el pelo. Yo le sobaba la espalda. Luana estaba cada vez más encima de nuestras pijas, como si quisiera sentarse en nuestras panzas. No sabía si a Tomi se le había parado, hasta que ella dijo muy bajito, casi con la tonalidad de una brisa pasajera: ¡Chicos, creo que, los dos tienen ganitas de estar con una chica! ¡Se les re paró el pene, chanchitos! ¿Ninguno de los dos tiene novia?
Esas palabras bastaron para que los dos, sin ponernos de acuerdo comencemos a sobarle las piernas, a apretujarla más contra nuestros pechos para sentir los mimos de su cola, a revolverle el pelo para que la estela de su perfume nos enamore los pulmones, y a tocarle las tetas por adentro del guardapolvo. Tenía una remera suavecita y fina, la que permitía que sus pezones erectos resalten de felicidad. Si hubiésemos tenido novia, creo que no nos importaba en ese momento.
¡Heeey, es mentira que yo soy linda y esas pavadas! ¡Ellas no me quieren, porque no me bancan! ¡O, por ahí, porque la dire me deja usar el guardapolvo cortito, y a ellas no!, dijo con voz de nenita, paseándose la lengua por el labio inferior. Pero de nuevo el timbre desgarró la magia que nos envolvía para conducirnos al aula, como sin importarle la angustia que nos oprimía la garganta. Esa vez me senté con Tomás, y mientras la profe de biología nos aburría con la respiración celular, nosotros hablábamos por lo bajo de Luana.
¡Boludo, está regalada la piba! ¡Tenemos que hacer algo!, me aseguró cuando yo le dije que había notado sus pezones duros a través de su remera.
¡No sé che, hay que tener cuidado! ¡Yo me muero por cogerla! ¡Pero, así como está, no creo que sea bueno!, le dije, sin seguridades ni esperanzas.
Pero al día siguiente, Elías fue a mi casa para contarme algo que no podía guardárselo ni un segundo más. Yo estaba con Tomás, preparando unas láminas para dibujo técnico.
¡Cheeeee, manga de giles! ¿A que no saben quién me chupó la pija, a la salida de gimnasia?!, nos dijo, dándose aires de misterio apenas atravesó la puerta del living, y mi vieja nos dejó a solas. No le respondimos, y eso pareció alterarlo.
¡Posta boludos, no lo van a poder creer! ¡Tiren algún nombre!, se apresuró a decir mientras aplastaba el culo en el sillón más largo. Tomás y yo le estrechamos la mano, y yo me levanté para ir a buscar algo de tomar. Pero Elías me lo prohibió.
¡Aguantá gil, que posta, ni se les pasa por la cabeza! ¡Encima, lo hizo re zarpado la turrita! ¿No se imaginan quién puede ser?!, dijo apretando dos puños en el aire.
¿No sé, por ahí la Noelia de tercero B!, sugirió Tomás.
¡O la gordita esa, la hermana del Guille! ¿Cómo se llamaba? ¡O la Pelu, la rubiecita del bufet del colegio!, arriesgué parado en mi lugar. Pero Elías negaba con la cabeza a cuanto nombre mencionábamos.
¡La preñadita de la Luana! ¡Fue ni bien salí de gimnasia! ¡La pendeja estaba por entrar con otras dos, y la profesora! ¡Pero, ni bien me vio, corrió hasta mí, justo cuando estaba por desatar la bici y tomarme el palo! ¡Se me colgó de los hombros, me comió el cachete con un beso y se largó a llorar! ¡Me decía que la Vicky, la Pame y la Colo iban a hablar con la directora para decirle que el viernes fue al colegio de pollera! ¡También le iban a decir que fumó en el baño, que se tranzó al Renzo en el recreo, y que muchas veces come en clases, y los profesores no le dicen nada! ¡Yo, no supe qué decirle! ¡Al toque me manoteó el ganso, me lo apretó, y hasta metió la mano para tocarme las bolas, adentro del calzoncillo! ¡No saben cómo se me paró la verga boluuuudos! ¡Yo me la jugué y le tiré la boca, y la guacha me dio un pico! ¡Después nos re chapamos contra el árbol de la casa de la vieja que tiene un millón de gatos! ¡Le pregunté si quería que la espere a que termine con su clase y después la llevaba a su casa! ¡Pero ella, dijo que no quería entrar a la clase, y me empezó a pellizcar un brazo, a arrancar los pelos de atrás de la nuca, y a apoyarme las gomas en la espalda cuando me abrazó por atrás, para que la lleve a su casa! ¡Entonces, la subí en el caño de la bici, y empecé a pedalear! ¡Iba todo bien, hasta que llegamos al campito que está atrás del taller del negro Robledo, el que labura con mi viejo! ¿Se acuerdan? ¡Me pidió que paremos ahí, porque no aguantaba más las ganas de hacer pis! ¡Nos bajamos, entramos al yuyerío, ella se bajó la calza, y en vez de hacerme gestos para que la deje sola, me llamaba! ¡No se bajó la bombacha! ¡Posta que no sé cómo se dio tan rápido! ¡Pero enseguida, la guacha estaba sentada en el suelo, pajeándome la verga, mostrándome las tetas al aire, escupiéndome las bolas y gimiendo!
El discurso de Elías nos había dejado mudos. Ni siquiera lo interrumpimos. Yo tenía la pija tan dura como Tomás. Vi cómo se la acomodó. No podíamos desconfiar de su historia, porque nosotros más o menos la conocíamos.
¿Pero, al final… Qué más pasó?!, dije, temblando en medio de un sudor que me envolvía las orejas.
¡Síii tarado, seguí contando!, le dijo Tomi golpeando la mesa. Una lapicera rodó y cayó al suelo.
¡Nada nada… Digamos que, cuando ya la tenía re dura, la puerca abrió la boca y empezó a chuparla toda! ¡Le daba besitos, me la soplaba, la escupía, se tragaba la misma saliva que le dejaba colgando, fregaba la cara con todo contra mis huevos, y se cacheteaba la concha! ¡Tenía las piernas abiertas! ¡Ni sé si hizo pis al final! ¡Cuando no pude más, le largué toda la leche en la boca! ¡La guacha se tragó un poco, y lo demás, digamos que me sacudía la pija contra sus tetas!, concluyó al fin, mientras se quitaba el buzo. Recuerdo que hablamos un rato más de Luana. Pero pronto mi casa se llenó de gente, y ya era medio tarde para que los chicos se vayan solos a sus casas. Por eso mi viejo los alcanzó, una vez que nos devoramos las pizzas que nos preparó con la mejor onda.
Al otro día en el colegio, cuando vimos entrar a Luana al salón, porque había llegado tarde, los tres nos codeamos con la misma opresión en el pecho. Ese día la veíamos como a una Venus en llamas. Ella pareció dedicarnos unas miraditas lujuriosas, o al menos a Elías le pareció, y nos lo transmitió. Pero en el recreo no nos dio mucha bola. Supuestamente estaba con dolor de cabeza y algunos vómitos. Pronto el fin de semana nos separó de Luana. Después un feriado, y luego un par de faltazos que ella concilió con la directora para hacerse controles médicos. Pero al fin llegó el viernes, que era cuando mejor lucía su figura, cuando más se olían sus hormonas en el aire, gracias a que la dire no asistía al cole, y Luana se aparecía con pollerita, o con vestidos cortitos. Las demás también la imitaban, sabiendo que los profes no se meterían en problemas retándonos por no respetar el uniforme. Directamente lo consideraban una pérdida de tiempo.
Pero ese viernes, Luana tenía un vestido ajustado, unas panchitas en los pies que permitían ver el rojo furioso con el que se había pintado las uñas, su habitual piercing casi en la comisura del labio inferior simulando un lunar negro, su perfume exótico, y una sonrisa que nos irritaba. Se sentó atrás de Elías, pero no quiso compañía. Tomi y yo estábamos detrás de ella. Por alguna razón esquivaba la mirada de Elías. Sin embargo, en el recreo él no tuvo inconvenientes en abordarla, justo cuando se dirigía al bufet.
¡Hey pendeja! ¿Ahora te hacés la copada? ¡Bien que te gustó que te suba en mi bici el otro día!, le dijo manoteándola de un hombro. Ella se sonrojó, pero no dio muestras de ofenderse, o de molestarse.
¡Entonces… Eso… ¿Eso pasó de verdad? ¿Le mamaste la verga a este tarado?!, le interrogó Tomás, atragantado por el cacho de alfajor que se había metido en la boca.
¡Vos sos re malo nene! ¿Les contaste todo?!, se limitó a decir, sin borrar esa sonrisita compradora de su rostro. Yo le pasé una mano por el culo, y ella tiró la colita más para atrás.
¡Eeeso negroo, tocala toda, si le re gusta!, me dijo Elías por lo bajo. Ella amagó con darle una cachetada, al tiempo que Tomi le pasaba sus dedos por el cuello, bajando muy de a poquito hasta el inicio de sus tetitas.
¡Son unos tarados! ¡Si no dejan de provocarme, hablo con la dire!, dijo forcejeando con Elías, que intentaba convencerla para que no se vaya. Pero Luana subió las escaleras, y apenas llegó al descanso, donde los escalones te dan un resquicio, se quedó paradita, atenta a nuestros movimientos. En ese momento no había nadie por ahí. Y fue Tomás el que descubrió, cuando Luana inclinó un poco su cuerpo hacia adelante, que la pendeja no traía bombacha bajo su vestido. ¡Le vimos ese culito suavecito, redondito, hermoso para manosear y todo lampiño en su máxima expresión, y desnudito!
¡Vamos guachos, que seguro va al baño!, dijo Elías, y por alguna razón los tres subimos las escaleras hasta el rellano. Ella ni se movió. Parecía que nos estaba esperando. Apenas hicimos una ronda a su alrededor, ella miró hacia abajo, y dijo con la mejor voz de tontita que pudo encontrar: ¡Me parece que me alcanzaron! ¡Pero, Elías es un mentiroso! ¡Yo no hago esas cosas de meterme penes a la boca!
¡Callate putona, que me re mamaste la verga! ¡Y decile verga, o pija, o chota pelotuda!, le dijo Elías apoyándole el bulto en la cola, teniéndola apresada por la espalda. Así que, segundos antes que suene el timbre, la seguimos al baño de preceptores, que en ese momento estaba en reparación. Tomi tuvo esa idea. Sabíamos que en cualquier otro baño no hubiese podido pasar todo lo que sucedió luego.
Apenas entramos, Tomi trabó la puerta con tres ladrillos. El suelo del baño era una manta de polvo y arena. Había caños, grifos, un espejo, dos inodoros, un par de máquinas, alargues, unas cajas cerradas, y todo por cualquier lado. Pero allí los tres pudimos saborear los besos de lengua de esa turrita con toda la comodidad. ¡Cómo te aprieta la verga mientras te chuponea! Yo estuve al borde de acabarme encima cuando nuestras lenguas se entrelazaban y su mano subía y bajaba el cuero de mi pija. y eso que aún no me había bajado el jean. Yo fui el segundo que probó sus labios, porque Elías nos ganó el piedra papel o tijera. A él directamente le sacó la verga afuera, y se la escupió.
¡Bueno che, ya sé que no se vale! ¡Pero a él lo conozco un poquito más! ¡No sean tontitos!, dijo Luana en cuanto la vimos proceder con Elías. Pero Tomás no le dio tiempo a que lo seduzca. Enseguida empezó a manosearla entera, mientras le apoyaba el pito parado y desnudo en la entrepierna. Se detuvo en seco cuando algo lo paralizó, y nos lo compartió.
¡Cheee boludos, la Luana se meó encima! ¡Miren, miren qué cochina la loquita preñada!, decía, estirando el vestido con una mano y nalgueándole el culo con la otra.
¡Noooo tarado, no es pichí! ¡Es que, bue, cuando ando muy caliente, me mojo mucho! ¡Pero como no me puse bombacha, no me pude poner un protector! ¡Pero siempre me mojo toda!, se defendió Luana, antes de empezar a comerse a besos con Tomás. A esa altura Luana estaba tirada boca arriba sobre dos cajas, y Tomás la apretujaba contra su cuerpo, echado sobre ella, y sin parar de lamerle hasta la nariz.
¡Che, pará nene! ¡Dejanos un poquito a nosotros!, dije, mientras le quitaba las sandalias a la pendeja y le acariciaba los pies. Pero de repente, Luana se arrodilló arriba de un inodoro, y Elías la acorraló apuntando con su pija a su boquita. La nena puso carita de asco, pero por puro protocolo de su muy mala actuación. No tardó nada en lamerle la puntita, en pasarle la lengua por las bolas y en metérsela en la boca para succionarla, tragar y liberarla cuando quería.
¡Qué malo que sos pendejo! ¿Por qué me hacés esto? ¿Tanto te gusta mi boquita?!, dijo la piba en una de las treguas que le concedió Elías. Pero Este le dio flor de cachetazo mientras le decía: ¡Callate, y dejá de hacerte la santita, que sos re petera!
Entonces, yo me acerqué a desprenderle el corpiño, y un poco incómodo me conformé con chuparle una teta. Además le metí una de sus manos adentro de mi calzoncillo para que me pajee.
¡Agarrame el pito guachita sucia!, le dije, y sus deditos fríos, sus uñas largas y los movimientos de su manito hizo que se me pare aún más. Elías me bajó hasta el calzoncillo, y me cedió su lugar para que sienta el calor de su boquita. No lo podía creer. Luana tenía toda la cara con baba, transpirada y colorada, cuando mi pija le recorrió todo el círculo de sus labios abiertos, luego su naricita, y por último le golpeó los cachetitos antes de ingresar en ese torrente de saliva caliente. Ahora la cínica sacaba la lengua y decía: ¡Haaaam, a ver esa lechita para mí, haaam, uuuuiaaa, quiero lechitaaaa!, cada vez que mi pija salía de la presión de su paladar y el jugueteo de sus dientes. Tomás la abrazaba por atrás, y por lo que parecía le apoyaba la pija en el culo, levantándole el vestido. Elías, le lamía uno de los pies y le amasaba las tetas. Por momentos la hacía gemir cuando le retorcía gravemente los pezones.
¡Aguantelás maricona! ¡Gozá perrita hermosa! ¡Ahora nos podés contar quién es el padre de tu bebé! ¡Seguro que la Yani y las otras, tienen razón! ¡A vos te gusta garchar! ¿No bebota?!, le decíamos entre todos, cuando casi se ahogaba por la falta de aire, por las penetradas de mi poronga a su garganta y los pellizcos de los otros dos por cualquier parte de su cuerpo. Además, Tomás le pedía que lo masturbe con una de sus manos. Con la otra se sostenía del inodoro para no caerse.
Pero luego, Tomás se sentó en una caja, y entre Elías y yo alzamos a la pendeja en los brazos para llevarla hasta él. Tomás le enrolló el vestido en la cintura, y la guacha empezó a fregarle la cola en la pija, mientras Yo ahora le mamaba las tetas con desenfreno, y Elías le metía dedos en la vagina para dárselos de probar.
¿Está buena tu concha pendeja? ¡Estás re mojada! ¡Cómo te gusta la verguita puta!, le decía, seguro de que había dado con su clítoris. Al parecer, por cómo gemía la pibita era cierto. Pronto empezó a pedir: ¡Dale Tomi, hacemelá, ya sabés, metela toda, en, en la cola la quiero!
Nos desconcertó por completo. No nos imaginábamos que la santita, la consentida de la directora, la embarazada a la que había que proteger y contener, nos estuviera pidiendo una pija por el orto. Pero Tomás, ni bien Elías le palmoteó la concha con una mano, la levantó un poquito para acomodar la puntita en el medio de sus nalgas, y entonces el grito tronador de Luana nos hizo saber que se la había ensartado toda. Luana se movía muy despacio al principio, con los dedos de Elías en la concha, y mi boca alternando entre sus tetas y su lengüita grosera. Pero después sus saltos eran formidables, fuertes, ágiles, violentos y percusivos. En ese momento, yo, que jamás había saboreado una concha, le hundía la lengua en ese tajito precioso para degustar sus flujos agridulces, los que cada vez se volvían más saladitos. Me maravillaba que su pubis golpee mi cara gracias a los ensartes de Tomás en su culito. Además podía ver su tronco endureciéndose aún más, entrando y saliendo de su oscuridad, y me volvía loco escuchar cómo Elías le manoseaba las tetas después de escupírselas. A ella le pedía que le escupa la pija y que lo pajee.
¡Quiero una pija en la concha, para que mi bebito se tome la leche!, dijo Luana, tan suplicante como perversa, justo cuando mi lengua le frotaba el clítoris, Elías le pedía que le apriete la verga más fuerte, y Tomás seguía abriéndole el culo. Esta vez yo le gané a Elías al piedra papel o tijera. Por lo tanto, yo me abrí paso entre las piernas de Luana, orienté mi pija durísima al orificio de esa concha empapada, una vez que Tomi se quedó quieto un ratito, y se la clavé con todo, de un solo empujón. Eso fue delicioso. Sentía cómo tocaba el tope de su vagina, cómo la verga se me impregnaba de jugos que ardían, y como la pija de Tomás profundizaba todo lo que podía en su trasero. Ahora los dos nos movíamos sin demasiada coordinación, pero a la pendeja se le caían las lágrimas de la calentura. Elías no pudo aguantarlo más. Por eso nos pidió un ratito de tregua para que al menos Luana le haga un pete. No tuvo que esforzarse mucho. Apenas Luana se sentó en el suelo y Elías le metió la verga entre los labios, un lechazo suculento y rabioso la hizo toser y atragantarse. Le salía leche por la nariz, y varios restos le llegaron hasta el pelo. Sin embargo Elías parecía satisfecho. Por eso se vistió y se quedó custodiando la puerta, mientras nos apuraba con que en cualquier momento alguien alarmaría a la preceptora de nuestras ausencias. Así que, Luana de repente se arrodilló, y Tomi que tampoco podía soportarlo más, le acercó la pija a la boca.
¡Mmmm, tiene mi olorcito a culo tu pija nene! ¿No te da impresión andar con la pija con olor a caquita de una embarazada?!, dijo Luana mientras le escupía la pija, previo a metérsela en la boca. Tomás empezó a jadear como si fuese a convertirse en un animal salvaje. Su cuerpo no parecía pertenecerle, cuando Luana succionaba su pija, se la sacaba un ratito para pasársela por las tetas, se la escupía y volvía a ordeñarla. Pero no pudo más cuando le prometió hacerle la pajita en plena clase, si ella le daba toda la lechita en la boca. No le dio tiempo a nada. Le largó la leche prácticamente adentro de la garganta. Por lo que no tuvo más opciones que tragársela, mirarlo con ojitos extraviados, contraer cada músculo de su cara, y recuperar el aire para toser tras un par de arcadas.
¡Sos un asqueroso neneeeee! ¡Me hiciste tragar tu leche a la fuerza!, le dijo mientras le lamía el glande, como para disfrutar de las últimas gotitas.
Tomás tuvo un pensamiento terrible, pero pudo resolverlo para bien de todos.
¡Che Eli, yo diría, que nosotros dos, vayamos yendo a clases! ¡Si nos buscan, va a pintar bardo! ¡De última, digamos que Luani estaba descompuesta, y que el Lolo se quedó con ella!, dijo razonablemente, ya vestido, mientras Luana me chupaba la pija. Elías estuvo de acuerdo. Ni siquiera sé en qué momento desaparecieron. Solo sé que, después que no los oí, trabé la puerta con el ladrillo, levanté a Luana del suelo y la arrinconé contra el único pedazo de pared que permanecía intacto. Le separé las piernas, le froté toda la pija en la concha mientras le mordía los labios, le chupé las tetas con toda la furia, y cuando menos se lo esperó volví a penetrarla. Esta vez con mayores apretujes a su culito abierto, con más profundidad, y aprovechándome de los jugos que le chorreaban por las piernas.
¡Qué putona que sos nenita! ¡Debería darte vergüenza ser tan cochina!, le decía mientras la cogía, le metía los dedos que le pasaba por el culo en la boca y le chuponeaba el cuello.
¡Síii, soy re putaaa, cogemeeee, cógeme, cogemeee!, me gritó con su lengua enterrándose en mi oreja. Entonces, cuando estuve a punto de sugerírselo, ella pareció leerme la mente, cuando empezó a colocarse, como quien no quiere la cosa de espaldas a mí, con las manos pegadas a la pared.
¡Haceme la cola Lolo!, me dijo con la misma voz de tontita manipuladora de siempre. No iba a hacerla esperar. Además, yo sentía que la leche me podía saltar en cualquier momento. Por lo tanto, busqué el agujerito de su culo a ciegas, solo con la punta de la chota, y apenas percibí la fiebre y la humedad que ofrecía, se la enterré, mientras le lamía la nuca y le palpaba la conchita. Ella gritó, tal vez porque mi pija es más gruesa que la de Tomi. Pero se acostumbró muy rápido a mis envistes, al ritmo de mi calentura, al mete y saca que le propuse. Sentía cómo esas paredes me deglutían el tronco del pito, y esa estrechés me desesperaba. Sentía que no podía controlar mi estallido mucho tiempo más. Para colmo ella me gritaba cosas como: ¡Uuuuf, qué malo que sos, me estás rompiendo la colitaaa, y tengo un bebé en la panzaaaa, forrooo, vos y tus amiguitooooos!
La presión de mi pecho, el calor que me incineraba la piel, su aliento fresco, su perfume exagerado y el olor a concha que me dejaba en las manos no lograban detener mis bombazos a ese orto divino. Y ya no pude más cuando la escuché decir: ¡Aaay boludo, te juro que me voy a mear encimaaa, toy re calienteee, dame pijaaa!
En ese momento mi semen salió despedido como flechas de un arco invensible. Las piernas me parecían de plomo. Me costaba respirar. La pija seguía pujando adentro de su culo, aunque perdiera dureza, y yo sentía que me salía más y más semen. Ella se frotaba el clítoris, lloriqueaba y gemía tan agitada que, no había forma de entenderle ni una palabra. Vi su cara en el espejo desmontado que reposaba al lado del inodoro inútil, y estaba hecha una putita del cine porno. Solo que sin maquillaje, y sin un libreto que fingir. Su olor lo invadía todo. Ella tampoco podía moverse. De hecho, se quedó un rato tumbada sobre la pared. Además, fue verdad que se estaba meando. Mientras yo me vestía, la vi con las piernas bien separadas, masajeándose la cola, frotando las tetas en los azulejos, y haciendo pichí con todo el cuidado de no mojarse el vestido arrugado en su cintura.
¡No sé cómo voy a hacer para zafar! ¡Me veo fatal!, decía poniendo cara de perrito mojado, luego de calzarse las panchitas, que era lo último que le faltaba ponerse.
¡Estás divina nena!, le dije, mientras intentaba arreglarse el pelo. Ahí se dio cuenta que tenía el flequillo pegoteado de semen. Tuvimos que serenarnos. No sabíamos qué carajo decirnos, pero necesitábamos un poco de paz.
Cuando volvimos a la clase de geografía, la profesora me felicitó por haber colaborado con la salud de Luana, y a ella le preguntó si se sentía en condiciones de asistir a clases. Yo me ruboricé, y me senté en la última mesa del fondo, la que estaba al lado de Elías y Tomás, y pegada a la ventana. Ella dijo que se sentía bien, que ya pasaron los mareos. Habló algo con la profesora, y luego tomó el lugar que quedaba a mi lado. Esa fue la clase más difícil de mi vida. Tenerla al lado, oliendo a semen, sabiéndola sin bombacha y con el vestido salpicado de nuestros jugos y los suyos, con los pies meados porque no tenía con qué secárselos, con aliento a pija y el culo abierto, era demasiado para mi concentración. Y encima estaba con un bebé creciendo en la pancita, que era el único testigo de lo que vivimos en ese baño. Los chicos nos miraban con ganas de querer saber lo que hicimos. Pero debíamos mostrarnos serios, interesados en los mares y los ríos afluentes. Ya habría tiempo, más tarde, en la casa de Tomás para volver a sacarnos las ganas con esa mamita inocente para los demás, pero flor de putita con quienes ella quiere.   Fin

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Comentarios

  1. Tremenda esa puta... Buenisimo como siempre Ambar ojalá escribieras una segunda parte de Luana ya siendo mamá y sus aventuras

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  2. como dice el comentario anterior, escribí la segunda parte de este relato, siendo mami y cojiendo siempre. muy bueno esto, felisitaciones.

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