Pamela González, 17 años, buena conducta y
mejores calificaciones, abanderada y líder de un quinto bastante aplicado del
secundario en el que trabajo como docente de informática hace 4 años.
Era un martes de la primer semana de octubre,
cuando la profesora de contabilidad vino a preceptoría decidida a llamar por
teléfono urgente al servicio de enfermería.
¡Pamela está muy descompuesta, y no sabemos
qué tiene! Al parecer estuvo vomitando en el baño, según su mejor amiga!, le
explicaba al director una vez realizado el llamado.
Yo estaba tomando un café y completando unas
planillas, cuando de repente entra una doctora, la profesora de historia y
Pamela, bastante pálida, con los ojos cerrados y bastante mareada. La traía
Tania de la mano, su mejor amiga, que, casualmente es la peor de ese curso.
Improvisaron una camilla con unas mesas, la
acostaron allí, y la doctora empezó con sus preguntas de rutina a la chica, que
apenas podía responder con monosílabos. Le tomó la temperatura, le escuchó el
corazón y los pulmones, le tomó la presión, le palpó el abdomen y los senos, y
le dijo que era necesario hacerse unos estudios. Cuando le preguntó si tenía
relaciones sexuales con frecuencia, mientras preparaba el pedido para dichos
análisis, la nena empezó a ponerse peor. Ni hablar cuando le preguntó medio en
broma:
¡Che, no estarás embarazada vos Pame, no?!
Ahí la chica estalló en un llanto
inconsolable. Dijo que sí, que era una estúpida, que sus padres no podían
saberlo, que estaba segura de que el pibe era una buena persona pero que la
cagó con una amiga, y que hizo el amor con él en el baño del colegio. ¡En el
mismo colegio que estábamos todos, y bajo las narices del director, y todo su
personal! Supuso que estaba de 2 meses cuando la médica le preguntó si se
acordaba cuándo fue. Hubo un silencio de cementerio entre el director, los
profes y la médica. Todo lo que se oía era el llantito algo más aliviado de
Pamela, y los consuelos de Tania. Hasta que la doctora le habló con mucha
paciencia:
¡Bueno corazón… primero y fundamental, no podés
venir al colegio sin bombacha… y menos ahora! ¡Podés contraer una infección, y
eso complicaría las cosas… y no solo para el bebé! ¡Y lo de tus padres, ellos
tienen que saberlo! ¡Así que, basta de jugar con ser rebelde y esas cosas! ¡Acá
te doy escritos todos los pasos a seguir! ¡Ahí tenés el teléfono de una
ginecóloga de mi absoluta confianza! ¡Andá a verla mañana, a las 6 de la tarde,
sin falta! ¡Ya hablé con ella y le pedí un turnito para vos!
Acto seguido le dio un beso en la mejilla, le
dijo que por ahora se quede en la sala y que podía ir a clases en cuanto se
sintiera mejor.
La profe de contabilidad y Tania volvieron al
cursado. La médica desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y el director
decidió no avisarle a los padres por ahora. Enseguida entra Ramírez, el profe
de matemáticas, y le contamos todo lo que pasó. Pamela estaba casi dormida
sobre la mesa, cuando el director dijo por lo bajo: ¡Muchachos, esta nena puede
perder la bandera! ¡Yo lo siento mucho, pero es una vergüenza para el
establecimiento que una nena embarazada sea su abanderada! ¡La inspectora me
mata! ¡Además, las reglas son bien claras! ¡Más allá que no esté de acuerdo,
debo informar de esto a inspección!
Entonces, como si lo peor estuviese por
sucederle, Pamela empezó a suplicar de pie, nerviosa y con la cara demacrada:
¡Nooo, por favor señor, no me saque la bandera! ¡Voy a perder la beca, y mi
familia, bueno, me revientan! ¡Se lo juro! ¡Hago lo que me pida señor, pero no
me haga esto! ¡Se lo suplico! ¿A usted no le calientan las nenas culonas como
yo? ¡No le gustaría que… no sé… yo le hago lo que quiera!
Sus últimas palabras estaban acompañadas de
unas sutiles frotadas a sus tetas, y en un momento se puso un dedo en la boca
para lamerlo y chuparlo. No sé cómo hizo para levantarse tan rápido de la mesa
sin darse un porrazo.
¡Suena más que interesante alumna!, dijo el
dire con la voz rejuvenecida, admirando la desfachatez de la pendeja. Yo no
podía creer cómo se rebajaba ante el director, vendiendo su sexo por una
mensualidad, la bandera y una reputación cuestionable.
¡Pero es bueno que sepa que no voy a estar
solo en esa contienda! ¡Me acompañaría el profesor Ramírez y Cabaña, ambos aquí
presentes, y Linares, el profe de educación física! ¿Está de acuerdo señorita?,
dijo, incluyéndonos sin consultarnos, pero, en lo que a mí respecta,
regalándome una posibilidad única. Ella dijo que sí, sonrió agradecida y,
agregó como para completar el pacto: ¡No sabe lo feliz que me pone! ¿Y esto, a
dónde sería señor? ¿Tengo que hacer algún práctico, o algo así?
¡Aquí, en el colegio desde luego! ¡Mañana
mismo, de ser posible! ¡Ya veremos la forma, y las condiciones! ¡Usted no se
preocupe, que para este trabajo práctico, creo que ya estudió demasiado! ¡Pero,
le pido que venga con bombachita, y no se haga la loquita en los baños del
establecimiento! ¿Me entendió?, sentenció el director, convencido de su poder
de decisión.
El miércoles llegó tan pronto como se esfumó
el martes, y yo no sabía si sentirme orgulloso, caliente, ansioso, expectante o
agradecido con el director. Lo cierto es que soñé que Pamela me chupaba la
pija, y que Ramírez le ponía una mamadera en la boca. Lo único que le había
visto a la chica fue un pedacito de una goma, cuando la doctora la examinaba.
Eso solo me alcanzó para descontrolarme en sueños.
En mi situación personal, enviudé hace 2 años,
y desde entonces no hubo sexo para mí, a excepción de unas terribles pajas con
una buena porno nocturna, y muy de vez en cuando. Pero Ramírez y el director
estaban casados y tenían hijos. Linares estaba de novio. Era el más pendejo y
fachero de los cuatro.
A primera hora le di clases a segundo C, y
después del recreo a Tercero B. no me la había cruzado a la nena en la galería,
ni en el patio, ni en el bufet. Por un instante creí que había arrugado. Sin
embargo, apenas pensé en las consecuencias que recaerían sobre ella por faltar
a su palabra, sentí culpa, y algo de pena. Pero entonces vi el presente en su apellido
estampado en el acta de asistencias, y me tranquilicé.
Yo no tenía idea de cómo lo planificó el dire.
Todos esperábamos sus coordenadas. Eran las 11 de la mañana. Yo tenía hora
libre, por lo que fui a la sala de computación, solo por intuición. Ahí estaba
el director y Ramírez.
¿Cómo va colega? ¡Lo mandé a Linares a buscarte,
pero le ganaste de mano! ¡Sentate, que la pendeja ya viene!, dijo el director
apagando un cigarrillo.
Enseguida entra Tania con Pamela.
¡Acá se la dejo dire, y dice la profe de
historia que no hace falta que vuelva a la clase, si es que tienen mucho para
hablar!, dijo la amiguita, que tenía una carita de puta que te apabullaba.
¡Gracias Tania, ya se puede retirar! Le
respondió Ramírez, y la puerta se cerró.
Pamela estaba igual que siempre. Tenía sus
anteojos, su uniforme de pollerita tableada, medias hasta la pantorrilla y
remerita, su corbatita y su pelo rubio hasta la cintura. Su perfume tonificaba
a cada poro de mis sentidos cuando el director le dijo, antes de que ella
tomara alguna decisión: ¡No no, nada de sentarse! ¡Hay que esperar a Linares! ¡Y,
seré curioso! ¿Su amiguita sabe lo de su embarazo?!
¡Ella estaba conmigo el día que pasó! ¡Pero
ella solo tuvo sexo oral con un chico!, explicó segundos antes de que Linares
ingresara, asustado por perderse algo. El director le pidió que cierre la
puerta con llave, y acto seguido se dirigió a la nena: ¡González, puede
hacernos el favor de subirse la pollerita? ¡Quiero comprobar que me hizo caso!
La chica primero dio unas vueltitas como una
bailarina, y luego se la subió con un dedo para mostrarnos su terrible cola
forrada con una bedetina blanca llena de ositos estampados. A mí la pija se me
endureció sin salvedades, y a Ramírez seguro que también, porque lo vi
sobándosela sin disimulo.
¡Tome asiento, y cuéntenos cómo fue que quedó
embarazada!, le pidió Linares. Ella se sentó abriendo las piernas, como se lo
ordenó Ramírez, y empezó a hablar.
¡Éramos novios… y andábamos re calientes! ¡En
mi casa no podíamos coger, porque mis viejos son re densos y me controlan
demasiado! ¡En su casa tampoco se podía! Hasta entonces, todo lo que había
pasado entre nosotros fue, un pete que le hice en la canchita, otro en el auto
de mi viejo medio a las escondidas y, bueno, él me chupaba las tetas y me
tocaba!
¿Y a usted se le calentaba mucho la chuchita,
verdad? ¿Supo si ese chico le obsequió algún orgasmo?!, preguntó Ramírez. El
director le pidió que abra más las piernas, que se frote las tetas y que se
quite los anteojos.
¡No sé profe, pero me mojaba mucho! ¡Y bueno…
ese día… en el salón… en la hora de historia, el guacho me agarró la mano y me
la mandó adentro de su bóxer! ¡Tenía el pito muy duro y caliente! ¡Se lo empecé
a apretar, y no pudimos más! ¡Y bueno, nos fuimos al baño! ¡Yo salí con Tania,
y él con Gonzalo! ¡Ella se ocupó del otro chico! ¡Pero yo estaba tan caliente
que no aguanté, y le pedí que me coja! ¡Me llevó contra la pared, nos re
tranzamos y, me metió la pija en la concha, sin bajarme la bombacha siquiera!,
explicó la niña, llevándonos a todos a un estado de tanta concentración,
admiración y morbo, que, creo que el director no tenía otra alternativa.
¡Quiero que se saque la remerita… que se baje
esa bombacha hasta las rodillas… y que se toque, ahora!, le dijo imperativo,
mientras se ponía de pie.
¡Vamos muchachos, de pie ustedes también! ¡Vamos
a mirarla más de cerca!, nos exigió con calma, y en cuestión de segundos los 4
la rodeábamos, sin tocarla pero con la vista clavada en su corpiño deportivo,
el que lentamente se quitó mientras se tocaba las tetas.
¡Ahora tocate la conchita Pame!, le susurró
Linares al oído mientras le hacía lamer su corpiño, el director le subía la
pollera para que todos la observemos colarse un dedito en la vagina, Ramírez le
acariciaba el pelo, y yo me pajeaba. Era el único que tenía la pija al aire. El
olor de la bombachita de esa pendejita me estaba enfermando. Al punto tal que
me ofrecí para sacársela. Pero el director me lo prohibió.
En breve, Linares le amasaba las tetas, y el
director le pedía que le bese la mano en la que tenía su anillo matrimonial, y
él le lamía los deditos de la mano con la que no se masturbaba. Ramírez ya le
frotaba las piernas, y yo, en un momento le tironeé el brazo que le estimulaba
el clítoris para que me toque la verga. Cuando sentí sus deditos en mi tronco,
y la escuché decir: ¡Ay profe, las nenas no tienen que tocarle el pito a los
grandes!, la puse de pie, sin importarme la autorización del director. Empecé a
darle chirlos en esa cola, primero sobre la pollerita y luego subiéndosela. Pronto
nomás le apoyé la pija en la cola, mientras Ramírez le chupaba las tetas, y la
atorrantita ocupaba sus manos con la pija del dire y con la de Linares, el que
parecía más dotado que nosotros. Los gemiditos de la nena, más las hormonas que
segregaban su piel ardiente, sus palabritas sueltas y obscenas, la tersura de
sus nalguitas y, el condimento de saberla embarazada nos ponía tan ciegos que,
todo estaba permitido.
Creo que sus 45 kilos como mucho facilitaron
que el dire la alce en sus brazos y la siente en la mesa vacía. Las otras
estaban abarrotadas de computadoras. Linares le sacó los zapatitos y las
medias, y entre todos empezamos a lamerle los pies, las piernas, los muslos,
las tetas, la barriga, el cuellito, las orejas, los hombros y los dedos de las
manos. No era la idea en absoluto llegar a rozarle siquiera por error la
vagina. Aunque varias veces anduvimos cerquita de su aroma, y la tentación pudo
confundirnos. La chica estaba como con fiebre, palpitante, con lagrimitas,
temblando y conmovida. El director fue quien empezó a incitarla a pedir lo que
necesitaba.
¿Qué querés nena? ¿Qué necesitás ahora
guachita?!
¡Pija dire, quiero mucha pijaaa, porfiii,
estoy re alzadaaa, y no aguanto más!, dijo al borde de una súplica
insoportable. Ahí mismo Ramírez la llevó contra una de las paredes de la sala,
la apretujó para apoyarle toda la pija por las piernas, le subió la bombacha,
le succionó los pezones y le ubicó la pija en la concha, como se lo había hecho
el nene en el baño, sin bajarle el calzón. Empezó a darle duro, con frenesí, aferrándose
a sus nalgas y lamiéndole el cuello. La nena entretanto me pajeaba con todo,
mientras el director miraba un poco agachado la cópula bajo esa tela delicada,
cada vez más húmeda. Linares ni siquiera reparó en avisarle. De repente lo
vimos agitarse, martillar rapidito en su pubis, olvidarse de lamerla y besarla
como antes, y significarnos que su leche ya se instalaba en lo más profundo de
su vagina.
Enseguida fue el turno del director, quien la
separó de la pared, le sacó la bombacha, se la hizo lamer mientras le decía al
oído: ¡Dale perrita, dale que son tus juguitos y la lechita de tu profe
preferido! ¡Ya sé que te calienta Linares pendeja! ¡Todas en la escuela están
alzadas con él!, y empezaba a introducirle la verga en la conchita. me invitó a
sumarme de inmediato para que le frote la pija entre esos glúteos hermosos,
suaves y colorados por los chirlitos que antes le había profesado.
El dire tomó ritmo y vigor mientras yo se la
hacía sentir en el agujerito. Quería culearla de una y sin tabúes. Pero no
estaba seguro. Aún así empecé a pajearme fuerte contra su ano, y de repente se
lo escupí, quizás con la decisión de hacerle caso a mis instintos.
¡Sentila guacha, dale, cogé si querés la bandera
putita! ¿Así te cogía tu noviecito? ¿Y él sabe que te dejó preñada? ¿Y que sos
muy puta?, le gritaba el director, mientras yo empezaba de a poquito a
regalarle el rigor de mi glande hinchado a su colita.
¡Dale Cabañas, rompele el culito a la nena!
¿No te guardes nada!, me dijo Ramírez, cuya pija se hacía carne en las manos de
Pamela, que lo pajeaba haciendo un ruidito encantador. Entonces, mi pija le
perforó el culito, así, sin más. La nena gritó, y hasta le rasguñó el pito a Ramírez,
razón por la que se ligó una cachetada de su parte.
El dire seguía dándole pija a su vagina, y mi
cuerpo se prodigaba en esfuerzos deliciosos por abarcar todo lo que fuera
posible de esa cola pecadora. La tenía estrechita, y no se acostumbraba tan
fácil a mi grosor. Pero ella me la pedía, y no deseaba que se la saque, hasta
que se la llene de leche.
El director le dejó su lugar a Ramírez, y
entonces, yo me senté con la pendeja todavía empalada en mi pija. Ramírez le
chupó las tetas y la hizo agacharse un poquito para que le escupa la verga,
antes de acomodarla bien pegada a mi pecho para clavársela de lleno en la
concha, donde se movió furioso, acelerado y sin pausa, hasta que le acabó todo
adentro.
¡Uuuuuy, dos pijas adentro míiio, soy re putaa,
quiero ser puta siempre, cogeme profe, rompeme el culo, culeame fuerte, dale
que quiero lechitaa!, decía la boca de la niña prodigio, cuando Ramírez parecía
abotonado en el instante de colmarla toda. Tuve la sensación de que hasta ahí
llegarían mis impulsos. Tenía la leche cada vez más próxima a la punta, y esa
colita seguía saltarina sobre mí. Pero el director decidió ponerla en cuatro
para darle pija por la concha, y yo entonces me puse de pie ante su carita
llena de sudor, escozores y ganitas de más para que me la chupe toda, para que
su lengua me santifique todo lo que su culito me había perturbado.
¡Dale guacha putita, petealo bien al profe,
dale que esa pija tiene el gustito de tu cola nena! ¿Te gusta? ¡Cuando te vayas
de acá, ni sueñes con llevarte el corpiño ni tu bombachita! ¡Dale, cogé
perrita, dale que te la dejo toda adentro por sucia, por andar preñadita en el
cole!, le decía el director, haciendo un columpio imaginario entre su cuerpo y
los embates que le regalaba a la concha de esa nena petera. Su boca era un
concierto de baba, presemen, eructos, lagrimitas, algunos mocos y una
inevitable felicidad. Pero en breve, el director casi la hace caer con su mismo
resbalón al estallar todas sus balas seminales en su vulva. Yo no podía ser
menos. La agarré de los pelos cuando supe que mi leche no podía sostenerse, le
pedí que abra bien la garganta y me estremecí en la mejor acabada de mi vida.
Se atragantó y hasta tosió por la cantidad, pero saboreó y tragó mucho de mi
semen generoso.
Cuando la vimos con toda la pollerita sucia,
mojada, con las tetas moreteadas, la boquita sin maquillaje, los ojos
extraviados, el pelo revuelto, las piernas vencidas y la colita roja, tuvimos
ganas de enfiestarla otra vez. Pero ya eran las 12, y el timbre había sonado para
que todos los chicos se retiren a sus hogares.
El director cumplió con su palabra, y no le
devolvió la bombacha ni el corpiño. Le aseguró que eso también era parte del
trato.
¡Suerte con la ginecóloga señorita!, le decía
mientras la nena salía de la sala, mareada y agitada, pero ya no de
preocupaciones. Ahora estaba más calentita que antes, y nosotros con ganas de
planear otro chantaje para ayudarla con el secreto de su bebé. Fin
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