Melliza puta


Soy Paula, y tengo la suerte inmensa y poco habitual de tener un mellizo. Ese ser que te acompaña desde que nacés, y se vuelve tu otra parte. Siempre hay empatía, complicidad, afinidad, y demás cosas que se pueden compartir solo con esa persona que entiende la vida con tus mismos ojos.
En este momento estamos a punto de terminar el secundario. Y las cosas desde que nacimos cambiaron totalmente. Me desarrollé. Me crecieron tetas, normales y rosaditas. Nada del otro mundo. Se me formó la cintura, cambiaron bastante los rasgos de mi cara, y lo que mayor satisfacción me dio, me crecieron pelos en la concha. Ahora me los depilo. ¡Jeje! En fin, me convertí en una mujer, hecha y derecha. Él también creció, y muy bien, por cierto. Se volvió más audaz, irónico y delirante. Su altura llega al metro ochenta, calza 45 y es rubio. ¡Pero ojo! ¡No se confundan, que es un rubio interesante! Como nosotros crecimos juntos, siempre me tuvo a mí para poder contarle cosas de las mujeres y así aprendió a ser inteligente con las minas. Por eso él podía realmente tener la minita que quisiera. Qué rabia sentía. Ya que al igual que muchas minas, me cuesta decirlo, pero también… me calentaba. Dios! Lo dije! Lo escribí, ahora se va a inmortalizar! Jajaja! Fuera de chiste, en confianza con ustedes, me gusta mi hermano. Y no sé desde cuándo. Eso a veces me hace pensar. Y rebobino, recordando las veces que nos vimos en ropa interior. Y lo rememoro con mucha excitación en la piel.
Me gustaría poder ser sutil con él, pero soy media bruta y a veces resulto obvia. Como, por ejemplo: los domingos el ve futbol, diría que casi todos los partidos. Y desfilo por el comedor de casa en ropa mini interior. Generalmente con una tanguita y un corpiño que solo me tapa los pezones. Me siento en el sillón con él, con una mantita, le toco la cara, la boca, las manos con mis pies. Obviamente, siempre que nuestros padres no están en la casa. Él solo se ríe y sigue mirando la tele. No reacciona ante mis insinuaciones. Debería ir despacio, pero no puedo tolerar que cuando me decido a hacer alguna movida, es sábado por la noche y el sale, o con una minita o con sus amigos. Intento que no se note tanto, pero no quiero dejarlo salir. Me le cuelgo, le pego en la espalda. Y termina saliendo, con la promesa de volver, despertarme y hacer algo juntos. Siempre le creo, pero no siempre sucede.
Es loco, pero él me trata siempre muy bien. No como a las chiruzas con las que sale. Ellas realmente la tienen difícil, porque Dylan es de esos que no se comprometen. Y las tontas se enamoran, se vuelven posesivas y él las saca cagando. Conmigo es dulce, tierno, protector. Él también me cela. Me trata como a una nena (lo escribo y me mojo). Dormimos en la misma habitación (para mi favor), y algunas veces se acuesta conmigo para que veamos juntos la tele. A los dos nos encantan las pelis de terror. La mejor parte es cuando se queda dormido abrazándome. No puedo evitar olerlo hasta que se ha impregnado todo su aroma en mi piel. Mido sus respiraciones, cuidando que esté bien dormido, y le doy pequeños besos en el cuello. Por culpa de mi timidez me retiro inmediatamente por si se despierta. El solo mueve la boca, traga y sigue durmiendo. Si ustedes realmente me escucharan el corazón, sabrían que mi hermano me calienta de sobremanera. De una que me hace titilar el clítoris, que me duele la concha a más no poder, quiero que me la meta toda muy, pero muy adentro. Me doy vuelta en la cama, apoyo mi cuerpo en su pecho, pelvis, pija y piernas. Cierro los ojos, cae la noche y me duermo.
Al día siguiente, cuando se despierta la tiene parada. Es algo muy común. Lo que me vuelve loca, es que quiere disimularlo. Porque se va al baño, diciendo que se bañará y cuando vuelve, ya la tiene baja. Pienso en esas pajas matutinas. En la leche que le salta. ¿En qué pensará? Amaría, que lo hiciera en mí. Sobre mis tetas, en alguna bombachita usada, o simplemente en mi mano.
Aquí va mi confesión más sensata. Abusé de Dylan.
Una noche de jueves, ya llegados del colegio. Cenamos en familia, pero esta vez fue diferente. No quería soportar un día más, sin que fuera mío. Sin poder probarlo, aunque fuese una vez. Entonces puse un pedacito de viagra en su vaso de coca. Había leído que solo un poco, en un pibe joven se la pararía y no podría bajársela con nada. Tuve suerte porque mi padre tenía algunas pastillas sueltas en su escritorio. Me arriesgué, y observé cómo se tragaba todo mi plan. Cuando mamá trajo la fruta de sobremesa, Dylan sudaba un poco. Le pregunté si se sentía bien. No disimuló y respondió que no, que se iría a la cama, porque realmente no se sentía bien. Dijo que a lo mejor el sol en el club, mientras hacía ejercicios físicos le pudo haber caído mal. Me disculpé ante mis padres y me ofrecí a acompañarlo. Ellos no me lo negaron. Solo me dijeron que avisara si necesitábamos algo, por si mi hermano se sentía peor, y había que llamar a un médico.
¡Por supuesto!, le dije resolutiva a mi papá.
Fuimos a nuestra habitación. Dylan estaba muy nervioso, No dejaba que lo mirase de frente. Yo me reía por dentro. Quería mirar desesperadamente. Lo volteé, y ´él se tapó con la almohada en un acto reflejo. Dijo que estaba descompuesto. Me hice la comprensiva, y le dije: ¡Bueno, acóstate, que yo me quedo acá sentada al lado tuyo!
Él insistía con que me fuera, que ya se iba a sentir mejor. Y yo insistía en quedarme, porque me preocupaba. Terminé ganando, porque le dije como nenita: ¡Dale Dylan, dejame quedarme! ¿Si? ¡Porfi!
No tuvo más remedio que dejarme. Prendí la tele para distender un poco, y que Dylan se relajara. Puse una peli cualquiera y le dije que le iba a hacer masajes en la espalda para que el estómago se le aliviara. No se quejó. Ardía en mi interior un deseo insostenible e insoportable. Le sobé un poco la espalda. El solo hecho de poder tocarlo en ese momento, me provocó sensaciones en las piernas, en la panza. Sin que se diera cuenta, me metí en su cama sin remera, pero con pantalón. Me pegué a su cuerpo. Él estaba completamente vestido, con jean y remera de dibujos, de algodón, con medias. No se dio cuenta de mi desnudez. Fui con mis manos a tocar su abdomen, pero me las rechazó. Dijo que ya se empezaba a sentir mejor. Le susurré que si me dejaba tocarle la panza se iba a sentir muchísimo mejor.
Me calenté las manos con mi aliento. Las posé sobre su cuerpo y lo abracé muy fuerte. Después masajeé su vientre delicadamente, subí hasta por encima de su ombligo, luego por debajo de éste. Ahí medio que se compungía, se hacia una bolita. No quería que yo supiera que la tenía re parada. Le pregunté: ¿Una puntada nene? Él me miró por encima de su hombro y ahí se dio cuenta de que estaba ya, sin corpiño. Le tapé la boca con una mano. Mi hermano abrió sus ojos con sorpresa, y con la que tenía disponible fui directo a su bóxer negro. Metí mi mano de lleno en el calor de su intimidad, y lo empecé a pajear. Su pija latía, caliente y erecta. Mi trabajo era excitarlo de verdad, para poder montarlo, sabiendo que me deseaba. Aunque no sabía si sería capaz de tamaña locurita. Mientras empuñaba su verga, le refregaba mis tetas en la espalda. Él seguía con remera. Lo moví boca arriba. Él catatónico, sin entender, se dejaba completamente. Me metí debajo de las sábanas y me la tragué toda. ¡Tenía un gusto riquísimo! Había soñado con ese gusto muchas veces. Deseando que fuera así. Y lo era. Qué pija más sabrosa. De a poco se salaba el gusto, y de a poco empezaba a largar el juguito. Esa fue mi luz verde. Me saqué el pantalón, uno azul de pijama, y corrí mi tanguita. Froté mi clítoris, mojado y duro como una roca, con aquella pija parada y venosa. Frotaba con fuerza, quería más. Había leído sobre los squirts, y ese día, quería que fuese el primero. Tenía que estar muy, muy caliente para que sucediera.
Mi papá gritó, desde la planta baja, si pasaba algo. Con lo agitada que estaba no podía responder. Me puse nerviosa. Entonces, lo escuché a Dylan salvarme, una vez más. ¡Papá, ya estoy bien… solo, estamos viendo una peli!
¡Okey hijo! dijo mi viejo. Y se fue de la escalera. Porque ellos duermen abajo. Entonces, me imaginé a mi viejo, corriendo por las escaleras, con su pija dura al encuentro de la concha de mi madre, y me calenté aún con mayores revoluciones.
¡Dy!, le dije, ¡Quiero que me cojas… Quiero que me hagas tuya… Quiero que me agarres muy fuerte y me hagas sentir una mujer llena, plena de vos… Quiero que me llenes de leche, que me chupes la concha y te tragues todo mi flujo… haceme sentir una puta!
Él se sacó toda la ropa. Me sentó en el borde de la cama. Y se empezó a comer mi conchita depiladita. Mientras me chupaba el clítoris, se chupaba un dedo y me lo acercaba al culo. Ardía de placer, no quería privarlo de nada. Abría y cerraba mis labios. Sentía que me iba haciendo pis. Que dejaba correr algo. Se puso loco cuando vio eso en mí. Se paró del suelo, en donde estaba arrodillado, me miró a los ojos. Y la enterró toda en mi interior. La humedad que había ido creando, amortiguó todo lo que entro en mí, porque si no me habría rajado. Más que nada, por la brusquedad con la que lo hizo. Tiene rica pija, no sé si es muy grande o no, pero a mí me gusta.
Me bombeó unos cinco minutos. Yo gemía cortito y agitadamente. No dejaba de tocarle el pecho, finalmente era mío. Y nos cogíamos con amor, con ese amor de hermanos que solo él y yo, podíamos sentir.
Me dijo que lo cabalgara, que quería chuparme las tetas. Se acostó en la cama, me subí arriba, el se incorporó un poco, me olió profundamente y me la metió. Pero en el culo. Inmediatamente me tapó la boca. Grité de dolor. Nunca me habían hecho el culo. Lo tenía 0km. La sensación de plenitud, llegó recién con la pija de Dylan bien adentro del orto. Esa sensación de que no la querés adentro, pero de que tampoco la querés afuera. Mirándome a los ojos, se empezó a mover despacio, tomando velocidad con mis actitudes y palabras. Le decía que me encantaba, que me dolía, pero que me encantaba que mi hermanito me estuviera enculando toda. Me dijo con ojos saltones, ¿Querés que vaya más rápido pendeja? Dije que sí, con ojitos de nena puta. Sentía la verga adentro, como yo quería. En ese momento mi concha estaba sintiendo algo inexplorado. Cada vez que Dylan llegaba más lejos en mi culo, mi concha más se mojaba. Él me decía que sentía el pubis muy mojadito. Con sus dedos me tocó el clítoris y yo gemí en su cara.
Me cogía el culo, me frotaba el clítoris. No di más, susurré en su oído que iba a acabar y sentí que lo meaba por completo. Salía, salía, mucho mucho de eso. Mientras yo le dejaba toda mi calentura en el vientre, el me dejaba toda su leche de violado, en el culo. ¡Porque la que se abusó de él fui yo!
Terminamos el secundario, i a pesar de eso no dejamos de coger. Pero sigo sin ser la única. Ya veré que hago para que mis deseos se cumplan. Una vez más.  Fin

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