Nenito mirón

Me llamo Tomás, y me considero afortunado por vivir casi rodeado de mujeres, desde que tengo 15 años. En ese tiempo mi viejo se fue a laburar al Paraguay, para una cadena de talleres del automotor.
En casa vive mi madre, mi tía Roxana, mi hermana Cecilia y mi hermano Damián con su novia Nara.
Realmente no puedo decir que todo fue mi culpa, pero tampoco tengo forma de declararme inocente. Sucede que, por alguna razón yo estaba en el lugar indicado, a la hora exacta y el día preciso en que lo más suculento de las relaciones humanas se sucedía para alcanzar su punto más íntimo y vulnerable.
Todo empezó cuando sorprendí a mi madre en el patio, una tarde soleada y ventosa. Ella tendía la ropa recién lavada, y no sé por qué razón se sobaba las tetas. Yo había llegado temprano de inglés, por lo que supuso que estaba completamente sola en la casa.
Al rato la vi subirse la pollera con total desparpajo, y no solo le vi la bombacha roja dividiéndole una cola perfecta para sus 45 años. También la observé rozarse la vulva con un broche de madera, después con su mano derecha convertida en un puño, y luego con las yemas de sus dedos a lo largo y ancho de su sexo. Se dio unas nalgadas en la cola, se bajó la bombacha, palpó la parte de adelante, suspiró y volvió a subírsela. Seguro que la descubrió mojadita. Tenía los ojos cerrados y el cuerpo como recostado en una nube que la hacía flotar.
Mientras tanto, sentía que la pija se me paraba, que ya me goteaba de esa cosa pegajosa, adolescente y placentera, y que mis huevos comenzaban a suplicarme atención manual.
Me metí la mano adentro del calzoncillo y empecé a apretujarme el pito, lleno de intriga por saber por qué mi madre se tocaba de esa forma, y por suerte salí rapidísimo de mi ensimismamiento en cuanto escuché sus pasos entrando a la cocina, ya que yo la mironeaba desde el living.
Corrí al baño pensando en el orto de mi vieja, y para mi fortuna, encuentro casi sin proponérmelo una tanguita celeste de Ceci, quien hacía un ratito había salido al gimnasio.
No era la primera vez que me tocaba la chota oliendo una bombacha de Ceci, o alguna de mi tía Roxana. Solo que esta vez, apenas la tomé en mis manos pensaba en mi mami, en que mataría por pajearme con una bombacha de ella, y en lo hermoso que seguía siendo su colita en mi mente, bajo los impiadosos rayos del sol que se la iluminaban, tan solo unos minutos atrás en el patio.
Pero en cuanto me la acerqué a la nariz, me volví loco con su aroma a pichí. Mi hermana nunca había dejado una bombacha con esa fragancia, y eso me desestructuró sin mesura. Me la imaginaba haciendo pis con una pija en la boca, meándole la verga al pibe que se la estuviese cogiendo, sacándose la bombacha en cuanto notara que se había meado sin querer por algo gracioso, y hasta la idealicé masturbándose tirada en mi cama, lugar que prefería muchas veces para echarse una siesta. Acabé en seco, convirtiendo al baño en una estela de sudor insoportable, jadeando como un tarado y apretando esa tanguita en mi nariz como si se tratara de un asunto de vida o muerte.
A los días, en medio de una siesta igual a cualquiera, salí de mi cuarto a buscar algo para comer. Pero mis pasos se congelaron justo ante la puerta entreabierta de la pieza de Dami, gracias a los gemiditos de Nara.
¡Dame verga nene… agarrame las tetas… tocame toda y cogeme más fuerte… asíii, daleee, no parees, dame piijaaa!, decía despreocupada y movediza, mientras mi hermano intentaba silenciarla, sabiendo que mi vieja deambulaba por la casa envuelta en sus tareas domésticas.
Mi pecho era un corso de paraísos estrellándose unos contra otros, cuando al fin mi mano abrió un poco más la puerta, y entonces vi a Nara sentada arriba de la pija de Damián, saltando cada vez más ágil, con sus tetas meciéndose con algunos machucones, y con una bombacha roja colgándole de una pierna. De inmediato percibí que las cosquillitas de mis huevos turbaban mi pensamiento, y mi mano actuó sin reparo. Me la metí adentro del calzoncillo y empecé a cogotearme la gallinita con suavidad, sintiendo cómo me subía la temperatura y se me apuraban los relojes de mi sangre.
Estaba seguro de que si no hacía ningún ruido no iban a verme. Damián la sacudía con furia, y ella le arrancaba los pelos, frotándose y gimiendo con los labios entumecidos. Pero no pude disfrutar del desenlace, porque oí los pasos de mi madre acercándose al baño, y tuve que esconderme, mientras se me derramaba toda la leche en el calzoncillo.
Nara tenía en ese tiempo 20 años, unas tetas chiquitas, una boca siempre pintada de rojo y una cola que podía cegar a la mismísima lujuria. Algunas veces la vi desde la ventana que da al patio mientras dormía la siesta con Dami, pero solo la veía con un topsito, y abultando a la sábana con la que se cubría la cola, ya que habitualmente dormía boca abajo.
El olor de la concha de mi tía era bastante más fuerte, impaciente, salvaje y cargado de ratones. Eso se debía, ahora que lo comprendo, a que tenía 35 años, no tenía relaciones sexuales con frecuencia, y porque se vivía calentando con los clientes, ya que atendía una ferretería por la mañana. Era normal que llegara a casa baboseándose por algún tipo, y mi pobre madre tenía que aguantar sus delirios. Vivía hablándole de los bultos que veía, de los músculos que la sorprendían, de lo desarrollados que venían los adolescentes, de las tetas de ciertas chicas, y hasta de las cosas que le haría a mi vecino Diego si pudiera pescarlo solito.
 El flaco tenía 3 años más que yo. Pero siempre andaba en patota, y además tenía novia. A mi tía no le importaba. Siempre que pasaba cerca de él lo seducía con sus armas fatales. Tiene unas tetas terribles, una cintura pequeña, hombros bronceados porque le fascina tomar sol en la terraza, una cola normal, y una sensual manera al caminar, tanto como para vestirse y perfumarse. Pero no se enamoraba de ninguno.
Apenas me enteraba de que la tía Roxana había terminado de ducharse, corría al baño con la esperanza de encontrar algún calzón suyo, y mayormente el destino me echaba una mano.
La primera vez lo dudé, lleno de inexperiencia, temor al ridículo, o lo que fuere. Pero la segunda no hubo marcha atrás. Después de hacer pis, lo busqué enloquecido colgado en los grifos, en el canasto de la ropa sucia, o junto a la cortina de la ducha. Generalmente los dejaba en esos lugares. Entonces, me sentaba en el inodoro, pelaba la verga y no paraba de pajearme con su bombacha casi adentro de mis orificios nasales, hasta que acababa aturdido y mareado, y le dejaba todo el semen en la bombacha. Apenas concluía la dejaba en el canasto de mimbre y esperaba unos segundos para salir del baño. no podía evidenciarme, y no me salía mentir si alguien llegaba a descubrirme.
Recién como a los 2 meses, escuché desde el living una charla que mi vieja mantenía con Roxana, mientras mateaban en la cocina:

Mami: ¡No sé Ro, no tengo idea… pero no creo que sea él!
Tía: ¡Mirá, a mí no me jode… pero no es raro! ¡Tomy está en una edad en la que anda inspeccionando, y bue, de última sabemos que me llena la bombacha de semen cuando se masturba!
Mami: ¡Diooos! ¡cómo bas a decir eso!
Tía: ¡Pero calmate mujer, que no es algo enfermizo! ¡Además, seguro que a vos no te lo hace, y a Ceci menos! ¡Tranqui, que solo son mis bombachas!

Las dos se reían luego, como para descomprimir lo que en la cabeza de mi madre era un absurdo, fuera de toda lógica. Yo me re tocaba el pito sin importarme si me descubrían. Hasta que mi tía se levantó a buscar más azúcar, y mientras otra vez me empapaba el bóxer con una acabada que me estremeció, me hacía el dormido por si alguna de las 2 llegaba a mirar para el sillón en el que yo estaba echado.
Nunca le enleché ninguna bombacha a Ceci. Pero sí que se las olía y me pajeaba con la misma intensidad que con las de Roxi.
Nara zafaba en cierto modo, porque muy pocas veces las dejaba en el baño. pero al menos 3 veces encontré una de ella. Sabía que ella era la dueña de semejantes trofeos porque la veía salir del baño, con el pelo mojado y un toallón enorme envolviéndole el cuerpo.
Un par de veces me apropié de una bombacha celeste de Cecilia. Supongo que era mi preferida. La tuve conmigo en mi cama por espacio de una semana, y me pajeaba como un loco. Incluso una vez me la puse y dormí con ella rozándome los huevos y apretando a la erección de mi pija cuando tenía sueños eróticos, cosa que me pasaba a menudo.
Cecilia tenía 17, unas tetas siempre escotadas y de pezones grandes, una cola bien parada aunque no muy grande, unas pequitas divinas en la frente, unos ojos pícaros, bastantes amigos varones, una hermosa sonrisa, y una conchita que siempre se le abultaba en las calzas que se ponía para salir.
Una vez la descubrí en el baño, sacándose el corpiño y la bombacha, dispuesta a meterse en la ducha. ya había aprendido a ser silencioso cuando llegaba temprano a casa, o a un horario fuera de la rutina.
Entonces, segura de que no había nadie, Ceci se paró en la ducha con la cola apoyada en la pared, suspiró mientras se hacía pichí en el suelo, olió su colaless violeta, se escupió una mano y empezó a tocarse las tetas. La pija se me endureció sin cuestionamientos, y más cuando decidió regalarme una oleada de suspiros al frotarse la bombacha en la concha, abriéndose los labios vaginales, dándose algún que otro pellizco en las tetas y hablándose como si tuviese un espejo en frente:
¡Qué calentona que estás nena! ¡Qué puta te pone esto! ¡Sos una chanchita, una pajerita, te hiciste pis en la bañera sucia, y te estás tocando las tetas con las manitos babeadas!, se decía Ceci, cuando yo también me babeaba las manos para tocarme desde el glande a la entrada del culo. Claro que no me las escupía con estruendo para no alertarla.
Todo hasta que Ceci optó por salir de la ducha para cerrar la puerta del baño, tras unos segundos de suspenso, en los que pensé que me había descubierto. Pero evidentemente escuchó algo que la hizo entrar en razones. Yo estaba petrificado contra la pared, frotándome el culo con un dedo y con la otra mano subiendo y bajando el cuero de mi verga, hasta que me saltó la leche, y del mismo tsunami de emociones me caí al piso y me meé encima.
Estaba hecho un pajero enfermo. Coleccionaba ojeras por los videítos pornos que veía por las noches, soñaba con el orto de mi madre, con la conchita de Cecilia, con los gemidos de Nara y con los aromas de mi tía Roxana. No me concentraba en el colegio, no me ponía las pilas para buscar otra chica, cancelaba muchas veces los torneos de play en casa con mis amigos, no comía muy bien, y encima las bombachas de Roxana estaban cada vez más empapadas.
Una vez entré al baño, y tenía 3 bombachas a mi disposición. Una era de Roxana. La amarillita con lunares en la cola. Se las conocía muy bien. La otra era una tanga negra de Cecilia. Lo sabía porque fue la última en bañarse. De hecho, todavía estaba transpiradita porque la nena venía de gimnasia. Y la otra, era una bombacha grande, que no conocía pero que me recordaba demasiado al culo de mi madre.
Nunca supe realmente si era de ella. Pero la sola idea de suponerlo me llenó el pito de venas imbatibles. En cuestión de 2 minutos se la enchastré toda, ya que me la envolví en la pija y no paré de cogerme la mano que la sujetaba, mientras decía: ¡Tomá mami, así te va a coger tu nene, dale puta, abrile las piernas a tu bebito, y dame la teta mamiii!
A un mes de cumplir los 16, tuve que hacerme el estúpido ante mi nueva sorpresa. Yo me había quedado dormido en la cama de mi madre, porque en mi pieza estaba Damián haciendo un trabajo en mi computadora. Cuando me levanto, apesadumbrado por el calor, decido ir a la cocina a prepararme algo fresco para beber. Pero, apenas llego a la puerta de la heladera, oigo unos besos ruidosos, unas tosecitas y unos jadeos. Hago todo el silencio que puedo, y seguro de que aquello provenía del living, miro hacia allá.
Cecilia estaba en 4 patas arriba del sillón, con una bombachita rosa, una remerita color crema y descalza, con sus manos apoyadas en las piernas de un pibe de más o menos su edad, y con su boca comiéndole la pija. Inmediatamente un chorro de presemen hirviendo me lubricó la verga, y mis manos quisieron inundarse de ese olor agridulce para pajearme casi sin tocarme el glande. Aunque las frotadas que impactaban contra la tela de mi slip me volvían loco. Encima Cecilia gemía ahora más emputecida, y el flaco quería arrancarle la bombacha con los ojos. ella lo re histeriqueaba.
¡¡Qué rica putita resultaste nena! ¡Me encanta cómo la chupás pendeja! ¡Lo hacés mejor que la sucia de mi novia! ¡Cométela toda! ¡Así guacha! ¡Mamala bien, olela, pegate en la carita perra!, le decía el infiel, y mi hermana lagrimeaba, salivaba y lamía cada vez más endiablada.
Solo pude ver hasta que Ceci se bajó del sillón y empezó a darle unos culazos a la verga paradísima del pibe, ya con sus melones al aire y la bombacha por las rodillas. No sé si habrá sido el gato, o qué cosa impulsada por la fuerza de gravedad sonó en la cocina. Pero fue suficiente como para que Cecilia pregunte: ¿Quién anda por ahí?!
Enseguida empezaron a vestirse más rápido de lo que le daban las manos, y yo corría al cuarto de mi mami, una vez más, todo acabado.
Apenas me recosté en la cama, empecé a pensar en el pete que Ceci le hacía al pibe, en lo perra que debió haber sido mi madre cuando era pendeja, en que precisamente en esta cama me cambió los pañales y a Ceci le dio la teta, en lo hermoso que se veía Nara en bikini, y en que mi madre hizo el amor con mi padre en la misma cama varias veces, aunque no fuera tan exacto que haya quedado embarazada bajo mis ideas ilusorias. Me la imaginé gimiendo, con una pija llenándole la concha, y me acabé una vez más.
Una noche, por pedido de mi madre fui a llevarle una pastilla para el dolor de cabeza a Roxana, que se había recostado un rato para mitigar la cosa, a unos minutos de la cena. golpeé la puerta 2 veces, y como no respondió, o tal vez sí, y yo no pude oírla, decidí entrar.
La cabrona estaba desparramada y dormida en su cama, destapada, con una bombacha azul y una remera viejita. No quise despertarla. En lugar de eso me quedé a contemplarla, y nuevamente mi erección necesitó de mis auxilios manuales. Comencé a darme candela mientras le veía una mata de vellos rubios escapándose por los costados de su bombacha, aspirando cada vez más próximo a sus piernas de la fragancia de su sexo, y palpitando junto a sus respiraciones más profundas. Me apretaba la poronga con pasión, aumentaba el dolor de mis bolas cuando retrasaba el lechazo para poder disfrutarla un poco más, y ni me atrevía a rozarla siquiera.
Hasta que un movimiento de su brazo sumado a un bostezo la trajo a la realidad, y no tuvo piedad, ni yo tampoco la lucidez para rehacerme del error.
¿Qué hacés con la mano en el pito pendejo? ¿Qué andás haciendo por acá?!, me dijo desperezándose.
Al tiempo que me llenaba el calzoncillo de semen, saqué la pastilla de mi bolsillo y se la di en la mano, listo para huir sin darle tiempo a que me repregunte nada.
Un viernes llegué tarde a casa, después de un torneíto en la play con mis amigos. Ni siquiera me retaron porque mi viejo había llegado de Paraguay, y todo era una fiesta que solo giraba a su alrededor.  Nos trajo regalos a todos, un poco para compensar que solo estaría 5 días con nosotros. Pero a mi madre se la veía rejuvenecida, con otra luminosidad en la mirada, y eso me ponía contento. Ese viernes me tomé un vaso de coca en la cocina, y a medida que caminaba hacia mi cuarto, unos gemidos acompañados de unos golpes se me instalaban cada vez más en la curiosidad de mi pecho. Ceci no estaba, Dami había salido al boliche con Nara, y Roxana dormía con las gomas al aire. Me fue imposible no detenerme a mironearla, y como resultado sobarme un poquito la verga. Pero tenía que saber de dónde provenían tales sonidos, luego de que pasé por todas las habitaciones.
La puerta del cuarto de mi madre estaba totalmente abierta, y adentro, ella estaba en 4 patas. Paraba bien la cola para que mi viejo se la nalguee con las manos y con su tremendo garrote de carne y músculo. Mi madre le lamía los dedos, y cada vez que mi viejo le acercaba la pija a la boca, ella le daba unas chupadas que, hasta yo podía sentirlas en mi pene decidido a largar toda la leche ante semejante espectáculo.
Enseguida mi viejo revoleó a mi madre cara al cielo sobre el colchón, le abrió las piernas, se le prendió de las tetas sin ninguna delicadeza, y, mientras se pajeaba contra los labios de su vagina colmada de unos vellos enrulados le decía: ¿Me extrañaste putona? ¿Segura que no me pusiste los cuernos con alguno? ¿Querés pija nena? ¿Te la clavo entera guacha?!
Mi madre solo asentía con su respiración agitada y sus jadeos. Por lo tanto, mi viejo se la mandó con todo y empezó a penetrarla con verdaderas ganas de partirla en dos, haciendo que su cabeza golpee el respaldo de la cama, escupiéndole las gomas y mordiéndole los labios cuando a mi madre se le olvidaba controlar el volumen de sus cuerdas vocales.
No pude soportarlo. Me acabé encima, supongo que ni bien mi padre empezó a darle esos terribles embates a su sexo. Y, preso de la vergüenza, el pánico a ser descubierto, los chorros de semen que ya me goteaban del bóxer y las piernas, preferí irme a la cama, donde me hice 2 pajas más.
El sábado vi a Ceci tirada en su cama, a eso de las 5 de la tarde. La pibita estaba en bombacha, con el celu en la mano y las gomas como 2 trozos de atardecer.
Me hice el boludo y entré a su pieza, tan solo para verla más de cerquita. Apenas llegué a su cama me agaché para olerle los pies, después las piernas y la pancita. Desde ahí podía percibir claramente el aroma de su conchita apretada en esa bombacha blanca, y no quise esperar más para tocarme el pito. Le olí y rocé una goma, posé uno de mis dedos en sus labios cerrados, saqué la pija afuera de la dictadura de mi short y lo apoyé en la sábana, donde por poco le vuelco toda la leche.
Tenía que ser prudente. Aparte, mi viejo ahora estaba en casa, y si llegara a sospechar lo más mínimo, nadie podría defenderme de sus excesos de autoridad. Pero necesitaba continuar. Por eso acerqué mi nariz a su vulva, y me atreví a levantarle un poquito la bombacha. Su olor era penetrante, libidinoso, tan invasivo como el brillo de sus pezonsitos, con resabios de un olor a pis no tan reciente, y despiadadamente inmoral. Tomé unas buenas porciones de su olor y perdí la tranquilidad. Ahí solo tuve que presionar mi glande 2 veces para que entonces todo mi semen espía se derrame sobre su sábana, haciendo un charquito que comenzaba a escabullirse bajo sus piernas dormidas.
Había llegado demasiado lejos. Aunque, para mi sorpresa Cecilia no mencionó nada referido a sus sábanas, y eso no sé si era saludable.
Pero todo sucedió una mañana en la que falté al cole por no estudiar para un examen de biología. Desayuné a eso de las 10, y dejé que el corazón se me revele ante lo que vieron mis ojos. Roxana terminaba de ducharse, y salía envuelta en una bata del baño. Seguro había una bombacha suya esperando a que mi olfato disfrute de sus gotitas de naturaleza de hembra.
Apenas Roxana me regañó por no ir al cole, me metí en el baño, y encontré una bombacha azul impregnada de jugos. Comencé con el ritual de siempre. La olí profundamente, me la pasé por la chota, la lamí, me pajeé sin importarme que se me escaparan gemidos, me escupí la mano para lubricarme bien la pija, y cuando estuve a un paso de estamparle mi acabada a la bombacha de mi tía, escucho la voz de Ceci, y sus golpes en la puerta:
¡Dale nene, dejá de pajearte y salí que me hago pis! ¡Y no digas que nada que ver, porque ya sé que te pajeás todo el día cochino!
Ni yo sé qué fue lo que le respondí. Ceci tampoco había ido al colegio, y la pija se me empezaba a encoger, porque la pendeja me sacó del trance sin anestesia.
Cuando salgo del baño, descubro que la mirada de Cecilia tenía un cierto reproche hacia mí.
¿Dejaste todo limpio pajerito?!, me dijo con una sonrisa pícara antes de entrar.
¿Qué te pasa nena? ¡Aparte, todos los varones lo hacen, y ustedes también, o no?!, se me ocurrió decirle.
¡Haaammm, ni ahí Tomás! ¡Eso lo hacen ustedes, que se la pasan mirando culos y tetas! ¡Por eso estás así nene! ¡Y correte que me hago pichí, dale!, me dijo empujándome de la puerta, donde hasta entonces permanecía apoyado.
Me sentí ridiculizado, abatido, como si hubiese cometido un crimen. No encontré respuestas ni lucidez. No sabía si pedirle disculpas por lo que le dije, o si seguir en posición defensiva, porque, al fin y al cabo ella empezó a atacarme.
Pero de repente, la tía Roxana aparece ante mis ojos, tan solo con una bombacha rosa y un corpiño de encajes, en el que se le transparentaban sus pechos. Con toda claridad se advertía que tenía los pezones parados.
¿Qué pasa sobrino? ¿Te divierte escuchar a tu hermanita haciendo pis? ¡Mejor vení conmigo, que tenemos que hablar un momento!, me dijo agarrándome de la mano con la que segundos antes me estaba pajeando a mis anchas, y me llevó a su cuarto.
Cuando me besó la mano con cierto aire maternal, sentí que la pija me volvía a renacer de las cenizas.
¿Qué pasó con Ceci? ¡Aaah, ya sé, no me digas nada! ¡Te prometo que voy a hablar con ella! ¡La tonta no entiende que los varones se masturban más seguido, y que necesitan hacerlo! ¡Aparte, no te creas! ¡Ella también se manda unas lindas pajitas! ¡Yo misma le compré un par de consoladores cuando me los pidió! ¡Aaaaay, ¿Qué sería de ustedes sin mí!, concluyó su perorata mientras me invitaba a sentarme en la cama.
Ahora sí que tenía la mente en blanco. Solo pude decirle: ¡Tía, no fui a la escuela porque no estudié para biología! ¡Soy un tarado!
¿Y a quién le importa el colegio ahora? ¡Escuchame Tomi, no tengas vergüenza en pajearte todo lo que quieras bebé, que no está mal! ¡Además, vivís rodeado de mujeres! ¿Qué le vas a hacer? ¡Solo que, tratá de tener ciertos cuidados!, me dijo rozándome los labios con sus dedos, sonriendo con frescura y pegándose más a mi cuerpo.
Me sacó la remera, me pidió que me ponga de pie y que dé una vueltita, como si fuese una modelo.
¡Uuuuuf, mirate cómo estás! ¡Ya sos todo un hombrecito! ¡Me imagino la baba de las chicas del cole cuando te miran! ¡Mi sobrino es un bombonazo, y encima se te re marca la pija cuando se te para! ¿Sabías?!, me decía, alimentando cada poro de mi masculinidad, sin disimular el fuego de sus ojos ni sus pequeños roces sobre la tela de su corpiño.
¡Vení, sentate que te tengo una sorpresa chiquitín!, sentenció perspicaz, y se levantó con dirección a su placar.
¡Y no le des bola a la Ceci cuando te trate de pajero!, decía mientras buscaba algo en un cajón, y mis pupilas se incineraban en su maravilla de culo bamboleante, que ya empezaba a comerse esa bombachita, la que recordé haber enlechado en varias oportunidades.
Enseguida regresó a mi lado con 3 bombachas en la mano. Se sentó, se sacó el corpiño y balbuceó: ¿Te gusta lo que vés? ¡Igual, no creas que no sé qué me las mirás… ni que dejás la lechita en mis bombachas sucias cuando te pajeás en el baño!
Un calor incómodo y perpetuo me subió hasta las orejas, y seguro que ella lo notó, porque al instante agregó: ¡No te pongas mal tontín, que no me molesta! ¡Al contrario! ¡Me re excita que hagas eso! ¡Es más, para que veas que confío en vos, que me gusta lo que hacés y que no te voy a vender con tu mami, tengo esto para vos! ¿Podrías decirme de quién son estas bombachitas?!
Cuando las puso en mis piernas, supe que no tenía otra opción. además, en cierto modo me sentí protegido por ella.
Tomé la primera, y le dije sin dudarlo que era de Ceci. Era esa bombachita celeste, la que atesoré repetidas noches, y me puse al palo cuando le descubrí un sutil arresto de olorcito a pis.
¿Te calienta en olor de la conchita de Ceci? ¿Fantaseás con que se la chupás o algo de eso bebé?!, me dijo, ya con una de sus manos sobre mi bulto, con mi respiración pendiendo de su arte seductor al hablarme cerquita del oído y con sus tetas nublando mi poca capacidad de razonar. De hecho, no podía articular palabra.
¿Y esta, de quién es Tomi? ¡Mirala bien, que si la conocés, te doy un premio!, me dijo agarrando una tanguita blanca.
¡Es de Nara tía, estoy casi seguro!, arriesgué ilusionado, mientras la olía y la tocaba con sorpresa, ya que todavía estaba húmeda en la parte de adelante.
¡Muuuy bieeen pendejito! ¡Es de tu cuñadita! ¡Esta mañana la dejó antes de irse a la facu! ¡Qué guacho que sos! ¡Las tenés a todas re fichadas!, dijo saltando con su cola en el colchón.
¡Pero bueno, ahora tu premio! ¡Chupame las tetas nenito mirón!, me dijo con la voz en un hilo de sensualidad.
No lo pensé 2 veces. Enseguida me le tiré encima para rodearle los pezones con mi boca seca al principio, la que cuando empecé a succionarlos se convirtió en un río de saliva, y para darle unos mordisquitos suaves, los que ella me solicitó entre suspiros. No pude evitar rozarle la entrepierna en medio de mi labor, y eso la enloqueció.
¡Basta guachito… acostate ahí… y sacate ese calzoncillo mojado!, me dijo mientras se sacaba la bombacha.
Cuando menos lo imaginé, tenía su conchita velluda a escasos centímetros de mi cara. Se acomodó sobre mí aunque sin tocarme, apenas sosteniéndose de la pared para que mi sangre se perfume con su olor, y mi cara reciba algunas gotitas de sus flujos incesantes.
¿Te gusta puerquito de la tía? ¡Querés lamerla? ¡Dale, hacelo, chupala nene, no tengas miedo!, me dijo jadeando como una locomotora, y mi lengua solo pudo saborearla en 2 lametones de arriba hacia abajo. Tenía el clítoris hinchado y gordito. Lo supe porque ella me explicó que si seguía rozándole allí, me acabaría en la cara, y al parecer ese no era su plan.
De inmediato se bajó de la cama, me escupió el pito, me lo re manoseó, lamió mis huevos, me mordisqueó las piernas y las tetillas mientras subía y bajaba por mi mástil resbaladizo, y le dio 3 chupadas a fondo a mi glande colorado. No llegué siquiera a decirle que no aguantaba más, y le largué toda la leche en la cara apenas el calor de su boquita la liberó para tomar un poco de aire.
¡Uuuuuy bebito! ¡Te vino toda la lechita! ¡No pasa nada mi cielo! ¡Eso es porque estás muy calentito mi vida! ¡Pero ahora la tía te la va a poner bien durita otra vez!, dijo mientras acercaba su bombacha recién sacadita a mi nariz.
Me hizo chuparle las tetas, pegarle en el culo después de prestármelo para que se lo llene de besos y mordiditas, le metí los dedos en la boca para que me los chupe como si fuesen pijas chiquitas, y le pedí que me deje colarle algún dedito en la conchita. cuando hice eso, sus flujos espesos y calientes me pusieron de los pelos, porque, al mismo tiempo ella me frotaba las gomas en la pija. Ya la tenía dura de nuevo, lista para ella, a su antojo y tan guerrera como siempre.
Ella volvió a chupármela, pero ahora pude disfrutar más tiempo de su arte bucal. Le gustaba olerla, pegarse en la cara y escupirla antes de succionarla. Gemía entrecortado, se pegaba en la cola y pronunciaba mi nombre cada vez que mi poronga llegaba al umbral de su garganta y salía envuelta en un camisón de saliva. Se reía por mis gemidos, ya que me estaba cambiando la voz, presionaba el puente que une al culo con los huevos, me rozaba las uñas en las piernas y me pedía la leche, a veces cacheteándose el mentón con mi pija.
Finalmente su cuerpo me inmovilizó por completo, y la misma emoción de saber que mi tía me estaba desvirgando me hizo escapar algunas lágrimas. Mi pija encontró sin demasiado esfuerzo la entrada de su vagina, y desde entonces, mi tía no paró de moverse, gemir, saltar, pegarme con las bombachas en la cara, darme sus tetas para que se las muerda, estrujarme la pija con los movimientos de su pelvis, de ahogarla con el incendio que nos consumía, y en pedirme la leche casi a los gritos.
¡Dame la leche pendejo, me tenés re loquita Tomiiii, acabame adentro, dale guachito asqueroso, y no dejes de pajearte con mis bombachas, ni con las de tu hermana, que en el fondo seguro que se calienta sabiendo que te tocás el pito con sus olores en tu nariz, dame más pija neneeee, haceme gozar, cogeme fuerte, así bebé, no pares, dame piiijaaa!, me decía aturdiéndome, robándome hasta la dignidad, pero haciéndome sentir único, un buen amante, y que verdaderamente la estaba cogiendo bien, por más que no fuese tan así, ni mucho menos.
Mi leche se derramó en su conchita apenas un ruido nos distrajo, aunque ella no detenía la marcha de sus entrañas. Además me comía la boca y me pedía que le pegue más fuerte en la cola.
Sorpresivamente, en el exacto momento en el que Roxana intentaba levantarse de encima de la estela de sudor que había en mi cuerpo, los 2 vimos a Cecilia, parada contra el marco de la puerta abierta, con una mano apretándose una goma y con la otra masajeándose la chocha, solo con un corpiño y una colaless chocolate. Sus palabras fueron una sentencia irrevocable, antes de irse corriendo y dejarnos tan atónitos como perplejos:
¡Escuchame pajerito… si no querés que mami se entere, esta noche te espero en mi pieza, después de las 2 de la mañana! ¡Y más te vale que no faltes! ¡Necesito una buena cogida! ¡Pero, bajo mis reglas! ¡Y de mis bombachas, olvidate pendejo de mierda! ¡Aaah, y no creas que estaba dormida la noche que me dejaste tu leche en la sábana, taradito!  Fin

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Comentarios

  1. Dios como se para de la pija, se endurece como fierro. No me puedo controlar con cada renglon. Hasta a la madre me la quiero coger con salvajismo. Segui escribiendo ambar!! Sos increibleeee!! ��������

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  2. Hola! Gracias por leer! disfruté mucho escribiendo esta historia! te invito a seguir leyendo, imaginando y participando. Besos!

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  3. ambar espero que no haya terminado la historia... pq haces que me ponga al palo!!!
    Besos muy bueno!!

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    1. Hola! bueno, en fin.. no todas las historias pueden continuar, como en la vida real! jejeje! pero habrá nuevas historias. no dejes de leerme. y, si querés alguna historia en particular, contame por mail! ¡Besos!

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    2. hola!! ya lo hacemos jejeje soy fedexcited

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    3. ¡Hola Fede! me alegra que andes por aquí! y gracias por leer! ¡Besos!

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    4. :) te resp mail la otra vez de lo que preguntaste.... vos segui que yo sigo leyendo y acompañado proximamente... besos!!

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    5. ¡Hola Fede! ya te voy a responder el mail. paciencia. y me alegra que pronto pases por mi blog acompañado. ya habrá un relato de intercambio de parejas! ¡Besos!

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