En aquellos tiempos yo tenía 17 años, una vida
plagada de incertezas, una novia que me había dejado por mis inagotables ganas
de jugar al fútbol todos los días con mis compañeros, unos padres a punto de
divorciarse, muchas pibitas que en el facebook me comentaban las fotos y, una
hermana de 15 años con serios problemas de adicciones. Casi todos los domingos
volvía borracha del boliche, a veces sin sus zapatos o la bombacha, sin la
mínima voluntad de compartir el almuerzo con su familia, con un humor de perros
y la cabeza como en un sinfín de parlantes amplificándole la indecencia. Sin
embargo, yo casi nunca la vi drogada. Por eso no tenía demasiados elementos
para juzgarla. Aunque, sí la veía llegar en estados calamitosos. Incluso,
cierta mañana volvió descalza, apenas cubierta con un vestidito suelto. Esa vez
la vi sin bombacha y corpiño, y me voló la cabeza, no obstante, era mi hermana,
y nada tenía más peso específico que nuestros lazos.
Nati tenía una amiga inaceptable para mi madre
por la forma en la que se vestía. Era re mal educada, grosera y perrísima ante
los ojos de cualquier hombre. Supuestamente ella fue quien le hizo probar
merca, faso y varias bebidas blancas. Mi madre cree que ella la incitó para que
Nati le robe dinero de su mesa de luz, ya que algunas veces se encontró con el
cajón abierto y desordenado. Por suerte, mis padres confiaban en mí. Pero mi
padre era incapaz de tomar una decisión respecto a Natalia. Él estaba muy
entretenido con su secretaria, su amante de lujo, y según mi madre la causante
del divorcio que le amargaba la garganta. Mi madre lo quería, y si hubiese sido
por ella, tal vez le perdonaba aquella infidelidad, y hasta le permitía
continuar con esa relación clandestina, con tal de que se ocupe como
corresponde de su familia. Pero ni su moral, ni sus amigas, ni mis convicciones
no del todo precisas, ni la psicóloga le indicaban que ese fuera un camino
correcto, saludable o ventajoso para nadie.
Un domingo, a eso de las 6 de la mañana, me
desperté atontado por algunos ruidos provenientes de la casa del vecino. De vez
en cuando festejaban algún cumpleaños, y se zarpaban con la música. Aunque, en
este caso, lo que se escuchaban eran bocinazos, saludos efusivos y ciertas
botellas entrechocándose, como si alguien estuviese ordenando un poco.
Encendí el velador, apagué la radio que
consumía inútilmente sus pilas, y me excité yo mismo al verme la pija parada
estirando mi bóxer blanco. Hacía tanto calor que no se soportaba siquiera el
contacto de la sábana en el cuerpo. Encima, soñaba que Noelia, una prima
lejana, me mostraba las tetas, se las chupaba y se escupía la mano para luego
empezar a bajarse una bombachita roja, lenta pero silenciosamente, y que luego
se nalgueaba ese culo precioso, redondo y tan blanquito como la piel de una bebé
sin pañales.
De pronto los ruidos de los vecinos cesaron, y
yo me apretujé un buen rato la pija, ya con la luz apagada, el susto hecho
cenizas en algún rincón y el sueño intentando convencerme de que me deje
atrapar por sus redes. Ni siquiera me dio el cuero para pajearme y así liberar
tensiones y descansar mejor.
No sé cuánto tiempo pasó, hasta que sentí que
un cuerpo se derrumbó sobre mí, irreverente, intranquilo y pesado, difícil de
dominar. Tenía en claro que no se trataba de un sueño. El olor de esa piel
adolescente, frágil, extasiada y sedosa me arrastró a la realidad de inmediato.
Una mano me envolvió el pito junto a la tela de mi bóxer, y entonces reconocí
la voz que me hablaba con un jadeo sutil, imperfecto y salvaje al mismo tiempo:
¡Dale Luqui, tocame toda, sentime pendejo!
¡Despertate tarado, quiero tu pija bien adentro! ¡Te amo guachito, y no te
imaginás cómo me pajeo pensando en vos!
Era la voz de mi hermana, y eran sus pezones
duros, grandes y rosados los que se inscribían en mi pecho como un presagio de
muerte.
¡Salí tarada, que si los viejos te ven, nos
hacen mierda a los dos! Qué carajo te pasa? ¿Te volviste loca?!, le dije, hasta
que ella silenció mis palabras poniéndome las tetas en la boca.
¡Callate y chupalas pendejo! ¡Y no te hagas el
boludo, que sé que te gustan mis tetas! ¿O te gustan más las de la trola de la
Noe?, deslizó en mi oído con la bruma de su aliento desaforado, colmado de
alcohol y caramelos de menta, sus preferidos.
¡Estás drogada nena? ¿Quién te, cómo sabés
que, lo de la Noe, Qué onda?, pude pronunciarle mientras le saboreaba los
pezones, incrédulo y absolutamente perdido entre el umbral de lo que esperaba,
sea solo un sueño.
¡Obvio nene, estoy merqueada, y tengo la
concha re calentita, todita para vos! ¿Estoy re dura nenito!, decía mientras
comenzaba a frotar su entrepierna en mi erección impostergable. Al principio
solo se frotaba. Pero al rato comenzó a dar saltos con su pubis, para golpearse
con mi dureza en su vagina, todavía al reparo de un short diminuto. El sabor de
sus pezones y la tersura de sus tetas generosas me rompían la cabeza. No podía
hacer otra cosa más que lamerlas, olerlas y succionarlas. No tenía el valor de
tocarle el culo siquiera. Solo vi que tenía el shortcito por la luz que se
filtraba atrevida por la ventana.
Sentí los dedos fríos de sus pies contra los
míos, sus rodillas intentando separarme las piernas, y su mano tironeando mi
bóxer hacia abajo, mientras me decía: ¡Comeme la boca nene, dale, hacé de
cuenta que soy la mina que te calienta la pija en el boliche! ¡Besame como a
una putita! ¡Aprovechá que hoy no anduve haciendo petes por ahí!
No tenía idea de la hora, ni de mis
principios, ni de cuánto de lo que sus palabras enarbolaban podía ser o no
verdadero. Pero, apenas me encontré con sus labios, primero se los mordí sin
dejarla sacar su lengua. Después se los lamí, aprovechando la serenidad
repentina de su cuerpo, y luego, le introduje mi lengua para recorrerle hasta
las muelas. Su paladar era delicioso. Su saliva comenzaba a multiplicarse, quizás
como los jugos en su vulva prohibida para mi sexualidad. Su sabor y sus
dientitos me enloquecían. No sabía si contener la respiración o si el pulso me
abandonaría de un momento a otro. Sus labios gruesos se marcaron por todo mi
rostro, tanto como los míos en el suyo. Entretanto, su mano subía y bajaba el
cuero de mi verga, y sus tetas se incineraban en el sudor que nos enlazaban más
que nuestra propia sangre. Saboreé su cuello con restos de su perfume
anochecido, su mentón con algunas pequitas, su naricita delicada, y hasta le
mordisqueé los hombros. Ella atrapaba una de mis piernas para friccionar el
calor de su sexo contra ella, dejando que sus gemiditos se le escapen como
golondrinas vulnerables en un cielo cada vez más riesgoso.
¿Mirá lo dura que se te pone la pija nene!
¿Qué soñabas chanchito?!, me dijo después de morderme la oreja y recorrer todo
ese espiral de cartílagos con su lengua repleta de saliva, menta y alcohol.
De repente mis manos le estrujaban las nalgas,
su saliva penetraba por los poros de mi piel, nuestras lenguas se extasiaban en
la rebeldía de una furia que no sabíamos manejar, y el sol hacía sus primeras
apariciones por entre las cortinas. No sé si ella me sacó el calzoncillo, o si
la misma adrenalina lo hizo a un costado de mi cama. Lo cierto es que ahora,
Natalia fregaba su terrible cola contra mi pija, intentando acomodarla en la
unión de esas nalgas arrogantes, de las que siempre hace alarde entre los pibes
del colegio. Se movía de un lado al otro, pegándose todo lo que pudiera a mi
pene goteando presemen como nunca, abría y cerraba las piernas con una de sus
manos masajeándose la conchita, tan invisible para mí como sensible para sus
dedos, y gemía sin medir la dirección de sus ecos sonoros en mi cuarto. Yo le
olía el pelo, le besaba la nuca, le tocaba las tetas cuyos pezones parecían al
borde de explotar de tan duros y calientes, la tomaba de la cintura para que no
detenga sus movimientos, y le mordisqueaba la oreja. Cuando me dijo que en el
pub al que fue con sus amigas, un pibe le tiró cerveza en la remera para que se
le marquen bien las tetas, y que acto seguido se las re manoseó en la pista, se
lo advertí tan rápido como pude:
¡Salite nena, que me salta la leche!
Nati se arrodilló en el piso, tomó mi verga
con una mano, se dio unas cachetaditas con ella en la cara, y empezó a reírse
con aire siniestro, después que sus labios me rodearon el glande y mi leche no
supo contenerse. No llegué a sentir siquiera el roce de su paladar. Pero me
mostró cómo se la tragaba, cómo se saboreaba sacando la lengua como una perrita
para lamerse los labios en forma de anillito y los dedos con restos de mi
semen, y entonces, su risa maliciosa junto a sus acusaciones.
¡No podés durar tan poquito nene! ¡Sos re
pajero, y no te aguantás ni una chupadita! ¿No puede ser!, decía, quitándose el
short, decidida a ponerme el culo en la cara. Me prohibió que salga de la cama,
o que cambie de posición.
¡Quedate ahí boludo, que me gusta ver cómo se
te para la pija otra vez! ¿Y dale, que tu hermanita quiere más leche! ¿No puedo
andar drogada y con esta calentura! ¡Mirá cómo se me mojó la bombacha nene!,
decía tartamudeando, respirando agitada, y arqueando su cuerpo para que mis
besos formen colonias de saliva indocumentada en sus nalgas perfectas, mis
dedos puedan constatar que su bombachita negra estaba empapada, y mi lengua se
enamore del sabor de su piel, con toda la impaciencia del mundo por descubrir
el néctar de su vagina. Pero no era yo el que debía proponerlo ni exigirlo.
Ella era la drogada, la que necesitaba tanto de un buen polvo como yo, aunque,
aún así no podía conciliar a la realidad como a una cómplice a su favor..
Empezó a sacudirme la pija con una mano
mientras con la otra se bajaba la bombacha, me pidió un par de mordidas a su
cola de ensueño, se reía con cierta exageración al sentir los latidos de mi
músculo erectándose en la palma de su mano, y se la escupía para lubricarme
hasta los huevos. Hasta que de pronto expuso con ironía y sin compasión: ¡El
otro día te escuché cómo te cogías a la Mica! ¡Le rompiste bien el culo! ¿No? ¡Digo,
por como gritaba la muy trola! ¡Además, con esta poronga, le debe haber dolido
a la pobre!
¡Qué te pasa tarada? ¿Te pusiste celosa? ¡Y
sí, obvio! Le hice la cola! ¡Está que se parte la enana esa!, le dije,
desencajado por sus olores y orgulloso de que me hubiese escuchado. Pero Nati
pareció convidarme sin su consentimiento del éxtasis que fluía por sus venas.
Empezó a darme cachetadas, a apretarme el pito con sus falanges enfermas de
ira, a escupirme la cara y a putearme, entre frases disparatadas.
¡Sí boludo, vos sos mío, y no de cualquier
putita! ¿Sabelo! ¡Esa verga tiene que ser mía Luqui! ¡Me hacés enojar estúpido!
¡Mirá cómo me ponés! ¡Estoy hecha una loquita!
Yo la alentaba para que esa locomotora que
descarrilaba cada vez más endiablada por su mente no se detenga.
¡Pegame pendeja, ponete bien loquita, bien
cochina! ¡Vos también me calentás putita! ¡No sabía que te gustaba tanto la
pija nena!, le decía soportando algunos rodillazos, arañazos y pellizcos por
donde se le antojara. Ni me importaba si me dolía. Además no soltaba mi pija, y
en un momento hasta se sentó sobre ella, ya sin la presencia de su bombacha
mojadísima.
¡Nada me pone tan puta como sentir una buena
pija en la cola!, gritó con desparpajo, en libertad y a punto de chuparme la
pija una vez más. Claro que ahora lo disfruté con todos mis sentidos.
El calor de su boca, sus lamidas profundas,
los besitos que le daba a mis bolas, la forma que tenía de subir y bajar el
prepucio para endulzarme el glande con su lengua perversa, los roces contra su
garganta y cada segundo en los que mi virilidad permanecía allí, me hacían
flotar en un paraíso tan similar al infierno, que daba miedo y felicidad en una
sola postal. Su pelo revuelto en mis piernas y su bombachita sobre mi pecho,
eran 2 razones por las que morir en paz hubiese sido la gloria.
Pero Nati de repente se puso como una perrita
en el suelo, a centímetros de mi cama, y mientras no tenía verdaderas
convicciones para detener un buen chorro de pis sobre uno de los almohadones
que había caído involuntariamente, me llamaba pegándose en las nalgas.
¡Vení Luqui, rompeme el orto como a la Mica!
¡Y no te hagas el boludo, que ya te dije que esa verga es mía!, me decía,
abriéndose los glúteos con un dedo, el que antes lamía con una obscenidad tan
angelical como la que se acunaba en sus ojos.
Mi cerebro buscaba respuestas, algún atajo,
ciertas formas para detenerla. Pero mi calentura, mi leche preparada por los
jueguitos de su boquita golosa, el tacto de mis dedos temblorosos y mi olfato
sabedor de momentos de guerras sexuales en la mira, me llevaron a su cuerpo
meciéndose sin calma, afiebrado y repleto de nervios. Me subí a su cintura, le
lamí toda la espalda, se la colmé de besos y mordidas, y en cuanto le coloqué
la puntita de la pija en el umbral de su vagina, me pidió que la agarre del
pelo y que no pare de penetrarla con todo, que le estire los pezones y que le
pida lo que quiera.
En eso estábamos, hamacándonos en una tormenta
de fluidos y sudores, gimiendo sin ataduras, amándonos con nuestras lenguas tan
entrelazadas como nuestros sexos. Ella tiritaba cada vez que alcanzaba un
orgasmo, ya que su clítoris era grueso y se friccionaba con excelente precisión
contra mi pija, y mis huevos golpeaban en su centro, prisioneros a elaborar
para ella la mayor cantidad de leche que se merecía. Pero el infierno, el caos,
el dolor de lo insuperable, el peso de las culpas, el remordimiento que no
cicatriza en la carne, la impunidad de lo indecoroso y las estructuras como pirámides
ancestrales parecían caérsenos encima cuando mi madre abrió la puerta para
avisarnos que el desayuno estaba listo en la cocina.
Tan rápido como entró al cuarto cerró la
puerta, mientras la bondad de su rostro se transformaba en desilusión. Por un
momento no hizo ruido ni para respirar. Se quedó inmóvil, parada junto a la
puerta, mientras mi pija no se resignaba a los hechizos de la conchita de
Natalia, ni mi cuerpo se negaba a continuar con el ritmo feroz que nos hacía
delirar. No entendía por qué, pero estaba seguro que a Nati le excitaba tanto
como a mí que nuestra madre estuviese petrificada como una foto antigua, con su
camisón de dormir, su pelo en un rodete y sus alpargatitas, mirándonos actuar,
sin saber cómo detenernos, y tal vez con ganas de echarse a llorar de la
impotencia.
¿Se puede saber qué carajo están haciendo los
dos? ¡Encima te measte toda Natalia!, dijo al fin nuestra madre, recuperada del
estado de shock que la mantuvo paralizada. No debió preguntarnos eso. Quizás
tuvo que esperar algunos segundos más, o decirlo antes, o revolearnos lo que se
le viniera a la mano. Lo cierto es que su pregunta irritó a mi hermana, que,
mientras se abrazaba a un orgasmo demoledor que le estremeció los músculos, y
mi semen empezaba a inundarle la vagina, no encontró mejor recurso que el de
gritarlo todo al mismo tiempo que acababa, y yo la sujetaba del pelo para
deshacerme adentro de ella.
¿De verdad no sabés lo que estamos haciendo? ¡Tu
hijo me está cogiendo toda maaaa! ¡Así Luquitas, no parees, dame toda la
pijaaa! ¡Me extraña que no lo sepas! ¿Qué pasa? ¿Papi no te coge hace mucho, y
ya te olvidaste de coger? ¿vos tenés que ser así de putita maaa!
Mi madre trató de silenciarla con una
cachetada. Pero fue demasiado tarde. De pronto, como si um trueno violento
desgarrara toda la tierra, la voz de mi padre, tan real como irreflexivo detonó
en las paredes de mi cuarto.
¿Así es como pretendés hacerte cargo de tus
hijos? ¿Te gusta verlos cogiendo? ¿Sos una retorcida Susana!, le gritó en la
cara a mi madre, mientras yo temblaba sentado en mi cama, y Nati se ponía el shortcito
con un nerviosismo que no le cabía en la garganta.
¡Y vos pendeja, vení conmigo! ¡Ahora me voy a
ocupar de vos, como tantas veces me rompió los huevos tu madre! ¡Yo te voy a
sacar las ganas de drogarte por ahí, putita de mierda!, dijo luego, arrastrando
a Natalia de los brazos, haciéndola caer de la cama. A mi madre le prohibió
intervenir. Nunca había visto a mi padre tan decidido a tomar un asunto en
serio. Pero sus métodos no parecían ser los adecuados para el contexto.
¡Levantate del piso pendeja, y nada de llorar!
¡Bien que con la pija de tu hermano en la argolla no llorabas! ¿O me vas a
decir que te violó?!, le gritó nuevamente, y cuando Nati estuvo de pie,
aterrada y cubierta de mis chupones, el viejo le dio 3 azotes en el culo. Acto
seguido manoteó las llaves de mi armario, le destrozó el shortcito con las
manos a Natalia y se la llevó cargándola en sus brazos, mientras murmuraba: ¡Ahora
vas a aprender que tenés un padre putita!
Mi madre y yo no pudimos salir del cuarto,
porque el turro nos encerró con llave, y la ventana de mi pieza tenía unas
rejas impenetrables gracias a la inseguridad, ya que daba a la calle.
Por un momento todo fue silencio. Mi madre
tiritaba, ahora sentada a mi lado, preguntándome por qué habíamos llegado a
tener relaciones. Me acusó de inmaduro por no saber contenerla, por no pedirle
ayuda, por dejarme tentar sabiéndola vulnerable, y hasta me dio una cachetada
que me hizo lagrimear en cuanto le conté todo, sin omitirle detalles. Lloraba
en silencio, se enjugaba los ojos, movía las manos como buscando explicaciones
irresolutas, y de vez en cuando se asomaba a la puerta para ver si escuchaba
algo, y de paso para pedirle la libertad a su marido.
Hasta que de pronto oímos un estrépito de
vidrios quebrándose en el piso, unos grititos y la voz de mi padre como una
jauría de leones.
¡Dale pendeja de mierda! ¿No querías
desayunar? ¡Tomá la leche del suelo nenita! ¡Y moveme esa cola de putita que
tenés!, replicaba, mientras también se percibían algunos chirlitos, los que yo
me imaginé en esa cola fatal.
Mi madre gritó algo como: ¡Baaasta Luiiiis,
dejala tranquilaaa, que tiene problemas! ¡No seas hijo de putaaaa!
Pero en respuesta de eso, mi padre le dio una
patada a la puerta mientras gritaba eufórico: ¡Callate Susana, que vos sos tan
culpable como yo de esta mierda! ¿A esta la tendrías que haber abortado, por
puta!
Luego, oímos a Natalia quejarse con verdadero
terror, y aunque no fueron precisas sus palabras, entendimos a la perfección lo
que sucedía, gracias a la sentencia de mi viejo.
¡Dale puta de mierda, ponete en cuatro y abrí
las piernas! ¡Dale, que te gustó chuparle la pija a tu padre, sucia inmunda! ¿A
tu hermanito se la mamaste así?!
Mi madre volvió a sentarse a mi izquierda, y
mientras se preguntaba el por qué de la situación que nos mantenía en suspenso,
se dejó caer sobre mis hombros para sollozar casi sin lágrimas, pero con la
congoja en cada articulación de su cuerpo. Empezó a acariciarme, suponiendo que
yo lo necesitaba, y cuando me tocó la pija casi como al pasar, la que ya se
mostraba erecta y turgente por lo que se oía del otro lado de la puerta, sentí
una excitación que sucumbió desde lo más profundo de mi existencia. No sabía si
pedírselo, pero la sola idea me hacía doler los testículos. Para colmo, tuvo
que preguntarme, en medio de algunas palabras de consuelo:
¿Por qué te la cogiste? ¿Le dejaste semen
adentro de la vagina mi amor? ¡Sabés que tu hermana se droga, que vuelve re
loca del boliche, que hasta se hace pis y no se da cuenta! ¡Yo confiaba en vos!
¡Creí que… pensé que eras maduro… consiente de… ¡Igual, no te preocupes, que
apenas todo esto pase, todo va a cambiar!
Después siguió hablando. Pero yo no tenía
atención para su discurso. De repente me puse de pie y se lo pedí, mientras los
gemidos de Nati eran tan claros como el choque de su cuerpo armonioso contra el
de mi viejo.
¡Callate Ma, y tocame la pija, que no puedo
más, y chupala toda!
Mi madre, muy por el contrario, reaccionó a mi
descarada propuesta. No sé por qué lo hice. Supuse que se escandalizaría, que
me regañaría en medio de un show de cachetazos y tirones de pelo, que me
hablaría de un psicólogo, de quitarme la mensualidad, o que tomaría medidas
drásticas. Incluso me imaginé entre rejas, denunciado por mi madre, al lado de
mi viejo, acusado de violar a mi hermana, o algo así.
Sin embargo, primero acarició mi pija, se
abrió el camisón y, mientras me apretaba el tronco con sus uñas cargadas de
fastidio y lujuria, me dijo mordiéndose un labio:
¡Mirame las tetas guachito, que si tu hermana
es una putita, lo heredó de mí!
¡No lo podía creer! Tenía unos pezones color
café lo suficientemente erectos para hacerme notar que algo de todo esto le
calentaba. Sus tetas son grandes, y aunque no me dejó tocárselas, se veían tan
suaves como la cola de Natalia.
¡Todavía no me respondiste! ¿Le acabaste adentro
a tu hermana? ¿Sí o no?, insistió, ahora oliendo y lamiendo mi glande. Su
lengua no parecía tan experimentada como la de Natalia, pero estaba caliente,
colmada de saliva, y casi que podía envolver mi cabecita llena de juguitos por
lo larga que la tenía.
¡Así nenita, dejate coger asíiii guachaaa,
estás re linda hijitaaa, y no me imagino cómo debés coger en el boliche!, le
gritaba mi padre a Nati, que seguía jadeando y regalándole alaridos a los
techos de la casa. En ese momento, mi madre lamía mis huevos, meneaba mi verga
y me besaba las piernas. Pero, cuando al fin su boca apresó casi toda la
longitud de mi pene, sentí que podía atragantarla de leche casi tan pronto que,
debí esforzarme por no hacerlo. Me la mordía, saboreaba, se pegaba en la nariz
cuando se la sacaba de la boca mientras me decía que seguro todavía conservaba
un poco del aroma de la conchita de Nati, se agitaba cuando le rozaba la garganta,
me escupía los huevos, me nalgueaba fuerte y me clavaba las uñas en la espalda
o en los muslos cada vez que recordaba el embrollo en el que estábamos
inmersos.
¡Mami te va a sacar la lechita Lu, como debí
haberlo hecho antes, para evitar que te cojas a Nati!, pronunció entre besos
ruidosos y chupones.
¡Asíiii guachitaaaa, ahora sentate que te doy
la lecheeee! ¡Uuuuuy, perdóoon, pero no aguanto máaas, te la doy en la concha
pendejaa putaaaa!, aulló mi viejo sin importarle que algún vecino pudiera escuchar,
y decidiera denunciarnos, a pesar de que fuese nuestra privacidad.
¡Escuchá Luqui, tu papá le va a dar la lechita
a tu hermanita! ¡Dale, acabame en la boca, y nunca más vamos a hablar del
tema!, dijo mi madre, sorbiendo cada gota de su propia saliva fundida con mi
presemen a lo largo de mi pija. Recién entonces vi que una de sus manos
permanecía atrapada bajo su camisón, y hasta le divisé una bombacha blanca. Sus
labios volvían a succionarme la verga, a coronarla con sus soniditos, su
ternura maternal y con la locura de una familia que se derrumbaba
inexorablemente hacia un abismo de difícil pronóstico.
En eso oímos a Nati gritar: ¡aaaay, asíiii,
llename de lecheeee, la quiero toda, dame pijaaa, quiero muuucha piiiijaa!
Mi madre apuró la paja que su otra mano le
proporcionaba a mi carne, hizo más abundantes los ríos de baba que se
multiplicaban en su paladar, y hasta me rozó el culito con la bombacha de
Natalia. No sé cómo la encontró. Pero en ese momento perdí el equilibrio
mientras todo mi semen salía despedido de mi pija para colmarle los labios y
maquillarle su rostro bien cuidado para sus 42 años. La vi lamerse los labios,
saborearse, frotarse la entrepierna y chuparse los dedos con restos de mi
acabada, mientras yo gemía como un estúpido, sin miedo a las represalias, pero
intranquilo. Fue en ese instante en que pude ver que su bombacha blanca estaba
empapadísima, apenas se recostó en la cama separando las piernas, suspirando
por que todo este tormento concluya de una vez, o para que vuelva a repetirse.
Al rato, mi padre golpeó la puerta, le dio
unas vueltas a la llave y nos dijo que el desayuno estaba listo, que Natalia lo
había reconstituido para nosotros. Naturalmente, él no supo lo que habíamos
hecho con mi madre. Yo me había vestido, y ella estaba intacta, limpia y tan
horrorizada como apareció en un principio.
Cuando salimos de la pieza, Nati estaba
sentada en la mesa, totalmente desnuda, casi cayéndose sobre sus brazos,
bostezando y con cara de satisfacción. Fin
Nota: este relato puede tener una
continuación. Si ustedes así lo desean, escriban a mi mail, o comenten. Si al
menos hay 5 personas que lo requieran, lo haré!
Recordá que este, o cualquier otro relato del blog, podés pedírmelo en audiorelato, a un costo más que interesante. Consultame precios y modalidades por mail.
Este es mi correo ambarzul28@gmail.com si quisieras sugerirme o contarme tus fantasías te leeré! gracias!
Acompañame con tu colaboración!! así podré seguir haciendo lo que más amo hacer!!
Cafecito nacional de Ambarzul para mis lectores nacionales 😉
¡Ojala lo continúes!
ResponderEliminarHola Sasha! Me encantaría continuarlo! por lo pronto hay varias historias más por subir, de las que me piden los lectores! espero que sigas leyendo mis relatos. ¡Besos!
ResponderEliminar¡Ambar!, ¿si te digo que esta historia me oló la cabeza me creés no?, muy bueno sería que puedas hacer la continuación, me gustan las nenas que se hacen pis y que son putitas! es un enorme placer el leerte.
ResponderEliminarsi x favor, queremos segunda parte de esta maravilla de relato, el nene con la mami, la nena con el papi
ResponderEliminarBueno, parece que ha recibido varios elogios esta historia. Habrá que ponerse a trabajar para continuarlo. Te espero, para que podamos tirar ideas juntos. Quizás, la nena también pueda estar con la mami, y el nene con el padre. Jejejeje! ¡Besos!
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