Ya sé que hoy en día los escrúpulos, los
valores morales, la dignidad y otras cosas no son moneda corriente en el mundo
que vivimos. En el fondo no me arrepiento de lo que viví, aunque no lo
repetiría, a pesar de que mi viejo sea un canalla y se lo haya merecido.
Por detalles de la vida, hace 2 años que vivo
con él, desde que se separó de mi vieja. Ella se quedó con mis 4 hermanos menores.
A mí me convenía hospedarme allí por la cercanía de su casa con mi laburo y mis
estudios universitarios. Actualmente tengo 18 años, y no me siento mal por
tener poca noche encima, por no haber adoptado un vicio, o por no encamarme con
minas solo por sexo. Prefería admirar y enamorarme de las mujeres, por más que
a veces se sufra un poco. Para mi viejo todas son descartables. Siempre dijo
que cuanto más tontas, fáciles, tetonas, dependientes y excesivamente incultas
eran mejores.
Todas, menos Eleonora, que no solo tenía un
lomazo. Esta parecía experimentada, astuta y difícil de dominar. Tiene 30 años,
y para mi viejo eso es un tesoro invaluable. Creo que más allá de sus tetas
operadas, su colita fatal, sus ojazos celestes, y esa sonrisa de muñequita angelical.
Yo, digamos que trataba muy poco con ella.
Muchas veces cuando Eli, como le decía mi viejo; llegaba a la casa yo tenía que
salir, o estaba terminando resúmenes para una materia, o simplemente en mis
asuntos personales. No me gustaba que esa mina compartiera la mesa con
nosotros. Creo que me jodía más eso que escucharla gemir cuando mi viejo le
daba murra por las noches. Tampoco me hacía gracia encontrar sus tangas
colgadas en los grifos de la ducha cada vez que me daba un baño, o descubrir
sus corpiños por los sillones.
No vivía en casa, porque a mi viejo no le
cerraba eso del compromiso. Pero esta flaca le estaba durando demasiado.
Supongo que ella adivinaba mi poca voluntad de entablar un diálogo. No me
interesaba conocer nada de su vida. Para colmo tenía que bancarme el baboseo de
mis compañeros de la facu si la veían cuando estudiábamos en alguna esporádica
reunión. Es más, ellos siempre sugerían mi casa para repasar antes de los
parciales.
Una tarde lluviosa, mi viejo me avisó que no
volvía a casa. Se había quedado en la isla con sus compañeros de trabajo. Todos
los domingos se juntaban a pescar. Yo aprovechaba para estar solo y organizarme
con tranquilidad. Aquellos eran mis días favoritos, esperados y casi imposibles
de negociar con cualquier asunto. Ese día las tormentas eléctricas daban miedo.
Como era domingo, me levanté cerca de las 2 de la tarde, después de una panzada
de películas de súper héroes que me acompañó durante toda la madrugada. No
tenía idea si había comida, pero lo claro es que no había delivery. Por esta
zona de la ciudad las calles se convierten en ríos, apenas si llovizna fuerte. Tampoco
podía imaginarme que no estaba solo.
Puse a hervir unas salchichas, corté unos
tomates y me decidí a ver un dvds de James Brown, cuando de repente escucho
unos pasos. Seguido de eso, se abre la puerta del baño, y aquellos pasos suenan
con más claridad, mientras afuera los rayos y el viento se arremolinaban
furiosos.
¡Hola Dieguito! ¿Te llamó tu papi?!, me dijo
Eli, entre que bostezaba, se sentaba y prendía un sahumerio. Le contesté que
sí, y le expliqué que no volvería hasta mañana. No sabía dónde esconderme,
pues, estaba en bóxer, descalzo y en cuero.
¡No te pongas nervioso tonto, que no te miro,
te lo juro!, dijo sonriendo, y sin preámbulos. Recién ahí me fijé en que todo
lo que vestía era un toallón. Tenía las gomas al aire, el pelo mojado y
goteante, y unas ojeras que hablaban por sí solas.
¿Vas a comer algo? ¡Por mí ni te preocupes,
que me tomo unos mates y listo!, dijo poniéndose de pie.
¡Sí, unas salchichas! ¡Igual no tengo mucha
hambre!, dije por compromiso.
¡Mmm, salchichas! ¿Qué rico!, dijo sugerente,
frotándose la cola para secarse bien.
¡Che, cómo llueve! ¡Parece que se largó con
todo! ¡A mí me encantan los días de lluvia! ¡Son re lindos para dormir, o para
estar en la camita, solo o acompañado! ¿Vos, qué pensás?!, dijo, intuyo que
para sacar un tema de conversación.
¡No sé, ni idea!, fue todo lo que me salió de
los labios.
¡Bueno, pero no te gustaría estar en la cama
con una chica? ¡Apoyándole la cola o, qué sé yo, haciendo cucharita?!, se animó
a proseguir. Pero no esperó a mi respuesta.
¡Uuufff, perdón, me re desubiqué! ¡Es que, estos
días me ponen re loquita! ¿Y, ya que estamos, vos, tenés novia?!, replicó. Me
hinchaba las pelotas que hable como una pendeja! Le dije que no y apagué el
fuego. me llevé las salchichas y el tomate cortado al sillón para no sentarme a
la mesa con ella, que ya le entraba al mate con edulcorante y a unas tostadas
desabridas.
¡Che, mirá que yo no muerdo! ¡Sentate conmigo
si querés!, pronunció. Como no le contesté, me insistió arrojándome un
repasador. Me hizo reír, y eso le dio pie para ponerme colorado.
¡Dale nene, vení a comer más cómodo! ¡Aparte,
sos más lindo cuando te reís, y más sexy! ¡Sabías? ¿Nadie te lo dijo?!
No sé por qué, pero le hice caso. Me sentía
raro, como invadido. Estábamos frente a frente, ella simulando que no me
miraba, y yo que por primera vez esas tetas hacían que se me pare la pija. No
quería levantarme por nada de la mesa, aún cuando tenía sed, mientras vaciaba
mi plato.
¡Qué lluvia del orto che! ¿Y vos te quedás en
casa hoy? ¿Digo, no hay planes?!, preguntó inquieta. Por momentos se mecía a un
lado y al otro.
¡No, ni ahí! ¡No hay ni taxis cuando llueve
así! ¡Se inunda todo! ¡Aparte tengo bocha para estudiar! ¿Y, vos dormiste acá
anoche?!, le largué.
¡Faaa, cómo habrás estado de dormido nene!,
dijo entre risotadas.
¡Sí, digamos que dormí! ¡Tu viejo se fue a las
4 de la mañana, pero hasta entonces estuvimos cogiendo de lo lindo! ¡Qué raro
que no escuchaste nada!, se atrevió a decir. Curiosamente no había conseguido
irritarme, aunque le dije que otra vez se desubicó. No entendía qué me pasaba.
Sentía que la pija podría hacerme un agujero en el bóxer de tan dura y parada
que la tenía. Por suerte la mesa me cubría.
¡Bueno Diego, perdón! ¡Parece que te
impresionó la palabra coger! ¡Pero es natural! ¡Todos los humanos cogemos,
hacemos chanchadas y, bueno, la pasamos bien! ¡A vos te hace falta una chica!,
redobló la apuesta de su poco recato.
¡Puede ser, pero así estoy bien! ¡Y, además,
¿vos qué sabés de mi vida?!, dije algo molesto, mientras me ponía de pie para
llevar el plato a la bacha y servirme un vaso de jugo. Tenía que controlarme.
No debía pensar que esa mujer quisiera seducirme. Pero nada hacía suponer lo
contrario, y eso me atraía.
¿Seguro que estás bien? ¿Bien cómo? ¡Por lo
que se ve, tu pene no dice lo mismo!, dijo con la bombilla del mate entre los
labios, cuando yo volvía a la silla, avergonzado como nunca. Le dije que estaba
equivocada, que no me conoce casi nada para conjeturar así, y la miré como el
culo.
¡Dale Diego, no te sientas mal, que a
cualquiera se le para! ¡Aparte, qué tiene de malo mirar?!, intentó
justificarse.
¡Nada, pero no corresponde!, dije sin
convencimientos.
¡Bueno, decile a tus ojos que dejen de mirarme
las gomas entonces!, me expuso con valentía.
De repente dejó su toallón colgado en la silla
y dijo mientras se levantaba: ¡Ahora vengo, y no me mires la cola también,
chanchito!
Se dirigió a la pieza de mi padre, y mis ojos
la escoltaron hasta que desapareció tras la puerta. La muy zorra me paraba y
movía la cola, y hasta en un momento se dio unas nalgaditas. Traté de serenarme
pensando en mis apuntes, en el programa y en los parciales. Volví al sillón,
puse una peli cualquiera y me mostré interesado en la pantalla cuando la oí
regresar. Pero la vi con una bombacha blanca, buscando los fósforos para
prender la cocina tras llenar nuevamente la pava con agua, y un shock de
impaciencia me descolocó.
¿Qué peli mirás nene?! ¡No creo que sea una
romántica!, preguntó imprudente. Como no le contesté, se sentó a mi lado. Su
perfume barato me confundía. A pesar que no me habló por unos minutos, estaba
intranquilo, y con el glande latiendo a destajo.
¡Tenés que relajarte un poquito chiquitín! ¡Mirate
cómo estás de tenso, acelerado, agitado, con cara de nada!, decía mientras su
cuerpo iba pegándose al mío, y una de sus manos se posaba en mi pierna
izquierda.
¿Qué pasa? ¿Me vas a mandar al carajo? ¡Me
parece que tu pija no quiere eso!, dijo con una sonrisa de triunfo, sabiéndome
casi abatido.
¡Dale guachito, no te hagas el difícil! ¡Relajate
un poco, y disfrutá! ¡Si estás re alzadito bebé!, se despachó con su mano
tironeando mi bóxer hacia abajo. Ya no pude privarle, ni prohibirle, ni ponerla
en su lugar.
Cuando sus dedos rozaron la cabecita de mi
verga, quise que me la apriete y la sacuda, o que me pegue. A mí siempre me
gustó pajearme con brutalidad. Imaginé su saliva mezclándose con mi presemen
inevitable, y sentí que las venas que rodean mi pija se volvían más fuertes que
el junco. Cuando agachó la cabeza, creo que, por una repentización absurda, por
pudor o cagazo, le puse una mano en la frente para no dejarla avanzar.
¡Quedate quietito ahí, que cuando vuelva
jugamos un ratito!, me dijo, contrariada por mi proceder, caminando hacia la
cocina para apagar el agua.
Esta vez su retorno amenazaba con perturbarme
del todo, porque se sentó en el piso, entre mis piernas, las que me empezó a
besar y mordisquear. Frotaba mi bulto mientras lo hacía, y de vez en cuando
estiraba mi bóxer para darle una lamida a la tela.
¡Al final sos más fácil que yo pibito! ¡Pero
es normal con la calentura que tenés! ¡Vos te re pajeás no?!, intentaba
informarse, pero mi boca no podía más que exhalar suspiros incomprensibles.
¡Se te pone cada vez más dura nene, y eso que
ni te la toqué!, agregó socarrona.
¡Pedime lo que quieras chiquito, y no sientas
culpa! ¡Yo no te voy a buchonear ni en pedo! ¡Aparte, tu viejo dejó a tu mami
por una guachita de tu edad no?!, dijo reviviendo heridas que el pasado debió
pulverizar.
¡Che, tenés olor a pipí en el bóxer nene!
¿sabías? ¡Eso me da más ternurita! ¿Me dejás que te lo saque?!, dijo luego
lamiéndose un dedo, como si fuera un pito.
¡Síii, hacé lo que quieras, pero chupame la
verga putita!, le dije al fin, asqueado de tormentos, repleto de temores, y
caliente como jamás me había reconocido. Ella me sacó el calzoncillo con una
facilidad admirable. Lo lamió y olió ante mis ojos impresionados, apoyó sus
tetas en mi verga empalada, las frotó en unos saltitos contra ella, y la ubicó
en la intersección de ambos globos magníficos, luego de echarme una escupidita
sombría en el pubis para pajearme frenéticamente.
¿Y vos conociste a la bombachita floja que
engatuzó a tu papi? ¿Tenía lindas gomas al menos, o un buen orto?!, dijo
coloreando mi abdomen con su aliento, y sacándole chispas a mi pija con sus
tetas, ahora todas babeadas luego de que se las escupió con alevosía.
¿Qué pasó? ¿te comieron la lengua los ratones
pendejito?! ¡Uuuf, es obvio! ¡Mirá cómo se te pone de durita! ¡No te das una
idea cómo me pide pija la concha nene!, agregó ya sin intimidarme, dándose
golpecitos en la cara con mi chota, y segura de que me tenía en jaque. Apenas
su lengua acarició mi escroto, y comenzó a subir por mi tronco hasta la puntita
de mi pija, no aguanté más y se lo imploré con todas mis fuerzas:
¡Basta putita, callate y mamame la verga!
¡Chupala toda y sacame la leche si tanto te gusta! ¡Y, la culeadita esa, se
supone que era mi novia!, le revelé en un grito que parecía quebrarme el pecho,
hasta convertirlo en polvo y astillas.
De inmediato el calor de sus labios fue
avanzando a lo largo de mi miembro, su saliva convirtiéndose en gotas de placer
en mis testículos, y sus atracones al llevarla una y otra vez a su garganta se
transformaban en el mejor sonido creado por la naturaleza en mi cerebro.
¡Seguro que esa putita le mostró el culito a
tu papi, o que le tiró la goma en su cama, mientras vos pensabas como un boludo
que te era fiel! ¡Fue tu novia mucho tiempo esa reventada? ¿Te la chupaba así
mi vida?!, decía cuando se la sacaba de la boca para pajearse o pegarse en la
cara con ella, y arqueaba un poquito el cuerpo para que le amase las tetas.
¡Dale Dieguito, contame si cogía bien la
cerdita esa!, insistía, ahora sorbiendo todo lo que pudiera de mi pija. Además,
me abría las piernas para lamer el puente que une a los huevos con el culo, y
eso me mataba de placer.
¡No sé, yo solo me la garché dos veces, y
nunca me quiso hacer un pete!
La conformé por un instante, para que entonces
su rostro sea un sube y baja sobre mi glande, y su boca el tobogán para todos
los hilos de presemen que afloraban de mí. Entretanto yo le arrancaba el pelo,
le moreteaba las tetas y me deslizaba de a poco en el sillón para que su boca
se alimente, muerda, lama, saboree y se adueñe de mi ser.
Mi leche se derramó impúdica y salvaje en su
paladar, justo cuando me la succionaba con unos tiernos lametazos en el momento
en que ella se pegaba en la cola, me erizaba la piel con su pelo revuelto y mojado
sobre mi barriga, y yo le apretaba las gomas con mis piernas. Fue
incorporándose muy de a poco del suelo para mostrarme cómo se la tragaba y
saboreaba. Se lamió hasta la comisura de los labios, me encajó los dedos con
los que esporádicamente se penetraba la vulva en la boca, y se me sentó en la
pierna derecha, a modo de caballito. De esa forma frotaba su sexo en ella,
gimiendo y lamiendo mis tetillas, mis hombros y mi cuello. El sabor de sus
jugos no se parecía a nada que conociera, porque ni a mi ex novia en cuestión,
ni a la siguiente me animé a chuparles las conchitas. Quizás por respetarlas
demasiado. Su aliento jadeante tan próximo a los poros de mi irracionalidad me
confundían aún más cuando ella decía: ¡No te pongas mal nene, si al fin y al cabo
tu padre te hizo lo mismo! ¡Se garchó a tu noviecita, y encima tu madre lo echó
a patadas de la casa! ¡Date por satisfecho, y quedate tranquilo que nunca le
voy a contar lo que hicimos! ¡Además, hace rato que me calentás pendejito,
aunque ni me dirijas la mirada! ¡Eso me pone más puta todavía!
Luego hizo una pausa en sus acotaciones para
pedirme que le chupe las tetas, y entonces, mientras sus pezones y mi lengua
eran un binomio perfecto, y la lluvia se oía más fuerte sobre los techos, ella
se fregaba más y más contra mi pierna.
¡Quiero pija Dieguitooo, dame esa pija hermosa
en la conchita! ¡Dale nene, relajate y cogeme, que ya se te puso durísima otra
vez!, decía contemplando mi pene con el tacto de su mano, mientras que con la
otra me arañaba suavecito la espalda.
No sé ni en qué momento se sacó la bombacha
para sentarse sobre mí, dándome la espalda y encastrando con perfecta justeza
mi pija en su concha caliente, depiladita y mojada, tanto que de vez en cuando
se me salía, una vez que le agarramos el ritmo a una cogida fenomenal. Yo le
dejaba la cola colorada de tantos chirlos, le tironeaba el pelo y le amasaba
esos pechos turgentes para que mi verga se le entierre todo lo que fuera
permitido. Ella gemía a garganta pelada, repetía mi nombre, me pedía más pija
y, deliraba con algunos conceptos.
¡Seguro te pajeaste muchas veces con mis
bombachas guacho! ¡Y cuando me escuchás coger con tu viejo también! ¡No se te
para el pito cuando me vés bebote? ¿Te cojo mejor que la putita de tu ex? ¿Me
vas a dejar toda la lechita adentro papi?!
Pronto, quizás cansados de que la pija se me
resbale de tantos jugos y se salga de su conchita, se dio la vuelta con la
intención de que ahora yo la domine agarrándola del culo para clavarla mejor.
Entonces, los ensartes eran más profundos, electrizantes y desenfrenados. El
sillón nos insinuaba con sus quejidos que la sigamos en la cama, si no
queríamos entrar en gastos para repararlo y terminar en el piso. Pero no
podíamos detenernos. Ella me marcaba sus uñas y chupones por donde quería, me
mordía las orejas, me pedía que le escupa las tetas y que no pare de bombearla.
Quería hasta mi última gota de leche adentro. No podía hacer oídos sordos a sus
peticiones. Apenas su conchita empezó a saltar con mayor velocidad sobre mi
pubis, mi cuerpo comenzó a estremecerse en un orgasmo que hasta me aturdió por
momentos, mientras mi semen nadaba impiadoso entre sus paredes vaginales.
Se levantó rapidísimo de mis piernas abatidas,
se puso la bombachita, prendió la cocina y, mientras buscaba serenar su
respiración alocada llenando la pava con agua me dijo: ¡Vos cogés mejor que tu
viejo guacho! ¿Tomamos unos mates?! ¡No sabés qué rico se siente tu leche
recorriéndome toda por dentro!
Yo no podía responderle. Ya no sentía
vergüenza, ni culpas, ni me reprochaba nada. Entonces, como si pudiera leerme
el pensamiento agregó: ¡Desde hoy, te prometo que si andás calentito, y querés
coger conmigo, no tengas miedo en pedírmelo! ¡Yo estoy dispuesta a ser tu puta!
¡Es más, ahora mismo te cogería otra vez pendejito calentón! ¡Además, tu papi
no viene hasta mañana! Fin
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