Mis viejos decidieron que lo mejor para
terminar con el caos que imperaba en la casa, era contratar a una mujer que se
encargue de los pisos, las comidas, la ropa sucia, los baños y diversas tareas
más específicas. Ni mis hermanas ni yo teníamos la mentalidad de ser ordenados,
y eso porque siempre habíamos tenido una sirvienta. En el barrio en el que
vivíamos, los vecinos nos trataban de chetos, solo por eso.
Ocurre que, hace 3 años nos mudamos a un
barrio privado en las afueras de Buenos Aires, y no nos acostumbramos ni por
puta a la disciplina de un hogar. Mis viejos son abogados, y solo cenan con
nosotros, si es que no tienen reuniones o viajes de negocios. Pero últimamente
se desataba una batalla campal en la mesa. Una ola de reclamos, reproches,
reprimendas por lo que no hicimos y un sinfín de culpas por aquí y
responsabilidades por allá, derivaba en que la cena familiar te cayera como un
montón de piedras en el estómago.
Yo soy el hijo del medio, y siempre estuve de
acuerdo en traer a una empleada. Por suerte mis padres me escuchan bastante, y,
sumado a que mis hermanas, una de ellas tiene pésimas calificaciones en el
colegio, y la mayor no se toma en serio su carrera universitaria, tengo más
crédito que ellas a la hora de las decisiones importantes.
Entonces, un lunes mandé un mail al diario
local para que se imprima nuestra búsqueda en los clasificados. No hubo que
esperar mucho. Al día siguiente sonó el teléfono, y le tomé los datos a una
mujer de acento extranjero, muy educada y suplicante por el trabajo. Mi viejo
la entrevistó al otro día, y la empleó ni bien terminó de ponerse de acuerdo
con mi madre. Se llama Irupé, tiene unos 30 años y muchos problemas de papeles
y documentos. Mi padre le prometió ayudarla desinteresadamente con ese tema. Es
paraguaya, muy risueña, eficaz y buena cocinera. Hace un año que nos ofrece sus
servicios, y todavía mis hermanas no se aprenden ni su nombre. Supongo que solo
por pura burla estúpida. La menor ni la deja entrar a su cuarto para que se lo
limpie, y eso es porque es muy despelotada. Una vez entré, y no se podía estar
del olor a pucho y a toda su ropa sucia, la que deja revoleada por donde se le
antoja, en especial la interior. La mayor no le permitía limpiar su habitación,
porque tenía terror a que la mujer pudiera robarle algo. En ocasiones había que
frenarla porque, se reía, o actuaba con irónico desprecio sobre su forma de
hablar, sabiendo que la mujer se incomodaba.
Yo tengo buena relación con ella, y mis viejos
están más que conformes con su desempeño. Eso era lo más importante. Irupé sabe
que me fascinan las pastas, y siempre me prepara ñoquis, lasañas o rabioles
imposibles de superar, hasta por las buenas manos de mi abuela.
Yo me gané su confianza desde que llegó, cuando
la defendí de las acusaciones de mi hermana mayor. Ella insistía con que Irupé
se había llevado su notebook, cuando en realidad la muy drogona ni se acordaba
que se la había prestado a su mejor amiga. ¡Otra drogona como ella!
Poco a poco Irupé se apoyaba más en mí, ya que
podía tomar decisiones. Cuando cumplí los 18, me hizo un postre delicioso y, me
regaló una estampita del Gauchito Gil, además de un crucifijo con una cadenita
de oro y la foto de una virgen. Honestamente no recuerdo su nombre. Pero pensaba
en lo que tuvo que haberle costado la cadenita, y sentí una repentina gratitud,
la que no supe expresarle de otra manera que con un abrazo y un beso en la
mejilla.
Entonces, se fue convirtiendo en mi
confidente. Varias veces le pedí consejos para levantarme a una minita, y ella
se reía de mis pensamientos cuando le contaba de mis planes para seducir a la
fulana en cuestión.
Pero había una chica en particular que me
volvía loco. ¡La veía y se me paraba la pija como nunca! Es mi vecina, y a
pesar de que no los aparentaba, tenía 14 años cuando sucedió aquello. ¡No pude
evitarlo! La guachita también me comía con la mirada cada vez que bajaba del
auto que me había regalado mi viejo, y hasta se hacía la linda mostrándome las
gomas, paseando su lengua por sus labios finos. Una vez, hasta se introdujo un
dedo en la boca para deslizarlo adentro y afuera, como si se tratara de una
salchicha apetitosa.
Supe que se llama Bianca por su primo que
juega al rugbie conmigo, y que al parecer le gusta chupar pijas en su colegio
privado y religioso. El flaco me confesó que si fuese por él ya le habría hecho
la cola.
Quise contarle a Irupé de Bianca. Pero sabía
que no estaría de acuerdo con mis avances en esa relación. Ella es muy
conservadora, religiosa, demasiado apegada a las costumbres y determinante,
pensaba mientras le escribía al whatsapp a la pendeja por primera vez. Conseguí
su número porque le gané una apuesta a su primo, y no le quedó otra que
facilitármelo.
Así empezamos a mensajearnos con Bianca,
durante días. Por esa vía era mucho más zarpada que personalmente. Me enviaba
fotitos de ella maquillándose, o poniéndose un corpiño, o tomando sol con sus
amiguis. Pero cuando me veía entrando al barrio, se ponía colorada, si es que
no corría a su casa envuelta en pudores, los que seguramente para su edad no
comprendía del todo.
Hasta que una tarde no pude más y la llamé.
Todavía no le conocía la voz. En cuanto la convencí que en mi casa no había
nadie, que podíamos tomar algo tranquilos, y que yo sabía inglés, puesto que debía
rendir la materia en diciembre, supe que aquel día estaba iluminado. Su
vocecita encajaba perfecto con sus ojos negros y grandes, su pelo largo hasta
la cintura, con el bronceadito de sus hombros, lo pequeño de sus tetas, con el
despliegue de bijuteri de fantasía en su cuello, orejas y muñecas, y con los
lunares de cierto relieve que tenía en la frente y en la barbilla. ¡Una sola
vez pude dar con el panorama completo de su cola, y eso sí que era un atentado!
Se la vi la tarde que entró corriendo a su casa, cuando quise hablarle, luego
de guardar el auto en la cochera, y a la tonta se le caía la calza mientras
aceleraba el ritmo de sus piernas. Me acordé que su primo quería hacerle la
cola, y le di la razón en la primera de las pajas que le dediqué a la morenita,
encerrado en el baño.
La cosa es que, la tarde que Bianca cayó en
mis redes y vino a mi casa, Irupé no la vio, porque yo mismo la mandé al
lavadero para que termine con la ropa sucia, y para que organice los productos
de limpieza. Además tenía que anotar lo que hiciera falta para ir más tardecito
al súper y comprarlo. Mis viejos me habían dejado sus tarjetas de crédito.
Bianca fue puntual. A las 4 tocó el timbre y
yo salí a su encuentro. No supo si decirme hola, si darme un beso en una
mejilla, si pasar al living o aguardar a que yo le dijera qué hacer. Parecía
nerviosa y más tímida. Tenía una calza floreada llena de colores, una remerita
roja y un topcito bien de verano, además de una sonrisa compradora.
Entonces, la tomé de una mano. Recorrimos juntos
el living y la inmensa cocina para luego subir las escaleras que nos llevaban a
los cuartos.
Me pidió permiso para ir al baño a lavarse la
cara, y se me ocurrió meterme con ella. Ahí fueron mis primeros manoseos a su
cola que amenazaba con romperle la calza, y sus primeros suspiros acompañados
de una especie de empujones histéricos para intentar persuadirme, mientras se
secaba las manos. Pero en cuanto le empecé a dar besitos en la nuca, a lamerle
la oreja y a decirle que me encanta su perfume, que tiene la cola más linda de
todo el barrio, que me fascinan sus lunares y otros cumplidos, la guacha se me
entregó enterita. Ella buscó mi boca y me besó con inexperiencia, pero con un
fuego en esa lengua con sabor a caramelo que me enloqueció. Enseguida mi pija
se frotaba en su entrepierna, y sus gemiditos le coincidían al desparpajo de
mis manos por todo su cuerpito, y sus impulsos por pegarse más a mí nos
condujeron directamente a mi dormitorio.
Bianca se sentó en la cama, y yo permanecí un
rato de pie frente a ella, que no le sacaba la vista a mi erección inevitable.
¿Viste cómo me ponés nena? ¡Estás re linda, y
seguro que re mojada, no?!, le dije tomándole una mano para posarla sobre mi
bulto.
¡Tocala, dale! ¡No tengas miedito que te va a
gustar! ¡Apretala zorrita, que si querés te la muestro sin la ropa!, le dije,
ya perturbado por lo que aún no sucedía.
Su manito recorrió hasta mis huevos encima de
mi bermuda, y como no tenía bóxer, los pasos de sus dedos temblorosos se
sentían con fina precisión.
De repente, todo fue de golpe y sin
premeditaciones. Bianca se sacó la remera y el top con la mano que le quedaba
libre, y susurró: ¡Chupame las gomas, porfi, que no puedo más!
No pude desoírla. Pero primero me bajé la
bermuda, le agarré la mano para cubrirme el tronco de la pija con ella y, le
enseñé cómo tiene que hacer para pajearme con delicadeza, mientras la veía
temblar. Abría las piernitas y frotaba la cola sobre mi cama, cada vez más
aferrada a mi pito re parado, y se lo acercaba de a poquito a la cara. Cuando
le dije a media voz: ¿Te morís por tenerla adentro de la conchita no?!; ahí no
lo resistió y se la metió en la boca, luego de olerla y de hacerle un anillito
de saliva a mi glande fibroso. La dejé enviciarse un buen rato, mientras le
tocaba las tetas, le rozaba la tuna sobre su calza acalorada, y le introducía
algún dedo en la boca, siempre que mi pija salía expulsada para darle lugar a
un jadeo hermoso.
Cuando mi presemen y su babita eran demasiado
en el contorno de mis huevos, la empujé con todo a la cama y me hinqué a su
lado para succionarle los pezones, comerle el costadito de las tetas y
besuquearle la barriga. La guacha gemía sin importarle el sonido agudo de los
latidos en su garganta, y me manoteaba la verga. Ella misma se fue corriendo la
calza hasta las rodillas, y cuando le vi la bombachita rosada brillante de
tantos flujos, me atreví a mostrarle a mi olfato incrédulo cómo huele una
verdadera nena alzada en su punto justo. Apenas apoyé mi rostro emocionado en
su mitad, ella gritó que no aguantaba más.
¡Basta nene! ¡Cogeme toda, no me hagas sufrir,
metela toda, rompeme la concha taradito!, dijo cuando mis dedos simulaban
penetrarle la vagina por encima de la tela de su bombacha. No sabía si tragar
saliva, respirar, gemir o temblar de emoción. Me la imaginé virgen, y el pecho
se me llenó de preguntas, de morbo y excitación.
Entonces, después de lamerle la bombacha, las
piernas y los labios de la vagina, me trepé a su cuerpo a merced de mis
instintos, me pegué bien a su pubis para encastrar mi pene en la entrada de su
celdita empapada, y sin correrle la bombacha se la hice sentir de un solo
empujón, mientras le estiraba los pezones con la boca, y le pellizcaba ese
pedazo de orto casi imposible en una pendeja de su edad. No voy a negar que no
fue una cogida duradera, aunque sí muy pasional. Es que gracias a todo el
jueguito previo y a la calentura que le guardaba a esa chiquita, en solo 5
minutos como mucho le derramé toda la leche en la conchita, la que no era
virgen como tanto se había vanagloriado, pero a la que le costó recibir mis
atributos. De hecho gritaba mucho, me mordía los dedos y me arrancaba los pelos
cuando la sentía en el tope de su canal. En cuanto supo que mi semen nadaba en
sus entrañas, se arregló la bombacha y se puso de rodillas sobre la cama,
lamiéndose los dedos y gimiendo suavecito, como indicándome que necesitaba mi
pija en sus labios. Nunca hay que dejar a una nena con ganas, y por eso le
acerqué su golosina preferida a la boca, para que me la ponga dura otra vez.¡
Mi primo, me dijo que, vos pensabas que yo era
virgen! ¿Eso te calienta guacho? ¿Abrirle la conchita a una pendeja con la
bombacha sucia?!, me decía desafiante, lamiendo mi verga pegoteada, besando mis
bolas y oliendo cada porción de mi intimidad, como si quisiera llevarse todo
aquello de recuerdo en sus pulmones.
En eso estábamos, yo encendido por sus lamidas
y atracones, y ella enceguecida por todo el juguito que me salía de la pija,
cuando Irupé hace su aparición magistral, inesperada y silenciosa. Solo lo
notamos cuando cerró la puerta y carraspeó la garganta. Ni siquiera me acordaba
si le había echado llave a la puerta, o si se abrió en algún momento.
¿Qué hace jefecito, con esa chica? ¡Perdón por
entrar pero, se veía todo! ¡Y se escuchaba! ¡Pasé y los vi teniendo relaciones!
¡Mire, lo mejor va a ser que esta mocosa se las tome, antes de que haya
problemas! ¡Mire si hubiera llegado alguna de sus hermanas! ¡Dios santo! ¡Ahí
sí que no le van a dar las patas para correr!, dijo la mucama mientras le
alcanzaba el top y la remera a Bianca, se agitaba como si hubiese que ocultar
algo terrible y suspiraba fuerte.
Bianca se vistió tan rápido como desapareció
del cuarto. Ni siquiera se dirigió a mí para saludarme, ni pidió disculpas, ni
nada. Solo quedamos Irupé y yo, a solas, y yo desnudo de la cintura para abajo,
con la pija parada y toda chupeteada por mi vecinita.
¡Mire jefecito! ¡En mi opinión, usted no puede
andar desgraciando a esa pobre muchachita! ¿Por qué no mira a las mujeres de su
edad? ¿O a las más grandes? ¡Nunca se lo dije, pero usted, bueno, digamos, si
me ayuda un poquito con una platita, yo le puedo sacar la calenturita! ¡Usted
no tiene idea de cuántos bebecitos de su edad pasaron por mi boquita!, empezó a
decirme, mientras se me acercaba.
Ahora el inexperto, el tembloroso y asustado
era yo. Me di cuenta que sus instintos de hembra me superaban por goleada, y no
tenía elementos para prohibirle nada. En cuanto se sacó su musculosa y la vi en
corpiño, dispuesta a manotearme la pija, tuve ganas de pedirle prudencia. Pero
me quedé afónico y sin inspiración. ¡Además no era nada despreciable la
guachona!
Es morocha aunque se tiñe de rubio, tiene unos
ojos verdes intimidantes, unos labios pulposos casi siempre pintados de rojo,
unos rollitos atractivos que ahora se le desbordaban por encima del cinto de su
jean elastizado, y unas tetas listas para ser manoseadas.
¡La Irupé le va a enseñar a no meterse entre
las piernitas de las cochinas esas, que ni siquiera se saben limpiar el culo!,
dijo mientras me olía la pija, me la sacudía y me agarraba las manos para que
le toque las tetas con todo su permiso.
¿Le acabó adentro a esa bebecita? ¿Y, no tenía
olorcito a pis? ¿Le entró todo este pito en la cuquita?!, me decía a punto de
mandarse mi pija a la boca, lamiéndola con suavidad, acariciando mis bolas
transtornadas y besando mis piernas con un cariño más que lujurioso.
¡Le voy a dejar el pito lleno de labial
jefecito! ¡Para que todas las pibitas sepan que por acá anduvo la Irupé! ¡Y lo
voy a dejar sin nada de lechecita!, dijo con mi pija casi toda entera en su
boca. La muy golosa la llevaba hasta su garganta en unos brinquitos por demás
sonoros, aumentando saliva, jadeos, arañazos en mis piernas y escupidas a mis
testículos. ¡Juro que, si hubiese estado en condiciones de pedir, le habría
pedido que me chupe el culo!
Pensaba en el orto de Bianca, en que se fue
con mi leche mojándole la ropita, y en la boquita de Irupé apropiándose de mis
sensaciones, y quería atragantarla sin rodeos.
¿Espero que no le cuente nada a las chetas de sus
hermanas! ¿Qué, por cierto, la más chiquita se ve que la pasa bien trayendo
chicos a su cuarto! ¡Ayer la escuché gemir como loca!, me confiaba
besuqueándome el abdomen. Al mismo tiempo me pajeaba con una sola mano, y con
la otra se desabrochaba el jean para dejarlo caer con la lentitud de una hoja
en medio del otoño.
Entonces le vi el culo tras la tela de su
bedetina violeta, y creía que la pija se me iba a desintegrar en su palma
sudada y babeada, ya que se la escupía para pajearme con mayor humedad.
¿Vos le estás diciendo puta a mi hermana
nena?!, le dije sofocado.
¿Sí, su hermana es una putita, como yo mi
bebecito! ¡Y ahora se lo voy a enseñar!, me dijo luego de empujarme de sopetón
sobre la cama para subirse a mi cuerpo. Me fregó todo su pubis en la pija, y
hasta su bombacha parecía prenderse fuego de tantas fricciones. La tenía mojada
la perra, y aunque el olor de su piel era extraño, algo me indujo a querer
chuparle las tetas. Ella lo adivinó al instante, y me las dio mientras
comenzaba a dar saltitos sobre mi pene, y me exigía que le castigue el culo.
¡Castígueme jefecito, que soy muy puta, y me
chorrea la cuquita cada vez que le miro el pito parado! ¡Y Quédese tranquilo,
que su hermanita se mueve bien rico arriba de las vergas de sus amiguitos!, me
decía cuando mi lengua saboreaba la piel curtida de sus pechos preciosos, y su
conchita le abría sus puertas a mi pija ávida por fecundarla.
Pero ella tomaba las riendas de la cabalgata,
de los movimientos y de cómo debía penetrarla. Por momentos se quedaba
suspendida en el aire, solo agarrándose del respaldo de la cama para que mi
verga percuta irascible contra su pubis y salpique del océano de jugos que le
inundaba la vagina. La tenía peludita y gordita, pero muy caliente.
En otros momentos ella me cogía haciendo que
la cama golpee la pared y que mi cabeza pierda el control por la ferocidad de
sus dientes en mis tetillas, o la fiereza de sus caderas movedizas.
¡Le gusta cómo lo estoy cogiendo mi patroncito?
¿Lo hago mejor que la bombachita sucia esa? ¡Pégueme fuerte en el culo! ¡Quiero
verguita, quiero mucha leche de esa pija jefecito, rómpame toda la concha!,
decía mientras le destrozaba la bombacha en el momento cúlmine de mi orgasmo y
de sus gemidos deliciosos.
Ni me di cuenta que en un turbulento segundo
mi semen comenzó a fugarse de mi pene para bañarle los adentros de su
intimidad. Esa mujer se movía como un viento huracanado, al borde de triturar
mi pubis, marcando sus uñas y besos en mi piel. No es que fuera gordita, o
demasiado violenta. Es que el frenesí de sus movimientos al tener mi pija toda
adentro y para ella solita, la convertía en una cogedora imposible de domar.
¡Además, me re calentaba que le tuviera celos a Bianca!
Me encantó que siguiera agitada y rebelde,
saltando sobre mi cuerpo, porque mi pene no tuvo otra opción que la de volverse
a erectar con valentía. A ella le brillaron los ojitos apenas volvió a sentirla
dura, aunque híper resbaladiza por el semen que ya le había volcado. Al
principio me dolía un poquito, en especial la puntita. Pero ella no paraba de
confirmar cada orgasmo que alcanzaba con un alarido desgarrador, con varios de
sus dedos en mi boca, o con algunas mordidas a mis pómulos. ¡Esa paraguaya me
llenaba de placer, y lo mejor de todo es que la tenía en casa!
¡Nunca más se va a olvidar de la Irupé mi
bebecito! ¡Ni yo de esta pijota!, me juraba entretanto yo le azotaba el culo
con las fuerzas que podía reunir, aún soportando embelesado su ritmo alocado
sobre mí. Hasta que alguien golpeó la puerta, o eso al menos creímos escuchar.
Entonces, Irupé se hincó entre mis piernas, se
metió mi verga en la boca y se dedicó a succionar, lamer y chupar como si nunca
más tuviese una pija para mamar. No me contuve, y en cuanto me prometió que la
próxima vez que me encuentre cogiendo con Bianca, ella sería la encargada de
cogernos a los dos, le largué la leche, todita en la boca. La guacha se la
tragó y me mostró cómo la saboreaba, mientras se ponía la bombacha, se pegaba
en la cola murmurando: ¡Ay, jefecito, no sabe cómo me palpita la cuquita!
¡Espero que un día de estos le pueda entregar mi culito!; y luego de vestirse
tan rápido como antes lo había hecho Bianca, desapareció de mi cuarto! Fin
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que rica historia esta, la Irupé es re puta se nota. que chavón mas agraciado de tenerla para el solo.
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