Así me decían mis abuelos, en especial desde
que cumplí los 10 años. Realmente no me molestaba tanto, porque no los veíamos casi
nunca. Lo malo es que a veces mi hermano me lo recordaba y me lo decía para
pelearme. Tener un hermano mellizo con el que compartir desde juegos hasta
golosinas, deberes escolares y compañeros de la escuela, algunas actividades y
la misma pieza, es un desafío imposible de rechazar. Solo que, se nos fue la
mano por no tener experiencia, o por vivir el uno para el otro. Mis padres jamás
iban a sospechar de las travesuras que nos mandábamos. No tenían la mente tan
abierta, o quizás, nosotros éramos los hijos del mismo infierno que encarnaba
en los genes de la familia. Además, en aquellos tiempos no se hablaba de
incesto. Por otro lado, en nuestra casa nos comportábamos como señoritos. Pero
descubrirnos involuntariamente, saber de nuestros miedos, olores, cosquillas y
gustos por el placer, aunque todavía chiquitos, nos enamoraba cada vez más.
Corría el año 1980. La dictadura militar argentina
lo teñía todo de pánico, incertidumbre y terror. No había libertad ni para
masturbarse. Supongo que la mayoría se ruborizaba si hablaba de sexo en la
escuela o en la universidad. A mí me pasaba lo mismo. Pero yo tenía a mi
protector, a mi ángel de la guarda, a mi hermanito Ariel.
Después de la navidad del 80 nos fuimos de
vacaciones a la casa que los abuelos tenían en el campo, bastante al sur de
Buenos Aires. Allí el verano era más fresco. En la pieza que la abuela nos
preparó, solo había una cama. Como éramos flaquitos, con 12 años, y buenos
hermanos, incapaces de generar conflicto por eso, ni se hicieron drama.
La primera noche los dos llegamos re cansados
a la cama. Habíamos andado con el abuelo a caballo, y de yapa los dos ayudamos
a la abuela con el arroz con pollo para la cena. Yo, acostumbrada a dormir en
calzones, me desvestí y me tapé rapidísimo. Ari no tardó en imitarme, apenas en
calzoncillos. Creo que producto del mismo cansancio, no supe impedirle que me acaricié
la cola. Me gustaba cómo lo hacía. Incluso, supongo que me adormecía cada vez
más.
La segunda noche fue al revés. Ari se acostó
primero, porque yo me quedé aprendiendo a tejer con la abuela en la sala. En
ese momento, mientras la luz de un farol a querosén nos iluminaba, y el abuelo
apagaba su radio a pilas, la abu me preguntó: ¡Hijita, es verdad que al
Arielito le anda arrastrando el ala una chica del colegio?!
Su risa parecida a la de una bruja encantadora
me irritó. Sentí celos. No sabía por qué, pero quería correr a la pieza y despertar
a mi hermano de un sopapo. Quería que me mire a los ojos y me jure que no
andaba noviando. Aunque ni sabía por qué necesitaba eso. Le dije que no tenía
idea, y ella siguió hablando.
¡Yo, la verdad, creo que son muy chiquitos
para esas cosas! ¡Imagino que vos no andarás con esas pavadas cachorrita!
No terminé de responderle, porque la abuela
cambió de tema, y cuando quise acordar, ya me estaba quedando en bombacha para
acostarme. Si no fuera porque estaba plagado de mosquitos, seguro que ni nos
tapábamos. Ari dormía. Pero al sentir mi cuerpo acomodándose al ladito suyo,
bostezó y murmuró: ¿Qué hora es Luli?!
¡Así que te gusta una pibita del colegio
tarado?!, lo increpé mientras le rasguñaba una mano.
¿Qué te pasa Luciana? ¡Nada que ver! ¡Es al revés
nena, ella gusta de mí! ¡Aparte, qué te importa?!, se defendió casi sin abrir
los ojos.
¡Sí que me importa! ¡No podés tener novia
ahora, porque la vas a dejar embarazada, y te vas a olvidar de mí!, le dije al
borde de un llanto inexplicable pero difícil de oprimir.
¿Qué decís nena? ¿Cómo voy a… embarazar… a
quién? ¡Somos chicos para eso! ¡Además, vos sos mi hermana, y nunca te voy a
dejar sola tontita!, dijo con ternura, ablandándome hasta los huesos.
¿Pero, no pasó nada con esa chica? ¿Ni
siquiera un beso?!, le pregunté luego de un silencio solo interrumpido por los
grillos del jardín.
¡Bueno, sí, ella me dio unos chupones, pero
nada más! ¡Tiene mal aliento, y según el Pipo es media piojosa!, dijo riéndose
con ganas, sabiendo que su risa lo atenuaba todo, porque además es híper
contagioso, hasta hoy día.
El Pipo sigue siendo uno de sus amigos más
leales y fieles.
Después de eso nos dormimos, o al menos yo
esperé a que él se duerma primero. Empecé a dar vueltas en la cama, analizando
lo que me había dicho, y no podía no creerle. Pero me imaginaba a esa rubia
tilinga dándole besos en el cuello, y me ponía de los pelos. No entiendo cómo
llegué a imaginar a mi hermano tocándole las tetas. Yo conocía a esa chica. Se
llamaba Natalia, y todos le decían La Sospechosa por las terribles gomas que
tenía para sus 14 años. Había repetido dos veces sexto grado, y se hacía la
agrandada por tener más edad que el resto de las chicas de séptimo.
Todo hasta que, descubrí que Ariel empezaba a
sacudirse en la cama, ya dormido e inconsciente de sus movimientos. Quise saber
qué estaba haciendo. Y, de repente, mis manos encontraron casi que por
accidente la prueba irrefutable de que se estaba masturbando. Se estremecía
entre suspiros apagados, boca arriba y con las manos adentro de su calzoncillo,
el que me dio la sensación de que yacía húmedo. Ahí debí haberme detenido, o
tal vez fuera mi mejor acierto. Es que, interné mi mano debajo de las suyas,
para tocarle sin ninguna censura el pito. Lo tenía parado, pegoteado y caliente.
Mi tacto lo devolvió al planeta en un segundo, y todo lo que en su mundo olía a
felicidad, se convirtió en un enojo indescriptible.
¡Qué me tocás pendeja! ¡Quedate quieta, y no
seas toquetona, o me voy a dormir a la sala, y te dejo sola con la luz apagada!,
me gritó al oído, mientras yo, del susto y la vergüenza por haber sido
descubierta me hacía pis en la cama. El guacho conocía mis debilidades. Me
aterraba la oscuridad, las arañas, los gusanos y las tormentas en el campo. Por
eso le obedecí, algo atemorizada, incómoda y fiel a su autoridad.
La cosa fue al día siguiente. En el momento en
el que yo me hamacaba en un columpio casero que había en el patio, y Ariel les
tiraba piedras a los gorriones, la abuela nos llamó a la cocina, con una gruesa
vara en la mano y la cara bien parecida a la de una diabla.
¿Quién de los dos se meó en la cama anoche?!,
nos gritó, sabiendo que el abuelo había viajado al pueblo por mercadería. A él
no le gustaba que la abuela nos ande gritoneando.
¡Fui yo Abu, pero te juro que no, no llegué a
levantarme, porque, es que, no sé, estaba muy dormida!, alcancé a balbucear,
viendo cómo los ojos de Ari se sorprendían de que haya sido capaz de salvar el
momento. La vuela, que no tenía demasiadas pulgas, me mandó a fregar las
sábanas, a lavar mi bombacha y el calzón de Ari. Todo a mano, porque no había
lavarropas. De paso, para demostrarme que estaba realmente molesta por mi
accidente, me manguereó en el patio, desnuda, y ante los ojos de Ariel.
¡Así se educa a las cachorras Arielito! ¡Es
hora que vayas aprendiendo! ¡Así no se va a mear más encima tu hermana!, decía
la abuela, exponiéndome, sin saberlo a un camino sin salida. Después de
aquello, me vistió de mala gana y me pidió que tienda la cama que compartía con
Ari.
Luego todo volvió a ser como antes. El abuelo
llegó alegre del pueblo, y aunque le habíamos prometido a la vieja no decir ni
una sola palabra de lo que pasó, todo parecía disolverse entre los regalos que
nos trajo, los postres, la cabalgata por la tarde por el campo, las actividades
alimentarias de los animalitos de la granja y sus chistes que tanto nos hacía
reír. Era más gracioso si se tomaba unos vinos en algún bar de la ciudad.
Pero a la noche, apenas el tata dormía, la
abuela entró a nuestra pieza, justo cuando yo estaba por acostarme, en bombacha
como siempre.
¡Vení nena, ponente esto encima de la bombachita!
¡Por ahí evitás mearte a la noche! ¡No quiero sorpresas!, me dijo, acercándome
una bombacha de goma. En aquellos tiempos no había pañales descartables. Solo
una especie de bombacha de goma que sostenía al clásico pañal de tela. Había
celestes o rosadas, según si eran para nenes o nenas, y muchas de ellas venían
perfumadas.
¡Y haceme el favor de ponerte una remera, que
no podés dormir así con tu hermano!, dijo mientras abría la ventana.
¿Por qué Abu? ¡Hace calor para ponerse
remera!, me atreví a reprocharle.
¡Porque vos sos una nena cachorra, y tenés
tetas! ¡Por si no lo notaste! ¡Tu hermano puede dormir desnudo si quiere! ¡Pero
vos no podés andar provocándolo pendejita!, me decía agarrándome de la oreja,
una vez que ya me había acostado.
Apenas cerró la puerta entre rezongos, Ari se
dio vuelta para observarme.
¡Hey Lu, esa cosa te re marca la cola! ¿Te
queda media chiquita?!, me dijo como burlándose.
¡Creo que sí, porque esto es para los bebés!
¡No sé si tenía bombachitas para adultos!, le dije, sintiendo cómo empezaba a
rozarme una nalga con sus dedos. Por eso mismo, enseguida me puse boca arriba.
¡O sea que, con eso, si te hacés pis no vas a
mojar la cama?, curioseó inocente. No le respondí.
De repente, una vez que yo apagué la luz, él
se me subió encima y me besó en la boca. Todo lo que había de armonía en mi ser
se desmoronó. Era extraño, pero quería más de su boca, del gusto de su saliva,
del roce de su lengua, la que paseó por mis labios y mi cuello.
¡Es cierto Luli! ¡Te crecieron las tetas nena!
¿y son más lindas que las de la Nati!, me dijo agitándose cada vez más, como
acariciándome el oído, mientras su cuerpo comenzaba a moverse sobre el mío. No
me dejaba escapar, y yo tampoco lo anhelaba.
¡El abuelo dice que cuando a las yeguas le
crecen las tetas, es porque quieren ser madres! ¿Vos no querés eso no? ¡Me
gusta besarte! ¡Tu boca es re rica… dulce… es como, caliente! ¡Mirá, no sé por
qué, pero, se me pone duro el pitulín cuando te beso!, decía, sin abandonar el
besuqueo que ya nos envolvía en un calor más intenso que el de cualquier
verano. Me gustaban sus palabras. No sabía qué cosas había charlado con el
abuelo, pero al parecer, él también le contó que a los caballos cuando se alzan
se les pone duro el pito.
¡No nene, yo no quiero ser mamá todavía! ¡pero
besame, que a mí también, me, me gusta! ¿Vos querés ser mi novio?!, le dije en
un ataque de sensaciones imposibles de tocar, pero que me recorrían por los
huesos como una inyección de materia y energía.
Cuando le toqué el pito, fue porque, de
repente sentí que algo se presionaba fuerte contra mi vagina. Ahí divisé que
Ari se había corrido el calzoncillo, y que mientras me punzaba suavecito me
mordía los labios, me olía la boca y jadeaba con mi nombre en los labios.
¡Aaay, Lulita, mi novia, con esas tetitas,
aaay, me gustás nenita, ¡aunque seas mi hermanita!, decía, aún cuando yo le
agarré el pito. En realidad, era para persuadirlo de lo que estaba haciendo. Yo
seguía con las bombachas puestas, pero de igual forma sentía esa presión,
aquella insoportable fricción y el sonido de la goma estirándose, y algo
parecía humedecerme por dentro.
¡Quédate tranquilita Lu, que los papis también
hacen esto, porque se aman como nosotros!, decía, mientras mi mano y la
bombacha comenzaban a invadirse de una sustancia caliente, viscosa, no muy
abundante, pero, lo suficiente como para que él se relaje enseguida.
¡No tengas miedo Lu, que no te meé la manito!
¡Eso es semen, lo que largamos los cachorritos cuando andamos alzados! ¡Pero
tus tetas tienen la culpa! ¿Mañana me dejás chupártelas?!, me preguntó,
mientras se acomodaba el calzoncillo, y yo me metía una mano adentro de la
bombacha.
¿Qué pasó Lu? ¿Te measte?!, me preguntó a
punto de besarme en la boca de nuevo.
¡No… no no… es que… no sé por qué… pero, tengo
mojada la vagina!, le sinceré.
¡Bueno Lu, no debe ser nada serio! ¿Te amo
nena, y si te portás bien, mañana te como la boquita otra vez! Qquerés?!,
concluyó rodeándome uno de mis pezoncitos con sus dedos.
Fue una noche rara. Soñé con él, que me tocaba
la cola delante de la abuela, que luego me hacía lamerle el pito en el patio, y
que después nos peleábamos a los mordiscones, como si fuésemos perro y gato.
Sentía un fuego terrible en la vagina, y cosquillitas en la cola. Quería
tocarme, y lo hice en medio de la madrugada. No entendía por qué estaba tan
empapada, si ni tenía olor a pis. Para colmo de males, en la mañana, Ari me dio
un chupón en cada una de mis tetas antes de levantarse a colaborar con el
abuelo. Había que ordeñar a las vacas que le trajo don Ponce, el arriero de la
zona. Eso me estremeció, al punto que gemí de estupor, y me puse roja como un
tomate. Además, le vi el pito con toda la luz del amanecer. Lo tenía paradito.
Seguro que se estaba meando el pobre, pensé. O tal vez tenía más de esa
sustancia, y a lo mejor eso le hacía doler.
La abuela, por su parte se encargó de
inspeccionarme. Apenas puse un pie en la cocina como a las diez para desayunar,
me bajó el pantalón y se fijó si tenía la bombacha mojada.
¿Y la bombachita de goma?!, me preguntó
expectante, luego de palparme la de tela y de olerla.
¡Me la saqué Abu, porque me apretaba mucho!
¡La dejé en la cama! ¡Está sequita!, le aclaré, confiada y orgullosa.
¡Muuuy bien! ¡Ya que funcionó, esta noche la
vas a usar otra vez! ¿Entendiste? ¡Ahora, a tomar la leche!, dijo conforme, con
el rostro satisfecho, y dispuesta a preparar las tostadas más ricas del mundo.
Por la tarde, la abuela me mandó a colgar un
montón de ropa mojada al tendedero, para que el sol imponente la seque con su
bravura. En eso estaba yo. No me faltaban muchas prendas, cuando apareció Ari
pateando una pelota.
¡Y la abuela?!, me preguntó, haciéndose el
Maradona con sus jueguitos.
¡Se acostó a dormir la siesta!, le dije
agotada por el calor.
¡Bueno, mostrame las tetas Lu!, me ordenó.
Pero ni siquiera llegué a negarme. En un solo segundo me tiró al pastito, se me
derrumbó encima y me las empezó a tocar. yo ni siquiera llevaba corpiño bajo mi
vestidito.
¡El abuelo dice que para que te crezcan más,
te las tengo que manosear! ¡Vos también te las tenés que tocar Luli!, me decía,
ahora intentando juntar sus labios a los míos. Su saliva le chorreaba, su aire
se agitaba en sus pulmones, su pene ya se frotaba contra mis piernas al
descubierto, ya que solo tenía una bermuda, y mi cuello se llenaba de sus
chupones. Yo no podía dejar de besarlo. Encima, cuando le conté que la abuela
me olió la bombacha y que me felicitó por no hacerme pis en la cama, mi
hermanito me apretó contra él, me amasó las nalguitas y durante un momento se
quedó quietito, mientras decía: ¡Bien chiquita, por eso yo te amo tanto! ¡Quiero
que seas mi novia, y que tengas las tetas más grandes, para que todas las
guachas del colegio te envidien! ¡Y a mis amigos se les pare el pito cuando te
las miren!
De repente, se levanta medio atolondrado, y
descubro que aquella sustancia blanca le cae un poquito de la punta del pito, y
que es igual a la que me había dejado brillando en la pierna derecha.
¡Perdón Luli, pero ando alzadito, y eso se me
sale cuando, bueno, vos me ponés así! ¿Entendés? ¡Pero el abuelo dice que es
normal!, me explicó mientras se sacudía el pito luego de hacer pis contra un
arbolito, para después seguir con la pelota y su partido imaginario. Lo vi
alejarse en el campo, al tiempo que la misma humedad acalorada, como si fuese
una fiebre indómita se apoderaba de mi vulva. Me veía la pierna manchada con su
semen, y me embobaba aún peor. ¡Esas cosas que hablaba con el abuelo me estaban
volviendo loca!
Pero entonces, enseguida la abuela me retó
porque me encontró haciendo pis en el pastito. Estaba en 4 sobre mis rodillas y
manos, con mi bombacha y bermuda sostenida de mis pies en lo alto, ya sin el
vestidito.
¡Cómo una señorita puede hacer semejantes
cochinadas? ¡Levantate de ahí Luciana, ya!, me dijo con una vara en la mano,
con la que me dio 3 azotes sutiles en la cola, antes de llegar a subirme la
ropa.
Ya casi entrada la noche, oí que la abuela se
lo contaba a Ariel.
¡Tu hermanita estaba meando como una perra en
el pastito! ¡Tené mucho cuidadito, porque por el olor que tiene, para mí que
anda alzadita! ¡Seguro que notaste que le crecieron los pechitos, y que la
cola, bueno, ya no le quedan las mayitas que usaba el año pasado!, le decía la
vieja. Ari no le respondía. Yo entretanto lavaba las tazas de la merienda,
guardaba el termo y las cosas del mate en los aparadores.
Durante la noche, otra vez yo en bombacha de
goma y él en calzoncillo, de la nada y acurrucados en la cama empezamos a
besarnos. Esa vez había bajado mucho la temperatura, y el viento silbaba entre
las copas de los árboles. Necesitábamos darnos calor, y algunas cosquillitas en
los cuerpos.
¡Qué rica boca nena, me vuelve loco! ¡Y ahora
te voy a chupar las tetas, como me dijo el abuelo! ¡Así te crecen más rápido!,
me decía saboreando mi lengua, sorbiendo la saliva que me generaba su franeleo,
y frotándose encima de mi cuerpo cada vez más obediente a sus consignas.
¡Cómo es eso que tenés que andar con cuidadito
conmigo? ¡La abuela dice que yo tengo olor a alzadita!, le dije, cuando ya me
chupaba los pezoncitos, enredaba sus dedos en mi pelo y me apretaba un poco las
nalgas.
¡Nada Lu, callate, y dejame besarte las
tetas!, me decía, mientras mi vulva notaba la dureza de su pene, y sus chupones
interrumpían a la noche turbulenta, porque ahora el viento estaba acompañado
por un aguacero terrible. Las piernas se me abrían solas. Mi boca buscaba la
suya, o su cuello, o sus cachetes afiebrados. Mis manos le aprisionaban la
espalda para que eso que me hacía arder la vagina no se detenga, y para que su
pene siga creciendo. En un momento le toqué la cola, y noté que se había sacado
el calzoncillo.
¡La abuela dice que puedo dormir desnudo
Luchi, así que no me jodas!, me gritó cuando le reclamé por su desnudez.
¿Me dejás tocarte la chucha nena? ¡Dale, y vos
me tocás el pitito! ¿Querés?!, me dijo, mientras introducía una de sus manos
adentro de mi bombacha de goma, y una de las mías le manoteaba el pito, sin
despegarnos. Es decir, que él seguía como tatuado sobre mí. Solo que, no llegó
a tocarla. Se topó con mi bombachita de tela, y me la masajeó unos segundos. En
el mismo momento se me empezaron a escapar unos gemidos. Sentía que me mojaba y
que una descarga de algo que no podía entender me eclipsó entera. Quería llorar
y reír al mismo tiempo, comerle la boca a mi hermano, pegarle, pedirle que me
desnude. No sé, estaba confundida pero feliz. Además, en ese preciso instante,
mi mano se colmaba de su sustancia pegajosa, y él también gimió mientras decía:
¡Aaaaaay Luuuuchiii… asíii nenaaa… es cierto que estás calentitaa! ¡la vieja
tenía razón!
¿Qué cosas te dice el abuelo de mí? ¿Él sabe,
que, nosotros, nos besamos?!, le pregunté mientras nos seguíamos besuqueando.
¡Él sabe todo nena, hasta que te measte en la
cama, y que la abuela te pone bombachas de goma!, me dijo, especialmente porque
yo le pellizqué una tetilla para que confiese. Pero después de eso, no abrió la
boca hasta el día siguiente.
No hubo tiempo para explicaciones. De repente
el tonto dormía como si nada, y yo naufragaba en mis propios pensamientos. Ni
sé si logré dormirme. De pronto, el abuelo irrumpió en el amanecer para
llevarse a Ariel.
¡Dale marmota… arriba… que tenemos que ir a
cortar leña!, le decía mientras le sacudía un brazo. Pero mi hermano no
reaccionaba ni para rezongarle.
¡Dale Arielito! ¡Mirá que si no venís te saco
a tu hermanita para que te diviertas!, le dijo, suponiendo que yo dormía. Ahí
sí que mi hermano salió de la cama, sin importarle que el abuelo lo vea
desnudo.
¡Te espero afuera!, le dijo por último
mientras Ari se vestía. Me culpé por no tener la valentía de preguntarle,
recriminarle o lo que sea. Pero entonces, me dormí hasta el mediodía, momento
en que la abuela me fue a despertar.
¡Vamos Luciana, abrí los ojos cachorra! ¡Te traje
la leche a la cama! ¡Está muy frío para que te levantes!, me sorprendió con una
dulzura especial.
¡Escuchame, necesito que te saques las
bombachitas!, agregó cuando yo comenzaba a tomarme la leche. apenas terminé de
hacerlo, sin salir de la cama se las di en la mano como me lo solicitó. Vi que
las olió y las palpó. Después se sentó en mi cama y murmuró: ¡Bueno… muy bien… ya
no tenés olor a pis Luciana! ¡Pero quiero olerte las manos!
Ni siquiera me dio lugar a terminarme la
leche. agarró mis manos y después de olerlas me las lamió.
¡Escuchame nena! ¿Ayer le tocaste el pito a tu
hermano? ¡Tenés olor a pito en las manitos!, dijo sin violentarse, cosa que me
extrañó.
¡Decime la verdad guacha, que no te voy a
castigar!, me incitó, analizando que no podía hablarle. Le dije que sí, y antes
que intente una excusa, ella me destapó, olió las sábanas, me abrió las piernas
para examinar mi vulva con los ojos, apenas me la rozó con un dedo, me olió los
pies y volvió a taparme, todo mientras suspiraba.
¡Estoy muuuy contenta con vos Luciana! ¡Siempre
que tu hermano te pida que le toques el pito, hacelo! ¿Estamos?!, me decía
agarrándome de una oreja. No me quedó otra que decirle que sí, aunque cada vez
entendía menos.
El resto del día transcurrió sin novedades,
hasta la tarde. Yo tomaba un té en la cocina, con normalidad y a solas. Hasta
que entra Ariel, todo despeinado y tenso. Me dejó sin reacción cuando me
recogió en sus brazos para llevarme al baño. ahí me bajó el pantalón y me pidió
que apoye las manos en la pileta, que cierre los ojos y que ni se me ocurra
gritar. Le hice caso como siempre. Lo escuché quejarse porque no podía hacer
pis de lo duro que tenía el pito, y pronto se pegó a mi cola, haciéndome notar que
no mentía con su erección. Se movía descontrolado, me tironeaba la bombacha y
me pedía que le lama los dedos de una de sus manos. Supongo que con la otra se
tocaba el pito cuando no me lo fregaba en la cola. Todo hasta que me dijo: ¡Sentate
en el inodoro Lu, porfi!
Apenas le puso la tapa, él mismo me sentó a lo
bruto. Abrí los ojos, justo cuando se agachaba para acomodarse en cuclillas
entre mis piernas. Me las abría y acariciaba con la misma pasión con la que se
agitaba. Me encantaba escuchar cómo se le abrían los pulmones ni bien empezó a
olerme la bombacha, la panza y las piernas. Estuve al borde de pedirle que me
toque la vagina. Pero me cagué toda, apenas escuché a los abuelos entrando a la
casa, discutiendo de algún asunto irrelevante. Entonces Ariel se incorporó y me
puso el pito entre las manos.
¡Tocalo Luchi, apretalo bien fuerteeee,
daleee, mirá cómo se me pone cuando estoy alzadito! ¡Me gusta tu olor a pis de
bebé, porque vos también estás re alzadaaa neeenaaa, como yoooo!, decía, al
tiempo que mi mano se lo envolvía para presionarlo con fuerzas, subiendo y
bajando por su mástil caliente, sintiéndolo latir, endurecerse aún más, elevar
su temperatura, y al fin derramar un chorro de semen rabioso entre mis dedos.
Yo sentía que la conchita se me abría de a poquito, que se me humedecía la
bombacha y que necesitaba tocarme.
¡No pasa nada abu! ¡Yo estoy en el baño con la
Luciana!, dijo Ariel cuando el abuelo lo escuchó jadear mientras eyaculaba, sin
ningún recato. Ariel terminó de subirse el pantalón después de sacarme del
inodoro como a un muñeco para hacer pis, y salió transpirado, algo más
tranquilo y sin lavarse las manos.
Me quedé perpleja, inmóvil, con los dedos
pegoteados, de nuevo sentada en el inodoro, buscando la causa del calor que me
rondaba como a un pedazo de leña en la chimenea. Empecé a tocarme, a reconocer
mi sexo, por encima y adentro de la bombacha. Eso fue peor, porque no sabía
cómo hacer para detenerlo. Por el contrario, todo me ponía más nerviosa, como
si una fiebre insoluble me recorriera por las venas. Ni siquiera recuerdo cómo
salí del baño.
A la noche, Ariel volvió a besarme, a tocar y
lamer mis pechitos, a pedirme que le toque el pito, y a decirme que yo le gusto
cada vez más. Yo, otra vez en bombacha de goma, y él desnudito. Solo que,
aquella vez me dijo, después de que la abuela apagó la luz de la cocina: ¡Ponete
boca abajo Lu, que quiero apoyarte el pito en la cola! ¿Me dejás?
Yo no tenía el control de mis actos cuando su
aroma y su calor me circundaban. Apenas lo hice, él se montó a mi cintura, y
mientras me besaba la nuca y la espalda, empezó a frotarse cada vez más rápido,
a gemir suavecito, a olerme el pelo, a decirme cosas al oído que me hacían
soñar, y a tocarme las tetas.
¡Viste que están un poquito más grandes
chanchita? ¡Y tu cola también! ¡Es como dice el tata! ¡Si te tocás, o yo te
manoseo, vas a ponerte más hembrita, más rica! ¿Vos estás alzada conmigo? ¿Eee?
¡Decime Luchi! ¿Estás calentita? ¿Te gusta que te apoye el pito así?!, me
susurraba, intentando escurrir una de sus manos adentro de mi bombacha. Al
parecer le gustaba que yo me esfuerce por prohibirle el ingreso entre rasguños.
Pero yo solo podía responderle: ¡Síii, estoy, síii, re alzaditaa, calentita, o
eso, te amo Ariii, y me, me gusta lo que me hacés!
¡Bueno, entonces dejame tocarte la chocha,
porque si no le digo a la abuela que te measte!, me amenazó, fiel a su estilo
de tenerme bajo su poder. Pero, yo, como una tarada, tuve el desatino de
gritar: ¡Baaastaaa, soltame neneee!
La abuela tardó lo que un suspiro de vidrieras
en aparecerse en la pieza. Encendió la luz y nos destapó.
¡Qué carajo Pasa Luciana? ¿Y vos, qué le
hiciste a tu hermana?!, nos dijo, momificándonos de terror.
¡Es que… nada abu… lo que pasa es que… ella…
bueno!, intentó hilar sin suerte mi hermano, mientras la abuela nos levantaba
casi de los pelos.
¡A ver? ¿La cachorrita se meó en la cama
Arielito?!, decía oliéndome las piernas y la bombachita de goma a la altura de
la vagina, una vez que nos tenía de pie frente a ella.
¿O será que vos andás medio calentito esta
noche nene?, le dijo, repitiendo el mismo procedimiento con él, mientras me
chicoteaba las piernas con una barita de paraíso. A él también le pegó, y le
dio un apretón a su pene que no abandonaba su erección.
¡Ariel, vos estás alzadito con ella?!, le dijo
al oído mientras le sacudía el pito. Mi hermano le respondió con la cabeza.
¡Y vos, vos también andás alzadita con él
cachorra?!, me preguntó palpando mis tetitas con una mano y masajeando mi cola
con la otra. Como no le respondí me pellizcó con vehemencia, y no tuve más
opción que decirle que sí.
¡Ahora ponete en cuatro patitas en el suelo
nena! ¡Y vos mirale la cola! ¡Movela pendeja, de un lado al otro! ¿Te gusta
Ari? ¿Se te pone más duro el pitulín?!, nos decía la abuela, y nosotros
obedecíamos impertérritos.
¡Tomá, pegale con esto en la cola! ¡Y vos no
pares de moverla nenita alzada!, indicó luego. Hubo un instante de tensión
cuando Ari empezó a descargar sus azotes en mis nalgas con esa barita endeble.
Pero por alguna razón me gustaba.
¡Dale más fuerte, que tiene la bombachita
puesta! ¿o, preferís que se la bajemos?!, sugirió la abuela, ahora sentada en
la cama. Ari empezó a pegarme más seguido, y más fuerte, hasta que la abuela le
ordenó: ¡Basta Ari, ahora ponete en cuatro patas encima de ella, y hacele pis
en la cola, pero sin sacarle la bombachita!
Enseguida sentí que Ari me apresó con sus
manos y piernas, y que su pene golpeaba mi cola resbalándose un poco hasta
tocar mi sexo. Se movía despacito, meciéndome hacia los costados, y para atrás
y adelante.
¡Dale tarado, meala de una vez inútil!, le
gritó la abuela, ahora descargándole algunos varillazos en la cola. Entonces,
Ari se hizo pichí encima de mí, aunque casi todo cayó en el suelo. Era
insoportable para mis ansias tener mi vagina aprisionada en esa bombacha
elástica, empapada y tan acalorada que no podía siquiera pensar.
La abuela desapareció en un momento, el que
aprovechamos para besarnos como locos en la boca, ahora parados en el medio de
la pieza. Cuando volvió, me dio un trapo de piso para que limpie el enchastre,
le pidió a mi hermano que se acueste y que por hoy no vuelva a tocarse el pito,
y se fue, ni bien me palpó las tetas y me acarició la cola, después de
susurrarme al oído: ¡Estás cada día más hembra mi Luchi! ¡Así que por esta
noche vas a dormir así, toda meada por tu hermanito!
Esa vez nos quedamos dormidos, abrazados,
agotados de tantas ojeras. En especial yo, que no le daba tregua a mi cerebro.
Al menos Ariel se cansaba con las actividades que el abuelo le encomendaba para
que lo ayude en el campo. Para colmo, a la mañana siguiente sucedió lo de
nunca. El abuelo prefirió tomarse unos mates en la cocina, conmigo a upa. No
parecía tener intenciones de hacerme daño. Pero yo sentía que su pene se
endurecía debajo de mi cola, y como no tenía bombacha, todo se acentuaba más
sobre la pollerita que la abuela me había pedido que me pusiera. Recién al
final, después que yo tomé mi vaso de leche sobre sus piernas, y que él
terminara de arreglar unos asuntos con la abuela, me dijo al oído: ¡Andá a
jugar Cachorrita! ¡Y me encanta que seas la noviecita de tu hermano!
A los 3 días, la abuela me despierta a los
zamarreos. El sol era tan imbatible como cegador en la ventana.
¡Luciana, vamooos, arribaa! ¡Y sacate esa
bombacha que la tenés hace 5 días por lo menos!, me dijo destapándome. Para mí
solo se refería a la molesta bombacha de goma.
¡No no! ¡Sacártela, así como estás,
acostadita!, me pidió luego, mientras sus manos me sostenían los hombros.
Entonces, empecé a bajarla hasta mis rodillas, al tiempo que ella me acariciaba
las tetas.
¡La de tela también atorrantita!, me indicó,
por lo que ahora las 2 bombachas descendían por mis piernas. Cuando llegué a
mis tobillos, la abuela me pasó la lengua por las tetas. No sé por qué lo hizo,
pero gemí sin querer, y la abuela se intranquilizó.
¿Qué pasó guachita? ¿Te gustó? ¿Me parece que
vas a ser tetona como la tía Mari, pero, creo que más culona que todas las de
la familia! ¿Seguís alzadita contu hermano?!, decía mientras juntaba mis bombachas
en sus manos, y me abría las piernas.
¡Síiii, estás re alzada! ¡Mirate! ¡Te brilla
la conchita como a las yeguas!, decía mirando mi sexo y oliendo mi bombacha de
tela.
¡Ahora te levantás y, así desnuda como estás, te
ponés a limpiar la cocina! ¿Estamos?!, me ordenó, y se fue prometiéndome un
desayuno rico.
Esa vez cumplí con todo lo que la abuela me
pidió. Después almorzamos. Para la ocasión, ella me puso una pollera hasta las
rodillas y una bombacha de goma. Solo estábamos Ari, ella y yo. El abuelo había
ido al correo, y de paso se ocuparía de varios trámites. Ese día mi hermano
había estado regando plantas, reparando un alambrado y dándole de comer a los
chanchos. No daba más de cansancio. De hecho, parecía ni haber notado que yo
estaba con las tetas al aire. Recién cuando la abuela trajo las ensaladas, tuvo
que llamarle la atención.
¿Qué estás mirando Arielito? ¿Te gusta comerle
las tetas a tu hermana con los ojitos? ¡Bueno, como ahora el tata no está, yo
te dejo que se las mires! ¡Pero vos, calladita y quietita nena!, dijo antes de
sentarse a comer un muslito de pollo.
¡Sacate la remera nene, que hace calor!, le
dijo en cuanto Ari apuraba un vaso de agua. La cosa es que cuando se levantó,
la abuela le vio el pito abultándole la bermuda, y lo evidenció con su habitual
sarcasmo.
¡No me digas que ya se te paró el pito nene!
¡Pero yo sé muy bien cómo arreglar esto!, decía juntando los platos y los
cubiertos sucios a un lado de la mesa para luego levantarse, encorvada y parsimoniosa.
¡Ninguno sabía con qué podía salirnos la vieja!
¡Vení guricita… acompañame al sillón! ¡Y vos
sentate allá nene! ¡Y movete, que no tengo todo el día, dale!, decía mientras
me levantaba de la silla con algún rasguño en la espalda. Una vez que Ari se
dejó caer en el sillón de mimbre que tanto adoraba el abuelo, la abuela le bajó
la bermuda, le tanteó el pito sobre su calzoncillo relamiéndose los labios, y
le corrigió la postura para que permanezca derecho en el asiento. Luego me alzó
en sus brazos, como si pesara cuatro kilos, para sentarme a upa de mi hermano.
El pito de Ariel estaba más duro que otras veces, y sentirlo contra mi cola me
provocaba unas ganas de comérmelo a besos tremendas.
¡Ari, correte el calzoncillo para abajo! ¡Y
vos cachorra, subite la pollera a la cintura, y empezá a saltarle encima…
despacito… vamos!, nos instruyó la anciana, en la encrucijada de no saber si
sentarse en la silla o en un banquito. Yo no podía siquiera mover un dedo. Ari
me subió la pollera, se bajó el calzón y me empezó a sacudir para impulsar mi
cuerpo hacia arriba. Pero de repente, yo saltaba, cada vez más alto para
impactar mi cola contra sus piernas y su pito hinchado. Me preocupaba que le
doliera, porque sus gemidos eran distintos a los que le conocía. Sin embargo,
él me pedía que siga saltando, mientras me manoseaba las tetas.
¡Eso eees… asíii neneee… toqueteala toda! ¿Te
gusta bebote? ¿Te calienta esa colita saltando en tu pito? ¡Y vos seguí
guachita! ¡Saltá más rapidito, y abrí las piernas para que él te toque la
conchita! ¡No seas cagona… que no te va a meter nada porque tenés la bombacha!,
decía la abuela desde su banquito de pino, con el rostro irreverente, las manos
inquietas y un pucho en los labios, el que de vez en cuando volvía a encender.
¡Bueno, basta chiquitos! ¡Ari, tirate bien
para atrás! ¡Vos nena, acomodate el pito de tu hermano entre las piernitas…
contra la vulvita… y apretá bien las piernas, y movete despacito! ¡Así el
Arielito te larga la lechita!, nos pidió la abuela, y nosotros ni nos
atrevíamos a opinar lo contrario. El pito de Ariel estaba caliente, viscoso,
más durito y totalmente indomable. Cuando lo puse en el rincón que me inquirió
la abuela, un sismo salvaje me sacudió hasta el apellido. Encima, como se
resbalaba contra mi bombacha, esa sensación imposible de atesorar se me volvía
insoportable. Yo también me había mojado, y eso dificultaba aún más las cosas.
Pero en cuanto se la apreté contra las piernas, él me dio dos azotes en la cola
y se aferró a la tela de mi pollera, mientras sus jadeos se mezclaban con mis
suspiros y su semen se liberaba para bañar las costas de mi intimidad. Lo sentí
que me chorreaba por las piernas, que me salpicó la panza, y que lentamente su
dureza comenzaba a convertirse en el pito de un nene de 12 años. Aún así, ese
pitito me encantaba.
La abuela me levantó de inmediato del calor de
mi hermano, me bajó la pollera y me dijo: ¡Ahora te vas a lavar los platos! ¡Y
no te vas a bañar hasta que yo lo diga! ¡Vas a andar con la leche de tu hermano
en la bombacha, y no te la vas a sacar! ¡Solo te la bajás en el baño para hacer
pichí, o cacona! ¿Me entendiste cachorrita? ¡Sos una sucia, una cochina!
Con Ariel fue un poco más dulce. Mientras le subía
el calzoncillo le decía: ¡Muuuuy bien Arielito! ¡Ese es mi nieto! ¡Ahora te vas
a sentir mejor!
Pero enseguida, nos reunió en el centro de la
cocina, justo cuando ya me disponía a fregar platos, con la humedad en la
vagina y los pezones como prisioneros de un fuego que no se extinguía ni con el
agua, y nos aclaró: ¡Escuchen bien! ¡Ari, siempre que quieras largar el semen
de los huevitos, podés hacer esto con tu hermana! ¡Pero solo a la noche… cuando
están solitos! ¡Se lapoyás en la cola… o en la vagina… pero siempre por encima
de la bombachita de goma! ¿Y vos Luciana, lo dejás, como ya te lo dije! ¡Es
más! ¡Si por estar alzada en ese momento te dan ganas de mearte toda en la
cama, lo hacés! ¡Ahora, vos a lavar! ¡Y vos Ariel, andá a lo de la vecina, que
no tengo azúcar para el mate!
Esa noche Ariel volvió a ensuciarme la
bombacha con su semen rabioso. Fue ni bien se metió a la cama, una hora después
que yo. Se aprovechó de mi posición y de mi estado de adormecimiento. Cuando
sentí que su pito se frotaba en mi cola, que por momentos me dividía las
nalgas, que sus dedos buscaban rozarme la vagina y que su saliva caía en mi
pelo, reaccioné de inmediato. Pero él, en un concierto heroico de jadeos
rutilantes, despidió un ramillete de esperma que atenuó su fervor apasionado.
La noche siguiente no hubo nada en concreto.
Solo unos besos en la boca que me volvieron tan loquita que, me hice pis en la
cama. Por suerte no fue mucho porque había ido al baño antes de acostarme. Pero
a la mañana, Ari se despertó con el pito duro entre mis manos. Tuvo que
habérmelas sacado de debajo de la almohada.
¡Tocame el pito nena… y los huevos… tocame
todooooo… mirá cómo me tenés! ¡Soñé que vos me dejabas metértela en la conchita
Luci, y se me puso así de parada!, me decía, y mis manos anduvieron por toda su
anatomía genital sin prejuicios. Hasta que no lo soportó. Se levantó de la cama
y, tal vez pensando en responder el llamado del abuelo que le gritaba desde el
patio, se puso las zapatillas.
¡Ya vooooy abueloooo!, le gritó desde la
ventana. Cuando volvió a mi lado, se puso a olerme, y entonces descubrió que
estaba meadita. Eso pudo haberlo excitado más, porque se me tiró encima para
besuquearme toda. ¡Hasta me lamió los pies! me mordió las piernas y la cola, me
frotó el pito por todos lados, a excepción de la cara, y cuando arribó a mis
tetas, me pidió que le escupa el pito. No entendía por qué se le antojaba
aquello. Pero ni bien terminé con el tercer escupitajo, su pene parecía querer
encarnarse entre mis pechitos por la fuerza con la que se friccionaba.
Qqué ricaaa… hermanitaaa… te hiciste pipíii…
como las perras alzadaaaas! ¿seguís alzada conmigo Luchi? ¿Vos te meás por mí?!,
decía al tiempo que su semen me salpicaba hasta el cuello. Evidentemente su
intención era solo regarme las lolas, porque en un momento estuve a punto de
lamerme la mano con un poquito de su lechita. Pero él me lo prohibió. Enseguida
me pidió que me ponga boca abajo y dijo: ¡Ahora aguantatelá Lu, te voy a tener
que hacer pichí, porque si no la abuela te va a castigar si sabe que vos lo
hiciste! ¡Total, ahora le digo que fui yo, y listo!
Cuando empezó a mearme la cola, me urgieron
unas ganas entrañables de sacarme la puta bombacha y sentirlo todo, como si
podía percibirlo en mis piernas. En cuanto terminó, Ari se vistió para
convertirse en el hombrecito servicial del abuelo. Pero, en el camino lo interceptó
la abuela, y entonces los escuché hablar, mientras buscaba mi pollera para
levantarme.
¡Abu… perdón… pero, es que… le dejé mi semen
en las tetas a la Luchi!, le sinceró mi hermano, con cierto pánico en la voz.
¡No importa chiquito! ¡Acordate que podés
dejársela donde quieras, siempre que no la desvirgues!, le aclaró la vieja.
¿Y qué es eso abu?!, interrogó Ariel.
¡Bueno, eso se lo podés preguntar a tu abuelo
nene!, dijo fastidiosa la abuela, arrastrando los pies hacia nuestro cuarto.
¡Abu… además… bueno, yo le hice pichí en la
cola! ¡sin desnudarla, claro!, me salvó mi hermano, fiel a su palabra.
¿La measte? ¡Uuuuupaaaa, qué chanchito que es
mi nieto! ¡No te aflijas, que yo no la voy a retar! ¡Andá con el abuelo, que ya
te preparó el café en el galpón! ¡Hoy creo que les toca desmalezar el campo!
¡Vaya mi hijo, y cuídese del sol!, le encargó la abuela.
En breve ella estaba ofertándome dar un paseo
con ella en la tarde, mientras me sacaba la bombacha de goma y la de tela.
¡Como te portaste bien, te voy a dar una
limpita! ¡Ya sé que tu hermanito te hizo pis! ¡Pobrecito! ¡Es que anda tan alzado!
¡Pero, la de goma te la ponés a la noche! ¡Ahora, solo ponete esta rosadita,
esta pollerita, la musculosa que te regaló la tía Celia, y las zapatillas!, me decía
a medida que dejaba la ropa que mencionaba en mi cama, y guardaba la bombacha
de goma limpia debajo de la almohada.
¡En un ratito te vas a dar un baño! ¿Sí? ¡No
podés andar con olor a pis en el pueblo!, me dijo sonriente, antes de dejarme a
solas para tomar un té, mientras esperaba a que se caliente la caldera y al fin
bañarme.
A la tarde dimos un paseo por el pueblo como
abuela y nieta. Me compró un helado, algunas golosinas, un librito de cuentos,
y jugamos un rato en la placita. Amaba columpiarme y tirarme por el tobogán. Fue
una tarde soñada. Mi abuela no era la bruja temible que me acechaba, me olía y
me obligaba a ser el carbón de la calenturita de mi hermano, aunque yo no
pusiera ningún reparo. Pero, tuvimos que volver porque, nos topamos con una
manifestación, y los milicos estaban decididos a reprimir a la multitud a como
dé lugar. Incluso, un poco del maldito gas lacrimógeno nos alcanzó, y estuvimos
tosiendo gravemente durante unos minutos que parecieron siglos. Las noticias
eran cada vez peores, y el descontento de la gente era un grito desgarrador en
cada página de los diarios, en la radio y en la televisión. Por suerte los
abuelos vivían lejos de todo eso.
Cuando regresamos, a eso de las 9 de la noche,
la abuela se puso a preparar una sopa, y yo me fui al patio que antecede al
enorme campo. No podía creer que haya estado tanto tiempo lejos de mi hermano.
Me lo encontré sentado jugando a las cartas, al solitario, con una asombrosa
cara de aburrido
¡Hola Luchi! ¡Qué bueno que volviste! ¿Me acompañás
al campito? ¡Quiero hacer pis, y mirarte las tetas!, me dijo mientras me
abrazaba, después de comerme la boca.
¿Estás loco? ¿Y si nos ve el abuelo?!, le dije
escandalizada.
¡El abuelo está adentro, escuchando un
partido! ¡Dale… teneme el pito mientras hago pis Luchi!, me pidió algo más
eufórico. No puedo explicar todo lo que sentí ni bien tomé su pene apuntando a
uno de los arbolitos, para que su chorro comience a emerger siniestro, caliente
y libidinoso, porque, en un momento, mientras continuaba goteando me dijo:
¡Dame un chupón Lu… en la boca… mientras hago pichí… dale nena… no seas mala!
En cuanto su lengua y la mía se tocaron, le
solté el pito, y las últimas gotas de su pipí cayeron sobre mi pollerita. Me
abrazó haciéndome sentir cómo renacía su pene en una erección extraña. Se frotó
sin importarle contra mi ropa, me mordió las tetas sobre la musculosa, me olió
desmesurado porque ahora tenía perfume, y el pelo limpito. Pero, en eso la
abuela se nos aparece por sorpresa entre los árboles, y nos descubre.
¿Qué hacen los dos acá, en el oscuro? ¡Ariel,
ojo vos nenito! ¡Y guardá ese pito!, dijo mientras me agarraba de un brazo para
llevarme a la cocina.
¡La comida ya está lista, y ustedes
cargoseando por ahí! ¿No me escucharon que los llamé?!, rezongó por lo bajo.
¡Abu… perdón… es mi culpa! ¡Pasa que, yo le
pedí a Luciana que me tenga el pito mientras hacía pis… y bueno, creo que le
salpiqué la pollera!, dijo Ariel, un poco más seguro de sus acciones. Pero la
abuela le propinó un cachetazo, mientras le decía: ¡Escuchame nene! ¿No te
diste cuenta que tu hermana está desprotegida? ¡No tiene la bombacha de goma!
¡Ya sabés cómo es esto!
Ariel bajó la mirada, y los tres entramos a
cenar. El abuelo nos esperaba fatigado pero risueño, con la mesa puesta y una botella
de vino. A veces nos convidaba un traguito. Pero esa noche apenas dejó que
Ariel se moje un poco los labios.
Cuando todo terminó, ya en el momento de
acostarnos, la abuela se aseguró que yo me pusiera la maldita bombacha antes de
acostarme.
¡Ponetelá ahora… adelante mía cachorrita! ¡Y
ya sabés! ¡Tu hermano no te vio en todo el día, así que te debe haber
extrañado!, me dijo mientras Ariel terminaba una partida de truco con el tata
en la cocina. Mientras esperaba a mi hermano, me desesperaba oliéndome las
manos. no sabía si me estaba volviendo loca, pero me gustaba el olor a pichí
que me había quedado en la mano derecha, ya que Ariel me la salpicó un poco en
el campito. De hecho, cuando llega me ve lamiéndome los dedos, y yo no hago el
mínimo esfuerzo por ocultárselo.
Qqué hacés Luchi?!, dijo ya sin su pantalón.
¡Es que, me quedó tu olor a pis en la mano!,
le murmuré todavía con mis dedos en la boca, simulando ponerle cara de asco.
¡Heeey, Luuu, eso es porque… creo que, estás
calentita! ¡Por eso te gusta eso! ¡A lo mejor, también tengo olor a pis en el
pito! ¿Te querés fijar?!, me decía ya con su pene a centímetros de mi cara. No
pude evitar nada de lo que pasó, y tal vez mis instintos me lo prohibían
terminantemente.
¡El abuelo me dijo que… esto… por ahí es para
cuando seamos más grandes! ¡Pero yo… tengo ganas ahora de que… que… heeemm… me
dés algún besito en el pito! ¿Te animás Lu?!, me decía agitándose sin poder
dominarse, acariciando mis tetitas con sus dedos fríos por los nervios. Ni le
contesté. Me dejé llevar, y me sentí flotar cuando mi lengua le robó el primer
gemidito, apenas cuando le toqué algunos poros de su pito, que se puso vigoroso
sin más. Le di un besito en la punta, y eso lo estremeció peor. Se lo olí, y le
di la razón.
¡Es cierto Ari… tenés olor a pis! ¡Y me,
gusta! ¡Bueno… es como raro!, le dije. Pero él me silenciaba con un chistido, y
poniéndome su pito un poco a la fuerza entre los labios.
¡Basta Lu… calladita… lamelo… dame más chupones…
asíii… daleeee… oleme el pito nenita sucia!, me decía, acercándome a la locura,
porque, entretanto, quizás sin saberlo, me rozaba la vagina por arribita de la
bombacha de goma, la que por dentro se colmaba de mis flujos.
¡Viste Lulita? ¡Se me ponen duritos y
calientes los huevos! ¡Eso es porque, porque tu lengua lo hace muy bien! ¿No te
enojás si, si ahora yo teee, si te doy toda la lechitaaa? ¡Dale nenitaaa… abrí
la boca guachonaaaa!, me decía cuando ya no le quedaba ni una articulación sin
tensionarse, a la vez que su semen blanco, un poco más espeso que otras veces,
y con un olor que me agradó más que el que afloraba de su calzoncillo, se
vertió todo en mi cara, y un poco en mi boca. ¡Justo cuando su cabecita entró
sin permiso entre mis labios, y yo se lo mordí despacito!
¡Tragalo Luchi! ¡No pongas cara fea, que es como
la leche, y te hace bien! ¡El abuelo me lo dijo!, me consolaba cubriéndome con
la sábana, pero sin despegar los dedos de su mano izquierda de mi vulva. ¡Ardía
de ganas porque me arranque la bombacha con los dientes, y ni siquiera sabía
cómo se me había ocurrido tamaño deseo!
Ari tenía razón. Su semen no era desagradable,
ni mucho menos. Estuve saboreándolo durante la madrugada, mientras él dormía
desnudo, con su pito que se le paraba y se le achicaba, bien abrazado a mi
cuerpo. Incluso, lamí la almohada y la sábana que conservaba sus restos. En un
momento, me bajé la bombacha hasta las rodillas para acariciarme la vagina, y
la tenía re contra empapada. Pero me la subí rapidísimo, en cuanto Ari parecía
despertarse, a pesar que llegó a tocarme la cola.
¡Abu… perdón… pero, anoche, le puse el pito en
la boca a la Luchi… y bueno, le largué la lechita como vos me, me dijiste que
podía hacer!, le dijo por la mañana a la vieja, mientras yo en el patio leía el
libro de cuentos que ella me había regalado.
¡Bueno bueno Arielito, me parece que te estás
pasando!, le rezongó la abuela, con un tono prepotente.
¡Es que… cuando llegué a la pieza, se estaba
lamiendo los dedos… porque tenían olor a pis, de cuando me ayudó a mear en el campo!,
le explicó mi amante precoz, a la vez que la abuela lo le chuceaba para que
hable más bajo.
¡Viste que te dije nene? ¡Está regalada tu hermana,
re alzadita, y con vos! ¡Ojo nene! ¡No la vayas a preñar! ¡Imagino que tu
abuelo ya te puso al tanto de como son las cosas no?!, se alarmó la abuela.
Pero la charla se interrumpió porque un chancho se había fugado del chiquero, y
Ariel tuvo que hacer las mil y una travesías para guardarlo de nuevo.
En efecto, para mí todas las noches fueron
iguales. Ari me hacía tocarle o chuparle el pito hasta que le saltara la
lechita, la que podía terminar en mis tetas, en mi cara o en mi bombacha. Yo me
hacía pis en la cama de la calentura, y él siempre le mentía a la abuela para
que no me faje, como pasó la vez que él no durmió conmigo porque el abuelo se
lo llevó a lo de una tía para que se divierta con sus primos varones más grandes.
Esa noche me meé como tres veces en la cama, y me atreví a meterme dedos en la
vagina y en la cola. Estaba re desquiciadita, y extrañaba demasiado a mi
hermanito. Además, estuve durante un mes usando bombachitas de goma, las que la
abuela me proveía y me ponía en persona, y sin bañarme, a excepción de lavarme
el pelo día por medio, porque a Ari le gustaba el aroma de mi pelo limpio. Esa
noche, para colmo, antes de empezar a toquetearme solita en la cama, el abuelo
entró a la pieza. Se sentó en la cama, me destapó y escondió un chocolatín
entre mi remera y mis pechos.
¡Esas tetas están creciendo muy rápido
cachorrita! ¿La abu dice que, si querés, podés sacarte la bombacha de goma!
¡Total, tu ermanito no está!, me dijo, aturdiéndome completamente. Se quedó un
ratito más contemplándome, sentado en la mitad de la cama. Hasta que me masajeó
las piernas y metió una de sus arrugadas manos adentro de la sábana. La dirigió
directamente al centro de mi sexo. Frotó mi vagina sobre mi bombacha
ligeramente, le dio unos tres o cuatro golpecitos, y cuando la sacó escondió su
rostro añejo en ella para olerla.
¡Me fascina el olor a pis de las hembritas
como vos!, dijo mientras se levantaba de la cama, con toda la paciencia,
mientras la concha se me prendía fuego de calentura, porque sabía que esa noche
estaría sola, como nunca antes lo había estado.
Pero, el 28 de febrero, una noticia nos
sacudió por completo. Mis padres habían sido detenidos por participar de una
compulsa política. Ellos militaban para un partido de izquierda, y al parecer
sus nombres figuraban en cuanta lista negra existía. No pudimos volver a la
ciudad. Por ende, tampoco al colegio, ni al club, ni a reunirnos con nuestros
amigos. En aquel tiempo, eran pocos los que se telefoneaban, y las cartas, eso
era cosa de los adultos. Los niños debíamos estar afuera de toda cruda
realidad, según los grandes. Por eso no podíamos preguntar, protestar o insinuar.
Aún así nuestros abuelos nunca nos mintieron. Siempre fueron positivos, optimistas
y conciliadores. Aunque el abuelo puteaba a nuestros padres, a la justicia y a
los políticos cada vez que creía que no lo escuchábamos. Por lo pronto, la
abuela decidió que podría ser un lindo año de vacaciones con ellos, en el
campo, y lejos de todo aquel maremoto de violencia.
Yo lloraba casi todas las noches, por lo menos
en el primer mes. Ari me consolaba y calmaba como siempre. Pero lo que yo más
necesitaba era que me agarre con fuerza, que se me suba encima en la cama y que
me bese toda, que me apoye el pito en la vulva, que me toque las tetas, que me
pellizque el culo, que me diga que estaba re alzado conmigo, y que no podía
dejar de olerme. Hasta me puse como loca cuando me confesó que le dio un beso
en la boca a la hija de don García, el viejo que traía condimentos y especias. ¡Esa
turrita tenía 15 años, y sí que tenía unos pechos envidiables! Pero para él yo
era la única, y por suerte lo sigo siendo hasta hoy, a pesar de que tenga su
esposa y sus hijas.
En una de esas revolcadas que nos dábamos en
la cama, ahora ya no importaba si era de día o de noche, fue que el desatino se
nos reveló inconcluso, absolutamente descuidado, y con la misma pasión que nos
consumía. Esa vez fue a la siesta. Después de unas torrejas y unas costeletas
de cerdo, Ari me empezó a perseguir por todo el patio para estrellarme una
bombita de agua en la cara. Aunque, conociéndolo, seguro que su blanco eran mis
tetas, ya más creciditas. Cuando logró atraparme contra uno de los árboles, me
empezó a besar la nuca, a fregarme el pito en la cola luego de bajarme el
jogging, porque ya el otoño se hacía sentir, y se atrevió a meter una mano
adentro de mi sagrada bombacha de goma. Por suerte la bombita se le pinchó en
el camino con una rama. Palpó mi vulva con recelo, emocionado y ansioso. Rodeó
la abertura de mi vagina, masajeó la zona, la frotó y se impresionó por lo
mojada que yacía en su prisión insufrible.
¡Luchi, te hiciste pis? ¿O, será que estás
alzada, y te mojás igual, como, como las vacas y las yeguas?!, me decía, ahora
haciéndome notar el rigor de uno de sus dedos pugnando por entrar en mi
huequito.
¡Callate tonto, y meteme el dedo de una vez!,
le dije, y él me tironeó el pelo para que mida el volumen de mis palabras.
Cuando ese dedito entró, empezó a moverlo, y yo a delirar, navegar en un sinfín
de cosquillas y mareos, mientras su bulto seguía apretado contra mis cachetes,
y su lengua me lamía el cuello con más torpeza que arte.
¡Vamos a dormir la siesta nenita? ¿Querés
lamerme el pito? ¿O tomarte la lechita de tu novio?!, me largó, sin dejar de
escarbarme la chuchita. Yo temblaba aterrorizada, pensando en que si el abuelo nos
veía se nos armaba flor de lío. A esas horas el tata solía leer el diario abajo
del alero que había en el patio, pegado al cuarto que Ari y yo compartíamos.
Entonces, los dos corrimos a la pieza. No hubo
tiempo ni forma de ordenar las acciones de nuestra locomotora veloz. Ari me
tumbó en la cama, se me tiró encima, y con sus manoseos y chupones por todo el
cuerpo me fue dejando en bombacha. Empezó a morderme las gambas, la cola, las
lolitas, y la vulva, sin olvidarse de olerme ni de murmurarme todo el tiempo:
¡Qué alzada estás Lu… estás muy calentita… como las cachorritas cuando se le
ponen las tetas gordas con leche!
Apenas se desnudó, se dispuso a tatuarme las
huellas de su pene hinchado por toda mi piel. Cuando llegó a mi boca se lo
lamí, chupé y mordí como me lo pidió, y él seguía oliendo mi entrepierna, ahora
fregando su carita de nene bueno en mi sexo, y jadeando imperturbable. El olor
de sus testículos me gustaba tanto como lo suavecito que tenía sus nalgas, y el
sabor de su pene no me dejaba renunciar a él. Pero de pronto, en un descuido
propio de la edad que teníamos, él escabulló su pito entre los costados de mi
bombacha para que se toque con mi vagina. Empezó a moverse como loco, diciendo
que la tenía calentita, y que eso le encantaba. Pero, finalmente, tuvo que
conformarse con hacerme pichí. Es que, la abuela abrió la puerta de improvisto,
y lo cazó de los pelos.
¡Arielito, te dije que estas cosas, solo de
noche! ¿Qué pasó? ¿Le measte la vagina taradito?!, le gritaba la abuela
mientras le pegaba en la cola con una vara gruesa, y mi hermano empezaba a
lagrimear.
¡Sentate vos, mugrienta, guachita inmunda!, me
solicitó de mala manera la abuela, y acto seguido le gritó a Arielito: ¡Mostrame
el pito vos nene!
La abuela se lo tocó, se agachó para olerlo y
le dio otro azote con la vara.
¡No puede ser que estés tan alzado nene! ¡Vos
Luchi, agarrale el pito a tu hermano y sacale la lechita con la boca! ¡Quiero
ver cómo se lo chupás!, me pidió. A mi juego me llamaron. Ahora estaba meada y
con miedo, pero con el pito de Ariel en la boca, saboreándolo y lamiéndolo a mi
antojo. Entretanto la abu le seguía dando con la vara en la cola, y cada tanto
me acomodaba la cabeza como para no perderle ojo a mis succiones, mordiditas y
olidas.
¡Así Luchi… como los terneritos cuando le
damos la mamadera… o como vos misma cuando chupabas la teta de tu madre! ¿Te
gusta chuparle el pito a tu hermano cachorra? ¡Cuando le venga la lechita, te
la tragás todita! ¿Se entendió?!, me dijo sujetándome del pelo. Y así fue
nomás. Ari me inundó la boca junto al último varillazo de la abuela en su cola,
y yo me la tragué, sin decir ni mu. Eso era lo que quería.
En abril cumplimos los 13, y no tuvimos un
cumpleaños como los que nuestros papis nos hacían en la ciudad. Pero no estuvo
nada mal. Hubo asado, postres, tortas, juegos con los abuelos y los primos, los
que me miraban el culo todo el tiempo, y muchos regalos. Solo que, por la
noche, la abuela tuvo que ponerse a explicarme, de un modo anticuado y poco
metódico lo de la menstruación. Es que, me re asusté cuando vi sangre en mi
bombacha azul, una de tela que me obsequió la tía Mari. La abuela me había
permitido por unos días prescindir de la bombacha de goma. En la soledad del
baño grité envuelta en pánico mientras hacía pis, y la abuela me escuchó.
¡Bueno nena, eso es sangre! ¡No hay que
asustarse! ¡Es que, bueno, digamos que, desde ahora ya sos una hembrita, que
puede, bueno, me entendés?!, intentó aclararle a mi cara de desconcierto.
¡Y sí Luchi… digamos que… ahora tenés que
tener cuidado porque… podés quedar preñada, como las yeguas cuando se alzan! ¿Se
entiende lo que digo?!, prosiguió más nerviosa mientras me limpiaba desde la
cola a la vagina con una toalla, me daba otra bombacha rosa y le ponía un paño
de algodón en la parte de adelante.
¡Con esto vas a estar bien! ¡Así que volvemos
al cumple, y acá no pasó nada!, me dijo, intentando convencerme y cambiarme el
humor. Dicho y hecho. Al rato la fiestita seguía, y todo era felicidad. Aunque
también echaba de menos a nuestros padres. Ari y yo brindamos por ellos, para
que salgan pronto de la cárcel y nos vengan a buscar. Encima, todos los primos
me sacaban a bailar, y me re manoseaban el culo. En un momento vi la cara de
Ariel cuando Luciano, el más grande todos, que trabaja en la comisaría del
pueblo me hacía girar en puntitas de pie y me levantaba en el aire, gracias a
un rock and roll que puso el abuelo. El guacho aprovechaba a meterme manos en
las tetas y el culo. Incluso, en un momento me dijo: ¡Estás re perrita prima!
Esa noche mi hermano se descompuso del
estómago culpa del tata, que no paraba de darle vino. Por eso la abuela
prefirió que yo duerma sola en la pieza. Ari durmió en un colchón que la abuela
dispuso en su cuarto para cuidar de él. Siempre noté que Ari era el favorito, y
no me molestaba en absoluto.
A los 8 o 9 días del estreno de nuestros 13
años, sucedió lo inevitable. Primero, en la tarde entré al baño, justo cuando
mi hermano hacía pis. No solo que no me dejó salir. Me pidió con toda la
ternura que lo distinguía que le sacuda el pito, que se lo toque y se lo guarde
en el calzoncillo. Pero, apenas terminé me susurró: ¡Arrodillate Lu… y dame
unos besitos en el pito. ¡Dale que sigo alzadito con vos!
No iba a negarme, porque mi sangre me lo
reprocharía hasta la muerte. Entonces, froté mi cara en la tela de su
calzoncillo, le di mordisquitos, se lo olí y presioné con los dedos, y en
cuanto se le empezó a poner duro y a escapársele por arriba del elástico,
empecé a chuparlo, lamerlo y escupirlo despacito, mientras él me decía: ¡Che
Lu, es cierto que ya podés quedar preñada? ¿Dice la abu que, que ya sos una
hembrita, y que, si te alzas, bueno, que, si te largo la leche adentro de la
conchita, podés llegar a tener un bebé! ¡Dale, chupala más, que si querés,
vamos a la pieza y te la chupo yo! ¡Me muero por lamerte esa vagina hermanita!
Gracias a eso, no paré de chupar y besuquearle
el pito, hasta que su semen se acunó como un montón de mariposas en mi boca.
¡Sí tarado, es cierto! ¡Pasa que, vos, te re
mamaste! ¡Por eso no supiste que me salió sangre de la vagina esa noche! ¡pero
ya estoy bien! ¡La abu me puso la bombacha de goma otra vez, antes de ayer!, le
expliqué mientras saboreaba su semen y me lo tragaba, y a él se le ablandaba el
pene, los jadeos le aflautaban la voz, y los movimientos de sus piernas lo
entorpecían. Salimos del baño, corrimos por el pasillo hasta nuestra pieza, y
en ese momento nos quisimos pegar un tiro, porque la abuela estaba tendiendo
nuestra cama. No pudimos hacer todo lo que hubiésemos querido, porque la vieja
nos empezó a exigir cosas.
¡Así que los nenes andan calentitos otra vez!
¡Ariel, te aclaré que esos jueguitos, solo de noche! ¡Así que ahora, vos te
bajás el pantalón y el calzoncillo, y te parás contra la pared, mirando a la
cama!, le dijo a mi hermano mientras le sacaba la remera.
¡Vos, pendeja, ahora te sacás la camperita y
la camiseta! ¡Me parece que ya es hora de que uses corpiño putita!, me dijo
blandiendo una vara más gruesa de las que solía usar ante mi cara. Ella misma
me sacó la ropa, y luego me pidió: ¡Subite la pollerita con una mano, y con la
otra pegate en la cola, vamos!
Ari me miraba con los ojos perversos, pero a
la vez aniñados y temerosos, porque la abuela de vez en cuando le descargaba un
varillazo en una pierna.
¡Mirá Arielito, las tetas que tiene esta
cachorra! ¿Viste cómo se le crespa la piel, y se le ponen duritos los pezones?
¡Está más que alzada la chiquita, y su cuerpo lo grita! ¡Mové las tetas nena,
dale, como si bailaras!, me dijo, y pronto se me acercó para tocarlas.
¡Uuuuuh… y son suavecitas… y se ponen bien
duritas… listas para darle la leche a un cachorrito!, murmuraba a la vez que me
estiraba los pezones, hacía círculos con sus dedos por todo el contorno de mis
tetas y, me daba algunos besitos. Eso me estremeció aún más. Encima, de reojo
pude ver que Ari tenía el pito parado, y la abuela se dio cuenta.
¡Aaaah, y le mirás el pito a tu hermano,
asquerosita! ¡Ahora, caminá en cuatro patas hasta él, y olele el pito!, me dijo
tras darme un cachetazo con el que me fue imposible no lagrimear. Pero me
aguanté la mariconeada.
Apenas mi olfato dio con su aroma
esencialmente masculino, no pude evitar darle una lamidita. Pero la abuela me
chistó para que me ponga de pie.
¡Ahora, sacate la pollera cachorra!, me pidió
con dulzura, y ayudándome con el propósito.
¡Ahora, pegale bien la cola contra el pito… y
movete! ¡Eeeso… frotale todo el culo en el pito… movete hacia los costados…
muuuy bieeen… así putona… y pegale culazos… asíii… eso eees!, me decía,
sabiendo que yo jamás iba a revelarme a sus peticiones. El deseo me sofocaba
hasta el aire que podía respirar y lograba que me moje como nunca. quería
gritar, pedirle a Ari que me penetre toda, soñaba con tragarme su semen otra
vez, que la abuela le pida ese anhelo para mi garganta. Pero entonces, la
abuela quiso que le frote las tetas en el pito. Eso fue peor. No pude evitar
escupirle el pito mientras lo hacía, ni gemirle al oído tras ponerme de pie
rapidito y comerle la boca, ni hacerme pichí ni bien la abuela le pidió que me
pegue con su pito durísimo en la cara.
¿Te measte Luciana? ¿No aprendés más vos? ¿Ya
no sos una nena! ¡Ahora sos una hembrita, la putita de tu hermano!, me gritó la
abuela retorciéndome una de las orejas y marcándome la hebilla de un cinturón
en la cola. Eso sí que dolió, a pesar de que solo fue un solo azote.
¡Tomá Ariel! ¡Acostala en la cama! ¡Le sacás
esa cochinada de bombachita y le ponés esta! ¡¡Pero antes, pegale, para que
entienda que no tiene que mearse más!, le dijo la abuela, poniendo en sus manos
otra tediosa bombacha de goma. ¡Mientras tanto, vi cómo la abuela le tocó el
pito, se lo meneó y le apretó la cabecita!
¡No se imaginan cómo me mojo la bombacha
mirándolos, degeneraditos de mierda!, murmuró la abuela, mientras Ari me
cargaba en sus brazos para revolearme en la cama. La abuela lo detuvo cuando
casi me saca la bombacha.
¡Primero olela Ari… y mordele la cola, las
piernas y la concha!, ¡Después se la sacás!, le exigió. El rigor de esos
dientes, su olfato desequilibrado en mi piel, el calor de mi vagina y el ardor
del pis que me desbordaba la bombacha me hacían gemir. Pero pronto mi hermano
me desnudó, me pegó en la cola con la bara, con las palmas, y hasta me abrió
las piernas para morderme la vagina. Ahí me estremecí, y grité algo que no
recuerdo. Todo mi cuerpo era una comparsa de sensaciones que no sabía definir.
Entonces, Ari me puso la bombacha y se me tiró
encima, apenas la abuela se fue tras el llamado del tata, el que parecía
urgente. Esta vez no tenía la de tela. No sé cómo pasó. De repente me colmó de
besos, caricias, mordiditas en el cuello y en las tetas, y de palabritas
dulces. Creo que hasta llorábamos a la vez, tal vez recordando las últimas
palabras que dijo la vieja antes de desaparecer.
¡No puede ser que estén tan calentitos los
nenes, y que se amen tanto!
Pronto, el pito de mi hermano transgredió el
borde de mi bombacha y se hundió con facilidad. No lo tenía tan erecto, pero al
calor de mi sexo pareció recobrar un grosor que le desconocía. Empezamos a
apretarnos cada vez más. Sus manos debajo de mis nalgas eran dos pinzas que las
separaban y estrujaban. Sus labios rodeaban mis pezoncitos. La bombachita
comenzaba a sonar mientras sus movimientos se intensificaban. Su pene ya estaba
adentro de mi vagina, y mis líquidos se lo empapaban, y mis gemidos no se
controlaban, a pesar que él me hacía morder o chupar sus dedos.
¡Te amo pendejita… y ahora, te estoy
penetrando… eso es porque estamos alzados, y nos amamos, como los papis! ¡Yo
los vi hacer esto una vez!, me decía, acelerando el pulso de su pubis, y
lamiendo mi cuello con la lengua tan lujuriosa como mis sentimientos, los que
le robaban el lugar a los pensamientos. Su pene pujaba más y más, y yo le
abrazaba la espalda, mordiéndole las tetillas o los labios. Hasta que un
sacudón parecido al de un terremoto huracanado, nos dejó en suspenso. Pero
antes, o durante, sentí que todo su semen comenzaba a colmarme por dentro, que
su pito volvía de a poco a su forma original, y que la bombacha de goma me
quemaba la piel.
¡Me encanta que te hagas pis Luciana! ¡Así que
no le voy a hacer caso a la abuela! ¡Pero si te portás mal, te voy a tener que
pegar! ¡El abuelo me dice que así se trata a las cachorritas!, me decía
mientras me seguía besando en la boca, todavía encima de mí, con su pito
fregándose en mi vagina, seguro que por las cosquillitas que yo también acuñaba
en las venas.
No sé si fue esa vez, o si verdaderamente fue
él. Pero a los 13 años quedé embarazada. es que, durante dos años seguimos
viviendo en lo de mis abuelos. Ocurre que, con el tiempo, no solo mi hermano me
poseía por las noches. De hecho, aquella primera tarde, en la que mi virginidad
se tatuó en el pene de mi hermano para siempre, escuchamos hablar a los
abuelos.
Abuela: ¡Pero te digo que sí Antonio! ¡La nena
es muy puta con el Arielito!
Abuelo: ¡Bueno, pero hay que estar atentos,
porque la va a preñar en cualquier momento!
Abuela: ¡Y, mirá, yo recién los dejé más alzados
de lo que estaban! ¡Viejo, vos tenés que ver lo que es esa colita, y esas
tetas! ¡Me encantaría que la cagues bien a palos adelante mío, cuando se mea
encima! ¡Más vale que te la podés coger cuando quieras! ¡Siempre y cuando me lo
participes!
Para mí la vida, durante esos años, era usar
bombachitas de goma, andar con olor a pichí, bañarme muy poco, sacarle la
lechita a mi hermano y, más tarde a mi abuelo, exhibirme en bombachita ante una
amiga de la abuela que era media bruja, y todo eso incluso estando embarazada. Pero
ya les contaré más de mi romance con Ariel, a pesar de los pesares.
¡Continuará, siempre que reciba comentarios para proseguir con la historia!
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Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
con este relato se me puso muy duro el pito, imagino a la cachorrita y se me pone mas duro, hasta puedo sentir presemen muy buena historia, tiene que continuar con la cachorrita mas grande.
ResponderEliminar¡Seguí imaginándola, porque en breve se viene la segunda y última parte de esa atrevida, y sus pervertidos abuelos!
EliminarSos la mejor Ambar
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme!!!
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