Ese día quería salir a bailar, tomar y fumar
como hacía rato lo andaba necesitando. ¡No podía ser que con 22 años, unas
tetas prodigiosas y un hambre de pija que se me cuela por los poros, esté
solita y sin sexo!
Es cierto que tengo unos kilitos demás, que me
falta culo y que me hice mierda el pelo de pendeja con las tinturas. Pero eso
no le da derecho a mi cuerpo de privarse del goce que puede proporcionarle una
rica garchada.
Por eso, el sábado previo al día de la madre
salí a romper la noche. Como ninguna de mis amigas estaba con ánimos de fiesta,
unas por sus exámenes y otras porque sus machos las tienen cortitas, preferí no
perder el tiempo.
Me vestí sin bañarme, porque justo ese puto
día a los municipales se les dio por cortar el agua y la luz. Al menos pude
lavarme la cabeza con agua fría. Como a las 12 de la noche entré a un bar y me
tomé dos birras con unas papas. Había un boludo que no paraba de mirarme los
labios desde que prendí un cigarrillo. Pero no le di cabida. Sabía que era el
ex de una amiga, y por más que se me prendiera fuego la argolla por esos
músculos, por lo menos tengo algunos códigos.
Al rato caminé entre la gente indecisa, las
parejas amojonadas, los guachos que buscan impresionar con sus motos ruidosas
al pedo, las chetitas que critican a otras pibas, y todo tipo de música
mezclada en el centro de la ciudad.
Llegué a un boliche, en el que me pidieron
documentos porque no me creyeron cuando les dije que tengo 22. Pedí un cuba
libre y me puse a mover la cintura en medio del vaho de la gente acalorada que
colmaba la pista. En ese momento no divisé ninguna cara conocida.
Me le hice la enojada a un pibe que me re
manoseó el culo, y más tarde le dije que no a un grupito de vagos que me querían
invitar a un trago si yo me los tranzaba.
Sentí varios bultos durísimos contra mi cola, los
que se me apoyaban y refregaban sin resistencias de mi parte.
Varias manos se agolparon en mis tetas en el
frenesí del bailoteo, la música electrónica al palo y los empujones de los que
iban a la barra, al baño o al patio a fumar un puchito. Luego vi cómo un flaco
le comía la boca a una coloradita, y sentí ganas de sumarme a ellos.
Cuando se me antojó una cerveza caminé a la
barra para hacer la fila, y en el trayecto no pude ignorar a una pendeja que
estaba tumbada sobre las piernas de dos melenudos, boca arriba y con las tetas
casi al aire. Los dos se las manoseaban y, el más bonito le subía la pollerita.
Incluso la escuché quejarse:
¡Paren boludos, que toda la gente me va a ver
la bombacha! ¡Y encima no me depilé las gambas!
Al rato vi a una tumberita refregarle el culo
a un pibe, perreando mal y empinándose una jarra de fernet. Otra pibita bailaba
en el medio de una ronda de vagos que la mojaban con espuma azul de cotillón y
le desprendían la camisita. Vi también a dos lesbianas bailando apretaditas y
comiéndose delante de un patoba corpulento, a un viejo pagarle un frizze a una
guachita, a la que pronto se llevó a un rincón del boliche, y a una chica
arrodillada con la cara sobre el bulto de un pibe con toda la pinta de ser
jugador de fútbol. A ella le vi cara conocida, pero, con su excepción, todos
eran absolutamente extraños en mi cerebro.
Estaba sola, cada vez más entonadita,
transpirada, bailando los temas que me copaban, mirando a mi alrededor y con
demasiadas ganas de coger.
Nadie me reconocía tampoco. Por alguna razón
prefería que sea así. Gracias a eso, me hacía la boluda para refregarle las
tetas al que yo quería, manosearle el orto a las pendejas, y a meterme un par
de dedos por entre las piernas para frotarme el clítoris. ¡Andaba re alzada!
Hasta que, cerca de las 4 oigo una voz que
acelera mis palpitaciones, en medio de tanto cuarteto altísimo.
¡Che, miren, esa es la Rusita, y parece que
vino sola!, exclamó con claridad la voz de Nicolás a su grupo de amigos.
Nico y yo nos habíamos picoteado un poco en el
secundario, pero no lo volví a ver desde la fiesta de egresados. No cogimos, y
eso a los dos nos había quedado pendiente. Era insoportable la calentura que
nos teníamos. Pero él salía con una chica que no iba a nuestro colegio. Por eso
se hacía el vivo conmigo, y yo se lo permitía.
Yo me fui acercando a ellos. Nicolás, Bruno y
Ariel. Los tres eran inseparables para todo el mundo, y al parecer seguía
siendo así.
Los saludé con la mano y un beso en la
mejilla. Compartimos una birra, después un campari, y cuando quise acordar
estábamos en la pista, meta tirar pasos. Nicolás aprovechó para tocarme el
culo, y los otros se atribuían iguales confianzas. Solo que Ariel hacía de todo
para rozarme las gomas, y Bruno para apoyarme su pene en la parte de mi cuerpo
que pudiese.
¡Basta chicos! ¡Yo no soy un objeto sexual!
¿Creen que no me doy cuenta que me manosean a propósito? ¡Vos no cambiaste nada
Niquín!, les decía mientras bailábamos apasionados, y yo vibraba con tantas
manos por mi cuerpo.
Cuando le palpé la pija a Bruno, supe que la
tenía a punto de reventar, y eso me dio el guiñe perfecto. No se me ocurrió
otra cosa que comerle la boca a Nico, dejar que Ariel meta su dedo mojado con
campari en el inicio del hueco de mis tetas, y sentir los latidos de la verga
de Bruno en mi cola mientras bailábamos. ¡El pibito me la frotaba de arriba
hacia abajo, y de un costado al otro! ¡Además, yo le tiraba toda la colita para
atrás! Todo aquello pasaba al mismo tiempo, y en mi cabeza comenzaban a
entretejerse un montón de posiciones sexuales con esos degenerados. Hasta que
mis neuronas, el flujo que se acumulaba en mi bombacha, el fuego de mis pezones
duros y las ganas en las que ardía mi cuerpo por coger fueron más fuertes que
mi yo racional.
Entonces, les dije luego de una ronda más de
campari: ¡Hey boludos, ¿qué hacemos acá?! ¡Vamos a coger! ¡Si todos estamos
calientes… y sé que quieren cogerme toda! ¡Además, yo no doy más, quiero pija
ya, y ahora! ¡Vamos a donde quieran!
Los tres me aplaudieron, me besaron el cuello
y los pómulos, saltaron junto a mí con la euforia como combustible primario, y
salimos del boliche medio a los tumbos. Ni siquiera nos terminamos la última
jarra de campari. No sabíamos a dónde ir. Contamos lo que nos quedaba de guita,
y no nos alcanzaba ni para un telo berreta. A mi casa era imposible llevarlos
porque estaban mis viejos y mis hermanos menores, y los pibes vivían en la loma
del orto. Hasta que resolví que lo mejor sería caminar y ver qué se nos
ocurría. Yo siempre fui resolutiva en esos momentos. Ariel estaba muy mareado y
aturdido. Nico hablaba a los gritos, y Bruno nos ponía de malhumor
recordándonos todo el tiempo que se había quedado sin puchos. Pero no me
soltaban. No paraban de apoyarme, de manosearme o pellizcarme el culo. Además,
yo caminaba entre ellos, dando saltitos, y diciéndoles entre mariconeada y una
voz de nena que me avergonzaba: ¡Vamos che, que quiero una garchadita, quiero
mucho pito, mucha lechita caliente, no puedo más Niquito… encima, a vos te
tenía todas las ganas pendejo malo… así que ahora me vas a dar pija, pija y más
pija… y tus amiguitos también!
Caminamos como media hora, hasta que Bruno
recordó que a las dos cuadras del boliche había una casa abandonada, y allí nos
metimos como fugitivos o delincuentes. Ellos, no parecieron muy copados al
principio. Es que la casa presentaba un aspecto terrorífico. Pero por suerte,
la calentura pudo más que cualquier temor. Había ruidos, crujidos y vibraciones
raras. Pero no nos importó. Nico abrió la despintada puerta principal, una vez
que los 4 atravesamos un horrible pasillo con olor a muerto, y, ahí nomás, en
plena oscuridad les manoteé las pijas a los tres, haciéndome la cieguita. Uno
de ellos me sacó la remerita y me desabrochó el corpiñito que apenas cubría mis
timbres, y se puso a chupármelos con un hambre que me estremecía.
Yo sola me bajé el jean y les pedí que me
toquen la concha. Sentí vergüenza porque, no me la había depilado, y como no
pude bañarme andaba con olor a pis en la bombacha. Me había dado cuenta cuando
fui al baño del boliche.
Nico enterró sus dedos en mi vagina, y no lo
soporté. Me quedé en calzones luego que me friccionara el clítoris, y me tiré
en el suelo con las piernas abiertas.
¡Vamos che, acá estoy, quiero que me cojan
ahora!, les grité. No me importaba quedar como una regalada.
Bruno cayó estrepitosamente sobre mí, y no me
tuvo piedad. Ni bien su pija transgredió la costura de mi bombacha se instaló
de lleno en mi vulva, y me penetró como un animal en celo, mientras mi boca
entraba en contacto con la poronga de Nicolás. A él se la conocía bastante, ya
que tuve el honor de hacerle varios petes en el colegio.
Ariel me agarró una mano para que lo pajee, y
así estuve un tiempo, sintiendo la fricción de mi espalda y mi cola sobre el
suelo cubierto de suciedad gracias a las envestidas de Bruno, sin poder hablar
ni gemir siquiera por los movimientos de la pija de Nico en mi boca, y con los
dedos entumecidos de tanto pajear al más dotado de los tres. ¡Qué rica pija
tenía ese guacho!
No sé cómo fue que Bruno me puso en cuatro y
se paró ante mis ojos desbordados para que le chupe la pija. Me encantó que me
tenga del mentón para que mi cabeza permanezca en alto, sujetándome del pelo
para profundizar más cada arremetida. Disfruté como nunca del sabor de mi
concha en el mástil de su pene inflamado, mientras Nicolás me nalgueaba y el
otro hacía pis a centímetros de nosotros, con el pito hacia arriba porque no se
le bajaba ni ahí. Además, se re quejaba porque le dolían los huevos de tanto
fabricar leche.
La voz interior de la leona salvaje que habita
en mí me condujo a decirle:
¡Entonces vení taradito… dale, dame esa leche
en la concha!
No tuve que repetírselo. Ahora mi boca iba de
la pija de Bruno a la de Nicolás, mientras Ariel estacionaba su sable hinchado
en la entrada de mi cueva. Ni siquiera me sacó la bombacha. Me bombeaba con
fuerza, me chocaba con su pubis con un ímpetu desmesurado, y me decía todo el
tiempo que era una trolita sucia. Enseguida mi mandíbula se estrellaba contra
los pubis de los otros, porque el taradito me cogía con un frenesí y unos
movimientos que, generaban en mis entrañas un deseo insolente de que me garche
sin parar.
Solo podía repetir: ¡Dame pija guacho, asíiiii,
toda tu pija quiero, cogeme con esa rica pija que tenés, meteme toda la
pijaaa!, mientras los otros me dejaran respirar.
Bruno acabó en mi garganta, y de la terrible
arcada que tuve cuando su pija tocó mi glotis, terminé casi por vomitarle toda
la leche en la pija entre toses y estornudos. Le pedí disculpas, porque quería
tragarme su semen. Además, él me lo había solicitado. ¡Odio no poder complacer
a un machito como ese!
Menos mal que Nicolás se apiadó de mis
rodillas, en las que ya mostraba tremendos pelones ardiendo en la piel, y me
puso de pie. En ese momento él me abrazó por detrás para pajearse en el medio
de mis nalgas, y Ariel seguía penetrando mi vagina, ahora con su lengua
desatada en mis pezones.
¡Pedime la leche pendeja… dale, y te la vuelco
toda perra… me encanta tu concha peluda… me re excita que tengas olor a pipí
bebota… sos una cerda! ¿Querés la leche puta?! , me decía el puerquito,
mientras Nico punzaba mi agujerito con su glande.
¡Dame la leche sucio, rompeme la concha nene,
que encima hoy ni me bañé, cogeme toda pendejo!, le retribuían mis palabras a
su calentura para que me dé más duro. Hasta que Nicolás se sentó en unos
escalones conmigo a upa, y entonces su pija se deslizó en mi culo, con todas
las intenciones de culearme como me lo había prometido después de egresarnos en
un mail.
Ariel seguía obstinado y morboso con su pito
cada vez más sanguíneo entre los torrentes de mis jugos y los pelos de mi
concha, haciendo que mi clítoris necesite de esa fricción, tanto como la pija
de Bruno de mis manos que, se la pajeaban luego de que él me las escupía.
¡Sentila toda guacha salvaje, te gusta la
verga putona, cogé, movete más nena!, me decía Nicolás, mientras Ariel se
emocionaba al notar su pija y la de su amigo penetrándome toda. De hecho,
cuando estuvo a segundos de acabar, empezó a gemir y babearse como si estuviese
por darle un ataque esperado. Me la sacó de la concha, me hizo agachar para
darme unos chotazos en la cara, y volvió a empujarme para calzarla en mi
argolla donde detonó un interminable y continuo río de semen.
En eso Nicolás me pide que mueva el culo, que
salte sobre su pija y que gima fuerte, todo lo que pueda. Apenas le grité: ¡Dale
cornudooooo, culeame toda pendejo de mierda!, su verga se estremeció y contorsionó
para liberar una oleada de lechita caliente que se incrustó en mis intestinos.
Mientras me levantaba, Ariel me acomodó la
bombacha y se quedó admirando cómo la leche de esos dos sementales me chorreaba
de ella.
Pero Brunito tenía la verga durísima otra vez,
y, a pesar de que escuchamos ruidos, me arrodillé para mamársela como se lo
merecía. Obviamente, los demás se sumaron, y así mi boca fue como una pelotita
de tenis, revotando en uno y otro pito, con mi lengua golosa, mi saliva
promiscua y mis labios felices de convertirse en un tobogán para que esos
músculos erectos se deslicen con vigor. Bruno acabó en mi garganta al mismo
tiempo que mis dedos jugueteaban en la entradita de su culo, y mis dientes le
hacían más estrecho el espacio en mi paladar. Me la tragué sin reprocharle
nada, y le mostré la lengua sequita en cuanto terminé. Los otros dos acabaron
en mi bombacha mientras se pajeaban, y yo me los tranzaba, les lamía el cuello
y les mordía los hombros hablándoles como una tontita:
¡Cuánta lechita me dieron pibitos! ¡Asíiiii,
pajeate Niquito… dale, ensuciame toda pajerito! ¡Y vos también Ari… tocate ese
pitito de nene que tenés… me encantó lamerte las bolas pendejo! ¿Larguen la
lechita para esta putitaaaa, vaamoooos!, les decía para estimularlos.
Cuando todo llegó a su fin, no sé por qué
Nicolás tomó la decisión de prenderme fuego el pantalón y la remera. Más tarde
Ariel quemó mi corpiño. Nos reíamos, aplaudíamos como estúpidos bajo el eco del
techo destrozado de esa casa húmeda, nos toqueteábamos y nos comíamos a besos,
cuando todavía el sol hacía sus primeras apariciones por entre los vidrios
partidos.
Tampoco sé por qué les hice caso cuando se
fueron juntos tras explicarme lo que entonces esperaban de mí. Ellos se
apostarían en una esquina mientras yo debía parar un taxi así como estaba para
irme. Solo conservaba la bombacha y mis panchitas. Estaba sucia, re contra
cogida, sudada y con una resaca asombrosa. Pasaba por una chica violada
perfectamente!
Serían las 7 de la mañana cuando un buen
hombre me dejó subir a su auto y me llevó a casa. Los 3 me vieron con ojos de
puro placer cuando pasé por la esquina, y hasta me sacaron una foto, mientras
el tachero me empujaba a denunciar a los hijos de puta que me dejaron en este
estado. De todas formas, el viejo no paraba de mirarme las tetas, ni el pequeño
ángulo de mis piernas cruzadas para no exponerle mi vagina, ya que viajé en el
asiento del acompañante. No recuerdo si me cobró. Sé que pude entrar a casa
porque mis padres me habían dejado las llaves en una maceta.
Fue sin dudas la mejor cogida de mi vida. ¡Tal
vez, de ahora en más tenga que salir al boliche sin bañarme para tener más
levante! Fin
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