En el 2011 yo tenía 20 años, y todo lo que
habitaba en mi pecho eran mis ganas de superarme día a día, un deseo invaluable
de irme de mi casa y, una fuerza incontenible por hacerle todas las chanchadas
que se me pasaran por la cabeza a Soledad, nuestra maestra de cocina por aquel
entonces en Unirredes, un centro de atenciones especiales para discapacitados.
Yo soy no vidente. Pero no salgo a la calle vendiendo pena o lástima, ni me
quedo encerrado esperando que alguien me traiga o me lleve a donde necesitara
moverme.
En esa institución, había varios chicos de
distintas edades, todos dispuestos a crecer y aprender a ser independientes.
Soledad siempre había capturado mi atención, pero nunca tanto como los últimos
3 meses de ese año. Ella tenía 28, era bajita, risueña, morocha, muy sencilla y
charlatana. Sabía por ella que sus ojos eran marrones, y por mí mismo que tenía
el pelo largo y lacio. Imaginé que era culona, y me lo confirmó uno de los disminuidos
visuales cuando se lo pregunté. Entonces, mis fantasías se atrevían a sacarle
charla, a rozarle la cola haciéndome el choto mientras todos cocinábamos
apretujados, o le pedía algún que otro consejo sentimental. Por ahí le
preguntaba cosas referidas al mundo femenino. Por ejemplo, cómo carajo se usan
o se ponen las toallitas, cuál era la diferencia entre la colales y el culote,
qué sienten en general cuando un tipo las piropea con alguna obscenidad. Hasta
si ellas también fantasean con dos tipos en la cama, al igual que nosotros con
dos chicas.
Contestaba todas mis inquietudes con
serenidad. Me encantó cuando me dijo acerca de los piropos: ¡Yo me mojo toda, y
lo disfruto! ¡Pero me parece que son cosas de las que podamos hablar
libremente! ¡Además, vos sos muy chiquito para preguntarme semejantes cosas!
Solo una vez me dejó dé la cara cuando le
pregunté si las chicas se masturban tanto como los varones. Estaba de malhumor
porque no había guita en los cajeros.
¡vos tenés una hermana mocosa! ¿Por qué no le preguntas
a ella si se toca el chocho?, me rezongó mientras nos hacía estirar masas para
preparar pizzas.
Igual yo sabía cómo devolverle la sonrisa. A
veces le hacía chistes negros, o le alagaba su perfume, o le contaba sueños que
tenía con ella, obviando la parte sexual, pero no la erótica.
Todo dio un giro inesperado cuando le conté
que me había puesto a noviar con Valeria, una chica ciega de 38 que no asistía
al centro, pero me conocía, y algunas veces iba a verme al instituto.
¡Vos estás loco! ¡Esa puede ser tu tía! ¡Es
una come niños! ¡Querés que te cambie los pañales también?!, pronunció cuando
terminé de darle detalles de nuestros primeros besos. La noté nerviosa, aunque
quiso saber si hubo sexo entre nosotros. Siempre me lo preguntaba. Cada vez que
nos quedábamos a solas, o con mucha discreción cuando éramos poquitos.
Una vez, mientras yo espolvoreaba los
alfajores de maicena con coco, ella se pegó a mi derecha y me dijo: ¡Nenito,
decile que te haga algo a esa chica! ¡Digo, porque no podés tener el pito así
de parado!
Se tapó la boca y salió corriendo para ayudar
a otro ciego con un postre, pero no tardó en disculparse. Le dije que se me
paraba por ella. Tardó en procesar mi respuesta, y al fin dijo: ¡Mmm, no te
creo, vos sos re vivito, seguro que estás pensando en las gomas de Vale!
Cuando le aseguré que estaba equivocada,
porque todo en lo que podía pensar era en cómo le mordía la cola a ella misma por
encima de una bombachita de seda en un sueño que tuve la noche anterior, me
multó a acompañarla a comprar dulce de leche. Justo cuando estaba desplegando
el bastón en el cuarto donde dejamos camperas, mochilas y demás, apareció sole.
Me lo quitó de la mano y me re manoseó el bulto.
¿Así que me mordías la colita chancho? ¿Qué
más le hacías a tu maestra? ¿Y ella te tocaba el pito así?, me decía palpando
mi carne endureciendo bajo mi ropa, con sus tetas sobre mi pecho y su fragancia
palpitando en mi piel.
¡No te hagas el tontito conmigo nene, porque
mis besos son adictivos! ¡Así que sacate las ganitas con esa Valeria, y no quiero
verte con la pija dura otra vez! ¡Y menos, sentir que me tocás el culo!, dijo
ahora mientras yo buscaba su boca para besarla y ella me esquivaba, pero seguía
masajeando mi pene.
De repente se hizo humo, y tuve que pajearme
hasta llenarme el calzoncillo de leche en ese reducto solitario. Volví a la
cocina con mis compañeros y me sentí raro, aunque triunfante. Además, Valeria
vendría a buscarme para ir a su casa, y Soledad quizás podría ver nuestro
saludo cargado de pasión.
Vale era rubia de pelo largo, pechugona y con
una vocecita de nena pese a su edad. Besaba con ruido, no era tan cuidadosa con
la ropa y le daba igual masturbarnos en cualquier sitio. Apenas me abrazaba su
mano se aferraba a mi pedazo y teníamos que correr a donde sea para que ella me
pajee, y entonces yo le chuponee las tetas hasta calentarla lo suficiente como
para colarle los dedos. Cada uno eyaculaba en las manos del otro, y cuando
bajaban las tensiones recobrábamos la calma. Pero volvíamos a excitarnos a los
besos por todos lados, como cualquier pareja en sus principios.
A la semana Soledad me retuvo en la entrada de
la cocina y me dijo al oído: ¡Escuchame picarón! ¡Ayer vi cómo se mataban a
besos con tu chica! ¡Está todo bien, pero procurá que Alfredo o Mariela no los
vea, porque ella no puede estar con las lolas al aire como si nada, ni vos con
la pija afuera! ¡Por más que sea el patio, la galería, el baño, o donde sea!
¡Después no me digas que no te lo avisé!
Alfredo y Mariela son los dueños del lugar. Ninguno
de los dos era contemplativo con todo aquel que desafiara las reglas de
convivencias del instituto. Había que andar con cuidado. En especial, Mariela
era temible. Soledad me había visto el pito, y eso era todo lo que resonaba en
mi autoestima a la hora de amasar galletitas, una hora más tarde, apretujados
en la cocina.
Al rato Soledad me puso a trabajar con una
mezcla de manteca y qué sé yo qué más, y me dijo entrecerrando los labios, pero
con toda claridad: ¡No me gusta esa mujer para vos! ¡No sé, huele mal, no se
peina, y aparte tiene cara de guacha! ¡No sé mucho de ella, pero tené cuidado!
Le dije que no se preocupe, y me animé a
agregar que me daba la sensación de que su marido le es infiel. Lo conocí en
una peña que organizó el centro. En realidad, traté de jugar con sus mismas
cartas. Quise germinarle dudas acerca de su marido, sin fundamentos. Los mismos
que ella intentó inculcarme de Valeria, aunque quisiera parecer maternal, o
protectora de sus alumnos. A fin de cuentas, Soledad era casada, y tal vez eso
me atraía más.
Ella prefirió no hablarme por el resto del
día. Pero a la tarde siguiente me pidió que la siga a la dirección. Vale y yo
habíamos ido muy lejos, y ella nos vio. Yo estaba en el patio, echado en una
colchoneta, y Vale a mi lado arrodillada con las piernas abiertas. Era el
momento en que todos los que habían hecho gimnasia ya formaban parte del
almuerzo, y yo avisé que iría más tarde, en cuanto terminara de resolver un
problema con mi novia. Ese día Vale tenía una pollerita, y yo le amamantaba las
tetas libres de su corpiño, le masajeaba la vagina sobre la bombacha como si se
tratara de una naranja refrescante y vibraba con sus gemiditos, que eran una
especie de sufrimiento contenido, o suspiros atragantados. Ella me pajeaba por
adentro del calzoncillo y me juraba que esa noche me dejaría penetrarla.
Cuando acercó su cabeza a mi pubis pensé que
me sacaría la leche con la boca. Pero la calienta pija solo frotó su boca en mi
bóxer, y me mordió un poco la puntita, y cuando tres de mis dedos navegaban en
su interior comenzó a gemir más agudo y rápido que antes, mojándose y temblando
como una niña muerta de frío. Así fue que, justo cuando se sacó la bombacha
oímos las palmas de unas manos, acompañadas de unas palabras determinantes:
¡Basta chicos, vamos, ya es demasiado!
Era Soledad, quien eligió hablar conmigo de aquello
más tarde. Vale se fue de inmediato, avergonzada y enojada conmigo, ya que en
teoría nadie nos iba a molestar. Yo le había garantizado ese momento a solas.
En la dirección Sole me habló sin limitaciones.
¡Nene, esto no es
un bulo, ni un telo, ni nada de eso! ¡Esa cochina no vuelve a pisar este lugar!
¡Y aparte, por favor, pedile que se cambie la bombacha! ¡Si querés, decile que
se lo digo yo! ¡Encima no se depila!
Quedé perplejo
sabiendo que Sole había visto todo.
¡Sí, vi todo
chiquito! ¡Vi cómo la masturbabas y le lamías los pezones! ¡Tenés que aprender
a chupar mejor las tetas! ¿Sabés? ¿Y ella, no te la chupó todavía?!, averiguó
al tiempo que mi razón colisionaba con mis deseos de poseerla en mi cerebro
atónito. Le dije que no.
Ella se levantó,
cerró con llave la puerta y se me acercó. Cuando rozó mi pija sobre el pantalón
creí que el corazón me flotaba en el pecho.
¡Mirá cómo te dejó
esa turra, con el pito re duro! ¡Imagino que te duelen los huevitos nene! ¿No? ¡Es
una chica mala, sucia y calentona!, decía poniendo voz de nena, como queriendo
imitarla mientras me bajaba el jogging.
Su perfume me hacía
soñar despierto. Podía sentir en su voz el mismo temblor ansioso que gobernaba
mi libertad cuando dijo mientras olía mi bóxer y tocaba con dulzura mi pene: ¡Lo
tenés re húmedo, y tu calzón tiene olor a pipí niñito! ¡A ver si aprendemos a
hacernos hombrecitos!
No pude controlar
el sacudón que obligó a mi pija a disparar un chorro de semen en sus manos
apenas lo liberó de la tela y haló un par de veces.
¡No me vas a dejar
así de calentita nene!, dijo lamiendo sus manos, y no tardó en comerme la boca
con un fuego desconocido. Nadie me había besado con tanta necesidad, con esa
algarabía y con tantas mordiditas en los labios. Además gemía suave, sonreía y
respiraba acompasando los latidos de su corazón con los míos.
¿Esa sucia te besa
así de rico? ¡Te gusta su olor? ¿Notaste que tenía la bombachita rota?!, decía
a la vez que me pajeaba contenta, porque ya la tenía erecta otra vez. Cuando
sentí su lengua en mi cabecita afuera del capullo de mi verga gemí como un
niño, pero me dejé conducir con cada lamidita, con sus caricias a mis huevos
hinchados, con alguna escupidita y con sus besos inquietos por mis piernas o mi
panza.
Cuando más de la
mitad de mi carne entró en su boca me agarró las manos para que le toque las
tetas, las que ya se me ofrecían afuera de su camisita. Luego, de un salto me
las puso en la cara y sin dejar de tocarme el pito me ordenó: ¡Chupalas nene,
dale, así aprendés y se lo hacés a tu novia!
Sus pezones eran
mucho más apetitosos que los de Vale, a pesar que eran más pequeños. Me la mamó
otro rato, y cuando me soltó pensé que todo llegaría a su fin. Pero entonces
arrimó una silla a mi lado y me tomó la mano.
¡Colame los deditos
guacho, como se lo hacías a ella! ¡Pero con un poco más de cariño!, me pidió
con urgencia, y ubicó mi mano entre sus piernas, donde solo permanecía una
tanguita sobre su conchita depilada, suave y mojada. Apenas ingresó mi pulgar
con algo de esfuerzo gimió, y me imploró que no sea tan bruto. Enseguida le
metí el índice que descendió por su vagina mientras el pulgar se encargaba de
frotar su clítoris.
En un impulso
decidió ponerse de pie y dijo sin más: ¡Agachate, y mordeme la cola, como en tu
sueño! ¿Te acordás?
Lo hice precipitado
por el honor que inflaba las venas que rodeaban a mi pene durísimo, le amasé
las nalgas suaves y crespitas por la adrenalina, deslicé mi lengua por su
rayita húmeda burlando la costura de su tanga, embriagué mi sangre con su olor
a hembra y le di unos azotes. Se la pellizqué, y cuando la oí gemir le clavé
los dientes unas cuantas veces. Era exquisito degustar su piel tersa, oyendo la
abundancia de flujos que inundaban su hueco al enterrarse incansable uno y otro
dedo. Me los hacía probar, y creo que cuando supuse que podía tomar la decisión
de cogerla ahí nomás, ella me agarró de un brazo y me sentó en el escritorio.
Se dio unos cuantos
pijazos en la cara, la escupió y fregó sus tetas en ella. Lamió mis huevos, me
olió como queriendo guardar cada partícula de mi intimidad en lo más recóndito
de su ser.
¡No acabes todavía
chanchito! ¡Apretame las lolas! ¡Pegame! ¡Decime puta, decime que soy tu
perrita, quiero que te pajees pensando en mí, hacele el amor a la sucia esa y
decile mi nombre! ¡Y si ella no lo hace, decile que yo te voy a sacar las
ganitas de andar con el pito parado!, decía Sole mientras me conducía
nuevamente a la silla.
Ni bien me senté
ella lo hizo sobre mis piernas, dándome sus tetas para que se las babee todas,
para que me derrote el perfume de su cuello y para que mi pija entre inexorable
en su vagina. Ella se movía ajusticiando cada sacudida con la estampida de
nuestros cuerpos en una guerra que solo esperaba que mi semen se desintegre en
sus entrañas.
¡Como verás no te
pusiste forro! ¡Así que antes de acabar decime, y la sacás rápido, y te la
chupo! ¡Pero cogeme nenito! ¡Daleeee, que no me hacés ni cosquillas! ¡Cogeme
fuerte, y hacete hombre! ¡Cogete a tu seño, y chupame las tetas!, me pedía
entre jadeos y sísmicas respiraciones que me convidaban de su aliento brumoso.
Cuando nuestras
lenguas se entrelazaron dentro de su boca sentí que mi glande tocaba la faz de
su cueva ardiente, y supe que mi leche no demoraría en detonar. Se lo dije, y
la seño se agachó a petearme. Me sorprendió cuando de pronto puso entre mis
manos una suave y empapada tanguita con algunas puntillitas.
¡Olela! ¡No seas
tímido nene, que esa bombacha al menos está sanita y limpia! ¡Tiene la acabadita
de tu seño! ¡Ese es el olor de una hembra calentita!, me dijo, y se mandó mi
pija a la boca, donde no necesitó trabajar demasiado. Acabé allí perdiendo el equilibrio
de mis piernas, con la mente en blanco y con un sabor agridulce recorriendo
toda la extensión de mi hombría. Sentí que se me achicaban los huevos, y que
ella pareció satisfecha saboreando mi semen. Mis pies no encontraban suelo
firme. Me sudaban las manos, se me secaba la lengua y al mismo tiempo me
enorgullecía de ser un pequeño sin experiencia, pero con todas esas sensaciones
renaciendo una y otra vez, desde la punta de mi verga hasta mi cerebro. Para
colmo, enseguida dijo que fue la lechita más rica que probó, aunque no era muy
ducha en la materia.
Recuerdo que
salimos sin hablar, que Valeria me esperaba en la puerta y, que Sole aquel día
no me despidió como siempre.
El último mes del
año se escurrió de mis dedos como el agua, y en medio del verano solitario caí
en la cuenta de que me había enamorado de ella.
Nunca más volví a
verla. Tampoco a Valeria, con quien era imposible continuar por causas de su
reputación, la que muchos allegados me confirmaban.
Soñé muchas veces
con Sole, y me desperté lleno de leche varias noches, volviendo de sus efímeras
caderas, de su conchita de fantasía y de su lengua de felina en celo, la que
ahora solo podía buscar y encontrar en mis recuerdos. Para colmo de males,
perdí la tanguita de aquella tarde.
Hoy tengo 25, y a
pesar que tengo novia no puedo olvidarme de la compañía de mi Soledad. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
Hola, estuvo bueno el relato. Habrá segunda parte del relato de la cachorrita esta vez con el Abuelo de ella cogiendosela.
ResponderEliminarUn saludo de un fan tuyo desde tu primer inicio en Todo relatos.
¡Hola Eduardo! ¡Gracias por seguirme durante tanto tiempo, y desde México! sí, en breve publicaré la segunda y última parte de esa cachorrita atrevida, a pedido de varios. Seguí leyendo mis historias. ¡Besos!
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