Siempre hablábamos con mi marido Lucio de la vecinita
que vive a la vuelta de casa. Incluso algunas noches, cuando hacíamos el amor
fantaseábamos con lo hermoso que sería
jugar con ella en nuestra cama. Claro que, de la fantasía a la realidad, había
que dar un gran paso. Pero tenía que darse, así, sin más.
Se llama Alma, y hoy tiene 18 años desbordantes de
sonrisas y colores. Esto sucedió hace dos años, cuando todavía mi marido y yo
atendíamos un kiosko de barrio. Nunca había visto unos ojos azules tan preciosos.
Para mi marido tiene unas hermosas tetas. Pero yo considero que su cola como
dos pomponcitos altaneros se desarrollaron con excelentes matices y tersuras.
Habitualmente lleva el pelo por los hombros, gesticula todo el tiempo con las
manos, y se pinta los labios de un rojo intenso. Al menos desde que nos conoció
en profundidad, ya que a Lucio le excita que lo haga.
Siempre la veíamos ir y venir desde nuestro almacén. A
veces rodeada de amigas, otras con sus hermanitos, y en ocasiones con sus
primos. Nos encantaba verla con el guardapolvo cortito, ya que su madre no
tenía plata para comprarle uno nuevo, y a su medida. Los integrantes de su
familia eran nuestros mejores clientes, fundamentalmente porque en ciertas
situaciones les fiábamos algunas cosas de última necesidad. No solo porque
tenemos un buen corazón. La familia de Almita era muy pobre. Tenía muchos hermanos,
y su padre cargaba con demasiados problemas para conseguir empleo, ya que había
estado preso. Según los rumores, por una pelea callejera con un policía.
Entonces, una tarde me animé a lo que nunca imaginé
que sería capaz. Lucio ordenaba golosinas, cigarrillos y gaseosas en los
estantes y heladeras mientras yo atendía y revisaba el pedido para el día
siguiente.
De repente Alma llegó a pagarnos lo que nos debían sus
padres, y a comprar pañales para su hermanito. Tenía el mismo rostro de
vergüenza y desilusión que nos mostraba cuando pasaba por esos aprietos. Eran
las 9 de la noche. El farol de la calle a oscuras, y el viento cada vez más
fuerte entre las copas de los árboles acechaban con cierto desdén. No había
casi nadie afuera. Apenas un par de nenes jugando a la pelota en la polvorienta
calle. Como era mucho dinero el que traía me pareció prudente invitarla a
pasar, y Lucio estuvo de acuerdo.
¡Almi, no tenés que sentir vergüenza de ser pobre!
¡Ustedes, tu papi siempre paga!, le dije, tomándole las manos a través del
mostrador. Las tenía frías, con las uñas largas y desprolijas, con un ligero
temblor que también asomaba en sus ojos. Parecía que en breve podría echarse a
llorar.
¡Dale, vení, pasá un ratito, así te preparo el cambio!
¡Por ahí, viene un chorro y te afana!, le decía, mientras abría la puerta
contigua a la ventanilla del kiosko. Pero la nena no se movió.
¡Dale Almi, no seas miedosa! ¡Además, ¿Vos no te
juntás con la Eliana?!, le dije, poniendo una mano sobre su hombrito delgado.
Al menos, hasta lo que yo sabía, Alma y mi hija Eliana fueron juntas al colegio
primario. Pero a ella no le agradó mucho que se la haya mencionado.
¡No doña, yo ya no me hablo con la Eli! ¡Es que,
bueno, no sé, ella no me banca! ¡Creo que nunca le caí bien!, dijo con
amargura. No quise indagar sobre eso. Solo le dije que Eli volvería mañana, que
ahora estaba en un campamento con sus compañeros de catequesis. Eso le
significó cierto alivio por lo que observé en sus ojos, todavía húmedos.
Enseguida me puse a contar el dinero que me entregó,
una vez que logré que entre al kiosko. Lucio la saludó, como sin reparar
demasiado en ella.
¿Sabés lo que va a hacer tu mami de comer?!, le
pregunté, casi por formalismo.
¡Creo que nada!, dijo, sin atisbos de tristeza. Pero
no me compadecí.
¿Bueno amor, a lo mejor, hoy comés algo! ¿Te gustaría
quedarte a comer en casa?! ¡Yo voy a preparar unas milanesas con puré!, le
dije, fijándome más en la remerita escotada que traía que en el vuelto que
debía juntarle. Había logrado que se quite la mochila del colegio, y el
guardapolvo.
¿Pensalo tranqui, y me decís!, me apresuré, antes de
que me diera una respuesta.
¿Cuántos pañales querés corazón?!, le dijo Lucio,
fingiendo indiferencia. Él también le miraba las tetas. Alma no tenía corpiño,
y su olor a transpiración parecía desenfocarlo de sus actividades.
¡Creo que 8, o 9! ¿El Lucas se mea todas las noches
todavía! ¡Mi madre está re podrida!, dijo con una risita apurada en el rostro.
Yo la acompañé con una sonrisa y un suspiro que buscó tener un color maternal.
¡Bueno, no me acuerdo qué edad tiene Lucas! ¡Pero, una
que yo sé, se hizo pis hasta los 4, o 5 años! ¡De hecho, creo que Eli me contó
que te hiciste pis varias veces en el colegio!, le dije, trayéndola hacia mi
cuerpo para sobarle la espalda. Yo estaba sentada en un taburete sin respaldo,
y ella de pie a mi lado. No me dio impresión lo esquelético de su espaldita al
tocarla, ni el resabio a sudor que emergió de su piel al olerla más de cerca.
Sin embargo, se ruborizó con mi observación.
¡Lucas tiene 6 años! ¡Y, yo, yo no creo que me haya
meado hasta, hasta tan grande!, dijo, como si buscara enojarse. Aún así su
cuerpo no rechazaba mi contacto. Más bien, tenía la sensación de que se echaba
sobre mí, involuntariamente, como si mi calor la protegiera.
¡Y, su hija, es, es una metida!, dijo pronto, como si
pensara con mucha dificultad en lo que acababa de revelarle. No la contradije.
¡Sí Almi, es verdad! ¡Pero, tampoco es una vergüenza
hacerse pichí! ¡A todas las nenas les pasa! ¿Eli también mojó la cama de grande!,
la consolé, ahora acariciándole el pelo. Lo tenía atado, sucio y con las puntas
florecidas.
¡Vos, sos una nena hermosa Alma! ¡Y, bueno, siempre
con Lucio, pensamos que si, si quisieras venirte a casa unos días, a nosotros
no nos molestaría! ¡Es más, puede ser cuando Eli no esté!, le dije de repente,
sin medir ni meditar en las palabras que surgían de mis labios, como fuera de
toda realidad posible.
¡Sí nena, no habría problemas! ¡Aparte, tus papis
tienen mucho trabajo! ¡Ustedes, son muchos hermanos! ¡Si te quedás algunos días
acá, tal vez, podrías comer, tener una cama para vos, alguna ropita, o lo que
quieras!, dijo de pronto Lucio, sorprendiéndome por completo. Había dejado de
acomodar botellas y paquetes para acercarse a nosotras. Alma pareció palidecer.
Pero de golpe, el rostro se le iluminó, como si un millón de fuegos artificiales
estallaran en su interior. Finalmente se sentó en mis piernas, y se dejó
acariciar el pelo por Lucio, mientras yo le secaba las lagrimitas con la palma
de mi mano. No le salían las palabras. Era como una gatita asustada por la
lluvia y los truenos.
¡Nosotros podemos hablar con tus padres, y explicarles
que, bueno, que podés quedarte unos días acá!, redondeó Lucio, y le dio un
tierno beso en la frente. Aquello no era algo tan inconveniente para su familia.
Sabíamos que dos de sus hermanos, uno se quedaba cierto tiempo en lo de los
García, los vecinos que viven a la vuelta de mi casa. El otro, pasa todos los
fines de semana en lo de doña Rosa, la viejita que atiende la panadería.
Entre pitos y flautas se hicieron las 9 y media, y
Lucio cerró las persianas. En ese preciso momento pasaba Cristina por la
vereda, la mamá de Alma. Entonces yo salí para hablarle.
¿Cómo anda Cristina? ¡No se preocupe que la nena ya me
pagó todo! ¡Mire, llévese los pañales, porque, bueno, si usted no opina lo
contrario, Lucio y yo invitamos a la nena a cenar! ¡Espero que no se ofenda!,
le dije a la mujer, cuyo aspecto demacrado y sucio no podía ser más decadente.
La mujer arrugó la cara como para evitar emocionarse, y dijo que no tenía
ningún problema, siempre y cuando la mandemos al rancho antes de la medianoche.
Le dije que yo en persona, o Lucio la llevaría, y se fue caminando ligero,
aunque arrastrando unas ojotas viejas con desparpajo.
Cuando volví al kiosko, Alma comía un heladito en
taza, paradita contra una pila de cajas. Yo la miré con reproche, como
diciéndole que el postre se come después de la cena. Pero Lucio la defendió,
mientras le masajeaba la colita. Y entonces, continuó con la charla que yo
había interrumpido, luego de explicarles que Cristina esperaba a su hija en la
casa antes de las 12.
¡Tenés que cuidarte de los pendejos de acá al lado
Almita!¡ No solo son chorros! ¡También les gusta manosear a las chicas!, le
decía Lucio, acentuando los masajes a la cola de la nena, que hacía ruiditos
hasta cuando tragaba su postre. Yo lo veía que la olfateaba, y que con una mano
se acomodaba el paquete.
¡Sí, yo me cuido! ¡Aunque ya me re manosearon!, dijo
Alma, con la cucharita en la boca. Lucio no le respondió, pero se hizo el tonto
al simular que recogía una lapicera del suelo para acariciarle las piernas.
Recién allí Alma se puso colorada.
¿A dónde te tocaron esos pelotudos?!, le preguntó
Lucio, suponiendo un aire protector.
¡Me toquetearon toda, y me re tranzaron!, dijo la
nena, segundos antes de estornudar. Entonces yo le di una servilletita para que
se limpie las manos, y otra para que se suene los mocos. Ni bien dejó la tacita
vacía, me levanté con la intención de acompañarla al baño para que se limpie
mejor. Pero en su lugar, le pasé la lengua por el labio inferior, donde tenía
sucio con chocolate y crema, los que ella intentaba lamerse, tal vez para
saborear hasta el último vestigio de helado. Solo que, de pronto lo hice así,
en todo lo redondo y carnoso de su boquita fresca.
¡Tranqui Almita, que las mamis a veces les limpiamos
la boquita así a nuestras hijitas! ¡Es que, las servilletas no son muy buenas,
viste?!, le dije, cuando mi lengua parecía endulzarse con cada poro de su
juvenil inocencia.
¡Che Almita, pero ayer no fuiste al colegio! ¡Te vi chimangueando
con los hijos de don García!, le decía Lucio, que miraba asombrado cómo yo le
lamía la boquita a la nena. Supongo que envalentonado por ello, él le subió la
remera amarilla a la altura de los hombros, le masajeó la espalda y se agachó
para morderle dulcemente una nalga.
¡No, ayer me hice la rata! ¡Pasa que, me junté con
unos pibes! ¡Pero me tuve que escapar, porque, el Tato me quería llevar a su
casa para garcharme toda! ¡Eso dijo que me esperaba, por sucia, y por repetir de
año en la escuela!, dijo la pibita, cuando yo dejé de atormentarla con mi
lengua, y mientras Lucio le quitaba la remera. Ella subió los brazos para
hacerle más simple la tarea, sin inmutarse. No sé por qué nos confió semejante
cosa. Pero los ojos de mi marido parecían atesorar una vaga sensación, la que
se fue confirmando minutos más tarde. A él se le encendieron las pupilas al
verla sin corpiño.
¡Ahora, a lavarse las manos Almita, así vamos a la
cocina! ¿Tenés hambre?!, le dije, acompañándola al baño. Lucio me seguía como
un perrito faldero, para no perderse detalles. Entonces la mocosa dijo: ¡Síii,
tengo hambre! ¡Pero en la casa de mi abuelo, si alguna de nosotras llega a
decir que tiene hambre, bueno, a mi prima mi abuelo siempre le pide que le
toque el pito, y él después le da algo para comer!
¿Y, a vos te lo hizo alguna vez?!, preguntó mi marido,
cuya erección ya era indomable.
¡Sí, mi abuelo, y mi tío! ¡Una vez mi padrino me hizo
morderle el pito sobre la ropa, debajo de la mesa, mientras mi madrina
cocinaba! ¡Y, si le muestro la bombacha a mi abuelo, él me da golosinas!,
concluyó, mientras yo le secaba las manos. Lucio se las había lavado y
enjabonado.
Entonces, la llevamos al kiosko otra vez. Hubo un
momento de incertidumbre, hasta que Lucio la rompió con su petición.
¡Bueno nena, ya sabés entonces, que, si tenés hambre,
me tenés que tocar el pito! ¿Te animás?!, le dijo, apenas Alma se sentó en el
taburete, escudriñando las golosinas de los estantes. La nena no puso la más
mínima resistencia. Apenas mi marido se sentó a su lado en otro banquito que
solíamos usar para alcanzar las cosas altas, la mocosa estiró su mano para
masajearle el bulto sobre su jogging. Lucio le pedía que se lo apriete lo más
despacito y suave que pudiera, gimiendo de vez en cuando, y asintiendo con la
cabeza cada vez que Alma le decía: ¿Le gusta así? ¿soy buena tocándole el pito
señor?
Entretanto, yo me aproximé a la pendeja para
acariciarle el pelo, la boquita y las gomas. Las tenía sedosas, tibiecitas y pequeñas,
tan maleables como tersas y sudadas. Hasta que decidí jugar con uno de sus
pezones entre mis dedos, cosa que hacía gemir a la nena con indulgencia, y al
fin, cuando nuestras lenguas se entrelazaron unos segundos adentro de su boca
pequeña, bi que se le llenaban los ojitos de lágrimas. En ese momento, siento
los dedos de Lucio proclamar un fuerte pellizco en mi nalga derecha, como
diciéndome: ¡Mirá cómo la nenita se nos entrega! Para colmo, Alma susurró, tal
vez sin darse cuenta: ¡Me siento rara, pero me gusta!
Los dos fuimos testigos del desarrollo de su cuerpo
adolescente cuando la veíamos pasearse en bici, o barriendo la vereda de los
viejos que le tiraban alguna monedita, y no podíamos creer que ahora la
tuviéramos a merced de nuestros instintos sexuales más impíos.
Lucio añadió en medio del silencio, solo resquebrajado
por algún gemidito de Alma, mientras le masajeaba las tetas que mis manos le
habían calentado: ¡Y tenés cosquillitas en el cuerpo? ¿Querés jugar a que sos
nuestra hijita degenerada?
Alma no respondió. Parecía presa de un trance que
nadie quería deshacer. Luego vi que
Lucio peló su verga empalada para hacérsela tocar, sin siquiera bajarse los
pantalones, y entonces me arrodillé decidida a darle unas chupaditas ruidosas.
Hasta que la oímos gemir al mismo tiempo que se
disculpaba por hacerlo. Es que, por unos minutos la dejamos solita,
sentada y abriendo las piernas con una ansiedad que no sabía dominar. Por eso,
al verla estirarse los pezones con los ojitos cerrados, rozarse la vulva con la
palma de una de sus manos y aferrar sus pies a las patas de la silla, como
conteniendo el impulso de colaborar conmigo en la tarea de mamarle la pija a mi
marido, decidimos que era el momento de pasar a la cocina.
Allí Lucio se quedó en slip con la velocidad de un
huracán, se sentó en una silla junto a la mesa, prendió un cigarrillo y
encendió la tele. Sintonizó el noticiero, solo por costumbre. Desde allí vio
que Alma me ayudó a secar unos platos. Y estuve por darle otras tareas cuando
Lucio le pidió, como si fuese su última voluntad sobre la tierra: ¡Vení hijita!
¿metete debajo de la mesa, y tocale el pito a papá!
Entonces, luego de poner tres vasos sobre la mesa, la
vi esconderse bajo el mantel. Tuve que agacharme para ver cómo nuestra nena le
acariciaba la verga desnuda a mi marido, y cómo de a poquito iba acercando sus
labios a su cabecita.
¡Dale un besito Almita, al pito de papi!, se me escapó
decirle, mientras ponía los cubiertos.
¿Hace mucho que no te dan la mema en tu casa?!, dijo
Lucio, ahora blandiendo su pija contra la carita sucia de la nena. Ella
enseguida hizo resonar el eco de unos besitos suaves en el tronco de esa pija
erecta, y Lucio comenzaba a jadear. Yo no podía seguir mirando. Algo en mi
cuerpo parecía conducirme a una fiebre voraz, tan indescriptible como
peligrosa. Por eso me puse a cortar una milanesa en un plato. Había tenido una
idea, y justamente la pude llevar a cabo por como se dieron las cosas.
Cuando volví al comedor, Lucio tenía a la pendeja
sentada sobre sus piernas. Le daba besos en las mejillas, se las mordía y le
metía algunos dedos en la boca. Yo me acerqué para encajarles dos pedacitos de
carne con el tenedor. Primero a Lucio, y luego a Alma, mientras con la otra
mano le moldeaba los pechitos.
¡Comele la boca mi amor! ¡Calentale la boquita a la
nena!, le dije a Lucio, sabiendo que las frotadas involuntarias de la cola de
la pendeja contra su pija al aire lo envalentonaba demasiado. Por lo tanto, una
vez que Lucio empezó a saborear su lengua, sus labios y su saliva, yo le
acariciaba las piernas, le besuqueaba los hombros y la espalda, le tocaba los
pezoncitos con la punta de la lengua y le mordisqueaba los trocitos de nalga
que encontraba por encima de su calza ajustada. Pero entonces me topé con su
entrepierna, y me calentó tanto su aroma de nena que, en un impulso me quedé en
calzones ante ellos, sin ningún pudor. Su olor a concha era salvaje. Lo invadía
todo. Por eso, pinché varios trozos de milanesa y le abrí la boca, mientras con
la otra mano la forzaba a manotearle el pito a Lucio.
¡Tragá pendeja! ¡Comete todo guachita sucia! ¡Y
apretale la pija a mi marido, que eso es lo que sabés hacer! ¡Seguro tu
abuelito tiene todas las ganas de cogerte! ¿Te toca el culo? ¿Te mira las
tetitas ese viejo?!, le decía casi al oído, lejos de querer aturdirla. Además
le lamía la oreja, y cada tanto le estiraba un pezón con mis labios. Lucio me
miró como si estuviese perdiendo la cordura. Pero no le importó. Seguía
llenándole el cuello de chupones, la cola de pellizquitos y la calcita de
presemen. Hasta que yo comencé a quitársela, muy de a poquito. Fue en el
momento que Lucio eligió para saborear sus lolas. Abría la boca como para
comérselas juntitas. Mientras tanto yo le estimulaba la conchita con pequeños
masajitos. Ni se dio cuenta que la privaba de su calza, hasta que no la sintió
en sus pies.
¡Qué fácil se deja sacar la ropita la nena! ¡No me
extraña que tu abuelo, o tu tío, te quieran dar la mamadera seguido chiquita!,
le dijo Lucio mientras le mordisqueaba los pezones, y yo le lamía los pies. Me
excitaba su olor a pata, a poca higiene y a desvergüenza. Entonces, antes de
perder el equilibrio, me senté al lado de mi marido. olí la calza de la
pendeja, bebí un trago de vino para reunir coraje, y acerqué mis tetas desnudas
a la espalda de Alma para frotárselas.
¡Prestamela un ratito papi! ¡Dale, que la mami le
tiene que dar la comidita en la boca!, le solicité a Lucio, mientras él
continuaba erectándole los pezones con su lengua, y ella endureciéndole la pija
con sus manitos. Lucio fue generoso, por lo que, tal vez a su pesar, la
depositó en mis brazos para que mi ser obligue a esa nena a chuparme las tetas.
¡Hace calor bebé! ¡Por eso la mami te sacó la ropita!,
le decía mientras Lucio le daba chirlitos en la cola, y yo juntaba un poco de
puré en una cuchara.
¡Abrí la boca nena, y comete todo!, le grité,
ensuciándole un poco las tetas con puré y mayonesa. Pero entonces, lo
inevitable, lo que las ansias no podían resguardar para otro tiempo. En un
angelado instante de inspiración, le devolví la textura suave de la piel de la
mocosa a las piernas de Lucio, y mientras sus manos se fundían en su pene
hinchadísimo, entre los tres comenzamos a besarnos. Fueron besos groseros,
obscenos y siniestros. Nuestras lenguas recorrían las caras, mentones, narices
y labios como ráfagas histéricas de una desolación fantasmal. Nos babeábamos y
apretujábamos. Ella gemía mezclando sollozos con temblores involuntarios. Yo
frotaba mis tetas contra las suyas, o contra su rostro una vez que Lucio le
pasaba la lengua por donde se le antojara. Lucio no pudo anclar sus deseos al
borde del abismo. Por lo tanto, mientras nuestras lenguas seguían cada vez más
en celo, y en el exacto momento en que Alma le mordió los labios, comenzó a
gritarle: ¡Apretala asíii, perriiitaaa, apretame la verga nena putaaaa!
Como resultado de tales agitaciones, Lucio le
embadurnó las manitos con su semen, al tiempo que yo le sacaba la bombacha y me
la pasaba por las tetas. Lucio no detenía sus disparos seminales en el hueco de
las manos de la pendeja, y no se resignaba a estirarle los pezones con la boca.
Pero cuando al fin su pija se vació, le pidió a la nena que se pase las manos
por la cara, como si fuese una cremita de leche. Esas fueron sus palabras.
Bebió un vaso de vino, y me pidió que le tenga la nena
a upa un momento. Me la entregó, y yo me senté en la silla que él desocupó. No
sabía qué planeaba mi marido. Pero entretanto yo aproveché a meterle deditos adentro
de la vagina a la guachita, que se mojaba, se contorsionaba sobre mí, y gemía
diciendo: ¡Asíii señora, qué riicoo, cójame toda, quiero máaás!
Cuando Lucio regresó, lo hizo con una cara tan
misteriosa como lúgubre. Se sentó en la mesa para contemplar cómo mis dedos le
frotaban el clítoris, conquistaban las profundidades de su conchita apretada, y
cómo Almita se babeaba por el goce que además le proporcionaba el roce de mis
piernas desnudas en su cola suavecita como la piel de un durazno. Ninguno podía
hablar, pero los cuerpos sabían escribir las páginas eróticas más fogosas del
universo. Hasta que Lucio desentramó el motivo de su retorno.
¿Esta bombacha es de Eliana! ¿No Rosa? ¡Tomá pendeja,
limpiate la carita con esto!, dijo Lucio, poniendo en las manos una bombacha
celeste de nuestra hija, ni bien yo le confirmé que efectivamente pertenecía a
ella. Alma le obedeció, mientras mis dedos se empapaban de los jugos que le
inundaban la vulvita.
¿Eli tendrá la conchita como esta turrita? ¿O la
tendrá más abierta?!, agregó Lucio, otra vez con la pija dura, con sus venas
palpitantes y los huevos bien redondos, como si necesitara imperiosamente
volver a escupir lechita.
Una vez que Alma terminó de limpiarse la carita, Lucio
me pidió que le ponga la bombacha y que la arrodille arriba de una silla.
¡Ahora, quiero que te tomes la mema chiquita!
¿Escuchaste? ¿Quiero que me muevas la cola, que te toques las tetitas, y que no
pares de chuparme la pija, hasta que te tragues la lechita!, le dijo Lucio
agarrándola del pelo, ni bien sus manos y rodillas intentaban hacerse lugar
sobre la silla, ya en cuatro patas. Además le metió toda la bombacha en el
culo, y se atrevió a olérselo.
Pero antes que la boca de esa nena callejera se adueñe
del glande de mi marido, yo me empeloté enterita, y, gracias a un esfuerzo que
no sé de dónde lo saqué, empujé a Lucio en la silla que había al lado de Alma.
De modo que terminó sentado para que mi cuerpo hirviendo de calentura se trepe
al suyo, y entonces, así servirle a mi concha de la erección de su verga. Lo
cabalgué furiosa, jadeando fuerte, abriendo la boca para que mi saliva marque
mi instinto felino en su piel, y pidiéndole más y más pija. Alma se tocaba la
concha, casi siempre al borde de caerse de la silla, mientras nosotros cogíamos
a su lado, y la insultábamos.
¡Pajeate nenita sucia! ¡Y dejate coger por tus
hermanitos! ¡Sos una hermosa putita vos, y la mamás re bien seguro! ¿Te gusta
ver a tus papis cogiendo? ¿Te gustó la lechita del papi? ¡Hoy te vas a ir con
la bombacha de tu amiguita nena!, le decíamos irreflexivos, calientes y felices
de tener a esa nena con nosotros.
Pero entonces, Lucio detuvo sus envestidas. Yo me bajé
de sus piernas, y él, quizás algo mareado por mi entrega sexual, se puso de pie
frente a la boquita abierta de Alma. ¡La pendeja la abrió solita, sin que
ninguno se lo pida!
¡Así me gusta bebé! ¡Ya sabés lo que tenés que hacer!
¡Vamos, sacame la lechita!, fue todo lo que debió decir Lucio para que su
glande y los labios de la mocosa entren en contacto. De inmediato se oían
lamidas, atracones, toses apretadas, succiones, eructos y escupiditas. Lucio
jadeaba y le pedía más. Se le enrojecían cada vez más las mejillas, y por ahí
sus manos le amasaban las tetitas. Entretanto yo le daba vino a mi marido de mi
vaso, le comía la boca y le lamía las tetillas.
Hasta que me preocupé por darle un poquito de placer a
la pendeja, que tan bien y hermoso le mamaba el pito a mi macho. Me acerqué a
ella, le besuqueé la espalda y le dije al oído: ¡No pares peterita hermosa! ¿Me
encanta verte con un pito grande en la boca! ¡Ahora mami te va a complacer!
Entonces, de repente yo le abría las piernas, le
mordía la cola con mi pulgar cogiéndole despacito su vagina cerradita pero muy
apetitosa para mi lengua desde que impregné mi nariz allí, y se la lamí
enceguecida. Es más, creo que así la hice acabar dos veces con mis dedos
presionándole el agujerito del orto sobre la bombacha enlechada de mi hija, y
con mi lengua movediza cada vez más enterrada en su conchita, cuyo clítoris
latía y se mojaba como jamás vi. Además lo tenía bien visible por lo fino de
sus labios. Claro que no era sencilla esa tarea, ya que permanecía con las
rodillas en la silla. Por eso en un momento le pedí que apoye uno de los pies
en el suelo. A Lucio le calentaba oír el chapoteo de mi lengua entre los flujos
deliciosos de esa conchita caliente.
Después le restregué mis tetas como brazas ardiendo
por la espalda. Le chupé todo el pie que conservaba en la silla, le pedí una
tregua a Lucio para olerle y comerle la boquita, y apenas volvía a petearlo, yo
regresaba a lengüetearle el clítoris. Solo que ahora le sumaba unos chirlos a
sus nalgas, unas tremendas frotadas a su conchita, y unos fuertes mordiscos a
sus pezones.
Pronto, todo fue rápido, sin demasiados minutos que
aguardar. Apenas le rocé el culito con la lengua, la pendeja se sacudió en la
silla, y Lucio profundizó en su garganta nuevecita, tal vez sin mucha
experiencia, pero poblada de un futuro provechoso de buenas mamadas.
¿Sabés lo que le estoy haciendo amor? ¡Le estoy
lamiendo el culito a la bebé! ¡No sabés cómo se le moja la concha, y cómo se le
abre la cola! ¡Tiene ganas de un rico pitito en la cola esta guacha!, le
informé a mi marido, que poco a poco desfiguraba su rostro, ensombrecía sus
ojos y se sacudía con miles de jadeos presurosos.
¡Abrí la boquita putitaaa, y abrile el culo a la
lengua de mamiiii! ¡Tragate toodoooo!, confirmó Lucio a mis expresiones, y
entonces supe que su leche no pudo esperar ni una lamidita más.
Apenas me separé del olor de esa pendeja, con la cara
y las manos impregnadas de sus jugos, me tiré encima de mi marido para
comérmelo a besos. Estábamos aturdidos, maravillados y más calientes que antes.
Alma miraba cómo nos besábamos, y nosotros la mirábamos a ella, con la cara
colorada, con semen hasta en las tetas, con la bombacha de nuestra Eliana
totalmente empapada, y con un mareo que no lograba ocultarnos. La guachita tuvo
terribles orgasmos, y de eso mis dedos y lengua podían dar fe.
¡Papi, Mami, ¿Puedo ir al baño?!, dijo de
repente la mocosa, sacándonos de todo el clima que habíamos creado. Otra vez
Lucio volvió a sorprenderme.
¡Dale Almi, yo te acompaño! ¡Rosa, ¿Te parece
si calentás las milanesas y comemos? ¡Acordate que hay que llevarla a la casa,
antes de las 12! ¡Vamos hijita!, le dijo tomándola de la mano. No puse objeciones.
Calenté las milanesas y el puré, serví los tres platos y me quedé en la cocina
a esperarlos. Sabía que Lucio no haría nada con la nena, sin que yo lo habilitara.
De repente, Lucio y Alma vuelven vestidos.
Lucio completamente, y Alma todavía descalza, y sin la remera.
¡Bueno, a comer!, dijo Lucio, y de pronto los
tres cenábamos como una familia tipo. Hablábamos de programas de TV, de algunos
vecinos del barrio, de la escuela, de un chico que le gusta a Eliana según
Alma, y de golosinas. Apenas Alma terminó de comer, Lucio le dio un alfajor.
¡Rosa, mientras la nena come el postre, ponele
la remerita y calzala! ¿La llevamos los dos?!, dijo Lucio, luego de beber otro
vaso de vino. Le dije que no tenía problemas en acompañarlos.
¡Mejor, vamos los tres! ¡Eso Sí! ¿Sabés lo que
hizo la chancha de tu hija? ¡Se hizo pis con la bombacha puesta! ¡No se la bajó
cuando se sentó en el inodoro para mear!, dijo Lucio cuando ya cruzábamos la
puerta para adentrarnos en la oscuridad de la noche.
¡Heeeey, pero, usted me pidió que me mee
encima!, rezongó la impertinente. Me quedé atónita. Supongo que todo lo que me
nació decirle fue: ¿Le measte la bombacha a mi hija, pendeja!
Antes de dejarla en la puerta de su casa, los
dos le dijimos que cuando tenga hambre, podía venir a casa a comer, y que podía
contar con nosotros para lo que necesitara.
¡Pero sabés lo que tenés que hacer! ¿No bebé?
¡Sos una linda peterita, y tus papis están orgullosos de vos!, le explicamos,
mientras Alma entraba sonriente a su casa.
Desde esa noche, no existe el día en que Lucio
y yo nos cojamos como animales, fantaseando con hacerle el culito y la concha a
nuestra vecinita. Lucio tiene la ilusión de que algún día Eliana y Alma se
lleven bien, y nuestra hija sea quien invite a Alma a dormir.
Tuvimos otros encuentros con Almita. Nuestros
fetiches con ella crecieron a instancias inimaginables. Nos encantaba vestirla
con la ropa de Eliana, y mandarla a su casa llena de semen, mordidas, brillo
labial en las tetas, y con su mochila llena de billetes. A pesar que aún no nos
entregó la cola, todo en ella nos hace sentir que nada importa, siempre que
ella nos necesite, que su pancita sienta hambre de comidas ricas, y su conchita
una verdadera sed de mi lengua, y de la pija de mi marido. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
este se lleva todos los premios, que rico todo lo que le hacen a esa nenaaaa que ricapeterita me encanta esto.
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