Me casé con Analía a los 20 años. Apenas pudimos
comprar una casa con nuestros ahorros y la ayuda de mis hermanos. Lo hicimos
bajo la lupa de las críticas de mis padres y suegros, porque ella estaba
embarazada de Brenda, nuestra única hija. Hace 15 años atrás era tremendo
pecado que las nenas de guita mojen el pancito antes de los papeles formales.
Analía de igual modo, siempre tuvo antecedentes de experta tiragomas en el
colegio, de cogedora en los reservados, y de coquetear a los pibes en el
boliche hasta comerles la boca y toquetearlos a full. Así nos conocimos,
bailando en una disco de Palermo, donde vivimos hasta hoy. Esa misma noche
cogimos en mi auto después de que media borracha se tragó toda mi leche en uno
de los reservados, mientras su prima se dejaba chupar las lolas por un supuesto
novio. En realidad, yo quería filetearme a su prima. Pero el destino me
demostró que pronto ana se convertiría en todos mis poemas, mis suspiros, mis
sueños románticos y obscenos, mis desvelos y en la musa sexual más desaforada
que alguna vez imaginé.
Hoy todo es distinto. Las obligaciones, la rutina, mi
estudio jurídico, su psicóloga, su oficina de turismo y Brenda, hicieron que
sexualmente no nos encontremos como antes. Hoy Brenda es una chica rebelde, tiene
preguntas y libertades que no comprende, dones imponentes que la hacen una
mujercita de caramelo, y una desfachatez que logró confundirme. Nunca tuve
fantasías con ella ni nada que se le parezca. Sin embargo, la semana que mi
esposa viajó a Brasil por reuniones laborales, y yo me quedé en casa a resolver
algunos expedientes complejos, y así aprovechar a compartir unos días con mi
nena, creo que todo se me fue de las manos.
El primer día estuvo de película. Desayunamos, luego
la llevé a la escuela, volví a encargarme del jardín y los gatos, hice unas compras,
reparé unos enchufes, corregí unos informes y fui a buscarla para pronto
invitarla a comer unas hamburguesas y luego llevarla a inglés. Volví a casa
sabiendo que desde allí iría al gimnasio, después pasaría por lo de una amiga a
prestarle unos libros y, entonces retornaría a casa, donde juntos planeamos preparar
un pollo a la mostaza. ¡Estuvo exquisito! Lo comimos mientras veíamos una serie
yanqui, y pronto tuve que despertarla para que se duche y se acueste. Había
sido un largo día, y por momentos se dormía sobre la mesa.
Al otro día vino sola del colegio, porque yo tenía que
recibir unos documentos del juzgado y no podía moverme de casa.
La vi rara. No quiso comer, tenía la mirada perdida y,
evidentemente había estado llorando. No quise invadirla y la dejé ir a su dormitorio.
No almorzó conmigo. No fue a su clase de guitarra ni bajó a merendar. Pero a
eso de las 8, cuando la oscuridad entraba por los ventanales de la sala, sonó
el teléfono y tuve que subir a llevárselo. Era una amiga de Brenda que mostraba
un cierto apuro por salir de un enigma. Llamé a su puerta, pero no contestó.
Abrí impaciente, la destapé para despertarla tras mencionar su nombre repetidas
veces y, ¡la vi desnuda con un consolador entre las piernas, con su bombacha beige
en la muñeca derecha y un encendedor en la otra mano! ¡Estaba boca abajo, y ni
siquiera sintió pudor de mi presencia! Le di el tubo y cortó. Le pregunté por
qué había tanto olor a pasto quemado en el cuarto, y sacó 2 fasos de mariguana
de debajo de su almohada. No llegué a protestar siquiera porque el rin del
teléfono nos aturdió.
¡Basta nena, no me jodas más! ¡Me re calentás pero ya
fue, andá a cagar boluda! ¡Chupále la pija a Rodrigo y no me llames más,
tarada!, sentenció indignada y volvió a cortar. Le quité los churros, la tanga,
el chiche y el teléfono. Me senté a su lado y le pedí una explicación. Ella
sólo dijo: ¿Vos creés que son lindas mis tetas pá?, ¡Si me vieras caminando por
la calle y no sabrías que soy tu hija, ¿Me las mirás? ¿Vos creés que puedo
calentar a una chica?
Noté que su voz entrecortada mezclaba lujuria,
confusión y paranoia por la misma yerba. De igual forma no le respondí.
¡Esa bombacha es de nati, la chica que llamó! ¡Me
tiene re loquita, y hoy me la regaló en el cole!, dijo bajo la niebla de mi
silencio siniestro.
No podía procesar tamaña confesión. No sabía cómo
actuar ni qué decirle. Solo mencioné que en 2 horas baje a cenar, que no olvide
su examen de mañana y que se tranquilice.
Mi mente resbaló en una obsesión que desconocía y, apenas
llegué a la cocina olí la bombachita que me guardé con tenacidad en un bolsillo
y empecé a pajearme cual adolescente inexperto. Era un aroma dulce, fresco,
húmedo aún, repleto de éxtasis femenino y con una textura suave. No acabé
porque me sentí un perverso, y al mismo tiempo me lamentaba por no haber bajado
también el chiche que Brenda seguramente adentró en su sexo. Estaba extrañado y
con el pecho como en una comparsa golpeando mis venas.
La cena llegó, y con ella el relato de Brenda que bajó
en camisón.
¡nati me gusta pa, pero ella prefiere mirarle la pija
a los varones! ¡Se re babea con mis gomas, y le encanta que la masturbe en el
baño del cole! ¡Pero siento que juega conmigo! ¡Encima tengo fotos de ella con
Rodrigo, un pibe de quinto! ¡Le re come el pito, y cuando lo hace pone una
carita de placer que me da ganas de pegarle!
Forzó una sonrisa y tras ella soltó un liviano
sollozo. Bebió dos vasos de agua y prendió la tele. Noté que mi nena era
distinta a la chiquilla que se divertía con cosas simples. Hablamos un poco. Le
dije que tal vez esa chica no define su personalidad o sus gustos, que todavía
tienen que crecer y ocuparse por formarse estudiando, que no hay que quemar
etapas y un sinfín de elementos más que ella no veía. Era extraño, pues ella y
Nati tenían 18 años, y parecían tener dudas demasiado inocentes para estos
tiempos.
Yo tampoco podía más que pensar en la erección de mi
pija cuando le devolví el calzón de la tal Nati, y lo vi olerlo disimuladamente
mientras subía las escaleras rumbo a su cuarto, desde donde me hacía jurarle
que no hablaría de esto con su madre ni por error.
Esa noche no pude dormir. Soñaba con sus tetas, con la
imagen de su cola en la escalera, ya que el camisón le quedaba cortito y con
sus confesiones. Recuperé la cordura, y al otro día todo estuvo normal otra
vez. Solo que a la hora de la merienda llegaron nati y diego, sus compañeros
del cole, y Brenda había prolongado su siesta. Les di un café y subí a
despertarla. Pero, ¡ella estaba sentada en la cama, desnuda, con el teléfono en
su oído izquierdo i con sus dedos entrando eufóricos en su vagina! Su cuerpo
brillaba en movimientos de puro placer mientras gemía diciendo: ¡Dale, agarrame
las tetas y chupálas! ¡No sabés lo mojada que estoy pendeja! ¡Penetráme con lo
que sea, y haceme acabar como a una perra!
Estaba petrificado. No podía abrir la boca. Hasta que
me vio, cortó y le dije que estaban los chicos abajo. Ella me pidió que entre,
que le alcance una bombacha del cajón y el vestidito que se estaba secando en
el balcón. Otra vez el olor a faso decoraba el cuarto, pero también su propia esencia
sexual. Lo hice, y la vi ponerse la bombacha como no queriendo. No lograba
irme, y menos cuando advirtió: ¡Che pa, tenés la pija re parada! ¡Ojo que si la
Nati te ve te salta a la yugular! Y se rió escandalosa. Me dijo que solo estaba
teniendo sexo telefónico con una chica, que aprobó su examen con 9 y me pidió
plata para comprarse una remera. Le dije que ya íbamos a ver mientras se ataba
el pelo, y no tuvo peor idea que preguntarme cómo le quedaba el topcito que
terminaba de ponerse. Apenas se sentó en la cama para calzarse no lo resistí y
la empujé. llené mis manos con esos globos perfectos, le cerré las piernas para
no tentarme a más, la acaricié y le dije que todo lo que se pusiera le quedaba bien,
dispuesto a irme. Pero ella interrumpió mis pasos colgándose de mis hombros
diciendo: ¡Ahora no te vas de acá hasta que me las chupes!
Se quitó el top y me las ofreció para que mi saliva
rodee sus pezones erectos, mi lengua descubra su sabor y sus gemiditos me
perviertan definitivamente. Ya no había marcha atrás, a pesar que le advertí
que todo era una locura. Como si tal cosa, me bajó la bermuda y se abrazó a mis
piernas para fregar su cara en la tela de mi bóxer y sentir la jerarquía de mi
pene tieso como una roca, para morderme la puntita y tartamudear: ¡Uuuuh paaaa,
qué rica está, bien durita y mojada!
No tardó en envolver mi glande con sus labios
calientes, en subir y bajar por mi tronco, en aceitarla con su dulce saliva y
en lamer con nerviosismo mis huevos colmados de calentura. En un impulso se me
trepó a los hombros y me comió la boca a la vez que se bajaba la bombacha para
frotar sus nalgas redondas y bien paradas en mi verga. Se hincó de nuevo para
acomodar mi carne entre sus tetas, me la apretujaba con ellas y me escupía la
cabecita para meterla y sacarla de su boca, la que me hacía notar la fiebre de
sus dientes, tanto como el tope de su garganta, entretanto me decía que nati se
muere de ganas porque le hagan la cola. No entendí por qué lo dijo, pero todo
ya empezaba a tornarse peligroso y enigmático en mi mente.
Luego, en una mamada feroz logró quedarse con mi
lechita en la cara, ya que no tuve ni el tiempo ni la lucidez para
anunciárselo. Saboreó algunas gotas con los ojitos cerrados mientras yo no
sabía cómo disculparme, y justo cuando recordé a los chicos en la sala los vi
parados junto a la puerta, a él tocándose sobre la ropa y a ella con las tetas
al aire, las mejillas rojas y el pelo suelto.
¡Pasen chicos, y cierren la puerta! ¡Perdón que no
bajé, pero estaba ocupada con mi papi! ¡Hoy es su cumpleaños!, decía Brenda
mientras diego acataba su pedido y la famosa nati empezaba a comerle la boca a
mi nena, recogiendo lo que había de mi acabada en su rostro y fregando sus
tetas contra las suyas. Todo estaba desbordado, y mis sentidos solo tuvieron
fuerzas para decirle a diego que si quería podía pajearse, y le acerqué una
bombachita que había debajo de la cama de Brenda, todavía con algo de su humedad,
mientras nati se quedaba en tanga para pegarse a mi cuerpo.
Las cosas no podían estar tan fuera de mambo. Era
cierto lo de mi cumpleaños, y tan perturbador era aquel trance que ni siquiera
lo recordé. Nati envolvía mi pija en sus manos para menearla, apretarla y de
vez en cuando echarle una escupidita mientras las mías se embelesaban
manoseando su culo prodigioso, aquel que Brenda me informó virgen, y eso en mis
neuronas latía con el mismo ímpetu que la pija de diego en la boquita de mi
hija. Nati no demoró en fagocitarse mi carne sin hablar. Yo estaba sentado en
la cama, y Brenda se la mamaba sentada en el suelo al pibe que permanecía
parado, oliendo aún la bombacha de mi hija, y pidiéndole un dedito en el culo.
Cuando lo vi llegar tuve la sensación de que era medio rarito. Pero, como para
burlar a todos mis prejuicios, nati me soltó con su voz de pucho y trasnoche:
¡Dale, paráte que te quiero chupar el culo a vos también!
Supongo que lo hice en honor al fuego sexual que me
decomisaba la razón, y la muy cochina lamió mi ano, mis huevos, mi pija, y
entonces regresó a mi culo para besarlo, colmarlo con su saliva y su respirar
agitado, mientras marcaba sus uñas en mis glúteos, y mi Brenda volvía a comerse
mi pene, a pegarse con él en las mejillas y en las tetas, las que a veces le
hacía probar al pibito, y hasta logró en un esfuerzo conmovedor tenerla unos
segundos adentro de su conchita híper jugosa, depilada y de labios
delicadamente finos, aprovechándome de pie.
Diego, cuando las dos se disputaban mi pija con sus
bocas, apenas nati le dijo: ¡Nene, largá la lechita en las tetas de la putita
esta!, se pajeó con mayor desenfreno, me robó a Brenda unos instantes para
aprisionarla contra un armario y, ni alcanzó a que se la mame, pues le acabó
todo en las tetas, cuando yo pensaba en abrirle el culo a la tal Nati que se
tragaba mi verga como si no hubiese nada más allá de su garganta. Luego agarré
a Brenda, la tumbé sobre la cama y me dediqué a saborear el semen de aquel
adolescente cabrón de sus gomas, a mordisquearle los pezones y a lamerle el
ombligo.
Cuando oí a nati balbucear: ¡Yo que usted le chupo
bien la conchita!, no lo resistí. Su aroma era embriagador, casi como el de un
hechizo que solo me instaba a seguir abriendo sus labios, a degustar su
clítoris erecto, a navegar con mi lengua y dedos en los flujos frutales de su
vagina tan prohibida para mí como admirable, y a llenarme los pulmones con su
olor a mujercita insolente. Incluso le rocé el culito con la lengua durante mi
recorrido, cuando Nati se apropiaba de sus gemidos al besarla en la boca con
pasión y con el pibe trepado a su culo pajeándose contra él. Mi hija presionaba
mi cabeza con sus piernas, pegaba su pubis a mi boca y me pedía que le meta un
dedito en la cola, que se la pellizque y que no pare de lamerla. Hasta que
diego volvió a pedirle a nati que se la chupe... el pibe se sentó en la cama,
la guacha se bajó la tanga y yo me puse tras ella ni bien introdujo aquella
pija en su boca, arrodillada y jadeante. No lo soporté más. Tomé a la piba de
las caderas y medio suspendiéndola en el aire, sabiendo que se sostenía del
pibe se la calcé en la conchita para entrar y salir primero, y pronto para
moverme adentro suyo con facilidad, sintiendo como sus jugos me empapaban los
huevos y como su sexo me la apretaba entre contorsiones y temblores. Ayudó que
la nena no pesaba más de 45 kilos. Brenda entretanto le comía la boca al mocoso
y se pajeaba sin dejar de repetir: ¡Dale pá, cogela toda a esa zorrita que me
hace sufrir, porque es re puta, petera, pero se re moja por mí; es re mala
conmigo la Nati!
De repente, justo cuando tuve la certeza de que era
ahora o nunca aquello de estrenar el culito de la rompe corazones, vi que Brenda
caía rendida en la cama y, que mientras se amasaba los pechos se hacía pis.
Enseguida supe por sus palabras que en realidad no era eso, sino que cuando
acaba elimina demasiado flujo, y que eso la excita más todavía.
Afuera estaba casi de noche cuando decidí que lo mejor
era quedarme asolas con mi niña, y les pedí gentilmente a los chicos que se
marchen. Ellos no tuvieron el mayor inconveniente. Se vistieron, Nati se
arregló un poco el pelo y Diego dijo que no me preocupe en acompañarlos.
Cerraron la puerta y apenas oí sus pasos descender por las escaleras me senté
en la cama con mi Brenda en las piernas para merendarme sus pechitos
florecientes mientras mi pija se fregaba toda entre su orto y su vagina. Hasta
que pronto, de una comodada misteriosa se incrustó entera en su sexo, y
entonces disfruté del galope de su cuerpo sobre el mío, del renacer de sus
jugos cada vez más abundantes chorreando por mis piernas y de sus gemidos al
borde de enloquecerme. Ella buscaba mi boca para besarme furiosa. Su lengua
caliente era una golosina que me estremecía. De repente se agachó para
chupármela un ratito, pero en cuanto se puso en 4 patas sobre la cama avancé
por encima de sus deseos y le enterré la pija en la concha, para movernos como bestias
en celo, para bombearla suave o rápido según sus requerimientos, para lamerle
el cuello i casi destrozar sus sábanas por las resbaladas de nuestras rodillas
y manos. Acabé una vez en su interior, y no llegué a sacarla que sentí las
paredes de su celdita colmarse de mi semen, y entonces, aprovechando que mi
erección no desaparecía seguí penetrándola impiadoso. Hasta que me la pidió en
el culo, y no pude negarle tamaño capricho. Entró casi sin querer, aunque
costaron los primeros segundos. Pero enseguida nos movíamos como abotonados por
la cama, y luego por el suelo. No había forma de saciarla mientras me hablaba
del culo de Nati y de la poronga de Diego. Todo lo que su culo generó en mis
testículos terminó en su boquita apenas ella regó un almohadón con su sabia
frotándose la conchita y queriéndola más adentro de lo que fuera posible.
Había que frenar, preparar exámenes, seguir con la
vida después de semejante regalo incomprensible del destino. Ninguno sabía
cómo. Decidí bajar y pedir unas pizzas mientras ella se duchaba. Pero apenas
llegué al último escalón vi a los mocosos en el fin de su despedida, a él
sentado con ella encima tan solo en tanguita, derramándole toda su leche en esa
conchita que lamenté no haber podido probar. Cuando me vieron se disculparon,
pero yo les pedí que hagan lo que tengan que hacer y entonces sí podrían irse.
Vi en efecto a la Nati limpiarle la pija con la boca y
subirle bóxer y pantalón para luego dejarse vestir por él. Les pedí un taxi,
luego la pizza que tardó unos insoportables 10 minutos, cerré todo con llave y
subí a cenar con mi niña.
Brenda estaba acostada en bombacha y medias blancas,
en tetas y con mucha hambre. Comimos, bebimos un vino fresco, hablamos de lo
que pasó y ambos coincidimos en que no debía repetirse algo así entre nosotros.
Pero nos juramos que, si la casualidad o el deseo es más fuerte, y no
lastimamos a nadie con nuestro frenesí, entonces estaríamos dispuestos a
entregarnos a cogernos como locos. Esa noche volví a chuparle la conchita y
ella a saborear mi pene, pero hasta hoy fue la última vez. Naturalmente aquel
fue el regalo más original de todos mis cumpleaños. Fin
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
¿este ha roto definitivamente todos los esquemas posibles!, me encanta leer historias pero como esta me vuelven terriblemente loco.
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