Mi hermanita me sacó la calentura

Todavía me da cierta repugnancia recordar lo que pasó esa noche. No estaba en mis cabales emocionales. Los planetas de mi sistema solar parecían ordenar la independencia entre tantos complejos, cosas no resueltas, frustraciones y soledades.
Me llamo Paula, pero todos me conocen por mi segundo nombre, Lorena. Ni siquiera me confirieron tener la elección de mi nombre, y de eso culpo a mis padres. Tengo 30 años, un trabajo estable, un autito, una casa sin lujos pero muy cómoda, un perrito y algunas amigas.
Nunca me gustó la idea de ser madre. Por lo que supongo que mis relaciones con los hombres no duran más de tres o cuatro meses. Solo tuve un novio formal, y eso fue apenas egresé del secundario. En cuanto al sexo, tengo grandes problemas. Nunca siento esas cosas que las mujeres llaman orgasmo, o al menos no podía reconocerlo en mi cuerpo. No sabía si era por el tamaño del pene de mis amantes, o por la ansiedad de querer descubrirlo, o si era porque mi clítoris no tenía sensibilidad, o si me faltaban estímulos. Me comía la cabeza pensando, investigando y yendo a distintos sexólogos. Casi todos me recomendaban masturbarme para conocer mejor mi cuerpo. Nadie más que uno mismo sabe y puede complacerse, me decían todos.
Además tampoco era muy buena fingiendo. Una vez un tipo me cogió durante una hora y media, y yo solo sentía que su pito crecía, que entraba y salía de mi sexo, que intentaba propagarse todo lo que se le tuviera permitido, y que el tipo gemía, me pedía más, me juraba darme la leche y demás paraísos. Pero yo solo podía notar cansancio, malhumor y una insatisfacción que me carcomía por dentro.
Todo hasta la llegada de aquella maldita noche. Tuvo que pasar porque no había forma de cambiarlo. El destino sabio así lo había convenido con los astros. Mi hermana Estefanía atravesaba por serios problemas en el colegio. Mi padre me llamó por teléfono una tarde para pedirme un poco de solidaridad. Necesitaba que Estefi se quede unos días en mi casa, al menos para que cambie de aire y no se vea tan seguido con las tortilleras de sus vecinas. Aquellas fueron sus textuales palabras. Me dolió que se expresara de ese modo. Pero no  iba a ponerlo más histérico con mis clases de moral. Mis padres jamás aceptaron que mi hermana tenga preferencias sexuales distintas a las preestablecidas por la familia. Yo, en cambio, no me oponía a su felicidad, aunque nunca opiné a viva voz del tema.
Siempre me pareció que Estefi es algo promiscua en sus relaciones. Salía con más de una chica a la vez, y en ocasiones pensé en que podrían armarse tremendas orgías entre ellas. Pero nunca fui capaz de preguntárselo.
La primera vez que la vi chuponeándose con una pecosita sentí ganas de vomitar. No me gustó sentir aquel desgraciado rechazo, y me culpé por eso. Pero cuando me la encontré una tarde en su cama, abrazada y desnuda con una flaquita con cara de mala, sentí algo extraño, placentero y renovador. Ese día mi madre me había mandado a su cuarto a llevarle un montón de ropa interior recién lavada. Siempre que iba de visitas a lo de mis viejos, Estefi se dejaba ver por mis ojos incrédulos en alguna situación comprometedora. Sin embargo, poco a poco me permitía mironearla cada vez más.
Estefanía no es linda a los ojos de un hombre normal. Es gordita, muy machona para caminar y para vestirse, tiene unas tetas grandes, usa perfume de varón, y muchas veces la vi usar bóxers masculinos. Le gusta el rock pesado, tomar cerveza de pico, tocar la guitarra desnuda en cualquier parte de la casa, comer a cualquier hora y faltarle el respeto a sus profesores. Además es fanática de sus malos modales, los que irritan a mis padres y abuelos. Eructa en la mesa, se saca los mocos en cualquier momento, es grotesca para estornudar y se vive manchando las remeras con lo que sea por descuidada. Por eso, aquella tarde  tranquilicé a mis padres y me la llevé unos días conmigo a mi casa. Como solo tengo una cama de dos plazas, supuse que no habría inconvenientes en dormir juntas. Por otro lado, sabía que estaba haciendo lo mejor para todos.
Las primeras noches, todo estuvo increíble. Hasta coincidíamos en las películas de trasnoche, en la cena y en los postres. Pero la noche de un lunes feriado, algo cambió entre nosotras.
Ya estábamos acostadas en medio de un calor imposible, tapadas con la sábana y bajo la luz de unas velas porque se había cortado la luz. Ella pegaba sus piernas cada vez más a las mías, me tocaba la panza y suspiraba. Se movía y me olía el pelo. Yo tenía sueño, y al otro día la oficina me esperaba como siempre.
¡Basta nena! ¡Estás re cargosita me parece! ¡Dormite, que mañana tenés que ir a la escuela, y son las tres ya!, le dije somnolienta.
¡No Lore, no quiero dormir… tengo muchas ganitas de… ¡Dale, no seas mala! ¡Hace mucho que no me cogen!, decía enredando sus dedos a la costura de mi bombacha blanca de seda. No interpreté aquella confesión con la seriedad que lo merecía, y entonces, cuando el sueño me cerraba los ojos siento que una de sus manos presiona mi seno izquierdo, y la oigo suspirar. Le doy un codazo para que se aleje y la rezongo. Parece calmarse unos segundos, porque ahora su mano acaricia mi pierna, mientras oigo como si ella misma se rascara alguna parte de sus piernas. Intranquila la destapo de un solo tirón, y la veo con su otra mano debajo de su bóxer con pintitas rojas.
¿Qué te pasa pendeja pajera? ¿Por qué no te vas al baño a masturbarte?!, le grité paralizada, incomprensiva y poco gentil.
¡Dale mami, estás re perrita con ese vestidito! ¡Y, ese culo que, mmmm, se me cae la baba!, dijo alterando mis pulsaciones en una mezcla de bronca y confusión.
¿Estás drogada nena? ¡Haceme el favor de dormirte, o, tomatelás al baño para hacer esa chanchada! ¿Y no me saques de quicio, porque mañana mismo te pongo en un taxi, y te vas a tu casa!, concluí.
¡Dale Lore, no te pongas así! ¡Si te morís por pajearte, igual que yo! ¡Mirame bebé, tocate toda perra!, dijo sonriendo tan cínica como lujuriosa. Le di una cachetada que me dejó ardiendo la mano, la sacudí para que reaccione, y hasta le pegué con una almohada intentando sacarle la mano de la concha.
¡Aaaaay, síiii, pegame hermanitaaaaa, eso me calienta muuuchooo!, decía la pendeja. No sé en qué momento me tironeó el vestidito veraniego que suelo usar para andar en casa, y al verme solo con la bombacha entró en un júbilo sorprendente. Gemía entre feliz y maravillada, se mordía los labios y se los lamía, se chupaba los dedos que sacaba de su sexo, y antes que yo intente nada se puso de pie, me empujó sobre la cama y me puso las tetas en la cara.
¡Chupalas Lore, porfi! ¡Mirá cómo me pusiste loquita! ¿Mordeme los pezones!, me imploraba apretando sus piernas cruzadas y embriagándome con su aliento desbordado. No sabía por qué caí en sus redes con tal simpleza, ni si debía detenerla. Pero una vez que mi saliva y sus pezones se fundían en mi boca, no quería soltarlos, ni ella esperaba que lo hiciera. Le toqué el bóxer cuando me pidió que le frote la concha, y lo tenía mojadito. Para colmo, entre mis piernas algo ardía con una obsesión que me nublaba cualquier pretexto para detenernos.
¡Pajeame chancha, meteme la mano y colame los deditos! ¡Y no dejes de chuparme las tetas! ¿Nunca una chica te las chupó?!, dijo, y mi mano no quiso desatenderla. Tenía la conchita peluda, afiebrada y tan húmeda que, mis primeros dos dedos entraron con facilidad para que sus gemiditos afinen cada vez mejor en la noche en penumbras. Hasta que no lo resistió y, justo cuando sus labios vaginales se contraían en las yemas de mis dedos, decidió sentarse en mi pecho. Todo en mi interior se desintegraba como si lo arrasara un tornado impiadoso. Y, lo claro es que había perdido autoridad sobre sus decisiones.
¡Oleme y pajeate perrita! ¡Dale, mordeme la concha, y oleeeemeeee todaaa!, gemía mi hermana, frotando sus pompis en mis tetas pobretonas, juntando todo lo que pudiera su pubis a mi cara, estirándose el bóxer y chupándose ella misma los pezones. Era una genia dándose placer! Verla hacer eso me ponía a mil. Tanto que ahora necesitaba llegar hasta mi clítoris de cualquier forma. Pero se me hacía complicado, porque Estefi estaba cada vez más inquieta.
¿Te gustaría que tuviera una pija en lugar de una chocha? ¿Eeeee? ¡Sucia, chupame la concha mamiiii, daleeee, imaginate que tu hermana tiene una verga!, decía ella con su concha sobre mis labios y sus tetas chorreando saliva.
Recordé que nunca había chupado una pija, y me sentí una inútil. Pero, la idea de que mi hermana fuera un varón adolescente y con una poronga erecta me excitaba. Yo no podía hablarle. Solo gemía cada vez más segura de hacerlo. Su olor a hembra desatada me erizaba la piel, me daba pequeñas descargas sexuales que no comprendía y me hacía mojar como nunca.
Hasta que Estefi gritó: ¡Tomaaaá putitaaaaá, tomame la lechitaaa, te acabo todooo bebeeeé, abrí la boca Lore, me encanta tu ooortooo, quiero hacerte la cola nenaaaa, con todas mis amigas te vamos a culeaaar perriiitaaa!
Y un terremoto pareció estremecerla con mi lengua apenas moviéndole el clítoris duro y colorado, para que un río infernal de jugos me empape la cara y el paladar.
Ensombrecí de golpe. No tenía idea de cómo podría aterrizar mi hermana de aquella experiencia, toda acabadita y conmigo en bombacha ante sus ojos celestes y libidinosos. Pero ella con su experiencia se sentó en la cama para sobarme los pies y las piernas, para besarme la panza, juguetear un ratito con su lengua y mis pezones hinchados como pocas veces me los vi, y para correrme lentamente la bombacha hasta quitármela.
¡Mirá cómo te mojaste nena! ¡Y te hacés la estrechita mami! ¡A vos te tengo que coger toda!, dijo mientras olía mi bombacha y masajeaba mi vulva depilada, buscaba la abertura de mi vagina para hundir sus largos dedos y me soplaba agitada.
¡Tenés olor a que querés pija mamita, y tu hermana te la va a dar!, dijo después de frotar fuertemente sus tetas contra las mías. Mi cuerpo se dejaba poseer por Estefi, como si una hipnosis ancestral hubiese firmado un acuerdo con sus encantos. Ni siquiera pude moverme cuando se fue al ropero donde guardaba sus cosas personales, en busca de lo que hasta ahora no entendía. ¿Cómo es que mi hermana me iba a dar pija?
Pero en cuanto la vi colocarse un delicado cinturón de cuero con un pito de unos 15 centímetros tras arrojarme su bóxer empapado, sentí que un temblor renacía en el interior de mis entrañas. Se me tiró encima, me comió la boca, lamió mis tetas con mayor desenfreno, me pajeaba apoyando ese pito en mis piernas y se me re franeleaba jadeando suave, diciendo mientras lamía todo mi rostro: ¿Querés que te coja puta? ¿Querés sentirme adentro tuyo? ¿Querés pija guacha?!
En cuanto mi placer mutilado en los contornos de su piel caliente me dejaron pronunciar algo como: ¡Cogeme, haceme lo que quieras chiquita!, sentí que ese trozo de goma entró de lleno en mi concha, y entonces su cintura comenzó a trabajar. Me cogía como ni el mejor de mis machos lo había hecho. Alternaba movimientos cortos y largos, buscaba abarcar mi profundidad yendo de un lado al otro, me la sacaba y metía con todo, me bombeaba rapidito cuando me la dejaba adentro y me estrujaba el culo. Me besaba el cuello, mordía mis labios, me pedía que le escupa esas tetotas y me las fregaba con pasión, me abría las piernas con las suyas y me daba escalofríos cuando me rozaba con sus uñas.
Su perfume a hombrecito y sus modos tan varoniles al garcharme, hacían que mi presente se desmorone ante sus palabras.
¿Te gusta mi pija nena? ¿Nunca imaginaste que tu hermana tuviera un pito? ¿Estás re alzada no Lore? ¿Te vas a acabar toda perra cochina? ¿Querés acabar como una putita, con la boquita de tu hermana y esta pija toda adentro tuyo, como una putona? ¿Estás segura que nunca me viste haciéndome la paja en nuestra pieza?!, gritaba su voz al borde de llevarme a un orgasmo que, entonces pude archivar para siempre y conceptualizarlo en mi cabeza. Acabé como una yegua, y me dejé llevar por todos los flujos que mi hermana fue capaz de fabricar en mi vulva. Enseguida corrió a mi boca y me hizo lamer el chiche con mis sabores, y me obligó a hacerlo.
¡Chupame la pija Loreee, daleee, que te doy mi lecheee putaaaa!, dijo mientras me atragantaba con el juguetito, marcaba sus dedos en mis tetas al amasarlas como una gatita en celo y se acababa una vez más en mi boca.
Eran las 4 de la mañana cuando, al fin logré imponerme a sus locuras, y me pongo la bombacha para dormir. En cuanto logro explicarle que es tarde mientras me acuesto, ella parece darme la razón.
Pero en breve siento su lengua en mi vagina, y no puedo prohibirle que me haga el mejor y único sexo oral que alguien me hizo alguna vez.
¿Viste que ninguna chica se resiste a mi boquita Lore? ¡Y menos vos que sos una conchudita! ¡Sos re rica mamiii, asíii bebeeeeé, daleee, acabateee toda en mi boquita chaaaanchaaa!, decía con su cabeza bajo la sábana, lamiendo los jugos de un nuevo orgasmo, del que fue directora y guionista con su lengua extraordinaria.
Al día siguiente no fui a la oficina, y Estefanía faltó al colegio. Y valió más que la pena, porque, no saben cómo me hizo la colita!   Fin

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Comentarios

  1. espectacular este relato, me encantan los lésvicos.espectaacular relato, los lésvicos me encantan siempre me han gustado

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