La drogona de mi hermana


En aquellos tiempos yo tenía 17 años, una vida plagada de incertezas, una novia que me había dejado por mis inagotables ganas de jugar al fútbol todos los días con mis compañeros, unos padres a punto de divorciarse, muchas pibitas que en el facebook me comentaban las fotos y, una hermana de 15 años con serios problemas de adicciones. Casi todos los domingos volvía borracha del boliche, a veces sin sus zapatos o la bombacha, sin la mínima voluntad de compartir el almuerzo con su familia, con un humor de perros y la cabeza como en un sinfín de parlantes amplificándole la indecencia. Sin embargo, yo casi nunca la vi drogada. Por eso no tenía demasiados elementos para juzgarla. Aunque, sí la veía llegar en estados calamitosos. Incluso, cierta mañana volvió descalza, apenas cubierta con un vestidito suelto. Esa vez la vi sin bombacha y corpiño, y me voló la cabeza, no obstante, era mi hermana, y nada tenía más peso específico que nuestros lazos.
Nati tenía una amiga inaceptable para mi madre por la forma en la que se vestía. Era re mal educada, grosera y perrísima ante los ojos de cualquier hombre. Supuestamente ella fue quien le hizo probar merca, faso y varias bebidas blancas. Mi madre cree que ella la incitó para que Nati le robe dinero de su mesa de luz, ya que algunas veces se encontró con el cajón abierto y desordenado. Por suerte, mis padres confiaban en mí. Pero mi padre era incapaz de tomar una decisión respecto a Natalia. Él estaba muy entretenido con su secretaria, su amante de lujo, y según mi madre la causante del divorcio que le amargaba la garganta. Mi madre lo quería, y si hubiese sido por ella, tal vez le perdonaba aquella infidelidad, y hasta le permitía continuar con esa relación clandestina, con tal de que se ocupe como corresponde de su familia. Pero ni su moral, ni sus amigas, ni mis convicciones no del todo precisas, ni la psicóloga le indicaban que ese fuera un camino correcto, saludable o ventajoso para nadie.
Un domingo, a eso de las 6 de la mañana, me desperté atontado por algunos ruidos provenientes de la casa del vecino. De vez en cuando festejaban algún cumpleaños, y se zarpaban con la música. Aunque, en este caso, lo que se escuchaban eran bocinazos, saludos efusivos y ciertas botellas entrechocándose, como si alguien estuviese ordenando un poco.
Encendí el velador, apagué la radio que consumía inútilmente sus pilas, y me excité yo mismo al verme la pija parada estirando mi bóxer blanco. Hacía tanto calor que no se soportaba siquiera el contacto de la sábana en el cuerpo. Encima, soñaba que Noelia, una prima lejana, me mostraba las tetas, se las chupaba y se escupía la mano para luego empezar a bajarse una bombachita roja, lenta pero silenciosamente, y que luego se nalgueaba ese culo precioso, redondo y tan blanquito como la piel de una bebé sin pañales.
De pronto los ruidos de los vecinos cesaron, y yo me apretujé un buen rato la pija, ya con la luz apagada, el susto hecho cenizas en algún rincón y el sueño intentando convencerme de que me deje atrapar por sus redes. Ni siquiera me dio el cuero para pajearme y así liberar tensiones y descansar mejor.
No sé cuánto tiempo pasó, hasta que sentí que un cuerpo se derrumbó sobre mí, irreverente, intranquilo y pesado, difícil de dominar. Tenía en claro que no se trataba de un sueño. El olor de esa piel adolescente, frágil, extasiada y sedosa me arrastró a la realidad de inmediato. Una mano me envolvió el pito junto a la tela de mi bóxer, y entonces reconocí la voz que me hablaba con un jadeo sutil, imperfecto y salvaje al mismo tiempo:
¡Dale Luqui, tocame toda, sentime pendejo! ¡Despertate tarado, quiero tu pija bien adentro! ¡Te amo guachito, y no te imaginás cómo me pajeo pensando en vos!
Era la voz de mi hermana, y eran sus pezones duros, grandes y rosados los que se inscribían en mi pecho como un presagio de muerte.
¡Salí tarada, que si los viejos te ven, nos hacen mierda a los dos! Qué carajo te pasa? ¿Te volviste loca?!, le dije, hasta que ella silenció mis palabras poniéndome las tetas en la boca.
¡Callate y chupalas pendejo! ¡Y no te hagas el boludo, que sé que te gustan mis tetas! ¿O te gustan más las de la trola de la Noe?, deslizó en mi oído con la bruma de su aliento desaforado, colmado de alcohol y caramelos de menta, sus preferidos.
¡Estás drogada nena? ¿Quién te, cómo sabés que, lo de la Noe, Qué onda?, pude pronunciarle mientras le saboreaba los pezones, incrédulo y absolutamente perdido entre el umbral de lo que esperaba, sea solo un sueño.
¡Obvio nene, estoy merqueada, y tengo la concha re calentita, todita para vos! ¿Estoy re dura nenito!, decía mientras comenzaba a frotar su entrepierna en mi erección impostergable. Al principio solo se frotaba. Pero al rato comenzó a dar saltos con su pubis, para golpearse con mi dureza en su vagina, todavía al reparo de un short diminuto. El sabor de sus pezones y la tersura de sus tetas generosas me rompían la cabeza. No podía hacer otra cosa más que lamerlas, olerlas y succionarlas. No tenía el valor de tocarle el culo siquiera. Solo vi que tenía el shortcito por la luz que se filtraba atrevida por la ventana.
Sentí los dedos fríos de sus pies contra los míos, sus rodillas intentando separarme las piernas, y su mano tironeando mi bóxer hacia abajo, mientras me decía: ¡Comeme la boca nene, dale, hacé de cuenta que soy la mina que te calienta la pija en el boliche! ¡Besame como a una putita! ¡Aprovechá que hoy no anduve haciendo petes por ahí!
No tenía idea de la hora, ni de mis principios, ni de cuánto de lo que sus palabras enarbolaban podía ser o no verdadero. Pero, apenas me encontré con sus labios, primero se los mordí sin dejarla sacar su lengua. Después se los lamí, aprovechando la serenidad repentina de su cuerpo, y luego, le introduje mi lengua para recorrerle hasta las muelas. Su paladar era delicioso. Su saliva comenzaba a multiplicarse, quizás como los jugos en su vulva prohibida para mi sexualidad. Su sabor y sus dientitos me enloquecían. No sabía si contener la respiración o si el pulso me abandonaría de un momento a otro. Sus labios gruesos se marcaron por todo mi rostro, tanto como los míos en el suyo. Entretanto, su mano subía y bajaba el cuero de mi verga, y sus tetas se incineraban en el sudor que nos enlazaban más que nuestra propia sangre. Saboreé su cuello con restos de su perfume anochecido, su mentón con algunas pequitas, su naricita delicada, y hasta le mordisqueé los hombros. Ella atrapaba una de mis piernas para friccionar el calor de su sexo contra ella, dejando que sus gemiditos se le escapen como golondrinas vulnerables en un cielo cada vez más riesgoso.
¿Mirá lo dura que se te pone la pija nene! ¿Qué soñabas chanchito?!, me dijo después de morderme la oreja y recorrer todo ese espiral de cartílagos con su lengua repleta de saliva, menta y alcohol.
De repente mis manos le estrujaban las nalgas, su saliva penetraba por los poros de mi piel, nuestras lenguas se extasiaban en la rebeldía de una furia que no sabíamos manejar, y el sol hacía sus primeras apariciones por entre las cortinas. No sé si ella me sacó el calzoncillo, o si la misma adrenalina lo hizo a un costado de mi cama. Lo cierto es que ahora, Natalia fregaba su terrible cola contra mi pija, intentando acomodarla en la unión de esas nalgas arrogantes, de las que siempre hace alarde entre los pibes del colegio. Se movía de un lado al otro, pegándose todo lo que pudiera a mi pene goteando presemen como nunca, abría y cerraba las piernas con una de sus manos masajeándose la conchita, tan invisible para mí como sensible para sus dedos, y gemía sin medir la dirección de sus ecos sonoros en mi cuarto. Yo le olía el pelo, le besaba la nuca, le tocaba las tetas cuyos pezones parecían al borde de explotar de tan duros y calientes, la tomaba de la cintura para que no detenga sus movimientos, y le mordisqueaba la oreja. Cuando me dijo que en el pub al que fue con sus amigas, un pibe le tiró cerveza en la remera para que se le marquen bien las tetas, y que acto seguido se las re manoseó en la pista, se lo advertí tan rápido como pude:
¡Salite nena, que me salta la leche!
Nati se arrodilló en el piso, tomó mi verga con una mano, se dio unas cachetaditas con ella en la cara, y empezó a reírse con aire siniestro, después que sus labios me rodearon el glande y mi leche no supo contenerse. No llegué a sentir siquiera el roce de su paladar. Pero me mostró cómo se la tragaba, cómo se saboreaba sacando la lengua como una perrita para lamerse los labios en forma de anillito y los dedos con restos de mi semen, y entonces, su risa maliciosa junto a sus acusaciones.
¡No podés durar tan poquito nene! ¡Sos re pajero, y no te aguantás ni una chupadita! ¿No puede ser!, decía, quitándose el short, decidida a ponerme el culo en la cara. Me prohibió que salga de la cama, o que cambie de posición.
¡Quedate ahí boludo, que me gusta ver cómo se te para la pija otra vez! ¿Y dale, que tu hermanita quiere más leche! ¿No puedo andar drogada y con esta calentura! ¡Mirá cómo se me mojó la bombacha nene!, decía tartamudeando, respirando agitada, y arqueando su cuerpo para que mis besos formen colonias de saliva indocumentada en sus nalgas perfectas, mis dedos puedan constatar que su bombachita negra estaba empapada, y mi lengua se enamore del sabor de su piel, con toda la impaciencia del mundo por descubrir el néctar de su vagina. Pero no era yo el que debía proponerlo ni exigirlo. Ella era la drogada, la que necesitaba tanto de un buen polvo como yo, aunque, aún así no podía conciliar a la realidad como a una cómplice a su favor..
Empezó a sacudirme la pija con una mano mientras con la otra se bajaba la bombacha, me pidió un par de mordidas a su cola de ensueño, se reía con cierta exageración al sentir los latidos de mi músculo erectándose en la palma de su mano, y se la escupía para lubricarme hasta los huevos. Hasta que de pronto expuso con ironía y sin compasión: ¡El otro día te escuché cómo te cogías a la Mica! ¡Le rompiste bien el culo! ¿No? ¡Digo, por como gritaba la muy trola! ¡Además, con esta poronga, le debe haber dolido a la pobre!
¡Qué te pasa tarada? ¿Te pusiste celosa? ¡Y sí, obvio! Le hice la cola! ¡Está que se parte la enana esa!, le dije, desencajado por sus olores y orgulloso de que me hubiese escuchado. Pero Nati pareció convidarme sin su consentimiento del éxtasis que fluía por sus venas. Empezó a darme cachetadas, a apretarme el pito con sus falanges enfermas de ira, a escupirme la cara y a putearme, entre frases disparatadas.
¡Sí boludo, vos sos mío, y no de cualquier putita! ¿Sabelo! ¡Esa verga tiene que ser mía Luqui! ¡Me hacés enojar estúpido! ¡Mirá cómo me ponés! ¡Estoy hecha una loquita!
Yo la alentaba para que esa locomotora que descarrilaba cada vez más endiablada por su mente no se detenga.
¡Pegame pendeja, ponete bien loquita, bien cochina! ¡Vos también me calentás putita! ¡No sabía que te gustaba tanto la pija nena!, le decía soportando algunos rodillazos, arañazos y pellizcos por donde se le antojara. Ni me importaba si me dolía. Además no soltaba mi pija, y en un momento hasta se sentó sobre ella, ya sin la presencia de su bombacha mojadísima.
¡Nada me pone tan puta como sentir una buena pija en la cola!, gritó con desparpajo, en libertad y a punto de chuparme la pija una vez más. Claro que ahora lo disfruté con todos mis sentidos.
El calor de su boca, sus lamidas profundas, los besitos que le daba a mis bolas, la forma que tenía de subir y bajar el prepucio para endulzarme el glande con su lengua perversa, los roces contra su garganta y cada segundo en los que mi virilidad permanecía allí, me hacían flotar en un paraíso tan similar al infierno, que daba miedo y felicidad en una sola postal. Su pelo revuelto en mis piernas y su bombachita sobre mi pecho, eran 2 razones por las que morir en paz hubiese sido la gloria.
Pero Nati de repente se puso como una perrita en el suelo, a centímetros de mi cama, y mientras no tenía verdaderas convicciones para detener un buen chorro de pis sobre uno de los almohadones que había caído involuntariamente, me llamaba pegándose en las nalgas.
¡Vení Luqui, rompeme el orto como a la Mica! ¡Y no te hagas el boludo, que ya te dije que esa verga es mía!, me decía, abriéndose los glúteos con un dedo, el que antes lamía con una obscenidad tan angelical como la que se acunaba en sus ojos.
Mi cerebro buscaba respuestas, algún atajo, ciertas formas para detenerla. Pero mi calentura, mi leche preparada por los jueguitos de su boquita golosa, el tacto de mis dedos temblorosos y mi olfato sabedor de momentos de guerras sexuales en la mira, me llevaron a su cuerpo meciéndose sin calma, afiebrado y repleto de nervios. Me subí a su cintura, le lamí toda la espalda, se la colmé de besos y mordidas, y en cuanto le coloqué la puntita de la pija en el umbral de su vagina, me pidió que la agarre del pelo y que no pare de penetrarla con todo, que le estire los pezones y que le pida lo que quiera.
En eso estábamos, hamacándonos en una tormenta de fluidos y sudores, gimiendo sin ataduras, amándonos con nuestras lenguas tan entrelazadas como nuestros sexos. Ella tiritaba cada vez que alcanzaba un orgasmo, ya que su clítoris era grueso y se friccionaba con excelente precisión contra mi pija, y mis huevos golpeaban en su centro, prisioneros a elaborar para ella la mayor cantidad de leche que se merecía. Pero el infierno, el caos, el dolor de lo insuperable, el peso de las culpas, el remordimiento que no cicatriza en la carne, la impunidad de lo indecoroso y las estructuras como pirámides ancestrales parecían caérsenos encima cuando mi madre abrió la puerta para avisarnos que el desayuno estaba listo en la cocina.
Tan rápido como entró al cuarto cerró la puerta, mientras la bondad de su rostro se transformaba en desilusión. Por un momento no hizo ruido ni para respirar. Se quedó inmóvil, parada junto a la puerta, mientras mi pija no se resignaba a los hechizos de la conchita de Natalia, ni mi cuerpo se negaba a continuar con el ritmo feroz que nos hacía delirar. No entendía por qué, pero estaba seguro que a Nati le excitaba tanto como a mí que nuestra madre estuviese petrificada como una foto antigua, con su camisón de dormir, su pelo en un rodete y sus alpargatitas, mirándonos actuar, sin saber cómo detenernos, y tal vez con ganas de echarse a llorar de la impotencia.
¿Se puede saber qué carajo están haciendo los dos? ¡Encima te measte toda Natalia!, dijo al fin nuestra madre, recuperada del estado de shock que la mantuvo paralizada. No debió preguntarnos eso. Quizás tuvo que esperar algunos segundos más, o decirlo antes, o revolearnos lo que se le viniera a la mano. Lo cierto es que su pregunta irritó a mi hermana, que, mientras se abrazaba a un orgasmo demoledor que le estremeció los músculos, y mi semen empezaba a inundarle la vagina, no encontró mejor recurso que el de gritarlo todo al mismo tiempo que acababa, y yo la sujetaba del pelo para deshacerme adentro de ella.
¿De verdad no sabés lo que estamos haciendo? ¡Tu hijo me está cogiendo toda maaaa! ¡Así Luquitas, no parees, dame toda la pijaaa! ¡Me extraña que no lo sepas! ¿Qué pasa? ¿Papi no te coge hace mucho, y ya te olvidaste de coger? ¿vos tenés que ser así de putita maaa!
Mi madre trató de silenciarla con una cachetada. Pero fue demasiado tarde. De pronto, como si um trueno violento desgarrara toda la tierra, la voz de mi padre, tan real como irreflexivo detonó en las paredes de mi cuarto.
¿Así es como pretendés hacerte cargo de tus hijos? ¿Te gusta verlos cogiendo? ¿Sos una retorcida Susana!, le gritó en la cara a mi madre, mientras yo temblaba sentado en mi cama, y Nati se ponía el shortcito con un nerviosismo que no le cabía en la garganta.
¡Y vos pendeja, vení conmigo! ¡Ahora me voy a ocupar de vos, como tantas veces me rompió los huevos tu madre! ¡Yo te voy a sacar las ganas de drogarte por ahí, putita de mierda!, dijo luego, arrastrando a Natalia de los brazos, haciéndola caer de la cama. A mi madre le prohibió intervenir. Nunca había visto a mi padre tan decidido a tomar un asunto en serio. Pero sus métodos no parecían ser los adecuados para el contexto.
¡Levantate del piso pendeja, y nada de llorar! ¡Bien que con la pija de tu hermano en la argolla no llorabas! ¿O me vas a decir que te violó?!, le gritó nuevamente, y cuando Nati estuvo de pie, aterrada y cubierta de mis chupones, el viejo le dio 3 azotes en el culo. Acto seguido manoteó las llaves de mi armario, le destrozó el shortcito con las manos a Natalia y se la llevó cargándola en sus brazos, mientras murmuraba: ¡Ahora vas a aprender que tenés un padre putita!
Mi madre y yo no pudimos salir del cuarto, porque el turro nos encerró con llave, y la ventana de mi pieza tenía unas rejas impenetrables gracias a la inseguridad, ya que daba a la calle.
Por un momento todo fue silencio. Mi madre tiritaba, ahora sentada a mi lado, preguntándome por qué habíamos llegado a tener relaciones. Me acusó de inmaduro por no saber contenerla, por no pedirle ayuda, por dejarme tentar sabiéndola vulnerable, y hasta me dio una cachetada que me hizo lagrimear en cuanto le conté todo, sin omitirle detalles. Lloraba en silencio, se enjugaba los ojos, movía las manos como buscando explicaciones irresolutas, y de vez en cuando se asomaba a la puerta para ver si escuchaba algo, y de paso para pedirle la libertad a su marido.
Hasta que de pronto oímos un estrépito de vidrios quebrándose en el piso, unos grititos y la voz de mi padre como una jauría de leones.
¡Dale pendeja de mierda! ¿No querías desayunar? ¡Tomá la leche del suelo nenita! ¡Y moveme esa cola de putita que tenés!, replicaba, mientras también se percibían algunos chirlitos, los que yo me imaginé en esa cola fatal.
Mi madre gritó algo como: ¡Baaasta Luiiiis, dejala tranquilaaa, que tiene problemas! ¡No seas hijo de putaaaa!
Pero en respuesta de eso, mi padre le dio una patada a la puerta mientras gritaba eufórico: ¡Callate Susana, que vos sos tan culpable como yo de esta mierda! ¿A esta la tendrías que haber abortado, por puta!
Luego, oímos a Natalia quejarse con verdadero terror, y aunque no fueron precisas sus palabras, entendimos a la perfección lo que sucedía, gracias a la sentencia de mi viejo.
¡Dale puta de mierda, ponete en cuatro y abrí las piernas! ¡Dale, que te gustó chuparle la pija a tu padre, sucia inmunda! ¿A tu hermanito se la mamaste así?!
Mi madre volvió a sentarse a mi izquierda, y mientras se preguntaba el por qué de la situación que nos mantenía en suspenso, se dejó caer sobre mis hombros para sollozar casi sin lágrimas, pero con la congoja en cada articulación de su cuerpo. Empezó a acariciarme, suponiendo que yo lo necesitaba, y cuando me tocó la pija casi como al pasar, la que ya se mostraba erecta y turgente por lo que se oía del otro lado de la puerta, sentí una excitación que sucumbió desde lo más profundo de mi existencia. No sabía si pedírselo, pero la sola idea me hacía doler los testículos. Para colmo, tuvo que preguntarme, en medio de algunas palabras de consuelo:
¿Por qué te la cogiste? ¿Le dejaste semen adentro de la vagina mi amor? ¡Sabés que tu hermana se droga, que vuelve re loca del boliche, que hasta se hace pis y no se da cuenta! ¡Yo confiaba en vos! ¡Creí que… pensé que eras maduro… consiente de… ¡Igual, no te preocupes, que apenas todo esto pase, todo va a cambiar!
Después siguió hablando. Pero yo no tenía atención para su discurso. De repente me puse de pie y se lo pedí, mientras los gemidos de Nati eran tan claros como el choque de su cuerpo armonioso contra el de mi viejo.
¡Callate Ma, y tocame la pija, que no puedo más, y chupala toda!
Mi madre, muy por el contrario, reaccionó a mi descarada propuesta. No sé por qué lo hice. Supuse que se escandalizaría, que me regañaría en medio de un show de cachetazos y tirones de pelo, que me hablaría de un psicólogo, de quitarme la mensualidad, o que tomaría medidas drásticas. Incluso me imaginé entre rejas, denunciado por mi madre, al lado de mi viejo, acusado de violar a mi hermana, o algo así.
Sin embargo, primero acarició mi pija, se abrió el camisón y, mientras me apretaba el tronco con sus uñas cargadas de fastidio y lujuria, me dijo mordiéndose un labio:
¡Mirame las tetas guachito, que si tu hermana es una putita, lo heredó de mí!
¡No lo podía creer! Tenía unos pezones color café lo suficientemente erectos para hacerme notar que algo de todo esto le calentaba. Sus tetas son grandes, y aunque no me dejó tocárselas, se veían tan suaves como la cola de Natalia.
¡Todavía no me respondiste! ¿Le acabaste adentro a tu hermana? ¿Sí o no?, insistió, ahora oliendo y lamiendo mi glande. Su lengua no parecía tan experimentada como la de Natalia, pero estaba caliente, colmada de saliva, y casi que podía envolver mi cabecita llena de juguitos por lo larga que la tenía.
¡Así nenita, dejate coger asíiii guachaaa, estás re linda hijitaaa, y no me imagino cómo debés coger en el boliche!, le gritaba mi padre a Nati, que seguía jadeando y regalándole alaridos a los techos de la casa. En ese momento, mi madre lamía mis huevos, meneaba mi verga y me besaba las piernas. Pero, cuando al fin su boca apresó casi toda la longitud de mi pene, sentí que podía atragantarla de leche casi tan pronto que, debí esforzarme por no hacerlo. Me la mordía, saboreaba, se pegaba en la nariz cuando se la sacaba de la boca mientras me decía que seguro todavía conservaba un poco del aroma de la conchita de Nati, se agitaba cuando le rozaba la garganta, me escupía los huevos, me nalgueaba fuerte y me clavaba las uñas en la espalda o en los muslos cada vez que recordaba el embrollo en el que estábamos inmersos.
¡Mami te va a sacar la lechita Lu, como debí haberlo hecho antes, para evitar que te cojas a Nati!, pronunció entre besos ruidosos y chupones.
¡Asíiii guachitaaaa, ahora sentate que te doy la lecheeee! ¡Uuuuuy, perdóoon, pero no aguanto máaas, te la doy en la concha pendejaa putaaaa!, aulló mi viejo sin importarle que algún vecino pudiera escuchar, y decidiera denunciarnos, a pesar de que fuese nuestra privacidad.
¡Escuchá Luqui, tu papá le va a dar la lechita a tu hermanita! ¡Dale, acabame en la boca, y nunca más vamos a hablar del tema!, dijo mi madre, sorbiendo cada gota de su propia saliva fundida con mi presemen a lo largo de mi pija. Recién entonces vi que una de sus manos permanecía atrapada bajo su camisón, y hasta le divisé una bombacha blanca. Sus labios volvían a succionarme la verga, a coronarla con sus soniditos, su ternura maternal y con la locura de una familia que se derrumbaba inexorablemente hacia un abismo de difícil pronóstico.
En eso oímos a Nati gritar: ¡aaaay, asíiii, llename de lecheeee, la quiero toda, dame pijaaa, quiero muuucha piiiijaa!
Mi madre apuró la paja que su otra mano le proporcionaba a mi carne, hizo más abundantes los ríos de baba que se multiplicaban en su paladar, y hasta me rozó el culito con la bombacha de Natalia. No sé cómo la encontró. Pero en ese momento perdí el equilibrio mientras todo mi semen salía despedido de mi pija para colmarle los labios y maquillarle su rostro bien cuidado para sus 42 años. La vi lamerse los labios, saborearse, frotarse la entrepierna y chuparse los dedos con restos de mi acabada, mientras yo gemía como un estúpido, sin miedo a las represalias, pero intranquilo. Fue en ese instante en que pude ver que su bombacha blanca estaba empapadísima, apenas se recostó en la cama separando las piernas, suspirando por que todo este tormento concluya de una vez, o para que vuelva a repetirse.
Al rato, mi padre golpeó la puerta, le dio unas vueltas a la llave y nos dijo que el desayuno estaba listo, que Natalia lo había reconstituido para nosotros. Naturalmente, él no supo lo que habíamos hecho con mi madre. Yo me había vestido, y ella estaba intacta, limpia y tan horrorizada como apareció en un principio.
Cuando salimos de la pieza, Nati estaba sentada en la mesa, totalmente desnuda, casi cayéndose sobre sus brazos, bostezando y con cara de satisfacción.   Fin

Nota: este relato puede tener una continuación. Si ustedes así lo desean, escriban a mi mail, o comenten. Si al menos hay 5 personas que lo requieran, lo haré!

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Comentarios

  1. Hola Sasha! Me encantaría continuarlo! por lo pronto hay varias historias más por subir, de las que me piden los lectores! espero que sigas leyendo mis relatos. ¡Besos!

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  2. ¡Ambar!, ¿si te digo que esta historia me oló la cabeza me creés no?, muy bueno sería que puedas hacer la continuación, me gustan las nenas que se hacen pis y que son putitas! es un enorme placer el leerte.

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  3. si x favor, queremos segunda parte de esta maravilla de relato, el nene con la mami, la nena con el papi

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    Respuestas
    1. Bueno, parece que ha recibido varios elogios esta historia. Habrá que ponerse a trabajar para continuarlo. Te espero, para que podamos tirar ideas juntos. Quizás, la nena también pueda estar con la mami, y el nene con el padre. Jejejeje! ¡Besos!

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