Los besitos de mi tía


Mi nombre es Aldana, tengo actualmente 18 años y estoy cursando la carrera de psicología en buenos aires. No fue fácil integrarme a una sociedad que vive a mil, como si cada segundo por transcurrir no tuviese el menor de los sentidos en los relojes.
A los 17 me egresé en un secundario de Concordia (Entre Ríos). Allí todavía la gente se saluda, se da las gracias, se preocupa por su semejante, y cualquiera te ofrece hasta lo que no tiene con tal de que te sientas cómodo si estás de visitas.
Realmente pensé que no iba a sobrevivir en esa jungla material, ecléctica, ruidosa por demás, nauseabunda en algunos tramos, histérica y siempre a contramano de la paz. Pero me hice fuerte, valiente y autosuficiente. Tuve que aprenderlo, por más que por las noches la nostalgia de las comidas de mi tía Nuria, sus cuidados para conmigo, su compañía alegre y el olor de nuestro hogar me hicieran llorar como a una nena.
Ahora estamos en febrero, y no tengo ganas de volver al departamento que alquilo junto con 2 primas en Palermo. Justamente, estoy en corpiño y bombacha tirada en una reposera, a metros de una piscina gigante, en el patio de la casa de mi tía, escribiendo estos párrafos, recreándolo todo para la posteridad de mis años, mientras ella prepara unas conservas de verduras y termina de embasar un dulce de damasco en pequeños frascos. Yo la ayudé toda la mañana. Por suerte, después de comer llegaron mis primos para darle una manito.
Vivo en la casa de mi tía desde que mi madre falleció de un cáncer fulminante, cuando yo tenía 8 años. La recuerdo muy bien, y sueño con ella muchas veces, aunque con mayor intermitencia en estos tiempos. La quise mucho, la extrañé y lloré su partida. Le escribí cartas, poemitas, algunas canciones infantiles, y hasta inventé un postre que lleva su nombre para inmortalizarla por siempre. Claro que mi tía me ayudó, y no solo con el postre. Ella se ocupó de mi educación, de mi salud, mis juegos de recreación y de que hoy sea casi como una hija para ella.
Siempre fue cariñosa y complaciente conmigo. Como no tuve hermanos, y mi progenitor nunca estuvo en nuestras vidas, por razones que mi madre se llevó a la tumba, ella fue mi sostén, mi guía y mi protectora más fiel. Le encantaba hacerme reír, y tenía esa grandiosa facilidad.
A mí, no solo me fascinaban sus comidas regionales, sus tortas, sus juegos de mesa, la paciencia que le tenía a mi pelo largo hasta la cola cuando me lo peinaba, sus conocimientos literarios o sus matecitos con yuyos al atardecer. Desde que recuerdo, sus besitos era lo que más esperaba en el día.
Al principio sus besos de buenas noches, los que acompañaba con algunas cosquillitas cuando no me quería sacar las medias para dormir, o con algún cuentito. ¡Me inventó historias hasta que cumplí 13 la genia!
Luego, los besitos que me marcaba ruidosos y serpentinos en las mejillas cuando me despertaba para llevarme al colegio. Como yo era media remolona, ella no sospechaba que con solo 9 años, esperaba el contacto de sus labios, suponía que maternales en mi piel.
Cuando llegaba del cole, después que la ayudaba a poner la mesa para almorzar, me decía: ¡Bueno hijita, ahora a lavarse las manitos que ya está lista la comida que te preparó la tía!
No sé por qué motivo yo no quería hacerlo, y en lugar de eso le decía que las tenía limpitas, o que me las había lavado en la escuela. Entonces ella me agarraba las manos, me las olía y me daba besitos, diciendo: ¡Mmm, no sé si están muy limpitas estas manos cochina! ¡Pero son preciosos esos deditos, como para comérselos todos!
Aquello me hacía tiritar de emoción. No entendía las causas ni los sofocones que sentía en la pancita. Recuerdo que a ella le gustaba ponerme perfume antes de salir a donde sea que yo la acompañara. Una vez que me hubo perfumado, me olía el cuello y me daba unos besitos rodantes, sonoros y musicales. Sentir ese restito minúsculo de su saliva en mi cuello, tras el roce de sus labios me hacía sentir la nena más feliz del pueblo.
Cuando cumplí los 10, mi tía decidió regalarle mi cama a una anciana muy enferma que apenas podía salir a comprar pan. Por supuesto que lo consultó conmigo, y yo no tuve inconvenientes en compartir desde entonces la cama inmensa de la tía. Ahí los cuentos eran más largos y entretenidos. Mis besos de las buenas noches podían ser varios, y los de la mañana, a veces no era necesario que la tía se levante para empezar a despertarme. Ahora su ritual era primero besarme las manos, luego hacerme cosquillas, y por último besarme las mejillas y el cuello. Algunas veces me mordía jugando a que era una leona que se desayunaba a las nenas que hacían fiaca y no se lavaban los dientes para ir al cole. Entretanto me decía cosas como: ¡Vamos Aldiiii… arriiibaa mi pequeña langostaa! ¡Daaaleeee, que tenés que ir al cole chiquita! ¡No hagas enojar a la leona… porque te va a morder un cachete… y los nenes se te van a reír! ¿No tenés ganas de tomar una rica leche calentita, con chocolate, y tostadas con dulce, y manteca? ¡Vamos, que hay que cambiarse mi bebota hermosa… así todos los chicos te miran, y después gustan de vos!
Siempre se reía como una campanita navideña, con la fragancia de los jazmines en la voz, con la amabilidad de la Madre Tierra a merced de todos los habitantes del planeta.
Una de esas mañanas, cuando ya había dejado mi taza sucia con leche en la bacha, Nuria detiene mis pasos y me dice: ¡Aldi, tenés sucio el labio, y el mentón… creo que con dulce!
Supongo que, actuó antes de darme tiempo a buscar algún repasador con la mirada. Se acercó a mí, y mientras me prendía los botones del guardapolvo se atrevió a besarme el mentón y a liberar su lengua para quitarme el pegote de azúcar del labio inferior.
¿Ya está nena, y vamos que llegamos tarde!, dijo como si nada, desoyendo a los latidos de mi corazón, ignorando que unas hormiguitas comenzaban a formar un imperio en todo mi cuerpo. Claro que, a esa edad no tenía las capacidades ni la madurez para comprender lo que me pasaba. Nunca le había mirado bien las tetas a mi tía. Al menos, no hasta que cumplí los 13 o 14. En aquel tiempo Nuria tenía 39 años, era dueña de un pelo rubio casi tan largo como el mío, tenía ojos negros tan profundos como el misterio de la vida, sonreía siempre, y en general, cuando estaba en la casa se ponía un vestido largo. Como se dedicaba a la costura, pasaba mucho rato adentro de casa. Si hacía frío se ponía alguna camperita encima y listo. No le gustaba usar ropa interior. No me incomodaba porque estábamos entre mujeres. De hecho, todavía no me picaba la curiosidad por comparar su cuerpo con el mío, ni nada que me condujera a querer mirarle más allá. Pero eso sí! En verano, se calzaba algún pantalón cortito y dejaba sus tetas desnudas para que renazcan una y otra vez en los cristales de las ventanas de la casa. ¡Eran hermosísimas!
Otro mediodía, ella misma me lavó las manos en la bacha de la cocina, y después de olérmelas nos sentamos a comer. Esa vez mi tía preparó una ensalada de palta y tomates para ponerle encima a unas masitas con pedacitos de carne, huevos y queso. ¡Era imposible no enchastrarse las manos en cada mordisco! Además, yo lo ensalzaba con mostaza, a pesar que ella me sugería moderación. Antes de levantar la mesa me dijo: ¿A ver? ¡Dame esas manitos chancha, y ni se te ocurra limpiártelas en el mantel!
Ella misma las tomó con mi desconcierto expectante. Me besó las palmas y el dorso, y luego comenzó a lamerme los deditos, uno por uno, hasta eliminar todo resto de mostaza posible, mientras murmuraba: ¡Mmmm, qué riiicooo! ¡Me encanta la mostaza, y estos dedos gorditos también mi chiquitita de la tía! ¡Pero no podés ser tan cochina para comer Aldi!
¡No hace falta describir el calor que me recorrió desde los pies a las mejillas! A mi tía le gustaba jugar, y eso me llenaba de sensaciones tan desconocidas como indomables.
¡Hacer mis deberes escolares con Nuria era perfecto! Siempre sucedía después de la merienda. Yo despejaba la mesa, y ella se ponía conmigo a calcar mapas, hacer cálculos, revisar mi ortografía o colorear lo que hiciera falta. ¡Yo no tengo pulso ni para pintar! Lo interesante era que, algunas veces me sentaba en su falda. Era extraño tener su respiración sobre mi nuca, su aliento tan próximo a mis desconcentraciones, y en verano, sus senos apoyados en mi espalda.
Una de esas veces, mientras no podía resolver unas operaciones combinadas, un poco por eso y otro porque lo necesitaba, se lo pedí como en un ataque de sensibilidad inoportuna.
¡Basta tía… no me retes… que no me sale! ¡Soy re burra… una terca! ¡Dame uno de esos besitos de leona que me encantan… a ver si me asusto, y se me pasa, o aprendo algo!
La tía, que hasta ese instante mantenía la postura de no dejarme ir a jugar sin terminar la tarea, se ablandó de inmediato al ver que se me caían las lágrimas, y que mi garganta se acongojaba en un sollozo aniñado.
¡Eeeeepaaa! ¿Qué le pasa a la nena? ¿Quiere mimitos? ¿Eeee? ¿Por qué te pusiste tristona Aldi? ¡Y, no digas eso! ¡No sos ninguna burra, ni terca, ni lechuza, ni mula, ni nada! ¡Solo, solo es un ejercicio difícil, solo eso!, decía mientras me acunaba en un abrazo fuerte, cargado de protección y alivio, después de haber cerrado mi carpeta.
¡La tía le va a dar unos ricos besitos para que la nena se ponga bien… para que se ría como siempre… y para que no piense cosas malas!, decía, besándome los cachetes junto con algún mordisco, mi cuello, mis hombros, mis brazos y manos, lamiendo y mordiendo mis dedos, y haciéndome cosquillas en las piernas.
¡Mmmm, ojo que viene la leoooonaaa… y se va a comer a la nena llorooonaaa de la caaasaaa!, me asustaba agravando su voz, y con sus dedos incansables en las plantas de mis pies, ahora descalzos. Yo me reía como loca, al punto que me agarró hipo!
¡Che Aldi, me parece que, lo que sí podés llegar a ser, es una zorrina mi amor! ¡Tenés olorcito a pis mi chiquita! ¿Te bañaste hoy?!, me decía mientras me olisqueaba, teniéndome parada sobre su regazo, donde aprovechaba para morderme la cola con la furia de una leona tan juguetona como divertida. No llegué a contestarle, porque para entonces, Nuria ya me había bajado el pantalón para comprobar que mi bombacha tenía olor a pis, como su olfato lo aseveró.
¡Igual, la tía es buena… y te va a llenar esa colita de besos ruidosos… de mordidas de leona… y de mimitos! ¡Pero después, a bañarse! ¿Estamos?!, decía mientras me acariciaba con esos labios gruesos, me besaba y succionaba un pedazo de mi cola para liberarlo, como si tuviese una sopapa en la boca. Hubo un instante en el que, imagino que por error o descuido, sus dedos rozaron mi vagina por encima de mi calzón. Allí mis risas, mi alboroto y grititos de nena feliz en medio de esos besos, como si me estuviese hamacando con un delicioso helado de dulce de leche, todo eso se detuvo. No sé qué fue lo que sentí, pero no pude decir nada. apenas un silencio se cruzó como una brisa sutil entre nosotras, y todo parecía apagarse. Sin embargo la tía reparó todo con sus ocurrencias:
¡Bueno… vamos… se terminó! ¿A bañarse bebé, que sino la leona te va a querer comer de verdad!
Se levantó conmigo en sus brazos, me quitó el pantalón con mucha sencillez, y me llevó al baño, ahora jugando a que era un caballito. Relinchaba como tal, hacía el ruidito de sus cascos contra el suelo con la boca, y me amenazaba con dejarme caer al suelo si no me quedaba quieta. No me llevaba sobre sus hombros, ni en su espalda. Sus lolas eran el asiento para mi cola baboseada y llena de marcas de dientes, con mi bombacha corrida y mis palpitaciones por las nubes. Era impresionante convencerme de que sus senos acolchonaban mis ganas de tener más besitos de mi tía por todos lados. Esa vez me dejó en el baño, y tras decirme que no me olvide de lavarme la bombacha como me enseñó, se hizo ausencia, la que mis hormiguitas no anhelaban en absoluto.
Hubo otras veces en las que llegué del cole con olor a pis. La tía me explicaba que si corría  demasiado, me reía con muchas fuerzas, o que si, simplemente no me limpiaba bien cuando iba al baño para seguir jugando, esas gotitas quedaban en la bombacha. ¡Me encantaba que me hable así, sin privarse recaudos!
Otra tarde volví a fingir que estaba triste, solo para pedirle mimitos a mi tía. Esa vez ella estaba en su cuartito, sentada frente a la máquina, pedaleando con la intención de terminar unos vestidos para unos clientes. Yo entré, y enseguida me puse a llorar, diciéndole que un chico me había dicho que era horrible, que las gordas como yo nunca van a tener novio.
¿Cómo cómo? ¿Qué decís? ¿Quién fue el tarambana que te dijo eso mi amor?! ¡Nada de eso Aldana! ¿Vos sos una preciosura, una muñeca! ¡Ese chico debe estar ciego, o es medio tonto!, decía exasperada mi tía, dejando la máquina y las telas a un lado para abrazarme y secarme las lágrimas con un pañuelo.
¡No llores más nena, y mirate ahí, dale!, me dijo luego, poniéndome frente a un espejo de cuerpo entero que tenía empotrado en la pared.
¡Mirate esa boquita… y esos ojos! ¡Tenés una naricita preciosa, como la de tu mami! ¡Y una linda sonrisa! ¿Cómo puede decirte eso ese nene?!, susurraba mientras me acariciaba el pelo y me tocaba las mejillas acaloradas. ¡Para colmo, tenía las tetas desnudas, y al agacharse para mimosearme, se chocaban con mi espalda o mis hombros!
¡Ese nene nunca te olió el pelo, ni conoce lo suavecito de tu piel! ¡Además, sos una gordita divina Aldi!, decía oliéndome el pelo, enredando sus dedos en él, rozando mi cuello con el pañuelo que antes me había secado el llanto, y dándome algunas nalgaditas cariñosas.
¡Tenés una linda cola, y unas manitos re ricas para darles besitos! ¿Querés que la tía te bese las manos?!, me propuso.
¡Síii, y el cuellito también tía!, se me escapó entre que me sonrojaba. La tía me sacó la camiseta, las zapatillas, el pantalón y la bombacha. Me pidió que me mire las manos en el espejo, me dio unos besitos en la espalda y, entonces dijo: ¡Bueno Aldi… si el nene se dio cuenta que tenías olor a pichí… digo… a lo mejor… pero eso no importa!
La vi que olió mi pantalón y mi bombacha. Me gustó que lo hiciera. Pero más me hizo volar cuando me besó las manos, luego la espalda, la cola y mis muslos, mientras me daba unos chirlitos con una regla que suele usar para sus costuras.
¿Querés que te lleve a bañar mi cielo? ¡Perdoname, pero la tía tiene que terminar esas cosas! ¡Te prometo que a la noche hablamos mejor del tema! ¿Estás de acuerdo?!, me dijo después de tatuarme un último beso en la nariz. No podía no aceptar su trato, por más que el vuelo de mis sensaciones se precipitaba hacia una incertidumbre. Esta vez la tía no me dio la bombacha para lavar. Se puso de cuclillas en el suelo tan rápido como ingeniosa.
¡Dale Aldi, subite a este caballito, que ya se va, y no vas a poder ir al baño solita! ¡Acordate que anda suelta la leooooonaaaaa!, dijo riéndose como siempre. Entonces, me subí a su espalda, descalza y desnuda para que me lleve al baño. en el camino me pedía que la agarre del pelo. Algo tenía en la boca, algo que hacía dificultosa la dicción de sus palabras. Relinchaba y daba saltitos si yo no le pegaba en el hombro para que avance, o si no me sujetaba bien.
Cuando llegamos al baño, y ella descendió para bajarme de su montura invisible, vi que se le cayó mi bombacha de la mano. Me dijo que esta vez no me preocupara, que ella la lavaría más tarde. Y otra vez se esfumó indescifrable, mientras yo repasaba en mi mente que, me había fascinado sentir en mi cola y contra mi sexo la piel sedosa y morena de la espalda de mi tía. Además, como debía presionarla con mis piernas para no caerme, y sumado a sus brinquitos, mi vagina se friccionaba una y otra vez, al borde del peligro. Aunque yo no comprendía lo que sucedía. Apenas me metí a la ducha, y unos segundos antes de encender los grifos de agua, me sentí culpable. Tenía la vulva mojada, y temía haberme hecho pichí sin querer en la espalda de Nuria. De todos modos, tenía mucha vergüenza, y si ella no me lo decía, yo no iba a animarme a pedirle disculpas.
Creo que fue luego de mi cumpleaños número 11 que la tía me ayudó con un trabajo de reproducción sexual. Fue incómodo para las dos. Pero ella siempre lo suaviza todo. Cuando me habló del pene, los testículos y el semen, parecía un poco reticente. Cuando intentó hacerme comprender que los bebés nacen por la vagina, se rió muchas veces de mis preguntas de niña. Ese mismo día pero por la noche, cuando estábamos acostadas, bien abrigadas porque el invierno crudo desafiaba a las estufas con creces, me preguntó:
¿Querés que la tía te apapache Aldi? ¡Dale, que hace mucho friito, y mi leoncita se va a enfermar!
Le dije que sí, esperando que me llene de besos, como había pasado varias noches anteriores. Ella se me abalanzó, directamente acostándose sobre mí, me mordisqueó los cachetes, hacía que nuestras narices se entrechoquen, me pedía que le abra bien grande la boca para verificar que me hubiese lavado los dientes, y justo cuando creí que iba a apagar la lámpara, me dijo: ¿A ver? ¡Sacá la lengua, que no te creo que te los hayas lavado muy bien!
Lo hice sin sospechar el resultado. Ella atrapó mi lengua rechonchita y cortona entre sus labios y la succionó. Supongo que ella pudo notar la descarga que mi cuerpo recibió, porque un estremecimiento audaz me sacudió las tensiones nerviosas.
¿Qué pasó bebé? ¿Te gustó ese besito? ¡Ese es uno totalmente nuevo para vos!, me dijo mordiéndome una oreja con los dientes sobre sus labios, como no queriendo lastimarme.
¿Síi, me, me re gustó, muu, mucho tíaa!, creo que le dije, mientras sus tetas se apretaban más contra mi cuerpo.
De repente, como si el ángel de otro silencio ensordecedor nos alertara, ella se despegó de mí diciendo: ¡Bueno bebé, ahora a dormir, que mañana es un día laaaargo! ¡Pero antes, sacate la bombacha! ¡Mañana te doy otra! ¿Sí?!
No entendí por qué me la pedía, teniendo en cuenta que me había bañado esa misma tarde. Pero se la di en la mano, mientras ella volvía a succionar mi lengua, aunque ahora con un poquito de fuerza. De hecho, me hizo doler cuando me la mordió.
Yo no podía dormirme. Aún así simulé por un rato. El sueño vendría cuando se le diera la gana. Entonces, escuché que mi tía susurraba cosas muy por lo bajo. Tan bajito que no podía entenderle. Todo fue casi en el mismo segundo. Mis dedos curiosos habían notado que mi vagina estaba mojada, y mientras me preocupaba por haverme meado involuntariamente, oigo que la tía murmura algo como: ¡Qué rica bombachita por diooooos!
No quise ser imprudente, pero me moría por saber lo que estaba haciendo, por qué había dicho eso, o qué significaban sus movimientos en la cama, tratando de alejarse todo lo que pudiera de mi cuerpo, en teoría dormido.
Los días iban pasando, y yo me aferraba a mi tía cada vez más. El hecho de que no tuviera hijos, ni un hombre a su lado, lograba que solo tuviera ojos para velar por mí. Yo se lo voy a reconocer y agradecer toda la vida.
Generalmente no me retaba. Pero la tarde que le conté que una chica me pegó en el baño del cole porque, yo quise chuparle la lengua como Nuria me enseñó, pareció enfurecerse como las tormentas del campo adentro.
¡Aldana, no tenés que hacer esas cosas con las otras nenas! ¡Eso es algo que, es un, digamos que un secreto de nosotras!, me dijo mientras fregaba una olla. Yo no podía responderle nada. Ni siquiera pude prometerle que no reincidiría. Es que, su fastidio era tan sincero que la casa parecía enlutarse de golpe.
Pero luego dejó la oya, se secó las manos y me alzó en sus brazos para llevarme al sillón. Allí permanecimos sentadas sin hablar durante unos minutos, yo sobre su falda, sintiendo lo confortable de sus tetas grandes y desnudas en mi espalda.
¿Te gustó la lengüita de la nena aldi? ¿Qué carita te puso cuando, cuando se lo hiciste?!, me preguntó tímidamente, mirando a la ventana. Le conté que no llegué a hacerlo, ya que solo alcancé a darle un beso en la boca.
¿En la boca? ¿Cómo? ¡Pero, ni yo te doy besitos en la boca!, dijo, recuperando algo del enojo que tal vez comenzaba a arrojar al olvido. Entonces, mi tía me quitó de golpe de arriba de sus piernas, y luego de darme un chirlito en la cola me dijo: ¿Bueno nena, andá a jugar! ¿Pero, primero sacate el pantalón que te lo tengo que lavar! ¿Te lo manchaste con mate!
Yo lo hice, viendo las contracciones de su rostro. No le tenía miedo, pero la notaba intranquila. Sin embargo, el destino me hizo un guiño cuando la vi apretarse las tetas con una mano, entretanto que con la otra me pegaba en la cola cuando yo le dejaba el pantalón en el sillón, diciéndome:
¿Qué linda esa colita gordita, para llenarla de mordiscones!, y volvía a reír con la melodiosa intensidad de todos los días.
Otra tarde, muy cercana a la anterior, mientras yo le cebaba unos mates, orgullosa al fin de haber aprendido, me preguntó con un carretel de hilo entre los dientes: ¿Che Aldi, te pidió perdón la nena que te pegó en el baño?!
Le contesté que no, pero que nos hablamos como si nada hubiese pasado.
¿Y, ya no querés volver a chuparle la lengüita? ¿O darle besitos en la boca?!, continuó luego de felicitarme por no ponerle tanta azúcar al mate.
¿No tía, eso solo lo hago con vos! ¡Me encantan tus besitos, aunque todavía no me diste ninguno en la boca!, le dije, en medio de una confusión desprovista de claridad. No sé qué cosa me impulsó a pronunciar esas palabras.
¡Bueno, te prometo que, si esta noche te comés las lentejas, la tía te va a dar besitos en la boca, cuando nos acostemos! ¿Querés?!, me intercambió, sabiendo que no había forma de hacerme comer lentejas. Pero acepté en cuanto la tía se levantó para besarme las manos y la nariz, un poco para sacarme el pucherito de la cara.
Esa noche fue tan rara como inolvidable. La tía no había hecho lentejas. Esa vez no la vi cocinar porque tuve que completar cosas de dibujo para el colegio. Me sorprendí cuando vi unas deliciosas milanesas en mi plato con una montaña de puré. Pero, por otro lado, me sentí mal porque, no había un pacto que cumplir. Por lo tanto, quizás tampoco habría besos en la boca para mí esa noche. Aunque mi tía siempre fue una caja de sorpresas.
Una vez que terminamos de levantar la mesa, ella sacó de la heladera un pote con flan casero y dijo: ¿Vamos a la cama mejor, y lo comemos allá! ¡Buscate unas cucharitas!
Todo fue tan rápido que, no sé cómo fue que de repente las 2 estábamos sentadas en la cama, yo en bombacha sobre su falda. Es que, la tía quería darme de comer en la boca, y cada cucharita era parte de un jueguito que me endulzaba las ganas de querer probar sus labios azucarados por el postre.
Fue un instante perpetuo, angelado y sublime. Ella me pidió que gire la cara hacia ella porque tenía un mosquito al borde de picarme el cachete, y cuando intuí que su mano haría un sutil plop sobre mi mejilla, pegó sus labios entreabiertos a los míos, que no los esperaban. Gemí sin querer, involuntariamente. Su boca pareció absorber mi timidez en minúsculas gotitas de saliva, y yo saboreé el caramelo de sus labios gruesos, calientes y tiernos. Su lengua rozó mis labios y mis dientitos. Nuestros suspiros no se podían explicar en letras. Tampoco los chuchos que me recorrían la piel. Además, ella me agarró de la cola para pegarme más a ella, sabiendo quizás que me gustaba sentir sus tetas contra mis todavía pequeños proyectos. Sentí que sus pezones estaban duros, que su nerviosismo la enmudecía, y que sus ojos permanecían en la penumbra de un estupor inaudito. Tenía ganas de que me pegue en la cola, o de que me la llene de besitos, o me la mordisquee.
¡Tía, me encanta, me, me gusta que me beses la boca!, dije, trayéndola a la realidad. La tía me bajó de su falda, dejó el pote con lo que quedaba de flan en la mesita de luz y me pidió que me acueste, rezongando por lo tarde que se había hecho, como si todo lo anterior no hubiese sucedido.
¿Tía, te puedo pedir que, que me dés unos besitos en la cola?!, le dije cuando estaba por acurrucarse a mi lado en la cama.
¡Basta Aldi, por hoy fue suficiente! ¡Me parece que hubo muchos besos, y no sé si te los merecés! ¡Hoy no te bañaste!, me regañó. Aunque, en breve, sabiendo de mi sensibilidad me dio un beso en la frente, diciéndome: ¡Ahora dormí chiquita, que mañana te como toda esa cola a mordiscones!
la tía apagó la luz y encendió el ventilador al mínimo, más para espantar a los mosquitos que para otra cosa. Los minutos comenzaron a pasar. La tía daba vueltas en la cama, suspiraba y chasqueaba la lengua. Evidentemente no se podía dormir. Yo tampoco. Tenía unas cosquillitas en la panza y en la vagina que no comprendía. Me lamía los labios con el sabor de la lengua de mi tía, me olía las manos, y me imaginaba que era su boca la que me las besaba, aunque ahora era yo la tonta que buscaba recrear esas sensaciones. Obviamente, haciendo el menor ruido posible.
No sé en qué momento me quedé medio dormida. Tal vez estaba soñando, o en algún trance difícil de controlar por mi corta edad. Pero de repente mi tía estaba arrodillada a mi lado en el suelo, destapándome y hablándome en voz muy baja, quitando mis manos de mi propia vulva.
¡Mirate Aldi, estás mojadita, y todo por esos besitos! ¡Aldii, me escuchás bebé? ¿Te saco la bombachita mi cielo? ¿Y no te asustes, que no te hiciste pis!
Allí recién vuelvo al centro de mi equilibrio. Pero para ese entonces, la tía me había sacado la bombacha y me daba unos deliciosos besos en las piernas. Cuando me las abrió y me resopló la vagina, tuve unas ganas inmensas de gritarle que me la bese, que me pase la lengua como lo hizo por mis labios. Pero no fui capaz de hablarle. Me reconoció despierta, atenta a sus acciones, y entonces me puso la sábana encima mientras me decía: ¡Aldi, mañana, antes de ir al cole te bañás! ¿Sí? ¡Olvidate de mis besitos en la cola, si es que, si tenés olorcito a pis, o si, bueno, mañana te bañás y listo! ¡Estamos?!
Estaba fastidiosa, enojada o contrariada consigo misma. No ordenaba sus ideas, y eso no era normal. Pero el sueño me venció prohibiéndome preguntarle por qué me sacó la bombacha. Sentía vergüenza de lo que yo misma estaba soñando porque no lo recordaba.
A la semana de cumplir mis 12 años, todo comenzó a trascender aún más en nuestras pasiones. Pero, por el momento tengo que hacer una pausa en mis anotaciones. La tía me llamó como dos veces para acompañarla a tomar unos mates, y no me gusta hacerla esperar. Además, me tengo que cambiar la bombacha urgente. No es posible recordar a mi tía sin mojarme como una nenita tonta!


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