Dirán seguro que soy una morbosa, una
inescrupulosa mujer de hielo, condenable y tan insensible que merece el peor de
los castigos. Pero les juro que esa noche no tuve ganas de detener al galope
desbocado de mis instintos.
Había ido a comer a la casa de mi prima
Claudia, con quien siempre fuimos muy compinches. Hicimos todo el primario y
secundario juntas, y empezamos a estudiar derecho. Pero ella abandonó en
segundo año. Yo la alenté a que lo hiciese, pues, no se sentía a gusto con la
carrera, y la cuota mensual no era muy pagable que digamos. Sin embargo, hoy está
a punto de recibirse de licenciada en recursos humanos.
Esa noche se parecía a todas las que
organizábamos para comer juntas. Yo elegía el menú, y ella la peli que veríamos
durante el postre.
Ese día mi ex pareja se quedaba a cargo de
Catriel, nuestro hijo de cuatro años. Las cosas con él no funcionaron luego de
que se enteró de mi embarazo. Sus temores y la influencia de la bruja de su
madre hicieron que sus sentimientos, los que me juró tan sinceros como llenos
de eternidad, sean solo un pedazo de hierro sepultado bajo tierra.
Entonces, y como yo decidí tener a mi hijo, él
optó por separarse de mí. Eso no quita que como padre haya logrado doblar mi pensamiento.
No deja que a Catriel le falte nada, se ocupa de él, lo lleva a pasear, lo hace
partícipe de su vida, y eso al menos les retribuye a mis viejas heridas un poco
de aire fresco.
La cosa es que el niño no podía estar con
nosotras, porque nunca se sabía en qué podía terminar nuestra noche. A veces
Claudia llamaba a dos o tres chongos para enfiestarnos, o le pintaba ver pelis
pornos hasta no resistir la calentura y, entonces someterme en su cama al fuego
de su conchita deliciosa.
Sí, ella y yo nos revolcamos hace dos años, y
para mí fue todo un reto hacerlo. Las dos nos gustamos desde nenas. Yo lo
sabía. Pero no estaba segura si ella lo notaba, o si quería provocarme, o si yo
nomás era la enfermita.
Cada vez que le veía la bombachita por debajo
de las minis que usaba cuando era pendeja, por las noches no podía dormir de
tanto soñar que me la garchaba, y no paraba de mojarme. Verla
circunstancialmente desnuda cuando nos cambiábamos para meternos a la pile, o a
la vuelta del gimnasio, o antes de irse a bañar las veces que se quedaba en
casa, era para mi cuerpo un sismo incontrolable, un segundo suspendido en la
figura perfecta de sus curvas, en su olor penetrante y en lo resuelta de su
personalidad para pasearse así por toda la casa.
No obstante, cogí con tipos desde mis 16 hasta
hoy día, que tengo 30. Mi familia no me hubiese permitido tener una novia. Mis
amigas son más cerradas que el culito de una muñeca. Mis hermanos dejarían de
hablarme si yo les contase que estuve con una mujer, y vaya a saber qué otras
represalias tomen al enterarse que me encamo con nuestra prima.
La última noche todo estaba perfecto. Catriel
con su padre, el pollito dorándose en el horno, Claudia en pelotas,
suplicándome que me saque todo con su lengua rodeando mis pezones, una música
lenta de fondo y un aroma tan sensual como la primera vez que nos hicimos el
amor.
Pero de pronto sonó el timbre, y un
inexpresivo huracán de angustias amenazó con arrasar con todo lo que habíamos
creado. En el apuro yo solo atiné a apagar el horno, mientras Claudia se
envolvía en un toallón.
No sabíamos cuál de las dos abrir. Estábamos
muy encendidas, y yo particularmente toda chorreada. Es que, nada me calienta
tanto como que me chupen bien las tetas.
¡dale boluda, abrí que llueve como la mierda,
dale conchuda!, se oyó segundos antes de que Claudia abriera la puerta, algo
más calmada al reconocer la voz indulgente. Era Vanina, su mejor amiga. No
tenía un buen semblante, y además su bebé lucía casi tan nervioso como ella. Se
abrazaron como amigas, y Claudia los invitó a pasar. Afuera era un diluvio
persistente lo que acortaba la visión y las esperanzas para nosotras. Se nos
hacía difícil encontrar momentos para cogernos. Vanina lo había estropeado
todo, y aunque Claudia se esforzaba por ser amable con ella, yo notaba su
fastidio por su inoportuna llegada. Yo le serví un juguito y le pregunté si
había comido algo. Ella dijo que no con la cabeza, y luego le explicó a su
amiga el motivo de su visita.
¡boluda, mi viejo se volvió loco! ¡Se enteró
de que soy torta… y no le alcanzó con agarrárselas con mi vieja! Me echó de la
casa, solo porque me gusta la concha y no la pija, ¡¿entendés?! ¡Es un
pelotudo, porque también está echando a su nieto!
Claudia se sentó a su lado, y mientras la
secaba con un toallón floreado, la descalzaba y le retiraba la camperita de
hilo empapada por la lluvia, la escuchaba sorprendida.
¡aparte, cada día se escabia más, y se pone
tan violento que, al otro día ni se acuerda de lo que hizo!
Claudia la serenó, y luego de ofrecerle un sinfín
de soluciones la invitó a comer formalmente. Yo, entretanto me ocupaba de
terminar el pollo y unas ensaladas.
Vanina aceptó, y entonces Claudia nos pidió
permiso para irse a poner algo. Vanina le dijo que si es por ella se quede en
bolas, que así es más sexy. Pero Claudia se fue a la pieza para buscar un
vestidito suelto.
En ese momento, un sacudón ardió en el fondo
de mis entrañas al ver cómo el bebé se alimentaba de las tetas de Vanina, unas
gomas sensuales, con los pezones hinchados y blancuzcos por la leche. Me
estremecí porque, el pasado se me vino encima. Me recordé tirada en la cama con
mi Catriel prendido de mis mamas, succionando para calmar su hambre, sin saber
que eso me excitaba como una perra. La mayoría de las veces mi mano buscaba
friccionar mi clítoris por debajo de mi bombacha, mientras su boquita
inmovilizaba mis pensamientos. Acababa como loca, y hasta disfrutaba si el
guachito me mordía el pezón. ¡En ese momento, cualquiera que entrara al cuarto
con la pija parada podía violarme si lo quisiera de lo alzada que me sentía! Un
par de veces hasta me hice pipí en la camucha con Catriel sorbiendo y jugando
con mis tetas cuando ya estaba llenito.
Pero, pronto su voz me dio un golpe de
realidad cuando me dice: ¡vos sos Rocío no? La prima de Clau!
No me dejó contestarle, y como Claudia había
recibido un llamado de mi tía al celu, no me quedó más que entablar diálogo con
ella.
¡por lo que sé, tenés un hijo de tres años, y
sos lesbi! Es duro nena, porque todos te juzgan, ¡y más si tenés un pibe! Pero
bueno, si tenés un buen laburito, y encima sos linda, ¡por ahí la piloteás! y
vos sos una bombona!, concluyó sonrojándome hasta las pequitas que tengo en la
cola.
Le di las gracias por el piropo, le conté un
poco de mí, y cuando le dije que no tenía novia los ojos se le iluminaron como
dos soles celestes, y dijo: ¡viste qué lindo es darle la teta a tu hijo? ¡No
sé, yo podría estar horas así… además mi chiquitín es un santo!
No sé cuáles habrán sido mis gestos o
expresiones, pero no tardó en agregar: ¡es un garrón que tu padre te descubra
justo en pleno garche con una mina! ¡¿Nunca te pasó a vos?!
Me reí, y le juré que no, sintiendo su mirada
recorrerme entera, y sin dejar de admirar esas tetas desnudas, de las que
goteaba leche porque el bebé ya se le había dormido en los brazos.
Se levantó en cuanto le dije que no faltaba
mucho para la cena, y acostó al niño en el cochecito que yo dejé allí para los
días que voy con mi hijo.
Pero en lugar de acercarse a la mesa, volvió
al sillón desde donde me llamó solo con miradas extrañas, sin taparse las tetas,
y con la voz apenas audible. Cuando estuve al lado de ella me murmuró: ¡te
gustan? ¡Te vi cómo me las comías con los ojos! Dale Ro, chupalas que, ¡estoy
re mojadita de tanto mirarte el culo mientras cocinabas! ¡Dale, chupame las
tetas!
No pude resistirlo. No la conocía, pero tenía
química con ella. Me atraen las mujeres dominantes, y Vanina parecía tener
experiencia con sumisitas como yo. Por eso, cuando mi pelo cubrió sus pechos y
mi boca rodeó uno de sus pezones, gimió con un tiritar que me impulsó a
sorberlo más, a amasarle bien las tetas y a besarlas, mientras una de sus manos
sobaba mis nalgas, y su voz me susurraba al oído: ¡chupá nena, comeme toda, y
mostrame las tuyas! animate… seguro te calentabas como yo cuando tu hijo te las
mamaba no?!
Me dio confianza oírla excitada, y, de alguna
forma que su morbo coincida con el mío me incitaba a lamerla toda.
¡sí Vani, me encantaba que me chupe las tetas!
me re pajeaba mientras lo hacía, ¡y un par de veces me hice pis de la
calentura!, le confesé cuando su mano logró tironear mi calza hacia abajo para
exhibir mi cola bajo una bombacha blanca inundada de jugos.
¡de verdad? Yo una vez hasta me puse pañales
para acostarme con mi hijo, y mientras le daba la teta me meé toda, ¡y recién
ahí me masturbé!, redobló su confesión cuando ya nos comíamos la boca, y
mis tetas estaban tan desnudas como las de ella, emocionadas por el tacto de
sus dedos.
¡qué chanchita sos Vani!, pude decirle cuando
sus labios se merendaban mis pezones, y uno de sus dedos transgredía mi
bombacha para anidarse en mi vagina. No le fue difícil por lo lubricadita que
estaba, y porque al estar parada frente a ella le proporcionaba mis mejores
aperturas.
Pero pronto me dijo: ¡dale Ro, mirá cómo me
sale la lechita de las tetas!
En ese exacto momento Claudia hizo su
aparición con un vestidito corto pegado al cuerpo. Lejos de asombrarse nos
ofreció ir a su cama.
¡eeepaa chicas, quiero verlas coger en vivo, y
pajearme toda… vamos a la pieza, y después comemos!
No hubo forma de rechazar semejante propuesta.
En segundos Vanina estaba despatarrada en la cama, descalza y desnuda de la
cintura para arriba. Yo, bien pegada a su lado le tomaba la lechita de esas
tetas preciosas, y Claudia me dejaba en bombacha.
¡pajeame nena, y tomá la teta!, decía Vanina,
y mis dedos le frotaban el clítoris tan durito y caliente como mi sangre
arremolinándose en mis sentidos.
¡hacete pis putita! ¡como me dijiste que lo
hiciste con tu nene! ¡dale tortillera chancha!, dijo al borde de dejarse vencer
por el primero de sus orgasmos. Yo me sentía libre, completa y fatal. Me hice
pis en cuanto Claudia me sacó la bombacha y la vi olerla, mientras Vanina
frotaba sus tetas en las mías.
El escenario parecía propicio cuando Claudia
se frotaba la almeja con mi bombacha sentada en una silla de escritorio con
rueditas, y Vanina comenzaba a deslizar su grieta húmeda contra mis piernas, al
tiempo que nuestras lenguas se enroscaban como serpientes repletas de baba, y
la lechita de sus tetas se mezclaba sensualmente con nuestro sudor y algunos
escalofríos inevitables.
Pero pronto, luego de que algo se cayera en la
cocina, o vaya a saber en qué parte de la casa, el angelito de Vanina comenzó a
llorar sin consuelo.
Claudia rezongó a su gato Pili, ya que seguro
había sido el causante del estruendo, y Vanina se levantó malhumorada,
disconforme y desnuda.
Como trajo al bebé, pensé que todo terminaría
allí. Pero cuando quise incorporarme en la cama, avergonzada entre otras cosas
por haberme hecho pis, Vanina me trajo con sus manos nuevamente hacia el
colchón y se acostó a mi lado, poniendo al niño entre nosotras.
Claudia no abandonaba su visión preferencial
de los hechos, ni dejaba de masturbarse, ahora con un consolador pequeño y
rosado, el que mi colita conocía perfectamente.
¡mirá Ro, le voy a dar la teta al bebé! tocate
perrita, ¡abrite bien la concha mami, que te encanta!, dijo Vanina mientras el
niño ya comenzaba a calmar sus sollozos con su pezón cargado de leche, y
Claudia gemía imperceptible, pero con hilos de saliva en las comisuras de sus
labios.
Vanina gemía también, porque su pulgar
presionaba su clítoris, mientras le palmeaba la espaldita al baby, y me
acariciaba las tetas.
¡te morís por tener lechita otra vez, no
zorrita?!, me dijo lamiendo uno de mis pezones, cuando aún el nene no se saciaba,
y me estremecía con el sonido puro de la succión de su boquita.
¡ponete en cuatro Rochi, dale, y comeme la
conchita… fijate todo el juguito que me hace largar la boquita de mi hijo!, me
pidió Vanina con sus piernas temblando y su dedo incansable en su punto
candente. Pensé que desobedecerla me haría quedar como una boluda. Por lo que,
sumado a la calentura que tenía, junté mi boca a su vulva y me dejé llevar. Mi
lengua fue el instrumento con el que subí al cielo al saborear su néctar
femenino, cuando sus dedos se entrelazaban en mi pelo en el afán de sujetar mi
cabeza lo más pegada que pudiera a su pubis, para que no deje de lamerla y
erotizarme con su olor. El nene hambriento parecía intuir que su mami la estaba
pasando genial, y no supe controlarme cuando le dijo en tonos maternales, como
si fuese la voz de un dibujito animado: ¡aaay, así amorcito, mordeme más
fuerte, que a tu mamita le gustan esos dientitos!
Le abrí más las piernas para contemplar cada
sismo de su piel, todos los temblores y pequeños espasmos que ardían en sus
ojos en celo, y seguí lamiendo, ahora desde su clítoris hasta su culito
impregnado en sus propios flujos inacabables.
Hasta ahí se sostuvo la paciencia de Claudia,
que salió disparada de su silla predilecta, y mientras se nos acercaba decía: ¡aaaah,
noooo, esto no puede ser primita! Dale, moveme la cola, y no pares de comerte a
mi amiguita, seguí pendeja!
Claudia me nalgueaba cuando yo le meneaba la
cola, me besuqueaba y jugueteaba con sus dedos, su lengua y el chiche por mis
orificios más que preparados para cualquier cosa.
Vanina se apretaba la teta que tenía libre,
gemía sin reprimirse y se calentaba más cuando Claudia, ya dedicada a fundir su
lengua en mi sexo decía: ¡uuy, primita, no sé quién tiene más olorcito a pipí,
si vos o el bebé! ¿Te contó Vani que se pajea en pañales cuando está sola en su
casa mientras el nene le toma la leche? Acabame todo en la boca puta!
Entonces, Vanina medio que nos arrastró hacia
ella de los pelos para que nuestras bocas se disputen la leche y la dureza de
ese pezón solitario. Claudia se pajeaba, y Vanina, algo incómoda intentaba
colarme el juguetito en la concha mientras las dos le hacíamos una sábana de
besos obscenos, saliva prohibida y mordisquitos delicados.
Después, en el exacto momento en que Claudia
acababa llena de rubores y lágrimas por la cara, Vanina le sacó el pañal al
bebé, casi sin salir de la cama, con una cancha envidiable.
¡mi nene se hizo pis, mirá Ro!, dijo mientras
me mostraba el pañal después de olerlo, poniendo carita de morbosa.
Cuando empezó a frotarlo rapidísimo en su
conchita, le sirvió un suculento trago de leche a mi boca con esa teta babeada
y turgente, y estalló en un sacudón con el que por poco tiraba al bebé al piso.
Yo no podía salir del estupor que me ahogaba la razón, el pensamiento y la
moral.
¡y Ro, qué decís? ¡¿Te quedaste calentita?!,
murmuraba Claudia en mi oído mientras salíamos de la pieza para que Vanina se
vista y arrope al bebé, luego de higienizarlo. Fuimos a la cocina a poner la
mesa, y yo no lo soporté. Se lo pedí casi al borde del llanto.
¡chupame toda Clau, porfi!
¡sí mi vida, y con ese olorcito te lamo toda!,
dijo, y me aventó contra la heladera para abrirme las piernas y hacerme acabar
como ella solo conoce mis rincones.
La alquimia en mi sangre entre lo frío de la
heladera y su lengua caliente adentro de mi vagina, más sus dedos juguetones en
mi culito y multiplicando columpios en mi clítoris, me regalaron el mejor de
los orgasmos, y a ella mi confesión más sucia.
¡yo también me acostaba en pelotas con Catriel
para darle la teta… y me meé un par de veces! ¡Y olía sus pañalines… y me
pajeaba en el sillón con su boquita sorbiendo mi pezón… y le tocaba el pitito
para hacerle cosquillitas, sabés putita! Haceme acabar, dale putona, que no
sabés todo lo que me calentás primita chancha!
Después de cenar las tres, de tomar un licorcito
de chocolate casero y de ver la mitad de una peli que era un bodrio, el bebé de
Vanina se despertó otra vez. ¡Por supuesto, Claudia y yo nos quedamos a ver
cómo su madre lo amamantaba tirada en el sofá, en bombacha y medias,
calentándonos como a dos trolitas adolescentes! Fin
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