Chiquita tentadora

La vida me prestó un infortunio tan dulce como perfecto. No estaba en mis intenciones desaprovechar aquel oasis turbulento, apetecible y cargado de adolescencia. Ese mediodía había decidido faltar al gimnasio, y como tenía verduras y carne en la heladera, no necesitaba salir a comprar nada. Estaba revisando el facebook, tirada en calzones en el sillón como una pendeja, un poco excitada por las fotos que había en el álbum de mi sobrina. Me encantaba verla en bikini, haciendo toples en la playa, poniendo carita de perra en celo para que los pibes le comenten, y posando en ropita interior con otras amigas. Además soy su madrina.
A pesar que tiene 15 años, no puedo dejar de ratonearme con ella. Vivo imaginándola desnuda en mi cama, y si lo pienso muy fuerte me mojo inevitablemente.
Seguía fascinada con sus fotos, cuando suena el timbre. Podía ser alguien del correo, ya que tenía que recibir una encomienda importante. Por eso me puse una bata bastante ordinaria para mirar por la ventana. Allí mis ojos contemplaron azorados a una chica de unos 16 años, desalineada, flaquita aunque tetona, con el pelo en una cola y con carita de inocencia.
¡Señora, no quiere que le limpie el jardín, o que le haga un mandadito, o que le barra la vereda?!, dijo con la voz en un hilo de esperanza.
Mi sexo pensaba más rápido que mi cerebro atontado.
¡Eeeeem, mirá, necesitaría que me riegues las plantas del patio! ¿te animás?!, le dije abriendo la ventana para observarla mejor. Ella sonrió y, entonces la hice entrar a mi casa.
Le di un vaso de jugo, le pregunté el nombre, la edad, si iba al colegio, y la acompañé al baño para que se lave las manos.
¡Me llamo Luciana pero me dicen Lula, tengo 15 y no voy al colegio! ¡Tengo que trabajar, aunque no me guste!, me explicaba en el camino.
Mi calentura no sabía cómo resguardarse en mi pecho cuando la veía lavándose las manos. Su olor a callejera, a sudor, a pis y a ropa usada me erotizaba como nunca lo hubiese idealizado.
Le toqué el culo haciéndome la boluda, y, ella se quejó. No le pedí disculpas. De hecho, se la pellizqué y le di una nalgadita.
¿Qué le pasa señora?!, dijo impertinente.
Su vocecita empezaba a calentarme más. Quería su boquita humilde bien pegadita a mi vulva, sorbiendo cada gota de mis jugos y endureciéndome el clítoris con los roces de su lengua.
¡Si querés plata callate nena, y haceme caso!, le dije irreflexiva. Le bajé el pantalón y le pegué más fuerte en la cola. Fueron varios chirlos los que desencadenaron en sus grititos incómodos.
¡Sacate esa remera pendeja, que vamos a regar las plantitas!, le endulcé mis palabras mientras le amasaba las nalgas sobre su bombachita verde. Como no lo hizo, me acerqué a su cara, la miré a los ojos y busqué sus labios para besarlos. Pero su rebeldía no quería colaborar conmigo. Entonces le escupí la cara, apretándola contra el lavatorio, y le tomé las manos para chuparle los deditos, uno por uno. Le saqué la remera sudada forcejeando con su actitud, le palpé las tetas desnudas, ya que no tenía corpiño, y se las olí enfermita de deseo.
¡Me encanta tu olor chiquita, tenés unas tetas hermosas! ¿Ya cogés vos?!, le pregunté cuando algunas lágrimas impotentes que le caían de las mejillas parecían evaporarse en el espejo de una felicidad más auténtica.
¡Dame un beso pendeja! ¡Quiero probar esa boquita, con la que seguro chupaste un par de pijas, puerquita! No?!, la acusé, y empecé a morderle los labios, fregándole la vulva sobre su bombacha y fundiendo sus tetas en el fragor de mi pecho que latía como una comparsa.
Salimos del baño, la llevé de la mano al patio, le di la regadera mientras la descalzaba, y la dejé hacer su trabajo, sin perderme detalles. ¡tenía a una nena en bombacha, en mi patio, salpicándose con agua, llena de incertidumbre, esforzándose para que mi dinero honre sus acciones!
Regó los malvones, el limonero, los jazmines, las lilas y las magnolias. No había terminado cuando se me antojó llevarla a la cocina para que almorcemos. Algo en el fondo me decía que debía humillar a esa mocosa.
Cuando llegamos a la cocina le hice preparar una ensalada con tomates, lechuga y cebolla, mientras yo no dejaba de apoyarle las tetas en la espalda, de darle mis dedos a su boca para que me los lama y muerda, de acariciarle esa cola perversa y de incitarla al oído para calentarla.
¡Sos hermosa bebé! ¡Me hubiese encantado darte la teta de chiquita, y bañarte, arreglarte este pelito, y apoyarte así, como ahora! ¿Cuántas pijas te metiste en la vagina mi vida? ¿Te gustan las mujeres maduras putita?!
Ella lavaba, y cortaba la verdura, y dejaba que yo le abra las piernas, la roce y le bese el cuellito. Se le escapaban algunos gemidos por más que no lo quisiera hacer evidente. Mis 40 años jamás habían estado en la cúspide de lo que quizás fue la fantasía de mi existencia, la de dominar a una chiquita como ésta.
En breve, mientras almorzábamos le pedí que no use los cubiertos para comer el último trocito de carne que le quedaba en el plato. Le sugerí que lo tome con su boca, y aunque me miró como diagnosticándome un cuadro de locura irreversible, lo hizo, además de lamer todo el jugo de la ensalada.
Le serví dos copas de vino, por más que me advirtió que no tomaba alcohol, y el resultado de su sangre se vio de inmediato. Cuando le ordené que lleve los platos sucios a la bacha, la observé perder el equilibrio un par de veces. Me dijo que se sentía mareada.
Cuando pensó en volver al patio para terminar con su tarea, la llamé para ordenarle lo que siempre me había quitado el sueño.
¡Sacame los zapatos y las medias, sentate en el piso y lameme los pies, dale nenita!
Lula no puso ni una condición. En cuanto su lengua tocó mi pie derecho desnudo empecé a gemir, y quizás eso la motivó a chuparlo, besarlo, acariciarlo, llenarlo de masajes y sobaditas que me hacían vibrar. Hizo lo mismo con el otro, y le agregó unas mordiditas dulces, con un poco más de saliva y unas frotadas magníficas.
¡Nunca chupé una pija señora, pero en la vagina me metieron varias! ¡Y, no sé si me gustan las maduras! ¡Lo que sí, tengo una amiga que, si le miro mucho las tetas, me re caliento! ¡A veces más que si pienso en una pija parada!, dijo lamiendo los dedos de mi pie derecho mientras me frotaba el otro.
Enseguida su boca rodaba en mis piernas, mis rodillas y mis muslos con unos besos tan angelicales como lujuriosos.
No tengo bien en claro cómo fue que decidí llevarla a mi habitación. Pero entonces, ya adentro la empujé sobre la cama, le mostré un fajo de billetes y, a la vez que le decía que serían suyos si se portaba bien conmigo, friccionaba mis tetas contra sus pezones durísimos.
¿Y, fantaseás con morderle las tetas a tu amiguita? O de frotarle tu conchita en la de ella? O que te meta un chiche en el culo pendejita?!, le pronunciaba suave al oído, mientras ella se devoraba mi cuello con unos chupones ruidosos.
De pronto le puse los talones debajo de la cola y le llevé la bombacha hasta un poco antes de las rodillas.
Le saqué un par de fotos así. Tenía que inmortalizar mi sueño hecho realidad para siempre. Además tenía que mostrarle eso a mis amigas.
Le vendé los ojos con un pañuelo, le até las manos a la espalda, y sin permitirle sacar los talones de allí comencé a rozarle los pezones con una plumita, y los labios con un consolador. Sus gemidos le aceleraban la respiración minuto a minuto, y la piel se le erizaba como no pudiendo soportarlo. También le paseaba mis tetas por la cara, le dejaba gotitas de saliva en la pancita cuando se la besuqueaba, y le tocaba la vagina con el chiche sobre su bombacha.
Nada podía ser ni estar mejor. Luciana ya me suplicaba que le hiciera lo que quisiese, pero que ya no la torture de esa manera. Entonces, tomé un consolador de los que vibran y lo encendí, solo para apoyárselo en la vulva, mientras con la plumita seguía endureciéndole los pezones. Eso la desencajó por completo. Hasta llegó a decir que se haría pis encima si no apagaba ese juguetito.
¡Basta doñaaa, se lo pido por favor, me está matando de calentura!, dijo en un momento, justo cuando le descubrí algunas lagrimitas en los ojos mientras le quitaba el pañuelo.
Ahí tomé la decisión de estirarle las piernas y sobárselas para evitarle calambres, le subí los pies, la puse colita para arriba y le di unos cuantos chirlos, luego de haberle colocado un almohadón abajo del pubis. Es más, se lo hice abrazar con las piernas para que el impacto de cada una de mis nalgadas logre un shock entre su clítoris y la almohada. De vez en cuando le mordía un glúteo, o se lo pellizcaba.
Ahora sus gemidos eran más agudos, inclementes, musicales y desprotegidos. Entonces le pedí que no se mueva, y fui a la cocina en busca de unos hielos. Regresé a ponerle un cubito entre las nalgas para esparcirle uno por la espalda, y para frotarle otro en las plantas de los pies. Además de eso la cubría de besos, y no abandonaba la idea de nalguearla cada vez más fuerte.
Cuando creí que ya era suficiente, la di vuelta para retirarle el almohadón, y me sorprendí de lo empapado que lo había dejado.
¡Estás segura que no te hiciste pis chiquita?!, le dije al oído, lamiéndole el lóbulo de la oreja con un hielito en mi boca. Me juró que no, pero que le dieron ganas de hacerlo.
La obligué a lamer sus propios jugos, le recorrí toda la carita con la lengua y le saqué por fin la bombachita, que no tenía tanto olor a pichí como su conchita cubierta de una suave alfombra de vellos delicados. Le abrí las piernas para meterle apenas la puntita del primero de los consoladores que había usado, y le brillaron las mejillas cuando le dije: ¿Querés que te coja chanchita?!
Pero la dejé con las ganas. Le puse un hielito entre los labios vaginales, le hice oler su calzón y le di una cachetada diciéndole: ¡Sos una grandulona para andar con la bombachita roñosa, pendeja!
Ella se estremecía, totalmente sumisa y entregada. el no poder utilizar sus manos la desesperaba, y yo me alimentaba de su sufrimiento.
Entonces le volví a cubrir los ojos con el pañuelo, la ayudé a sentarse en la cama, y busqué en mi placar, hasta encontrar mi adminículo favorito. Una bombacha con un pito doble.
Ella no podía adivinar lo que le estaba poniendo. Cuando llegué a sus rodillas, tuve que zamarrearla para que se quede quieta. No creo que desconfiara de mí, pero a cualquiera lo desorienta no poder mirar lo que pasa a su alrededor, y consigo mismo.
Le pedí que me levante un poco la cola para terminar de ponérsela, y cuando ya estuvo lista, yo le introduje el pito de goma en la vagina. Gimió sorprendida, y hasta se echó una escupida en las tetas cuando comencé a penetrarla muy suavecito.
¡Te gusta pendeja? ¿Te calienta esto? ¡Ahora sos una hermosa nena con tetas, y con pito!, le decía mientras le desataba las manos.
¡Mirá, tocate entre las piernas!, le propuse para que lo reconozca, todavía sin su campo visual habilitado.
Ahora la guacha fregaba la cola en el colchón, al tiempo que yo le chupaba la verga, hincada entre sus piernas abiertas. Con los movimientos de mi cabeza lograba penetrarla más, y sus olores profundizaban las morbosas sensaciones que mi cerebro me proporcionaba. Además de rasguñarle las piernas y de intentar meterle un dedo en el culo, le frotaba el clítoris y le escupía la bombacha. Por ahí le ponía un hielito debajo de la cola, y después se lo escabullía en la boca.
¡Qué puta que me siento! ¡Quiero acabar señora, no puedo más!, me advirtió mientras intentaba sacarse el pañuelo.
Yo encendí un cigarrillo, la puse de pie y, después de pedirle que se pajee el pito de juguete como si fuese un varoncito, le puse un vestidito que habitualmente uso para dormir, y le di el cigarrillo para que fume. La pibita estaba parada, tocándose el pito y hundiéndose el que aún yacía en su sexo cada vez más. Yo me frotaba la concha empapada, y le daba mis dedos a su boquita para que me los limpie.
Hasta que no pude soportarlo más. No era justo que sus gemidos me perturben tan irracionalmente!
Me tiré boca arriba en la cama con las piernas abiertas y se lo pedí sin contenerme:
¡Cogeme nena, dame pija, y vení que te como esas tetas!
Luciana se derrumbó sobre mí, me calzó el chiche en la concha sin ningún esfuerzo gracias a los líquidos que le dediqué todo el día, y empezó a moverse, a frotar sus tetas en mi cara para que mi lengua se las santifique, a gemir y jadear con la voz más parecida a la de una nena caprichosa, y a hacerme arder de calentura cuando me chuponeaba el cuello.
Yo le tironeaba el vestido, la agarraba de las nalguitas para pegarla más a mi pubis, le hacía lamer el dedito que le hundía y sacaba del culo, y le prometía más plata si pasaba al menos una vez por semana a echarse un polvo conmigo.
¡Cómo te gusta la pija en la conchita bebé! ¿Te pone loquita saber que una mujer te coge así?! ¡Chupame las tetas y escupíme la cara villerita sucia!, le decía, ya casi en el portal de un orgasmo que amenazaba con arrancarme un alarido difícil de ocultar.
¡Tomá puta, sentila toda, te gustan las nenas con pito? Te gusta que sea sucia? Que me deje manosear por una vieja alzada?!, dijo con insolencia, mientras ahora 2 de mis dedos le revolvían el culito.
¡Nooo, basta señora, que me hago pis, no siga, en la cola no!, me previno, sabiendo tal vez que no le haría caso.
¡Uuuupaaa, por la cola también te comiste alguna pijita, no guachona? ¡La tenés re abierta! ¡Meate si querés, pero no pares de cogerme cochina!, le grité, gozando como una perra del estado de shock en el que había entrado su cuerpo.
De repente se quedó inmóvil, después de una fricción veloz, impiadosa y repleta de brazas invisibles en su piel. Se quedó quietita con su pubis pegado al mío, como si me estuviese descargando toda su leche en la concha, como un varoncito calentón. Seguido de eso, sentí que comenzaba a aliviarse, y al mismo tiempo, que un chorro caliente, largo y cuantioso descendía por mis piernas, las sábanas, y que goteaba en el piso.
Me la saqué de encima, la arrodillé al lado de la cama y le ordené imperativa, aunque sin perder la cordura: ¡Limpiame el piso, vamos, con esa lengua pendeja! Lamé tu pichí del suelo, y de las sábanas!
Mientras la veía hacerlo le daba chirlitos en la cola con un libro.
Le saqué la bombacha con pito y la empujé desencajada en la cama, cuando sus labores ya me rompían la cabeza, y entrelazamos las piernas para frotarnos las conchas. Fue tan increíble que, las sábanas nos quemaban la piel, y el aire era como de papel consumiéndose en el calor de nuestro incendio. la atrevida me cogía el culo con sus dedos, y su conchita quería amarse tanto con la mía, que su clítoris hasta le dolía de tantos orgasmos.
Cuando el cansancio, mis obligaciones, el teléfono insoportable en el living, el sol cada vez más lejos de los ventanales, y un trato ilegal por cerrarse entre promesas sin futuro nos acecharon, resolví prestarle una bombacha y un corpiño de mi sobrinita, y le pedí que se vista con el resto de su ropa. Le di el fajo de billetes convenido, le chupé una vez más esas tetas apetecibles, me agaché para olerle esa chuchita hermosa, le comí la boca y la acompañé a la puerta trasera de la casa. No era saludable que algún vecino la vea a esas horas, sola y con tanta guita encima. Para convidarle mayores morbos a mi calentura, la obligué a meterse el dinero entre el corpiño y sus tetas.
¡Señora, no terminé de regarle!, me dijo cuando le apoyé la concha en el culo, antes de despedirla.
¡Tranqui nena, que cuando vengas quiero que me riegues la cama con los juguitos de tu vagina de putita barata! Y no pares de coger, cogete a todos los pibes que te calienten la argolla! Lo vas a hacer? Me lo prometés?!, le dije con un beso en la boca, mientras su lengua parecía entristecerse, antes de convertirse en un pedacito de luz entre la neblina que caía en la ciudad.
Si no hubiese sido que tenía que ir al hospital a ver a mi madre, a esa chiquita me la cogía toda la noche!     Fin

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