Hoy tengo 29 años, y gracias a rigurosas
terapias con mi psicólogo, a cambios estructurales en mi vida y a mi fuerza de
voluntad por querer evolucionar como ser humano, se puede decir que estoy mejor.
Tengo trabajo, amigos, una novia y un lugar ganado en la sociedad gracias a mi
profesión de médico.
Todo está en orden. Incluso las culpas y
tormentos que me convertían en verdugo de sus más miserables versiones. Mi
madre murió hace dos años por una enfermedad que jamás se nos informó, y mi
padre anda borracho por algún descampado desde que enloqueció. La muerte de la
única mujer que lo soportó, para él debió ser un calvario. Aunque no tanto como
las voces de su consciencia torturándolo en soledad.
Tengo siete hermanos con los que hoy no tengo
relación. Pero en los tiempos de mi niñez, todo era cuestión de que la
oscuridad, el diminuto espacio, la promiscuidad y el deseo inocente, aunque
ávido de consumirnos en él nos tendiera sus redes.
Primero diré que mi casa solo tenía dos
habitaciones, una cocina comedor con piso de tierra, un baño, un patio lleno de
chatarras y repuestos de autos inservibles, y un galpón sucio en el que yo
preferí llevarme un colchón y dormir allí, unos días antes de tomar la decisión
de irme para siempre. Eso fue a mis 18 años.
En uno de los cuartos dormían mis viejos. En
realidad, ahí se reconciliaban sabiendo que nosotros los oíamos coger como
animales salvajes, porque no había puertas. Apenas unas cortinas roñosas,
remendadas y desteñidas separaban los ambientes del rancho. Para colmo, si las
dimensiones de sus peleas se les iba de las manos, lo hacían en cualquier
lugar. Discutían todo el tiempo, se golpeaban, se insultaban, se deseaban el
odio eterno, y después de un silencio de velorio mi viejo le decía cosas como:
¡Andá pa’ la pieza que te voy a sacar las ganas de hacerte la boluda conmigo,
putita de mierda!
A mi mamá se le iluminaban los pocos dientes
que conservaba, y corría para tumbarse en la cama donde el viejo la desvestía a
los tirones, con brusquedad y en medio de palabras irreproducibles.
Mi padre vivía ebrio. Le gustaba dormir hasta
tarde y laburar poco. Mi vieja limpiaba casas, y durante un tiempo fue portera
de una escuela primaria.
En la otra pieza dormíamos todos. Solo había
cuatro camas, y no había lugar ni para caminar, o respirar fuerte. Cuando yo
cumplí los 13 no hubo cumpleaños, ni regalos, ni una comida en particular. Ese
día no había un mango, y encima era verano, por lo que ni siquiera podía juntarme
a festejar con mis compañeros del cole.
Todo transcurrió en una depresión normal. Después
de unos fideos recalentados con salchichas, los viejos se fueron a dormir. Yo,
Romi que era mi melliza, Mariela de 15, Sol de 10 y Brian de 17 nos fuimos a la
pieza para al menos charlar un poco. No podíamos siquiera callejear porque
llovía a baldazos, había un viento impiadoso, y encima la mayoría de los pibes
del barrio habían salido al boliche. Eso mismo hicieron Gastón y Rocío, que son
también mellizos, pero de 19 años. La guacha había conseguido que una amiga le
cuide a Tomás, su niño de 6 meses. La gila se quedó embarazada en una noche de
locura. Ni siquiera supo quién es el padre gracias a todos los que anduvieron
descargando su semen en su interior. Para mi padre, desde ese día fatídico
Rocío no es más que una prostituta barata. Mi madre no tenía fuerzas ni para
juzgarla. Pero no era capaz de echarle una mano. Lo que tampoco era una tarea
sencilla con tantos hijos, y un marido cruel, vago y sin escrúpulos.
Maxi, que tenía 8 dormía en un sillón hecho
bosta que estaba entre las piezas, porque decía que tenía mucho calor en la
pieza comunitaria. Yo dormía con Romi en la parte de debajo de una cucheta.
Arriba lo hacía Sol. La enana siempre tuvo el sueño pesado.
Apenas Mariela, que dormía arriba de Brian en
otra cucheta se cansaron de hablar del faso que compartieron con la dueña del
kiosko, yo empecé a quedarme dormido. Pero sentí que Romi acariciaba mi pija,
que respiraba raro y que se pegaba a mi cuerpo. Recién entonces noté que estaba
en tetas y con un shortcito. Siempre me fijé en el culo de Romina. No podía
evitar que se me pare el pito con solo presagiar esos globos yendo y viniendo
por la casa. Además, no hacía mucho disfrutaba de pasearse en bombacha por
todos lados. Los adultos, bien gracias. Por eso me permitía gozar de sus
caricias torpes, y del calor de su piel. No sé cómo lo hizo, pero me quitó el
calzoncillo y volvió a tocarme el pito, esta vez como si se tratara de un
gatito temeroso.
¡Te la quiero chupar nene! ¡Quiero probarla!
¡Así de durita quiero lamerla!, gimió en mi oído con su lengua haciendo
círculos en mi oreja, con su mano apretando mi tronco y su otra mano tapando mi
boca. Le dije que estaba chiflada, y no pude evitar que se me suba encima. En
ocasiones Romina y yo nos besamos en la boca, y cuando éramos guachitos
jugábamos al papá y a la mamá. Claro, con todo lo que absorbíamos en casa. Por
tanto, algunas veces yo me le tiraba encima, le subía la pollerita, o le corría
la bombacha, y mientras le decía que era una puta, le pegaba en la cara y vaya
a saber cuántas porquerías más, fregaba mi pubis contra el suyo, como habíamos
visto que lo hacían nuestros padres. Obvio que era placentero para los dos,
aunque no lo comprendíamos del todo.
En eso Romi se quedó quieta un rato, luego de
frotarse contra mi pija en el hueco de sus piernas cerradas, porque oímos a
Brian levantarse. Pensamos que nos había descubierto, porque la loquita daba
saltitos contra mi pelvis, y me mordía los labios. Pero la lluvia era tan
copiosa sobre el techo de chapa, y para colmo el concierto de goteras sobre
algunos valdes, hacía que ellos hablaran aún más fuerte.
¡Eeee, Sol, bebé! ¡No te hagas la dormida
enana, bajá, dale!, murmuró en voz baja mi hermano, golpeando sus pies descalzos
en el piso. Luego prendió un cigarrillo, habló algo con Mariela que no
alcanzamos a divisar, tomó un sorbo de vino de un cartón que le choreó al
viejo, y caminó hasta nuestra cama. Puso los pies en la madera, y medio colgado
escuchamos que le daba unas nalgaditas a Sol, o algo similar, y que le decía:
¡Dale nena, no te ortives, vamos con Maru, que te quiere hacer mimitos!
A eso le siguió una carcajada estruendosa de
Mariela, a quien Brian intentó silenciar con un chistido. Sol dijo algo indescifrable
para nosotros, pero que sonó a dejame de hinchar las pelotas. Brian permaneció
un rato allí, y hasta se dio el lujo de pajearse unos minutos. En el momento
sentí ganas de vomitar al escuchar tan de cerca el movimiento de su glande
baboso. Romi casi estalla de calentura, pero ni se atrevió a moverse.
Apenas él salió de la pieza porque alguien
había pronunciado su nombre en la ventana, Romi y yo nos comimos la boca con
desesperación. Tanto que no pude evitar ensuciarle el short con mi semen en medio
de sus movimientos. Es que me apretaba la pija con las piernitas, me mordía los
labios con una fascinación admirable, me frotaba sus pezoncitos duros en el
pecho, y me lo pedía enloquecida.
¡Manchame todo el pantalón nene, dale! ¡Yo
después te la chupo como una perrita, sí? ¡Ya vi cómo lo hace maru, y la Rochi!
¡Son re trolas! ¡Dame la leche pendejo, acabate todo pajerito!, decía
implacable.
Sentir la fricción de sus pezones cargados de
fiebre y punteagudos en mi pecho, su aliento fresco y sus piernas alborotadas
me llenaba de escalofríos y de ganas de violarla.
Mi hermana me excitaba, era cierto. Pero hasta
entonces no había pasado nada fuerte entre nosotros, salvando los juegos y
manoseos que acompañaban nuestro desarrollo sexual. ¡Y eso que en nuestra pieza
había vía libre para todos si se trataba de coger. Brian y Rocío se daban masa
a menudo, tanto como Gastón y Mariela. A veces Sol era señalada para quedarse
con la leche de los chicos, aunque solo con su boquita. A veces se la volcaban
en la remerita. Eso sucedía cuando los más grandes estaban pasados de falopa.
Enseguida Romi se acomodó a los pies de la
cama para lamer mi pene pegoteado, no tan erecto pero caliente, y aún
tiritando. Cuando su lengua lo movió de un lado al otro casi grito de alegría.
Pero en eso Brian retorna y enciende la luz.
¡Eu Maru, mirá boluda! ¡Conseguí un churrito!
¡Me lo vendió el rengo! ¡Ese gil siem…!, estaba diciendo bajo la lluvia
siniestra todavía inundándolo todo con su furia.
¡Qué hacés ahí cochina inmunda?, dijo enseguida
al descubrirnos, ya con el faso humeando en los labios.
Romi salió de inmediato de la cama y dijo:
¡Voy al baño guacho! ¡Me re meo!
Mariela le dijo algo, y Brian regresó a su
cama para que Maru fume con él. Acaso la violencia de Brian conseguía asustar
demasiado a Romina. Pero Maru era la única que podía calmarlo.
No sé cuánto tiempo pasó. Pero estaba como
loco escuchando el besuqueo entre Maru y Brian, sus risas estúpidas y alguna
que otra nalgada, cuando Romi llegó y se me tiró encima sin pedirme permiso, diciendo:
¡Chupame bien las tetas!, mientras se aferraba a mi pija para ladearla,
apretarla, presionar mi glande, exprimir la puntita y hacer un anillo con su
índice y pulgar a modo de concha para subir y bajar de mi tronco. Se las devoré
inexperto pero encendido. Sus pezones eran tiernos, carnosos, dulces y
deliciosos. Brian tuvo que haber escuchado tal chuponeada. Pero ahora la luz
estaba apagada, y él re contento con su fasito. Yo deliraba porque Romi se
escupía la mano y me franeleaba las bolas.
¿Vos querés chuparle la pija al Brian putita?
¡¿O querés que te voltee?!, le dije, tal vez un poco celoso. No sabía cómo
podía atesorar esos sentimientos en ese instante. Pero mientras su lengua y la
mía se enroscaban, sus manos me enamoraban la pija y sus tetas babeadas me
calentaban el pecho, tuve la horrible sensación de perderla, así, sin más. Pero
ella no me contestaba. Solo dijo que siempre le gustó dormir conmigo y apoyarme
la cola en el pito.
De pronto Mariela se levantó riéndose de su
charla con Brian, y se detuvo al lado de nuestra cama.
¡Maruuu, dejame tranquila, no quierooo!, decía
Sol mientras Maru se la llevaba como a un almohadoncito.
¡Callate la boca sucia, y más te vale que te
portes bien con los dos!, dijo Mariela, y pronto Brian agregó emocionado: ¡Uuuuh,
nenitaaa, asíii, oleme la pija, y dale besitos, dale Solcito! ¡Y vos perra
tocala toda!
Romi pareció perder el control, cuando la
lluvia poco a poco disminuía su intensidad.
¡Cómo se te pone escuchando eso a vos nenito
eh, a mí también tocame toda! ¡Colame los dedos en la argolla pendejito! ¿O,
será que vos te querés culear a la Maru?!, dijo ya sin su shortcito gastado, y
pronto su cabeza descansaba en mis piernas, tanto como la mía bajo su vientre.
Tenía una bombachita híper mojada, y no le hice caso cuando me pedía que se la
saque al tiempo que frotaba su pubis en mi cara.
¡Chupame la concha nene… ahora… daleeee!,
dijo, solo cuando pudo sacarse mi pija de la boca. Ese calor en mis hormonas
fue el detonante para que al final mi lengua se abra camino en su conchita
pequeña, aún sin pelitos, olorosa, estrecha y rosada. Se estremeció cuando
entró toda, y gimió ahogada con mi músculo creciendo entre sus labios. Sus
flujos eran sabrosos, abundantes, saladitos y calientes. Se mezclaban un poco
con gotitas de pis, y eso me excitaba al tope de mi calentura.
¡Escuchá Sol… Romi y Pablo también están
jugando como vos… así que no llores… y lameme el pito guacha!, ordenó Brian,
cuando se la oía a Maru gemir y besuquear, suponemos que a Sol. Nosotros no
podíamos ver nada.
Pronto Romi eructó con mi pija en la mano,
luego de clavarla en su garganta durante unos largos segundos, y se acurrucó en
mi pecho para comerme la boca.
¡Date vuelta, y cogeme ya!, me insistió, y al
tiempo que ambos quedamos enfrentados como en cucharita, sentí que unas manos
me amasaban el culo. Era Mariela, que hasta se golpeó la cabeza con la cama de
arriba intentando querer saber lo que hacíamos. Romi estaba del lado de la
pared. La punta de mi pija ya había transgredido el umbral de su vulva, y de
alguna forma nuestro vaivén comenzaba a colmarnos de jadeos y chupones por
todos lados.
¡Mmm, me parece que el nenito tiene ganas de
mojar! ¿No hermanito?!, dijo suspicaz, pellizcándome una nalga, y arrancándole
un mechón de pelo a Romina. Ella logró introducir mi pija en su conchita cuando
Mariela me llenaba las piernas y la espalda de besos. Por ahí me daba un fuerte
chirlo en la cola, y me alentaba a no detenerme: ¡Cogela guacho! ¡Dásela toda…
dale… que como mucho le vas a hacer pis en la concha, si ni leche debés tener
gil, cogela bien, más fuerte… que la sienta toda!
Romi me mordía los labios, pegaba sus tetitas
a mi piel y transpiraba como poseída con su sexo presionando mi pene, saltarina
y jadeante.
¡sacate la bombachita pendeja, ya, y dale que
te toca tomar la lechona!, irrumpió Brian entre el llantito de Sol, algunos
azotes que al parecer le daba en la cola, y el repentino sonido de unas llaves
en la puerta de calle, la única con la que contaba la casa. No teníamos idea
quién podía estar entrando o saliendo. Pero ninguno podía frenar semejante
calentura manifiesta.
En eso Mariela me zamarrea logrando separarme
de Romi, envuelve mi pija en una de sus manos y me pajea con furia, soportando
las puteadas de Romi, quien al parecer estaba cerca de alcanzar su orgasmo.
Pensé en si alguna vez lo había sentido, al menos toqueteándose solita.
Entonces recordé las innumerables veces que mi madre la retó por andar con una
mano entre su bombacha y su vagina. Aparte vivía fregándose contra todo.
¡Salí de ahí putona! ¡Vamos a petearlo entre
las dos!, quiso compensarla Mariela, y Romi se arrodilló en el suelo a su lado
sin chistar, donde sus bocas comenzaron a turnarse mi pija y mis huevos. Esas
dos lengüitas forajidas no me dejaban pensar con claridad. no tenía permitido
tocarlas, y eso me destruía por dentro.
¡Pablo es mío zorra, y yo me lo voy a coger!,
anunció Romi con ira en la voz.
¡Vos sos una negrita catanga nena… serás la
puta del colegio, pero acá las putitas somos la Rocío y yo!, se precipitó a
graznar Maru con mi pija en la boca, y por el quejido de Romi seguro que la
pellizcó o algo por el estilo. Al rato mi mano derecha escarbaba la concha de
Mariela que estaba desnuda, y Romi me comía la pija solita, porque Maru se la
chupaba a Brian, que parecía molesta por sus erráticos intentos de convencer a
Sol para que lo hiciera. No sé en qué momento el pibe bajó de la cama para
sumarse a nosotros. Pero, él fue quien nos advirtió que no levantemos la voz.
Afuera ya casi no llovía, y el silencio de la noche podía delatarnos.
Apenas mi semen comenzó a rebalsarle la boquita
a Romi, Mariela se tumbó sobre mí, cara al techo. Brian le pedía que lo pajee,
y ella no dudó en sacudirle la pija como si se la quisiera arrancar. Le subía y
bajaba el cuero con una adrenalina que nos impactaba. Hasta que pronto la oí
exigirle a Romina, luego de meterle algunos dedos en la boca, precisamente con
los que pajeaba a mi hermano: ¡Vení a chuparme la concha nena!
Romi se prendió a la tarea de cumplir con
Maru. Podía escuchar el ir y venir de su lengua por su sexo, sus toses entrecortadas
cuando seguramente su olor, o algunos vellos que se desprendían de su vulva la
ahogaban un poco, sus escupidas y sus jadeos. Además, oía los pedidos de
velocidad de Brian a la mano que se la exprimía y ordeñaba, y a Maru decir con
todo el cinismo que la caracterizaba: ¡Qué rico chupa la concha la nena,
abanderada y todo… re puta sos … dame esa lengua, así, chupá, toda, toda la
quiero, chupame el orto también, dale que te voy a mear la carita rubia
tilinga, y vos dame la lechita forro! ¡Pegoteame las manos con esa leche rica
pendejo!
Yo no podía estar tan al palo. Ya la tenía
gruesa y lista por el franeleo del culo de Maru y la lengua de Romi, que cada
vez que podía aprovechaba para lamerme las piernas.
Siempre entre las hermanas hubo competencia,
porque Romi no solo era la más inteligente. Es rubia con lindos rasgos, ojos
claritos, pelo largo con rulitos, y siempre fue la más tetona de las cuatro.
Al rato todos nos separamos. Brian de sopetón
hizo que Romi se trague su leche, y Mariela se puso a chuparme la pija. No lo hacía
con el mismo amor que Romina. Ella era más bruta, determinante y filosa con sus
dientes. Pero aún así la pija me agradecía esos arrebatos de lujuria. Para
colmo, ver a Romina con toda la boquita repleta de la leche de mi hermano, me
estremecía de celos.
En eso entran Rocío y Gastón en silencio. Seguro
suponían que nos iban a encontrar dormidos. Rocío acuesta al niño en la camita
de Maxi, que seguía desocupada, se queda en bolas y le pone las tetas en la
cara a Brian que ya se había recostado, satisfecho por el pete que le había
hecho Romina.
¡Qué rica pija nenito! ¿No cierto que yo te la
chupo mejor? ¡Por lo menos yo no me hago pichí como otras que se la dan de
putitas!, dijo Maru entre risitas hirientes, al tiempo que se castigaba los
labios con mi dureza. ¿Se pegaba re fuerte la zarpada! Era verdad que Romi se
hizo pis apenas Brian le acabó en la boca. Habitualmente mi madre la retaba
unos meses atrás por mearse, en teoría después de masturbarse. Por eso
reaccionó al escucharla. Le arrancó los pelos para quitarle mi pija de la boca,
le arañó la espalda y las tetas, le escupió la cara y le pegó. Gastón tuvo que
intervenir porque Maru no se quedaba atrás. También le acertó un par de
cachetazos y pellizcos dolientes a sus tetas, yo no podía hacer demasiado
porque las dos se peleaban encima de mí. De hecho, Romi se dio varias veces la
cabeza con el techo de la camita de Sol. En medio de tanto alboroto el niño
irrumpió en llanto al despertarse.
Rocío nos re puteó, pero no le quedó otra que
cambiarle el pañal y darle la teta para dormirlo otra vez. En realidad, le dio
bronca porque Brian se la estaba cogiendo, y no hubo más remedio que cortar el
polvito. Para colmo, el golpeteo del pubis de mi hermano contra su culo
apetitoso inundaba todo el cuarto.
Grande fue nuestro asombro cuando, ahora el
que le ponía la pija en la boca a Rocío era Gastón, a la vez que ella
alimentaba al pibe y se masturbaba con un desodorante. Maru los miraba
extasiada, y Romina parecía olvidar su enojo. Otra vez me sobaba la pija,
buscaba mi boca para besarme, y se deleitaba con las succiones del bebé a las
tetas de Rocío, que gemía con su voz trasnochada. Brian se quejó porque Rocío
no le ponía el pañal al niño. Pero se calmó cuando Mariela lo tiró en el piso y
se le subió para que su nueva erección se funda en los recovecos de su
conchita. Parecía que Maru se iba a desarmar arriba de Brian por la forma en
que lo cabalgaba. Daba unos saltitos cortos pero efectivos, los que acompañaba
con gemidos y palabras sueltas como: ¡Pija, dame, quiero máaas, esa verga,
quiero pija!
Romina deliraba de calentura, cada vez más
encima de mi cuerpo, y esta vez yo mismo calcé mi pito en su vagina que echaba
vapor de tantas ganitas de coger. Recuerdo que la sensación de que tuviera puesta
su bombacha meada durante mis leves penetradas aunque llenas de amor me
excitaba tanto que, se me escapó algún que otro te amo. También me quemaba las
entrañas que tuviera olor a pija en la boca, las tetas moreteadas por la riña
con Maru, y el cuello con marcas de mordiscones. Sentía cómo mi pene crecía, se
empapaba, ardía y topaba una y otra vez con el final de su cueva, y no tenía
intenciones de detenerme hasta no largarle todo mi semen allí adentro.
Sin embargo, no puedo precisar cómo fue el
momento en que Gastón me quitó a Romi para sentársela encima y en el suelo, y
pedirle que se la chupe a Brian mientras él intentaba empomarle la cola. Eso
había sido idea de Maru, que no paraba de sugerir: ¡Hacele la cola a la
abanderada del colegio! ¡Si es lo único que le falta!
Yo estaba furioso, y temí que la rabia me
hiciera perder los estribos y querer enfrentarme a las piñas con ellos. Sentía
que Romina era mi hembra, mi puta, mi novia, mi perra salvaje. No entendía por
qué me la habían quitado. Pero me gustaba verla y oírla gemir con esa pija
buscando perforarle el culo.
Pronto Rocío abría las piernas para que Brian
le perfore aún más su concha mientras ella seguía dándole la teta a su niño, le
chupaba la pija a Gastón y a mí, Maru le comía la boca a Romi y le colaba una
zanahoria envuelta en un forro en la conchita.
Cuando Brian empezó a tocarme el culo creí que
Rocío se podía atragantar con mi leche, aunque eso no fue nada comparado con el
instante en que la lengua del muy hijo de puta chapoteó en mi ano, enguyó mis
huevos y hasta saboreó mi pene. No podía proponerme sentir repulsión, o
encontrar un espacio para comprender por qué todo se había ido tan al carajo.
Todo valía, y nadie estaba en su sano juicio para romper el hechizo.
Sí tengo presente que, en algún ataque de querer
acabar ya, busqué a Romina, la empujé contra la pared y se la enterré en la
conchita, y no hubo mucho por hacer para negarle a mi semen fluir en sus
adentros como un maremoto.
Allí no había noción de horarios cuando tales
sucesos nos hermanaban más que nuestra propia sangre.
Al rato Brian, Gastón y yo nos pajeábamos el
uno al otro, y eso pasó cuando yo quise ir a la cama con romi.
Entonces, nos seguimos pajeando, viendo cómo
Romi tomaba leche de las tetas de Rocío, y cómo Maru atrás de ella, aprovechándola
semi agachada sobre la cama volvía a cogerla con la zanahoria después de
hacérsela chupar como a una verga. Ella fue quien le destrozó la bombacha a
mordiscones, cosa que me hubiese gustado hacer yo.
Cuando vi que Gastón se metió en la boca los
dedos luego de que Brian le acabara en las manos, yo casi eyaculo con violencia
en las piernitas de Sol, que ya estaba sentada en la camita alta. Brian la
sentó allí para abrirle las piernas y lamerle la vagina hasta que ella le
hiciera pisen la cara. Recién entonces el guacho acabó como si portara la pija
de un burro. No pudo moverse por unos minutos, y no pensó en limpiarse la cara.
Al parecer, afuera el viejo se había levantado
a buscar algo en la heladera. Eran las siete de la mañana cuando todos dormían,
en medio del resabio del espiral en las cortinas, el olor del pañal del bebé,
los restos de semen y el sudor impregnado en los cuerpos de las chicas, las
nubes de faso y cigarrillo, el denso candor del vino que se le volcó
seguramente a Gastón, y el olor a pis de Romi y el de Sol. En ese desastre
Romina y yo necesitamos volver a cogernos. No podíamos despegarnos.
Recuerdo que, a las once del mediodía, cuando
mi madre llamaba para comer algún sancocho de fideos con algo, Romi todavía
estaba desnuda arriba mío y con mi pija dura golpeando las puertas de su
conchita. No parábamos de besarnos, ni ella de susurrarme cositas chanchas al
oído.
¿Te imaginás cogiéndome en el baño del
colegio? ¿O tocándome las tetas delante de mami? ¿Que yo te la chupe en
calzones en la plaza? ¿O, hacerme el culo en el baño de los abuelos, y que
justo entre la tarada de la Pao y le cuente a la abuela?!, aventuraba sin dejar
de pedirme la leche. Pao era una prima medio retrasada mental que vivía con los
abuelos.
Estábamos re pegoteados, ya que acabé al menos
unas ocho o nueve veces. Ella se mojaba como una reina.
Desde aquella noche, momento que veíamos
oportuno, o ella me la chupaba, o nos cogíamos hasta con la ropa puesta. Nada
me podía más que el olor de su conchita, y cuanto más sucia mejor. Tuvimos
relaciones durante dos años sin descanso. Todo lo que mi piel necesitaba era su
lengua glotona en mi cuello, su olorcito, su calor, sus jugos bañando mi pija
cada vez que se hacía la dormida para que yo me le suba encima y se la meta por
entre la bombacha y no me detenga hasta llenarla de mí.
Pero, el tema fue que mamá nos encontró. Fue
por un mal cálculo. Suponíamos que esa mañana los trámites en Desarrollo Social
le llevarían más de dos horas. El espectáculo en el que nos vio fue el peor.
Romina estaba acostada en la mesa de la cocina con la bombacha en el cuello, y
yo tumbado sobre su cuerpo se la deslizaba toda en la vagina mientras tironeaba
de la tela, porque jugábamos mucho a eso de ahorcarnos. Mi madre tuvo que
tirarnos agua porque no podíamos dejar de cogernos, lamernos y gemir
abotonados. Tuve que irme de casa porque, se supone que Romi aquella mañana
quedó embarazada. Nunca supe si fue cierto, pero sí me enteré hace unos tres años
que Sol y Maxi tuvieron dos hijos, y que Gastón y Rocío eran los legítimos
padres de Tomás. ¿Por qué Romi no pudo haber engendrado en su interior un bebé
de su hermanito? ¡Si vivíamos tan alzados en aquel tiempo! Que hoy, al pensar
en ella me invade una nostalgia indescriptible, y quiero salir a buscar a esa
nena que se desnudaba y se hacía un bollito, para que mis brazos le den abrigo
en invierno. Sé que si la veo entre la gente no la reconocería. O tal vez no
sería adecuado para el celo de mis años de niño al lado de su aroma virginal, y
tan femenino a la vez. Estoy seguro de que la amé, pero también de que ninguna
mujer me calentó tanto como ella jamás! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
imprecionante, realmente un excelente relato.
ResponderEliminar¡Gracias, y mil gracias! Disfruté mucho escribiéndolo. ¡Besos!
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