Dirán que mi historia no pudo haberle sucedido
a un tipo normal, sin nada más que ofrecer que buen humor y algo de tiempo
libre, como soy yo. Tal vez piensen que me la creo un poco, o que busco
aparentar excentricidades de las que carezco. Pero lo cierto es que me sucedió.
Tan cerca de mi casa, de mis cosas. En mi propia ciudad, cuando menos podía
imaginármelo.
Andrea y Deolinda tienen una despensa a dos
cuadras de mi casa. Son hermanas, solteronas y con fama de brujitas. Quizás por
eso los hombres no le duran más que unos meses. Pero en el barrio no hay nadie
que no las respete, las admire y regale atenciones. Las mujeres siempre les
traen plantitas, dulces caseros, o algunas prendas tejidas con sus propias
manos. Y ellas, son pura sonrisa, amabilidad y esmero por satisfacer a sus
clientes. Claro que tenían un éxito garantizado porque, dicha despensa se
llamaba Las Solteronas. En un pueblo chico como en el que vivo, conservador,
sin demasiadas luces y con pocos jóvenes, esos nombres eran todo un
acontecimiento popular.
Yo no iba muy a menudo a comprar por mi
trabajo. En casa mi madre se hace cargo de las compras. Pero, las tardecitas
que me tocó ir de urgencia, me costaba controlar mis palpitaciones al verlas.
Sus perfumes eran magníficos. Andrea era mi favorita. Ella siempre me
preguntaba: ¿Qué vas a llevar mi cosita hermosa? ¡Siempre tan solito mi
ricurita! ¡Imagino que un bombonazo como vos, debe tener a muchas chiquitas
enloquecidas!, y a mis ratones les daba por humedecerme la puntita del pito al
instante. Andrea era la encargada de las frutas y verduras. Por eso, en
ocasiones le pedía cosas que debía buscar en los cajones del suelo, tales como
calabazas, paltas o pepinos, para que se agache ante mis ojos enamoradizos. Es
que tiene una cola verdaderamente para el infarto, bien redondita y parada, la
que suele alardear bajo unos leggins bien ajustados. Gracias a eso, podía
disfrutar de las marcas que sus tangas le hacían a la tela. Además, tiene unos
pechos pequeños pero siempre bamboleantes bajo sus remeras escotadas, unos
labios carnosos seguramente muy complacientes y espectaculares en la tarea del
sexo oral, una piel de tez blanca preciosa, y un cabello largo con mechas
claritas. Cuando se volvía hacia mí con las verduras en la mano, siempre me
dedicaba una mirada sugerente. Y no es que me lo imaginara. Esa mujer es
seductora por naturaleza. Además, lo hacía con todos los pibes de mi edad.
Cuando le daba el dinero, o recibía el cambio de su mano, a veces me hacía dibujos
con sus uñas en la palma, o se acomodaba el bretel del corpiño para que se le
muevan las gomas, o me sonreía. Esa mujer con 40 años, estaba más perra que
cualquier pendeja de las que había en mi pueblo.
A los días empecé a tener sueños con ella, y
me despertaba con un afrecho terrible. Dos veces amanecí todo pegoteado de
semen. No me explicaba el por qué. Era cierto que no andaba noviando, y tampoco
tenía una amiguita con derechos por ese entonces. Pero, soñar con ella, era
sublime. Soñaba que le mordía las gomas y le nalgueaba ese culo ostentoso
mientras ella revolvía en los cajones de manzanas. Otra vuelta, que ella me
revoleaba contra la pared para meterme mano entre las piernas hasta encontrar
mi bulto y empezar a pajearme furiosa. Otra noche soñé que se me aparecía en el
baño mientras me duchaba, que de pronto me enjabonaba la espalda, y que luego
me comía la verga con esos labios que tantas veces había visto curvarse en
espléndidas sonrisas.
No entendía qué me pasaba. No sabía cómo
acercarme a ella, o si en realidad valdría la pena. Hasta que una tarde mi
madre me mandó a comprar arándanos, peras y zanahorias. Yo recién había llegado
del trabajo. Apenas mi cerebro se enteró que iba a reunirse con semejante musa
inspiradora, me di una ducha lo más rápido que pude, apuré un café tibio,
agarré una bolsa y salí. Cuando abrí la puerta me sorprendió que Andrea
estuviese sola. Por lo general, a las 7 de la tarde está abarrotado de gente. Sin
embargo, su cara palidecía a cada momento. Parecía al borde de echarse a
llorar.
¿Qué necesitás negrito?!, murmuró al verme,
levantándose de detrás del mostrador.
¡Algunas cositas… creo que… Arándanos, peras y
zanahorias… supongo que era solo eso! ¡Soy malísimo para memorizar!, le dije, y
me reí para distender un poco. Ella caminó hacia donde estaban las frutas. Pero
yo la interrumpí.
¿Vos, estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?!,
le dije, con la mayor cortesía que encontré. Ella se giró para clavarme sus
ojos entristecidos, movió los labios un momento, y luego dijo: ¡Ayaay, cosita
linda, si vos pudieras entenderme! ¡No creo que me puedas ayudar! ¡Pero, es muy
feo que un hombre te deje plantada, y con ganas! ¡Ya decía yo, que no tengo que
enredarme con pendejos! ¡Y menos si tienen novia! ¡Si te acostás con chicos,
amanecés mojada, dice el refrán! ¡Y te juro que no se equivoca! ¿Cuánto de
arándanos?
Yo la miré atónito. Alguien la había dejado
plantada, y era evidentemente un pibe, tal vez de 27 como yo, o más chico. ¡Y
no supo interpretar que la dama se moría de ganas de un rico polvo! Si bien era
cierto que Andrea solía hablar así con las mujeres, ventilar sus aventuras
amorosas, manifestar que tenía ganas de hacer cucharita con algún tipo, o que
le hagan mimitos en los días lluviosos, se me hacía absurda la idea que me
estuviese confiando a mí, que soy un hombre, los desaciertos de su posible
garchete. Hasta me pellizqué el brazo para convencerme que esta vez no estaba
soñando.
¡No sé, creo que mi madre me dijo medio kilo!,
dije, entrando poco a poco en un estado de nervios escalofriante.
¡Y en cuanto a usted, no debería preocuparse
tanto por ese hombre! ¡usted es muy linda, simpática, y… bueno, tiene lo suyo!,
agregué, sintiéndome un impúber, repleto de inexperiencias al oír mis propias palabras.
¡En primer lugar, no me trates de usted, que
me hacés sentir una vieja! ¡y, respecto a ese bobo, por ahí tenés razón!, me
decía, acercándose cada vez más a mí con las manos vacías y abiertas. Apenas
meneaba un poco las caderas.
¡Pero, sabés lo que pasa? ¡Yo quería ahora!
¡Me entendés? ¡Estoy que vuelo de calentura, y ese tarado me prometió que iba a
venir! ¡Al final me pateó para vaya a saber cuándo, porque su novia se
descompuso! ¿Vos tenés novia Luisito?!, me dijo luego, endulzando los sonidos
de su voz mientras apoyaba una de sus manos en mi hombro.
¡No señorita! ¡Hace rato que no salgo con
nadie!, le sinceré.
¡Vaaaamooos! ¡Con esa pinta no te creo que
estés solito por la vida! ¡Seguro tenés tus revolcones por ahí!, dijo acercando
su rostro al mío. Esa tarde tenía el pelo mojado y recogido en una cola larga,
una musculosa que resaltaba lo erecto de sus pezones, y un color especialmente
radiante en los labios. No recuerdo qué le respondí.
¡A mí no me engañás nene! ¡Esta cosita debe
tener mucha acción entre las piernitas de algunas chicas!, dijo acariciando la
erección de mi pija por encima de mi vaquero. No me había percatado de su
dureza, ni que me temblaba hasta el inconsciente. ¡No podía asimilar que su
mano prodigiosa hubiera llegado hasta mi pene con tanta facilidad!
¡Más o menos… se hace lo que se puede… en el
pueblo… no siempre… bueno, usted, digo… vos sabés!, tartamudeé indefenso,
estimulado por demás y paralizado por cómo sus dedos subían y bajaban por la extensión
de mi paquete.
¿Más o menos decís? ¡Qué insolente! ¡Mirá cómo
se te puso papi! ¡No sé por qué se te habrá puesto así de dura!, expresó casi
en un susurro cada vez más cerca de mi oído izquierdo. Podía palpar el calor de
su cuerpo, respirar de la estela de su perfume y de las nubes de su aliento
fresco, y reflejarme en sus ojos, que ya no guardaban ni un resquicio de su
antigua tristeza.
De repente sentí que sus dedos buscaban el botón
de mi pantalón. Pensé en impedirle lo que hizo a continuación. Pero el clamor
de mi ser entregado a sus encantos, el fuego de mis testículos y todos los
sueños que me endurecieron la pija noche tras noche, no me lo hubieran
perdonado jamás.
¡Vos me calentás diosa! ¡Estás re fuerte, re
rica! ¡Hasta soñé con vos y todo!, le confié, justo cuando sus dedos
desprendieron el botón de mi vaquero, y el cierre fue apenas un obstáculo
inútil.
¡Aaaah, ¿Síii? ¿Y qué soñaste? ¡Yo soy un poco
grande para vos, nenito! ¿Y vos querés que yo te crea, eso que yo te caliento
esta cosita?!, dijo deslizando sus dedos y uñas por mi tronco, sobre mi slip.
¡Te hacía de todo mamita! ¡Y vos te re dejabas
chupar las tetas!, le dije, y ella se iluminó con una de sus mejores sonrisas.
¡Y, sí, creeme! ¡Lo que más me calienta es
este culo divino!, le largué, ya totalmente jugado a todo o nada, mientras le
manoteaba una nalga para sobársela. Ella dejó de manosearme la pija para
separarse de mí. Le dio unas vueltas de llave a la puerta de entrada, le bajó
el volumen a la radio, escribió un mensaje de texto, y antes que yo pudiera
decirle o hacer algo, regresó a mí.
¡Así que te gusta mi culo, pendejo pajero!,
dijo mientras me bajaba el pantalón y el calzoncillo de un tirón. Yo comencé a
contestarle monosilábicamente, al tiempo que ella tomaba mi pija con una mano y
la sacudía al aire. Después me la apretujó con ambas manos, antes de
ensalivarse una de ellas, y cada vez que llegaba al glande le daba unas
apretaditas apenas con su índice y pulgar.
¡Quiero esta cosita en la boca Luisito! ¿Me la
vas a dar? ¡Pero más te vale que no le andes con el chisme a tu mami! ¡Mirá si
se entera que la verdulera le anda sacando la lechita a su hijito!, ironizó con
arte, mientras se arrodillaba bien pegada a mis piernas. Me acarició los huevos
con las manos, y al tiempo que me olía el pito, me respiraba cerquita o me
sobaba el culo por momentos con algún pellizquito, comenzó a escupirme desde la
puntita al tronco.
¿Te gusta que te lave la pija con mi saliva? ¿Viste
qué puerquita que soy? ¡A los papis les encanta que una sea bien cochina!, fue
lo último que dijo antes de su ¡Haaaaammmmmm!, para darle inicio a un pete
fabuloso. Me encantaba que me mordisquee el escroto, que me suba y baje la
pielcita para engullir mi glande con sabiduría, que conduzca mi músculo hasta
la orilla de su garganta, que no reprima arcadas y que no se olvide de
escupirme los huevos. Por momentos me mareaba un poco, se me nublaba la vista,
y no tenía coherencia en las cosas que le decía. Pero intentaba manosearle las
tetas sobre la musculosa, apretarle las mejillas cuando colocaba mi pija entre
alguna de ellas y sus dientes, y le revolvía el pelo.
¿Te gusta cómo te mamo la poronga? ¿Te
calienta mucho mi culo pendejo?!, dijo de pronto, cuando yo presagiaba que mi
explosión seminal no podía comprimirse más. Por eso, de un solo tirón le quité
mi pija de la boca. Ella pareció ofenderse. Pero no tuvo tiempo para
interpretar nada en mi contra, pues, yo la puse de pie, le pedí que se quite la
musculosa y el corpiño mientras le daba algunos chirlos en el culo, los
que iban aumentando fuerza y vigor, porque ella se me hacía la histérica. Apenas
cumplió con el frenesí de mi mandato, la llevé un poco a la fuerza hasta el
mostrador. La senté allí, le acaricié esos pechitos perfectos, me atreví a
meterme un ratito sus pezones en la boca y se los succioné. Eso la volvió loca
de placer. Sus gemiditos graves, el tenor de sus movimientos y el desconcierto
de su mirada extraviada me lo confirmaron. Por eso, enseguida me senté a su
lado para devorarle las tetas, al tiempo que una de mis manos le arañaba la espalda,
y la otra le sobaba la chucha por encima de su calza.
¡La tenés mojada mamita! ¡Era cierto que
andabas calentita!, le dije al notar que la calza se le había empapado hasta
los muslos, mientras mis labios le estiraban esos pezones como dos almendras.
¡Síii bebé, re calentita, yo vivo caliente con
los pendejos como vos, chupame toda guacho!, me decía. La mano que le arañaba
la espalda intentaba conquistar la barrera de su calza para llegar a tocarle el
culo. Pero ella lo adivinó. Se levantó de repente, se bajó la calza y expuso
ante mí todo su culo magnífico, apenas con una tanguita entre esos cachetes
blancos, tonificados y sin una pizca del paso del tiempo, del que ella se
quejaba.
¡Ahí lo tenés papi! ¡Pegame, manoseame todo el
culo, y arrancame la tanga si querés!, me dijo. Ni lo dudé. Le dejé la cola
colorada de tanto azotársela. Se la colmé de besos y mordiscos. Ella gritaba
con unos agudos que me empalaban aún más. Llegué a escupirle el agujerito, y
ella se estremeció.
Pero de repente, de una de las puertas
internas de la despensa, una de las que seguro conducían a alguna parte de la
casa de las hermanas, apareció Deolinda. Lo supimos por el portazo que nos
arrancó de todo trance.
¿Negri, uuuy, pucha! ¡Perdón, que… no llegué a
avisarte!, decía Andrea subiéndose la calza. Yo no tenía forma de subirme nada,
ya que mi pantalón y calzoncillo habían quedado arriba del cajón de peras.
¿Pero, ese, es Luisito? ¿Qué pasó con
Gabriel?!, preguntó la otra, como si todo lo que resplandecía ante sus ojos
fuese algo totalmente normal.
¡Nada che, su novia pasó! ¡Me re clavó! ¡Viste
cómo son los pendejos! ¡Y, sí, es Luis!, le explicó Andrea, retomando de a poco
sus colores, y dirigiendo su atención a mi pija parada. Yo ahora permanecía
sentado en el mostrador.
¡Aaaapaaa, mirala vos a mi hermanita! ¡Así que
Luisito tiene un lindo juguetito entre las piernas! ¡Y yo que pensaba que era
un bobito!, dijo Deolinda, acercándose de a poco. Ella es morocha, con el pelo
largo y oscuro, ojos azules, una risa más torva que la de su hermana, pero
igual de graciosa. Tiene unas tetas mucho más apetecibles, pero su cola es tan
parecida a la de su hermana que, en varios momentos tuve unas ganas infinitas
de mordérselas frente a todos los clientes cuando venía a comprar. En
esta ocasión, Deolinda tenía un jean re ajustado. De hecho, cuando se me acercó
me apoyó sus nalgas en las rodillas.
¿Y Luisito? ¿Te gusta la cola de mi hermana?
¿O te quedás con la mía?!, dijo Andre de repente. No estaba seguro si debía
responder, o qué. Pero por las dudas dije: ¡Las dos tienen unas colas criminales!
Las dos se rieron, se tomaron de las manos, y
sin que sonara un tema en la radio de todos los días, se pusieron a bailar.
¡Sí papi, son criminales! ¡Estos culos te van
a matar esa cosita parada, tanto que no te va a servir ni para hacerte la
pajita!, dijo Deolinda, acariciándole las tetas a su hermana. Mis sentidos no
terminaban de dar crédito a todo lo que estaban viviendo. Para colmo, de
repente Andrea dice, cuando al fin detuvieron los pasos del tema imaginario:
¿Vamos negri, pelá esas tetas para nuestro invitado! ¿También le miraste las
tetas a mi hermana pillín?
Lo cierto es que a Deolinda no la veía tantas
veces. Ella era la encargada de los demás artículos de la despensa. No había
soñado con sus tetas, por más espectaculares y despampanantes. Sin embargo,
apenas se quitó el sweater y se subió la remera turquesa que traía, Andrea me tomó
las manos y las posó en el busto de su hermana.
¡Tocalas nene, manoseale las gomas, que
enseguida vas a ver cómo las usa la yegua!, me dijo al oído, sin reprimirle un
lengüetazo a mi oreja, mientras mis manos se entrelazaban a las de Deolinda,
cada vez más adentro de su remerita.
¡No uso corpiñito! ¿Viste papi, cómo se me
paran los pezones?!, dijo la morocha, mientras Andrea me manoteaba el pito, lo
olía y se golpeaba la boquita con él.
¡Mmm, qué sucia que sos perrita, te pegás con
esa cosita en la boca!, le dijo Deolinda acariciándole el pelo, ahora
disfrutando de la sobada de mis manos a sus tetas. Su remera de repente voló
por los aires, y fue a parar arriba de mi ropa. Andrea se acercó y le dio un
beso a cada teta.
¡Escupilas guacha!, le pidió la morocha, y
Andrea juntó saliva en su boca para obedecerle sin tenerle piedad, al mismo
tiempo que su mano me envolvía la pija. Fueron cinco balazos de saliva que se
estrellaron en esos senos tersos, suaves y calientes. Era maravilloso ver hilos
de baba tendiéndose de sus pezones como telarañas. Pero peor aún fue cuando las
dos juntaron sus rostros, Deolinda le frotó la mano en el culo para después
asestarle una flor de nalgada, y sin más unieron sus bocas. Vi cómo sus lenguas
recorrieron sus labios, cómo se deseaban y cómo suspiraban-
¡Te amo mi vida, y más cuando te ponés así de
putita!, le dijo Deolinda apenas la otra le mordió el mentón.
¡No te olvides que soy tu nena, y que a veces
necesito tomar la lechita de los nenes! ¡Y yo también te amo conchudita!, le
respondió Andrea ni bien se separaron. Le acarició las tetas a la morocha, me
agarró el pito con una mano, y le dijo: ¡Bamos, a lo tuyo, mostrale al nene!
Deolinda me pidió que me siente en el taburete
que usan para acomodarse tras el mostrador. No podía ni caminar del palo que me
cargaba. Me dolían los huevos como nunca. Necesitaba eyacular y gritarle al
mundo la calentura que reinaba todos los rincones de mi cuerpo. Así que, ni
bien me senté, Deolinda se arrodilló frente a mí, y mientras su hermana me
acariciaba los labios con dos dedos, ella comenzó a darme tetazos en la pija,
haciendo resonar el contacto de su saliva con los jugos que había en mis
genitales. Además, Andrea había vuelto a escupirme hasta las bolas.
¡Pajealo con esas tetas perra, sacale la
lechita, y después me la das a mí!, decía Andrea mientras me chuponeaba el
cuello, y deslizaba sus uñas en mi espalda. Entonces, Deolinda ubicó mi pedazo
de carne entre esos monumentos luego de escupirme otro tanto, y se dispuso a
friccionarlo, a mecerse de un lado al otro, a gemir y pedirme la leche, a
olerme el pubis y a pellizcarme el culo.
¡Dale nenito, largá
toda la lechita para mi hermana!, fue todo lo que mis oídos necesitaron
descifrar de su voz para de repente sucumbir al arte de esas tetas apretándome
la pija. No sé qué grité, pero me aturdí mientras le acababa en las tetas,
la cara y el pelo. Fue una sacudida feroz la que me invadió hasta la columna
vertebral. No entendía nada, ni oía, ni veía con claridad. Solo sentía cómo la
lengua de Deolinda lamía mi pene agitado, empapado y con una fiebre atroz. Cada
parte de mí se tornaba tan sensible que, apenas encontraba fuerzas para
respirar con normalidad.
Entonces, de
repente, tal vez cuando me recuperé de la conmoción, sin poder moverme
del taburete siquiera, apenas giro a mi derecha, veo que Andrea le está
sorbiendo los pechos a su hermana, adueñándose de cada gota de mi semen,
mordiéndole con suavidad los pezones, y poniendo cara de morbosa mientras la
otra le pegaba en la espalda, como si le estuviese haciendo provechitos a un
bebé.
¿Te gusta la
lechita del pendejo nena? ¡Dale, mordeme toda, y comete todo, perrita viciosa!,
le decía Deolinda, como si buscara apurar el trámite. Andrea lamía con más
ruido, succionaba acentuando el roce de labio y pezón, y gemía cada vez que
tragaba. Se las dejó limpitas y brillantes. Se las vi apenas Deolinda se
incorporó de la sillita en la que estaba sentada.
Entonces, las dos volvieron
a rodearme. Andrea comenzó a chuponearme el cuello y a comprobar con sus
propias manos que mi erección estaba nuevamente a la orden de la lujuria de
esas morbosas. Deolinda le había babeado las manos con anterioridad. No
me entraba en la cabeza que esas señoras, dos damas de un pueblo sin mayores
aspiraciones sean lesbianas, y encima incestuosas. Bueno, por otro lado, tal
vez Andrea seguía prefiriendo al sexo masculino, pensaba mientras la lengua de
Deolinda se apropiaba de mis tetillas. Ella fue la que me quitó la camiseta.
De repente, no sé
cuál de las dos me tomó de un brazo para que al fin mis pies toquen el suelo
firme. Allí empezaron a pegarme y ¡en el culo, a zarandearme el pito y a darme
unos chupones el cuello que me hacían dudar de la existencia del infierno tan
lejos del cielo. Todo hasta que en un momento, Deolinda condujo a su hermana
contra el mostrador para dejármela servidita.
¿Vení pendejo,
sáciate un poquito con el culo de mi hermanita!. Me susurró mientras le bajaba
la calza a la otra, tras ubicarla con los manos contra el mueble. Yo me acerqué
sin detenerme a pensarlo. Primero le roté mi pija erecta contra sus
nalgas frías pero bien paraditas, luego le di varios azotes con mi poronga, le
acomodé la puntita entre esos cachetes carnosos para pajearme y que sienta la
humedad de mi glande, y por último le subí la calza. Pero no para renunciar a
mi compromiso. Más bien para apoyarle la pija en la zanjita, para presionar con
ella mientras con las manos la estiraba hacia los lados, hasta que la costura
se abra, permitiéndome un pasadizo extraordinario. Se le abrió desde el culo a
la concha, y Deolinda celebró mi osadía con un par de chirlos a mi culo, además
de un terrible beso en la boca que le dio a su hermana.
Ahora sí. En primer
lugar deslicé mi verga hasta la puerta de la conchita empapada de Andrea, me
afirmé bien a sus caderas y la ensarté una, dos, tres, y no sé cuántas veces
más. Sus huesos y músculos parecían agradecérmelo con mayor elasticidad. Sus
jugos me acaloraban aún más los huevos, ya que fluían tan calientes como la
lava de un volcán. Ella se cubría la cara con las manos, y Deolinda le
manoseaba las tetas, diciéndole: ¡Gozá perra, abrile la concha al nenito,
mojate toda putita, abrite asíii, gemí, que te quiero escuchar bien caliente!
Pero, entonces,
mientras Andrea gemía, babeaba el mostrador, se quejaba por los pellizcos de su
hermana ya no solo a sus tetas, y seguía multiplicando jugos vaginales, yo le
saqué la pija de la concha, y tras romperle la tanguita con mis propias manos,
le acerqué mi glande al ojo de su culo magnífico. Primero apenitas lo presioné
contra él. Después, lo deslicé a lo largo de su verticalidad, mientras le frotaba
el clítoris con un dedo. y, por último, volví a encallarlo sobre su agujerito
afiebrado, esta vez para clavárselo de una. Ella ahogó un grito, y se mordió
una de las manos. Pero no dio señales de que le doliera demasiado. Empezó a
gozar, a tirarme el culito bien para atrás, y a pedirme más pija más rápido de
lo que imaginé. Estaba acostumbrada a que le hagan el culo. Tuve celos de no
ser el primero en estrenárselo, y sentí envidia por el que lo desvirgó.
Pero apenas me quité el sentimentalismo de encima, empecé a percutir, martillar
y perforar ese orto como se lo merecía. Se oía el entrechoque de mi pubis
contra sus nalgas por toda la despensa. Sus gritos y mis jadeos no me dejaban
escuchar lo que decía Deolinda para motivarnos a cogernos más. Solo vi que en
un momento la guacha se metía una mano por adentro del jean y se pajeaba
la concha. Lo supe por cómo apretaba los labios, y por la dedicación que su
otra mano le profesaba a sus pezones.
¡Culeame más
Luisitooo, dame pijaaa, rompeme todaaa! ¡Esto quería yo, que me hagan el culo,
y me den lechitaaa!, decía Andrea cuando mis penetradas se intensificaban.
Pero, tuvimos que detenernos cuando ella casi pierde el equilibrio al
resbalarse del mostrador. Por lo pronto, Deolinda sugirió que me siente en uno
de los cajones de frutas, y ni bien lo hice, Andrea se me echó encima para
devorarme la pija con ese culo cada vez más abierto. Esta vuelta no pude
resistirlo mucho tiempo. Es que, mientras ella me cabalgaba comiéndome la verga
con la cola, su hermana me pedía que le estimule el clítoris con los dedos, y
me daba sus tetas para que las saboree. Deolinda tenía la concha peluda, y la
bombacha tan empapada como la calza destrozada de Andrea. Supongo que mi
lechazo comenzó a tomar impulsos desde que las oí besarse en la boca, y decirse
las cosas que más les calentaba oír en esos instantes.
Andrea: ¡Comeme
toda hermana, que este guacho me está rompiendo el culo!
Deolinda: ¡Movete
nena, comele todo el pito, sentila toda en el culo mami!
Andrea: ¡Síiii, no sabés
lo dura que la tiene, la siento todaaaa, me la está partiendoooo!
¡Deolinda: ¡Como te
gusta jugar con los nenes, sos una sucia! ¡Pero esta noche en la camita, la que
te espera putona!
No tuve más remedio
que soltarle todo el semen lo más adentro del culo que pude, cuando mi cuerpo
empezaba a sentir el rigor de semejante cogida. Pujaba con más fuerzas de las
que me reconocía. Quería asegurarme que mi semen le fecunde todo el interior de
sus intestinos. En ese momento me la imaginé embarazada y cogiendo conmigo en
mi cuarto. Quería verla con toda la carita goteando semen, vestidita de mucama,
fregando los pisos de mi casa. Mi leche cruzaba los umbrales de mi glande con
estrépito, le inundaba el culo y me chorreaba un poco por los huevos, mientras
su hermana le frotaba el clítoris. Yo ya no me sentía con fuerzas para hacerlo.
Andrea gemía agradecida, se ahogaba un poco con su saliva y respiraba de la
adrenalina que se incendiaba en nuestras pieles.
Apenas se separó de
mis piernas, me pidió que me vista. Ahora parecía otra persona, más allá que
sus palpitaciones, el sudor que la bañaba y su semi desnudez no encajaran con
su carácter. Deolinda me revoleó el calzoncillo y el pantalón.
¡Vestite nene, que
tenemos que volver a abrir el negocio! ¡Hay gente afuera!, me devolvió a la
realidad cada palabra de la morocha que, aún seguía en tetas. Andrea
desapareció por la puerta interna, seguro que dispuesta a lavarse la cara y a
ponerse algo sanito.
¡Acá está tu pedido
bombón! ¡Y decile a tu mami que mañana me llegan las paltas!, me dijo Deolinda,
recordándome la bolsa con las cosas que había venido a comprar.
¡Lo único que te
pido, no te hagas ilusiones con Andrea! ¡A ella le gusta cualquier pija en la
cola! ¿Estamos? ¡Si querés sacarte las ganitas con ella, todo bien! ¡Pero no te
enamores!, me dijo luego, antes de abrirme la puerta para invitarme a salir de
la despensa. Afuera había 5 mujeres con sus bolsas esperando para comprar.
Ahora soñaba con las tetas de Deolinda, con los chupones que ambas hermanas se
regalaban, con los chirlos que la morocha me dejó ardiendo en el culo, y con la
boquita de Andrea rodeándome el tronco. Pero, muy pocos en el barrio podíamos
decir que habíamos andado por el culo de Andrea, quien sigue siendo mi
favorita. Espero que mi vieja me mande a comprar más seguido. Fin
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
yo también quiero que en mi barrio ayan dos mujeres así, me puso re al palo leer esta historia.
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