Bien lecherita


Me encanta, y no me importa que todos en el barrio me señalen como a la peterita de la ferretería. Con 19 años ya estoy embarazada, y creo que eso me alienta más a no poder pensar en otra cosa que en una pija en mi boca.
Me llamo Diana, y naturalmente este año tampoco terminé el colegio por el moco que me mandé. Quedé preñada porque estaba re borracha la noche que cogí con el que, en ese momento era mi novio. Cuando le di la noticia, creo que hasta se mudó de provincia el cagón. Mi hermano Diego se la tiene jurada, y ya me aseguró que si se lo encuentra no le deja ni un hueso sano. Gracias a eso, atiendo la ferretería de mi padre por la mañana mientras él sale a instalar equipos de aire acondicionado, reparar desperfectos eléctricos, asistir a las empresas respecto de generadores de energía, y un montón de rebusques más. Encima, soy la menor de 5 hermanos, y me tocó ser mujer entre 4 varones. Diego de 21, Sergio de 23, Iván de 25 y Facundo de 30, que es el más parecido a mi viejo. ¡Ni siquiera me avergüenza decir que repetí dos veces tercer año! Una de esas veces, fue por mi pésima conducta reiterada. Me encontraron en el baño peteando a un pibe, y cierta mañana chapándome con el profesor de gimnasia en la galería del colegio.
Todo empezó cuando una mañana, se me ocurrió hacer una travesura. No entraba nadie al local, y yo estaba viendo unos tremendos videos de chicas peteando a negros, a uniformados, a tipos con pinta de platudos y a unos obreros. Andaba tan metida en el video de una japonesa tragándose la lechita de tres tipos, que no escuché que un cliente había entrado al negocio.
Era un cuarentón que buscaba unos tornillos y un toma corriente. Por su cara de sorpresa, tuvo que haber escuchado un poco del audio de la mamoncita esa. Me disculpé y le cobré tras guardarle lo que me pidió en una bolsita para dárselo. Eran solo 20 pesos. Pero apenas me pagó con 100, creo que desesperada por el calor de mi vagina suelta de prejuicios le dije: ¡Mire, no tengo cambio! ¡Nada de nada! ¡Pero, si usted quiere, puedo hacerle algo con mi boquita, y, estamos a mano! ¡Esto, puede quedar entre nosotros!
Al tipo se le desencajaron los ojos. Pero me siguió al baño del negocio, donde yo le bajé el jean y le hice una pajita para ponérsela bien durita, con toda la urgencia que mi sexo me reclamaba. Cuando le dije: ¿Le gusta que las pendejas le mamen la pija degeneradito?!, me agarró del pelo para hacerme refregar la cara en toda su verga como una morcilla de gruesa, cortita pero tiesa como un puño, y enseguida se la empecé a lamer, oler y degustar gimiendo re entregada, y mostrándole las tetas al subirme la remera. ¡Para colmo tenía un corpiño viejito y chingado!
Cuando me metí su cabecita en la boca, a la vez que le apretaba el tronco y le rozaba el cuero con mis dientitos, lo escuché decirme con toda la baba en los labios: ¡Ahora sé por qué te dejaron preñadita guacha! ¿Y tu papi cree que sos una buena nenita?
En ese momento hice un esfuerzo para metérmela toda en la boca, y supongo que mis arcadas lo incitaron a darme todo su semen caliente, amargo y lleno de jadeos. Salimos rapidísimo del baño, y ninguno de los dos dijo nada. ni me saludó cuando se fue. Pero eso me excita más. Me vuelve loca sacarles la lechita a los tipos, que me inunden la boquita y se vayan, dejándome con ganas de seguir mamando.
Algo parecido pasó la mañana siguiente. Solo que esta vez era ub cincuentón que suele vender helado en el verano, y maní con chocolate en los inviernos. El hombre buscaba pilas, clavos para techo y un martillo.
Con él fui más directa. Cuando me subí a un banquito para llegar a la caja de clavos, hice que el pantalón se me deslice por la cintura, y en cuanto lo noto caer del todo a mis tobillos me bajo a toda velocidad, fingiéndole una vergüenza exagerada.
¡Uuuy, seguro se me re vio la bombacha! ¿No? ¡Pasa que mi viejo no me quiere comprar otro pantalón! ¡Con esto del bebé, lo que me pasó, y que me tiene que bancar con todo, el pobre, ni bombachas me compra!, se me dio por decir, y el tipo parecía no darle crédito a sus oídos.
¡¿Che, de cuánto está esa pancita?!, me cambió de tema de inmediato.
¡De cinco meses… y no sabe cómo me costó subir al banquito! ¡Encima se me vio toda la cola!, insistí para probar su destreza. Esta vez, le cobré, y cuando estaba por darle los clavos le invento que me tuerzo el pie y me caigo sobre su cuerpo. El hombre no tiene forma de detenerme cuando mi mano le amasa la pija y, de a poco se introduce bajo su pantalón.
¡Quiero que me des la lechita papi… así se me pasa lo del piecito! ¡Seguime… vamos al bañito que estoy antojadita!, le expresé, y sus pasos me siguieron fieles, sin atreverse a renunciar.
¡Dale Dianita… uuuuf… chupala bien… dame esa salivita pendeja… dale y te ganás toda la lechita para tu bebé zorrita… tocate la conchita nena… que seguro te estás mojando toda la bombachita… abrí más esa boca cochina… tragala toda… escupime toda la chota guarra… aaaaay… dale mi amor… dale que te la doy toda!, decía entrecortando su respiración, enalteciendo sus jadeos y dignificando a mi boca que, por poco colapsaba de tanta saliva, lamiditas y mordiditas a su escroto empapado de sudor. Le hice caso, y mientras una de mis manos le presionaba la base de su verga larga y finita, pero con un glande hinchado, púrpura y repleto de presemen, con la otra no paraba de colarme dedos en la vagina. Tenía razón el vieji. Mi bombacha era un pedazo de tela inundada de flujos, caliente y apretada, ya que me quedaba media chicona. Eso hacía que no pudiera frotarme el clítoris con facilidad. Porque, encima tenía las piernas apretadas. Sin embargo, en todo lo que pensaba era en sacarle toda la lechita a ese caballero de ropa rotosa, con olor a pintura y aliento a cigarrillo. Lo logré luego de que me pidiera que me siente en el inodoro con el pantalón y la bombacha en los pies.
¡Quiero darte la leche mientras hacés pis guachita preciosa, y te juro que tu papi nunca se va a enterar de esto!, me chantajeó. No me importaba que mientras mi boca le succionaba esa verga cada vez más altiva, y sus ojos me veían meando como una putita cualquiera, que sus manos me acaricien la panza y, que de su boca se oyeran puras frases morbosas, tales como: ¡Mirá lo gordita que estás! ¡Pero te encanta la leche de los maduritos! ¡Sos una sucia, y tu papi es un boludo, porque no sabe el pedazo de hembra que tiene en la casa, y lo vas a hacer abuelo por putita!
Cuando acabó fue justo en el momento en el que me limpiaba la conchita con papel higiénico, y mi boca saltaba sobre la tensión hecha carne y músculo de su pene endiablado. Me la tragué toda mostrándole cómo lo hacía, y al fin salimos del baño. Esa tarde terminé pajeándome como una quinceañera en mi cama, viendo videos y leyendo relatos eróticos.
Hubo muchas mañanas como aquellas. Cuando veía la posibilidad de engatusar a alguno de los clientes, generalmente mayores de 40 lo hacía poniendo a disposición todas mis armas de engaños para obtener lo que deseaba. Mucha lechita en mi boca. Me hacía la que me descomponía, la que perdía el equilibrio o me mareaba, fingía ataques de tos si alguno entraba fumando para que se fijen en mi pancita, o cuando me subía al banquito para alcanzar todo lo que estuviera en lo alto de los estantes dejaba que se me vea la bombacha, o simplemente la cola, ya que en ocasiones no usaba ropa interior. Una de esas mañanas me apropié de tres lechitas distintas. Pero la cosa es que la bola se empezaba a correr, y entonces, algunos venían con el pretexto de comprar cualquier pavada para entrar al bañito de la mano conmigo y mostrarme sus pijas durísimas.
Una vuelta, pasó que tuve un descuido que me valió el mejor polvo de mi vida. Ya era cerca del mediodía, cuando mis papilas gustativas reverenciaban el sabor y la textura de la pija de don Mario, el carpintero más conocido de nuestro barrio. Esta vez no fuimos al baño. él permaneció de pie contra el mostrador, y yo a sus pies arrodillada como una perrita bandida, no paraba de lamerle el pito, de babeárselo todo, de castigarme las mejillas con él ni de olerlo como una desquiciada, con las tetas al aire y ya casi de 7 meses, por lo que mi panza había tomado otras dimensiones, y eso a don Mario lo excitaba aún más.
El hombre me ordeñaba las tetas como si fuesen las de una ternerita. Sus dedos parecían las pinzas que les ponen a las vacas en las ubres para exprimirles toda la leche. Entonces, mis gemidos se atragantaban en mi piel porque su leche comenzaba a liberarse toda en mi boca, y mis pies ya casi no sentían el peso de mi cuerpo al estar tanto tiempo doblados, en una especie de hormigueo insoportable. En ese preciso segundo, en el que su semen parecía escaparse de una canilla, entran mis hermanos Sergio y Diego. Había olvidado cerrar la puerta, incluso hasta por seguridad. Pero ahora era necesario que nadie entrara, o tendría serios inconvenientes con mi padre.
En efecto, mis hermanos echaron a don Mario a los empujones, mientras yo lo defendía haciéndome cargo del celo de mi boquita lechera. Diego fue el que me zamarreó del pelo diciéndome: ¡Vos callate calentona de mierda, y tapate esas tetas!
En ese mismo momento Sergio discutía con Mario en la vereda de la ferretería, quien finalmente se fue contrariado, olvidando un buen torrente seminal en mi boca. Yo escuchaba insultos, exclamaciones y amenazas.
¿Qué mierda te pensás que es esto pelotuda? ¡Es el lugar del trabajo del viejo, y no un puterío Diana!, dijo Sergio sacándose el suéter con urgencia.
¡Esto el viejo lo tiene que saber! ¡Pensar que yo me re cagué a piñas con Ricardo, con el negro Ale y con el hijo de don Carlos! ¡Todos decían que vos eras una peterita!, me confió a los gritos Diego, con los ojos fuera de eje y las manos torpes. Yo no tenía elementos para defenderme ni desmentir todos esos rumores. Me estaba excitando que mis hermanos me acusen, me miren las tetas, ya que no me las cubrí, y que en especial Diego haya sido el que me propinó una buena cachetada cuando le dije que ellos no son quienes para meterse en mi vida. ¡Me gustaba que me hablen así!
No sé cómo fue que llegamos a esto. Pero, en menos de lo que mi cerebro pudo procesar, mi voz pudo explicar o mi cuerpo intentar modificarlo todo, yo estaba a upa de Sergio que me metía mano por todos lados. A mi derecha estaba Diego, quien ya había cerrado las persianas y la puerta de entrada con llave.
¡Dale Diana… agarrame la verga perra… apretala, pajeala bien!, me dijo diego cerca del oído, mientras la pija de Sergio se hacía sentir sobre mis nalgas. Le crecía irremediablemente, y a mi boca ya le aparecían las primeras cosquillitas.
¡Qué pesadita que estás hermanita eh! ¿Hace cuanto que no cogés pendejita? ¡Tenés la bombacha re mojada, sucia de mierda, pero me re calienta!, decía Sergio con sus manos recorriéndome todo lo que quería, incluso logrando que sus dedos surquen la entrada de mi vagina sobre mi bombacha.
¡Dale nena, bien, así, fuerte, hacelo así, despacito y fuerte peterita chancha! ¡Ayer te vi acostadita en el sillón con media teta afuera, y me re pajeé imaginando que me entregabas el culo guacha putita!, decía Diego con su pija cada vez más dura, hirviendo y a punto de estremecerse en la palma de mi mano, ahora babeada porque él me pedía que me la escupa para luego volver a ordeñársela.
¡Yo la vi el otro día en bombacha, y culo para arriba! No me le tiré encima porque no quería asustarla! ¡Aparte andaba el viejo por el patio! ¡Pero con esa panza toda desparramada en la cama… de la que zafaste putona! ¿Te gusta sentir mi pija en el culo hermanita?!, decía Sergio, levantándome de a poco para pelar su pija en estado de gracia, bajarme el pantalón y la bombacha y metérmela sin anuncios ni jueguitos en la concha.
¡Diego, sacale todo, y hacela oler su bombachita a la petera de la casa!, le ordenó Sergio, regalándome las primeras sensaciones con esa pija gruesa, lubricada por su presemen y por los flujos que irrumpían en mi concha como una caldera. Entonces, pronto mi nariz era víctima de la fragancia de mi intimidad, mientras Diego me chupaba las tetas, de las que ya salía como una agüita, preparándose para convertirse en manantiales de leche para mi bebé. Él fue el que me puso un cigarrillo en la boca y me obligó a fumar, mientras mis gemidos se agudizaban por las arremetidas de la pija de Sergio en mi vulva, y por sus tremendos chupones a mis pechos erectos. Sergio fue el de la idea de que mi mente luego se relaje un poco cuando Diego me hizo beber dos vasitos de tequila, y entonces, yo que hasta entonces no podía hablarles, y solo me dedicaba a cumplir con sus requerimientos, me ligué unos pijazos, cachetadas y tirones de pelo que me encantaron cuando abrí la boca para defenderme.
¡Ustedes son unos alzados de mierda! ¡Yo estoy preñada y me cogen igual! ¡A vos Sergio, te vi la pija muchas veces, y a vos Dieguito siempre te la quise mamar! ¡Una vez amanecí toda mojada soñando que me dabas tu leche en las tetas!, les decía, mientras saltaba sobre las piernas de mi hermano, ensartada por la concha, y pajeando a Diego con más brutalidad que delicadeza.
En eso Sergio me pide que me arrodille pero con la cola paradita, para que de esa forma mi boca se entusiasme largo rato lamiendo la pija de Diego, y él por su parte se pajeaba contra mi cola. Hasta que encontró la manera de calzarla en mi conchita y entonces volví a sentirme tan puta y perversa como antes. Diego me dio toda su leche en la boca en cuanto le dije que quería verlo coger con su novia, y que esa boluda después me chupe las tetas. Ni siquiera entendía por qué le decía eso. Pero mis palabras cargadas de morbo los calentaba cada vez más.
Sergio me acostó en el mostrador, y separándome las piernas para colocarse entre ellas, primero me lamió la conchita punzando mi ano con uno de sus dedos, y luego se puso de pie para largarme toda su lechona en la vagina, después de darme unos bombazos ruidosos, percusivos, asesinos y difíciles de olvidar.
¡Todavía no te cogieron esa colita! ¿No cierto guacha?, preguntaba Sergio, mientras Diego me prometía que el viejo nunca se iba a enterar de esto si les decía la verdad. Pero que había una condición.
¡Iván y Facundo no pueden quedar afuera de semejante bebota en la casa! ¿Me entendés Diana? ¿A vos qué te parece? ¡Sería lo justo!, ironizaba con una sonrisa desleal mi hermano, mientras Sergio me ponía la bombacha y volvía a chuparme las tetas.
¡Mirá pendeja, desde mañana, siempre que alguno de los 4 necesite que nos chupes la pija, vos vas a nuestro cuarto, te quedás en bombachita para verte esa panza y esas tetas preciosas, y no te vas hasta que te tragás todo todo!, sentenció Diego.
¡Y si alguno de nosotros te quiere coger, te dejás putita!, agregó Sergio nalgueándome suavemente.
¿Y quién va a ser el encargado de desvirgarle el culito a esta calentona?, averiguó Diego, como si se lo cuestionara a un ser invisible.
Al rato, Sergio hace un llamado al celular, y casi termino por desvanecerme de calentura con solo escuchar la voz de él, a pesar que Diego le pidió que active el alta voz. Por supuesto que el cabrón no le dio el gusto.
¡Es cierto Facu! ¡Te lo juro! ¡Hoy la encontramos mamándole la pija a don Mario!, dijo Sergio. Luego una pausa, una exhalación y un bufido.
¡El Diego y yo! ¡Es más… te cuento que ya le dimos su merecido!, agregó entonces, mientras se sentaba en el mostrador.
¡No boludo, no nos negó nada, y se re dejó!, dijo, un poco más bajo de lo normal.
¡Sí, alzada es poco… no da más, pero la tenemos que coger nosotros, para eso es nuestra hermana! ¡Bah, al menos eso pensamos con el Diego!, se expresó fregándose los ojos.
¡No, yo diría que al viejo no le digamos! ¡Salvo que se retobe! ¡Y no te asustes, que no le hicimos daño!, le aseguró, haciéndole una mueca a Diego, que volvía a acariciarme las tetas.
¡Yo diría que si le querés hacer el culo, el sábado la enfiestamos los cuatro, y vos se lo estrenás! ¿Qué te parece? ¡Aaaah, y está de siete meses!, le confirmó a una pregunta que no oímos pero que era de fácil deducción.
¡Sí, se moja, y yo creo que hasta se mea encima de lo caliente que está!, le confió, invitándome a que le abra las piernas con señas.
¡El Diego en la boca, y yo en la concha!, me expuso buscando un encendedor para prenderse un pucho.
¡Dale pibe, nos vemos, y contale a Iván! ¡Al final, tus sospechas eran ciertas! ¡Sos un crac! ¡Chausito nene!, le dijo, y revoleó el celular sobre el mostrador. En ese momento supuse que cada uno retomaría sus actividades. Sin embargo, ni bien me levanté para vestirme, Diego me atajó en el aire y me arrinconó contra la pared, mientras me decía: ¡Vos no vas a ningún lado pendeja! ¡Ahora vamos a tu pieza, y nos vas a sacar más lechita, a los dos!   Fin

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Comentarios

  1. Buen relato Ambar... pero hacemos caso, crea una segunda parte de esta puta ya con el bebé y siendo una guarra

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  2. ¡Hola Aquiles! sería muy excitanee convertirla en esa chica sucia, desprejuiciada y perversa. si te parece, podés escribirme al mail todo lo que te gustaría que suceda con ella, y con gusto lo leeré. ¡Besos!

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