Mi nombre es Daniela, tengo unos rutilantes y
curiosos 16 años, voy a una escuela estatal, tengo una familia normal y una
actividad deportiva intensa. Juego al voley de chiquita, y allí fue donde hice
mis mejores amigas. Amo la vida de club, los campamentos, la adrenalina de los
partidos, los entrenamientos, el gimnasio, porque todo eso me hace sentir
libre. Pero por sobre todas las cosas, me vuelve loca tener una pija en la
boca. ¡No podía explicarme cómo todavía Luciana y Loli, mis amigas más fuertes,
no conocían la magnitud de esos placeres! ¡Sentí que tenía que hacer algo por
ellas! ¡No podían perderse tamaño regalo de los dioses!
Yo ya me había empartuzado un par de veces con
los chicos de las divisiones inferiores de nuestro CADU (Defensores Unidos de Zárate),
y cada vez que les contaba a las chicas de lo bien que me lo había pasado,
Luciana me miraba con asquito, y Loli se hacía la recatada, anteponiendo sus
conceptos religiosos. Me daba la sensación que no me creían capaz de hacerlo.
Les conté que se las chupé a 4 chicos a la vez, y que me tragué todas esas
lechitas burbujeantes en el vestuario, apenas terminó un amistoso con Almagro.
También que otra tarde, dejé que el Rulo, uno de los arqueros, me dé pija por
la concha en el baño del club, después de ponerlo loquito con mis fotos por
whatsapp, y que estaba planeando enfiestarme con 7 jugadores, entre ellos con
dos de la primera. Me miraban como a una putita, y eso me calentaba más.
Habitualmente, después de nuestro
entrenamiento, las tres nos quedábamos a mirar los partidos o preparativos de
los chicos. Las tres nos babeábamos por igual. Estoy segura que las tres se
mojaban como yo. Naturalmente, mis ojos se la pasaban recopilando erecciones,
bultos bien marcados, posibles mamaderas para mi boca. Luciana nos contó que
soñaba todo el tiempo con el 10, un pibito ágil, rubio con cara de nabo, pero
dueño de unas piernas musculosas impresionantes. Loli estaba enamorada del 2,
un central aguerrido, morocho, alto y robusto, con ojos intensos y voz grave.
Pero ninguna de las dos estaba en condiciones de avanzar con ellos. Primero,
porque ambas conservaban su virginidad intacta. Además, en el caso de Luciana,
toda su familia es híper religiosa, y Loli, le tiene terror a los rumores que
pudieran sugerirse respecto de su persona si se mandaba alguna. Sin embargo, ahí
estaba yo, para impulsarlas a pecar, a disfrutar de sus cuerpos, a fantasear y
a delirar con lo que verdaderamente se acunaba en sus entrañas.
Recuerdo que una vez, las invité a casa para
tomar algo, y esa noche, nos la pasamos boludeando con una banana. Tuve que
demostrarles cómo les había chupado la verga al arquero y al 9 del equipo, la
tarde que falté a nuestro entrenamiento. Después de reírse y burlarse de mí,
las dos intentaron copiarme, y juro que les vi la calentura en los ojitos. En
especial a Luciana, que un par de veces se frotó la chuchi por encima del
shortcito, en medio de un concierto de risas, arengas y palabrotas. ¡Cómo le
pasaban la lengüita a esa banana las viciosas! Me las imaginaba con sus caritas
angelicales rebalsadas de leche, y me excitaba. Luciana es una rubia preciosa.
Es la más popular de nuestro equipo, a lo mejor por su cola infartante, ya que
además hace pole dance. Tiene el pelito largo y unos ojitos claros que cuando
se enojan son más atrapantes. Es provocadora pero no zarpada, y al parecer, en
un futuro no tan lejano será tan despampanante como su hermana mayor. Loli es
de tez blanca, tiene el pelo negro casi hasta el comienzo de sus nalgas, ojos
marrones, una voz re agudita y una constante adicción por la Coca Cola. Es más
flaquita que Luciana, pero tiene unas tetas hermosas, grandes y de pezones con
tendencia a erectarse con facilidad. De hecho, una de mis amigas lesbianas se
babea con ella todo el tiempo. Claro que, yo le hinchaba las pelotas con eso. Siempre
se lo decía para que se ponga colorada, y para que Luciana se las manosee
haciéndose la tortillera.
Yo, digamos que soy más rellenita, tengo ojos
negros, el pelo castaño ondulado, ni mucha cola ni demasiada teta. Pero según
las chicas, me cuesta no poner carita de putona. Me encanta saltar y gritar los
goles de los chicos como una fanática histérica en los partidos, tomar una
botellita de agua y dejar que me chorree hasta las tetas, mirarlos con un dedo
en la boca, abierta de piernas, levantarme la pollera cuando llevo para
enterarlos del color de mi bombacha, y gritarles groserías. Las chicas se ponen
como locas. A veces se suman a mis cánticos, a las voces del celo de mi
clítoris. Otras veces me reprimen adoptando el papel de puritanas.
¡Heeey, chicas, si las tres estamos alzaditas
con estos pibes! ¿Qué se hacen las santitas?!, les dije una vez, sin importarme
que hubiese otras personas alrededor. A Luciana se le prendían fuego las
mejillas, pero a Loli se le mojaba la conchita con el arquero de Deportivo
Riestra.
De repente, recibo un sms a mi celular.
Faltaban 3 minutos para el final del partido, y la alegría de ir ganando 4 a 0
hizo que la gente descomprima rápidamente el predio. Cuando lo leí, casi se me
sale el corazón del pecho. Era Mariano, el arquero suplente quien me escribió:
¡Che loqui, si te pinta, andate para el vestuario ni bien termine el partido,
que te esperamos!
Tanta algarabía parecía asfixiarme. Entonces,
les dije a las chicas: ¡Bueno mis amores, yo me voy! ¡Tengo un asunto que
resolver! ¿No me quieren acompañar? ¡Miren que, a lo mejor, hay lechita para
todas!
Las dos me miraron como si estuviese chiflada.
Intenté convencerlas un par de veces más. Pero estaba más que difícil. Así que,
apenas quedaban unas 50 personas, las saludé y corrí al vestuario, tan rápido
como se lo pude dictar a mis piernas.
Ahí estaban casi todos. Faltaba el 5, el
técnico y sus ayudantes, y algunos suplentes. Pero había 14 tipos con los
pantalones por las rodillas. Apenas entré, un aplauso estruendoso me aturdió,
mientras me decían encimándose: ¡Uuuuuy, guachita, viniste nena, qué rica que
sos gordi, estás para tomarte toda la lechona, qué carita de trola tenés
pendeja, andá abriendo la boquita mami, que tenemos todos la pija re dura
putoncita!
Pero entonces, justo cuando ya me había
quedado en tetas y pensaba en arrodillarme para recibir mi merienda, Marcos, el
capitán con la 8 en la espalda dijo: ¡No nenita, aguantá! ¿Nadie te dijo que te
desvistas! ¡Hoy solo nos la vas a chupar a mí, y al negro!
Le decían Negro al otro central. Por eso, me
hinqué ante esas pijas, primero para pajeárselas un poquito y escupírselas.
Estaban sudadas, pegoteadas y calientes, pero bien duras. La de Marcos era más
cabezona y ancha. El Negro no tenía vellos ni en los huevos, cosa que generaba
que a simple vista su verga parezca más monstruosa y amenazante. Esa fue la
primera que me llevé a la boca, y en ese mismo instante, comencé a escuchar
gemidos, sonidos de pijas blandiéndose a mi alrededor, y frases por lo bajo,
como con los dientes apretados.
¡Me volvía loca el olor a huevo de Marcos! Esa
pija sí que me llegó hasta la garganta. A ellos le encantaban mis eructos y
arcadas, mis escupidas y mis tomas de aire a lo bruto cuando el presemen se me
acumulaba en la boca. Mis labios iban de un glande al otro, mi lengua saboreaba
y recorría sus troncos, mis dedos le arañaban las nalgas, más que nada a
Marcos, y mi olfato entraba en shock cada vez que el Negro me restregaba sus
bolas en la cara.
Cuando se me ocurrió echar un vistazo a mis
costados, descubrí que todos los demás se pajeaban, en calzones y con las bocas
más ensombrecidas que la mía, con sus rostros ardiendo y sus miradas perversas
perdiéndose en cada acto de mi boquita servicial. Sentía que me goteaba la
vagina como nunca, y que mi pobre bombacha no podía retener mis jugos. Marcos
me apretaba las gomas, y el otro me pegaba en la nariz con su pija ensalivada.
Además, me hacía sacar la lengua para tocarla con sus dedos y estirarla un
poquito, antes de que vuelva a lamerle los huevos. Los dos deliraban cuando les
lamía el tronco con mi mano abrazándoles el glande, subiendo y bajando con
movimientos cortitos, y Marcos jadeaba como un condenado las veces que le metí
la lengua en el huequito de esa piel nutrida de calores, presemen y cosquillas.
Mientras tanto, también me envalentonaba con
los aullidos de los otros, que se pajoteaban con cada vez más violencia. Por
ahí, alguno gemía más eufórico que el resto, y pronto se oía un tímido: ¡Bieeen
guachooo, cuánta lecheee! Ahora no podía saber lo que hacían, porque la
intensidad con que peteaba esas pijas tensísimas, me nublaba hasta la capacidad
de respirar. No podía siquiera formar una palabra cuando me liberaban la boca
para que renueve el aire. Sin embargo, ellos me adulaban y profundizaban cada
vez en mi arte de mamadora.
¡Te dedico mis dos goles putita, y ahora te
vas a comer toda la leche de tu macho! ¡Yo también te voy a embarazar la geta
putita sucia, quiero verte ahogada en leche perra!, decían los que me motivaban
a probar todas las pijas que me encontrara en el camino. Los demás seguían
gimiendo, arengándose y diciendo: ¡Cómo la chupa la gordi! ¡Qué linda nena,
esta guacha tiene que ser nuestra porrista! ¡Y traernos a otras nenas peteras
como ella! ¡Yo me la quiero culear toda! ¡Seee, yo le voy a sacar la caquita
con la verga! ¡Mirale la boquita, como le entra toda! ¡Qué putona! ¡¿De quién
habrá aprendido la cerda?!
Pero de repente Marcos determinó, al menos por
un rato que mi tarea debía interrumpirse. Apenas me levantó a lo bruto,
haciéndome doler un brazo y todo, me dijo: ¡Mirá lo que te dejaron los
muchachos! ¡Ahora los vas a lamer todos, en cuatro patas, y nos vas a mover la
colita!
Cuando termino de limpiarme la cara y fregarme
los ojos, los que intentaba mantener cerrados para disfrutar mejor de esos
pitos divinos, veo a todos los chicos en bolas, y arriba de uno de los bancos
empotrados en la pared un montón de calzoncillos llenos de semen. Evidentemente
todos se acabaron encima y se desnudaron durante mi espectáculo. Esto seguro
era idea de Marcos, al que ya se la había mamado un par de veces a solas.
Conocía de sus fantasías retorcidas, y eso me llenaba de ratones.
Le obedecí con la fidelidad que me caracteriza
en estas cuestiones. Me puse a oler, lamer y escupir esos bóxer y slips,
apoyada con las manos en el banco, y con las puntitas de los pies sobre el
suelo para menearles la cola de un lado al otro. Eso iba acompañado de unos gemiditos,
y de cositas como: ¡Cuánta lechita, qué rica leche, qué pajeros que son mis
amores!
Todo hasta que el Negro y Marcos no pudieron
encomendarse más a la paciencia. Uno de ellos me llevó contra la pared, me
arrodilló a la fuerza, y luego ambas pijas comenzaron a rozar mis labios, los
que cerraba a propósito para enloquecerlos más. Me apretaban la nariz cuando
comenzaban a entrar y salir de mi boca, con mayor desenfreno que al principio,
y me tironeaban las orejas para manipular mi cabeza como se les antojara. Casi
vomito cuando Marcos la dejó más de lo debido como atornillada en mi garganta.
Gracias a los sonidos de esas arcadas, los dos me largaron la lechita casi a la
misma vez en la boca. ¡No me alcanzaba la lengua para relamerme los labios,
para saborearla y tragarme todo lo que podía! De pronto, los dos se fueron a
las duchas, y cuando miré hacia atrás, descubrí que todos los demás tal vez
habían tomado la misma decisión, porque estaba sola, apoyada en el banco
repleto de calzoncillos, con la boca enlechada y la remerita sucia.
Pero mi sorpresa fue que, al salir por la
puerta prácticamente abierta, veo a Luciana y a Loli envueltas en un rojo
fuego, paralizadas y nerviosas. Seguro que yo fui la que no cerré cuando entré.
Lo cierto es que las dos me habían visto. Luciana se hizo la re boluda, pero
justo cuando la vi, se sacaba urgente la mano de su entrepierna. ¡Podría
asegurar que la nena hasta se hizo pis por la carita de alzada que tenía! La
Loli estaba como desconectada del planeta, pero le brillaban los ojos.
¡Vamos Lu, que la Dani está re zarpada en
trola!, le dijo la Loli al oído a la otra, y yo me les hice la enojada.
Caminamos juntas hasta mi casa, casi en silencio. Pero cuando llegamos y
entramos a mi pieza, Luciana dijo sonriente: ¡Che Dani, sos mi ídola, se ve que
te encanta chupar pijas nena!
¡Sí, le encanta, y seguro que tiene olor a
pito en la boca!, dijo Loli muerta de risa. Ahí las tres empezamos a
imaginarnos con todo ese plantel, rodeadas de pijas, en bolas y llenas de
leche. nos calentamos solas hablando de esas cosas. Esa misma tarde fue que le
recomendamos a Luciana masturbarse.
¡Tocate la vagina cuando estés acostada nena,
esta noche, que con lo que le viste hacer a la zorra de la Dani, te vas a
acabar enseguida!, le decía la Loli, sin parar de reírse. Mientras tanto, yo
recordaba el olor de esos calzones con semen, el sabor de esos sudores
impregnados, y se me hacía agua la boca. después estuvimos chupeteando otra
banana haciéndonos las peteras para sacarnos fotitos. ¡La Loli fue capaz de
poner una de esas como estado en su whatsapp! No paraban de preguntarme cómo lo
hacía, qué cosas les gustaba a los varones del pete, a qué sabían las pijas. Si
me tragaba la leche. Si era rica, y un montón de cosas. Por otro lado, me
sentía un poco avergonzada, y hasta irresponsable. ¡Si alguno de los pibes las
hubiera encontrado espiándonos en la puerta del vestuario, no sé que les
habrían hecho!
Yo tenía la llave, la forma de lograr que esos
chicos fueran míos. Pero esta vez, mis amiguitas aceptaron acompañarme. El tío
de mi novio, es el preparador físico de Marcos y sus capitaneados. Así que, de
última, podía negociarle tirarle la goma si él me dejaba entrar nuevamente al
vestuario. ¡Y sí! ¿Qué le voy a hacer? ¡Tengo un novio que tiene la pija
chiquita! ¡Por eso me la paso mamando pijas, y re caliente, porque coger con
otros no se me hace tan fácil! En el fondo, de esa forma no me siento tan
sucia, como si me garchara a todos los pibes que quisiera. No lo engaño del
todo al menos.
No hizo falta llegar a ese trato, porque de
repente Marcos me invitó en otro de los encuentros. Ese día él no jugó porque
tenía que cumplir el límite de tarjetas amarillas. Cuando le pregunté si podía
llevar a dos amigas, medio que se retobó al principio. ¡O solita y con hambre,
o nada bebé!, me escribió. Pero yo no le hice caso. En cuanto las vea y estén
adentro del hervidero de machos al palo, no iba a poder resistirse.
Así lo hicimos. Enseguida medio que tuve que
arrastrarlas conmigo al vestuario, por temor a que se arrepientan. Ese día las
tres teníamos una pollera pantalón deportiva y un top blanco. Odiaba usar
corpiños o topcitos, porque transpiro mucho, y más si ando calentita.
Entramos al fin. Había 7 jugadores contando a
Marcos. El preparador físico no estaba, pero le dejó instrucciones a Marcos,
que enseguida tomó la palabra: ¿Bueno, ya que hay tres nenas, y somos 7, Dani
va a empezar eligiendo una verga! ¡Esa pija después se la dejás a tu compañera,
y elegís otra, y así, toda la ronda, así todas nos la chupan, y nadie se queda
con las ganas! ¿Entendieron?!, y acto seguido los siete se bajaron los
pantalones para rodearnos, luego de aplaudirme por mi generosidad. ¡Les encantó
que lleve a mis amiguitas! Yo elegí la del Negro, que esta vez tenía un bóxer
rojo. Se la mordí un poquito encima de la tela, y se lo bajé con la mano para
succionarla unas cuántas veces, hasta que me dijo: ¡Aguantate viciosa, me vas a
hacer largar la leche re rápido degeneradita!
Entonces, Marcos agregó: ¡Es cierto gordi! ¡Pasale
esa pija con la boquita a tu amiga! ¿Cómo se llama esta culona?
Luciana se ofreció curiosa y desesperada.
Entonces, yo le dije con la boca ocupada: ¡Tomá Lu, comete este pito!, y todos
los vagos aplaudieron. Opté por la de Ramiro, el otro delantero, quien empezó a
penetrarme la garganta como nunca. La tenía llena de pelos, olorosa y gorda.
Pero me generaba una cantidad de saliva similar a los flujos que me goteaban
por las piernas. Parecía que me hacía pis de cómo me chorreaba la bombacha.
Por lo visto, Luciana le pasó la pija del Negro
con la boca a la Loli, y a ella le azotaron la cola un par de veces. Marcos le
re manoseaba las tetas. Yo se la merendaba a Sergio, uno de los laterales, y me
ponía muy perra que me la clave entre los cachetes y las muelas. Le encantaba
sopapearme los labios, como si un corcho saliera varias veces de una botella de
vino. Luego llegó Marcos. A él le rompí el calzoncillo con los dientes como me
lo pidió, y entonces, tuve que obedecerle con otra de sus peticiones.
¡Tomá golosa, acá tenés una botellita de agua!
¡Tirátela en las tetas como cuando nos venís a ver! ¿Sabés la cantidad de veces
que te vi toda mojada putita?!, dijo destapando la botella para dármela. Todo
fue silencio, hasta que me volqué casi toda esa agüita tibia desde mi mentón a
mi barriga, y todos aplaudieron jubilosos.
¡Sigan ustedes chiquitas, sigan mamando, a ver
si son tan buenas como su amiguita! ¿Quién les dijo que paren?, dijo luego,
haciéndose eco del pensamiento de todos. Y yo volví a mamarle la pija a Marcos,
la que debí pasarle con las manos directo a la boca de Loli.
De repente escucho al Robert decirle a Marcos:
¡Perdón capitán… pero no me aguanté… es que… esta nena la come re rico!
Ese fue el primero que se puso el calzoncillo,
y se hizo a un costado para pajearse. En eso, veo que Luciana tiene toda la
carita llena de leche, y le digo: ¡Bien chiquita, te ganaste tu primera
lechita!
Pero el Huevo, el 5 del equipo me agarró del
pelo y me gritó: ¡Callate perra, y comete esta! ¡Más bien que le iba a hacer
caso! Tenía una verga enorme, la más grande que había en el salón, y la más
gruesa que vi en la vida. No me entraba en la boca. Por eso Marcos dijo de
pronto: ¡A ver nenas, ¿quién ayuda a la pendeja?!
Me llamó la atención que Loli fuese la
voluntaria. Pero las dos hicimos un trabajo magnífico. Mientras yo le chupaba
los huevos, ella lo pajeaba y se pasaba su glande por las gomas al descubierto,
y le pegaba una chupada. Después ella tomaba mi lugar, y yo le saboreaba esa
cabezota hinchada, cada vez más húmeda y al borde del colapso. Encima, de
repente escucho a Mariano decirle al negro: ¡No sabés cómo se mete las bolas en
la boca loco!
No pude evitar mirarla, calentarme con lo que
veía. Ella solita pajeaba a Marcos y al Negro, y mientras le comía la verga a
Mariano, se metía los testículos en la boca, los soltaba para escupirlos con
fuerza, le lamía la próstata para calentarlo más, y le metía la lengua en el
culo. Para colmo, Mariano la incitaba con todo el clamor de sus hormonas: ¡Chupame
el culo nenita asquerosa, comete todo nena, sacame la lechita, mordeme la pija
guachita!
Al rato, mientras yo se la mamaba a Juani, uno
de los más nuevos del plantel, y Loli se la manducaba a Marcos, vi a Luciana
comerse otro par de bolas. El resto le pegaba en la cola, y le apoyaban sus bultos
allí para refregarse. Un par de veces ella les pidió que no le bajen la
pollera. Y, como habíamos quedado que nadie forzaría a nadie, no lo hicieron.
Pero el show de chupadas y escupidas no se detenía.
De pronto, Loli y yo compartíamos el pedazo de
Robert, que volvía a tener más lechita para nosotras. Ahí fue que le vi el
arito en la lengua, y ni me importó que nuestras bocas se choquen varias veces.
En alguno de esos instantes fue que me dijo con su voz de nenita: ¡Che boluda,
se me moja toda la chuchi, nunca me pasó! Pero había que seguir chupando, y la
ronda empezó un par de vueltas más. Al punto que ella y yo nos quedamos con la
leche de Marcos, quien nos exigió: ¡Escúpanse las boquitas pendejas, y saboreen
mi lechita!
Yo no lo hice, pero Loli me escupía su saliva
mezclada con restos de semen mientras me mostraba su lengua, se chupaba los
dedos y se dejaba manosear las tetas por todos. Entonces, me prendí a la de
Mariano, que con solo tres mordiditas logré hacerlo acabar en mi boca, y un
poco en mi pelo. No sé si llegué a saborearla como me hubiese gustado. Porque,
pronto, Marcos dijo: ¡Date vuelta Dani, y mirá cómo tu amiguita le chupa el
culo al Huevo!
¡Era cierto! Luciana le colmaba el culo de
saliva, lo pajeaba con apuro, frotaba toda su cara por sus huevos y abdomen, y
daba saltitos con los pies para que esa colita le tintinee por los aires. Hasta
que, sin otro final inevitable, el Huevo la empachó de semen. fue demasiado,
tal como lo preví. Hasta la hizo toser de tanta cantidad. Además, de acuerdo a
los gestos de su carita, muy rica no estaba. ¡Encima la vi fregarse la
entrepierna como una desquiciada! Pero, el Negro la manoteó del pelo, le abrió
la boca con los dedos y le calzó la pija en ese aluvión de saliva. Se le
inflaban los cachetitos y se le ponían cada vez más rosados a la nena, mientras
yo se la comía al nuevito, y Marcos le apoyaba la pija en la cola a Loli. ¡La
guacha se había quedado en bombacha, y no sé en qué momento! Todavía Ramiro no
largaba su leche, y al parecer las bolas le re dolían, justo cuando el Robert
le llenaba las manos de leche a la Loli. ¡La muy inmunda se las pasó por la
cara a Luciana, como si tuviese una crema para rehabilitarle la piel! ¡Y la
otra cerda le lamía las manos! por eso, me esforcé en quedarme con una de las
últimas lechitas, y liberé mis tetas para colocar la pija de Rami entre ellas,
después de pedirle que me las toque, que me retuerza los pezones y me los
pellizque. Esa electricidad, más las manos de los pajeros que nos recorrían por
todos lados, me hicieron indigestarme con ese pito precioso, cortito, quizás
como el de mi novio, pero bien grueso y con una curva hacia la derecha. Pero al
fin y al cabo fue Loli la que se apropió de esa leche, porque yo me puse a
limpiarle la pija a Marcos, con la colaboración de Luciana.
¡Quiero que sus lengüitas se toquen! ¡Y vos
nenita abrí la boca, así tu amiguita te lame los labios!, le decía Marcos a la
pendeja, que no paraba de gemir. Y, finalmente, los siete nos re abrazaron a
las tres juntitas para apoyarnos esas pijas por todos lados. La Loli estaba que
ardía, porque estaba en bombacha. De hecho, se la bajó algunas veces para
sentir el calor de alguna pija en su culito bien parado. Aunque, para ellos, la
cola de Luciana robaba miradas por escándalo.
De repente sonó la alarma de un auto en la
calle. Todos se miraron, en medio de un silencio ensordecedor, de un olor a
semen que inundaba las paredes del cuarto, y de un alivio que, nuestras vaginas
seguro no podían conciliar. En menos de lo que imaginé las tres estábamos
solas. Loli en tanga, Luciana al borde de las lágrimas de la calentura, y yo
con las tetas todas enlechadas. Allí quiso acabar Ramiro, y no se lo iba a
prohibir.
Qué hacemos chicas ahora? ¿Qué me dicen? ¿Les
gustó comer pitos conmigo?!, dije como para romper el hielo. Las dos me
abrazaron, Luciana no sabía cómo agradecerme, y Loli me dio un chupón en la
boca. Nunca había hecho nada con una mina, y no sé si lo haría. Pero esa
descarga sísmica me terminó de poner los pelos de punta.
¡Qué riiicooo, ahora las tres tenemos olor a
pito en la boca Dani!, dijo la Loli, mientras se vestía, y Luciana caminaba con
dificultad.
¡Chicas, creo que me hice pis, o me mojé
demasiado!, exclamó la peque una vez que salimos, con el pelo hecho un asco, la
ropa sucia, y yo particularmente toda mojada por el agüita que me volqué.
¡No saben c´omo me calentaba que me den
pijazos en el culo boludas, y que me peguen con la verga en la cara!, decía la
Loli mientras caminábamos hacia la placita donde teníamos pensado tomar un
helado.
¡Síii tarada, y que te besen el culo, te ponía
como loca!, le dije yo, al mismo tiempo que Luciana se ponía en guardia. Según
ella alguien nos chistaba, y mencionó alguno de nuestros nombres. Estábamos
como drogadas de tanto sexo, y al menos yo no podía reordenar mis ideas.
Preferimos no darle importancia. Pero de repente, a unos pasos de cruzar la
avenida principal, nuestro entrenador de vóley se interpuso en nuestro camino.
Tenía la mirada desencajada, un montón de muecas incomprensibles en el rostro,
y una ansiedad que le anudaba un poco los dedos.
¡Chicas, me parece que están en una situación
un tanto incómoda!, dijo al fin, luego de unos segundos de no permitirnos
movimientos.
¡Yo que ustedes pensaría muy bien la próxima
vez! ¡Las estuve buscando por todo el club! ¿Y con qué me encuentro? ¡Con que
las señoritas se divertían con los pitos de los futbolistas!, dijo un tanto más
liberado de tensiones, solo para que lo escuchemos nosotras, con la voz áspera
pero nítida.
¡Luciana, si yo le llego a contar a tus padres,
no te dejan venir más! ¡Y bueno, Loli, lo tuyo no es tan distinto me parece!,
nos amenazó. La verdad, mis padres mucha bola no me daban, por lo que a mí casi
ni me afectaron sus trucos. Pero las otras dos estaban aterradas. Empezaron a
suplicarle, a pedirle por favor, a jurarle qué sé yo cuánta buena voluntad para
lo que sea, y a lloriquearle como dos nenas malcriadas. Pero Mario no tenía
intenciones de escucharlas.
¡Bueno bueno, pero no se pongan así, que me
van a hacer llorar a mí también!, les ironizó con una sonrisa hiriente,
metiéndose las manos en los bolsillos. Recién ahí pude divisar que tenía la
verga tan al palo que, el pobre corría el riesgo de quedarse sin pantalones.
¡Si les parece, podemos llegar a un arreglo!
¡Ahora mismo las tres se vienen conmigo, al cuarto de limpieza del club! ¡La
portera ya se fue! ¡Las espero en 20 minutos, para que me chupen la pija como a
esos pibes! ¿Qué me dicen atorrantas?!, dijo de nuevo por lo bajo, justo cuando
el semáforo daba luz verde, y una madre le gritaba a su niño para que no cruce
la calle. No llegamos a responderle nada, porque Mario se fue rapidísimo, con
su celular en la mano para demostrarnos que no jodía. Si no asistíamos en 20
minutos, el turro llamaría a los padres de Loli, o a los de Luciana.
¿Pobrecitas!
¡Va a llamar a mis viejos! ¡Me van a cagar a
palos boluda, y todo por tu culpa!, me acusó Loli mariconeando en mi hombro.
¡Yo creo que tenemos que ir, porque, mi viejo
también me va a reventar! ¡Encima, no sé, pero yo, chicas, todavía sigo alzada!
¡Perdón por la sinceridad!, decía Luciana con un pie apoyado en un cantero,
haciendo que su cola nos encandile con su imponencia.
No hubo mucho más por pensar o decidir. En
cuestión de segundos las tres nos dirigíamos al club, con nuestras conchitas
expectantes y los pies llenos de hormiguitas, en especial Luciana, que casi
saltaba de calentura. Cuando llegamos, Mario me ofreció fumar un cigarrillo, y
yo se lo acepté, mientras el puerco se bajaba los pantalones y el calzoncillo.
Sin miramientos agarró de los hombros a Loli, le manoseó las gomas, le desató
el pelo y le pidió que le pajee la pija, que se la apriete y sacuda bien
fuerte. Además, le pidió a Luciana que le escupa la mano con la que mi amiguita
iba a desempeñarse en ese pito gordo, velludo, no muy largo pero rodeado de
venas, y con bastante juguito en la punta.
¡Ustedes me van a tener que disculpar, pero me
tuve que tocar la chota mientras las veía mamando vergas en el vestuario! ¡Son
re hijas de puta, unas cochinas, degeneradas!, tartamudeaba el hombre con la
mano de Loli adorando a su miembro como al mismísimo dios de la fertilidad, con
las tetas de Luciana a centímetros de sus ojos, y mi cola fregoneándose de vez
en cuando contra sus piernas. Pero, de repente, le dio un empujón a Loli,
manoteó de las muñecas a Luciana y la dejó en bombacha, sin mediar palabras, ni
escuchar las súplicas de la nena. ¡Para colmo de males, mi apreciación era
cierta! ¡Se había hecho pis la cochina! Eso al tipo pareció enaltecerle las
pulsaciones a mil, porque no tuvo reparo en apoyarla de cuerpo entero contra la
pared, en ubicar su pija toda babeada por Loli y por mí, y comenzar a punzarle
la vagina, sin bajarle la bombacha aún. Le mordía los labios, le lamía la
carita como bebiéndose sus lágrimas, le apretaba la nariz, le arrancaba el pelo
para que grite, le pisaba los pies descalzos con sus zapatillas, le abría las
piernas y le retorcía un poco los pezones. A esa altura Loli y yo nos
tocábamos, cada una a sí misma, pero nos mirábamos con ganas, sin sacarle la
atención a la carita de perra que ponía Luciana cada vez que el tipo le
pellizcaba ese culito grandioso. Nos habíamos quedado con ansias de seguir
mamándole ese pedazo a Mario. Pero él solo nos lo permitió un momento, mientras
Luciana gateaba en el suelo, haciendo como que se metía un dedo en la cola, y
después se lo lamía.
Solo había que esperar la señal, el zarpazo
final para que nuestro entrenador se sirva de las mieles vírgenes de Luciana. Y
aquello llegó cuando ella empezó a mordisquearle la oreja. Ahí sí que el tipo
le sacó la bombacha, se la subió en la cintura y, sin despegarla de la pared,
sosteniéndola del culo con sus manos inmensas, decidió que su vagina debía comerse
todo ese trozo de carne de una buena vez. Al menos yo me puse re celosa, porque
mi conchita me gritaba por un par de centímetros de esa poronga invasora.
Sentía que se me separaban los labios, y que en la cola se me juntaban miles de
cosquillitas. A Loli le pasaba lo mismo, y para calmarse decidió autochuparse
los pezones, prácticamente ante los ojos desorbitados de Mario, que no paraba
de darle masita a Luciana. Ella gemía con una dulzura que nos enfurecía. Por
eso, en un segundo de distracción lo hice. Empujé a Loli contra la pared, le
encajé un chupón en la boca y me puse a fregarle la chuchi. Ella fue más osada
que yo, porque directamente se puso a revolverme la vagina con sus dedos, a
frotarme el clítoris y a decirme al oído todo el tiempo: ¡Me encanta tu olor a
pito en la boca nena, me gusta verte chupar pijas, porque sos re golosa!
Luciana gritaba cada vez más empalada, con su
cabeza revotando en la pared, y con sus piernas cada vez más aferradas a las
caderas de Mario, que ya comenzaba a descontracturarse. El semen le vendría en
cualquier momento. Pero, a pesar de haber intentado saborearlo, el muy cretino
se la largó todita en la concha mientras le pedía que le clave las uñas más
fuerte en la espalda, que le diga papito y que le muerda los labios. Apenas
acabó, la soltó para que se caiga como una hojita empapada por la lluvia al
piso. En lugar de eso, nuestra amiga apestaba a sudor, a semen, al pis que se
hizo por no tener experiencia, y a una adrenalina que no permanecía quieta en
las cenizas de sus ojos satisfechos. Le vimos sangre entre las piernas cuando
se levantó, y Mario nos mostró la puntita de su pija que se llevaba el color de
la primera vez de Luciana.
No sé cómo el tipo desapareció tan rápido del
cuarto. Solo recordamos que dijo: ¡Bueno nenas, la deuda está saldada! ¡Esta
noche duerman tranquilas, que sus papis nunca van a saber que les gusta andar
comiendo pitos por ahí! ¡Pero, por las dudas, procuren que no las vuelva a
encontrar con un pito en la boca! Fin
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Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
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Buen relato, me gustó mucho.
ResponderEliminarUna pregunta!... habrá segunda parte del relato de la cachorrita con el Abuelo por fin cogiendosela?.
Un saludo desde el sureste de México de un usuario de antaño de todorelatos.
Ahh mierda¡¡¡ le quiero reventar el culo a loliiii!!! Yo aca todo duro como siempre. Fierro y virgen. Diossss
ResponderEliminarsíii, esa Loli es una gran musa inspiradora, con su cola monumental, y las sucias de sus amigas!
Eliminar¡Hola eduardo! qué alegría saber que me seguís hace tanto tiempo, y desde México! gracias por leerme. sí, en breve publicaré la segunda y última parte de esa cachorrita. varios me lo pidieron. pero no dejes de leer!
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