Era jueves. Por suerte Boca Juniors le había
ganado a un equipo brasilero, y eso le agregaba un tinte de felicidad a la
noche. Mi marido y yo no nos veíamos hacía una semana, porque sus negocios a
veces lo privan de disfrutar de los privilegios de un hogar, una esposa y una
hija. Yo soy secretaria en un consultorio odontológico, y muchas veces le dije
que no tenía que deslomarse tanto en el trabajo. Con lo que yo ganaba, más lo
que nos entraba por el alquiler de un departamento en San Isidro, estamos más
que bien. Pero él es un empresario exitoso, y en el fondo nos gustaba darnos
ciertos lujos.
Nuestra hija Brisa es un encanto. Con 8 años
es la mejor alumna de su tercero escolar, tiene muchos amiguitos y se destaca
siempre en las actividades caritativas. Si fuese por ella, se la pasaría
ayudando a todo el mundo. Ama a los animales, le enternecen los bebés, y se
pone furiosa cuando las personas no comprenden el daño que le hacemos al
planeta tirando basura, contaminando y coloreando cada poro de nuestra miseria
con desinterés. Encima es la mimada de sus abuelos. Por el momento no pensamos
en tener otro hijo, aunque ella cuando puede nos lo reclama.
La cosa es que, apenas Gastón entró a la casa,
yo abrí un vino para acompañar a la tabla de fiambres y quesos que lo esperaba
en la mesa ratona. Ese partido era importante, casi tanto como nuestro
reencuentro!
¡hola mi amor! ¿te extrañéee guachaaa!, pudo
decir mientras yo le comía la boca desaforada, como una adolescente regalada en
la puerta de calle. Creo que un par de vecinos nos vieron. Encima yo le manoteé
el bulto, y él me sobó las gomas, además de pellizcarme la cola por abajo del
vestido azul de gasa que traía, bien suelto y escotado. Después de eso no hubo
más palabras, porque un besuqueo estruendoso, incendiario y cargado de jadeos
nos sumió en una nube gaseosa, impoluta y estrellada. Le desprendí casi toda la
camisa sin darme cuenta, y él me desabrochó el vestido que lentamente comenzaba
a descender por mis piernas, aún con la puerta abierta. Cuando reparé en que
todo aquel que pasara por la vereda me vería la tanga encajada en el orto,
cerré la puerta con cierto susto, y tal vez, eso alertó a Brisa
¡paaaapiiiii! ¡viiiniiisteee! ¡te extrañé un
montonaaazooo!, decía Brisa bajando las escaleras a toda velocidad, para que
Gastón la envuelva en un abrazo intenso, mientras sus rostros lo iluminaban
todo. Estábamos felices. Gastón le habló de los regalos que le trajo de su
estadía por Brasil, pero le dijo que no se los entregaría hasta después de
comer.
¡hiiiijaaa, estás preciosa, como siempre!, le
decía Gastón, subiéndosela a los hombros para dar saltos por la casa, mientras
yo me arreglaba el vestido y me reía, porque varias veces ella le tiraba los
pelitos del brazo. Hasta tuve tiempo de inspeccionar el bulto de mi marido, y
un sacudón me impulsó a comerle la boca, aunque Brisa permaneciera ahora sobre
su espalda. Es que lo tenía hinchado, y seguro que hasta le dolía por lo
apretado de su pantalón.
¡bueno bebé, bajate, dejá a tu papi tranquilo
un ratito, y andá a lavarte las manos, que ya vamos a comerrrr!, ¡seguro debés
tener un hambre fatal!, le dije a Brisa a la vez que preparaba las aceitunas y
ponía maní en un cuenco. Pero mi última frase se la dediqué a él, mirándolo a
los ojos, y señalándome las tetas. Siempre me dio resultado coquetearlo con mis
gomas. A él le encantan, y a mí me pone muy puta que me derrame toda su leche
en ellas.
Apenas Brisa entró al baño lo llamé con la
mirada, le pedí que se saque la camisa y me chuponeé el cuello mientras le
pajeaba el paquete sobre el jean.
¡qué dura la tenés hijo de puta! ¿no te
revolcaste con ninguna garotiña no? ¿esa pija me está esperando solo a mí?
¡esta noche quiero que me cojas toda! ¡estoy re calentita gordi, y quiero mucha
pija!, le ronroneaba firme a mis intenciones de volverlo loco. Pero no pudimos
seguirla, porque Brisa irrumpió en la cocina, con sus acotaciones habituales en
esos momentos.
¡heeey, cheee, que yo estoy acaaá! ¡no se
olviden que soy una nena, y no tengo que ver esos chuponazos que se dan!, dijo recogiendo
los vasos para llevarlos al living.
¡tenés razón mi amor! ¡pasa que tu mamá me
extrañó mucho, no Meli?!, dijo sin inmutarse, mordiéndose los labios ante mis
ojos en celo.
¡aparte, ya está por empezar el, el segundo
tiempo! ¡síii, el primero me lo perdí, como un boludo! ¡pasa que mi hermano
necesitaba que le lleve… bue, cosas de nosotros! ¡ahora vamos a comeeer!, decía
Gastón acomodándose en el sillón, con el control remoto en la mano y un vaso de
cerveza negra en la otra. Brisa se sentó en un puf a comer palitos salados y
papitas, y yo al lado de Gastón, aunque sabía que no me prestaría mucha
atención entre las jugadas polémicas del partido y lo mal que jugaba Boca. de
igual modo brindábamos, comíamos y nos reíamos de las ocurrencias de la enana. Yo,
cuando podía le metía una aceituna en la boca con mis dedos, o le daba un
quesito de mis labios, o dejaba que un par de gotitas de cerveza caigan en mi
vestido.
A 15 minutos de que termine el partido, Brisa
se levantó del puf y nos dijo con toda la amabilidad: ¡papis, ustedes me van a
tener que disculpar, pero la princesa de la casa se está desvaneciendo de
sueño! ¡por los regalitos pa, no te preocupes, que mañana a primera hora te voy
a joder a la cama para que me los dés! ¡pero ahora, mmm, creo que, no doy más
del stress! Y luego de desperezarse, bostezar y chocarse el vaso que había
olvidado en el piso, nos dio un beso a cada uno para subir las escaleras con
toda la pachorra y meterse en su cama.
Al rato nos gritó desde allá: ¡mamiiii, voy a
ver una peli de terroooorr!
La verdad, no estábamos tan de acuerdo con que
mire sola una peli de esas. Pero creo que la calentura pudo más, y casi que al
unísono le respondimos: ¡bueeenooo hijaaa, pero no apagues la luz!
En ese entonces, yo me lancé como una gata alzada
sobre su bulto, en el exacto momento en que el referí daba el pitazo final. Boca
ganó 2 a 0, y mi garganta quería festejar a lo grande!
Le sobé la pija con una adrenalina que no me
cabía en los recuerdos, le desprendí el pantalón gimiendo sin mesura, y en
cuanto le liberé la verga me empecé a dar golpecitos en la nariz y en la boca con ella.
¡qué partiiido looocoo! ¡jugamos horrible,
pero tenemos un orto! ¡aaaay bebéee, asíiii, pegate en la carita perra! ¡cómo
extrañaba esas tetas, y esa boquita de mamadora! ¡qué golazo hizo el muerto ese
papáaaá! ¡que la chupen los brasucas esos! ¡y vos también, chupala toda
putonaaaaa!, me decía desvariando entre lo que acababa de suceder y los
encantos de mi boca. Yo se la escupía, se la apretaba, lo dejaba que me zarandee
las tetas, que me pellizque y estire los pezones, y que me arranque el pelo. Yo
no sé la quería chupar, porque sabía que en ese estado el muy turro se viene en
seco enseguida. Pero él insistía, y yo no podía hacerlo sufrir.
¡dale nenaaa, metela toda en esa boquita, y
mamala toda, qué te hacés la linda guachaaa! ¡dale, que te gusta la mamadera
putitaaa!, dijo, casi coincidiéndole a los primeros chorros de semen que
comenzaron a edificar una catarata entre mis labios, mentón y nariz. Me tragué
todo lo que pude rejuntar de mi rostro, y sin pedirle permisos me le subí en la
falda y le comí la boca.
¿te gusta tomar tu lechita de mi boca nene?
¡ahora nos vamos a la cama porque, yo estoy re quenchi pendejo! ¡quiero que me
hagas tu puta, quiero ser tu perra sucia!, le decía cuando sus dedos cruzaban
las permeables barreras de mi tanga para moverse como peces en los jugos de mi
concha, y su dedo más inteligente estimulaba mi punto de placer.
¡uuuuf nenaaa, tenés la conchita depiladaa, y
re mojada, calentona!, me dijo alzándome en sus brazos, dispuesto a subirme así
a la pieza. Seguro me revolea arriba de la cama, me arranca la tanga y me come
la concha como sabe que me hace volar. A excepción de un primo con el que por
ahí nos encamamos a escondidas, Gastón es el mejor chupándome la concha. Pero,
mi amor tuvo una idea mejor. Me pidió que me ponga en cuatro, aunque con las
rodillas en el parquet, y los brazos en la cama. Me subió el vestido, me dio
unos cuantos azotes en la cola mientras me decía: ¡eso por portarte mal cuando
yo no estoy! ¡seguro que te garchaste al dentista, y al doctorcito de los
implantes! ¿te revolcaste con tu primo también cochina? ¿querés que tu marido
te prepare la mema con más lechita zorra?!
Entretanto yo le decía: ¡síiii perroo! ¡le hice
un pete al dentista, y a mi primo, lo dejé que me re apoye la verga en el orto!
¡aparte, salí dos veces a caminar por la plaza sin corpiño! ¡y me re mojé las
tetas con agüita mineral!
Así estábamos de incendiados, inmersos en lo
nuestro, al borde de comenzar a eclipsarlo todo con mis gemidos y su sudor.
Cuando a él le pareció escuchar que Brisa nos había llamado. Yo estaba tan puta
que lo convencí de que pudo haberlo imaginado. Además, yo no había oído nada.
Pronto, sus brazos me apresaban en una furia
violenta, con su pija en la entrada de mi concha, mientras mis rodillas ardían
en el suelo. me moreteaba las tetas con vigor. Me dejaba los dientes marcados
en la nuca y los hombros. Me sacudía del pelo, gemía como un diablo en mis
oídos y, cada vez que introducía su pene hinchadísimo entre mis mieles
vaginales me bombeaba unos segundos para después sacármela, y entonces volver a
cogerme, cortito y rapidito como sabe que me fascina. Ni siquiera me había
sacado la tanga!
Cuando nos cansamos de esa posición, aprovechando
que él me soltó de la jaula de sus brazos recios para abrir una latita de
cerveza que teníamos en el frigo bar, yo me puse a gatear por el suelo,
babeándome la cara y lamiéndome los dedos, hasta que llegué a su pedazo de
carne erecta, dispuesta a comérmela toda. Estaba tan necesitada que, ni me di
cuenta que la puerta del cuarto estaba abierta, como los poros de nuestra
excitación. Ni bien me prendí a ordeñarle la verga, mientras él eructaba por la
birra y se meneaba por mis lamiditas, le pedía la leche con voz de nenita, le
sacudía la pija contra mis tetas y me metía sus huevos en la boca para
expulsarlos con todo, repletos de saliva. Él permanecía de pie junto al placard
empotrado en la pared, lacerándome la espalda con sus uñas, pellizcándome la
cola cada vez que yo me incorporaba un poquito, y regalándome cachetaditas en
la cara cuando me engolosinaba con su pija todita adentro de mi boca.
Pero de repente lo inusual, lo imprevisto.
Brisa se apareció en la pieza, lloriqueando, pálida y sin poder hablarnos. Yo
manoteé una camisa de Gastón, al menos para taparme las gomas, y él corrió
presuroso a meterse en la cama.
¿qué pasa hija? ¿dale, contanos, que está todo
bien! ¡te dijimos que no veas esas pelis! ¡eso te pasa por no escucharnos!
¡aparte, no tiene sentido que te pongas así!, le decíamos entre los dos para
calmarla. Pero Brisa seguía inmóvil, descalza, con las mejillas acaloradas y
apenas un vestidito suelto. Gastón la llamó para que se acueste un ratito a su
lado, por encima de la sábana, desde donde aún se percibía la erección de su
pene. él sabía cómo curarle las ñañas. Yo estaba desencajada. Me había cortado
el momento, y a pesar de que me conmovió verla así de asustada, me enojé con
ella. Claro que intenté no demostrárselo. Gastón le hablaba acariciándole el
pelo, le prometía comprarle un helado en la mañana, y darle los regalos siempre
y cuando nos jurara que no volvería a internarse sola con esas películas. Yo ya
me había puesto un camisón cortito mientras bebía una copita de tequila, y me
preparaba para darme una duchita. Esperaba que Gastón de buenas a primeras le
diga a nuestra hija que ya era hora de irse a la cama, y luego las
recomendaciones para que no tenga sueños feos. Pero entonces me dijo,
observando que la pibita empezaba a quedarse dormida: ¡Meli, dejemos que duerma
con nosotros! ¡sí? ¡pobrecita! ¡yo creo que extrañaba vernos juntos otra vez!
En ese momento lo odié. No le respondí. Solo
me detuve a mirar cómo él le hacía cosquillas para despertarla y arroparla a su
derecha bajo la tibieza de las sábanas.
¡y ahora, a dormir princesa!, le dijo mientras
le besaba una mano, y yo me acostaba a su izquierda. No podía explicármelo,
pero tenía unas ganas de mandarlo a la mierda, casi tan intensas como el deseo
de coger toda la noche. Pero Brisa irrumpió en nuestra intimidad, y Gastón no
leyó mis intenciones.
Al rato los dos hablábamos casi en susurros, a
nuestros oídos, y bien pegaditos, frente a frente. Yo sentía cómo su pene
volvía a crecer junto al ángulo de mis piernas, y cómo mis pezones desnudos,
porque me quité el camisón en cuanto Brisa se durmió, le quemaban el pecho de
calentura, tan erectos como mi clítoris atrapado en mi sexo.
¡de la que zafamos Meli! ¡creo que del susto
ni se dio cuenta que estábamos en bolas!, dijo acariciándome las gomas, y yo me
le hacía la histérica quitándole las manos.
¡no me toques nene! ¡si me vas a calentar,
hacete cargo después! ¡igual, no sé, no es buena idea que duerma con nosotros!,
dije con la bronca de no haber podido concretar lo que nos merecíamos.
¡bueno, pero es esta noche nomás! ¡che,
hablando de ella, está cada vez más culona,
o me parece a mí?!, dijo pellizcándome una nalga.
¡síii, va a ser culona como la madre!, le dije
comiéndole la boca, después de pasarle la lengua por los labios.
¡espero que no sea tan putona como la madre!,
subrayó deslizando alguno de sus dedos por mi zanjita, desde arriba hacia
abajo, y luego al revés.
¡nooo, va a ser más putona que yo! ¡aparte, todos
le van a hacer regalos, porque es re pícara! ¿viste las ocurrencias que
tiene?!, opiné cuando su pubis se animaba a golpear silenciosamente al mío, con
su pene casi afuera del calzoncillo.
¡encima ese vestidito le queda precioso! ¡se
le re ve la bombacha!, dijo con un atisbo de morbo que, lejos de preocuparme o
de ponerme nerviosa me encendió la sangre.
¿viste? ¿y te gusta
que se le vea la bombacha a tu hija?!, le dije mientras le agarraba la pija
para pajeársela. Fue todo muy rápido como para detener el ritmo de los sucesos.
Enseguida su boca se adueñó de mis pezones, mi mano del ardor del cuero de su
pija venosa, y mi boca de sus dedos. Le encanta que se los muerda y lama!
¡pará Meli, que está la nena!, decía mientras
los dedos de su otra mano me tironeaban la tanga, y su presemen me salpicaba
las piernas.
¡basta gordi, hagamos el amor igual, con la
nena en la cama, como cuando era una beba! ¡cogeme toda guacho!, le dije al
tiempo que todo mi cuerpo se escabullía bajo la sábana. Sabía que si le escupía
la verga y le fregaba las tetas contra ella no tenía elementos para resistirse.
Así que, lo hice, fiel a mis mandatos.
¡sabés que cuando estoy calentita no puedo
parar pendejo!, le dije, antes de propinarle la primera de unas 5 o 6
escupidas, y de atrapar esa pija babeada entre mis tetas. No sé en qué momento
fue que le toqué las piernas a Brisa, y que mi olfato entró en contacto con sus
olores. Pero, de repente, tomé una de las manos de Gastón, con la que me
enredaba el pelo para manipular mi cabeza apenas me metí su pija en la boca, y
la ubiqué en la entrepierna de Brisa. Incluso, me las arreglé para meter dos de
sus dedos debajo de su bombachita. En ese exacto momento, su leche me invadió
hasta el estómago con su estallido feroz, abundante y pasional. No sabía qué me
pasaba. Pero me devoré su semen soportando que su pija estuviese un buen rato
instalada en mi garganta. Gastón no me hizo fácil aquello de poner su mano en
la fuente sagrada de su nena. Pero ni bien comencé a subir y bajar con mi boquita
por su mástil resbaladizo, se dejó llevar, y me embarazó la garganta.
¡le tocaste la vagina a tu hija guachito! ¿te
gustó no? ¡tiene la bombacha mojada, y con olor a pichí! ¿se la vas a cambiar?
¡cómo me acabaste puerquito!, le decía, ahora encima de él para convidarle el
sabor de su esperma, viendo el brillo de sus ojos desencajados por mi osadía.
No sé cómo llegamos a todo lo que sucedió
después. Recuerdo que en breve Brisa estaba destapada, con el vestido por su
pancita, y que Gastón le olía la bombachita, aprovechándola dormida cara al
cielo, mientras yo le chupaba la pija y le escupía los huevos, arrodillada a
sus pies.
¡hoy cuando te la subiste a caballito, seguro
que se calentó la nena!, le decía para ponerlo bien loco, y él reaccionaba al
igual que sus pistilos. Después los dos nos comimos la boca mientras él le iba
deslizando suavemente la bombachita por las piernas hasta sacársela por
completo. Brisa dormía paciente, irremediable y sin prisa. Apenas ese calzón
rosadito y húmedo era un bollito entre sus manos, le pedí que se lo pase por la
pija.
¡dale nene, pajeate
con la bombacha de tu hija!, le dije a media voz, cuando ahora yo le miraba la
vagina y las piernitas. La cubrí con la sábana, y mientras le comía la boca a
mi marido pensaba en lo hermoso que sería ver a mi nena poniéndose la bombacha
rebalsada de semen de su padre. Estaba fuera de toda razón posible, y no
entendía por qué.
Pero entonces volvimos a la cama. Él se acostó
para recibir mi concha prendida fuego en los contornos de su pija, y una vez
que mis tetas comenzaron a rozarse en su pecho, no lo soporté más. Empecé a
cabalgarlo con todas mis fuerzas, mientras él guardaba la bombacha de la nena
debajo de la almohada. Me sostenía del respaldo de la cama y saltaba en su
pubis. Gemía, me babeaba, le pedía que me chupe las tetas, nos entrechocábamos
haciendo que la cama se mueva y se queje de tanto placer, le pedía la leche y
le pasaba la lengua por donde pudiera de su cara o su cuello. Él intentaba
callarme, controlar mis jadeos y los suyos, hacerme entender o recordar que la
nena estaba en la cama.
¡cogé así nene, y dejá a tu hija tranquila,
dame pijaaaa, quiero verga neneeee, haceme tu putitaa!, le decía, aunque no con
todo el volumen que hubiese querido. Naturalmente, era lógico que tarde o
temprano Brisa se despierte.
¡heeey, papi, maaaa, qué onda? ¿qué hacen?!,
dijo ni bien abrió los ojos. Yo no podía perderme detalles de sus expresiones,
ya que era la que dominaba la situación.
¡nada hija, estamos, con tu papá, buscando un
hermanito para vos! ¿querés? Te gusta la idea?!, le decía agitada, improvisando
tal vez.
¡vos no pares, dame más pija, la quiero toda!,
le decía luego comiéndole la boca a mi marido.
¡Bri, si querés andá a tu pieza, hasta que
nosotros, te llamemos!, dijo casi en un hilo de suspiros atragantados un Gastón
perturbado, incapaz de comprender por qué todo se nos fue de las manos.
¡nooo, quedate hija, que tu papi me da la
leche, y listo! ¿síii? ¿te gusta que tus papis te den un hermanito?!, pronuncié
mientras le tocaba los pechitos por adentro del vestido.
¿y, y mi bombacha? ¿por qué no tengo, si yo,
yo tenía bombacha!, dijo apenas se destapó, intuyo que pensando en irse a su
pieza, tal vez confundida por todo lo que veía, escuchaba y analizaba.
¡yo te la saqué, porque tenías olor a pis
bebé! ¿qué pasó? ¿te measte mientras veías la peli?!, dijo Gastón, ahora con la
pija más dura entre mis paredes vaginales, las que habían dejado de fagocitarla
por un momento.
¡noo, no sée, no me acuerdo! ¡qué vergüenza,
haberme hecho pis! ¡perdón pa!, dijo la nena, mientras nuestro ritmo era un
cataclismo de sensaciones que iba en aumento.
¡no importa hija! ¡sacate el vestido, que
seguro también te lo mojaste, y quedate ahí, que ya terminamos!, le dije sin
demasiados escrúpulos.
¡pero me voy a quedar desnuda pa!, dijo ella,
reticente a cumplir con mis órdenes. Pero
por suerte Gastón me acompañó, al tiempo que sus huevos parecían impregnarse
con mis jugos, y las sábanas no alcanzaban a juntar tanta humedad.
¡sacate el vestido y punto Brisa! ¡hacele caso
a tu mami!, dijo con voz de trueno. A él siempre le obedecía sin cuestionarle.
¡bueno Bri, si querés ayudar a que tu
hermanito nazca fuerte, sano y, para que tu mami quede embarazada más rápido,
nos tenés que ayudar! ¡Él debe saber que tiene una hermana!, le dije, con otra
idea alocada en el cerebro. Gastón me miró desafiante. Pero no pudo prohibirme
lo que le anuncié a Brisa, mientras el fragor de mis vaivenes quedaba en
suspenso.
¡lo único que tenés que hacer es, es sentarte
en la carita de papi! ¿te animás?!, le largué.
¡Melisa, qué decís?!, me desautorizó Gastón.
Pero una vez más perdió su temple.
¡dale Brí, sentate en la cara de papi,
mientras nosotros terminamos! ¡y no tengas vergüenza de estar desnuda! ¡si
nosotros te cambiábamos los pañales cochina!, le dije con una sonrisa, viendo
que al fin nuestra hija se predisponía a colaborar. En cuanto Brisa tuvo entre
sus piernas la cara de su padre, agarrándose del respaldo de la cama para no
caerse, volví a cabalgarlo con todo. Mis tetas se friccionaban contra la cola
gordita de Brisa, y mi vagina tenía un concierto de descargas cuando la pija de
Gastón tocaba una y otra vez el tope de mi canal.
¿te gusta que tu mami te pegue en la cola con
las tetas Bri? ¿tiene olor a pis la nena amor? ¿le vamos a enseñar a tu
hermanito a no mearse en la cama con las pelis de terror no cierto?!, decía,
oyendo el olfato depredador de Gastón en la vagina de su hija, y las risitas de
ella porque seguro que sus bigotes le hacían cosquillas.
¡síii putaaa, tiene olor a piis, tomá la
lecheeee!, empezó a gritar desaforado, cuando comencé a sentir que toda mi
vulva se llenaba de semen, que sus huevos golpeaban mi humanidad, que Brisa se
reía inocente, y que mis tetas contra la cola de nuestra pequeña ardían de un
éxtasis divino.
Fue todo tan intenso que, no supimos qué hacer
ante las evidencias. Brisa sentada en el pecho de su padre, desnuda y con la
vagina mojada. Yo, goteando semen de mi conchita, agitada, satisfecha y sin
elementos para retar a nuestra hija. Y Gastón, aturdido, desbocado, con el pito
deshinchándose lentamente, y con la bombacha de Brisa en la mano.
¡tomá hija, llevala a lavar! ¡si querés ponete
otra, y en 5 minutos volvé, que tu madre y yo tenemos que hablar! ¿sí?!, dijo
Gastón con lo que le quedaba de aliento. Brisa se levantó diciendo: ¡son re
ricos los besos en la vagina papi!
En ese preciso páramo que nos ofreció la
noche, Gastón me increpó: ¿cómo se te ocurrió todo esto? ¡estás loca Melisa!
¡podemos hacerle un daño muy grande a Brisa!
¿qué¿ ¿acaso vos no le chupaste la conchita?
¡te calentaste tanto como yo hijo de puta! ¡y no me lo niegues!, le dije
mientras buscaba una bombacha para darme una ducha.
¡me voy a bañar! ¡vos deberías hacer lo mismo,
antes que vuelva tu hija!, agregué tras mirarlo a los ojos.
¡no sé Meli! ¡ni hablar que me puse al palo!
¡pero, qué sé yo!, tartamudeó.
¡mirá Gastón, lo que pasó ya fue! ¡podemos
hablar con ella y explicarle que esto fue, solo par, para que yo me quede
embarazada, y listo!, le decía, totalmente convencida de que tenía todas las
ganas del mundo de quedar preñada. Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
👏👏👏👏👏
ResponderEliminar¡¡¡¡Graaaaciaaaaas!
Eliminarcomo tarde tanto en leer este relato, sos una genia, me re excita como escribis
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